17 HOMILÍAS PARA EL CICLO B
1-10

1. Hermanos y hermanas: ¡Demos gracias al Padre que por medio de su Espíritu nos hace participar en el banquete del Cuerpo y la Sangre de su Hijo resucitado y glorioso! En el signo del pan y del vino, que por el Espíritu Santo se hacen Cuerpo y Sangre de Cristo, celebramos todo el misterio de Cristo. Todo lo que dijo e hizo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final de los tiempos. Y nos comprometemos a realizar las obras que él hizo en favor de los hombres, nuestros hermanos. La Eucaristía no es sólo un recuerdo de lo que hizo Jesús en la Cena: es un "memorial" de todo lo que dijo e hizo, y por tanto un compromiso concreto nuestro de hacer lo que hizo Jesús. También las obras concretas en favor de los hermanos.

"Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo". La oración de bendición que Jesús hace no es sólo por aquel pan concreto. Bendice al Padre por todo lo que ha ido realizando, en la historia de la salvación, desde la creación hasta la resurrección y al retorno glorioso. Oración de bendición por las maravillas que el Padre por medio de su Espíritu va realizando en la vida concreta de cada uno de nosotros, en nuestra comunidad, en la iglesia. El Padre es la fuente de toda bendición, y nos ha bendecido de manera singular por medio de su Hijo: Jesucristo resucitado es la bendición que el Padre nos ha regalado por medio de su Espíritu.

Bendición que viene siempre del Padre, y ha de retornar siempre al Padre. El Padre nos bendice con su Hijo, y nosotros por medio del Hijo bendecimos al Padre. Este es el sentido de toda bendición cristiana.

Nuestra manera de orar, en ocasiones, puede ser egoísta. No salimos de nosotros, de nuestros problemas, de nuestras necesidades, de nuestra pequeñez, de nuestra pobreza, o de nuestros pecados. La oración de "bendición" que hizo Jesús en la Cena fue un ir "recordando" -un hacer memoria- todas las maravillas que el Padre había hecho y que hará hasta el final de los siglos. Así ha de ser nuestra oración: bendecir, alabar, dar gracias al Padre por todas las maravillas que ha ido realizando a lo largo de la historia.

EU/NOMBRE:"Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron". La oración de Jesús es ahora de acción de gracias. Eucaristía, nombre que damos también a la misa y que es más apropiado, significa "acción de gracias". Acción de gracias a Dios por todo lo que ha hecho en favor de su Pueblo; y por todo lo que ahora está haciendo. Este era el sentido de la oración de acción de gracias de Jesús en la última Cena. Oración de acción de gracias que en la celebración de la Eucaristía hacemos en la llamada Plegaria eucarística. Acción de gracias dirigida siempre al Padre por medio de Jesucristo. Nuestra oración personal, también debería ser oración de acción de gracias al Padre por todas las cosas creadas y por esa historia de la salvación que cada uno de nosotros vivimos y experimentamos en nuestra vida y en la vida de la comunidad.

EU/MEMORIAL: EU/PARTICIPACION: -"Y todos bebieron". La Eucaristía es "memorial", hacemos memoria, y aquello que recordamos se hace realidad hoy-aquí-para nosotros. Es "sacrificio", la entrega total de Jesús al Padre en la cruz, y su resurrección gloriosa se actualizan en cada celebración de la Eucaristía. Pero también la Eucaristía es "banquete, convite". Son claras las palabras del evangelio de hoy: "Y todos bebieron". Y otras palabras de Jesús, como "tomad y comed", "tomad y bebed". El pan de la Palabra de Dios se hace Cuerpo y Sangre de Jesucristo resucitado para ser comido y para ser bebido. La participación "consciente, plena y activa" en la Eucaristía no se realiza sin la comunión. En épocas pasadas de poco conocimiento y participación en la Eucaristía, cuando se llegó a separar la comunión de la misa, un mandamiento de la Iglesia decía: "Comulgar una vez al año". Hoy sabemos que participar en la misa sin comulgar, no es una participación plena en la Eucaristía.

OFERTORIO/MISA: SCDO-COMUN: -Nosotros somos sacerdotes. Desde el día de nuestro bautismo y de la confirmación, nosotros participamos de Jesucristo que es Sacerdote-Profeta- Rey. Y en la celebración de la Eucaristía ejercemos ese sacerdocio, de manera especial cuando ofrecemos al Padre el Cuerpo y la Sangre de su Hijo. Es lo más grande que podemos hacer. No le presentamos solamente al Señor los frutos de la tierra, nuestros trabajos y nuestras vidas: "Te ofrecemos, Padre, el Pan de vida y el Cáliz de salvación" (P. eucarística II). Es un momento importantísimo de la celebración, y hemos de ser muy conscientes de lo que está diciendo en nombre nuestro el presbítero que preside. Le presentamos al Padre lo único que le agrada y le llena plenamente, es su Hijo glorioso y resucitado: "el sacrificio vivo y santo" (P. eucarística III). Y junto a esas ofrenda del Cuerpo y Sangre de Jesucristo realmente presente en el Pan y el Vino, viene nuestra ofrenda personal: el ofrecernos al Padre junto a su Hijo. Y si eso es realidad en cada misa, la conversión, el compromiso concreto de amar al Señor y a los hermanos, será una consecuencia lógica. Y ya no podremos separar la Eucaristía de cada domingo y la conversión personal permanente; la Eucaristía de cada domingo y el compromiso concreto de amor y servicio a los hermanos.

GERARDO SOLER
MISA DOMINICAL 1988, 12


 

2. Con unas cuantas palabras sencillísimas, proporciona la primera lectura interesantes elementos para una reflexión sobre la Eucaristía. Comienza todo con la propuesta de Yahvéh a su pueblo de gobernar su vida con prescripciones y leyes. El pueblo la acepta, reconociendo el derecho de Yahvéh a dirigir la vida cotidiana de sus fieles. Se advierte que no se recuerda aquí la fuente de este dominio; el esquema habitual se referirá a la liberación de Egipto, pero nada se dice expresamente de ella. Así pues, el pueblo se encuentra únicamente ante el enunciado de un exigente llamamiento que él tiene que aceptar o rechazar.

El pueblo lo acepta; pero en el mundo bíblico no existe compromiso profundo en el que no se expresen las disposiciones interiores mediante un signo visible que las hace apreciables y las consolida, al mismo tiempo. Pues bien, el gesto de obediencia del pueblo va acompañado de un rito: el sacrificio de los novillos.

SC-DE-COMUNION COMIDA-RELIGIOSA: El texto habla de un "sacrificio de comunión". El nombre recordaba varias cosas a la conciencia de los hebreos. Este tipo de sacrificio se caracterizaba por la comida religiosa que formaba parte de él; en ella predominaba la alegría, frecuentemente mencionada por los autores. Primero se ofrecía la víctima a Dios, que la admitía; después se repartía. Una parte se les daba a los fieles, que la comían juntos; la otra se colocaba sobre el altar y en él era quemada. No se hacía esto para que Yahvéh comiera del manjar así presentado, sino como una señal de dependencia. Por corresponderle a Yahvéh la grasa y la sangre, se le reservaban éstas como un tributo ofrecido con la intención de restablecer las relaciones entre él y los fieles. Así pues, el rito era una acción destinada a establecer, o restablecer, la Alianza.

Aunque la descripción del rito de comunión descrito por el Éxodo se encuentra un poco sobrecargado en lo relativo a los sacrificios de comunión ordinarios, su significado está bastante claro. Este rito reúne a la comunidad entera en una gozosa unidad -es interesante señalar esto- en la que no quedan desatendidas las verdaderas particularidades de los grupos que integran esta unidad: cada una de las tribus está representada por una estela, símbolo de su presencia y de su compromiso. La comunidad reunida muestra su dependencia de Dios ofreciéndole los bienes que tiene por él. Por ejemplo, expresa su adhesión a Dios, y lo hace de dos maneras:

SC/SANGRE SANGRE/ALIANZA: Primero, mediante la inmolación de novillos, parte de cuya sangre se derrama sobre el altar. El altar es la representación ritual de Dios, significándose así una relación que tiene en él su punto de partida. Con la otra parte de la sangre Moisés rocía al pueblo que acaba de aceptar las exigencias de Dios y de prometer cumplirlas. Expresada por la sangre recibida, a un mismo tiempo por el altar, representación de Dios, y por el pueblo, se establece la Alianza entre Yahvéh y las doce tribus. Y esta misma alianza se expresa, después, con la comida fugazmente mencionada en los versículos que siguen inmediatamente a nuestro texto; estos versículos hablan de la unión misteriosa, pero estrecha y amistosa, obrada gracias a una comida efectuada en común entre Dios y los ancianos de Israel, representantes de todo el pueblo.

Si, para comentar el gesto eucarístico de Jesús, el autor del evangelio toma de la descripción hecha por el Éxodo una fórmula característica, "sangre de la Alianza", es porque él concibe la Eucaristía partiendo del rito sacrificial de comunión practicado ordinariamente por Israel, y más especialmente, del que realizó Moisés. Así se sugieren algunos aspectos de la teología eucarística vislumbrados por los autores cristianos. Piensan estos autores, en primer lugar, en un rito sacrificial, la oblación de una víctima con lo que la comunidad expresa vigorosamente su dependencia de Aquél de quien lo recibe todo, especialmente la víctima que ofrece; por otra parte, es una comida que reúne a la comunidad en alegría y unidad. Se recibe entonces el don que Dios hace a su pueblo, reunido para adherirse a El; y también por El, el pueblo, que reconoce su dependencia y acepta el llamamiento a establecer una alianza con Dios.

Pero el relato evangélico hace algo más que repetir las antiguas ideas del "sacrificio de comunión": posee una doctrina propia sobre el gesto de Jesús que es preciso considerar. Este gesto es una comida: repetidamente se dice que se trata de "comer" (vv. 12. 14. 22); se trata también de "beber" (vv. 23. 25) y de beber "del fruto de la vid" (v. 25), lo cual supone una comida festiva ya que, en días ordinarios, los contemporáneos de Jesús no bebían más que agua en las comidas. Este mismo carácter festivo se señala también con la idea de los cuidadosos preparativos (vv. 12. 15. 16), de la sala dispuesta (v. 15) y, sobre todo, con la puntualización bíblica: es la cena pascual.

La palabra "Pascua", a la que viene a reforzar el sinónimo "los Ácimos", cuatro veces citada, empalma el gesto de Jesús con la larga tradición bíblica, cuidadosa de recordar cada año, para dar gracias, el gesto capital de Dios que liberó a Israel. Así la comida de Jesús, comida de los cristianos, aparece en línea de continuidad con el rito celebrado por Israel.

EU/SACRIFICIO: Sin embargo, la comida de Jesús se distingue del citado rito; este "pascualizante", que organiza los preparativos de la cena ritual en el tono magistral con que suena el envío de los discípulos, no es un peregrino corriente; el que dice: "¿dónde está mi sala?", es el Maestro. Además la comida de Jesús se distingue por una originalidad más sugerente. Esta comida, que se sitúa en continuidad con la tradición bíblica, no lleva consigo la obligada víctima. No se trata del cordera ritual; Jesús por el contrario, centra las miradas en el pan y en el vino. Finalmente, en lugar de la carne y la sangre de las víctimas, menciona sólo su propio cuerpo y su propia sangre, llamada "sangre de la Alianza". El presente es continuación del pasado, pero se diferencia de él. Así pues, el pasado, esa búsqueda de una alianza establecida entre Dios y los hombres, queda satisfecho: "mi sangre de la Alianza". Y esta novedad está expresada de una manera nueva por el pan y el vino que substituyen a las antiguas víctimas.

El presente es nuevo con relación al pasado; pero más nuevo es el porvenir. Esta cena es un festín final; no volverá Jesús a participar en ninguna fiesta, en ninguna comida: "no volverá a beber del fruto de la vid". Sin embargo, "beberá el vino nuevo en el Reino de Dios". Así anuncia Jesús este "tiempo del Reino", tiempo venidero; tiempo de fiesta comunitaria, pues en ella se bebe vino; tiempo diferente del actual, por ser ocasión de un "vino nuevo".

Entre este porvenir y el presente, media la muerte de Jesús, de la que habla todo el contexto de la cena; muerte necesaria, parece, como lo era la de las víctimas; a través de ella encontrará Jesús el Reino, ese lugar de las esperadas festividades, y a través de ella, "muchos" (las multitudes) serán establecidos en Alianza. La muerte de Jesús es el nuevo camino al Reino venidero; el rito del pan y del vino, remembranza del don hecho a las multitudes, realiza la comunión entre Dios y los hombres: la Alianza.

La segunda lectura, tomada de la epístola a los Hebreos, subraya la superioridad del paso dado por Jesús, en comparación con todos los esfuerzos hechos por los hombres para acercarse a Dios. Ya el Antiguo Testamento representaba un progreso, en el sentido de que conducía a los hombres hasta Dios, por un camino garantizado por Dios mismo, que había fijado su trazado. Este camino era provisional; con Jesús se establece la vía que lleva hasta Dios con la mayor seguridad.

Los hebreos se reunían para encontrar a Dios en Jerusalén, en un "templo hecho por manos de hombre" y que por lo tanto no podía ser el lugar de la verdadera morada divina. Allí practicaban unos ritos cruentos que sólo podían alcanzar a lo exterior, a "la carne". En adelante, quien actúa es el propio Cristo: "se ofreció... con su propia sangre..., a sí mismo sin tacha"; está animado por un "Espíritu eterno"; es capaz de alcanzar "más allá de esta creación, el santuario". Su obra es más eficaz: alcanza a "nuestra conciencia", y obra "una redención eterna"; gracias a ella, podemos "rendir culto al Dios vivo" y un día "recibir la herencia eterna prometida".

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MARCOS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981. Pág. 167


3.

-HACED ESTO EN MEMORIA MÍA:

Nos hemos reunido a celebrar la eucaristía en el nombre de Jesús. Lo hacemos siempre por su encargo, para hacer memoria de Jesús y recordar lo que Jesús hizo y nos invitó a hacer hasta el fin de los tiempos. Y lo que hizo Jesús lo sabemos muy bien. Jesús, la noche antes de padecer, quiso reunirse con sus discípulos para compartir con ellos la cena pascual, como nos lo recordaba Marcos en el evangelio que acabamos de escuchar. Todos los judíos lo hacían en las mismas fechas todos los años para dar gracias, que eso significa eucaristía, por el inmenso beneficio de la liberación de la esclavitud de Egipto. Luego fueron acumulando otros agradecimientos, como la liberación del destierro de Babilonia y la repatriación consiguiente.

Pero aquella noche, aquel jueves santo por la noche, Jesús cambió el símbolo y lo simbolizado. En adelante ya no será el cordero pascual, sino el Cordero de Dios, el pan y el vino, el cuerpo y la sangre del Señor. Y nuestra cena, nuestra eucaristía, no será una acción de gracias por esta o aquella liberación, sino por la liberación total, por todas las luchas de todos los hombres por alcanzar la libertad, y en definitiva, por la liberación radical incluso de la muerte. Porque hacemos memoria de la pasión y muerte del Señor, presagiada sacramentalmente en el pan y el vino, pero también de su resurrección, con la que consumó al día siguiente el realismo sangrante de su cuerpo machacado por los golpes y de su sangre derramada hasta la última gota en el leño de la cruz. Jesús no se conformó con anunciar su sacrificio en aquella eucaristía del jueves santo, sino que lo llevó hasta el extremo del mayor realismo, entregando su cuerpo y sangre hasta la muerte de cruz.

-¿HEMOS PERDIDO LA MEMORIA DE JESÚS?: MISA/MISION Desde aquel día, todos los domingos celebramos fielmente la misa en memoria y para cumplir el encargo de Jesús. Pero, si celebramos la misa en su memoria, no siempre parecemos tener buena memoria de lo que Jesús nos encomendó. Y así nuestra fidelidad en repetir el gesto de Jesús del jueves santo se contradice frecuentemente con nuestro retraimiento en llevar a la práctica y a la realidad de la vida todo lo que hizo y nos encomendó Jesús.

Nos quedamos en el rito, en el jueves santo, pero no llegamos al viernes santo, no acabamos de pasar del rito a la vida, del sacramento a lo simbolizado, de la comunión como gesto a la comunicación de bienes como exigencia cristiana. Celebramos el amor de Dios, que nos amó hasta la muerte, pero no hacemos del amor de Dios un modelo para nuestro amor al prójimo. Y así celebramos la memoria de Jesús, pero estamos perdiendo su memoria, olvidando su lección y su ejemplo, por más que repitamos sus gestos y aun sus palabras.

Asistimos puntualmente a misa todos los domingos y fiestas de guardar; pero ocurre que nos perdemos de la misa la mitad, reduciendo a buenas acciones lo que debería ser una acción buena, real y operativa. No es, pues, de extrañar que la memoria de Jesús esté quedando en saco roto y que la misa se vaya convirtiendo en un gesto trivial e insignificante, incomprensible para los que nos observan e incomprendido por nosotros mismos, pues nos enredamos en el rito, en la obligación formal, en la rutina semanal. Y de esta guisa estamos a punto de olvidar la dimensión comprometedora de la Eucaristía. Pues si comulgamos a Jesús, al recibir su cuerpo y sangre en el sacramento, no comulgamos con Jesús y tratamos de desentendernos de nuestro prójimo. Al contrario de las enseñanzas del Señor, nosotros, como el sacerdote y el levita denunciados por Jesús en la parábola, dejamos a los hermanos por acercarnos a presentar la ofrenda, en vez de, como dice Jesús, dejar la ofrenda en el altar para correr al encuentro del hermano y reconciliarnos con él.

-TERMINADA LA MISA, COMIENZA LA MISIÓN: Hay cosas que no deberíamos olvidar nunca los cristianos. Por eso es de todo punto necesario recuperar la memoria, sobre todo en la eucaristía.

Tenemos que recuperar la memoria de Jesús para que nuestra misa deje de ser un rito vacío y vuelva a ser un sacramento de salvación.

Tenemos que recuperar la memoria para recordar todo lo que hizo y dijo Jesús, para no mutilar el evangelio, ni desfigurar la imagen cristiana, ni convertir la misa en una bagatela, como a veces convertimos la caridad en limosna.

Tenemos que recuperar la memoria de Jesús para comprender que el jueves santo y el viernes santo están inseparablemente unidos, como lo están la misa y la misión cristiana, el amor de Dios y el amor al prójimo. Tampoco aquí deberíamos separa lo que Dios ha unido.

Y por tanto deberíamos comprender que la misa no se termina con la misa, sino con la misión. Es decir que no vamos a misa para ir a misa, que no somos cristianos para ir a misa. Sino que la misa, es de una parte, la expresión de nuestra fe (éste es el sacramento de nuestra fe), de nuestra esperanza y de nuestra caridad; pero, de otra, es siempre un imperativo, una exigencia para hacer operativa nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad. Por eso, cuando finaliza el rito, comienza la realidad en la vida; cuando termina la reunión eclesial, debe comenzar nuestro compromiso cristiano; cuando termina la misa, debe recomenzar la misión.

EUCARISTÍA 1985, 26


 

4. SANGRE/ALIANZA LUCHA/A-H:

Examinemos hoy qué significa esta expresión repetidamente leída: LA SANGRE DE LA ALIANZA. Expresión que UNE DOS PALABRAS QUE PARECEN OPUESTAS. Por una parte, SANGRE, que nos habla de sacrificio, de donación, de combate hasta el extremo. Por otra, ALIANZA, que nos habla de amor, de paz, de comunión. Pero una y otra expresión están unidas y es en esta unión en la que hemos de hallar su sentido cristiano.

Porque NO SERIA CRISTIANO imaginar un camino de lucha, un camino de sacrificio, que no esté impulsado por el amor y dirigido hacia la paz. Pero TAMPOCO lo sería imaginar un amor y una paz, que no supusieran -en la realidad de nuestro mundo- un camino de esfuerzo, de lucha.

Esta es LA UNIÓN QUE VIVE Y REALIZA JC. Es la palabra de amor del Padre, es el constructor del Reino de la paz, es el anuncio evangélico de la Alianza para siempre. Pero no es un amor que disimule el mal existente en el hombre y en el mundo, no es una paz que quiera escamotear la lucha por la verdad y la justicia, no es una alianza que se instale en la pobre realidad actualmente existente. El señala un camino por el que es preciso avanzar con esfuerzo y sacrificio, pero también con amor.

-Unir lucha con amor. Todo eso es preciso que LO APLIQUEMOS a nuestra vida, a nuestro mundo, a nuestra visión cristiana. Para que nos sea posible participar en cada eucaristía de "La sangre de la alianza".

Porque en nuestro mundo HAY VOCES que llaman a la LUCHA pero SIN AMOR. Y hay también VOCES que HABLAN DE PAZ y amor pero que en realidad LAS TRAICIONAN porque olvidan -o esconden- que para conseguirlas es necesaria una difícil lucha. NO CONDENEMOS rápidamente a unos u otros: no es fácil unir una y otra cosa. HAY QUIENES experimentan dolorosamente en su carne la injusticia, la opresión, la hipocresía de una sociedad que se proclama cristiana; por eso es muy comprensible que les salga el grito que llama a la lucha sin que esté impulsada y dirigida por un camino de amor. Y HAY TAMBIÉN quienes por saber y haber oído mil veces que el cristianismo es un camino de paz y amor, o quizá también porque viven menos dolorosamente la injusticia humana, les cuesta reconocer que este amor y esta paz no son realidades a conservar sino a conquistar avanzando por un camino de cruz, de sangre.

Podría ser hoy esta nuestra oración, al renovar la donación de JC. Que nos sintamos seguidores de AQUEL QUE SE ENTREGO hasta la última gota de su sangre PORQUE AMABA, porque era un servidor de la paz para todos y para siempre.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1976, 12


 

5. EU/I I/EU:      

-Introducción litúrgica. Cada domingo celebramos la eucaristía como banquete y sacrificio de Jesús. Pero a lo largo de la historia y de la vida de la Iglesia ha ido surgiendo también un culto y devoción a la eucaristía considerada bajo el aspecto de adoración de la presencia real de Jesús. El sagrario, que al principio se guardaba oculto en la sacristía, como reserva de la eucaristía para los cristianos enfermos o moribundos, se expuso en público como centro de devoción y piedad eucarística. Más tarde surgieron los grandes altares con sus tronos donde se expuso la custodia para venerar y adorar un fragmento del pan consagrado en la misa.

El culto a la reserva eucarística fue muy propagado por toda la Iglesia, haciendo surgir, en el año 1246, la fiesta dedicada al cuerpo de Cristo, "Corpus Christi", el jueves de la octava de la Trinidad. El papa Urbano IV extendió esta fiesta a la iglesia universal, siendo el pueblo fiel y devoto quien quiso solemnizarla todavía más con la tradicional procesión en honor del Santísimo Sacramento.

-La eucaristía crea la Iglesia. A la fiesta de hoy, además de tener también en nuestro pueblo una gran tradición de solemnización triunfal, que tampoco deberíamos dejar perder del todo, de hecho le encontramos su sentido profundo en el interior de la comunidad cristiana, en la "sala arreglada con divanes" que Jesús, según hemos escuchado en el evangelio, busca con sus discípulos para poder celebrar "la cena de Pascua". Esta sala es la iglesia o templo, donde los miembros de la comunidad nos reunimos cada domingo con Jesús para celebrar el banquete pascual. En él comemos el pan de la eucaristía que nos transforma también a nosotros en cuerpo de Cristo, en miembros de este cuerpo vivo y real de Jesús, que es la Iglesia.

Así en esta fiesta de hoy celebramos a Jesucristo, doblemente presente entre nosotros: primero por su presencia real en el cuerpo y la sangre, bajo las especies consagradas del pan y el vino, en segundo lugar por su presencia a través de su cuerpo místico que es la Iglesia, que somos nosotros. Así podemos decir que la eucaristía crea la Iglesia (cuerpo de Cristo) y que la iglesia crea la Eucaristía (celebrando la misa-memorial).

-La Eucaristía, Pascua de la nueva alianza. La Eucaristía es también el signo del pacto o alianza hecha por Dios y su pueblo. El libro del Éxodo nos ha recordado el sacrificio de víctimas y el holocausto sobre el altar de doce piedras rociado con la sangre de la alianza que el Señor hizo con su pueblo. También la carta a los cristianos hebreos nos ha hablado de Cristo como gran sacerdote del mundo renovado, sin servirse ya de la sangre de machos cabríos y de toros como Moisés lo hiciera en el Antiguo Testamento, sino con sus propias sangre. Cristo es, por tanto, el mediador de una nueva alianza.

La eucaristía que celebramos los cristianos renueva, actualiza, celebra esta nueva alianza, "sangre de la alianza nueva y eterna". La alianza es una realidad que perdura siempre entre Dios y su pueblo, porque fue sellada para siempre en Jesucristo nuestro Señor; por tanto, no es un rito inicial o una historia sagrada, sino que la alianza eucarística es el cumplimiento y la realidad de aquella antigua alianza. El hecho de que sea NUEVA, no significa que sea distinta, sino que es siempre la misma, pero la alianza eucarística del Nueva Testamento: es NUEVA porque en Cristo se cumplió totalmente, es ETERNA en el sentido pleno de futuro escatológico, es UNIVERSAL porque la sangre de Cristo fue derramada por todos los hombres, es INTERIOR y ESPIRITUAL porque es sacramental, pero real.

-Renovamos la alianza. Todo esto es lo que celebramos también en esta fiesta del Corpus, el nuevo pueblo de Dios que somos nosotros, la Iglesia de Jesús reunida para adorar hoy a nuestro Dios y Señor que se hace presente entre nosotros por la eucaristía. Al tiempo que ofrecemos este sacrificio de Jesús y nuestro, renovamos y sellamos de nuevo la alianza Nueva y Eterna, que nos compromete una vez más a ser fieles, no sólo a su doctrina, sino a su persona, para que siga siendo El nuestro Dios y nosotros su pueblo.

F. J. PARES
MISA DOMINICAL 1982, 12


 

6. ALIANZA/SANGRE:

-LA SANGRE DE LA ALIANZA.

Hoy celebramos la fiesta del Corpus Christi, en realidad, la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, simbolizados en la eucaristía. Precisamente las tres lecturas, si os habéis fijado, hablan casi exclusivamente de la sangre. La sangre ha sido durante siglos el símbolo de la vida. Y hoy nuevamente vuelve este simbolismo en la necesidad e importancia de la sangre, de las transfusiones de sangre, para salvar vidas humanas. Para los judíos era mucho más que un símbolo, era la vida misma, el alma de la vida. Por eso tenían prohibido comer carne de animales sofocados; sólo comían carne de animales degollados. La sangre se reservaba aparte; una mitad se derramaba sobre el altar, para Dios, la otra mitad se utilizaba para rociar al pueblo. Así, con la sangre de los animales sacrificados, se renovaba la alianza entre Dios y su pueblo. La primera lectura nos ha recordado este hecho en la solemnidad del Sinaí. Todo el pueblo selló y aceptó el compromiso: haremos todo lo que manda el Señor.

-LA SANGRE DE CRISTO. Pero aquella alianza se sellaba, como nos recuerda Pablo, con sangre de animales, machos cabríos y corderos. Era todo un símbolo de los nuevos tiempos, de la Nueva Alianza, que será sellada con la sangre de Cristo, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús es el nuevo Moisés, y más que Moisés o los profetas, pues es el mediador entre Dios y los hombres, Dios hecho hombre. Y por él hemos sido reconciliados con el Padre a través de su sacrificio en la cruz. Con su sangre nos ha rescatado, nos ha liberado, nos ha puesto en paz con Dios y hace posible la reconciliación y la paz entre los hombres.

Nuevamente la sangre, pero ésta por última vez, es el principio de vida para la humanidad. Aunque, desgraciadamente sigue corriendo la sangre con demasiada frecuencia.

-ESTA ES MI SANGRE. Jesús derramó hasta la última gota de su sangre en la cruz el viernes santo. Pero el jueves, la noche antes de padecer, en la última Cena quiso dejarnos un memorial imborrable de su sacrificio en la eucaristía. Nos lo recordaba San Marcos. Primero tomó pan y sentenció "éste es mi cuerpo", después tomó la copa llena de vino y proclamó "ésta es mi sangre". Y nos invitó a repetir estos gestos en su memoria. Es lo que hacemos cada domingo, al celebrar la eucaristía. Recordamos, y de un modo especial en este día -del Cuerpo y Sangre de Cristo- lo que hizo Jesús. Y como los israelitas en el Sinaí, comulgamos, es decir nos comprometemos con Jesús y en la tarea de Jesús, prometiendo cumplir el mandamiento del Señor: amaos los unos a los otros, como yo os he amado, hasta el colmo de dar la vida.

-CONSANGUINIDAD Y COMPROMISO. Por la comunión del pan y del vino, del cuerpo y sangre del señor, nos incorporamos a Cristo y a su Iglesia y nos convertimos en hijos de Dios y consanguíneos suyos. La eucaristía es como una transformación, porque es una transfusión de la sangre, de la vida, del espíritu de Cristo.

Entramos así en su misión y en su causa. Los primeros cristianos se tomaban muy en serio lo que celebraban en la eucaristía, por eso vivían como hermanos y no había entre ellos pobres, ni marginados, porque todo lo ponían en común. La celebración de la Cena del Señor era para ellos un memorial imborrable del amor de Dios, y un estímulo irresistible de solidaridad con los hermanos. Hoy, en cambio, los cristianos reducimos la misa a un rito o un compromiso, pero nos perdemos de la misa la mitad, pues apenas trasciende de las puertas del templo a la calle y a la vida pública. Nos contentamos con venir a misa, en vez de venir a Misa para acrecentar nuestro amor, nuestra solidaridad y nuestros esfuerzos por la justicia.

-TRABAJEMOS POR LA JUSTICIA. Tenemos que recuperar la memoria de Jesús, recobrando la verdadera dimensión de la eucaristía. Y tenemos que recuperar también la tradición de los primeros cristianos, que se tomaron en serio la eucaristía y vivían como hermanos en solidaridad. Trabajar por la justicia es el modo de amar a los hermanos, que nos sugiere Cáritas en este día. Porque la justicia es el paso previo para el amor, o es el primer paso del amor. El panorama del subdesarrollo, del tercer mundo, de la pobreza, las desigualdades sociales, la separación cada vez más inhumana entre ricos y pobres, la marginación, la discriminación, la violencia... son un reto para la ley y el amor cristianos. Es verdad que se trata de un problema de tal envergadura, que nadie podemos resolverlo. Pero eso no significa que no tenga solución.

La solución está en el camino de la toma de conciencia, en la unión de esfuerzos, en el asociacionismo, en la acción pública y en la participación en los mecanismos políticos nacionales e internacionales. No podemos conformarnos con ir a misa y rezar. Cuando venimos a Misa, tenemos que hacer lo que hacemos y significamos. Y cuando rezamos, tenemos que pedir a Dios que ayude a nuestro trabajo y esfuerzo por la justicia. Porque la justicia es nuestra tarea, nuestro compromiso, nuestra forma de llevar a cabo el mandamiento del amor.

EUCARISTÍA 1991, 26


 

7. CARITAS-DIA:

DÍA NACIONAL DE LA CARIDAD. No es por azar que el Día del Corpus sea Día Nacional de la Caridad; un día en que los creyentes pensemos, todos y especialmente, en ese misterio de amor que debe ser el fundamento de nuestro ser cristiano. Y no es casualidad este hecho, porque el Día del Corpus es un día en el que la Iglesia quiere que los cristianos pensemos con detenimiento en uno de los detalles del amor exquisito de Cristo para con los suyos, el detalle que le llevó a convertirse en pan para vivificar a los hombres e intentar que aquéllos que coman en la misma mesa y el mismo alimento sientan la necesidad de repartir la vida que reciben sin guardarse nada celosamente para sí.

Jesucristo sabía lo que es el pan para el hombre. Es fundamental. Pero advirtió en un gran momento de su vida que "no solo de pan" se vive. La realidad que contemplamos a diario, y que ha sido quizá una constante histórica en el desarrollo de la humanidad, es que el hombre, desoyendo la máxima de Cristo, se está empeñando en vivir sólo de pan. Los resultados no pueden ser más atroces. En esa búsqueda exclusiva del "pan" el hombre se ha encerrado en su propio egoísmo y ha empezado a desconocer a los demás hombres, que aparecen en su horizonte sólo como competidores. En consecuencia, se ha instalado en el mundo el hambre y la muerte. Miles de personas miran asombradas, con sus ojos apagados y mortecinos, como otros miles viven opíparamente sólo porque han tenido la suerte de nacer en una tierra determinada a la que se ha considerado exclusiva de los nacionales. Miles de hombres viven separados del quehacer social, víctimas de ese fenómeno que parecía superado para siempre y que se llama "el paro", auténtica plaga de un mundo moderno, tecnificado y soberbio, que está olvidando la solidaridad de unos hombres con otros mientras habla de sistemas económicos y curvas de oferta y demanda.

En consecuencia, en nuestras modernas calles, llenas de letreros luminosos y de espléndidos escaparates, donde se ofrecen los resultados más tentadores de la incitante sociedad de consumo, montones de manos extendidas nos entorpecen el paso y montones de niños tristes y explotados han cambiado sus juegos por una petición lastimera y quizá impuesta. Y todo porque el hombre busca sólo y por encima de todo "pan", olvidando esa añadidura que da al pan su verdadero sentido y lo coloca en su auténtico lugar. Necesitamos un alto en el camino. Y lo necesitamos los cristianos. Hoy podía ser ese momento. Hoy que es el Día del Pan por excelencia podríamos muy bien preguntarnos seriamente cuál es el pan que nosotros perseguimos y qué efecto produce en nosotros el que recibimos quizá hasta diariamente en nuestras eucaristías.

Hoy es un día especialmente apto para revisar nuestras comuniones, para ver hasta qué punto esas comuniones son un rito, carente de virtualidad, que nos deja estáticos y sin ninguna clase de compromiso personal con Dios y con los hombres. Hoy podríamos pensar en el momento solemne en el que Cristo quiso quedarse con nosotros y ver claramente que la comunión no puede significar nunca una huida, ni un quietismo, ni un apaciguamiento. Jesucristo repartió el pan e, inmediatamente, salió al exterior, donde le esperaba el dolor, la burla, el insulto y la muerte, que era el corolario del reparto del pan que había hecho entre los suyos. Así entendió la comunión Jesucristo; su participación en el "banquete eucarístico" llevó consigo el compromiso total de su vida a favor de los hombres.

Esta "lectura" que Cristo hizo de la Eucaristía es la que tenemos que contrastar con la que hacemos nosotros del mismo hecho. No es aventurado afirmar que muchos cristianos comulgamos y permanecemos ausentes del dolor de los hombres, de sus angustias, de sus necesidades, de sus carencias y aun de sus soberbias. El Día Nacional de la Caridad es sencillamente un intento para que nuestras comuniones sean no un "estar", sino un "darse", un salir de la inclinación general a buscar sólo y sobre todo el pan para abrir el corazón y la bolsa, naturalmente. Y naturalmente para hacer lo posible en pro de un mundo más justo en el que el Hombre, nazca donde nazca y viva donde viva, viva como un hombre. Es posible que este año en algunas regiones o provincias españoles el Día del Corpus haya dejado de ser uno de esos tradicionales y espléndidos jueves "que relucían más que el sol"; es posible que en muchos sitios el Corpus no sea un día festivo en el que las Custodias procesionales se asomen a las calles ante la mirada fervorosa de muchos e indiferente de otros. No importa.

Por encima de cualquier contingencia social lo que es verdaderamente importante en el Día del Corpus está más allá de la fiesta civil, por llamarla de alguna manera, porque está en algo que nadie ni nada puede cambiar ni quitar: en el esfuerzo consciente de unos hombres para penetrar en el misterio de amor de un Dios que quiso hacerse pan para conseguir que los que lo reciban nunca piensen que lo más importante de la vida son ellos mismos.

ANA MARÍA CORTES
DABAR 1985, 31


 

8.

-Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre, sangre de la Alianza Nueva (Mc 14, 12...26) Con este texto nos hemos encontrado ya al meditar las lecturas del Jueves Santo. Sin embargo, como veremos, la proclamación de la lectura del Antiguo Testamento hace que ahora lo escuchemos con especiales resonancias. Lo que aquí se subraya es el hecho de la Alianza Nueva. Así, pues, nuestro pasaje del evangelio de san Marcos ha sido elegido no tanto para ensalzar la presencia real, que con toda certeza se da por supuesta, cuanto para insistir en la Eucaristía como Alianza Nueva. Y, en efecto, el texto elegido insiste mucho en los preparativos de la Pascua y en la sala donde va a celebrarse la cena.

La sangre de la Alianza, pues, ha sido el principal motivo determinante de la elección de esta lectura. En el Nuevo Testamento, la sangre ha adquirido una importancia capital a partir de su relación con la muerte de Cristo. Es frecuente en él la expresión "sangre de Cristo" (1 Co 10, 16; 11, 27; Ef 2, 13; Heb 9, 14; 10, 9; 1 Jn 1, 7; 1 Pe 1, 2; Ap 7, 14; 12, 11). En realidad la expresión, íntimamente vinculada con el sacrificio de la cruz, es una manera de subrayar el poder salvífico de la muerte de Cristo. Esta muerte de Cristo es el sello de la Nueva Alianza. La Antigua Alianza del Sinaí se selló con la sangre (Ex 24, 8); la Nueva Alianza es sellada ahora, de una manera incomparablemente más fuerte, por la sangre de Cristo (Heb 9, 18). El efecto de esta Alianza Nueva es la remisión de los pecados. Jeremías anunció ya esta Alianza que había de venir (31, 31-34).

Cabe preguntarse si, en el pensamiento de Jesús, esta sangre de la Alianza, como la del Sinaí, puede tener alguna relación con Isaías 42, 6 y 49, 8, y con el Siervo de Yahvé que da su sangre por los suyos. En cualquier caso, aquí se trata de una nueva disposición adoptada por la historia de la salvación. En lo sucesivo, las relaciones entre Dios y los hombres evolucionan para realizar el plan de salvación querido por Dios; pues él fue quien tomó la iniciativa de las pasadas Alianzas y quien quiso la realización de esta Nueva, Eterna, definitiva Alianza.

Esta Alianza conduce al final de los tiempos, y "el vino nuevo del Reino" viene a subrayar la presencia de los tiempos mesiánicos y el festín escatológico.

-La sangre de la Alianza del Señor con nosotros (Ex 24, 3-8) La elección del libro del Éxodo como primera lectura nos ha invitado a insistir, en la proclamación del evangelio, sobre el tema de la Alianza que la celebración eucarística renueva y actualiza.

Pero ese texto del Éxodo no se contenta con recordar los ritos de la conclusión de la Alianza en la sangre. Subraya el compromiso concreto que lleva consigo el concluir una Alianza cuya iniciativa llevó Dios. No es sólo un rito de aspersión con la sangre que salvará; se tratará de poner en práctica las palabras del Señor.

¿Cuál es la voluntad de Dios manifestada por sus palabras? Se ve claramente que Dios quiere reunir a los hombres formando un pueblo que le rinda culto y que está dedicado a su servicio al mismo tiempo que detenta en propiedad las promesas que se le han hecho. Así, pues, en el Sinaí Dios se alía con un pueblo. Podría temerse que el modo judío de concertarse este Testamento haga demasiado exclusiva la Alianza, y que la salvación esté excesivamente ligada a un pueblo y a su felicidad temporal. Por otra parte, ¿no se propone en demasía la salvación como premio a la obediencia, mientras queda disminuida en su aspecto de gratuidad? La Alianza Nueva evitará todas estas posibilidades; irá dirigida a todos los pueblos, y, esta vez, lo primero que se cambiará por la sangre de Cristo y el envío del Espíritu serán los corazones. La participación en la Eucaristía vinculará cada vez más al cristiano con su Alianza y con la realización concreta de ella en él y en el mundo.

El salmo 115 es una acción de gracias por la Alianza, y la afirmación de la voluntad de ofrecer el sacrificio invocando el nombre de Dios. "AIzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor".

-Cristo, mediador de una Alianza nueva (Heb 9, 11-15)

En la carta a los Hebreos, la Alianza Nueva es considerada desde el punto de vista cultual y sacerdotal. Desde sus primeras líneas se presenta a Cristo como el sumo sacerdote de la Alianza, y se reconoce que el templo de su cuerpo es más perfecto que el de la Alianza antigua, por no haber sido construido por el hombre ni pertenecer, por lo tanto, a este mundo.

Continuando en esta misma línea de comparación con la antigua Alianza, sigue la carta describiendo teológicamente el sacerdocio de Cristo y su actividad. Se trata aquí no de sangre de animales, sino de la sangre de Cristo: se trata de una liberación definitiva: no se trata de una aspersión de sangre que purifica exteriormente para poder celebrar el culto, sino de una purificación de las conciencias por la sangre de Cristo que se ofrece a sí mismo como víctima sin mancha.

Así, pues, la carta ofrece elementos valiosísimos: Cristo, sumo sacerdote que penetra en el santuario una vez por todas y que da su propia sangre, el sacrificio de Cristo que se ofrece a sí mismo a Dios como víctima sin mancha, la sangre de Cristo que purifica nuestra conciencia, la Nueva Alianza.

Cristo, sumo sacerdote de la felicidad venidera: por ser el mediador entre el hombre y Dios (Heb 5, 1). El da a los hombres la posibilidad objetiva de la alianza con Dios. Proporciona, por lo tanto, los bienes superiores, la felicidad futura. Futura, pues si la oferta de la Alianza es perfecta y tiene lugar por parte de Dios, por nuestra parte esa oferta está aún en vías de consumarse. Si Dios ha presentado definitivamente su plan de salvación en la Alianza, nosotros necesitamos todavía, por nuestra parte, corresponder a él con una perfección no realizada aún. Sin embargo Cristo, anunciado por el sacerdocio antiguo, suplanta al sacerdocio que había prefigurado al suyo, realizando así la promesa de la Alianza.

A Cristo le basta entrar una sola vez en el santuario (Heb 9, 12). Lo hizo al pasar de este mundo a su Padre, y realizó esta entrada no de una manera simbólica, como en el ritual del Antiguo Testamento, sino con plenitud de realidad, ofreciendo el templo de su cuerpo que, por pertenecer a la humanidad y ser un verdadero cuerpo humano, pertenece a esta creación.

Cristo se ofrece a sí mismo como víctima. Y aquí la carta hace ver la diferencia existente entre la teología del sacrificio de Cristo y la del sacrificio del Antiguo Testamento. Lo que cuenta para este último es la aspersión de sangre. Para nosotros, la muerte y la sangre son símbolos de una actitud interior de Cristo. Y en realidad, lo que nos redime no es, hablando con propiedad, ni su muerte ni su sangre sino lo que esta muerte y esta sangre significan, es decir, la entrega perfecta al Padre en el cumplimiento de su voluntad. En este sentido, la actitud de Cristo fue y sigue siendo permanente: ofrece eternamente y una vez por todas, siendo continua su actitud de intercesión.

Nuestra conciencia es purificada por la sangre de Cristo, es decir, por el ofrecimiento interior significado por esta entrega de la sangre. El gesto de Cristo posee un poder de purificación que no deja de alcanzarnos cuando recurrimos a él; pues Cristo no ofreció una victima, sino que se ofreció a sí mismo. De manera que, una vez purificados, estamos capacitados para rendir culto al Padre en unión con el sacerdocio de Cristo. La Alianza se realiza objetiva, plena y definitivamente; lo que queda por hacer nos corresponde a todos nosotros: entrar lo más perfectamente posible en el camino de esta Alianza que se nos brinda permanentemente.

Hay en la Liturgia de las Horas una lectura tomada de las obras de santo Tomás de Aquino, que se inscribe en la línea ideológica de la carta a los Hebreos: "El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza a fin de que, hecho hombre. divinizase a los hombres. Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados (·AQUINO-TOMAS, Opusculum 57, in festo Corporis Christi, lect. 14).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982. Pág. 76-80


 

9. 

1. Hacia un culto interior

La festividad del «Corpus Christi», que de alguna manera es una repetición del jueves santo, podría, a primera vista, dar la impresión de que en el cristianismo el culto externo tiene una importancia de primerísimo orden. La pomposa celebración del Corpus y la relevancia que se le ha asignado en los países católicos, así parece confirmarlo. Y, sin embargo, los textos neotestamentarios que hoy ocupan nuestra reflexión más bien parecen insinuar lo contrario, es decir: en el cristianismo lo fundamental es el culto interior, característica de la nueva alianza.

Tratemos de ahondar en esta idea tan desarrollada por el Evangelio de Juan, por Pablo, y también vigorosamente insinuada por Marcos, el evangelista que nos acompañará a lo largo de este año. En la historia de las religiones, podemos distinguir dos etapas o estadios, más que cronológicos, cualitativos:

El primer estadio, reflejo de una mentalidad infantil, coloca el acento en el cumplimiento formal de la ley y en los actos exteriores de culto. La religiosidad se expresa fundamentalmente en normas y en ritos.

Si leemos los evangelios con cierta detención y sin prejuicios, podremos observar cómo Jesús criticó a menudo la religiosidad de fariseos y escribas por este motivo. En lo que respecta a la ley, la piedad judía acentuaba la meticulosidad de su cumplimiento, la escrupulosidad formal y la primacía de la norma sobre la conciencia del sujeto.

Jesús, por su parte, insistió en la relevancia del corazón y de la conciencia, es decir, de lo interior sobre lo exterior, como muchas veces tuvimos ocasión de comentar. En lo que respecta al culto, éste había sido sobrevalorado aun por encima del mandamiento supremo del amor, y se había caído en el ritualismo: el valor del rito por el rito, como si la ofrenda del hombre a Dios no incluyera al mismo hombre. También aquí la reforma de Jesús es bastante radical: el auténtico culto a Dios es el culto que nace del corazón y que se expresa en el amor al prójimo y en el servicio a la comunidad.

En efecto, parece infantil que Dios necesite la ofrenda de toros, panes o pájaros; o que sea suficiente para ser un hombre de fe el contentarse con un recitado de oraciones, cánticos o jaculatorias.

En este sentido, ya la oración del Señor, el Padrenuestro, es clara en su estructura: lo primero que el hombre le pide a Dios es el advenimiento de su Reino y el cumplimiento de su voluntad. Como diría en otra ocasión Jesús: si esto se consigue, el resto viene por añadidura.

Así se llega a un segundo estadio en la maduración de la religiosidad, en la que, no solamente en lo que a la ley respecta, el acento se coloca en lo interior del hombre, sino que también el culto exterior pasa a ser la expresión externa -necesaria en una comunidad- de un culto interior que no puede ser otro sino la entrega a Dios de la propia vida a través de la entrega a los hermanos.

Por tanto, el cristianismo no puede ya centrarse en el culto por el culto, en la hostia por la hostia, en el sacramento por el sacramento, sino en aquellas actitudes y en aquella praxis que hacen que sacramentos y cultos tengan valor y significados existenciales. Si nos quedaran dudas sobre esto, basta una rápida relectura de los dos textos neotestamentarios de hoy, para que surja una convicción clara.

2. El culto de la entrega servicial

a) El texto de Marcos, uno de los más primitivos del Nuevo Testamento y ciertamente anterior a la Carta a los Hebreos, ya lo insinúa con seguridad al narrar la institución de la cena eucarística. En efecto: Jesús ordena preparar la cena como conmemoración de la Pascua judía, es decir, del paso liberador de Dios. No hay duda, por tanto, de que el acto cultual central del cristianismo está relacionado con la liberación del hombre. Sin liberación, no hay pascua ni hay tampoco eucaristía.

Pero en Jesús la liberación no es una palabra demagógica. Es un acontecimiento en el cual tuvo que poner todo de sí: no sólo los años de su predicación sino su propia vida. Jesús dio su vida por la liberación humana: esta frase no es una metáfora. Fue una realidad histórica que se concretó un viernes, a las tres de la tarde. Pues bien, como expresión simbólica o cultual de esa real entrega -el culto nuevo propiamente dicho, el culto interior-, Jesús instituye el rito eucarístico en el que entrega su cuerpo y su sangre bajo el símbolo del pan y del vino. Si la primera alianza se selló con la sangre de animales, la nueva se sella con la sangre real y caliente de Jesús, ajusticiado por el poder religioso de los judíos y por el poder político de los romanos.

El texto evangélico es claro; pues bien dice: cuerpo "entregado" y sangre «derramada». No es la materialidad del cuerpo o de la sangre de Jesús lo que constituye la ofrenda cultual a Dios, sino todo su ser en cuanto es dado, ofrecido y entregado por la liberación humana. Ese «en cuanto es dado, ofrecido y entregado» constituye la esencia misma del culto cristiano.

No hay duda, por lo tanto, de que la esencia del culto eucarístico está en esa actitud de entrega a Dios, no de animales, ni siquiera del cuerpo materialmente tomado, sino de toda la persona que vibra por un nuevo sentimiento: el servicio a la comunidad. El evangelista Lucas remacha este criterio -por si hiciera falta- cuando, con motivo de la discusión de los apóstoles por los primeros puestos, Jesús les recuerda que él no ha venido para ser servido sino para servir. Idéntica cosa hace Juan con motivo del lavatorio de los pies...

b) No menos claro es el autor anónimo de la Carta a los Hebreos en un texto que casi no necesita comentarios: «Cristo -dice- ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Su templo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario... consiguiendo la liberación eterna.»

Y más adelante insiste en que es «la sangre de Cristo que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, para purificar nuestras conciencias de las obras muertas y para llevarnos al culto del Dios vivo».

La conclusión de todo esto es clara: al celebrar hoy la festividad solemne del Cuerpo y de la Sangre de Jesús, no adoramos el cuerpo y la sangre de Jesús materialmente tomados, sino que veneramos el gesto de Jesús de ofrecerlos por nuestra purificación y liberación. Pero hay algo más: no se trata de una veneración estática. Es una veneración activa, que nos lleva a celebrar ese mismo "culto del Dios vivo", como dice la Carta a los Hebreos. Una celebración del Corpus sin nuestra entrega generosa para que hoy esta humanidad concreta, este país concreto, esta comunidad concreta, logren la ansiada liberación de cuantos males externos e internos las aquejan, no pasaría de ser un rito vacío desde la perspectiva de la nueva alianza. No basta cambiar la carne del becerro por la hostia y el vino consagrados para que celebremos el nuevo culto al Dios de la vida. Lo que se necesita es que esa hostia que hoy luce en relicarios de oro, sea la expresión de una vida efectivamente entregada en el prosaico relicario del trabajo, de la familia, del estudio, de la profesión, del arte, de la política, etc.

Si así fuera, nuestra celebración del Corpus Christi estaría encuadrada en el espíritu de la Pascua, tal como lo estuvo la última cena. Si millones de cristianos de nuestro país celebran hoy la fiesta del Corpus, esto debe significar que millones de cristianos están diciendo con sus vidas sí a la liberación del hombre.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. Vol. 3
EDICIONES PAULINAS
MADRID 1978. Págs. 35 ss.


 

10.

1. «Esta es mi sangre, sangre de la alianza».

Jesús envía a dos discípulos (en el evangelio) para que preparen la cena pascual, pero en realidad no tienen mucho que hacer porque el propio Jesús lo había previsto ya todo y les había dado las instrucciones oportunas. Del mismo modo nos encarga a nosotros una cierta preparación de la Eucaristía, pero todo lo esencial es configurado por él mismo: sólo él es el centro y el único contenido de lo que se celebra. En este centro la comunidad no tiene nada que «hacer»; este centro es para ella siempre algo completamente imprevisible y grandioso: que Jesús toma un pan ordinario y lo parte diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Y casi más incomprensible aún es lo otro: que tome el cáliz y lo dé a beber a sus discípulos con estas palabras: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos». Dice esto cuando todavía está sentado a la mesa con ellos, con lo que anticipa ya el derramamiento de su sangre. Y como habla de la «sangre de la alianza», Jesús remite al origen de la alianza en el Sinaí, de la que se informa en la primera lectura, pero muestra también cómo esta Antigua Alianza queda ampliamente superada en una «Nueva Alianza» (1 Co 11,25); la segunda lectura indicará la distancia que existe entre aquel comienzo y esta plenitud. Pero ambas lecturas muestran que Jesús, mediante la institución de la Eucaristía, lleva a plenitud la obra de su Padre, y esto en el Espíritu Santo, pues él mismo se ofreció como sacrificio en la cruz «en virtud del Espíritu eterno» (Hb 9,14). Por eso la solemnidad del Corpus Christi es una fiesta eminentemente trinitaria.

2. «Tomó Moisés la sangre... diciendo: Esta es la sangre de la alianza».

La alianza que Dios ofrece al pueblo en la primera lectura ha sido aceptada por éste unánimemente («a una»). Se ha convertido en una alianza recíproca. Para sellar ritual y oficialmente su seriedad, su indisolubilidad, se inmolan novillos cuya sangre es derramada por Moisés como mediador entre Dios y el pueblo: la mitad sobre el altar de Dios y la otra mitad, tras la lectura del documento de la alianza, sobre el pueblo. Las palabras explicativas: «Esta es la sangre de la alianza», recuerdan una relación de fidelidad similar a la que se establece cuando dos hombres concluyen entre sí una «fraternidad de sangre», pues cada uno da al otro lo más íntimo y vivo de sí mismo. Pero a esta fraternización del Sinaí le falta todavía un último elemento: la sangre que se derrama sobre el altar y sobre el pueblo es sangre de animal. La segunda lectura descartará este elemento extraño («la sangre de machos cabríos y de becerros») y lo sustituirá por la sangre de aquel que en su persona es tanto Dios como hombre.

3. «El mediador de una alianza nueva».

La Antigua Alianza, indisoluble en cuanto tal, se consuma cuando el mediador definitivo aparece ante el Padre «con su propia sangre», expía todas las infidelidades de los socios humanos del pacto y, porque «en virtud del Espíritu eterno» puede ofrecerse a Dios como sacrificio, «consigue la liberación eterna». Si Jesús nos ha legado este su eterno sacrificio no sólo para recibirlo, sino también para «hacerlo»: «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11,25), nosotros tendríamos que realizar este «haced» con sumo respeto y fervor.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994. Pág. 166 s.