COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

Hb 9, 11-15
 

1. En el centro de Hebreos hallamos el punto de la muerte de Cristo por la que se ha conseguido la unión definitiva entre Dios y los hombres. Las alusiones a esta muerte y a sus efectos salvadores son bastante claras. Pero puede resultar confuso todo el tema de la terminología sacrificial aplicada a la muerte de Cristo que, efectivamente, en esta carta/escrito. Y no sólo sacrificial sino sacrificial expiatorio siguiendo los ritos veterotestamentarios del Levítico.

La explicación sacrificial de la muerte de Cristo, debería dejarse hoy día, en que sólo no explica nada sino lo confunde todo. En efecto, no existe sensibilidad ni comprensión del sentido auténtico del sacrificio, ni por parte de los cristianos, ni de quienes suelen explicar estos términos. Es algo obsoleto en nuestra cultura. Cuando se habla de la misa como sacrificio, o de la muerte de Cristo, normalmente no se explica nada, porque no hay referentes culturales en los oyentes ni en los hablantes. Por eso deberíamos dejar ese modo de hablar por incomprensible o confuso hoy.

En cambio hay que retener el contenido que es perenne: Cristo solidario con los hombres, participante de su destino hasta la muerte les abre la posibilidad de unirse con Dios, de establecer una nueva relación con Dios, de amarle, y ser amados por El. Nada de satisfacciones, expiaciones y otras metáforas menos pertinentes hoy.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1991, 30


 

2. La liturgia judía del día de la expiación expresaba de una manera grandiosa la conciencia de culpa del hombre y el anhelo por descargarla y alcanzar la reconciliación con Dios. El Sumo Sacerdote atravesaba el velo del templo, penetraba él sólo en el "recinto santísimo" y ofrecía en sacrificio la sangre de animales para expiar sus faltas y las del pueblo. Después salía para tener que recomenzar otro año el mismo ritmo. La culpa del hombre resultaba insuprimible.

Jesús ha penetrado en el santuario del cielo una vez por todas, para llegar a la presencia de Dios. Y lo ha hecho con el sacrificio de su pasión, es decir, en virtud de su propia sangre y a impulsos del Espíritu eterno de Dios. La eficacia de este acto permanece para siempre. La esperanza de los hombres de alcanzar el perdón de sus pecados y lograr la comunión con Dios queda cumplida real y definitivamente en el misterio de la muerte y exaltación de Jesucristo, el Hijo de Dios. Y la liberación conseguida en virtud de la sangre de Cristo se mantiene inagotable.

La sangre de Cristo sella una alianza nueva para siempre. Cristo es mediador de una nueva alianza. En efecto: Jesús es el enviado de Dios a los hombres (apóstol) y tiende un puente (pontífice) para hacer posible la unión entre ambos. Jesús manifiesta la última voluntad (testamento) de Dios para con los hombres, y la cumple ofreciéndose a sí mismo en la cruz. Es autor y realizador del Testamento.

EUCARISTÍA 1988, 27


 

3. 

-"Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos": El autor de los Hebreos explica el sacrificio de Cristo a partir de elementos comparativos del AT, pero con un cambio radical de su significado.

-"... ha entrado en el santuario una vez para siempre...": Como el sumo sacerdote en la celebración del Yom-Kippur entraba en el interior del santo de los santos, única ocasión anual, Cristo ha accedido una vez para siempre a Dios. Y esta entrada en la santidad de Dios la realiza a través de un tabernáculo que no pertenece al mundo de los hombres: es su mismo cuerpo renovado por la resurrección.

-".... consiguiendo la liberación eterna": Esto ha sido posible no por un sacrificio ritual, sino por el ofrecimiento de sí mismo. Inaugura de este modo el culto auténtico (personal, espiritual y perfecto) cuya eficacia es definitiva.

-"...Cristo, que, en virtud del Espíritu Santo, se ha ofrecido a Dios": Cristo es a la vez el sacerdote y la víctima. Es una víctima sin mancha, no en el sentido físico como pedía la Ley, sino por su falta de pecado y de complicidad con el mal. Es un sacerdote capaz, porque tiene el Espíritu: posee la fuerza de ofrecerse a sí mismo en obediencia a la voluntad de Dios y en solidaridad fraterna con los demás hombres y esta fuerza se eleva hasta Dios, como el fuego de los antiguos sacrificios.

J. NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1988, 12


 

4. La crítica que hace la epístola a los Hebreos se refiere esencialmente al valor de mediación del culto antiguo. Para el autor de la epístola, el Templo no podía conducir a Dios; al contrario, llevaba a un callejón sin salida. En efecto, al no exigir de por sí la liturgia sacrificial de la antigua alianza el compromiso personal del oficiante, el culto se revelaba incapaz de transformar en profundidad el ser del que ofrecía aquella liturgia.

Cristo se abrió camino hacia Dios penetrando en "su templo, más grande y más perfecto, mediante su propia sangre". Así pues, la ofrenda de su persona diferencia esencialmente su sacrificio de los sacrificios judíos: se pasaba de un culto ritual y exterior a una ofrenda profunda y total; de un culto separado de la vida a una ofrenda que se realizaba en los dramáticos acontecimientos de la Pasión. "Destruid este templo y en tres días lo levantaré": la nueva tienda por la que Cristo tenía acceso a Dios era el templo de su cuerpo, transformado personalmente por su compromiso personal. Se había pasado así de un culto exterior al "culto en espíritu y en verdad" El salmo 46 es una invitación a alabar a Yahvé, rey de Israel y del mundo. Aquí, acompaña el retorno de Cristo a la gloria del Padre, de ese Cristo cuya grandeza está inscrita en la cruz para siempre.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990. Pág. 46


 

5. SC-ESPIRITUAL 
Esta lectura está sacada de un capítulo que hay que leer entero. Se trata de probar la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre todas las demás formas de sacerdocio. Entre los argumentos que se exhíben, el capítulo 9 establece una comparación entre el sacrificio judío del gran día de la expiación y el sacrificio de Cristo.

El autor especifica que el paso de la antigua a la nueva alianza en forma de espiritualización y de interiorización. Sacrificio interior y sacrificio exterior se integran perfectamente uno y otro en Cristo.

a) En la Antigua alianza, la tienda era el punto de convergencia entre Dios y el pueblo, un instrumento que circunscribía la presencia de Dios. Ahora existe otra tienda: la personalidad humana de Cristo. Ya Juan había procedido a la misma sublimación respecto al Templo considerado igualmente en la humanidad de Cristo (Jn 3, 13-22). "Atravesar la tienda" significa, pues, "pasar a la humanidad" para hacer de su cuerpo la nueva tienda. Esta imagen sirve, por tanto, para describir la instrumentalidad salvífica de la humanidad de Cristo. El Señor pasa de la tienda al santuario, ese santuario "localizado en el cielo" y que es el mismo Dios.

b) El autor pasa después a la comparación de los ritos de la sangre. Si en el Antiguo Testamento esos ritos servían para la expiación, era tan solo en virtud de una decisión de Dios, no en virtud de un poder propio de la sangre (Lev 17). Su eficacia estaba, por consiguiente, limitada a la esfera de influencia que Dios le asignaba. Por el contrario, la sangre de Cristo es eficaz por sí misma, en virtud de la fuerza divina que encierra y que es eterna (expresión frecuente en la pluma del autor: Heb 6, 5; 9, 14-15; 5, 9; 13, 20), no solo porque es de duración infinita, sino, sobre todo, porque encierra el poder y la energía propias del mundo divino. En este sentido el autor puede decir que Cristo penetró en el santuario "una vez para siempre".

c) Eficacia eterna, pero también eficacia universal e interior: la sangre de Cristo hace no solo a un sacerdote, sino a todo un pueblo capaz de "servir al Dios vivo" (v. 14). En otras palabras, la sangre de Cristo hace a todo el pueblo sacerdote del Dios vivo (Rom 15, 1; Jn 4, 24) porque traduce la interioridad de Cristo, una interioridad que se mantiene perdurablemente y llega hasta la interioridad de cada uno.

Estos distintos elementos constituyen la nueva alianza: un nuevo punto de presencia y de coincidencia que no es ya la tienda, sino la humanidad de Cristo; una nueva sangre purificadora que purifica incluso pecados y capacita, sobre todo al sacerdote, para ofrecer su sacrificio espiritual.

d) Con su sacrificio, Cristo traspasa una tienda de un tipo nuevo que es su propia humanidad (v. 11; cf. Jn 1, 14b; según el griego: hacer su tienda). Penetra después en el verdadero santuario de Dios en su Ascensión. pero penetra de una vez para siempre, sin que cada año tenga que revalorizar su sacrificio. Además, la pretendida purificación del antiguo sumo sacerdote por medio de las abluciones se ve rechazada por la eficacia espiritual de la propia oblación de Cristo (v. 14). Finalmente, mientras que el sumo sacerdote penetraba solo en el santuario ahora es todo el pueblo el que tiene acceso al culto espiritual (v. 14).

Por eso el autor presenta la vida de Cristo, encarnación-ascensión, en forma de una liturgia de carácter sacrificial, con tensión escatológica en orden al florecimiento de la iglesia. La antigua fiesta de la Expiación se cumplió, pues, en la nueva alianza, cuyo templo no es ya de piedras, sino que está constituido por la humanidad de Cristo. La efímera eficacia del antiguo culto ha quedado desbordada en el nuevo rito, animado por el Espíritu de Dios (v. 14), establecido desde el principio en presencia de Dios y solidario de toda la humanidad.

El paso de la economía de la tienda a la economía de la humanidad de Cristo es en realidad un paso del objeto a la persona: la celebración litúrgica no será ya un espectáculo, sino el momento de un compromiso personal. No será celebración sino allí donde cada uno sea respetado, se sienta conocido, pueda conocer a los demás, allí donde cada uno descubra la fuente última del verdadero compromiso con las estructuras políticas y sociales del mundo.

Esta reivindicación encuentra hoy una excelente ocasión para exteriorizarse y para tomar forma en las celebraciones en pequeños grupos. Lo cual no quiere decir que hayan de condenarse las celebraciones en masa, sino que hay que tomar conciencia de que estas últimas no pueden tener una auténtica efectividad sino en cuanto congregan a unos fieles que, por otro lado, se encuentran en comunidades más reducidas. Esta evolución de la liturgia hacia grupos reducidos no es tan solo un "mal del siglo" o un fenómeno de orden puramente psicológico; es el fruto natural de un concepto personalista del culto y del sacrificio del Cristo-sacerdote.

Dios ha educado progresivamente a su pueblo para que pase de los sacrificios sangrientos de los orígenes a la oblación espiritual inaugurada por Cristo. Podemos señalar varias etapas en el curso de esta evolución.

La etapa "cuantitativa" en la que los judíos ofrecen un holocausto de tipo pagano, el diezmo y las primicias de sus bienes (Lev 2; Dt 26, 1-11). Se trata de un sacrificio de ricos, puesto que su riqueza y la abundancia de sus bienes se pone de manifiesto hasta en el sacrificio, con lo que tienen garantizada una importancia (y consiguientemente un valor religioso) mayor (2 Cr 7, 1-7).

Sin embargo, este tipo de sacrificio se desarrolla sin realmente comprometer a quienes participan en él: el campesino judío presenta la víctima que el sacerdote sacrifica conforme a las rúbricas. Sólo la víctima se compromete..., pero ella lo ignora. Estamos todavía lejos de un sacrifico ideal en el que sacerdote y víctima coinciden en una sola persona. La reacción de los profetas contra este tipo de sacrificio, que deja finalmente de lado la actitud espiritual y moral, será violenta, pero en la mayoría de los casos estéril (Am 5, 21-27; Jer 7, 1-15; Is 1, 11-17; Os 6, 5-6). Habrá que esperar al destierro para que puedan ir tomando forma las primeras realizaciones.

En efecto, en el sacrificio de expiación, tipo de sacrificio que aparece, sobre todo, en esa época (Núm 29, 7-11), el aspecto cuantitativo desaparece en beneficio de una expresión más acentuada de los sentimientos de humildad y de pobreza. El esfuerzo más claro hacia esa espiritualización lo veremos realizado, sobre todo, en los salmos (Sal 39/40, 7-40; 50/51, 18-19; 49/50; Jl 1, 13-14; Dan 3, 37-43). Poco a poco se va formando así la conciencia de que el sentimiento personal constituye lo esencial del sacrificio. El sacrificio del Siervo paciente se convertirá en el tipo de sacrificio del futuro (Is 53, 1-10). Cristo pertenece evidentemente a esta última situación. Su obediencia y su pobreza son las que constituyen la materia de su sacrificio (Heb 2, 17-18; Rom 5, 19; Heb 10, 5-7; Mt 27, 38-60; Lc 18, 9-14). Por eso hace de ellas su oblación, una oblación del Siervo paciente (Jn 13, 1-15; Lc 22, 20; 23, 37; Mt 26, 3-5).

El sacrificio del cristiano sigue la misma dirección que el sacrificio de Cristo: una vida de obediencia y de amor, que por su asociación con Cristo, tiene valor litúrgico (Rom 12, 1-2; Heb 9, 14)

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969. Pág. 69


 

6. ALIANZA CR/SACERDOTE SCDO-COMUN

La nueva alianza no ha desplazado a la antigua sin rendirle los honores debidos. Había sido un ensayo -aunque a nosotros se nos antoje sumamente imperfecto y defectuoso- de la comunión o presencia de Dios con el hombre. Serviría además como pauta para describir la alianza nueva. Por eso, cuando el autor de nuestra carta se refiere a ella -a la alianza antigua- lo hace con respeto y veneración. Incluso se apoyará en ella para describir la magnitud y superioridad de la nueva.

La diferencia fundamental entre las dos alianzas es que la antigua giraba en torno a un santuario terreno, y por tanto, limitado y pasajero; la nueva está polarizada en torno el santuario celeste, se trata, por tanto, de una realidad perenne.

En la antigua alianza la tienda era el punto de convergencia entre Dios y el pueblo, un instrumento que circunscribía la presencia de Dios, ahora existe otra tienda: la personalidad humana de Cristo. También Juan el evangelista había procedido a la misma sublimación respecto al templo, considerado igualmente en la humanidad de Cristo (Jn 2, 13-22). "Atravesar la tienda" significa "pasar a la humanidad" para hacer de su cuerpo la nueva tienda. Esta imagen sirve, por tanto, para describir la instrumentalidad salvífica de la humanidad de Cristo.

El autor pasa después a la comparación de los ritos de la sangre. Si en el A. T. esos ritos servían para la expiación era tan solo en virtud de una decisión de Dios, no en virtud de un poder propio de la sangre. Su eficacia estaba por consiguiente limitada a la esfera de influencia que Dios le asignaba. Por el contrario, la sangre de Cristo es eficaz por sí misma, en virtud de la fuerza divina que encierra y que es eterna, no sólo porque es de duración infinita, sino sobre todo, porque encierra el poder y la energía propias del mundo divino. En este sentido, el autor puede decir que Cristo penetró en el santuario "una vez para siempre".

-Eficacia eterna, pero también eficacia universal e interior; la sangre de Cristo hace no sólo a un sacerdote, sino a todo un pueblo capaz de "servir al Dios vivo". En otras palabras, la sangre de Cristo hace a todo el pueblo sacerdote del Dios vivo, porque traduce la interioridad de Cristo, una interioridad que se mantiene perdurablemente y llega hasta la interioridad de cada uno (Rm 15, 01; Jn 04, 24).

Estos distintos elementos constituyen la nueva alianza: un nuevo punto de la presencia de Dios, que no es ya la tienda del Éxodo ni el templo de Jerusalén, sino la humanidad de Cristo; una nueva sangre purificadora que purifica incluso pecados y nos capacita para ofrecer su sacrifico espiritual. A la muerte de Jesús los evangelistas muestran el "velo" del templo rasgado en dos (Mc 15, 37). Como afirmando que la sede del Santo de los santos queda destruida. En adelante, el verdadero lugar de nuestro acceso a Dios es el cuerpo de Cristo, santuario mayor y más perfecto que el antiguo santuario, ¡este ha sido construido por Dios! " Y así ha entrado en el santuario del cielo una vez para siempre". Y allí nos introduce con él porque Jesús no es solo el camino del cielo, es ya el cielo realizado: "nos resucitó y nos hizo sentar en el cielo con él". (Ef 2,6).

El cielo ha comenzado en la medida en que vivimos "en el cuerpo de Cristo". El que cree en mí tiene vida eterna.

"Estar con Jesús es dulce paraíso". ........................................................................

7. Hb/09/11-28

En el sufrimiento y la muerte de Jesús en la cruz se hallan violentamente todos los grandes interrogantes de la vida humana. La primera pregunta que nos sale al encuentro es la pregunta sobre el hombre; por un lado, el interrogante sobre el sentido y la razón de un amor que puede llegar a ser fiel hasta la muerte; por otro, la pregunta sobre el pecado del hombre y la posibilidad de su cruel mediocridad; es la pregunta sobre la verdadera salvación y el verdadero fracaso del hombre. En el horizonte de este interrogante se halla oculta, pero siempre viva, la pregunta sobre Dios, sobre su impenetrable silencio ante los grandes sufrimientos y las terribles injusticias humanas, la pregunta sobre su providencia, el sentido de su amor, lo absoluto de la vida. La cruz de Jesús da a estos interrogantes una inesperada respuesta, que se convierte en una nueva pregunta, tal vez para nuestra sensibilidad todavía más incomprensible; la pregunta sobre Jesucristo, sobre el inexplicable desenlace de su vida y de su obra, sobre el absurdo del fracaso como victoria, de la muerte como camino de la vida. En la cruz se encuentra el núcleo de Jesús y de todo el cristianismo.

Al pie de la cruz se pueden hacer muchas consideraciones: la persecución injusta, la trágica acumulación de intereses, silencios, traiciones, el abandono de los amigos, la crueldad, el dolor. Pero el NT, y sobre todo Heb, tiene una visión única y reveladora: la razón de ser de todo el drama de la cruz es la libre y personal donación de Jesús a Dios hasta la muerte, el "ofrecimiento de la propia sangre" (7,27; 9,11-12; 25-26).

Jesús conoció al Padre y se entregó a él desde el primer momento (10,5-10)- esa entrega fiel lo condujo a la cruz, donde confirmó la radicalidad de su decisión. «Por esta donación propia, entró Jesús, de una vez para siempre, en el santuario, consiguiendo una liberación irrevocable» (19,11-14; 5,7-10). En la cruz se revelan el hombre y Dios; el hombre salvado, como el hombre que se entrega a Dios, pierde lo que es mortal y encuentra la vida (9,13-14; 10,19-24). Y Dios como el Absoluto de la vida y el amor que llama al hombre a la libre comunión con él, a la paz, a la vida eterna.

La actitud cristiana ante la cruz es la fe: acogida de la revelación del Dios vivo y del hombre salvado, que aparecen a la oscura luz de la cruz, y seguimiento de Jesucristo, purificando el corazón de todas las maldades humanas y dando un culto vivo a Dios (9,13-14).

G. MORA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético
a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981. Pág. 168 s.


 

8. Hb/09/11-28

El presente pasaje, particularmente los versículos 11-14, constituye el centro de la cristología de Heb, el núcleo de todo el escrito. El lenguaje es cultual; sin embargo, no es la acrítica comprensión del culto la que proyecta luz sobre el misterio de Cristo, sino que la cruz de Cristo da un contenido insospechado a las categorías cultuales. Lo primero que el autor pone ante nuestros ojos es el misterio del proceso personal de Jesucristo (9,11-12); sólo después, y a su luz, aborda el proceso de nuestra salvación (9,13-14).

En Heb, la clave para comprender el misterio de Jesús es su muerte; la muerte de Jesús fue un sacrificio, el sacrificio del mismo Jesús. «Cristo... entró de una vez para siempre en el santuario... mediante su propia sangre». La reiterada alusión a la sangre de Jesucristo responde al lenguaje cultual del autor; pero no debe constituir una trampa para nosotros: no debemos pensar confusamente que lo importante en la muerte de Jesús fue su sufrimiento o el derramamiento material de su sangre. Para Heb, la cruz de Jesús es la revelación del gran misterio de su libertad entregada. El sacrificio de Jesús fue la libre y esforzada entrega de su «yo» personal a Dios (10,4-10). El sufrimiento y la muerte son la prueba, el signo y la realización de su donación.

Partiendo de ahí se recupera y trasciende todo el lenguaje cultual. Jesucristo «entró en el santuario» (9,11), «en el mismo cielo» (9,24), es decir, se presentó ante Dios. Pero no después ni más allá de su cruz, sino en ella; su generosa donación selló su comunión personal con Dios. Así consiguió también la «perfección»: no más allá de los sufrimientos, sino en ellos (2,10), ya que en ellos aprendió la obediencia plena a Dios (5,8-9). Y fue también en el ofrecimiento de sí mismo, no después ni al margen de él, cuando Jesucristo fue consagrado «sumo sacerdote de los bienes definitivos» (9,11); la entrega de Jesucristo al Padre es perfecta y eterna, constituye la misma definición del Salvador sacrificado. En la raíz de esta potente visión se halla la fe fundamental: Jesucristo es el Hijo llegado a la perfección (7,28).

Ese sacrificio personal ofrece realmente a los hombres (dimensión pasiva) la posibilidad de su entrega personal a Dios (dimensión activa), en la cual consiste la "purificación de la conciencia" (9,14), la verdadera salvación. Por eso, Jesucristo es el mediador de la nueva alianza (9,15-23), es decir, de la comunión personal y libre del hombre con Dios.

G. MORA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético
a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981. Pág. 562 s.


 

9. Este fragmento de la carta a los cristianos hebreos centra nuestra atención en la eficacia del sacrificio de Cristo frente a los sacrificios del Antiguo Testamento. Mientras estos eran algo externo a la persona oferente y no llegaban a transformarla, el sacrificio de Cristo es algo personal: él mismo se ofrece. El movimiento oblativo de Cristo, en virtud del "Espíritu Santo", lo ha transformado, lo ha resucitado dándole la misma vida de Dios. Pero esta transformación no se queda sólo en Jesús, sino que en virtud del mismo Espíritu, el efecto transformador repercute también en nosotros, purificando nuestra conciencia, "llevándonos al culto del Dios vivo". Tal transformación de nuestras personas y esta relación con Dios constituye "la alianza nueva" que Cristo ha inaugurado con la ofrenda de su vida, de su "sangre". El autor no ha hecho sino comprender en clave sacrificial el movimiento interno del Misterio Pascual de Cristo.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 8, 37s.


10. Acerquémonos a Cristo Sumo Sacerdote, mediador de la nueva Alianza (Corpus Christi, ciclo B)
Comentarios a la segunda lectura dominical

ROMA, viernes 8 junio 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna "En la escuela de san Pablo..." ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para la solemnidad del Corpus Christi.

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Por Pedro Mendoza LC

"En cambio, Cristo se ha presentado como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo! Por eso es mediador de una nueva Alianza; para que, interviniendo su muerte para remisión de las transgresiones de la primera Alianza, los que han sido llamados reciban la herencia eterna prometida". Eb 9,11-15

Comentario

En los versículos anteriores al pasaje de este domingo (9,6-10) el autor de la carta a los Hebreos, refiriéndose al ministerio sacerdotal en el santuario terrestre, expone la división del tabernáculo en dos partes. Tal división a su vez condiciona una segunda modalidad del ministerio sacerdotal: en la primera tienda pueden entrar en todo momento los ministros del culto, mientras que en la segunda tienda, el "lugar santísimo", sólo el Sumo Sacerdote puede entrar una vez al año, en el gran día de la expiación, después de haber ofrecido un sacrificio cruento de expiación por el pecado. El autor afirma también que en tanto se sigan ofreciendo los dones y sacrificios prescritos por la ley, no hay camino que lleve al "lugar santísimo" del cielo, no hay perfección posible "en cuanto a la conciencia", es decir, no hay perdón efectivo de los pecados.

En contraposición al ministerio sacerdotal en el santuario terrestre, el autor da inicio, a continuación, a una sección dedicada al ministerio sacerdotal de Cristo en el cielo (9,11-14). Con la persona de Cristo se produce un cambio completo de sacerdocio y de ley (7,12). Hay que suponer también que incluso el teatro de su ministerio de Sumo Sacerdote es otro desde un principio.

La pregunta que este texto platea es: ¿cuándo fue constituido Cristo Sacerdote? ¿Ya en la tierra, en el momento de su pasión y muerte o sólo hasta su ingreso en el cielo, desde donde continúa ofreciendo constantemente a Dios su sangre derramada en la cruz? Para responder a esta pregunta es preciso tener debidamente en cuenta el significado de la muerte de Cristo y la argumentación que presenta la carta. Recogemos brevemente las anteriores aserciones sobre el ministerio sacerdotal de Jesús: nuestro Sumo Sacerdote ha atravesado los cielos (4,14); se ha ofrecido de una vez para siempre (7,27); se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad (8,1); es ministro del santuario y del verdadero tabernáculo erigido por el Señor y no por hombres (8,2); en la tierra no hubiera podido siquiera ser Sacerdote (8,4). Hay también otros pasajes que suenan como si sólo en el cielo hubiera sido nombrado Sumo Sacerdote (5,10; 6,20). Por otra parte la interpretación tipológica del ritual de la fiesta de la expiación de Lev 16 sólo permite sacar la conclusión de que Jesús, ya en su calidad de Sumo Sacerdote, se ofreció en la cruz y atravesó los cielos hasta llegar al trono de Dios. Por consiguiente, la idea de que la pasión y muerte de Jesús no fueran todavía una oblación sacerdotal es absurda y se ve repetidas veces refutada por ulteriores aserciones (9,26.28; 10,5-14).

Además, del pasaje que estamos examinando explicita que Cristo "se ha presentado como Sumo Sacerdote" (9,11a). Diciendo esto, el autor no quiere aplicarlo sólo al momento de la ascensión al cielo, sino que quiere interpretar teológicamente la entera existencia de Jesús. En contraposición con los ritos exteriores del Antiguo Testamento, el Sacerdocio de Jesús aporta las realidades, los bienes verdaderos (cf. 10,1). En concreto se piensa en las promesas "mejores" de la nueva alianza (8,6), en el perdón de los pecados y en la definitiva comunión con Dios. Jesús puede proporcionarnos estos bienes por el hecho de ejercer un excelente ministerio sacerdotal, que no se efectúa en el ámbito del tabernáculo terrestre, figurativo, sino en "una Tienda mayor y más perfecta, no de hechura humana, es decir, no de este mundo creado" (9,11b).

El autor continúa indicando que Jesús, con su muerte, entró en el verdadero lugar santísimo de Dios (9,12), algo que corrobora en lo sucesivo (9,24; 10,12.20). Ahora bien, ¿qué entiende el autor por el tabernáculo o tienda que forma parte del santuario celestial y que atravesó el Sumo Sacerdote Cristo? Sería un error pensar en las "regiones inferiores del cielo" o en tales o cuales "ámbitos suprasensibles". Más bien, con esta imagen atrevida de "una Tienda ... no de hechura humana, es decir, no de este mundo" (9,11) el autor califica teológicamente la entera manifestación histórica de Cristo. De este modo, la "Tienda mayor y más perfecta" que es la misma vida de Jesús sirve como base para la entrada en el verdadero lugar santísimo del cielo, para lo cual la tienda anterior de la antigua alianza no era en grado de servir.

En los versículos siguientes el autor expone cómo la muerte de Cristo, como sacrificio cruento, causó expiación eterna, y es capaz de purificar a la humanidad de todos los pecados pasados, presentes y futuros (vv.11-14). A todo esto el autor, retomando el concepto de la nueva Alianza, añade que ésta alcanzó su eficacia con la muerte de Cristo. Como no se entra en posesión de una herencia sino después de la muerte del que ha otorgado el testamento, así también hubo de morir Cristo para que pudiéramos entrar en posesión de su herencia prometida.

Aplicación

Acerquémonos a Cristo Sumo Sacerdote, mediador de la nueva Alianza.

Los tres textos que nos propone la liturgia para la Solemnidad del Corpus Christi tienen un tema en común, el de la alianza. El primero, tomado del libro del Éxodo, recoge el momento de la fundación de la antigua alianza; el segundo, correspondiente a un pasaje de la carta a los Hebreos, presenta el ministerio de Cristo como ministerio también de mediación y de alianza; el tercero, del Evangelio según san Marcos, nos habla de la Eucaristía como misterio de alianza.

En el pasaje de la primera lectura se nos recuerda cómo fue instituida la alianza del Sinaí (Ex 24,3-8). Si se insiste en los mandatos del Señor (la Ley), comunicados al pueblo a través de Moisés, es porque en la base de esta alianza existe un compromiso recíproco: Dios se empeña en tener cuidado de su pueblo, para guiarlo, protegerlo y salvarlo en caso de peligro; el pueblo, por su parte, promete a Dios observar su ley. Pero para fundar esta alianza no sólo basta la ley, se requiere también un rito de fundación. Por eso a continuación se indican los sacrificios de comunión que son ofrecidos para ratificar tal alianza. De este modo en el Sinaí se funda una unión vital entre Dios y el pueblo. Pero para permanecer en esta unión vital, es necesario mantenerse fieles al compromiso tomado, la voluntad de Dios, que siempre es una voluntad de amor.

El pasaje del Evangelio nos relata el momento en que Cristo fundó la nueva Alianza, comenzando por los preparativos de este acontecimiento tan importante y luego narrando las palabras de la nueva Alianza sellada por la sangre de Cristo (Mc 14,12-16.22-26): "‘Tomad, este es mi cuerpo’....‘Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos’" (vv.22.24). Cristo ha fundado su alianza con su sacrificio: ha tomado sus propios sufrimientos, su propia muerte, y la ha transformado en sacrificio de Alianza. Esta iniciativa de Jesús y este gesto tan generoso cambian todo el curso de los eventos. De ser de por sí negativos, Jesús los anticipa en la Última Cena y les da al mismo tiempo un sentido positivo: el de convertirse en don, alianza y amor victorioso.

En el pasaje de la carta a los Hebreos (9,11-15) se nos ofrece la razón por la que la alianza del Sinaí era ineficaz: era una alianza externa, que no estaba establecida en el corazón del hombre. Era un rito que prefiguraba de manera muy imperfecta la fundación de la verdadera Alianza, que se realizará en la sangre de Cristo. A Él nuestro Sumo Sacerdote, mediador de la nueva Alianza, dirijámonos con plena confianza y amor.

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