COMENTARIOS AL SALMO 109

 

Oráculo del Señor a mi Señor:
«siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies».
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora».

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec».

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso, levantará la cabeza.


1. /SAL/109/AG:

En una lectura elegida para la Liturgia de las Horas del miércoles de la 2ª semana de Adviento, ·Agustín-SAN se dirige a nosotros en su comentario sobre los Salmos. Lo más importante de este pasaje es la afirmación del cumplimiento de las promesas divinas por medio del Hijo.

"... Pues Dios prometió la divinidad a los hombres, la inmortalidad a los mortales, la justificaci6n a los pecadores, la glorificación a criaturas despreciables.

Sin embargo, hermanos. como a los hombres les parecía increíble la promesa de Dios de sacarlos de su condición mortal -de corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza- para asemejarlos a los ángeles, no sólo firmó una alianza con los hombres para incitarlos a creer, sino que también estableció un mediador como garante de su fidelidad; y no estableció como mediador a cualquier príncipe o a un ángel o arcángel, sino a su Hijo único. Y por él nos mostró el camino que nos conduciría hasta el fin prometido.

Pero no bastó a Dios indicarnos el camino, por medio de su Hijo: quiso que él mismo fuera el camino, para que, bajo su dirección, tú caminaras por él...

Todo esto debía ser profetizado y preanunciado para que no atemorizara a nadie si acontecía de repente, sino que, siendo objeto de nuestra fe, lo fuese también de una ardiente esperanza (Comentario sobre el salmo 109, 1-3).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 79 s.


2.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* Es un salmo-real: la escena se desarrolla en la "sala del Trono" del palacio real de Jerusalén, que se eleva a la "derecha" del Templo cuando uno mira hacia el Oriente. Después de la ceremonia religiosa (la Unción) que tiene lugar en el Templo, viene la entronización mediante un ritual preciso, como el de cualquier corte Oriental: En nombre de Dios, un profeta invita al nuevo rey a "sentarse en su trono"... En los escalones, hay guerreros esculpidos sobre los cuales pasa el rey, pisándolos simbólicamente (los museos de todo el mundo poseen muestras de estas "¡escalinatas reales!")... Luego, se "sienta solemnemente, y el profeta le entrega el cetro, insignia de mando militar y político... Luego recibe su título prestigioso:" "Tú eres el hijo de Dios", engendrado antes que la aurora, porque "tu generación es eterna, en el pensamiento de Dios desde toda la eternidad" (este título de "hijo de Dios" hace parte de la ideología real de todo el Medio Oriente: Egipto, Persia, Asiria)... Y para terminar la investidura, el joven rey es constituido sacerdote (todo rey en Oriente era al mismo tiempo sacerdote, con la función de ofrecer los sacrificios)... Finalmente, el profeta presagia victorias para el nuevo rey: el será juez, el "justiciero" que destruirá a los malvados.

Como ya se ha dicho, los salmos de este tipo no acompañaban necesariamente una entronización efectiva (la realeza duró muy poco tiempo en Israel); se trata más bien de un "revestimiento" simbólico, de una especie de "parábola" para evocar y desear la venida del Rey-Mesías que Dios enviaría a su pueblo: es la espera mesiánica de Israel, la que se expresa en este canto, mediante imágenes de intensa poesía.

SEGUNDA LECTURA: CON JESUS

** Jesús citó este salmo, en una controversia que tuvo con los fariseos: ¿Cuál es vuestra opinión sobre el Mesías? ¿De quién es hijo? Ellos respondieron: de David. Jesús replicó: ¿Cómo pues David inspirado por el Espíritu Santo lo llama Señor, diciendo: dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies? "Si David lo llama señor, ¿cómo puede ser su hijo?" De esta manera "Jesús subrayó el carácter misterioso de su origen" Y sugirió que El era el Mesías esperado. Los primeros cristianos citaron frecuentemente este salmo 109: (Hechos 2,34; Hebreos I ,13, 5,6, 6,20 -7; I Corintios 15,25).

El salmista no sospechó hasta qué punto sería verdad lo que anunciaba:

-"Hijo de Dios" engendrado desde toda la eternidad, desde la aurora.

-"Sentado a la derecha de Dios", por su Ascensión gloriosa...

-"Puso a todos sus enemigos bajo sus pies", y el último enemigo vencido! la muerte... Y también el pecado, y "toda potencia maligna"...

-"Rey", lo es plenamente, pero su "realeza" "no es de este mundo"... No cesamos de afirmar esta realeza en cada una de nuestras oraciones: "Por Jesucristo, Tu Hijo, nuestro Señor, que reina contigo y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos".

-"Padre Eterno", su sacerdocio es de un orden muy particular: no es del orden de Aarón (los sacerdotes judíos sacrificaban únicamente animales), sino del orden de Melquisedec (el rey-sacerdote que ofreció pan y vino)... No ofrece a Dios algo exterior a él: se ofrece a sí mismo como víctima santa... "Este es mi cuerpo, entregado por vosotros. Esta es mi sangre, derramada por vosotros". De ahí que la Iglesia proponga este salmo para la fiesta del "Cuerpo y Sangre" de Cristo.

-"El juzga a las naciones", en el día de Dios. Afirmación explícita de la victoria final y decisiva de Dios (dimensión escatológica). Jesús reivindicó el papel típico del Mesías: "Todas las naciones de la tierra se reunirán ante El" "Cuando se siente sobre su trono de gloria". (Mateo 25, 31-32).

Para orar hoy con este salmo, hay que tener presentes todas estas alusiones: es Jesucristo viviente quien canta hoy este poema lírico. Nadie puede ocupar nuestro lugar, para actualizar este salmo. Nuestra situación, nuestra edad, nuestras responsabilidades, nuestro estado de ánimo, nuestros cuidados, darán a este salmo matices personales diferentes.

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** Jesús. mi rey. No un rey en el palacio de Louvre o de Versalles sino en mi corazón y en mi vida."Mi rey", no reina como los demás reyes de la tierra. No "domina" (Mateo 20, 25) haciendo "pesar su poder", sino haciéndose el "servidor": "el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir, y dar su vida" Quiero que reine en cada minuto de mi vida: que sea el rey de mi espíritu, de mi trabajo, de mi corazón...

Jesús, mi vencedor. En este mundo debo afrontar toda clase de combates: pero Jesús es mi victoria, El triunfa cuando logro hacer triunfar la justicia, la conciencia profesional, la verdad, el amor... En un mundo en que fuerzas contrarias están desencadenadas. Jesús, mi sacerdote eterno. En cada Misa, renuevo la "ofrenda que hizo de sí mismo, una vez por todas en la cruz". ¡Participo de este maravilloso sacrificio que hizo, un día, de sí mismo, hasta el fin!

MISA/ABURRIRSE:Muchos jóvenes y adultos ya no van a Misa porque "se aburren en ella". ¿Qué imágenes damos del "Cuerpo y Sangre" de Cristo? No es cuestión de "liturgia" ni de "rito", ningún "truco", ningún "ambiente", es capaz de hacer interesante esta hora fantástica de la Misa: el mayor acto de amor y de servicio que haya sido jamás vivido por un corazón humano... El don total de sí que Jesús quiso vivir libremente "No hay mayor amor que dar la vida por aquel que se ama"... "Nadie me quita la vida, Yo la doy"... "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin"... ¡Este es mi sacerdote! Este, ante quien celebro cada Eucaristía, ante quien me prosterno, cuando oro ante el Tabernáculo, fuente inmortal de la que bebo cuando comulgo: es una "celebración del amor", es una "presencia del amor", es una "fuente de amor".

Para comprender mejor este salmo 109, de "gloria divina", es interesante escuchar a Pascal: "inútil hubiera sido para nuestro Señor Jesucristo venir como rey, para manifestar su reino de santidad; El vino en el esplendor de su orden. Escandalizarse de la humildad de Jesús, es hacer el ridículo... Pero los hay que sólo admiran las grandezas carnales"...

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 212-215


3.

Este es mi salmo, Señor, tu bendición especial para mí, tu recordatorio del día en que mis manos fueron ungidas con óleo sagrado para que yo pudiera bendecir a los hombres en tu nombre. Tu promesa, tu elección, tu consagración. Tu palabra empeñada por mí en prenda sagrada de tu comproiniso eterno:

«El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec». 

Desde aquel día, el mismo nombre de «Melquisedec» suena como un acorde en mis oídos. Su misterioso aparecer, su sacerdocio real, su ofrenda de pan y vino y su poder de bendecir al mismo Abrahán, en quien son benditos todos los que creen. De él viene mi linaje sagrado, el pan y el vino que mis manos reparten, y el derecho y la autoridad de bendecir en tu nombre a todos los hombres y mujeres, grandes y pequeños. Mi árbol de familia tiene hondas raíces bíblicas.

Mi sacerdocio es tan misterioso como el personaje de Melquisedec. Nunca llego a agotar el fondo de su significado. Miro mis manos y me asombro de cómo pueden perdonar pecados, bendecir a los niños y hacer bajar el cielo a los altares de la tierra. La misma grandeza de mi vocación me trae dudas de mi propia identidad y crisis de inferioridad. ¿Cómo puede la pequeñez de mi ser albergar la majestad de tu presencia? ¿Cómo puede mi debilidad responder a la confianza que has puesto en mí? ¿Cómo puedo perseverar frente a peligros que amenazan mi integridad y minan mis convicciones?

La respuesta es tu palabra, tu promesa, tu juramento. Has jurado, y dices que no te arrepentirás. No cambiarás tus planes sobre mí. No me despedirás. No permitirás que tampoco yo rompa por mi parte el vínculo sagrado. Y yo no quiero que lo permitas. Quiero que tu juramento permanezca firme, para que la firmeza de tu palabra afiance la movilidad de mi corazón. Confío en ti, Señor. Confío en la confianza que tienes en mí. Y que nunca traicione yo esa confianza.

Que no te arrepientas jamás de haberme ungido, Señor. Y que yo tampoco me arrepienta.

Que tu palabra sagrada me acompañe todos los días de mi vida: «Eres sacerdote para siempre».

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
ORAR LOS SALMOS
Paulinas Sal Terrae.Santander-1989, pág. 210


4.

CIUDAD DEL VATICANO, 26 de noviembre de 2003 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles en la que meditó sobre el Salmo 109, «El mesías, rey y sacerdote».


1. Hemos escuchado uno de los Salmos más famosos en la historia de la cristiandad. El Salmo 109, que la Liturgia de las Vísperas nos propone cada domingo, es citado repetidamente por el Nuevo Testamento. De manera particular se aplican a Cristo los versículos 1 y 4, siguiendo la antigua tradición judía, que había transformado este himno de canto real davídico en Salmo mesiánico.

La popularidad de esta oración se debe también a su recitación constante en las Vísperas del domingo. Por este motivo, el Salmo 109, en la versión latina de la «Vulgata», ha sido objeto de numerosas y espléndidas composiciones musicales que han salpicado la historia de la cultura occidental. La liturgia, según la praxis elegida por el Concilio Vaticano II, ha recortado del texto original hebreo del Salmo, que por cierto sólo tiene 63 palabras, el violento versículo 6. Recalca la tonalidad de los «Salmos de imprecación» y describe al rey judío cuando avanza en una especie de campaña militar, aplastando a sus adversarios y juzgando a las naciones.

2. Dado que tendremos la oportunidad de volver a meditar en otras ocasiones sobre este Salmo, por el frecuente uso que hace de él la Liturgia, nos contentaremos por el momento con ofrecer una mirada de conjunto.

En él se pueden distinguir con claridad dos partes. La primera (Cf. versículos 1-3) contiene un oráculo dirigido por Dios a quien el Salmista llama «mi Señor», es decir, al rey de Jerusalén. El oráculo proclama la entronización del descendiente de David «a la derecha» de Dios. El Señor, de hecho, se le dirige con estas palabras: «siéntate a mi derecha» (versículo 1). Probablemente nos encontramos ante la referencia a un rito, según el cual, el elegido se sentaba a la derecha del Arca de la Alianza para recibir el poder de gobierno del rey supremo de Israel, es decir, del Señor.

3. Como telón de fondo se perciben fuerzas hostiles, neutralizadas por una conquista victoriosa: los enemigos son representados a los pies del soberano, que camina solemnemente entre ellos, rigiendo el cetro de su autoridad (Cf. versículos 1-2). Ciertamente es el reflejo de una situación política concreta, que se daba en los momentos del paso de poder de un rey a otro, con la rebelión de algunos subalternos y con intentos de conquista. Pero el texto hace referencia a un enfrentamiento de carácter general entre el proyecto de Dios, que actúa a través de su elegido, y los designios de quienes quisieran afirmar un poder hostil y prevaricador. Se da el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, que tiene lugar en las vicisitudes históricas, a través de las cuales Dios se manifiesta y nos habla.

4. La segunda parte del Salmo contiene, sin embargo, un oráculo sacerdotal, que también tiene por protagonista al rey davídico (Cf. versículos 4-7). Garantizada por un solemne juramento divino, la dignidad real abarca también la sacerdotal. La referencia a Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, es decir, la antigua Jerusalén (Cf. Génesis 14), busca justificar quizá el sacerdocio particular del rey junto al sacerdocio oficial levítico del templo de Sión. Es sabido, además, que la Carta a los Hebreos se basará precisamente en este oráculo --«Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec» (Salmo 109, 4)-- para ilustrar el perfecto y particular sacerdocio de Jesucristo.

Examinaremos después más a fondo el Salmo 109, con un análisis de cada uno de los versículos.

5. Como conclusión, sin embargo, queremos volver a leer el versículo inicial del Salmo con el oráculo divino: «siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies». Lo haremos con Máximo de Turín (siglo IV-V), quien en su Sermón sobre Pentecostés hace este comentario: «Según nuestra costumbre, el trono se ofrece a quien, tras haber realizado una empresa, al llegar vencedor, merece sentarse en un puesto de honor. Del mismo modo, el hombre Jesucristo, al vencer con su pasión al diablo, abriendo con su resurrección los reinos bajo tierra, llegando victorioso al cielo, al haber realizado una empresa, escucha de Dios Padre esta invitación: "Siéntate a mi derecha". No hay por qué sorprenderse por el hecho de que el Padre le ofrezca el trono al hijo, que por naturaleza es de la misma sustancia del Padre... El Hijo se sienta a la derecha porque, según el Evangelio, están las ovejas, mientras que a la izquierda están los cabritos. Es necesario, por tanto, que el primer Cordero esté en el lugar de las ovejas y que su Cabeza inmaculada tome posesión con anticipación del lugar destinado al rebaño inmaculado que le seguirá» (40,2: «Scriptores circa Ambrosium», IV, Milano-Roma 1991, p. 195).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, se leyó esta síntesis de la intervención del Papa y después el pontífice pronunció su saludo a los fieles en castellano:]

Queridos hermanos y hermanas:

La primera parte de este famoso salmo que hemos escuchado se refiere a la entronización del Elegido a la derecha del Señor. Con su poder se podrá someter a los enemigos del bien y llevar a cabo los designios divinos de salvación.

En la segunda parte se añade el juramento solemne de Dios, que otorga al Elegido la dignidad real y la sacerdotal, no vinculada a pretensión alguna por parte del ser humano.

Por el sentido mesiánico, que ya desde antiguo tuvo este Salmo, el cristianismo lo ha aplicado a Cristo, sentado a la derecha del Padre, que por su misterio pascual es vencedor de todo mal y mediador verdaderamente único para toda la humanidad.


5.Juan Pablo II: Cristo, sacerdote que reconcilia a la humanidad
Intervención en la audiencia general

CASTEL GANDOLFO, miércoles, 18 agosto 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II este miércoles dedicada a comentar el Salmo 109, cántico al «Mesías, rey y sacerdote».


Oráculo del Señor a mi Señor:
«siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies».

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora».

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec».

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso, levantará la cabeza.


1. Tras las huellas de una antigua tradición, el Salmo 109, que acabamos de proclamar, constituye el componente primario de las Vísperas dominicales. Aparece en cada una de las cuatro semanas en las que se articula la Liturgia de las Horas. Su brevedad, acentuada por la exclusión en el uso litúrgico cristiano del versículo 6, de carácter imprecatorio, no implica una ausencia de dificultades exegéticas e interpretativas. El texto se presenta como un salmo real, ligado a la dinastía de David, y probablemente hace referencia al rito de entronización del soberano. Sin embargo, la tradición judía y cristiana ha visto en el rey consagrado el perfil del Consagrado por excelencia, el Mesías, el Cristo. Desde esta perspectiva, el Salmo se convierte en un canto luminoso elevado por la Liturgia cristiana al Resucitado en el día festivo, memoria de la Pascua del Señor.

2. El Salmo 109 tiene dos partes, ambas caracterizadas por la presencia de un oráculo divino. El primer oráculo (Cf. versículos 1-3) está dirigido al soberano en el día de su entronización solemne a la «derecha» de Dios, es decir, junto al Arca de la Alianza en el templo de Jerusalén. La memoria de la «generación» divina del rey formaba parte del protocolo oficial de su coronación y tenía para el rey un valor simbólico de investidura y de tutela, al ser el rey lugarteniente de Dios en la defensa de la justicia (Cf. versículo 3).

En la relectura cristiana, esta «generación» se hace real al presentar a Jesucristo como auténtico Hijo de Dios. Así sucedió en el uso cristiano de otro famoso salmo regio-mesiánico, el segundo del Salterio, en el que se lee este oráculo divino: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy» (Salmo 2, 7).

3. El segundo oráculo del Salmo 109 tiene, por el contrario, un contenido sacerdotal (Cf. versículo 4). El rey también desempeñaba antiguamente funciones de culto, no según la línea del sacerdocio levítico, seno según otra relación: la del sacerdocio de Melquisedec, el rey-sacerdote de Salem, Jerusalén preisraelita (Cf. Génesis 14,17-20).

En la perspectiva cristiana, el Mesías se convierte en el modelo de un sacerdocio perfecto y supremo. La Carta a los Hebreos, en su parte central, exaltará este ministerio sacerdotal «a semejanza de Melquisedec» (5, 10), viéndolo encarnado en plenitud en la persona de Cristo.

4. El primer oráculo es citado en varias ocasiones por el Nuevo Testamento para celebrar el carácter mesiánico de Jesús (Cf. Mateo 22, 44; 26,64; Hechos 2, 34-35; 1 Corintios 15, 25-27; Hebreos 1,13). El mismo Cristo ante el sumo sacerdote y ante el Sanedrín judío retomará explícitamente este Salmo, proclamando que se sentará «a la diestra del Poder» divino, como se dice en el Salmo 109, 1 (Marcos 14,62; Cf. 12, 36-37).

En nuestro itinerario por los textos de la Liturgia de las Horas volveremos a comentar este salmo. Para concluir nuestra breve presentación de este himno mesiánico queremos subrayar su interpretación cristológica.

5. Lo hacemos con una síntesis de san Agustín. En el «Comentario al Salmo 109», pronunciado en la Cuaresma del año 412, presentaba el Salmo como una auténtica profecía de las promesas divinas sobre Cristo. El famoso padre de la Iglesia decía: «Era necesario conocer al único Hijo de Dios, que vendría entre los hombres para asumir al hombre y para convertirse en hombre a través de la naturaleza asumida: moriría, resucitaría, ascendería al cielo, se sentaría a la derecha del Padre y cumpliría entre las gentes lo que había prometido… Todo esto debía ser profetizado y preanunciado para que no atemorizara a nadie si acontecía de repente, sino que, siendo objeto de nuestra fe, lo fuese también de una ardiente esperanza. En el ámbito de estas promesas se enmarca este Salmo, que profetiza en términos particularmente seguros y explícitos a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, en quien no podemos dudar ni siquiera un momento que haya sido anunciado el Cristo» («Comentarios a los Salmos», «Esposizioni sui Salmi», III, Roma 1976, pp. 951.953).

6. Dirigimos ahora nuestra invocación al Padre de Jesucristo, único rey y sacerdote perfecto y eterno, para que haga de nosotros un pueblo de sacerdotes y de profetas de paz y de amor, un pueblo que cante a Cristo rey y sacerdote, quien se inmoló para reconciliar consigo, en un solo cuerpo, a toda la humanidad, creando al hombre nuevo (Cf. Efesios 2, 15-16).