41 HOMILÍAS MÁS PARA EL MIÉRCOLES DE CENIZA
36-41

 

36.

Entrada: «Te compadeces de todos, Señor, y no odias  nada de lo que has hecho; cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Y los perdonas, porque Tú eres nuestro Dios y Señor» (Sap 11,24-25,27).

Colecta (del Misal anterior, y antes del Veronense, Gelasiano y Gregoriano): «Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal».

Comunión: «El que medita la Ley del Señor da fruto en su sazón» (Sal 1,2-3).

Postcomunión: «Señor, estos sacramentos que hemos recibido hagan nuestros ayunos agradables a tus ojos y obren como remedio saludable de todos nuestros males».

Joel 2,12-18: Rasgad los corazones, no las vestiduras. Es éste un llamamiento del profeta Joel al pueblo de Dios para una celebración comunitaria de la penitencia. La respuesta de Dios a este ayuno la presenta el profeta como una vuelta a la era paradisíaca. La penitencia, el ayuno y los ritos de purificación harán que el pueblo, en el día del juicio, entre en la era definitiva de la felicidad.

A las condiciones de un ayuno agradable a Dios, que sea a un tiempo comunitario e interior, le añade el profeta su dimensión escatológica. Por él se llegará a la futura felicidad y a la vida eterna con Dios.

–Para que Dios perdone es menester que exista el reconocimiento de la culpa y el consiguiente arrepentimiento. Hacemos nuestra esa actitud espiritual con el Salmo 50: «Misericordia, Dios mío, hemos pecado. Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado.

«Contra ti, contra ti solo pequé. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza».

2 Corintios 5,20–6,2: Dejaos reconciliar con Dios. Ahora es tiempo de gracia. Cristo es ante todo el Reconciliador, el Príncipe de la paz. Los Apóstoles y los ministros sagrados continúan su obra en el sacramento de la penitencia. Comenta San Agustín:

«No tendría validez la exhortación a la reconciliación, si no fuéramos enemigos. Así pues, todo el mundo era enemigo del Salvador y amigo del que lo tenía cautivo; con otras palabras, era enemigo de Dios y amigo del diablo. También el género humano en su totalidad estaba encorvado hasta tocar la tierra.

«Comprendiendo ya quiénes son esos enemigos, el salmista levanta su voz contra ellos, y dice a Dios: “han encorvado mi alma” (Sal 56,7). El diablo y sus ángeles han encorvado las almas de los hombres hasta la tierra, es decir, hasta el punto que, inclinados a todo lo temporal y terreno, no buscan ya las cosas celestiales. Esto es, en efecto, lo que dice el Señor de esa mujer a la que Satanás tenía atada desde hacía dieciocho años, y a la que convenía ya librar de esa cadena, y en sábado precisamente. ¿Quiénes miraban con malos ojos a la que se erguía, sino los encorvados? Encorvados porque, no entendiendo los preceptos mismos de Dios, los miraban con corazón terrenal» (Sermón 162,B).

La cruz de ceniza, que hoy nos impone la Iglesia, es la señal de que estamos dispuestos a emprender una vida de penitencia: «Convertíos y creed al Evangelio» (Mc 1,15). «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (Gén 3,19). Es la misma llamada que ya escuchamos al profeta Joel: «Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad vuestros corazones, no las vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro».

Mateo 6,1-6.16-18: Tu Padre, que ve lo escondido, te recompensará. Comenta San Agustín:

«Ciertos hombres hacen el bien y temen ser vistos, y ponen todo su afán en encubrir sus buenas obras. Buscan la ocasión en que nadie los vea. Entonces dan algo en limosna con el temor de chocar con aquel precepto: «guardaos de realizar vuestra justicia para ser vistos por ellos» (Mt 6,1). Pero el Señor no mandó que se ocultasen las obras buenas, sino que prohibió que se pensase solo en la alabanza humana al hacerlas –«para ser vistos por los hombres»–; que fuera ése el fruto que buscaran únicamente, sin desear ningún otro bien superior y celestial.

«Si lo hicieran solo para ser alabados, caerían bajo la prohibición del Señor. Guardaos, pues, de buscar ese fruto: el ser vistos por los hombres. Y, sin embargo, manda: «vean vuestras buenas obras» (Mt 5,16). Una cosa es  buscar en la buena acción tu propia alabanza, y otra buscar en el bien obrar la alabanza de Dios. Cuando buscas tu alabanza, te has quedado en la alabanza de los hombres; cuando buscas la alabanza de Dios, has adquirido la gloria eterna. Obremos así para no ser vistos por los hombres, es decir, obremos de tal manera que no busquemos la recompensa de la mirada humana. Al contrario, obremos de tal manera que quienes nos vean y nos imiten glorifiquen a Dios. Y caigamos en la cuenta de que si él no nos hubiera hecho así, nada seríamos» (Sermón 338,3-4).

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

37.

Nexo entre las lecturas

"En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios", nos exhorta san Pablo en la segunda lectura (2Cor 5, 20). Reconciliación es palabra clave en la liturgia del miércoles de ceniza. Reconciliación significa cambio "desde otro", por ello, implica la conversión a Dios y desde Dios, a la que llama el profeta Joel en la primera lectura: "Volved al Señor, vuestro Dios". Jesús en el evangelio interioriza las prácticas religiosas y penitenciales del judaísmo: la limosna ha de ser oculta; el ayuno, gozoso; y la oración, humilde. "Y el Padre que ve en lo escondido, te recompensará".


Mensaje doctrinal

La prioridad del corazón. Con el término corazón se quiere decir la interioridad, no en oposición, sino como venero de toda acción exterior de reconciliación y penitencia. Por ello, no hablamos de exclusividad, sino de prioridad. Con una expresión muy lograda, el profeta Joel aboga por esa prioridad: "Rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras" (primera lectura). Es evidente que el profeta no entiende la expresión en modo excluyente, ya que en el versículo 15 continúa: "Promulgad un ayuno, purificad la comunidad, entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes", acciones todas ellas exteriores. El texto evangélico pone ante nuestros ojos a Jesús llevando al grado máximo de interioridad las tres prácticas típicas de la religión judía - y podemos decir que de toda religión, incluida la cristiana:

1) La limosna, que hoy podríamos traducir con caridad, solidaridad, asistencia social, voluntariado, es decir, todas las formas posibles de ayuda al necesitado. Jesús nos enseña el estilo propio de hacer caridad: en secreto, sin ostentación alguna, buscando únicamente complacer a Dios y llevar a cabo en el mundo su santísima voluntad.

2) La oración, es decir, todo el conjunto de actividades espirituales que ligan al hombre con Dios. Desde la santa Misa a la oración privada, desde la meditación a la oración litúrgica, desde el sacramento de la penitencia a las diversas formas de religiosidad popular. Para el cristiano lo que cuenta es que, cualquiera que sea la actividad espiritual, sea un verdadero encuentro con Dios Padre en la intimidad del corazón.

3) El ayuno, o sea, todo aquello que implique renuncia de uno mismo, desprendimiento de sí para ganar en disponibilidad para con Dios y para con el prójimo. Pueden ser los sacrificios voluntarios, las pequeñas molestias de la vida de cada día, el asumir con decisión y coraje las pruebas de la vida, la lucha constante y valiente contra las tentaciones... Aquí lo importante es el gozo espiritual con que se afrontan todas estas situaciones, un gozo que repercute en la actitud y en el comportamiento para con Dios y para con los hombres.

Ministros de reconciliación. "Somos embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros", nos dice san Pablo en la segunda lectura, y añade: "Ya que somos sus colaboradores, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios". San Pablo nos muestra la dimensión eclesial de la reconciliación. Es Dios quien pone en el corazón del hombre el don de la reconciliación (dejaos reconciliar por Dios), y es el hombre el que lo acoge (o lo rechaza), pero la Iglesia es el instrumento elegido por el mismo Dios para que nos esté recordando por medio de sus ministros este don extraordinario, y es al mismo tiempo la mediadora querida por Dios de toda reconciliación. Por eso, para la Iglesia es una exigencia de su fidelidad a Dios tanto el predicar en todas partes y de todos los modos posibles la reconciliación con Dios y entre los hombres, cuanto administrar eficazmente esa reconciliación por medio del sacramento de la penitencia y del perdón. La liturgia de hoy es una advertencia nítida a los obispos y sacerdotes para que siempre estemos preparados para promover la reconciliación, y disponibles para reconciliar al hombre con Dios y con sus hermanos por medio del sacramento.


Sugerencias Pastorales

Globalizar la Reconciliación
Con este término se trata de extender la reconciliación a todos los hombres, en todas las latitudes y en cualquier estrato de la sociedad. Como católicos, hemos de reconciliarnos primeramente con nosotros mismos, con nuestra conciencia puesta delante de Dios y de su voluntad. A la vez, hemos de buscar la reconciliación dentro de la misma Iglesia católica, pues una persona o una comunidad no reconciliadas no podrán tampoco reconciliar a otros. Bajo el impulso y la guía del Santo Padre y de nuestros Obispos hemos de promover la reconciliación con todas las comunidades cristianas separadas de la Iglesia católica: con nuestra oración, con nuestro testimonio, con nuestra solidaridad, con nuestra ayuda material o espiritual. Se ha de promover por igual la reconciliación con los miembros de otras religiones (judíos, musulmanes, budistas, hinduistas...). Es probable que dentro de nuestras mismas parroquias haya miembros de otras Iglesias cristianas, o de otras religiones: habrá que comenzar por ellos el impulso y el deseo de reconciliación. ¿Cómo? Tratando de realizar las formas que nuestros obispos o párrocos nos señalan; pero además, el Espíritu inspirará a cada uno otras formas concretas, personales o grupales de hacerlo. La reconciliación global abarca otros sectores de la vida, además del religioso: reconciliación del Norte más desarrollado y del Sur, que lo está menos, a nivel mundial o a nivel nacional; reconciliación entre laicistas, no pocas veces hostiles a todo sentido religioso, y creyentes, que a veces exageran los comportamientos laicistas; reconciliación entre los emigrantes, provenientes de países en guerra o en condiciones económicas mínimas, y los habitantes de los países que los acogen; reconciliación en los estadios de fútbol entre los hinchas de un equipo y de otro, del equipo nacional de diversos países...Una cosa además quede clara: La globalización de la reconciliación excluye cualquier consecuencia negativa.

La Reconciliación Permanente. El fenómeno de la globalización reclama una reconciliación permanente, en constante reciclaje. El hombre, las comunidades humanas no se reconcilian de una vez para siempre, sino que necesitan mantenerse en actitud contínua de reconciliación. En la reconciliación sucede lo que en el amor: si no se alimenta, se enfría, se arrutina, y muere. Día tras día hay que renovar la actitud del alma hacia la reconciliación, y hay que ejercitarse en actos de reconciliación, por pequeños que sean, para mantenerla viva y para hacerla crecer. ¿Cuántas ocasiones tienes al día de practicar la reconciliación? No lo sé, pero seguramente más de una. No la dejes pasar. Aprovéchala. Para llegar a crear en el alma una actitud de reconciliación se requiere haberla practicado, sin cansancio, en muchas ocasiones. ¿Por qué no reflexionar, al final del día, si has tenido alguna oportunidad de reconciliarte con Dios, porque le has fallado en algo, o has sido menos generoso con Él? ¿si has tenido alguna ocasión de practicar la reconciliación con los demás (familiares, vecinos, emigrantes, cristianos de otras Iglesias, mendigos...) y si la has sabido aprovechar? ¡Una reflexión que puede cambiar bastante tu vida y la de tu entorno!

P. Antonio Izquierdo


38. DOMINICOS 2004

La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Joel 2, 12-18
12 Y ahora -dice el Señor- volved a mí de todo corazón con ayunos, llantos y lamentos; 13 desgarrad vuestro corazón, no vuestros vestidos; volved al Señor, vuestro Dios, porque él es clemente y misericordioso, lento a la ira, lleno de lealtad y no le gusta hacer daño. 14 ¡Quién sabe si cambiará de idea y dejará tras de sí una bendición, ofrendas para el Señor, vuestro Dios!

15 ¡Tocad la trompeta en Sión, proclamad un ayuno sagrado, convocad una asamblea, 16 reunid al pueblo, congregad a la comunidad, juntad a los ancianos, traed también a los pequeños y a los niños de pecho! Deje el esposo su alcoba y la esposa su tálamo.
17 Que entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: «Perdona a tu pueblo, Señor, y no entregues tu heredad al oprobio, a la burla de las gentes. ¿Por qué se ha de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?». 18 El Señor se mostró celoso de su tierra y perdonó a su pueblo.

2ª Lectura: 2ª Corintios 5,20-21
20 Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortase por nosotros. En nombre de Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios. 21 Al que no conoció pecado, le hizo pecado en lugar nuestro, para que nosotros seamos en él justicia de Dios.

1 Siendo, pues, colaboradores, os exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios. 2 Porque él dice: En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salvación te ayudé.

Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de la salvación.

Evangelio: Mt 6,1-6
1 «Guardaos de practicar vuestra justicia delante de los hombres para que os vean; de otro modo, no tendréis mérito delante de vuestro Padre celestial». 2 «Por tanto, cuando des limosna, no toques la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las
sinagogas y en las calles para que los hombres los alaben. Os aseguro que ya recibieron su recompensa.

3 Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, 4 para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará».

5 «Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, que prefieren rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea todo el mundo. Os aseguro que ya recibieron su recompensa.

6 Tú, cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo
secreto, te recompensará.

16 «Cuando ayunéis, no estéis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya recibieron su recompensa.

17 Tú, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, 18 para que los hombres no se den cuenta de que ayunas, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará».


Reflexión para este día
“ Convertíos a mi de todo corazón. Rasgad los corazones no las vestiduras: convertíos al Señor porque es compasivo y misericordioso”.
En Cuaresma, La Iglesia, guiada por la Palabra de Dios, nos propone un programa de vida claro y exigente. El núcleo de este programa es la conversión y la fe. La Iglesia nos invita a la conversión, a volvernos a Dios y a escucharle para que sepamos y podamos ser testigos de su verdad y de su amor. Una conversión que nace en el corazón, en la verdad de lo que somos, sentimos y hacemos. Una conversión como fruto de la misericordia de Dios, “que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”. ¡Es la Buena Noticia que nos ha traído Jesucristo!.

Al imponer la ceniza sobre la cabeza de los cristianos, se nos está invitando a una verdadera conversión y a la fe en el Evangelio. “Convertíos y creed en el Evangelio”. El Señor no se conforma con las apariencias. Quiere una conversión real y sincera: La que se origina en lo más profundo del corazón. Eso es lo que da sentido y valor a los signos penitenciales externos. Se nos invita a ese cambio de mentalidad, como respuesta de fe auténtica. Jesús en persona nos lo dice: “Cuidad de practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos”. Es la réplica de Jesús a tanta hipocresía y a tanta apariencia reinante en nuestra sociedad. Jesús quiere y espera que seamos verdaderos discípulos suyos, no que sólo lo parezcamos. Desea que nos abramos a su mensaje y transmitamos vida, verdad, justicia, paz...: Amor. “En eso conocerán todos que sois de los míos”, dice el Maestro.

San Pablo, desde su propia experiencia de conversión y de fe en Jesús, nos invita a reconciliarnos con la verdad del mensaje de Jesús, Evangelio de Dios: “Os lo pedimos por Cristo, dejaos reconciliar con Dios”.

Miércoles de Ceniza. Cuaresma de 2004. ¡Que no sea una rutina, una costumbre vacía!. Intentemos que sea una apertura a la verdad y a la vida que brotan del Evangelio. Y, fieles a Cristo, tomemos una decisión: Sembrar sus frutos en nuestro entorno familiar y social.


39. ARCHIMADRID 2004

 UN AMOR QUE VENCE A LAS CENIZAS

“Misericordia, Señor: hemos pecado”. Ésta es la realidad de la condición humana. Ésta es la verdad que puede acercarnos a la auténtica reconciliación… con Dios y con los hombres. No se trata de desacreditar tu autoestima o la mía, sino de penetrar en lo más hondo de nuestro corazón y revelar el misterio del sufrimiento y el dolor que nos ata desde hace siglos, miles de años… desde siempre. Si hay un Salmo en la Sagrada Escritura capaz de escudriñar todas esas raíces ocultas, vergonzosas y, a la vez, llenas de esperanza, ése es el Salmo 50. Junto al reconocimiento de lo que somos, viene también la solución al drama del ser humano: “Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza”.

Y tal como anuncia el Apóstol de los gentiles al pueblo de Corinto: “ahora es el tiempo favorable, ahora es día de salvación”. ¡Sí!, éste es el único mensaje de la Cuaresma, la única verdad que nos puede liberar, lo genuinamente gratificante: hay alguien que verdaderamente me quiere, y es capaz de dar la vida por mí.

En los medios de comunicación hemos visto, durante estos días, el entusiasmo con que se han ido anunciando y celebrando las fiestas del Carnaval en el mundo entero. ¿No resulta curioso el detalle de tanta máscara y disfraz?; ¿de qué ha de esconderse el hombre? Más allá del “divertimento” de lo que puede significar lo grotescamente carnal frente a lo espiritual, hay otra realidad mucho más radical, que también tiene que ver con la carne, y que hoy, Miércoles de Ceniza, se nos recuerda: “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás”. Tal y como ayer comentábamos, la fórmula puede “suavizarse” con aquella otra de: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Pero la verdad es la misma. Y, ¡fíjate!, contrariamente a lo que puedan pensar muchos, si existe alguien que reverencia verdaderamente a la carne, ése es el cristiano. Nuestra paradoja pasa de reconocer nuestra propia condición a adorar a un Dios encarnado, es decir, de la misma condición que uno de nosotros.

En este Miércoles, por otra parte, se nos invita al ayuno y a la abstinencia. Se nos recuerda, una vez más, que somos deportistas del amor. De la misma manera que un atleta necesita preparación, sacrificio, renuncia, etc., para así resultar vencedor en la alta competición, nosotros también tenemos un torneo particular. Lo curioso, tal y como nos recuerda Jesús en el Evangelio, es que los frutos de nuestro entrenamiento hay que ponerlos en práctica, no delante de los hombres para que nos aplaudan o se admiren de nuestra “musculatura” interior, sino que el único que ha de saber de nuestros esfuerzos es el mismo Dios.

Todo es cuestión de amor. Vamos a recorrer juntos cuarenta días en donde iremos descubriendo lo más entrañable del misterio cristiano: un Dios hecho carne que va a entregarse, día a día, por cada uno de nosotros. Aquello que más nos duele, lo que a veces nos resulta insoportable, el dolor que parece nunca se va de nosotros, la traición que hemos podido sufrir, o la incomprensión que nos agobia en el corazón… ¡todo eso!, y mucho más, es lo que vamos a contemplar en la vida, en las palabras y, sobre todo, en el rostro amabilísimo de un Jesús que sale a tu encuentro y te dice: “¡ánimo!, yo he vencido al mundo”.

Ésta es la esperanza de la que nos alimentamos todos los días, y que nos hace recuperarnos de las cenizas de nuestra vida, lo único trascendente y que tiene valor: el amor que Dios ha depositado en ti y en mí, y que hace que lo carnal entonces sí tenga sentido, porque es la misma carne que llevó Jesús, y aún le acompaña por toda la eternidad.


40.

LECTURAS: JL 2, 12-18; SAL 50; 2COR 5, 20-6, 2; MT 6, 1-6. 16-18

Jl. 2, 12-18. Tal vez la enfermedad o las desgracias que pudieran pasarnos a nivel personal, familiar o social, nos hagan volver la mirada hacia el Señor para pedirle que se nos manifieste como Padre amoroso, misericordioso y rico en ternura para con nosotros. Dios siempre velará de nosotros y nos concederá aún aquello que no le hemos pedido, y que sabe que nos aprovechará para nuestra salvación. Pero si hemos vuelto la mirada hacia el Señor no es sólo para encontrarnos ritualmente con Él, sino porque realmente lo buscamos con el corazón arrepentido y con el deseo de vivir en adelante como sus hijos, fieles al amor que le hemos de profesar. Por eso no debemos enlutar nuestros vestidos, sino nuestro corazón, volviendo al Señor nuestro Dios compasivo, misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia y que se conmueve ante la desgracia de sus hijos. Por eso no sólo pidamos perdón con los labios, sino que aprovechemos este tiempo especial de gracia para reiniciar nuestro caminar fiel en la Alianza nueva y eterna entre Dios y nosotros, donde el Señor será nuestro Padre y nosotros sus hijos por nuestra comunión de vida y de fe con Jesús, su Hijo amado en quien se complace.

Sal. 50. Reconocemos que hemos pecado y que somos dignos de ser juzgados y condenados por nuestras infidelidades a la Alianza pactada con Dios desde el día de nuestro bautismo. Por eso, como el publicano, al fondo del templo, arrodillados y con la frente puesta en el polvo, no nos atrevemos a levantar la mirada hacia el cielo. Sólo decimos golpeándonos el pecho: Padre, perdóname porque he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. Entonces Dios se llenará de celo por su pueblo y se levantará lleno de amor por nosotros, y lleno de ira en contra de nuestro enemigo para vencerlo, liberarnos y hacernos sus hijos, sentados en la alegría de su mesa eternamente. Quienes estamos iniciando nuestro camino hacia la Pascua de Cristo, caminamos hacia nuestra propia pascua. La Victoria de Cristo será nuestra victoria; y la Gloria de Cristo será nuestra gloria. Que esta esperanza mantenga alerta nuestra fe y despierto nuestro amor para que no dejemos de caminar a impulsos del Espíritu Santo hasta lograr nuestra plena realización en Cristo.

2Cor. 5, 20-6, 2. Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación. Hoy Dios vuelve su mirada compasiva, misericordiosa y amorosa hacia nosotros, que muchas veces hemos vagado lejos de Él como ovejas sin pastor. Nuestro Dios y Padre ha salido a nuestro encuentro por medio de su Hijo, el Pastor de las ovejas; y no ha descansado hasta encontrarnos y manifestarnos que, a pesar de nuestros grandes pecados y miserias, Él jamás ha dejado de amarnos; por eso cargó sobre sí nuestros pecados y, clavado en la cruz, destruyó el documento que nos condenaba ante el Padre Dios. Ahora somos hijos de Dios, y a nosotros corresponde vivir como criaturas nuevas en Cristo; más aún, tenemos la misión de trabajar constantemente para que la salvación, el perdón, la misericordia y el amor de Dios lleguen a todos los pueblos. La Iglesia nació para reconciliar a la humanidad con Dios, pues su Señor quiso convertirla en un Sacramento de reconciliación, con el mismo poder salvador que Él tiene como Hijo Encarnado. Volvamos al Señor, rico en misericordia y convirtámonos en camino de reconciliación para toda la humanidad, hasta que todos logremos nuestra plena unión fraterna como hijos de Dios.

Mt. 6, 1-6. 16-18. Se busca el aplauso y el reconocimiento de aquello bueno que uno realiza. Se pide que se reconozca públicamente que uno ayudó a los demás; se publica con espectacularidad lo que uno aporta a favor de instituciones de beneficencia. Quiere uno ser reconocido como benefactor de la humanidad; así queda satisfecha la propia vanidad. Se inventan programas para dar a conocer que una persona es piadosa y digna de estar ya en los altares, pues hay que asegurarse de que a la Iglesia no se le vaya a olvidar que uno ha sido piadoso y que ha recibido grandes dones de parte de Dios, no sea que quede uno en el olvido y no llegue a ser venerado como santo. Hay que publicar los grandes sacrificios que uno ha realizado para que los demás vivan con dignidad, no sea que otros se apropien lo que a uno le costó grandes esfuerzos, sudores y desvelos. Hay que hacer las cosas delante de los hombres para ser visto y aplaudido. En eso quedará toda la recompensa; finalmente para nada contará todo eso en la presencia del Señor, pues no buscamos su gloria, sino la nuestra. Esta cuaresma es el tiempo propicio para centrar toda nuestra vida en Dios. En el silencio de nuestro trabajo, donde pasamos desapercibidos para los demás, donde todo lo reportamos a la gloria de Dios no podemos vivir amargados porque los demás ni siquiera tengan una palabra de agradecimiento ante todo lo que realicemos a favor de ellos, sino que hemos de vivir alegres porque no agradamos a los hombres sino a Dios y su amor y su gloria, no sólo en la eternidad, sino ya desde ahora, serán nuestros, pues por encima de todo sólo Dios será amado con todo nuestro ser; en Él y por Él se realizará toda nuestra vida. A Él todo honor y toda gloria ahora y siempre.

En esta celebración Eucarística, Memorial de la Pascua de Cristo, el Señor nos ha convocado para reconciliarnos con nuestro Dios y Padre. No podemos acudir a esta celebración como al cumplimiento de un rito anual en el que se nos recuerda que somos polvo y al polvo hemos de volver, y en el que se nos invita a convertirnos y a creer en el Evangelio. La Voz del Señor debe resonar sobre nosotros para convertirnos en criaturas nuevas, capaces de amar sin egoísmos, pues nuestra reconciliación con Dios nos ha de volver a hacer justos y santos como Él. En este momento de gracia abramos nuestro corazón para que el Señor vuelva a hacer en él su morada y para que su Espíritu nos transforme día a día en una imagen cada vez más perfecta del Hijo de Dios que, a través de los diversos miembros de la Iglesia continúa salvando a todos conforme a los carismas, ministerios y actividades que hemos de desarrollar conforme a la gracia recibida, no para que la echemos en saco roto, sino para que la pongamos al servicio de los demás. Que esta Eucaristía vuelva a impulsar nuestra vida para que vivamos nuestra fe con toda lealtad, sin hipocresías, sin alardes de grandeza que nos llevaran a buscar nuestra gloria y no la gloria de Dios. Aprendamos a caminar como Aquel que, despojándose de su dignidad de Hijo nos la entregó para enriquecernos con su pobreza, y nos hizo partícipes de la herencia que como a Hijo le corresponde. Que ese mismo sea nuestro camino, para que no nosotros, sino sólo Él sea glorificado ahora y siempre a través del testimonio de nuestra fe ya sea por nuestra vida, ya sea por nuestra muerte, pues tanto en vida como en muerte procuraremos ser del Señor.

Tiempo de conversión; tiempo de volver a Dios y de volver a nuestro prójimo. No podemos continuar viviendo de un modo egoísta buscando nuestros propios intereses. La Iglesia se debe a los demás. Nació del costado abierto del Salvador no sólo como un signo romántico de cuando Dios formó a la mujer del costado abierto de Adán del que sacó una costilla. La Iglesia nace como fruto del Sacrificio de la Sangre derramada del Cordero Inmaculado. Es la prueba más grande del amor de Dios a la humanidad. No puede sólo sentirse honrada por ser "Carne de la Carne y Hueso de los Huesos del mismo Dios" (es decir: elevada a la misma dignidad del Hijo de Dios por la participación de la Vida y del Espíritu que Dios ha derramado en ella) La Iglesia debe ser un signo auténtico del Dios Santo, Amor y Misericordia en el devenir de la historia. No podemos buscar nuestra gloria; no podemos mercar con nuestra fe; no podemos ser santos de pacotilla, de apariencia, de simple espejismo. El Señor, que conoce lo más profundo de las intenciones de nuestros corazones, nos pide autenticidad en nuestra relación con Él y en el servicio de amor fraterno hacia nuestro prójimo. No echemos en saco roto todo lo bueno que Dios nos permita hacer. Que no sea nuestro egoísmo lo que guíe nuestros actos, sino sólo el hacer el bien a los demás buscando en todo la gloria de Dios, sabiendo que al hacer el bien a los demás es al mismo Cristo a quien se lo hacemos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber aprovechar este tiempo de gracia del Señor para encaminar nuestra vida hacia la posesión de los bienes definitivos realizando toda nuestra vida con la única preocupación de que sólo Dios sea conocido y glorificado, mientras nosotros desaparezcamos como siervos inútiles, que sólo han hecho aquello que se les confió hacer. Amén.

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41. Fray Nelson Miércoles 9 de Febrero de 2005

Temas de las lecturas: Enluten su corazón y no sus vestidos * Aprovechen este tiempo favorable para reconciliarse con Dios * Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

1. Desgarren los corazones
1.1 La drástica expresión de la primera lectura nos impacta: "desgarren los corazones". Sin embargo, un corazón desgarrado es un corazón próximo al encuentro con el Señor, por más de una razón.

1.2 Ante todo, un corazón desgarrado es un corazón ABIERTO. Cerramos el corazón cuando no queremos escuchar; lo cerramos cuando no queremos sentir; lo clausuramos cuando preferimos no compadecernos de nadie si no es de nosotros mismos; lo sellamos a fuego cuando pretendemos que podemos resolverlo todo y que no hace falta un Dios en nuestra vida. Un corazón cerrado es un sepulcro. Abrir el corazón es dejarlo respirar, dejarlo escuchar, dejarlo sentir. Pero para abrir un corazón que se sentía cómodo en su propia cárcel hay que desgarrarlo.

1.3 Un corazón desgarrado es un corazón DOLIENTE. El pecado nos atrajo con la seducción de la alegría y con la golosina del placer. El pecado utilizó a la belleza y se hizo acompañar de la risa para envolvernos en su encanto mentiroso. Dejar estas mieles duele y abandonar estas caricias es duro. Pero en ese dolor empieza un camino de genuina salvación, y por eso hemos de considerar como bendito ese sufrimiento primero que nos desprende por fin del engaño.

2. Una fe sincera
2.1 La voz recia de Jesucristo nos despierta en este día y llama a todos a una religión sincera. Sus palabras se refieren a las tres grandes prácticas de la piedad judía, válidas también para nosotros, como lo enseñó Jesús con su ejemplo. Se trata de la oración, el ayuno y la limosna.

2.2 La sinceridad tiene un rostro muy concreto en la predicación de Jesús, y puede resumirse en estas palabras: "evita hacer las cosas para que te vean". No es la aprobación de la gente la que te hará aprobado ante Dios. No es el aplauso de la gente lo que te va a indicar la benevolencia de Dios. Necesitas de silencio y soledad para alcanzar sinceridad. Sólo cuando tus actos tengan por motor el deseo de agradar al Dios "que ve en lo escondido" alcanzarás una religión auténtica y limpia.

2.3 Dios "ve en lo escondido". No es un espía, ni tampoco un entrometido, como calumniaron los existencialistas ateos, con Sartre a la cabeza. No es un desocupado, ni tampoco un chismoso. Sencillamente, el universo le pertenece. Simplemente, somos obra suya. No es una elección de Dios conocernos hasta la entraña de nuestro ser: es la consecuencia natural del hecho básico que hizo posible nuestro ser: somos sus creaturas. La mirada divina es el ámbito de verdad en que reconocemos la primera y radical afirmación de lo que somos: creaturas. Sólo antes esa verdad y esa radical pertenencia a él alcanzamos la verdad, primero en nuestra conciencia y luego ante los hermanos.

3. Un tiempo favorable
3.1 A la vista de estos llamados de la gracia en la voz de Nuestro Señor y de sus profetas entendemos la expresión apremiante de San Pablo en la segunda lectura de hoy: " ¡En nombre de Cristo les suplicamos que se dejen reconciliar con Dios! ".

3.2 Esta época, esta cuaresma, es "un tiempo favorable". Lo mejor que podía sucedernos quiere sucedernos. Dios quiere llegar a nuestra vida y reconstruirla. Dios sabe quiénes somos; conoce lo escondido, y así como somos nos acepta; aunque no para dejarnos cuales somos sino para hacernos cada vez más imagen y semejanza suya. Este es el tono sereno y profundo de gozo que se esconde detrás de la penitencia que hoy empezamos.