COMENTARIOS AL SALMO 45

 

DIOS ES NUESTRO REFUGIO Y NUESTRA FUERZA

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

"Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Viernes de la 1ª semana: vísperas


1.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

Este salmo es un "cántico de Sión". Sión es la colina de Jerusalén situada al sur del Templo. Al pie de esta colina, brota una fuente, la "fuente de Siloé". Esta colina de Sión, esta fuente de agua viva, en la mente de los judíos, era una especie de anuncio del "cielo". Pensemos en los santuarios elevados, altos lugares que hacen levantar la cabeza. Puntos culminantes de una ciudad, en que naturalmente, se ha construido un santuario (pensemos en el Partenón de Atenas).

Para Israel el "nombre" de Jerusalén está cargado de simbolismo místico con resonancias universales: Yerushalaim (de la raíz Shalom) "Ciudad de la Paz". Esta ciudad, construida sobre la roca, parecía físicamente indestructible, inexpugnable.

Pero la solidez, la seguridad de esta ciudad excepcional, no derivaba especialmente de circunstancias topográficas, humanas, estratégicas... "Dios, mora en ella". Se atreven a pensar que es la "¡Ciudad de Dios!". Dios-con-nosotros: "Emmanuel". Afirman osadamente que el Dios escogido por Jacob, su ancestro, es el Dios del universo.

Sí, el "Dios sabaoth", el Dios de los ejércitos celestes, el Dios que hizo surgir el cosmos con millares de soles, es también quien escogió este pequeño pueblo, Jacob su bien amado... e hizo brotar, sencillamente, la fuente de Siloé que corre "alegremente", irrigando aquella ciudad, Jerusalén. Otras ciudades son amadas de Dios, pero sólo hay una en la cual ocurrieron acontecimientos únicos para la humanidad entera: para la paz universal... Una ciudad-fuente.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

Sí, hay un solo lugar, sobre ia tierra, en que la cruz fue plantada: el hueco cavado en el suelo para asegurar el poste que llevaría el Cuerpo... estuvo únicamente allí. Sí, hay un solo lugar, sobre toda la tierra, en que se encontró una tumba abierta: la piedra rodada en que la muerte fue vencida... Se encontró allí, ¡únicamente allí!

Jerusalén, en sus sueños más locos, nunca imaginó hasta qué punto serían verdaderos en Jesús.

"Venid, ved las proezas del Señor...". Las "acciones" del Señor. Su muerte para reconciliarnos y darnos la paz, para destruir nuestras guerras, nuestros arcos y lanzas, para hacer de nosotros, hermanos... Las "acciones" del Señor: su Resurrección para "acabar toda lágrima, todo lamento, toda muerte, todo duelo" (Apocalipsis 21,4). "Cuando renace la mañana... ¡la mañana de Pascua!".

"El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios". Justamente, en la Fiesta de los Tabernáculos, cuando toda Jerusalén cantaba "este salmo", Jesús, "el último día de fiesta, se puso de pie en el Templo ("la más santa de las moradas de Dios") y proclam6 en alta voz: "Si alguien tiene sed, que venga a Mí y beba el que cree en Mí. Como lo dijo la Escritura: "De su seno brotarán ríos de agua viva". Designaba así el Espíritu que debían recibir aquellos que creían en El (Juan 7,37). En esta forma, para Jesús, la fuente no está localizada únicamente en Jerusalén es una fuente "interior" de todo creyente... Alegremente, el Espíritu irriga mi alma. "¡Venid y ved!". ¿No es curioso que sea precisamente a esta fuente de Siloé de que habla el salmo, a donde Jesús envía un ciego a lavarse los ojos para que pueda "ver"? "Anda y lávate en la piscina de Siloé..." (Juan 9,7). Sí, todos estamos ciegos. No sabemos "ver" las proezas de Dios. "Pero el Señor del universo está con nosotros". Tomando las palabras de "este" salmo, Jesús dirá también: "Mirad Yo estoy con vosotros, hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20). Danos, Señor, nuevos ojos para reconocer esta presencia oculta, fuente de toda "paz" en medio de los trastornos cósmicos e históricos de toda especie. "La paz sea con vosotros" (Juan 20,19).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

En los trastornos y crisis de hoy... "Aunque se conmuevan los montes en el seno del mar, y se agiten y espumen las olas,...". Cuando todo lo que parecía sólido se desploma (las montañas son símbolo de la solidez, lo que nada en apariencia puede conmover), hay que mantenerse en paz: "Nada hay que temer, si la tierra es sacudida... ¡Dios está con nosotros!". Esto no quiere decir, evidentemente, que los creyentes son la excepción en las crisis o catástrofes. Recordemos a Job, el justo por excelencia, sobre quien caen rachas de desgracias. Pero precisamente Job, permaneció firme en medio de la tempestad que se desencadenó sobre el mundo.

La fe en Dios, roca sólida... Dios es nuestra ciudadela... Jesús utilizó esta imagen: "todo hombre que escucha la palabra de Dios y la practica, se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca: se desencadenaron las olas... No se derrumbó" (Mateo 7, 24.25). La fe hace hombres sólidos, "inquebrantables".

La Iglesia, Ciudad de Dios... La más santa de las moradas del Altísimo... La nueva Jerusalén, la nueva Sión, es la Iglesia de Jesucristo. Jesús le prometió permanecer "con ella" hasta el fin de los tiempos. "Tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia".

Aspiración a la paz... Profundas corrientes pacifistas se abren paso en esta época moderna. El salmo 45 muestra que esta aspiración viene de lejos: "¡Cesad! ¡Cesad vuestras guerras!". Orar con este salmo, es pedir a Dios que rompa primero mi "propio arco", mi agresividad, mi orgullo dominante... En plano colectivo, es orar por la paz del mundo.

El combate escatológico... Este deseo de paz no puede menguar en nosotros la intensidad del combate, ayudados por Dios, contra las fuerzas del mal. Dios no rompe los arcos sin nuestro concurso.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo II
PAULINAS, 2ª Edición. BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 56-59


2.

El Salmo 45 es un cántico de confianza. De un modo vibrante y con imágenes expresivas canta la indefectible confianza que el pueblo de Dios ha de tener en Yahvé.

Dios está en medio de la ciudad, en medio de su pueblo. Por lo tanto no hay nada que temer: "Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza".

Tal vez el origen del salmo se debe al periodo de indescriptible júbilo que siguió a la retirada del ejército de Senaquerib, rey de Asiria, que sitiaba Jerusalén el año 701 a.C. La capital de Judá estaba en sumo peligro, su ruina parecía inminente. El poderoso ejército asirio había invadido el país y años atrás había conquistado la ciudad de Samaria llevándose deportados a sus habitantes.

El rey de Jerusalén, Ezequías, flaquea en su fe. Pero allí está el profeta Isaías que le infunde confianza.

Improvisadamente, en una noche, una tremenda plaga azota el campamento enemigo y millares de soldados quedan muertos. El sitio de la ciudad es levantado. Senaquerib huye precipitadamente a Nínive y entrando en el templo de Nisroc es muerto por la espada (2 Re cc. 18-19).

Estos acontecimientos despertaron en el pueblo judío un enorme alborozo. Vieron palpable la mano de Yahvé que les había sacado del peligro, que les había ayudado. Es muy probable que este pequeño poema provenga de aquel tiempo y exprese los sentimientos comunes que llenaron el corazón de Jerusalén y de Judá ante una liberación tan extraordinaria.

Es un canto a la confianza total en Dios, en la seguridad de que Dios está en medio de su pueblo, y por esto ni enemigos ni extraños no podrán nunca con él.

División del salmo

Este salmo posee una estructura clara y su división es fácil. Consta de tres estrofas, de tres versos cada una, al fin de las cuales se repite el mismo estribillo:

"El Señor de los ejércitos está con nosotros
nuestro alcázar es el Dios de Jacob".

La primera estrofa: Dios es seguro refugio, aun en los más grandes descalabros

La segunda estrofa: Serenidad y seguridad de la ciudad santa.

La tercera estrofa: Modo de actuar del Dios de Israel.

Dios, seguro refugio

Con unas imágenes elocuentes nos presenta el salmo situaciones difíciles. Aunque la tierra tiemble por los más grandes cataclismos, aunque los montes se desplomen en el mar y todo sea un caos; aunque las olas del mar bramen y hiervan en torbellino haciendo tambalear la misma base de los montes, no hay nada que temer: Dios está con nosotros. En los mil peligros de la vida, persecuciones y acechanzas, en las dificultades de cada día, ante el temor de lo inesperado, cuando parece que todo va en contra, que uno se encuentra solo, que todo está perdido, el gran pensamiento del salmo 45 es: "Dios está con nosotros".

Esta idea está en perfecta sintonía con otros muchos pasajes de la Biblia que nos enseñan esta confianza absoluta en la ayuda, en la bondad de Dios:

"Aunque vaya por un valle tenebroso no temo nada
porque tú estás conmigo" (salmo 22).

"El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
el Señor es la defensa de mi vida
¿quién me hará temblar?

Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.

Si un ejército acampa contra mí
mi corazón no tiembla" (salmo 26).

Esta idea de que Dios está con su pueblo es la idea-fuerza del salmista. Ante el peligro y el desánimo que producían las dificultades de su misión, los profetas parecían retroceder, pero Dios les alentaba: "No temas, que Yo estoy contigo", o ellos mismos repetían: "No temeré nada, porque tú estás conmigo".

Invitación a la confianza y, en consecuencia, a la serenidad y a la paz, como más tarde nos dirá Jesús: "No se turbe vuestro corazón y nada tema, mi paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14,1.27).

Serenidad de la ciudad de Dios

"La Ciudad de Dios se yergue con tranquilo señorío en el centro del poema" (Alonso Schoekel).

El salmista no solamente considera la protección de Dios en medio de las tribulaciones y peligros. Considera también la parte positiva que se deriva de ella.

Hace mención del correr de las acequias que alegran la ciudad de Dios. En el libro de Isaías (c. 8) encontramos la descripción de las aguas de Siloé que corren mansamente y en silencio bajo la ciudad. Son el símbolo de los beneficios de Dios y de su protección, de la vida de la ciudad y de la paz que reina en ella.

En esta ciudad Dios ha puesto su trono y su morada. Teniendo a Dios en medio de ella, no vacila ni puede temer nada. Desde la aurora el Señor, el guardián de Israel, está atento sobre su ciudad. Y ante cualquier dificultad o invasión, Dios responde y defiende a su pueblo, a la ciudad de su elección.

"No tengáis miedo; estad firmes y veréis la victoria que el Señor os va a conceder hoy... El Señor peleará por vosotros. Vosotros esperad en silencio. Los israelitas vieron la mano de Dios magnífica y lo que hizo a los egipcios" (Ex 14,13.31).

Dios actúa así

El salmista invita a ver el modo de actuar de Yahvé, sus obras en favor de su pueblo. Dios aleja las guerras y los peligros, rompe los arcos y quiebra las lanzas: desbarata el poder del enemigo.

Luego pone unas palabras en la boca misma de Dios, palabras de intimidación a que se rindan, porque contra El nada podrán conseguir ni hacer. Dios es el rey supremo. Y este rey supremo y poderoso es el que está con nosotros, de nuestra parte, es el Emmanuel, el "Dios con nosotros" ¿A qué temer, entonces?

El salmo en nuestra vida

El hombre moderno necesita también confianza y seguridad. Los refugios atómicos y el temor generalizado a peligros y catástrofes nos hablan de nuestra debilidad. La confianza es lo que más desea el corazón del hombre, inmerso entre tantos interrogantes y entre tantas dudas.

La Biblia es una escuela de confianza. La confianza es uno de los mensajes que con más insistencia y variedad nos van repitiendo los dos Testamentos.

El breve salmo 45 nos lo recuerda. Y él mismo nos lleva a la escena de la vida de Jesús que plastifica esta gran realidad: la tempestad calmada (Mt 8,23-26). También las olas bramaban y hervían en la tormenta, como nos dice el salmo. Los discípulos están sobrecogidos de temor. Pero Jesús está allí. Y él mismo les dice:

"¿Por qué habéis temido, hombres de poca fe?"

O en aquella otra escena del evangelio cuando Jesús dice: "No temas, mi pequeño rebaño" (Lc 12,32).

En los días de dificultad, de crisis, de pesadumbre, cuando el temor y la desesperanza llama a la puerta de nuestra vida, sepamos responder con el acento de este salmo 45. Hace siglos que se compuso. Y hace siglos que ha ido siendo alimento y luz, fuerza y esperanza. Está a nuestro alcance.

J. M. VERNET
DOSSIERS-CPL/22


3.

¡CALLAD!

«Callad, y sabed que yo soy Dios».

¡Qué bien me viene ese aviso, Señor! Al escucharlo de tus labios siento que todo mi bienestar espiritual, mi avance y mi felicidad dependen de eso. Si aprendo a callarme, a quedarme tranquilo, a relajarme, a dejar con fe y confianza que las cosas sigan su curso, estaré en disposición de aprender que tú eres Dios y Señor, que el mundo está en tus manos, y yo con él, y que en esa revelación es donde se encuentran la paz y la alegría del alma.

Sin embargo, he de confesar que eso es lo que peor sé hacer: estarme quieto. Siempre estoy moviéndome, apresurándome, ocupándome y preocupándome. Siempre haciendo cosas y trazando planes y urgiendo reformas y volviéndome loco y volviendo loco a todo el mundo con toda clase de actividades sin cuento. Incluso en mi vida de oración, no ceso de pensar y planear y controlar y examinar y tratar de mejorar siempre lo que hago, con el prurito de conseguir mañana más perfección que hoy y asegurarme de que sigo adelante en mi noble empeño. Soy un perfeccionista nato, y quiero tener garantías de que todo lo que yo haga, sea en mi profesión o en la oración, ha de ser, sin falta, lo mejor que yo pueda hacer. Esa misma insistencia destruye el equilibrio de mi mente y me hace imposible encontrarte a ti con paz.

Quiero dirigir mi propia vida, por no decir el futuro de la sociedad y los destinos de la humanidad. Quiero ser yo el que lleve los mandos. Y por eso estoy siempre moviéndome, tanto en la, avalancha de mis pensamientos como en el torrente de mis actividades. Y esa misma prisa me ciega para no ver tu presencia y me hace perderme la oferta de tu poder y de tu gracia. No te veo, porque estoy demasiado ocupado con verme a mí mismo. Lleno mi día de actividad febril, y no dejo tiempo para estar contigo. Entonces me siento vacío sin ti, y apiño aún más actividades para cubrir mi vacío. ¡Esfuerzo inútil! Mi desengaño crece, y mi distancia de ti aumenta. Círculo vicioso que atenaza mi vida.

Entonces oigo tu voz: «Estate quieto, y verás que yo sov Dios». Me dices que me calme, que frene, que entre en el silencio y la quietud. Quieres que yo afloje mis controles, que tome las cosas con calma, que invite a la tranquilidad. Me pides que me siente y que te mire. Que vea que mi vida está en tus manos, que tú diriges el curso de la creación, que tú eres Dios y Señor. Sólo en la paz de mi alma podré reconocer la gloria de tu majestad. Sólo en el silencio puedo adorar.

Conozco el sentido de esas palabras cuando tú las dirigiste a Israel: «Dejad de luchar, y veréis que yo soy Dios». Deponed las armas, parad vuestras luchas, dejad de empeñaros en defender vuestros feudos y conseguir vuestras victorias. Dejadme a mí, y veréis entonces que yo soy Dios y os protejo y os defiendo. Mucho he luchado, Señor, por tu causa. Enséñame a dejar de luchar.

Tu brazo extendido calmó las tormentas del mar, Señor. Extiéndelo ahora sobre mi corazón para que calme las tormentas que se incuban en él como en la negrura de un cielo de invierno. Calma mis emociones, cura mi ansiedad, apaga mis miedos. Haz que la bendición de paz descienda a tu mando sobre mi atribulado corazón. Pronuncia otra vez la palabra de consejo y poder que me posea: «Estate quieto». Y en el silencio de la admiración y la quietud de la fe sabré que eres mi Dios, el Dios de mi vida.

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos

Sal Terrae. 1989


4. Catequesis del Papa el miércoles 31 de octubre

La grandeza de Dios manifestada en la creación
y en la historia

1. "Es verdad:  tú eres un Dios escondido" (Is 45, 15). Este versículo, que introduce el cántico propuesto en las Laudes del viernes de la primera semana del Salterio, está tomado de una meditación del Segundo Isaías sobre la grandeza de Dios manifestada en la creación y en la historia: un Dios que se revela, a pesar de permanecer escondido en la impenetrabilidad de su misterio. Es, por definición, el "Dios escondido". Ningún pensamiento lo puede capturar. El hombre sólo puede contemplar su presencia en el universo, casi siguiendo sus huellas y postrándose en adoración y alabanza.

El trasfondo histórico donde nace esta meditación es la sorprendente liberación que Dios realizó en favor de su pueblo, en el tiempo del exilio de Babilonia. ¿Quién habría pensado que los desterrados de Israel iban a volver a su patria? Al contemplar la potencia de Babilonia, no podían por menos de caer en la desesperación. Pero he aquí la gran nueva, la sorpresa de Dios, que vibra en las palabras del profeta:  como en el tiempo del Éxodo, Dios intervendrá. Y si en aquella ocasión había doblegado con castigos tremendos la resistencia del faraón, ahora elige a un rey, Ciro de Persia, para derrotar la potencia de Babilonia y devolver a Israel la libertad.

2. "Tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador" (Is 45, 15). Con estas palabras, el profeta invita a reconocer que Dios actúa en la historia, aunque no aparezca en primer plano. Se podría decir que está "detrás del telón". Él es el "director" misterioso e invisible, que respeta la libertad de sus criaturas, pero al mismo tiempo mantiene en su mano los hilos de las vicisitudes del mundo. La certeza de la acción providencial de Dios es fuente de esperanza para el creyente, que sabe que puede contar con la presencia constante de Aquel "que modeló la tierra, la fabricó y la afianzó" (Is 45, 18).

En efecto, el acto de la creación no es un episodio que se pierde en la noche de los tiempos, de forma que el mundo, después de ese inicio, deba considerarse abandonado a sí mismo. Dios da continuamente el ser a la creación salida de sus manos. Reconocerlo es también confesar su unicidad:  "¿No soy yo, el Señor? No hay otro Dios fuera de mí" (Is 45, 21). Dios es, por definición, el Único. Nada se le puede comparar. Todo está subordinado a él. De ahí se sigue también el rechazo de la idolatría, con respecto a la cual el profeta pronuncia palabras muy duras:  "No discurren los que llevan su ídolo de madera y rezan a un dios que no puede salvar" (Is 45, 20). ¿Cómo ponerse en adoración ante un producto del hombre?

3. A nuestra sensibilidad actual podría parecerle excesiva esta polémica, como si estuviera dirigida contra las imágenes consideradas en sí mismas, sin percibir que se les puede atribuir un valor simbólico, compatible con la adoración espiritual del único Dios. Ciertamente, aquí está en juego  la sabia pedagogía divina que, a través de una rígida disciplina de exclusión de las imágenes, protegió históricamente a Israel de las contaminaciones politeístas. La Iglesia, en el segundo concilio de Nicea (año 787), partiendo del rostro de Dios manifestado en la encarnación de Cristo, reconoció la posibilidad de usar las imágenes sagradas, con tal de que se las tome en su valor esencialmente relacional.

Sin embargo, sigue siendo importante esa advertencia profética con respecto a todas las formas de idolatría, a menudo ocultas, más que en el uso impropio de las imágenes, en las actitudes con las que hombres y cosas se consideran como valores absolutos y sustituyen a Dios mismo.

4. Desde la perspectiva de la creación el himno nos lleva al terreno de la historia, donde Israel pudo experimentar muchas veces la potencia benéfica y misericordiosa de Dios, su fidelidad y su providencia. En particular, en la liberación del exilio se manifestó una vez más el amor de Dios por su pueblo, y eso aconteció de modo tan evidente y sorprendente que el profeta llama como testigos a los mismos "supervivientes de las naciones". Los invita a discutir, si pueden:  "Reuníos, venid, acercaos juntos, supervivientes de las naciones" (Is 45, 20). La conclusión a la que llega el profeta es que la intervención del Dios de Israel es indiscutible.

Brota entonces una magnífica perspectiva universalista. Dios proclama:  "Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios y no hay otro" (Is 45, 22). Así resulta claro que la predilección con que Dios eligió a Israel como su pueblo no es un acto de exclusión, sino más bien un acto de amor, del que está destinada a beneficiarse la humanidad entera.

Ya en el Antiguo Testamento, se perfila la concepción "sacramental" de la historia de la salvación, que ve en la elección especial de los hijos de Abraham y, luego, de los discípulos de Cristo en la Iglesia, no un privilegio que "cierra" y "excluye", sino el signo y el instrumento de un amor universal.

5. La invitación a la adoración y el ofrecimiento de la salvación se dirigen a todos los pueblos:  "Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua" (Is 45, 23). Leer estas palabras desde una perspectiva cristiana significa ir con el pensamiento a la revelación plena del Nuevo Testamento, que señala a Cristo como "el Nombre sobre todo nombre" (Flp 2, 9), para que "al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos; y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 10-11).

Nuestra alabanza de la mañana, a través de este cántico, se ensancha hasta las dimensiones del universo, y da voz también a los que aún no han tenido la gracia de conocer a Cristo. Es una alabanza que se hace "misionera", impulsándonos a caminar por todas las sendas, anunciando que Dios se manifestó en Jesús como el Salvador del mundo.


5. Juan Pablo II: En las peores catástrofes, Dios no nos abandona
Comentario al Salmo 45, «Dios, refugio y fortaleza de su pueblo»

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 16 junio 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que pronunció Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 45, «Dios, refugio y fortaleza de su pueblo».
 

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y brame sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

el Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios lo socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos,
más alto que la tierra».

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.



1. Acabamos de escuchar el primero de los seis himnos a Sión que contiene el Salterio (Cf. Salmo 47; 75; 83; 86; 121). El Salmo 45, al igual que otras composiciones análogas, es una celebración de la ciudad santa de Jerusalén, «la ciudad de Dios», donde «el Altísimo consagra su morada» (versículo 5), pero expresa sobre todo una confianza inquebrantable en Dios que «es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro» (versículo 2; Cf. versículo 8 y 12).

El Salmo evoca las más tremendas catástrofes para afirmar la fuerza de la intervención victoriosa de Dios, que da plena seguridad. A causa de la presencia de Dios, Jerusalén «no vacila; Dios le socorre» (versículo 6).

Recuerda al oráculo del profeta Sofonías que se dirige a Jerusalén y le dice: «¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! [...] El Señor tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta (Sofonías 3, 14. 17-18).

2. El Salmo 45 está dividido en dos grandes partes por una especie de antífona, que resuena en los versículos 8 y 12: «El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob». El título «Señor de los ejércitos» es típico del culto hebreo en el templo de Sión y, a pesar de su aspecto marcial, ligado al arca de la alianza, hace referencia al Señorío de Dios en el cosmos y en la historia.

Este título es, por tanto, manantial de confianza, porque el mundo entero y todas su vicisitudes están bajo el supremo gobierno del Señor. Este Señor está, por tanto, «con nosotros», como sigue dice la antífona, con una implícita referencia al Emmanuel, el «Dios-con-nosotros» (Cf. Isaías 7,14; Mateo 1, 23).

3. La primera parte del himno (Cf. Salmo 45, 2-7) se centra en el símbolo del agua y tiene un doble significado contrastante. Por un lado, de hecho, se desencadenan las aguas tempestuosas que en el lenguaje bíblico son símbolo de las devastaciones del caos y del mal. Hacen temblar las estructuras del ser y del universo, simbolizadas por montes, azotados por una especie de diluvio destructor (Cf. versículos 3-4).

Por otro lado, sin embargo, aparecen las aguas refrescantes de Sión, ciudad colocada sobre áridos montes, pero regada por «acequias» (versículo 5). El salmista, si bien alude a las fuentes de Jerusalén, como la de Siloé (Cf. Isaías 8, 6-7), ve en ella un signo de la vida que prospera en la ciudad santa, de su fecundidad espiritual, de su fuerza regeneradora.

Por este motivo, a pesar de las zozobras de la historia que hacen temblar a los pueblos y que sacuden a los reinos (Cf. Salmo 45, 7), el fiel encuentra en Sión la paz y la serenidad que proceden de la comunión con Dios.

4. La segunda parte del Salmo (Cf. versículos 9-11) esboza de este modo un mundo transformado. El mismo Señor desde su trono en Sión interviene con el máximo vigor contra las guerras y establece la paz que todos anhelan. El versículo 10 de nuestro himno --«Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe, rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos»-- recuerda espontáneamente a Isaías.

También el profeta cantó el final de la carrera de armamentos y la transformación de los instrumentos bélicos de muerte en medios para el desarrollo de los pueblos: «Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra» (Isaías 2, 4).

5. La tradición cristiana ha ensalzado con este Salmo a Cristo, «nuestra paz» (Cf. Efesios 2, 14) y nuestro liberador del mal a través de su muerte y resurrección. Es sugerente el comentario cristológico de san Ambrosio al versículo 6 del Salmo 45, que describe el «auxilio» ofrecido a la ciudad del Señor «al despuntar la aurora». El célebre Padre de la Iglesia percibe en él una alusión profética a la resurrección.

De hecho, explica, «la resurrección matutina nos procura la ayuda celeste. Habiendo rechazado la noche, nos ha traído el día, como dice la Escritura: «Despierta, álzate y sal de entre los muertos! Y resplandecerá en ti la luz de Cristo». ¡Observa el sentido místico! En el atardecer tuvo lugar la pasión de Cristo... En la aurora la resurrección... En el atardecer del mundo es asesinado, cuando fenece la luz, pues este mundo yacía en tinieblas y hubiera quedado sumergido en el horror de tinieblas todavía más oscuras si no hubiera venido del cielo Cristo, luz de eternidad, para volver a traer la edad de la inocencia al género humano. El Señor Jesús sufrió, por tanto, y con su sangre perdonó nuestros pecados, refulgió la luz con la conciencia más limpia y brilló el día de una gracia espiritual» («Comentario a doce salmos» --«Commento a dodici Salmi»--: Saemo, VIII, Milán-Roma 1980, p. 213).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, uno de los colaboradores del Papa leyó esta síntesis en castellano:]

Queridos hermanos y hermanas:
El salmo que hemos escuchado refleja una confianza total en Dios que, ante los acontecimientos más tremendos, «es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro», a la vez que nos da plena seguridad.

En la primera parte, se ve el símbolo del agua con un doble significado. Por un lado, las aguas tempestuosas, que en el lenguaje bíblico son expresión del mal. Por otro, las aguas que apagan la sed son un signo de la vida, de su fecundidad espiritual y de su fuerza regeneradora.

La segunda parte del Salmo se refiere a un mundo transfigurado. El Señor mismo interviene contra las guerras y establece la paz que todos anhelan. El profeta Isaías cantó también el final de la carrera a los armamentos y la transformación de los instrumentos bélicos de muerte en medios para el desarrollo de los pueblos: «Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra» (Isaías 2, 4).