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H O M I L Í A S 

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1. Joel 2,12-18

El profeta Joel llama al pueblo de Israel a una jornada de penitencia. Les urge a que se conviertan de su mal y se pongan con decisión en la línea del seguimiento de Dios. Esto sucedía unos cuatro siglos antes de Cristo.

El ambiente se ve que estaba bastante apático y decadente. Además, estaban padeciendo en aquellos momentos los efectos de una catástrofe natural, una larga sequía y una plaga de langostas o saltamontes que había arrasado toda la cosecha.

El profeta aprovecha la circunstancia para convocar en asamblea general a pequeños y mayores, sacerdotes y laicos, para que todos juntos pidan perdón a Dios. Para él, la causa fundamental de la situación es que se han olvidado de Dios y descuidan su alianza. Eso sí: no se tienen que contentar con un ayuno oficial, ni con unas lágrimas o con un cambio de vestidos exteriores en señal de luto. La conversión tiene que ser interior: volverse de corazón a Dios, buscar sinceramente su voluntad y cumplirla.

El argumento con el que les anima a dar este paso es la bondad de Dios. Les recuerda una definición de Dios que se repite muchas veces en la Biblia: es «compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad».

El Salmo 50, el «Miserere», da a este día inaugural de la Cuaresma un tono penitencial por excelencia. Es el salmo -atribuido a David- en el que un pecador muestra su arrepentimiento e implora humildemente de Dios que le perdone y que le ayude a renovar su vida: «borra mi culpa... crea en mí un corazón puro... devuélveme la alegría de tu salvación».

2. 2 Corintios 5,20-6,2

Pablo se lo dijo a los corintios hace dos mil años, pero nosotros lo oímos hoy: «ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día de la salvación».

El se muestra orgulloso de ser «embajador de Cristo», y la embajada que trae de parte de él es ésta: «dejaos reconciliar con Dios». Esta reconciliación se la ofrece Dios a todos por medio de la muerte salvadora de su Hijo Jesús. Hay que aprovechar esta ocasión y no «echar en saco roto la gracia de Dios». Es el tiempo propicio para reconciliarse: o sea, para recomponer la relación entre nosotros y Dios, por si se hubiera roto o debilitado.

3. Mateo 6,1-6; 16-18

Jesús, en el sermón de la montaña, enseña a sus discípulos cómo tiene que ser su estilo de vida. Es una hermosa página, con paralelismos y antítesis muy expresivos.

Describe tres aspectos de la vida de un creyente que se puede decir que abarcan las tres direcciones de cada persona: para con Dios (oración), para con el prójimo (limosna) y para consigo mismo (ayuno). En las tres, el discípulo de Jesús tiene que profundizar, no quedarse en lo exterior, sino situarse delante de Dios Padre, que es el que nos conoce hasta lo más profundo del ser, sin buscar premios o aplausos aquí abajo:

- la limosna: «no vayas tocando la trompeta» para que todos se enteren; al revés: «que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha»; el Padre te lo recompensará;

- la oración: no orar «para que os vea la gente»; al revés: «entra en tu cuarto y reza»; el Padre te lo pagará;

- el ayuno: «no andéis cabizbajos para que la gente sepa que ayunáis»; al revés: «perfúmate la cabeza»; el Padre te premiará.

4. Las lecturas de hoy nos invitan a convertirnos, a ponernos en camino hacia la nueva existencia que Cristo nos quiere comunicar en su Pascua.

a) Como en tiempos de Joel, suena la trompeta convocando a ayuno y conversión.

Muchos cristianos están asustados de la situación presente: la gran sequía de fe y de vocaciones, y las plagas peores que las langostas que arrasan valores humanos y cristianos. ¿Tiene futuro todo esto? La Cuaresma nos viene a responder que sí. Ante todo porque Dios sigue siendo rico en bondad y misericordia, y está siempre dispuesto a perdonar y empezar de nuevo. Y también porque las personas, por amodorradas que estén, pueden sentirse movidas por el Espíritu y cambiar.

Por eso somos invitados a emprender un camino pascual, un camino que incluye la cruz y la renuncia, y por tanto será incómodo. Somos invitados a reconocer que algo no va bien en nosotros mismos, además de en la sociedad o en la Iglesia, y a cambiar, a dar un viraje, a convertirnos. Conversión se dice en griego «metánoia», que significa cambio de mentalidad.

El gesto penitencial de la ceniza que hacemos hoy, después de la homilía, nos recuerda, por una parte, que somos polvo y al polvo volveremos, cosa que nos hace bien recordar. Y por otra, nos invita a que aceptemos el Evangelio como norma de vida, como mentalidad propia de los seguidores de Jesús.

b) La apremiante exhortación de Pablo a los cristianos de Corinto se repite hoy para nosotros a través de la Iglesia, cuyo ministerio principal es el de la reconciliación: tenemos que saber aprovechar la mano tendida de Dios, la reconciliación que nos ofrece en este tiempo de gracia que es la Cuaresma y la Pascua.

Será bueno que desde ahora pensemos en el sacramento que más explícitamente nos comunica la victoria y el perdón de Cristo: la Reconciliación o Penitencia. «Confesar y comulgar por Pascua» sigue teniendo un sentido pleno: es como mejor nos sumamos e incorporamos los cristianos a la Pascua de Cristo.

c) También nosotros necesitamos que se nos diga que la conversión ha de ser interior. En las tres direcciones que Jesús apunta en el evangelio.

Cara al prójimo, una caridad y una apertura que no busca ostentación, sino que se basa en un amor verdadero y desinteresado. Cara a Dios, una oración que no se conforma con palabras y gestos exteriores, sino que brota del corazón. Cara a nosotros mismos, un ayuno que es autocontrol, capacidad de renuncia de valores secundarios en favor de los principales.

Todo ello -dar limosna, rezar, ayunar- no lo hacemos para llamar la atención, sino con sinceridad y profundidad, para abrirnos a los demás, abrirnos a Dios y cerrarnos un poco a nosotros mismos. Exactamente lo contrario de lo que tendemos a hacer: abrirnos a nosotros mismos y cerrarnos a Dios y al prójimo.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997, pág. 14-16

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