35 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DE CUARESMA
10-16

10.

-"El que esté libre de pecado...". El mundo no anda bien. Lo sabemos y denunciamos puntualmente sus injusticias. Tampoco la Iglesia funciona siempre como nos gustaría y no faltan ocasiones para la crítica y la denuncia. pero tampoco nosotros somos trigo limpio. Tenemos que reconocer que las injusticias que denunciamos y el mal funcionamiento que criticamos nos salpica con demasiada frecuencia. Así que tenemos que sentirnos interpelados por el evangelio. Cuando Jesús desafía a los presentes, que tratan de condenar a la mujer sorprendida en adulterio, se encara también con nosotros, cuando somos tan fáciles de denunciar y criticar y tan remisos en examinar nuestra conducta y descubrir la viga en nuestros propios ojos. Pero el evangelio es buena noticia, aunque esa buena noticia denuncie nuestras malas intenciones. Y la buena noticia del evangelio es el perdón y la posibilidad de un cambio auténtico. Jesús no ha venido a condenar, sino a salvar, a rescatarnos de las trampas del pecado y darnos ánimo para no desesperar. -"No recordéis lo de antaño". Las tres lecturas de este domingo, en la antesala de la semana santa, vienen a recalcar y remachar un mismo mensaje de ánimo y de esperanza para superar nostalgias y remordimientos y encarar con resolución y responsabilidad de futuro. Lo importante no es el pecado de nuestra historia, sino la gracia de Dios para cambiar la historia. Isaías infunde aliento en su pueblo y le anima a encarar con coraje un futuro mejor, que describe poéticamente como un florecer del desierto.

El mismo Dios, que obró maravillas al liberarlos de la esclavitud de Egipto, va a hacer ahora lo nunca visto, repatriándolos a su tierra, a su vida y a un futuro glorioso en el que aparecerá el mesías. Porque el poder y la gracia de Dios no se agotan en el pasado, sino que puede sorprendernos siempre con lo que menos pensamos.

-"Olvidándome de lo que queda atrás". También Pablo quiere infundir coraje en los filipenses, comparando la existencia cristiana con una carrera e invitándoles a correr hacia la meta, sin volver la vista atrás. Atrás queda para Pablo su etapa de fariseo legalista y perseguidor de los cristianos. Ahora, lo que le importa, tras haber sido tocado por la gracia de Dios en el camino de Damasco, es cambiar de ruta y darse prisa para ir al encuentro de Jesús. Atrás deben quedar también nuestros pecados y nuestras debilidades. El perdón y la gracia de Dios deben estimularnos a correr hacia adelante, cambiando de ruta. Porque hay que dejar el camino de la mediocridad y de la tibieza, para caminar fervorosa y resueltamente hacia adelante. Lo que importa no es el camino de pecado que queda atrás, sino el camino que tenemos que andar con la gracia de Dios.

-"Anda, y en adelante no peques más". Estas palabras de Jesús son el verdadero mensaje de hoy. No debemos perdernos en la denuncia de la hipocresía de los fariseos, tan parecida a la nuestra de hoy. Jesús no condena, perdona: "¿Nadie te ha condenado? Tampoco yo. Anda, y en adelante no peques más". Con la ley en la mano, la mujer sorprendida en adulterio estaba perdida. Con la ley en la mano, todos estamos perdidos delante de Dios, aunque podamos burlar a los hombres. "Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá tenerse en pie?". Pero el Señor es compasivo y misericordioso y así levanta el ánimo del pecador para que, perdonado, reanude con confianza y entusiasmo la verdadera vida cristiana, la carrera al encuentro de Cristo, siendo auténtico mensajero y testigo del evangelio.

-"Mirad que hago algo totalmente nuevo... ¿lo notáis?". La consecuencia inmediata del perdón es la renovación (PERDON/RECREACION), el propósito de enmienda: anda y no peques más. Lo lógico es que cambie el que ha sido perdonado, no la pretensión de que cambien los demás. Pues de la misma manera que hemos sido perdonados nosotros, lo han sido los demás, y tenemos que corresponder al perdón de Dios, perdonando de corazón a los hermanos. Pero cambiar es lo difícil, porque es lo que está en nuestras manos y lo que nos compromete y cuesta. Lo fácil es criticar, denunciar, echar las culpas a los otros para así ocultar nuestra propia responsabilidad. Muchas veces denunciamos la injusticia, sin reconocer nuestras propias injusticias. Vemos la paja en el ojo ajeno, y no vemos la viga que tenemos en nuestro ojo. Somos fáciles en denunciar el paro, pero ¿estamos dispuestos a invertir nuestros ahorros y crear puestos de trabajo, ¿O esperamos que lo hagan los otros? La denuncia y la crítica son saludables en la sociedad. Porque el pecado es siempre un acto social que influye y cristaliza en estructuras sociales de pecado, injustas, inhumanas. Y esas estructuras nos imposibilitan para obrar el bien y practicar la justicia. Pero toda estructura social injusta se alimenta de las injusticias de todos. Por eso, no basta tirar la primera piedra, lo importante es decidirse y colaborar para poner entre todos la primera piedra de una nueva sociedad: más justa, con menos desigualdades, más solidaria y más libre para todos.

EUCARISTÍA 1990, 12


11.

-El evangelio de hoy es bien conocido; a veces ha sido mal interpretado, como si Cristo demostrase allí su fácil indulgencia para los pecados de la carne. Pero la última frase (Jn. 8,11) es bien clara: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más". Es lo mismo que comenta muy bien el canto de aclamación que precede al evangelio: "Yo no me complazco en la muerte del malvado, dice el Señor, sino en que el malvado cambie de conducta y viva" (Ez. 33,11). No tendríamos razón, por lo tanto, si comentáramos este pasaje de una manera moralizante o si sacásemos conclusiones falsamente apologéticas en favor de las debilidades de la carne. El significado de este pasaje es totalmente distinto: La misericordia del Señor es inagotable y él no condena sino que quiere la vida, a condición sin embargo, de que el pecador se arrepienta. En ese momento Dios rehabilitado al pecador: helo ahí restaurado en su dignidad. Lo constatamos en la mujer adúltera: se reencuentra en su dignidad de mujer, a quien en adelante ya nadie quiere condenar y ella se decide a llevar una vida nueva. Es también el tema de la 1ª lectura (Is. 43,16-21):

"No recordéis lo de antaño,
no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo;
ya está brotando, ¿no lo notáis?
...El pueblo que yo formé
proclamará mi alabanza.

Así el cristiano que ha pecado pero que se arrepiente no tiene ya nada del pasado; si se convierte, es un hombre nuevo en un mundo nuevo, y helo ahí capaz de reemprender su actividad de rescatado: alabar al Señor.

La conversión y nuestra vuelta a la dignidad de hijos de Dios es la verdadera maravilla de Dios. Somos devueltos de la cautividad. "El Señor ha estado grande con nosotros", así se expresa el salmo responsorial (Sal. 125).

La esperanza de todo cristiano cristaliza en torno a esta entrada en una vida decididamente nueva con Cristo resucitado. San Pablo, que ha tenido esta experiencia, considera con entusiasmo que lo que supera todas las cosas en nuestra vida es el conocimiento de Cristo (Flp. 3,8-14). No hay más que un objetivo digno de la vida del cristiano: hallar a Cristo, en quien Dios le reconocerá como justo. En la fe se trata de conocer a Cristo, de experimentar el poder de su resurrección participando en los sufrimientos de su Pasión, reproduciendo en nosotros su muerte, con la esperanza de resucitar de entre los muertos. Por lo tanto, hay que olvidar todo lo que queda atrás y lanzarse hacia adelante para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

Desde que nosotros, pecadores, volvemos a buscar a Cristo en la fe, nos volvemos a encontrar con nuestra dignidad primera, todo se hace nuevo para nosotros y hacemos la experiencia de un Dios que nos llama en su Hijo a la resurrección.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980.Pág. 168 s


12.

1.En la fiesta de los campamentos.

Este pasaje no perteneció originariamente al evangelio de Juan. Falta en los más antiguos manuscritos griegos. Su estilo literario y la forma de presentar los signos el cuarto evangelio difieren profundamente. Esta escena encaja perfectamente en el estilo de Lucas, el evangelista que más resalta la misericordia de Jesús para con los pecadores. Aunque la autenticidad de Juan sea discutida, no lo es su historicidad, como tampoco su canonicidad ni su inspiración: pertenecía al texto de la Vulgata cuando el concilio de Trento elaboró el decreto "Sacrosancta" sobre los libros inspirados de la Sagrada Escritura. Es una joya de la literatura evangélica. En pocas líneas nos da una enseñanza extraordinaria, partiendo de un caso concreto: Jesús ama y busca el bien de todos los hombres y está en contra de los violentos y condenadores de los demás, en contra de tantos "jueces" del prójimo incapaces de reconocer el más mínimo pecado en ellos mismos.

Jesús tenía la costumbre de retirarse, cuando estaba en Jerusalén, a pasar la noche "al monte de los Olivos" (Mt 24,3; 26,30 y paralelos), y sobre todo pernoctaba en Getsemaní (Jn 18,1-2). Los días los pasaba en el templo, ocupado en enseñar al pueblo, especialmente los últimos días de su vida (Lc 21,37).

Muy de mañana volvió al templo para aprovechar la afluencia de peregrinos y enseñar. Su auditorio era muy numeroso: "Todo el pueblo acudía a él". Es posible que este hecho tuviera lugar el día octavo de la fiesta de los campamentos.

2. La acusación

Mientras, sentado, enseñaba al pueblo, pasan por allí en tropel unos letrados y fariseos llevando a una mujer sorprendida en adulterio. Al ver a Jesús no quieren dejar pasar la ocasión para comprometerle, proponiéndole un caso espinoso. Parece que se dirigían al tribunal para juzgarla, aunque también es posible que se la llevaran a propósito para comprometerle en su resolución y poder acusarlo. Es un grupo que aprovecha todas las ocasiones para expresarle su animosidad.

No dicen que ellos hayan sido testigos. Pero nadie duda que sea verdad el delito del que la acusan. Le recuerdan lo que dice Moisés: debe ser apedreada. La ley condenaba a la pareja a la pena de muerte cuando el delito de adulterio se cometía con una mujer casada, pero no precisaba la forma de ejecutarla (Lev 20,10; Dt 22,22). Pero si la adúltera era una virgen prometida en esponsales, la ley prescribía la lapidación para ambos (Dt 22,23-24). Como la única pena bien determinada en la ley mosaica para el adulterio era la lapidación, era ésta la pena que solía aplicarse. Más tarde, los rabinos establecieron que, en los casos en que la ley no determinara el género de suplicio, la pena de muerte se debía aplicar por estrangulación, menos terrible que la lapidación. En tiempos de Jesús muchos no compartían la dureza de esta ley, pero no había sido derogada, por lo que seguía en vigor. Los acusadores hacen suya la ley en todo su rigor.

La actitud de acusar y condenar es fruto de considerarse superiores y mejores que los demás; limpios de toda culpa ante Dios y ante los hombres.

El celo que muestran por el cumplimiento de lo ordenado por Moisés era una máscara. La intención inconfesable, el motivo oculto, era comprometer a Jesús, ponerle en un verdadero aprieto, denunciarle. La encerrona era perfecta. Era lógico invitar a un hombre que se presentaba como maestro y con ideas propias, incluso sobre la ley, a que se pronunciara en un caso tan complejo. Los letrados y los fariseos tenían todas las de ganar. Si Jesús se inclinaba a favor de la ley, su fama de hombre compasivo y misericordioso desaparecería y, además, podrían denunciarlo a la administración romana, ya que bajo su dominio los judíos habían perdido el derecho a aplicar la pena de muerte (Jn 18,31). Un pronunciamiento a favor de la ley hubiera comprometido seriamente a Jesús con las autoridades del imperio por interferirse en sus asuntos. Podría haber sido detenido por los invasores. En el caso contrario, que se hubiera pronunciado en contra de la ley mosaica, su situación era aún peor -considerada desde su misión-: quedaría más patente su predicación sobre la misericordia que tanto gustaba al pueblo y tan aborrecida era por los dirigentes religiosos. Pero ¿con qué derecho -le objetarían- exponía la ley un hombre que se pronunciaba en contra de sus mandatos?, ¿cómo podía ser un hombre así el Mesías esperado?, ¿quién le había nombrado maestro? Y le hubieran denunciado al sanedrín. La trampa estaba bien tendida; se notaba que los estudios que hacían en las escuelas rabínicas servían para algo...

3. Respuesta de Jesús

Jesús se inclinó hacia el suelo y escribía en la tierra. Se ha especulado mucho sobre el contenido de lo escrito. San Jerónimo pensaba que eran los pecados de los acusadores. Pero es una cuestión sin importancia. Quizá no fue más que un gesto para indicar que no quería tratar con aquella gente, o expresión de su estado reflexivo para poder dar una respuesta pausada y pensada, consciente de la celada que le tendían. La prueba de ello es que ninguno se inclinó para leer lo que él escribía.

Ante la insistencia de los acusadores, da una respuesta que, aun reconociendo la culpabilidad de la mujer y la veracidad de la ley que invocan, les niega la competencia para erigirse en jueces. Se niega a pronunciar una sentencia condenatoria, dándoles una doble lección de justicia y de misericordia. Condena ese falso celo de obligar al cumplimiento de unas normas a los demás, mientras ellos no las cumplen. El hombre pecador -¿quién no lo es?- que se atreve a condenar a su prójimo es un espectáculo de falta de conciencia repugnante. ¡Qué frecuente es, qué cotidiano!

Es cierto que Moisés mandó apedrear a los adúlteros. Cuando se pone una ley al lado de un pecado concreto, la sentencia adquiere un rigor matemático. Pero las cosas cambian cuando al lado de la ley se coloca a una persona concreta. Esta sustitución no solemos hacerla los hombres. Es complicado. ¿Dónde iríamos a parar? ¡Así nos va! Por eso las manos están siempre deseosas de lanzar las piedras, ¡no sobre el pecado, sino sobre el pecador!

"El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra". La ley penal hebrea exigía que, llegado el momento de la lapidación, el principal testigo de cargo arrojara la primera piedra sobre el condenado (Dt 13,10; 17,7). Jesús pretende con sus palabras ir en contra de los que se erigen en protectores de la ley, sin preocuparse por ser los primeros en responder a sus exigencias; en contra de una sociedad que practica una doble moral, con el agravante de condenar únicamente los pecados y delitos de los débiles y oprimidos. Los delitos de los "fuertes" son de "guante blanco" y muchas veces se llaman "negocios" o son realizados en nombre del "honor" o del "servicio a la patria"; no es raro que se premien con condecoraciones. Los delitos de los "débiles", siempre de menor cuantía, llenan las cárceles...

4. Desenlace

El desenlace es inesperado: se van todos; los provocadores desaparecen inmediatamente cuando se dan cuenta de que también ellos pueden ser acusados de algo. Vieron que lo mejor era abandonar aquella situación enojosa, ante el riesgo que corrían de quedar abochornados por el galileo ante la numerosa concurrencia que le estaba escuchando cuando ellos le habían interrumpido.

¿Por qué empezaron a marcharse los más viejos? ¿Porque el más viejo tiene más pecados?, ¿o porque son más prudentes y maliciosos y saben, por experiencia, cómo pueden acabar esos encuentros con Jesús? Su dignidad de dirigentes corre peligro de quedar malparada ante el pueblo. Y se van masticando rabia; pero se van. La trampa ha sido para ellos. Con su marcha todos se han reconocido pecadores. Pocas palabras han sido suficientes para darles una gran lección.

Una vez desaparecidos los acusadores, queda Jesús solo con la mujer. Este quedarse ellos solos no excluye la presencia de la turba que le estaba escuchando cuando le trajeron a la mujer.

Y hecha la lección de justicia contra los acusadores, da ahora la lección de misericordia. Si los que la acusaban no han podido condenarla, como era su deseo, menos lo hará Jesús, que vino a dar vida y no a quitarla.

"Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más". Con estas palabras, Jesús condena claramente el adulterio; lo trata como un verdadero pecado. No podemos llamarnos a engaño en nuestra permisiva sociedad: las relaciones sexuales deben reunir unas determinadas condiciones para que sean lícitas.

Al mismo tiempo, niega el derecho a condenar al culpable. Le pide que no peque más, que deje de hacerse daño a sí misma. En sus palabras hay perdón y confianza en el futuro de la mujer. No le dice que no tenga importancia ser adúltera ni busca justificaciones a su pecado, sino que le hace comprender, a través del perdón, la posibilidad de superarlo, la confianza que tiene en que no caerá más en él, en que vivirá en el futuro plenamente su dignidad de persona humana.

Ya no pecaría más. ¿Cómo iba a tener ganas de pecar en adelante después de aquel encuentro? Se sentía curada para siempre por aquella mirada que la había salvado de todos; invadida por el recuerdo de una bondad, de un afecto y delicadeza jamás experimentados. Ya no tendría necesidad de llenar su vacío de pecados. Su corazón había encontrado el amor y la alegría. Había encontrado a un tiempo la vergüenza, el perdón, la gracia y el cambio de vida. Había sido suficiente un gesto de amigo para transformar su existencia. Jesús había logrado aumentar su clientela reclutada entre aquellos a los que la "decencia" de la sociedad había apartado.

Estas palabras de Jesús deberían quedar grabadas a fuego en nuestro corazón, porque nos muestran la postura que tiene Dios con cada uno de nosotros y la que debemos tener los creyentes con todas las demás personas. Son palabras que debemos escuchar como dichas a cada uno de nosotros. Hemos de hacer presente este estilo de Jesús en el mundo que vivimos. El Padre Dios ha establecido unas relaciones basadas en el amor incansable y sin límites y quiere que los hombres nos relacionemos también desde la comprensión, el amor, la comunicación, la misericordia... Sólo así trabajaremos de verdad por la nueva humanidad que comenzó Jesús. Ni es cristiano quien condena al pecador ni quien deja de luchar contra todo mal o lo relativiza. La postura de Jesús, que debe ser la nuestra, es clara: la defensa y la búsqueda del bien del hombre y la lucha contra el pecado que lo esclaviza.

Este episodio debería haber sido suficiente para que hubiera desaparecido para siempre de la boca de un cristiano toda palabra de condena y todo gesto de castigo. Pero no ha sido así. Este bello texto evangélico no ha logrado hacer desaparecer uno de los oficios más antiguos y más necios del mundo: la confesión de los pecados ajenos. Es verdad que ahora somos más "civilizados": hemos sustituido las piedras por el fango. Después de todo, el fango no hace daño como las piedras; sólo mancha..., aunque vaya a parar a donde menos lo esperamos. Las piedras hacen sangre; es mejor calumniar, condenar... Para condenar a los demás es necesario ser ciego y sufrir de amnesia; olvidarnos de nuestra realidad más indiscutible: el mal -pecado- que habita en nosotros. Abundantes páginas de la historia de la iglesia constituyen un escalofriante comentario del precio que ha pagado por el olvido de este pasaje: inquisiciones, cruzadas... Se ha llegado a lo increíble: a matar en nombre de Dios.

Como nos da miedo quedarnos a solas con nuestros pecados, buscamos la compañía de los pecados ajenos. Como mis virtudes son muy frágiles, las apuntalo con las culpas, verdaderas o falsas -¡qué más da!-, de los demás...

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 160-174


13.

"Yo tampoco te condeno"

Casi tendríamos que agradecer el adulterio de esta mujer, que propició una sentencia tan gozosa, tan humana, tan divina, de Jesús. No es que el adulterio sea bueno: pero si aquella mujer no lo hubiera cometido probablemente nunca se hubiera encontrado con Jesús. Y aquel encuentro fue la cosa más hermosa que le pudo suceder. No sabemos nada de su historia posterior, pero la mujer jamás podría olvidar aquellos ojos y aquellas palabras del maestro de Nazaret, y eso era suficiente. El que se acuerda con agradecimiento de Jesús está salvado.

No sólo para la mujer, también para nosotros fue aquel un dichoso encuentro. Las circunstancias que llevaron a la mujer ante Jesús hemos de considerarlas providenciales. En ese encuentro pudimos aprender cuál es la postura de Dios ante el pecado y ante el pecador, cómo trata El a la persona caída y humillada, qué piensa El sobre algunas de nuestras leyes, cuáles son los valores que tenemos que defender.

-La primera lección que yo aprendo en esta historia es de respeto. Jesús tiene delante a una mujer, y a una mujer gravemente pecadora. Por su primera condición merecía poco aprecio; por la segunda se había ganado a pulso toda clase de desprecios.

Por mujer. «He hallado que la mujer es más amarga que la muerte, porque ella es como una red, su corazón como un lazo, y sus brazos como cadenas. El que agrada a Dios se libra de ella... Un hombre entre mil, sí que lo hallo; pero mujer entre todas ellas, no la encuentro» (/Si/07/26-28: MUJER/MARGINACION). Así se explicaban los sabios antiguos. No es extraño que en tiempos de Jesús la condición de la mujer fuera de absoluta marginación.

Por adúltera. Resultaba impura y reo de muerte. (No sabemos qué pasaba con los adúlteros). Podía ser escupida y debía morir apedreada: así, de lejos, para que nadie pusiera sus limpias manos encima. "La casa de la adúltera, sentenciaban los sabios, está inclinada hacia la muerte" (Pr 2, 18). (No sabemos hacia dónde se inclinaba la casa del adúltero).

Jesús no escupe a la mujer, ni la insulta, ni la avergüenza. Ve en ella una persona débil, una persona humillada, una persona que sufre; pero en todo caso es una persona, una imagen de su Padre. Sabemos por Lucas, el que pinta a un Jesús más cerca de los marginados, del buen trato y acogida que dispensó Jesús siempre a la mujer, aunque fuera pecadora (cfr. Lc 7, 36; 8.3). Y sabemos también del buen trato y acogida que dispensó Jesús siempre al pecador.

-La segunda lección: Misericordia.

Jesús no sólo la respeta, sino que la mira con amor. La mujer temblaba cuando veía al maestro escribir en la tierra. ¿Qué estaría escribiendo? Ella no sabía leer -¿qué iba a saber esta mujer?-: seguro que estaría escribiendo la sentencia. Pero cuando Jesús se enderezó y miró fijamente a la mujer, ésta se sintió salvada. En aquellos ojos misericordiosos ella leyó la dulce sentencia. Y entonces empezó a llorar, y en sus lágrimas se purificaba toda. Definitivamente, en Jesús se refleja toda la misericordia infinita de Dios, es un abismo de misericordia. Ahí están, frente a frente, la miseria humana y el «corazón» de Dios. La infeliz mujer nos representa a todos: débiles, falsos, traidores. En Jesús se encerraba todo el corazón de Dios. Y Jesús dice con sus ojos a la mujer, es decir, a la miseria humana, es decir, a ti, a mí, a la adúltera, a la prostituta, al drogadicto...: «Te AMO» o, lo que es lo mismo: Dios te AMA.

Esta es la palabra más grande que, aun sin decirse, se haya jamás pronunciado. Dios ama a la miseria humana. Eso se llama misericordia. Esa es la palabra salvadora que ilumina nuestra noche. Esa es la palabra que sostiene nuestra esperanza. Un fogonazo de amor y de esperanza.

El mismo Señor después aclarará que su amor se dirige a la persona, no al pecado que pueda haber en la persona; ama a la persona que está en la miseria, no a la miseria que está en la persona.

-El perdón. «Yo tampoco te condeno» Como consecuencia del amor viene el perdón. Jesús, el único que podía tirarla piedras, no la condena. Es que Jesús no ha venido a condenar; es que Dios no sabe condenar. «Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (/Jn/03/17). Esta es una de las mejores enseñanzas que Jesús nos ofreció: que su Padre no condena en absoluto, que su Padre no ha aprendido a condenar, porque es Amor. El amor compadece, exige, corrige, pero no condena.

¿Os imagináis si Jesús hubiera tirado la primera piedra? Da vértigo sólo pensarlo. No habría piedras suficientes para arrojar. Y, naturalmente, todos, más pronto o más tarde, terminaríamos apedreados; no habría santo que se salvara. Si aun después que Jesús prohibió las piedras muchos siguieron arrojándolas en su nombre, ¿quién dejaría de tirarlas si las hubiera permitido? La dinastía de los inquisidores no tendría número.

-"Yo no te condeno"

Esta palabra te la repite Jesús en cada momento. Aunque te sientas miserable, yo no te condeno. Aunque caigas siete veces al día, yo no te condeno. Aunque los demás te condenen, yo no te condeno. Aunque tú mismo te condenes, yo no te condeno. ¿Cuándo dejarás de temer a Dios?

"Yo no te condeno" Esta lección debes aprenderla bien. Si tú te sientes perdonado, ¿cómo puedes atreverte a condenar? El que se siente amado, ama. El que se siente perdonado, perdona. El perdón, como el amor, es una energía contagiosa; el que ama y perdona, capacita al otro para amar y perdonar.

Tú tienes que ir repitiendo a todo el mundo: Yo no te condeno. Cuando veas a un desgraciado, a un degenerado, a un terrorista o un preso, a un pecador cualquiera, no lo condenes. Y cuando no entiendas el comportamiento de alguno, incluso te irrite su proceder, no lo condenes. Y cuando alguien te haga algún daño y te critique, no lo condenes. No condenes nunca a las personas.

«Yo no te condeno»

Vale sobre todo para la Iglesia, que debe bañarse cada día en el mar de la misericordia. La Iglesia de Cristo no está para condenar. ¿De dónde salieron la raza de los inquisidores? La Iglesia de Cristo es la casa de la misericordia. Que acudan a ella todos los miserables, como antiguamente hacían los delincuentes usando el derecho de asilo, para que sean curados de sus heridas.

Con esta palabra Jesús deja bien claro que pone a la persona por encima de la ley; que la ley que vale no es la de las piedras, sino la del amor; que la pena de muerte no sirve para nada, sino el hálito de la vida. Antes la persona que el código o la doctrina o la institución.

Yo no sé, pero mucho me temo que nuestra pastoral no siempre está de acuerdo con estos principios. ¿No se antepone a veces el rigor de la ley o la defensa de la verdad o la seguridad de la institución al perdón y a la misericordia? ¿No nos apoyamos alguna vez más en el código que en el evangelio?

-La tercera lección es la dignificación y rehabilitación.

No es suficiente una actitud compasiva que sea solamente pasiva. El amor es una fuerza dinámica y renovadora; si se dirige a un miserable es para sacarle de su miseria. Cuando Jesús mira con amor a esta mujer, cuando ella se siente absolutamente amada, empieza a sentirse una mujer nueva, empieza a sentirse persona que fue hallada digna de amor. El amor dignifica.

El amor hace mirar hacia adelante. "No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo". Por eso, Jesús no pregunta a la mujer por lo que hizo sino que la dice: «Vete. y en adelante no peques más».

No vuelvas a pecar

El pecado no es bueno. El pecado te hace daño, te rebaja y te encadena. El pecado te destruye y no permite que seas tú mismo. No vuelvas a pecar, ten piedad de ti mismo y piensa también en el daño que puedas hacer a los otros. El pecado es una bomba explosiva. No vuelvas a pecar.

No al pecado

Dios ama al pecador, no al pecado. Por eso, al pecado se le puede y se le debe condenar. Hay que atacar al pecado, que es nuestro enemigo. Hay que arrancar las raíces del pecado. Hay que denunciar el pecado.

Jesús denunció el pecado. Para defender a la mujer denunció implícitamente el pecado de sus acusadores. ¿Acaso vosotros sois inocentes? ¿Por qué no empezáis a tirar piedras contra vosotros mismos? Jesús denunció, y con palabras durísimas, el pecado de los escribas y fariseos; denunció su ceguera, su orgullo, su hipocresía.

Tenemos que seguir diciendo no al pecado, y denunciar las situaciones y estructuras de pecado que provocan el sufrimiento y la muerte de tantos seres humanos. Tenemos que seguir denunciando el pecado, que es enemigo del Reino de Dios.

-Cuarta lección: Inteligencia y valentía.

Trataban de poner a Jesús, el maestro de la misericordia, una trampa insidiosa. Le ponen en una tesitura difícil. En el caso de la adúltera tenía que ir o en contra de la ley o en contra de su corazón. La ley era de Moisés y venía de Dios. En su corazón también estaba escrita la ley de Dios. En ambos casos estaba perdido.

Y Jesús habló con prudencia y sabiduría, de modo que nadie pudo rebatirle. Jesús hablaba siempre con sabiduría y autoridad.

"EI que esté sin pecado, que tire la primera piedra" En este momento no discute a Moisés: lo que discute es la autoridad moral de sus jueces. Sólo el que esté sin pecado, que juzgue a los pecadores. Pero el que se atreve a juzgar y condenar, ya comete pecado. No se puede juzgar. Cada piedra que tiréis se volverá contra vosotros. Vuestro deseo de condenar os condena a vosotros mismos. Admiramos la inteligencia y valentía de Jesús. Así debe ser también nuestra caridad: inteligente y valiente. Los problemas con los que nos enfrentamos son casi siempre complejos y difíciles. No bastará la buena voluntad -el voluntarismo- sin una preparación adecuada. Tenemos que saber llegar a las raíces de los problemas. Y tenemos que ser conscientes de que la lucha por la liberación es sumamente dura y arriesgada. Que nuestra caridad sea, además de lúcida, paciente y constante. «El amor todo lo espera, todo lo soporta», se atreve a todo.

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Págs. 107-112


14.

Siempre me ha sorprendido la actuación de Jesús, radicalmente exigente al anunciar su mensaje, pero increíblemente comprensivo al juzgar la actuación concreta de las personas.

Tal vez, el caso más expresivo es su comportamiento ante el adulterio. Jesús habla de manera tan radical al exponer las exigencias del matrimonio indisoluble, que los discípulos opinan que, en tal caso, «no trae cuenta casarse». Y, sin embargo, cuando todos quieren apedrear a una mujer sorprendida en adulterio, es Jesús el único que no la condena. Así es Jesús. Por fin ha existido alguien sobre la tierra que no se ha dejado condicionar por ninguna ley y ningún poder.

Alguien grande y magnánimo que nunca odió, ni condenó ni devolvió mal por mal. Alguien a quien se mató porque los hombres no pueden soportar el escándalo de tanta bondad. Sin embargo, quien conoce cuánta oscuridad reina en el ser humano y lo fácil que es condenar a otros para asegurarse la propia tranquilidad, sabe muy bien que en esa actitud de comprensión y de perdón que adopta Jesús, incluso contra lo que prescribe la ley, hay más verdad que en todas nuestras condenas estrechas y resentidas.

El creyente descubre, además, en esa actitud de Jesús el rostro verdadero de Dios y escucha un mensaje de salvación que se puede resumir así: «Cuando no tengas a nadie que te comprenda, cuando los hombres te condenen, cuando te sientas perdido y no sepas a quien acudir, has de saber que Dios es tu amigo. El está de tu parte. Dios comprende tu debilidad y hasta tu pecado.»

Esa es la mejor noticia que podíamos escuchar los hombres. Frente a la incomprensión, los enjuiciamientos y las condenas fáciles de las gentes, el ser humano siempre podrá esperar en la misericordia y el amor insondable de Dios. Allí donde se acaba la comprensión de los hombres, sigue firme la comprensión infinita de Dios. Esto significa que, en todas las situaciones de la vida, en toda confusión, en toda angustia, siempre hay salida. Todo puede convertirse en gracia. Nadie puede impedirnos vivir apoyados en el amor y la fidelidad de Dios.

Por fuera, las cosas no cambian en absoluto. Los problemas y conflictos siguen ahí con toda su crudeza. Las amenazas no desaparecen. Hay que seguir sobrellevando las cargas de la vida. Pero hay algo que lo cambia todo: la convicción de que nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios.

En realidad, no es tan importante lo que nos sucede en la tierra. Al menos si vivimos desde esa fe que san Pablo expresaba así: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución... el peligro, la espada? Estoy persuadido de que ni la muerte ni la vida... ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rm 8, 35-39).

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 38 s.


15.

Lo que salva es la mirada

El impresionante relato, que acabamos de escuchar, forma parte del evangelio de Juan. Sin embargo, los especialistas afirman unánimemente que no fue escrito por el cuarto evangelista. Su estilo es muy distinto y, además, este relato no forma parte de los códices más antiguos de dicho evangelio.

Ningún Padre griego comenta este texto y hay que esperar al siglo Xll para encontrarse con un escritor griego que lo comenta, advirtiendo que falta en los mejores ejemplares del evangelio de Juan. Sin embargo este relato está bien atestiguado por los Padres latinos y forma parte de la Vulgata. Como afirma un comentario: «No han de ponerse en duda el carácter inspirado y la autenticidad histórica del relato, pero indudablemente no es obra de Juan. Su estilo es el de los sinópticos, especialmente el de Lucas, y lo más probable es que originariamente perteneciera a este evangelio» (AA.VV., Comentario bíblico "San Jerónimo" ll/1, Cristiandad, Madrid 1972).

La razón de por qué este pasaje se sitúa en este lugar del evangelio de Juan puede deberse a que unos pocos versículos más adelante, Jesús dice: "Vuestros juicios siguen normas humanas; yo no llevo a nadie a juicio".

Teniendo en cuenta todas estas razones, la liturgia de la Iglesia acierta al presentar este relato dentro de un ciclo cuaresmal en que los evangelios están tomados de Lucas. Probablemente si, al comenzar la proclamación del evangelio de hoy, se lo hubiese atribuido a Lucas, nadie se hubiera sorprendido. Su estilo es muy parecido; incluso se inicia con esa afirmación de que Jesús se había retirado por la noche a orar al monte de los olivos -Lucas presenta con frecuencia a Jesús en oración, de forma especial antes de los acontecimientos importantes en su vida-.

La liturgia acierta además en la selección del evangelio de hoy dentro del ciclo de Lucas: podemos decir que este pasaje de la mujer sorprendida en adulterio es una continuación o, mejor aún, una concreción, del maravilloso evangelio del domingo pasado. Los personajes son distintos, pero el mensaje es el mismo: el hijo pródigo es ahora la mujer sorprendida en flagrante adulterio; el hermano mayor se convierte en aquellos que acusan a la mujer y la quieren lapidar; el padre bueno es ahora el mismo Jesús, aquel que ha venido a manifestarnos al Dios a quien nadie ha visto jamás.

Era impresionante también la parábola del domingo pasado, al presentarnos con cinco espléndidos brochazos la grandeza y la generosidad del perdón del Padre Dios: «cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo». Pero no menos impresionante es ese momento final del relato de hoy, cuando se nos dice que «quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie... "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?"... "Ninguno, Señor"... "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más"».

J/MIRADA: Escribe ·Simone-Weil que «una de las verdades fundamentales del cristianismo, desconocida con demasiada frecuencia, es esta: «Lo que salva es la mirada». En el relato de hoy la mujer no dice una palabra que nos parecería esencial. Mientras que el hijo pródigo -aunque en su vuelta a casa se mezclase el hastío de las algarrobas y el bienestar perdido- formula una oración: «Padre he pecado contra el cielo y contra ti», la mujer se limita a contestar que se han ido todos los que la condenaban y en ningún momento pide perdón por su pecado. Falta esa palabra que consideramos necesaria: la palabra «perdón».

Los comentaristas de este evangelio han especulado sobre qué escribiría Jesús en el suelo -la única vez que los evangelios nos presentan a Jesús escribiendo-; por otra parte, el verbo griego utilizado puede significar también «dibujar, hacer signos», o también «poner una acusación por escrito».

Pero se han ocupado muy poco de las miradas que se dirigieron Jesús y la mujer en aquel momento en que se quedaron solos. Sin duda fue un momento en que se plasmó esa verdad fundamental cristiana tan olvidada de que "lo que salva es la mirada". «Lo que salva es la mirada»: todos hemos experimentado alguna vez la fuerza de una mirada que dice más que muchas palabras y gestos. Algo maravilloso de la persona de Jesús debió ser precisamente su mirada.

Otro acierto de la liturgia de hoy es la selección de la primera lectura, porque uno cree que Jesús, al mirar a aquella mujer, le estaría diciendo al corazón lo que había expresado el profeta Isaías: "No recuerdes lo de antaño, no pienses en lo antiguo; mira que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notas?". Y aquella mujer comenzaría a sentir, porque experimentaba una mirada que la quería y comprendía, que se abrían caminos nuevos en el desierto de su vida, ríos en el yermo de su corazón. Y comenzó también a experimentar lo que hoy también decía san Pablo: «Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta». "Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más". «Lo que salva es la mirada»: porque había alguien que creía en ella, aquella mujer podía comenzar a caminar. «Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mano amiga que la ayudara a levantarse» (J. A. Pagola). Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mirada que la salvase y le dijese que, olvidando su pasado, podía comenzar a escribir un futuro nuevo. Algunos especialistas consideran que el extraño curso del relato evangélico de hoy tiene otra explicación: la dificultad de las comunidades cristianas en comprender la actitud de Jesús, su perdón generoso. Notemos que en los primeros siglos de la Iglesia había tres pecados calificados únicamente como mortales: el homicidio, la apostasía y el adulterio, cuyo perdón era especialmente dificultoso. Creyeron mejor silenciar y ocultar un relato en el que el perdón del adulterio era concedido con tan gran facilidad. Les costaba trabajo comprender que el perdón de Dios fuese tan generoso: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Quizá tampoco nosotros mismos nos acabamos de creer ese perdón de Dios. ¡Cuántas veces nuestros sentimientos de culpabilidad constituyen para nosotros una barrera que nos impide sentir que siempre Dios nos puede decir al corazón: «No recuerdes lo de antaño, no pienses en lo antiguo. mira que realizo en ti algo nuevo»! ¿No nos sucede muchas veces que el lastre de nuestro pasado nos impide olvidarnos de lo que queda atrás y lanzarnos hacia lo que está por delante, corriendo hacia metas nuevas? ¿No habría que decir que este relato se ha salvado casi milagrosamente, entrando de rondón en el cuarto evangelio para mostrarnos que aquello de la parábola del Padre bueno no es una utopía poética, sino la realidad que Jesús mismo vivió?

"Vuestros juicios siguen normas humanas; yo no llevo a nadie a juicio": estas son probablemente las palabras de Jesús que sirvieron para que el relato de la adúltera entrase en el cuarto evangelio. ¿Qué escribía Jesús en el suelo? Sin duda, algo que dolió en el corazón a aquellos que estaban dispuestos a aplicar la condena de muerte de la ley de Moisés. ¿No nos haría falta muchas veces que alguien nos recordase ciertas cosas antes de comenzar a lanzar piedras contra los demás? ¿No tenemos que reconocer que con bastante frecuencia nuestras condenas tienen dosis muy fuertes de emotividad descontrolada, de visceralidad, de una insuficiente penetración por el espíritu del evangelio?

Para hablar más en concreto, y desde una inequívoca actitud de condena de la corrupción, de la violencia y el terrorismo, creo que también nos tenemos que preguntar si nuestra visceralidad no nos está impidiendo asumir algo tan esencial como la presunción de inocencia de aquellos a quienes condenamos. ¿Quién de nosotros al enjuiciar o condenar a los demás se pregunta qué podría Jesús escribir en el suelo acerca de nuestra vida o cuál sería hoy la actitud del Maestro? ¿No nos podría hoy seguir diciendo que «nuestros juicios siguen normas humanas»?

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C. Madris 1994.Pág. 102 ss.


16.

Aunque se base en una tradición muy antigua, la perícopa de la adúltera no pertenece al texto original de Juan. Falta en casi todos los manuscritos griegos más antiguos. Por su forma y estilo, es igual a los relatos de los sinópticos que presentan la actitud de Jesús ante los pecadores contra la ley mosaica.

El docto grupo de los que acusan no anda buscando la verdad ni pretende aprender nada de labios del Maestro. Sólo intentan que se retracte de su misericordia con los pecadores o que niegue directamente la validez de la ley mosaica. Para ello, se valen de la situación de una virgen prometida en esponsales, que ha sido sorprendida, en flagrante adulterio. A estos «buenos» les molesta tanto el trato misericordioso que Jesús da a los pecadores como la libertad que manifiesta frente a la ley de Moisés. Dicha ley les concede, como cumplidores, un status superior a los demás. Sin ella estarían a la misma altura que todos. Pero Jesús no entra en el juego. Parece ausente. No levanta la vista para no avergonzar a la acusada, dirá Mauriac. Espera y se queda garabateando con el dedo en el suelo. No faltan los comentaristas que descubren en esta escritura los nombres a los pecados de quienes acusan. Lo relacionan con la frase de Jeremías: Los que se alejan de Ti son escritos en el polvo (Jr 17,13). Los acusadores, nerviosos, no aguantan más e insisten. El testigo principal era quien debía tirar la primera piedra. Jesús advierte que para condenar al hermano hay que estar libre de pecado. Todos se van marchando con la contrariedad en sus rostros y la rabia en su corazón. No ha sido una defensa del adulterio sino de la adúltera. Vete y no peques. Moisés pierde, Amor gana.

En la tradición bíblica, el adulterio viene a significar la infidelidad de los componentes del pueblo elegido respecto a su Dios. Sus relaciones son las de un Dios esposo, loco de amor, que se desvive por un pueblo que, paradójicamente, se comporta como esposa infiel que paga a sus amantes con los regalos del esposo. De esta imagen matrimonial, central y continua en la Biblia, podemos sacar tanto el modelo de relaciones con Dios como el concepto profundo de pecado. El mensaje central del Nuevo Testamento es la presentación de Dios como Amor, como "abba" (papá). Esta realidad, vivida con euforia o con serenidad, más allá de todo legalismo, llama a unas relaciones filiales.

Cuando definimos el pecado como desobediencia voluntaria a la «ley de Dios», es frecuente que, dada nuestra herencia cultural greco-romana y nuestro desconocimiento del significado que la frase tiene en la cultura bíblica, acentuemos lo de «ley» y olvidemos lo de Dios. Y así establecemos una relación con mandamientos, no con personas. Lógicamente, a los mandamientos no se les quiere, no se les habla, no se les ofende. Se interponen entre Dios y nosotros. Como consecuencia, brota un minimalismo, un ser cristiano de cumplimientos mínimos. Es decir, una postura tan absurda como la de quien dijese a su esposo/a «te querré sí, pero lo menos posible». Ni siquiera caemos en la cuenta de que estamos reduciendo el cristianismo a una moral y nuestra fe en Dios a algo que garantice el funcionamiento social. Claramente lo decía Voltaire: si Dios no existiera habría que inventarlo.

El pecado, en la parte que tiene de actitud voluntaria personal, se ve desde la experiencia religiosa cristiana como una traición al amor personal que Dios me tiene. Es algo más hondo que el simple verlo como un error, un delito o una inmoralidad. La lectura personalizada de Oseas nos puede resultar revulsiva. Debemos preguntarnos si tenemos un sentido cristiano del pecado. La respuesta nos retratará el Dios en el que realmente creemos. Puede no ser el Dios de Jesús.

Aunque parezca una técnica trasnochada, podríamos situarnos nosotros mismos en Ia escena y adjudicarnos sinceramente el papel que habríamos representado en el caso. De entrada, no solemos pretender el papel de Jesús. ¿Por considerarnos indignos o por andar escasos del espíritu del Maestro? Tenemos más claro lo de fiscales acusadores. Ésa es la tarea que en la Biblia se encomienda a Satanás. Verdaderamente nuestra afición a juzgar condenando y a lapidar usando la Palabra de Dios como piedras, está clara. Quitamos a las frases del Evangelio el amor con que fueron pronunciadas, las reducimos a letra que mata y las arrojamos contra el prójimo. Nada tienen ya esas palabras de aquel espíritu que da vida. Nos servimos de la Palabra en lugar de servir a la Palabra. Generalmente, se nos ocurre menos ocupar el lugar de la adúltera, y no sólo por razones de sexo (por cierto, ¿no hubo adúltero? ¿Cometió el adulterio ella sola?). Pero la verdad es que cada uno de nosotros, cada una de nuestras comunidades, es la mujer infiel perdonada. Dios no deja de amarnos. Si lo entendiésemos, nuestra respuesta sería otra. Perdónanos. No sabemos lo que hacemos.

EUCARISTÍA 1995, 15