52 homilías para la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora
10-20

 

10.

Celebramos hoy la Festividad de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo en cuerpo y alma. Las Lecturas son referidas a la Virgen. Y aunque trataremos el tema de la Asunción, revisemos primeramente algo de los textos de hoy.

    La Primera Lectura, tomada del Apocalipsis (Ap. 11, 19; 12,1-6, 10), nos habla de una figura prodigiosa que aparece como sol radiante en el Cielo: una mujer a punto de dar a luz que gemía con dolores de parto. Se refieren estos textos sobre todo a María, pero también podrían aplicarse a la Iglesia. Por cierto, los dolores de parto no se refieren a los de la generación física del Mesías, los cuales la Virgen María no padeció, sino más bien se refieren a los dolores de la Pasión de su Hijo, dolores que la Madre compartió con el Hijo. La batalla descrita en que el dragón barre un tercio de las estrellas, se refiere a los ángeles rebeldes que se opusieron a Dios y fueron barridos del Cielo. La mujer que huye al desierto, se refiere más bien a la Iglesia, protegida por Dios durante la persecución. Termina el texto con la victoria de Cristo y de su Iglesia.

    El Evangelio (Lc. 1, 39-56) nos relata la Visita de María a su prima Santa Isabel, y nos trae la bellísima oración de la Santísima Virgen María, el Magnificat, en la cual la Virgen, siendo la más grande de las criaturas humanas, se presenta como la más humilde de todas. Ella, que es la Madre del Mesías, refiere toda la grandeza y toda la gloria a Dios, que ha hecho maravillas en ella.

    Sin embargo, la fiesta de hoy, la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo, nos recuerda nuestra futura inmortalidad, nuestro destino final después de nuestra vida en la tierra. Predicar sobre esto había perdido vigencia, pero hoy vuelve a estar sobre el tapete el tema de nuestra muerte y lo que nos espera después de esta vida.

    Y lo que se llamaban “los Novísimos” (muerte-juicio: infierno o gloria) están de moda otra vez, pues el Papa Juan Pablo II, el gran comunicador de nuestro tiempo, insiste en hablar de los Novísimos, que ahora él denomina “realidades últimas”.

    En sus Catequesis, el Papa ha dicho que el recordar esas “realidades últimas”, nos ayuda a vivir mejor las “realidades penúltimas”, o sea, nos ayuda a vivir mejor nuestra vida aquí en la tierra.

    ¿Cómo, entonces, no hablar de las “realidades últimas” sobre todo en la Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María? ¿Qué relación hay entre estas “realidades últimas” y la Asunción de la Virgen al Cielo?

    Sabemos que la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es un Dogma de nuestra fe católica, expresamente definido por el Papa Pío XII hablando “ex-cathedra”. Y ... ¿qué es un Dogma? Puesto en los términos más sencillos, Dogma es una verdad de Fe, revelada por Dios (en la Sagrada Escritura o contenida en la Tradición), y que además es propuesta por la Iglesia como realmente revelada por Dios.

    En este caso se dice que el Papa habla “ex-cathedra”, es decir, que habla y determina algo en virtud de la autoridad suprema que tiene como Vicario de Cristo y Cabeza Visible de la Iglesia, Maestro Supremo de la Fe, con intención de proponer un asunto como creencia obligatoria de los fieles Católicos.

    Un Dogma de Fe, entonces, es una verdad de obligatoria creencia para todo Católico. Y por el Dogma de la Asunción sabemos que María, “terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (de la Bula que declara el Dogma de la Asunción el 1-11-1950). No quedó definido si la Santísima Virgen murió o no. Solamente que su cuerpo no quedó sometido a la corrupción del sepulcro y que ha sido ya glorificado.

    Algunos pueden creer que éste en un “dogma inútil”, como se atrevió a proclamar algún teólogo hace algún tiempo. Pero ... ¿por qué, lejos de ser “inútil”, es importante que los Católicos recordemos y profundicemos en el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo? El Catecismo de la Iglesia Católica responde clarísimamente a este interrogante:

    “La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (#966). ¡Nada menos!

    La importancia de la Asunción para nosotros, hombres y mujeres de comienzos de este Tercer Milenio de la Era Cristiana, radica -entonces- en la relación que hay entre la Resurrección de Cristo y la nuestra. La presencia de María, mujer de nuestra raza, ser humano como nosotros, quien se halla en cuerpo y alma, ya glorificada en el Cielo es eso: una anticipación de nuestra propia resurrección.

    Veamos con más detalle, entonces, en qué consiste eso que los Católicos tenemos como uno de nuestros dogmas: la Asunción de la Santísima Virgen? A los seres humanos santos, al morir, Dios los glorifica sólo en sus almas y deben esperar el fin del mundo para ser glorificados también en sus cuerpos. La Santísima Virgen María tuvo el privilegio único de ser glorificada tanto en su alma, como en su cuerpo, al finalizar su vida terrena.

    El Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre la Asunción, explica esto en los siguientes términos:

    “El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio” (JP II, 2-julio-97).

    María, un ser humano como nosotros, -salvo por el hecho de haber sido preservada del pecado original- está en la gloria del Cielo, en cuerpo y alma. Esta “realidad última” de María Santísima es preludio de nuestra propia “realidad última”. El Cielo y la gloria en cuerpo y alma es el fin último de cada uno de nosotros los seres humanos. Para eso hemos sido creados por Dios, y cada uno es libre de alcanzar esa realidad o de rechazarla. Cada uno es libre de optar por esa felicidad total y eterna en el Cielo, en gloria, o de rechazarla, rechazando a Dios.

    Por ley natural, entonces, los cuerpos de los seres humanos se descomponen después de la muerte y sólo en el último día volverá a unirse cada cuerpo con su propia alma. Todos resucitaremos: los que hayamos obrado mal y los que hayamos obrado bien. Será la “resurrección de los muertos (o de la carne)”, que rezamos en el Credo. “Unos saldrán para una resurrección de vida y otros resucitarán para la condenación” (Jn. 5, 29).

    ¿Y cómo serán nuestros cuerpos gloriosos? Nuestros cuerpos resucitados serán nuestros mismos cuerpos, pero en un nuevo estado: inmortales, sin defecto, ya no se corromperán, ni se enfermarán, ni se envejecerán, ni se dañarán, ni sufrirán nunca más. Serán cuerpos realzados hasta la gloria.

    Dice la Bula de la Asunción que la Virgen María “no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro, ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo”. Nosotros sí. Pero tenemos la seguridad de nuestra futura inmortalidad, de nuestra futura resurrección en cuerpo y alma gloriosos. Si optamos por Dios, amándolo sobre toda otra cosa, persona o consideración, si buscamos hacer su Voluntad en todo ... resucitaremos como Cristo y estaremos en el Cielo, en gloria ... como El y su Madre, la Santísima Virgen María.

    Sabemos que nuestra meta, entonces, es llegar al Cielo. Llegar al Cielo es “la carrera que tenemos por delante”, esa carrera de la cual nos habla San Pablo (Hb. 12, 1). El Cielo es la meta de nuestra carrera. San Pablo, que según sus escritos pudo vislumbrar el Cielo, no lo puede describir y dice del Cielo lo siguiente: “ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón humano puede imaginar lo que Dios tiene preparado para aquéllos que le aman” (1 Cor. 2, 9). Así es el Cielo: indescriptible, inimaginable, insondable, inexplicable para el ser humano, pues somos limitados para comprender lo ilimitado de Dios. Y el Cielo es básicamente la presencia de Dios.

    Al morir, pues, nuestra alma se separa del cuerpo. El alma pasa a la Vida Eterna: o al Purgatorio para posteriormente pasar al Cielo, o al Cielo directamente, o al Infierno. Y el cuerpo, que es material, queda en la tierra, bien descomponiéndose o bien hecho cenizas si ha sido cremado, o de alguna otra manera, según haya sido la muerte.

    Volvamos, entonces, al Misterio de la Asunción de la Virgen María al Cielo. Este Misterio nos recuerda la promesa del Señor de nuestra resurrección: resucitaremos como El ... Y ¿qué significa resucitar? Resurrección es la re-unión de nuestra alma con nuestro cuerpo glorificado. Resurrección no significa que volveremos a una vida como la que tenemos ahora. Resurrección significa que Dios dará a nuestros cuerpos una vida distinta a la que vivimos ahora, pues al reunirlos con nuestras almas, serán cuerpos incorruptibles.

    Nuestros cuerpos resucitados serán nuestros mismos cuerpos, pero en un nuevo estado: serán inmortales (ya no volverán a morir); serán sin defecto, y ya no se corromperán, ni se enfermarán, ni se envejecerán, ni se dañarán, ni sufrirán nunca más. ¡Serán cuerpos gloriosos!

    Y ¿cómo es un cuerpo glorioso? ¿Cómo es el cuerpo glorioso de la Santísima Virgen María? Los videntes que dicen haber visto a la Virgen -y la ven en cuerpo glorioso, como es Ella después de haber sido elevada al Cielo- se quedan extasiados y no pueden describir ni lo que sienten, ni la belleza y la maravilla que ven.

    Conocemos de otro cuerpo glorioso: el de nuestro Señor Jesucristo después de resucitar. Era ¡tan bello! el cuerpo glorioso de Jesús, que no lo reconocían los Apóstoles ... tampoco lo reconoció María Magdalena. Y cuando el Señor se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan, en el Monte Tabor, mostrándoles todo el fulgor de su Gloria ... era ¡tan bello lo que veían! ¡tan agradable lo que sentían! que Pedro le propuso al Señor hacerse tres tiendas para quedarse a vivir allí mismo. Así es un cuerpo glorioso.

    Esta Fiesta importante de la Iglesia, esta Fiesta importante de la Santísima Virgen María, en la que conmemoramos su subida al Cielo en cuerpo y alma, nos recuerda nuestra futura inmortalidad. Y sírvanos este recuerdo, y esta seguridad que tenemos de resucitar como Cristo resucitó, para erradicar de una vez por todas de entre nosotros los Católicos, esa creencia estúpida en ese mito, en esa mentira, que es la re-encarnación.

    La re-encarnación niega la resurrección ... y niega muchas otras cosas. Parece muy atractiva esta falsa creencia. Sin embargo, si en realidad lo pensamos bien ... ¿cómo va a ser atractivo volver a nacer en un cuerpo igual al que ahora tenemos, decadente y mortal, que se daña y que se enferma, que se envejece y que sufre ... pero que además tampoco es el mío?

    Aun partiendo de una premisa falsa, suponiendo que la re-encarnación fuera posible, si no fuera un mito, una mentira ... ¿cómo podemos estar pensando los cristianos, que tenemos la seguridad y la promesa del Señor de nuestra futura resurrección ... cómo podemos pensar que es más atractivo re-encarnar, por ejemplo, en un artista de cine, o en un millonario, o en una reina ... que resucitar en cuerpos gloriosos?

    Entonces, ante la promesa del Señor de nuestra futura inmortalidad al ser resucitados con El, y ante la maravilla de lo que serán nuestros cuerpos resucitados ¿cómo a algunos hombres y mujeres de hoy puede ocurrírsenos que re-encarnar -si es que esto fuera posible- en otro cuerpo terrenal, decadente, que no es el mío y que además volverá a morir, puede ser más atrayente que resucitar en cuerpo glorioso como el de la Santísima Virgen María?

    Celebremos la Asunción de María al Cielo renovando nuestra fe y nuestra esperanza en nuestra futura inmortalidad. Que así sea.


11.

María es la criatura más dichosa y es además signo de la Iglesia, de todos nosotros. Su gozo está expresado por su propia voz en el "Magnificat". Vamos a intentar comprender hoy el acontecimiento de la asunción a partir del evangelio que acabamos de escuchar. María es dichosa entre todos los hombres porque el Señor ha hecho en ella maravillas. Esta es la razón de su entusiasmo que motiva el canto más optimista y explosivo que jamás ha pronunciado la humanidad. Se dice que toda revolución necesita sus poetas para cantarla. Entonces María ha cantado esta revolución total cuyo manifiesto es el evangelio. El evangelio es buena noticia, es resurrección, es encumbramiento de los pobres, es reino de amor, es liberación del oprimido. El "Magnificat" canta todo esto.

Frente a tantas voces derrotistas que anuncian cataclismos, frente a quienes insisten en que María anuncia catástrofes por medio de secretos y mensajes, frente a tanta inseguridad y pesimismo, se alza la voz potente, profética, rejuvenecedora de María. El optimismo del "Magnificat" es la fe incondicional de una mujer que espera el advenimiento de un mundo contrario al que existe. El reino anunciado por María no es un invento, no es pura imaginación, no es la resignación como único consuelo, sino el mismo reino de Dios que nos trae Jesús. Y Jesús nace de María, nace del sí incondicional y optimista de María. Si el reino es nuestro futuro, de alguna manera nuestro futuro comienza con María.

Muchas veces hemos dicho "llena de gracia". Tantas que ya ni sabemos qué queremos decir con esto. Sí, María es la plenitud de gracia porque ha experimentado en su propia persona todos los dones de Dios. Y, como su cuerpo no es ajeno a su persona, ha vivido la experiencia de la asunción. María es la primera persona que ha experimentado lo que significa la resurrección de Cristo.

Pablo en la segunda lectura nos dice que Cristo ha resucitado como primicia de todos y que por Cristo resucitaremos todos. Es una promesa. Pero en María es ya acontecimiento. Por eso nuestro futuro se personifica en María.

M/VICTORIA-D: Nuestro futuro es la resurrección. Pero la resurrección es sólo la liberación de la última opresión, la muerte. Quiere decir esto que las demás opresiones (injusticia, enfermedad, hambre, angustia) tienen que ir cayendo antes. Este es el anuncio que María nos hace en el "Magnificat": los poderosos son derribados y los humildes encumbrados, los hambrientos saciados y los ricos desposeídos. María cree en lo imposible. María es el modelo del creyente porque cree en un hombre nuevo, espera un mundo nuevo, desea unas estructuras mejores. Con ella comienza la victoria sobre el pecado (que esto es lo que significa el dogma de la inmaculada) y la victoria sobre la muerte (que esto es lo que significa la asunción).

Por todo esto, María es dichosa entre los hombres, pero también toda la humanidad es dichosa con María. Porque ella es signo, anticipación profética de nuestro destino. Todos caminamos hacia el reino de Dios. Dios es nuestro futuro. Y nadie ha estado tan cerca de Dios como María. Si Dios es nuestro futuro, nuestro futuro está iniciado en María. Esto es motivo de entusiasmo y de gozo. Motivo para cantar con María el "Magnificat" ¿O acaso no nos gusta ese futuro? ¿Acaso no es el que nosotros nos habíamos preparado con nuestros ahorrillos y nuestras devociones? Para recibir contentos el futuro gratuito que el evangelio nos anuncia, hay que ser pobres, porque es una noticia, un don, para los hambrientos, los humillados, los oprimidos. Y esto no es demagogia política, ya que para nadie es un secreto que son palabras de María.

EUCARISTÍA 1975, 46


12.

-UN CANTO DE ESPERANZA. La fiesta de hoy es un canto de Esperanza, un canto a la vida a pesar de la muerte. Esta realidad por la que todos tenemos que pasar, por la que han pasado Jesús y María, no es la última palabra: "¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!". El, con su muerte, ha vencido a la muerte y, en El, todos la venceremos, hasta el día que sea definitivamente destituida de todo poder sobre la vida.

La fe en Jesucristo, muerto y resucitado, nos abre las puertas de la Esperanza: "Ahora se estableció la salud y el poderío, el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo". A pesar de todos los dragones que luchan por destruir la vida, a pesar de todo lo que nosotros mismos hacemos contra nuestros hermanos los hombres, nada impedirá la victoria de este niño que se ha enfrentado con el mal y ha salido victorioso, por más que parezca que, como todos los que lo han intentado, haya sido eliminado.

Este niño ha salido de un pueblo que se fiaba de un Dios que quiere la vida para los que creen en El; este niño ha nacido de una mujer de este pueblo que se fiaba de un Dios más fuerte que todas nuestras debilidades, siempre fiel a la promesa amorosa hecha a los que aman la vida y viven el amor.

-LA FIGURA DE MARÍA. Hoy celebramos que María, por Jesús, vive ya la plenitud del amor que no puede morir nunca. Y ella es imagen de la Iglesia, es la primera creyente que ha llegado al término hacia el cual todos queremos caminar. Por eso es un modelo para nosotros. Ella ha vivido de la fe, como nosotros. Ella también se ha encontrado con un Dios que le creaba más interrogantes que respuestas le daba.

Ella ha tenido que decidir si hacía caso de la Palabra de este Dios que la ponía en camino, en acción.

M/IMITACION: Santa Teresa de Lisieux decía que, si hubiese sido sacerdote, "con una homilía habría tenido suficiente para decir todo lo que pensaba de la Madre de Dios", y añadía: "la presentan inaccesible, y habría que presentarla imitable, hacer resaltar sus virtudes, decir que vivía de fe como nosotros".

M/MODELO: Y un gran teólogo de nuestro siglo, ·Rahner-K, decía: "María debe aparecer como la mujer del pueblo, la mujer pobre, la mujer que aprende, que vive inmersa en la situación histórica y social y religiosa de su tiempo y de su nación; al fin y al cabo, tiene que aparecer como una persona humana y no como un ser divino; como aquella mujer que desde la mediocridad diaria de su situación, y sin salir de ella, aceptó para ella y para los demás su misión en la historia de la salvación, con sus actos y sufrimientos, aprendiendo a través de la inseguridad, en fe, esperanza y amor. Precisamente así ella es modelo y madre de los creyentes".

-NOSOTROS, COMO MARÍA. Tengamos, pues, a María como modelo. Como ella, pongámonos en camino para ir a ayudar a los que nos necesitan. Ella llevaba a Jesús en sus entrañas y no se quedó en casa, atemorizada porque no le fuera a pasar nada malo, sino que, empujada por el fruto que se iba tejiendo en su seno, subió a ayudar a su prima. No nos quedemos a Jesús para nosotros solos, por miedo a que no se estropee. Ella nos impulsa a llevarlo a todas partes.

Como María, alegrémonos de un Dios que muestra su fuerza y su poder en los sencillos y los humildes; demos gracias a este Dios que transforma nuestros esquemas para que seamos humanos de verdad; fiémonos del Dios que siempre es fiel a su promesa de amor y de vida. Y pongámonos, por tanto, al lado de los humildes y de los pobres, trabajemos juntamente con todos los que todavía no han perdido las ganas ni la ilusión de luchar por un mundo más humano; seamos testigos de una vida que vale la pena vivir.

-ABRÁMONOS A LA VIDA QUE NO MUERE. Al participar ahora de la mesa de Jesús, abrámonos -como María- a esta Vida que no puede morir nunca. Acojamos esta vida para que, en el vivir gris y monótono de cada día, sepamos sembrar semillas de Esperanza y contagiemos la alegría de vivir. Al fin y al cabo, es aquí y ahora que nos estamos jugando esta Vida que queremos para todos los seres humanos, todos hijos e hijas de Dios.

J. M. GRANE
MISA DOMINICAL 1991, 12


 

13. 

-Aspirando siempre a las realidades divinas (colecta). La fiesta de hoy es una fiesta nuestra, como María es una mujer de pueblo, de este pueblo. Esa es la característica de las fiestas cristianas: celebramos una realidad plena y esplendorosa (la Resurrección del Señor, por ejemplo, o la Asunción de María); pero esa realidad también nos afecta a nosotros, y muy íntimamente. Lo que celebramos y contemplamos en María lo celebramos como un adelanto y una esperanza para todos nosotros.

La aventura de María sólo podía desembocar allí donde está su Hijo. Pero ocurre que Jesús -y con él María- es para nosotros: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que tengamos vida eterna, para que el mundo se salve por él" (Jn 3, 16-17). Hoy celebramos el cumplimiento de la salvación de María, el mismo cumplimiento que esperamos para nosotros. Mirar hacia adelante no es mirar hacia abajo, hacia un pozo sin fondo que nos va a engullir: es mirar hacia arriba: "donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios" (Col 3,1).

-A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos (evangelio). Nos cuesta reconocer los caminos de Dios y, sobre todo, recorrerlos con alegría. María, que Isabel proclama bendita y dichosa por haber creído, responde alabando al Señor "porque ha mirado la humillación de su esclava". Toda su gloria proviene de las maravillas que en ella ha obrado el Poderoso.

María no se hincha, sino que, en su gloria, se mantiene humilde y reconocida a aquel que "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". María ha creído: lo que le ha dicho el Señor, se cumplirá. A pesar de que -como la mujer del Apocalipsis- tenga que huir al desierto, perseguida por el dragón; a pesar de tener que ver a su Hijo muerto en la cruz. Hoy contemplamos que en ella se han cumplido las promesas de Dios.

-Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto (2. lectura). A partir del momento en que Dios se ha hecho hombre, todo es posible: los horizontes y las perspectivas toman proporciones insospechadas y todas las contradicciones se resuelven: Dios se hace hombre mortal y la vida del hombre se convierte -ya ahora y, por tanto, también, salvando la barrera, que no es tal, de la muerte- en vida de Dios, vida eterna; Dios comulga -en el hombre Jesús- con nosotros, con todas nuestras realidades "menos en el pecado" (He 4, 15), y nosotros comulgamos -en él- con Dios (cf. 1 Jn 1, 3-4). Si Jesús resucita, lo hace como "primicia de todos los que han muerto": ha llegado la hora de la cosecha, y ahí están los primeros frutos, los escogidos; pero todos pertenecemos a la misma cosecha. Alegrémonos y celebrémoslo: hoy celebramos ya, también, nuestra glorificación.

Decíamos en la colecta del día de la Ascensión del Señor: "la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria". Lo es, también, la Asunción de María.

JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1987, 16


 

14. 

PUNTO DE PARTIDA. La homilía de hoy, como toda la celebración, debería tener un tono de victoria y esperanza. El triunfo de la Virgen María es un poco nuestro propio triunfo y el de toda la humanidad.

Nos falta esperanza. Nos sobra miedo, angustia, desánimo a todos los niveles. Hoy es un día como para crecer en optimismo. Es una fiesta que alegra el verano y a muchas poblaciones les es ocasión de fiesta humana y cristiana. UNA VICTORIA "CONTAGIOSA". La fiesta de la Asunción, vista desde las lecturas bíblicas, se puede decir que tiene tres niveles:

a) La victoria de Cristo Jesús: éste es el punto central de la salvación y de nuestra historia. Cristo Resucitado, tal como nos lo presenta Pablo, es el contenido prioritario de nuestra fe y de nuestra fiesta durante todo el año, también para hoy. El es la "primicia": el primero que triunfa plenamente de la muerte y del mal, resucitando a la nueva vida. El segundo y definitivo Adán, que corrige la obra del primero.

b) La Virgen María es la "primera cristiana", la que participa más plenamente en esa victoria de su Hijo, siendo también ella elevada a la gloria en cuerpo y alma. La Virgen que supo abrirse totalmente a Dios, que creyó en El, le alabó y le fue radicalmente dócil en su vida ("hágase en mí según tu Palabra"), es glorificada, como primer fruto de la Pascua de Jesús, asociada a su victoria. En verdad "ha hecho obras grandes" en ella el Señor.

c) Pero la fiesta de hoy presenta el triunfo de Cristo y de la Virgen en su proyección a todos nosotros: a la Iglesia y en cierto sentido a toda la humanidad. María es el modelo de los cristianos, la que en todo momento apoya a la Iglesia en su lucha contra el mal. La figura de la "mujer" que da a luz al salvador, que hemos leído en el apocalipsis, aunque sea directamente referida a la Iglesia misma, se cumple de modo magnífico en María, prototipo de todo lo que la comunidad cristiana quiere llegar a ser, Madre del Mesías y Auxilio constante de la Iglesia contra los dragones que quieren hacer triunfar el mal en este mundo.

Por eso, al celebrar la victoria de ella, celebramos nuestra propia esperanza: como diremos en el prefacio (y convendría anticipar ya en la homilía su idea más central): "ella es figura y primicia de la Iglesia, que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra".

UN SI A LA ESPERANZA. La fiesta de hoy hay que lograr que contagie un clima de optimismo a toda la comunidad cristiana. También nosotros como poéticamente ha descrito el Apocalipsis, corremos tiempos difíciles. Pero hoy se anuncia la victoria. La Asunción de María nos demuestra que el plan de Dios es plan de salvación para todos, y que ya se cumple, además de en Cristo, también en una de nuestra familia, modelo y anticipo de todos. La Asunción es un grito de fe en que es posible esta salvación: que va en serio lo que Dios ha pensado. Es una respuesta a los pesimistas, que todo lo ven negro. Es una respuesta al hombre materialista y "secularizado" , que no ve más que los factores económicos o humanos: algo está presente en nuestro mundo, que trasciende nuestras fuerzas y que lleva más allá. Es una prueba de que el destino del hombre no es la muerte, sino la vida. Y además, que es todo el hombre, alma y cuerpo, el que está destinado a la vida total. Dignidad y futuro también de nuestro cuerpo...

Celebrar con fe la Asunción de María es afirmar nuestro destino de salvación, nuestro optimismo de presente y de futuro. (Cfr. Pablo VI "Marialis Cultus" n. 6.).

INVITAR A LA EUCARISTÍA. Al final, tendríamos que conducir a la celebración gozosa de la segunda parte de la Eucaristía. Cosa que hoy no cuesta mucho.

Ante todo, aproximando nuestra Plegaria Eucarística al "Magnificat" de la Virgen: alabanza y acción de gracias a Dios por su plan de salvación. Hacer nuestro el Magnificat como actitud entusiasta y admirativa. Además, la Eucaristía es cada vez un anuncio de esa Muerte y Resurrección de la que hablaba la segunda lectura: o sea, siempre está centrada en la victoria pascual de Cristo contra la muerte, que es la raíz de la victoria de María y de nuestra victoria final. Y no sólo en cuanto que "anunciamos" la Muerte y "proclamamos" la Resurrección: sino que comiendo el Cuerpo y Sangre de Cristo, tenemos ya en nosotros su vida: "quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tendrá la vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Jn 6): ¿no es la Eucaristía la mejor garantía de que también para nosotros llegará esta Asunción total a la vida gloriosa de Cristo, como la que hoy recordamos de María?

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1981, 16


 

15.

-Empecemos por la 2. lectura. El fragmento de la carta de san Pablo no hablaba de María. Pero debemos empezar por ahí. Porque ahí se nos habla de la nueva creación, de la nueva realidad, de la nueva vida, que JC significa y realiza. Esta es la afirmación fundamental. Si no empezamos por esta afirmación, no vamos a comprender nada. Y hay que decir que el olvido de esta afirmación es frecuente entre los cristianos. Vaciamos de sentido, de fuerza, la obra de JC, el anuncio gozoso del evangelio, de la Iglesia. Porque olvidamos que lo que hace JC y la Iglesia anuncia es una nueva realidad, una nueva creación; es el principio -principio real pero en situación de camino, como una semilla del fruto- de la salvación de la humanidad por Dios, es decir, de la plena comunicación de la vida de Dios para siempre, totalmente.

"Primero Cristo como primicia, después todos los cristianos", dice San Pablo. JC realizó su camino, su combate, hasta el fin.

Un camino y una lucha realizados con las tres fuerzas que construyen la nueva realidad; la fuerza de la fe y la realidad, del amor, de la esperanza. Más allá de su muerte -el supremo combate- JC resucita estableciendo así la nueva creación, la nueva vida. Pero no sólo para él, sino para cuantos participan de su camino y de su combate; JC es el primero, pero el primero de una gran muchedumbre.

-Este es el tema que trataba, con su simbólico lenguaje, la 1. lect. del libro del Apocalipsis. La mujer simboliza, en primer lugar, a esta muchedumbre, este pueblo nuevo que por la fe, da a luz al hombre que triunfa en el combate contra el mal. Es una visión de toda la historia, resumida en este combate, que termina con la gran victoria del Reino de Dios. Es una victoria ya lograda por JC, pero que va tomando cuerpo por un camino que no es fácil ni triunfal, sino que es un camino también difícil, como el de Cristo, un camino de lucha. Pero de lucha llena de esperanza, porque la más profunda convicción es la certeza del triunfo.

Y en esta multitud, en este pueblo renacido, la figura más próxima al primero, la figura más vinculada con Cristo que lucha y vence, es la de aquella mujer del pueblo, aquella judía llena de fe, esperanza y amor que fue María. Por ello el símbolo de la mujer del Apocalipsis se aplica también a María, como ejemplo del camino de la Iglesia. Ella, que compartió totalmente el camino y la lucha de su Hijo, comparte totalmente también su victoria, en la nueva realidad, en la nueva creación, en la nueva vida. Esto es lo que afirmamos cuando hablamos de la Asunción de María al cielo.

-Y esto es lo que anuncia proféticamente el cántico de María que hemos escuchado en el evangelio de Lucas. Deberíamos impregnar nuestra devoción a María con las palabras de su cántico. Ahí es donde podemos ver realmente quién era María y cual es su lugar en la historia cristiana.

Es un cántico, en primer lugar, a la grandeza del amor de Dios, que se manifiesta en la generosidad con que actúa en el hombre.

Dios obra maravillas porque con la fuerza de su amor comunica su vida. Es la nueva creación, la nueva realidad. Es el fundamento de nuestra "fiesta".

Y es un cántico, en segundo lugar, que nos dice muy claramente, muy humanamente, cual es el camino de esta nueva realidad: "Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos". Esto no es demagogia socialista, sino la fe de María, la esperanza de María, el amor de María. Es el camino de nuestra "lucha".

Que esto sea realidad plena y para siempre, es una esperanza para el futuro: cuando la nueva creación sea una realidad total para todos como lo es ya ahora para María. Pero dirigirnos hacia ese futuro, seguir el ejemplo de María de Nazaret, es trabajar ya ahora por él, creer ya ahora en él.

JOAQUIN GOMIS
MISA DOMINICAL


 

16.

Querámoslo o no, debemos reconocer que, todavía en nuestros días, a cualquier cristiano sencillo, la asunción de María, esta fiesta, le evoca primeramente una "subida" espacial al cielo. El mismo texto literal de la proclamación del dogma lo sugiere. Si hoy sostenemos que en la Ascensión del Señor, a pesar del relato de Lucas, no hubo "traslación espacial", lo mismo habrá que sostener, a fortiori, en el caso de la asunción de María. Creo que sería antipedagógico pastoralmente utilizar y dar como supuestos los elementos plásticos de una "asunción física", aunque fuese para elevarse luego a los elementos teológicos esenciales allí simbolizados. En muchos casos será incluso provechoso afrontar directamente el tema y presentar a los fieles una crítica teológica a esta plastificación o mitificación de un misterio que, como tal, es trascendente. Al creer unánimemente el Pueblo de Dios que María ha sido asunta al cielo no afirmaba una realidad física, material, de mera traslación espacial. El núcleo proclamado en esta afirmación de fe es más profundo. El pueblo cristiano intuyó -porque no consta en la revelación- que María vivió de tal cercanía su identificación con Cristo, que ella no necesitó esperar, que ella ha sido asumida inmediatamente en la gloria de Dios, en la vida eterna, con una cualificación esencial que la coloca como primera creyente y primera glorificada en el ámbito de la Iglesia.

En el evangelio de esta fiesta da pie, sin duda, para centrar en él toda una posible homilía de esta fiesta. El punto culminante de la perícopa es la proclamación de la maternidad de María como madre del Mesías (fórmula de bendición mesiánica, v. 42) y como Madre del Señor (v. 43). Mesías trascendente. Y es así proclamada Madre del Mesías esta mujer sencilla y pobre, cuya vida de pobreza y humildad ha llamado la atención de Dios. Por ello, ella entona en nombre de todos los pobres, empobrecidos y humillados un canto a la gloria del Dios libertador, el Dios que sale por los fueros de los pobres y de la justicia. Ella experimentó en sí misma el "cambio" revolucionario que Dios promete operar en el mundo para instaurar su Reino de justicia, amor, paz, libertad, fraternidad.

"Fiesta del destino de plenitud y de bienaventuranza de María" y "fiesta de su perfecta configuración con Cristo", llama ·Pablo-VI a la Asunción de María. Y añade: una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos" (_Marialis-Cultus 6).

La liberación que María cantó con aquellos acentos tan personales y concretos, llegó en ella a la sazón perfecta. En ella ya es una realidad total. Y esto es un don de Dios en Jesús resucitado y una conquista de su fe, para ella y para nosotros, para la Iglesia, para toda la raza humana. Fue proclamada dichosa por haber creído. Y se ha cumplido final y totalmente en ella lo que ha creído, y lo que ha esperado.

Por eso, María es la adelantada de la liberación (M/LIBERACION). Ella la cantó, la vivió y la ha conquistado. Es la adelantada de nuestra liberación, no sólo en el tiempo, sino en la intensidad de fe requerida para su cumplimiento. Por eso, María es, para todo el linaje humano y para la Iglesia en particular, una primera realización de la promesa de liberación, un anticipo y, a la vez, una llamada, un mensaje y una tarea de liberación.

Al proclamar el pueblo cristiano su fe en el contenido de esta fiesta mariana, diríamos que añade una estrofa nueva a su magnificat, uniéndonos a su acción de gracias al Señor por haber mirado la esperanza de liberación de esta mujer de entre los pobres de Yahvé. Por eso, el prefacio dirá que María es "figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada", "consuelo y esperanza de un pueblo peregrino".

DABAR 1978, 46


 

17. ASUNCIÓN, HORIZONTE DE ESPERANZA

Ya quisiera yo hablar las lenguas de los ángeles y de los hombres, para poder explicaros bien esto de «la Asunción» de María. Y detallaros cómo sucedió la maravilla. Y aclararos, además, si María, antes de ser llevada a los cielos, murió o simplemente se quedó dormida. Y describiros cómo es ya, desde entonces, su cuerpo glorioso. Y pintaros de alguna manera ese cielo donde ella está.

Pero nuestro lenguaje sobre «la Asunción» ha de enmarcarse siempre entre dos extremos. Por una parte, la sabiduría del pueblo cristiano y, por otra, el misterio y el dogma.

LA SABIDURÍA DEL PUEBLO.--El, desde un principio, hizo su «mariología del corazón». Y así, intuyó con acierto que aquella criatura tan limpia no podía corromperse en el sepulcro. Tenía que ser trasladada en cuerpo y alma a los cielos. Y, desde esa idea, se lanzó a tallar estatuas y capiteles bellísimos, a pintar frescos y lienzos increíbles, a policromar vidrieras, a levantar ermitas, templos y basílicas dedicadas a «la Asunción». ¡Qué dignidad y galanura en esa «virgen que se duerme» entre apóstoles y ángeles o que es llevada por ángeles a las alturas! Sí, la sabiduría del pueblo acertó en su mariología.

EL MISTERIO Y EL DOGMA.--Es decir, las palabras, incuestionables ya, de Pío XII, cuando, en 1950, «declaraba y definía que la Bienaventurada Virgen María, una vez terminado su curso mortal en la tierra», etc., etc., etc... Sí. Uno quisiera poseer las lenguas de los ángeles y de los hombres. Pero, caminando entre estos dos extremos aludidos, os brindo estas tres certezas:

1ª. La Asunción de María es un sí al anhelo de inmortalidad que anida en el corazón humano. El hombre sueña, ya lo sabéis, en perpetuarse, en conseguir una dicha completa, en beber la vida a raudales, en liberarse del dolor y la angustia que dificultan su camino, en encontrar, en fin, un horizonte sin nubes, claro y total. Pero ¿qué ocurre? Que, como decía Job, «el hombre es corto de días y harto de inquietudes, brota como una flor y se marchita..., sus días están contados».

Pues bien, la Asunción de María nos dice que la inmortalidad no es una utopía. «Cristo resucitó --dice Pablo en una lectura de hoy-- primicia de los que han muerto». Pues, al proclamarse el dogma de la Asunción, se nos está diciendo lo mismo: que ella está también en «esa primicia». Y, «cuando Cristo vuelva, lo seremos todos los cristianos»-- concluye Pablo.

2ª. La Asunción es la respuesta de luz dada a la oscuridad de la fe. ¿Podéis imaginar un camino más incierto y desconcertante, más teñido de «noche oscura» que el de María? ¿Hay un «silencio de Dios» más grande y desolador que el que soportó María en Belén, Nazaret, la vida pública o el Calvario? Y, sin embargo, podemos decir de ella que «estuvo al pie de la cruz» no sólo en el Calvario, sino toda su vida. Isabel acertó cuando le dijo: «Dichosa tú porque creíste».

3ª. La Asunción es el aplauso a la sencillez. Por ahí andamos los hombres sacando pecho, envarándonos ante nuestros mínimos aciertos. María, criatura de lo pequeño, anduvo por la tierra ofreciendo a Dios flores de sencillez, de trabajo humilde, de servicio a escondidas. Y todas las «cosas grandes» que en ella ocurrían las colocaba en su búcaro de esclava: «El Señor hizo en mí maravillas porque miró la humillación de su esclava». Y lo repite de mil maneras: «El derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes».

Jesús fue «el Maestro». Pero cuando, andando el tiempo, para indicarnos el modo de ir a Dios nos diga que «el que se humilla será ensalzado», casi estamos a punto de pensar que esa doctrina la aprendió de su madre, doctora en «humildades». ¡Asunción de María! ¡Qué horizonte de esperanza!

ELVIRA.Págs. 103 s.


 

18. MAGNIFICAT M/VISITACION 

La alegría de Isabel por la visita de María y el gozo desbordante de ésta por la salvación mesiánica que ella trae forman el núcleo de este pasaje evangélico.

María, una joven de un pueblecito perdido en Galilea llamado Nazaret, pertenece a la larga historia de los "pobres de Yavé", que esperan en silencio verse libres del sin sentido de la vida.

Todo el Antiguo Testamento había sido un largo camino de preparación de estos pobres para recibir al Mesías. Y ahora, en esta campesina aparentemente insignificante, se ha hecho realidad la espera. Calladamente, sin que nadie lo sepa, Dios le ha pedido permiso para que sea la madre de su Hijo. Y ella ha aceptado con la sencillez de los pobres. La figura de María sólo tiene sentido en el interior de la fe cristiana. Fuera de ella, aparece como una mitificación al estilo de lo que hacen con sus personajes fundamentales otras religiones e ideologías.

Decididamente, Dios es incomprensible y desconcertante para el hombre de todas las épocas, especialmente para el hombre moderno, tan complacido siempre en las cosas grandes. El Mesías esperado nacerá en una insignificante aldea de Judea -Belén-, y su madre será una sencilla mujer de pueblo: una muchacha desconocida, hecha para servir; una joven inexperta, que se arriesga a creer; una mujer peregrina, que se apresura a dar su mano en un gesto de solidaridad y comunión. Una joven de pueblo, desposada con un obrero, frente a las grandes señoras de su tiempo... y del nuestro. Dios "miró la pequeñez de su esclava".

Los gustos de Dios son muy distintos a los nuestros: nosotros, venga a querer ser como dioses (Gén 3,5); y El, venga a querer ser como hombre (Jn 1,14). Nosotros, empeñados en querer subir hasta el cielo (Gén 11,4); y El, empeñado en bajar hasta el fondo de lo humano (Flp 2,5-8). Nosotros deseosos de hacer siempre nuestra voluntad, y El, deseoso de negarla (Jn 4,34)...

Y así no nos damos cuenta de lo que realmente merece la pena. ¡Sólo tenemos ojos para grandezas y corazón para hacernos grandes! Y a la vez que perdemos lastimosamente el tiempo ante la televisión o similares.

1. La vocación humana, disponibilidad al proyecto de Dios La vida del hombre únicamente se puede desarrollar confiando y trabajando por alcanzar metas. Las llamamos ilusiones, deseos de superación... Es lo que en la Biblia se llaman promesas.

La vida de cada hombre, sobre todo en las cuestiones definitivas, es un camino sin trazar. Las ilusiones, los deseos de superación, de plenitud y eternidad -las promesas- son como una luz que nos va guiando. Gracias a esa luz tenemos fuerzas para seguir caminando. Para poder llegar a nuestro desarrollo personal y comunitario tenemos necesidad de creer en una promesa, de tener ilusiones, de creer en la plenitud humana. Eso es esperar al Mesías.

La vocación de cada uno es como una intuición de una situación nueva que nos llama, pero que hasta que no la alcanzamos, no sabemos qué es ni cómo es. No hay empresa ni proyecto humano que merezca realmente la pena, que se pueda llevar a cabo sin una gran fe en lo que se espera conseguir.

Yo no sé cuándo me fue planteada la pregunta. Y no sé si respondí con palabras. Pero sé que un día respondí "sí" a alguien o a algo... Y desde esa "hora" tengo la certeza de que la existencia humana tiene pleno sentido y de que mi vida tiene una meta. Desde esa "hora" fui sabiendo lo importante que es no mirar hacia atrás (Lc 9,62) y no preocuparse por el mañana (Mt 6,34).

Desde esa "hora" he ido comprobando que los "juguetes" -dinero, poder, cachivaches...- nos atraen mientras somos "niños" que se dejan seducir por el "sonajero". Desde esa "hora" he ido sabiendo que el camino de la vida lleva a un tiempo que es muerte y a una muerte que es la vida (Mt 10,39). Desde esa "hora" voy experimentando que todo acabará bien. María, "llena de gracia" y templo de Dios, se abre a los demás. La alegría mesiánica que la llena tiende, como todo don de Dios, a la comunión. Por eso, María sale de sí misma y camina.

Y se fue a una ciudad de Judá. Lleva dentro un misterio consumado en la profundidad de su ser; un misterio consumado en el silencio de una vida entregada y en la oración. María ha sabido responder a las esperanzas de Dios. Y quiere responder a las esperanzas de los hombres. Todo se ha desarrollado en el silencio y la sencillez, en la oscuridad de una casa cualquiera, en el corazón de una muchacha de pueblo como tantas. Ahora esta joven camina deprisa hacia arriba, por un camino de montaña. Nadie advierte su presencia: los poderosos están demasiado ocupados en sus complicados juegos políticos y económicos, los intelectuales en sus ideas y en sus libros, los hombres religiosos en sus prácticas y leyes, la gente corriente en sus cosas de cada día... Como ahora. El mundo sigue adelante. Y, sin embargo, algo muy importante ha ocurrido, aunque nadie haya sido informado de ello. Dios se ha hecho presente entre nosotros, porque esa joven, que ahora camina por la montaña, ha aceptado estar presente en el encuentro con El. La vocación humana es fundamentalmente disponibilidad al proyecto de Dios sobre los hombres y sobre el mundo. Disponibilidad que no puede exigir ver claro, hasta en los detalles, antes de comprometerse. La vocación humana es siempre ponerse en camino; la visión completa se irá teniendo a lo largo del recorrido.

Es decir, conoceremos el camino solamente después de haberlo recorrido hasta el final. Las explicaciones vienen siempre después. A la fe del verdadero creyente le basta con saber que El -el Padre- va delante y sabe el camino. La vida humana es un misterio de acogida, de disponibilidad, de libertad. Pero misterio en marcha por los caminos de los hombres. Y es necesario caminar deprisa; tanto más deprisa cuanto más urgente y vital sea el mensaje que llevamos. El "sí", cuando brota del corazón, es siempre decisivo para nosotros y para los demás. Pero es necesario ponerse en camino.

La anunciación nos narra lo que le ha sucedido a María; la visitación, lo que María hace que suceda. El encuentro con Dios es desconcertante no sólo para quien dice "sí", para quien se deja encontrar, sino también para todos los que se encuentran con esa persona. Dos mujeres pobres, que esperan un hijo, se encuentran. ¿De qué van a hablar sino del futuro que llevan en las entrañas? Son dos futuras madres que hablan "llenas del Espíritu Santo". Por esa razón el futuro que contemplan no puede reducirse al de ellas mismas o al de los hijos que van a tener, sino al de todo el pueblo, según el plan de Dios, del que ellas y sus hijos son instrumentos.

Los pobres se visitan. Comparten y comentan sus presentimientos y esperanzas. Va brotando una nueva cultura liberada y liberadora. Y el pueblo la canta -Magnificat, Benedictus-. Es esto lo que deben ser las comunidades cristianas, la Iglesia de los pobres. Cuando nosotros planificamos nuestras vidas y las vidas de los que nos rodean llenos de nosotros mismos, llenos de egoísmos, encontramos el vacío y la soledad. Si planificamos buscando el bien del pueblo, su liberación, conectamos fácilmente con este pasaje evangélico. Tenemos que decidirnos a ir, como María, a hacer presente por todas partes al mesías -ilusiones, esperanzas, futuro de justicia y libertad para todos- que llevamos dentro.

2. Nadie da lo que no tiene Ser madre no es ningún título honorífico. Ser madre es ser capaz de despertar a la vida, de engendrar unos hijos que se parezcan a ella.

La presencia de María en casa de Isabel no deja a las personas como estaban. Basta un saludo para suscitar algo nuevo. Hay en ella una profunda realidad que sintoniza inmediatamente con la otra realidad profunda que Isabel lleva dentro de sí. Los encuentros entre las personas sólo son verdaderos si se realizan desde la profundidad de sus ilusiones y esperanzas, si se producen desde los más íntimo de ellas mismas. Pero una persona no puede encontrarse de verdad con otra sin antes encontrarse consigo misma, sin haber penetrado antes en la profundidad de su ser y haberse habituado a vivir, a permanecer en ese nivel de interioridad.

Para saber si de verdad nos estamos realizando como personas no nos limitemos a observar lo que está ocurriendo dentro de nosotros; constatemos qué estamos logrando en los que nos rodean. Debemos tener la humildad y el coraje de tratar de saber lo que provoca en los demás nuestra presencia, nuestra vida; de esa forma podremos comprobar la resonancia del mensaje que llevamos dentro.

Este pasaje nos narra el encuentro de María e Isabel, de Jesús y Juan. Jesús quiere siempre encontrarse con cada uno de nosotros. ¿Cómo lo hará? Necesitamos el silencio interior -la oración- para que Jesús se nos pueda manifestar a través de nuestras verdaderas ilusiones. ¿Qué ilusiones tenemos en nuestra vida, qué esperamos? Isabel interpreta los signos naturales, descubre el misterio de María y la grandeza del Niño, y se humilla ante todos. En el seno de María estaba el esperado a lo largo de toda la historia de Israel.

"¡Dichosa tú, que has creído!" María realmente ha creído. En su vida sencilla y fiel, en la vida corriente de una mujer de aquel pequeño pueblo de Nazaret, el Padre ha podido actuar. La promesa se ha convertido en realidad. La anunciada madre del Mesías entra ya en escena con un Hijo en las entrañas. Los tiempos nuevos han comenzado. La plenitud y eternidad y la paz anunciadas, y tan deseadas, están ya al alcance de la mano. María, mujer dichosa, nos da ejemplo de fe, de alegría, de disponibilidad, de servicio.

¡Dichosos los que hemos creído!: podemos repetir hoy y siempre, a condición de demostrar nuestra fe en las obras de la vida. Si hacemos así, también en nosotros se cumplirán todas las promesas del Señor. María es proclamada por la Iglesia, desde siempre, como el máximo ejemplo de realización humana. Una mujer que supo estar a la altura de su vocación y que no se acobardó ante las dificultades.

Una mujer del pueblo. ¿Habría llegado María a lo mismo si hubiera sido una "señora distinguida" de las que hay tantas en las iglesias y dirigiendo obras "de caridad"? Seguro que no, porque los verdaderos valores humanos no están más que en el pueblo. Las "señoras distinguidas" -lo mismo que "los señores"- están para otros menesteres: "Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio" (He 13,50). Es importante sacar las conclusiones.

3. María, ejemplo para la Iglesia y para cada cristiano El evangelio de la visitación es, también, una reflexión sobre la Iglesia. María simboliza a la Iglesia. Isabel, al Antiguo Testamento. María, llevando en su seno al Mesías y yendo a comunicarlo, define exactamente el comportamiento que debe ser propio de la Iglesia universal, de cada comunidad cristiana, de cada creyente. Pero es necesario llevar "dentro" al Mesías. De otra forma, ¿qué podriamos comunicar, ritos sin vida?

Frente a María -la Iglesia- están Isabel y Zacarías -el Antiguo Testamento-. María es joven, ágil: representa a las comunidades cristianas que se apresuran a comunicar la Buena Nueva que llevan dentro de sí a todas las naciones. Isabel y Zacarías son ancianos. María es quien va a visitarlos; ellos no pueden más que acogerla; no saben más que decir quién es María y quién es Jesús, el Niño que aún oculta. ¡Cuántas veces los no cristianos saben mucho mejor que nosotros quién es Jesucristo!

Zacarías e Isabel formaban un matrimonio estéril desde hacía mucho tiempo; vivían de unas ilusiones que parecían no podrían cumplirse jamás. Esclarecen la apasionada espera, próxima al fracaso, que vertebra el Antiguo Testamento. ¿Simbolizan las ilusiones presentes en lo más profundo del corazón humano y que parece que nunca serán realidad? El deseo de estos ancianos se va a ver cumplido: el Niño tan esperado está para llegar. También nuestras ilusiones se cumplirán si sabemos abrirnos al Hijo de María.

4. El "Magnificat", experiencia del creyente Frente a Isabel que grita una fórmula de alegría, junto al niño Juan que profetiza silenciosamente "saltando de alegría en el vientre", junto a Zacarías encerrado en su mutismo, María tiene otra actitud: canta ampliamente las maravillas de Dios; es la primera en cantar el nuevo orden del Reino.

Por el mensaje del "ángel", por las palabras de Isabel y por la Sagrada Escritura reconoce María que el Padre ha hecho en ella cosas grandes.

El poema se atribuye a María, pero es, en realidad, producto de la comunidad cristiana primitiva. Expresa cómo entendieron la fe de María los primeros cristianos. Se compuso para que la comunidad, al repetirlo en sus celebraciones litúrgicas, se acordara y contemplara la experiencia de salvación que vivió María. Y para que, a la luz de esa experiencia, medite en la realidad de la salvación que ella misma -cada comunidad- está viviendo y de la que debe dar testimonio. Porque lo que canta la comunidad cristiana en el Magnificat es su propia experiencia de salvación. Y si lo refiere a María es porque ella es el modelo de esa experiencia.

Lo que Israel percibía débilmente, la Iglesia lo conoce con mayor densidad; por eso puede componer el Magnificat. La Iglesia contempla, iluminada por las palabras de María, su propia misión, comprende mejor su sentido; aprende a reconocer mejor en sí misma al Dios que "hace maravillas".

No es comprensible que María dijera todas estas ideas y que alguien las recogiera después al pie de la letra. Es más lógico, y más interesante para nuestra vida, que el Magnificat sea el resumen de la espiritualidad de María, la síntesis de lo que ella vivió, su interpretación del evangelio de su Hijo. A la vez que resume la misión que la Iglesia debe realizar en el mundo si quiere ser fiel a ese evangelio.

El Magnificat es un canto de resurrección y de liberación, porque anuncia que Dios destroza los planes destructores de los que oprimen al pueblo y explotan a la humanidad. Es revolucionario: está a favor del cambio radical de unas estructuras empecatadas. Es también modelo de la actitud del hombre oprimido ante la obra de Dios: actitud de contemplación y alabanza. Canta la espiritualidad de "los pobres de Yavé". Expresa la alegría del pueblo sencillo y pobre ante la visita del Dios Salvador. Es la expresión más elevada del alma de Israel; alma fabricada a lo largo de los siglos de su historia y hecha oración en los Salmos. Las lágrimas y las alegrías, las esperanzas y las luchas de un pueblo se encierran en sus líneas.

Sólo los que viven en la indigencia, los que no tienen nada, aquellos cuya vida sólo tiene la solución de esperarlo todo de Dios, podrán recibir el anuncio de la Buena Nueva (Is 61,1-3), podrán conectar con las ideas del Magnificat. Por eso en María, pobre y humilde, el Padre lleva a cabo la gran promesa prometida al pueblo elegido. Promesa que llevará adelante la Iglesia en la medida en que sea pobre y humilde.

María deseaba la llegada de lo contrario de lo que existe. Veía necesaria la aparición de un mundo opuesto al suyo y al nuestro. Pero lo que era necesario era también imposible, ya que el peso de egoísmo, de cobardía, de miedo, de mentira, de violencia, era -y es- demasiado grande. Y porque la transformación del mundo era tan imposible como necesaria, María oraba. Oraba y vivía tan plenamente, que dio a luz lo imposible. Desde entonces los hombres podemos buscar esperanzados lo imposible necesario. Desde entonces luchar por la fraternidad universal no es un absurdo. María ha creído, ha acogido la oferta de vida que el Padre ha hecho a todos los hombres y la ha sugerido. El cántico de María está, casi todo él, compuesto por ideas o frases del Antiguo Testamento, tomadas principalmente del cántico de Ana (I Sam 2,1-10) y de los Salmos. En este aspecto es poco original. Pero es realmente original y creador el poner en boca de los oprimidos, que quieren liberarse, esta selección de frases unidas, formando un solo poema, con un solo tema. Así funciona muchas veces la cultura popular: recoge elementos de muchas partes, incluso elementos aparecidos en la cultura burguesa, y les da un giro subversivo, hace con ellos síntesis denunciadoras y combativas, a veces llenas de ironía. El Magnificat es un caso de ello. Hoy en nuestro mundo el clamor por liberarse de la injusticia es universal entre las masas necesitadas y oprimidas, mientras los más privilegiados -individuos y naciones- tratan de ahogarlo para seguir dominando y oprimiendo. Y mientras muchos dedican su vida en él a teorizar, pero sin hacer nada por nadie, el canto de María se convierte -ahora y siempre- en el grito clamoroso de todos los profetas de Israel y de todos los tiempos.

El himno gira en torno a dos grandes temas: la liberación de los pobres y los humildes y el amor de Dios para con Israel, en el que está simbolizado toda la humanidad. Es el Israel pobre, la humanidad oprimida, que ha confiado en Dios, los que verán finalmente el cumplimiento de las promesas que Dios había hecho desde Abrahán. Y María -y con ella la Iglesia de los pobres-, al entonar el cántico, puede aplicarse a sí misma el cumplimiento de la liberación y del amor que esperaban los pobres de Israel. Empieza con el agradecimiento por la salvación que se ha realizado en ella. Ella es la personificación de Israel, y realiza plenamente la imagen de la pobre de Yavé. En ella, humilde y esclava, el Poderoso lleva a cabo las obras grandes prometidas al pueblo elegido.

María encarna el mensaje cristiano. La vida humana ya es posible por la fe, la pobreza, el amor. El hombre ya no es un esfuerzo inútil o una carrera hacia el vacío, sino que tiene en el horizonte de su vida la plenitud y la eternidad de Dios. El hombre verdadero es el que cree y es pobre. Fe y pobreza van siempre unidas. María cree que Dios actúa en la historia; María da gracias; María se siente pobre y desea un mundo distinto donde nadie domine y oprima a los demás... En María se concentra toda la humanidad; manifiesta lo que toda la humanidad y cada uno de los hombres deseamos: que el Hijo de Dios -todo lo que El representa de plenitud y eternidad, de felicidad y paz, de amor para todos- venga al mundo. Manifiesta que la humanidad tiene en su interior unas esperanzas que sólo Dios es capaz de llevar plenamente a término... Son las esperanzas que canta el Magnificat. La palabra de Dios comunica el sentido de la historia, obra de un Padre oculto, a los hombres que buscan y viven insatisfechos. ¿Cómo buscar alimento sin estar "hambriento"? La Iglesia, y con ella cada creyente, percibe el misterio de su existencia a partir de la experiencia de María. Y ésta interpreta, a su vez, su experiencia personal a partir de la experiencia de Israel.

El Magnificat nos presenta a la comunidad cristiana iluminada por la luz que reciben algunos de sus miembros, y a estos mismos miembros iluminados por la luz recibida de su propia comunidad. La Iglesia se refiere a María para comprender el sentido que la fe da a su existencia, después que María ha hecho referencia a sus antepasados para expresar el misterio que acababa de invadir su propia vida. María fue capaz de confiar en el Padre, de esperar por encima de todo, de vivir apoyada en las promesas de Dios y no en sus méritos o en su riqueza. Por eso Dios la escogió y la colmó. Porque Dios "colma de bienes a los hambrientos" y "a los ricos los despide vacíos". Porque Dios "dispersa a los soberbios de corazón", "derriba del trono a los poderosos" y "enaltece a los humildes". Porque Dios cumple lo que promete a los hombres. Porque Dios es fiel, y con Jesús nos ha marcado el camino hacia la vida. Un camino de lucha, difícil, como el de Cristo. Pero de lucha llena de esperanza, porque tenemos la certeza de la victoria. El hombre que llenó su vida con los verdaderos valores -amor, esperanza, fe, libertad, amistad, servicio...- comprende por experiencia la mediocridad de las cosas que con frecuencia pretenden llenar la vida humana. Lo mismo el que, por propia experiencia, ha "gustado" la caducidad de todo y la inhumanidad de los que buscan el dinero y el poder, puede comprender dónde están realmente los valores que cuentan.

Dios no se deja cazar en la trampa de los poderosos, por más que éstos lo intenten. Siempre logra escapar y volver a alentar a los de abajo para que se subleven y peleen. No lo caza ni neutraliza la cultura burguesa que nos asedia y domina por todas partes -sin excluir la cultura religiosa y las catequesis y clases de religión-. Siempre reaparece cargado de las mayores exigencias justicieras, trastocando todos los planteamientos aceptables por los instalados en el poder o en la comodidad.

El Magnificat plantea la lucha de clases sin miedo ni matizaciones: para exaltar a los humildes será necesario derribar a los potentados de sus tronos. Unos y otros no pueden estar juntos. La hermandad puede venir una vez hecha realidad la igualdad de oportunidades para todos en una sociedad sin clases. El Magnificat alaba al Dios que está en estas cosas, y no a otro. Y al alabarlo nos propone una tarea histórica concreta. Lo que canta el Magnificat no se realizará por una simple súplica, sino por una tarea que deberán cumplir los hombres dentro de la historia. ¿Cómo es posible que los poderosos, desde siglos atrás hasta hoy, hayan logrado quitar toda la fuerza subversiva a este poema, dándole una interpretación individualista, privada, "espiritual", como si hablara del encuentro del "alma" con Dios?

5. El verdadero amor es siempre servicio "María se quedó con Isabel unos tres meses". El tiempo que faltaba para el nacimiento de Juan. La ayudaría en las faenas de la casa, teniendo en cuenta el estado y la edad de Isabel. Entendió, desde el principio, que el verdadero amor se hace siempre servicio. "Después se volvió a su casa". Su presencia ya no era necesaria... 

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET 1º
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 58-67


 

19.

Celebramos hoy una de las fiestas más antiguas en honor de la virgen María, la de la Asunción, conocida en los primeros tiempos de la Iglesia como la fiesta de la "Dormición" y actualmente, en muchos lugares, como la "Virgen de agosto", que coincide con la fiesta mayor de muchos pueblos y ciudades de nuestros país. Debemos reflexionar sobre el sentido profundo de esta fiesta y debemos procurar aplicarnos algunos de los textos que acabamos de proclamar, especialmente ese maravilloso canto de María, que se llama el Magnificat.

-María, modelo de la humanidad redimida y glorificada

Para captar el sentido de la fiesta de la Asunción, es bueno tener en cuenta lo que escribió el papa Pablo Vl en la encíclica Marialis cultus: "La Asunción es la fiesta en que recordamos el destino de plenitud y bienaventuranza de María, la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, su perfecta configuración con Cristo resucitado. Fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora garantía del cumplimiento de la esperanza final. Pues dicha glorificación plena es el gozoso destino de todos aquellos a quienes Cristo ha hecho hermanos, teniendo en común con ellos la carne y la sangre".

Por tanto, el sentido profundo de la Asunción de María es la certeza segurísima de la salvación integral del hombre, de ese hombre que, como nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura, está llamado a resucitar juntamente con Cristo; más aún: como el mismo san Pablo dice en la epístola a los Efesios (2,6), el hombre que se adhiere a Cristo por la fe, "ha sido ya resucitado por Dios y ha sido ya sentado en el cielo". Entre otras cosas, ello quiere decir que la salvación que Cristo nos alcanzó no se refiere únicamente a la realidad espiritual del ser humano, sino que afecta a toda su personalidad integral: cuerpo y alma son el objeto unificado de la salvación y de la redención. La salvación cristiana no es espiritualista, sino plenamente humana. El misterio de la Asunción de María nos dice que un miembro de la raza humana ha alcanzado ya la totalidad de la redención y salvación, y goza ahora ya de la plenitud de la glorificación que todos anhelamos. Con ello, María se convierte en modelo de vuestra salvación actual y en prenda de nuestra glorificación futura. Por tanto, María asunta al cielo no es en ningún momento una especie de ideal inalcanzable, digno sólo de ser admirado y alabado, sino que es el modelo y la imagen de lo que todo creyente en Cristo es ya actualmente y está llamado a ser en el futuro.

-María, modelo de liberación

Hemos hablado de salvación y de redención. Pero otro nombre para expresar estas realidades que Cristo ha llevado a la humanidad es el de liberación. María asunta es también modelo y prenda de esa liberación integral de todos los hombres y mujeres. Por ello, es tan oportuno que el evangelio nos haya hecho resonar en los oídos los acentos, líricos y dramáticos a la vez, del Magnificat.

Lo expresa muy bien el papa Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Mater: "La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magnificat, renueva en sí misma cada vez mejor la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magnificat, se halla después expresado en las palabras y las obras de Jesús".

Y sigue diciendo el papa: "La Iglesia, por tanto, es consciente -y en nuestra época dicha conciencia es subrayada de modo particular- que no sólo no se pueden separar los dos elementos del mensaje contenido en el Magnificat, sino que también hay que salvaguardar concienzudamente la importancia que los pobres y la opción en favor de los pobres tienen en la palabra del Dios vivo. Se trata de temas y de problemas orgánicamente relacionados con el sentido cristiano de la libertad y de la liberación. Dependiente totalmente de Dios y plenamente orientada hacia él por el impulso de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia tiene que mirar hacia ella, Madre y modelo, para entender en su integridad el sentido de su propia misión".

Mirémonos, pues, hermanos, en ese modelo supremo de libertad y de liberación, y procuremos trabajar para que, tanto en nosotros mismos como, sobre todo, en los más alejados del don de la libertad, dicho don pueda ser cada vez más una consoladora realidad.

-La fiesta de la libertad

Trabajo que no es compatible con la celebración y la fiesta. Tengamos en cuenta que la coincidencia de tantas fiestas mayores -celebraciones exaltadoras de la alegría de vivir- con la Asunción -que festeja la exaltación de toda la humanidad en la persona de una mujer, María- no resulta en absoluto forzada. Hagamos, pues, de esta eucaristía que estamos celebrando, una verdadera fiesta de nuestra libertad.

JOAN LLOPIS
MISA DOMINICAL 1989, 16


 

20.

Si la Asunción de María es el triunfo de la vida sobre la muerte, no deja de ser interesante que hoy fijemos los ojos en el cántico que María eleva a Dios, al descubrir su plan redentor.

Efectivamente, el Magnificat es un canto de esperanza, puesto en labios de María por Lucas, pero que en realidad es proclamado por toda la comunidad que se siente salvada por Dios. En el Magnificat podemos ya descubrir la mística de la resurrección y de la pascua: Dios libera a su pueblo de las garras de la esclavitud y de la muerte, y lo resucita por su misericordia, venciendo a los poderosos opresores y ensalzando al humilde oprimido. Podemos suponer que esta María que canta el Magnificat es la comunidad-madre que, reflexionando sobre toda su historia, descubre en ella los pasos del Dios de la vida. Seguramente que en un instante se cruzaron por la imaginación de María las horas difíciles que había vivido y las que le tocaría vivir; como asimismo la historia de su pueblo, cómo había emigrado a Egipto acosado por el hambre y cómo había terminado siendo explotado por los faraones; recordó entonces la gesta liberadora del Éxodo y la entrada del pueblo en la tierra prometida, anuncio de una vida nueva.

También pasaron por su mente los reyes impíos que lo gobernaron; las guerras que lo llenaron de vergüenza; la deportación a Babilonia y la destrucción del templo y de la ciudad de David; la persecución a la que fueron sometidos los que permanecieron fieles a Yavé; la liberación decretada por Ciro y la reconstrucción de Jerusalén.

Recordó a los profetas que alentaron la esperanza de los pobres del Señor, como también el heroísmo de cuantos murieron en el largo camino hacia la libertad. Recordó el imperio de los griegos y la entrada de los romanos, que ahora lo tenían sometido: pensó en Herodes, que abusó de sus indefensos compatriotas.

Pensó María -la comunidad de fe, renacida a la nueva vida- en la muchedumbre de los desheredados, en los que se morían de hambre, en los que eran explotados, en los esclavos, en los pueblos víctimas del más fuerte; en la gente sin trabajo, en los hogares sin pan, en los niños abandonados; en los deportados, en los exiliados que vagan por el mundo buscando una patria; recordó a los perseguidos injustamente; a la gente calumniada, despreciada, pisoteada o burlada...

María se sintió la humanidad, el pueblo que contra toda esperanza confía en el Día de la Liberación. Y cantó por ellos, por los de su época, por los de hoy, por los que vendrán. María es la humanidad pobre y humilde, es el pueblo que descubre la fuerza de Dios en su propia debilidad; es el pueblo que hace surgir de su seno al Salvador; que saca fuerzas de su debilidad, que no se achica frente al grande, que no se humilla delante del rico o del poderoso; que no vende sus derechos por misiles atómicos ni prostituye sus mujeres por un crédito. María no cree en los slogans manipulados ni en la publicidad mentirosa, pero sí se indigna ante el vituperio constante a la mujer y ante el abuso de los niños, a quienes se encandila con las luces de un mundo ilusorio...

Esta es la María que canta el Magnificat, que se alegra en su Dios Salvador porque ha mirado su pequeñez y ha hecho de ella el brazo poderoso que destruye la opresión. En esta festividad de la Asunción, toda la comunidad se goza en la esperanza de la victoria de la humanidad contra el egoísmo, la violencia y el odio. La figura de María aparece como ridícula ante los grandes de su época; y, sin embargo, de su seno emerge el Salvador, el Hombre Nuevo, el Cristo de la nueva humanidad. Esta María del Nuevo Testamento no es la frágil doncella de los pintores románticos ni la ataviada Reina, reluciente de perlas, de la piedad cristiana de estos últimos siglos. Esta María es pobre, humilde, analfabeta, pero fuerte con la fe, firme en la esperanza, arraigada en la estirpe humana, que no se doblega aun en medio de las mayores contrariedades.

Un pueblo cristiano que celebre hoy la Asunción es un pueblo que camina con la cabeza levantada, no por el orgullo, sino por la esperanza; una Iglesia que hoy festeje a María vencedora de la muerte no puede quedar de brazos cruzados ante el esfuerzo de tanta humanidad por una vida más digna y por una libertad más real, auténtica y profunda. Nada tiene que ver esta María con esa piedad sosa, sentimental y amodorrada, que se refugia en María como un niño pequeño, lleno de miedo ante la realidad, se refugia entre las faldas de su madre. No es ésta la María del Evangelio, ni es ésta la actitud del creyente que levanta sus ojos para contemplarla vencedora de la desesperanza y del nihilismo de una cultura que no sabe encontrar dentro de sí fuerza para sobreponerse a sus duras coyunturas.

La María resucitada de las cenizas de la muerte es, sin embargo, más un símbolo que una realidad; o, si se prefiere, es una realidad que se abre paso lentamente a medida que crece la fe del pueblo en el Dios liberador. Contemplar a María triunfante, más que un grito de victoria, es el descubrimiento de todo el alcance y el significado de la fe en el mundo. La victoria que el hombre debe lograr sobre su egoísmo es posible; y es esta posibilidad la que hoy nos alienta. La Asunción de María, al igual que la resurrección de Cristo, subraya el optimismo cristiano: la paz es posible, la justicia es posible, el amor es posible... Pero también subrayan la lucha que supone todo proceso de liberación: nada se nos dará gratuitamente a espaldas de nuestra pereza. Optimismo esperanzador y responsabilidad liberadora: he ahí la síntesis de esta festividad. La Asunción es el triunfo de la fe sobre la muerte. Y por ese triunfo lucha la Iglesia, porque «para Dios nada es imposible»...

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 195 ss.



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