40 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DE CUARESMA
19-27

19.

Estamos en los días previos a la prisión de Jesús. Cuando el fracaso del Calvario está ya a las puertas, Jesús vuelve a presentarse como luz para el hombre, como la fuente de la vida verdadera. El pasaje consta de dos partes: la petición de unos griegos -"gentiles"- y las palabras de Jesús sobre su glorificación por la muerte.

1. Unos griegos quieren ver a Jesús

Este relato es propio de Juan. Unos griegos quieren ver a Jesús. Son representantes del mundo pagano, de todos los no judíos, de todos los nuevos pueblos que participarán de la salvación-liberación de Jesús, de todos los hombres que quieran conocer el verdadero rostro de Dios. El hecho de haber ido a Jerusalén a celebrar la fiesta nos hace suponer que no eran simples paganos, sino prosélitos que habrían entrado a formar parte de la sinagoga de su patria. Estos gentiles renunciaban a la idolatría y reconocían al Dios de Israel como al único verdadero; observaban la ley moral judía, pero no aceptaban la circuncisión ni se sujetaban a las prescripciones rituales.

Manifiestan a Felipe su deseo de conocer personalmente a Jesús. No parecen guiados por una simple curiosidad, sino por el deseo de buscar la luz. ¿Se presentará por ello Jesús como la luz al final de este episodio? Quieren conocerlo tal cual es, tener experiencia personal de él. Buscan sinceramente la respuesta a la pregunta: ¿Cómo se nos manifiesta Dios para que lo conozcamos?

Felipe se lo comunica a Andrés. Son los dos únicos apóstoles que llevan nombre griego, lo que nos indica que serían los más idóneos para comprender y tratar de satisfacer su deseo. Es posible, además, que procedieran de alguna ciudad de la Decápolis, cercana a Betsaida, y conocieran ya a Felipe y a Andrés. Ambos transmitieron a Jesús la petición. Y nada más se dice del suceso.

Para Juan, la evangelización de los gentiles tuvo lugar después de terminado el ministerio terreno de Jesús. Fue tarea de los discípulos, de la Iglesia. El deseo de los griegos no es satisfecho, porque ellos verán a Jesús únicamente a través del ministerio de los discípulos, ministerio que no comenzará hasta después de la resurrección de Jesús.

2. "Ha llegado la hora"

El discurso de Jesús sobre su glorificación por la muerte es, literariamente, respuesta a la comunicación de Felipe y Andrés.

Sin embargo, no presenta ninguna relación con la petición de los gentiles, si exceptuamos el hecho de que con la llegada de la "hora" de la glorificación de Jesús su evangelio se abrirá a todos los hombres. Es un discurso que introduce y sintetiza los acontecimientos que se aproximan. La "hora" de Jesús -su muerte y resurrección- es la clave para entender todo lo que ha hecho y dicho a lo largo de su vida.

Jesús declara, en primer lugar y por primera vez, que la "hora", tantas veces anunciada (Jn 2,4; 7,30; 8,20) y que había regulado su vida, ha llegado, y que en ella se manifestará su fidelidad -"la glorificación del Hijo del hombre"- al realizar hasta el final el proyecto de Dios, a pesar de costarle la vida. Donación que le hizo posible alcanzar la plenitud humana.

Jesús no nos propuso una doctrina ni una ideología; nos mostró qué significa ser hombre de verdad, sus valores fundamentales, por encima de toda ideología y doctrina. Los enemigos ya pueden apoderarse de él. La misión que le confió el Padre está sólo a falta de un final trágico que él mismo había provocado con su actuación. ¡Eran muchas y muy poderosas "las personalidades" que había molestado con sus obras y sus palabras, y tenía que pagarlo! ¡Cómo iban a consentir verse derribados de sus tronos y privilegios y permitir que los pobres fueran colmados de bienes! (Lc 1,52-53). Las verdaderas razones del proceso que llevó al asesinato de Jesús eran y siguen siendo empleadas constantemente en la historia humana.

La "hora" de Jesús nos coloca a sus seguidores en una disyuntiva: o hacer lo mismo que él y romper con la sociedad de consumo o contemporizar con el mundo y, al final, perder la vida.

3. Algo tiene que morir

H/FRUSTRACION  V/SENTIDO: Los hombres no tenemos nada más importante que la vida. Es nuestro máximo valor y, a la vez, nuestro problema. Siempre nos amenaza el temor a perderla; la muerte física nos angustia. Pero hay otra muerte más sutil que nos ronda sin que nos demos cuenta muchas veces: la ausencia del sentido de la vida. ¿Para qué vivimos?, ¿merece la pena vivir la vida? Esto que tenemos entre las manos, ¿es una oportunidad para algo o un castigo? ¿Somos algo más que un absurdo, una pasión inútil, un sinsentido?...

El hombre de hoy está orgulloso del progreso, de su técnica, de sus adelantos... Vive devorado por el vértigo de la velocidad, de las prisas...; pero ¿va a alguna parte? Con tantos reclamos como solicitan su atención ha terminado por dejar de lado muchas cosas importantes: Dios, el espíritu, la oración, la contemplación, la comunicación, la fraternidad, la justicia, el amor... Y se ha olvidado hasta de sí mismo. Ya no sabe a dónde va y por qué. Vive absorbido por las muchas cosas que le ofrece la sociedad... e insatisfecho. Puede disponer de placeres y de comodidades, ofrecidos en abundancia por la técnica; puede concederse todas las libertades a las que le "obliga" la sociedad permisiva.

Pero le falta algo; tiene necesidad de todo lo que el dinero y el éxito no pueden darle. Y así, el hombre vive frustrado, resignado, sin caer en la cuenta de lo que ha perdido. ¿Cómo despertar en el hombre y en la sociedad moderna la nostalgia de lo perdido, la nostalgia de los verdaderos valores humanos, la nostalgia de la vida? ¿Cómo hacer que vuelva a ser criatura de deseos de plenitud y eternidad?

Nuestra vida es tan importante que el núcleo del mensaje de Jesús es el anuncio de la salvación ofrecida al hombre en cuanto vida plena y para siempre. Ser seguidor de Jesús es creer que el hombre no acaba con la muerte, que nuestra vida no se estrella contra el muro de la nada y del absurdo.

En un mundo como el nuestro, en el que se busca el éxito, el dinero, el ser más que los demás, aunque ello signifique atropellarlos..., es difícil entender las palabras de Jesús sobre el grano de trigo. Y, sin embargo, son palabras imprescindibles si queremos descubrir qué es realmente vivir.

No se puede producir vida sin dar la propia, porque la vida es fruto del amor y no brota si el amor no es pleno, si no lleva al don total de sí. Amar es darse sin medida, sin esperar nada a cambio; hasta desaparecer, si es necesario, como individuo y como comunidad. /Jn/12/24: "Si el grano de trigo..." Para ilustrar el sentido de su vida -glorificación por su muerte-, Jesús utiliza la metáfora del grano de trigo. No es una consideración científica, sino una apreciación popular, ya que si el grano muriera realmente no podría surgir la espiga. Como el grano de trigo que, para producir fruto, tiene que caer en el surco y deshacerse para poder germinar, Jesús tiene que morir para dar vida, para dejar libre de dificultades el camino hacia el Padre. La fuerza de la comparación no está colocada en la muerte del grano, sino en el fruto. Jesús lo que busca es la vida, el amor a los hombres, y se encuentra con un único camino para lograrlo: un camino de lucha hasta la muerte. Jesús "cae" en la realidad humana, en la que hay injusticia, odio, opresiones..., y no puede ni quiere evadirse. Y dedicará su vida a la superación de todo mal. Sólo luchando por el mundo nuevo logrará la vida, la victoria. La muerte de que habla Jesús es la culminación de un proceso de donación de sí mismo, el último acto de una entrega constante. El no ha dudado en seguir este camino: su cuerpo traspasado en la cruz y su sangre derramada son el signo de quien se ha olvidado de sí mismo para conseguir la vida para siempre.

La muerte a sí mismo es el camino de la vida y de la fecundidad. Fue el camino de Jesús y debe ser el camino de sus seguidores. Nuestra gran tentación es la de evadirnos. Para dar fruto, para comunicar vida, amor, esperanza..., es preciso no escamotear la lucha, el esfuerzo y el sacrificio. Aunque parezca un camino de muerte, es un camino de vida. ¿No es una experiencia que todos podemos tener? Preguntémonos cuándo nos hemos sentido más satisfechos en lo más profundo de nosotros mismos: cuando hemos buscado por encima de todo nuestro bienestar, nuestro provecho..., o cuando hemos sabido ayudar a los demás, compartir nuestra vida, amar de verdad... Aunque esto segundo nos haya ocasionado esfuerzo, dolor y algo de "muerte" para nuestro egoísmo y orgullo. No hay vida sin muerte.

/Jn/12/25:"El que se ama a sí mismo..." Valiéndose de una frase antitética, Jesús nos presenta la paradoja de la vida: se pierde precisamente cuando se quiere conservar, y se salva cuando se hace entrega de ella. Es una idea enunciada también en los sinópticos (/Mt/10/39; /Mt/16/25; /Mc/08/35; /Lc/09/24; /Lc/17/33). El que ama su vida, es decir, el que no está dispuesto a sacrificar su existencia actual en favor del bien de los demás, se verá privado de la vida verdadera; por el contrario, quien está dispuesto a entregarla, camina en la verdadera dirección: conseguirá la vida plena y para siempre. Al primero, la vida se le escapa de las manos, se le pudre como el agua estancada; al segundo se le está eternizando. Conservamos lo que damos, perdemos lo que guardamos. Una ley que vale para todos los seres humanos.

Amarse a sí mismo es ponerse uno en primer lugar, es hacer de la propia persona un absoluto. El que así obra queda solo, como el grano que no fructifica. Aborrecerse a sí mismo es colocar en primer lugar el amor y la vida, la justicia y la libertad, la paz y la verdad... de todos. Pierde el que vive encerrado en sí mismo, el que no sabe amar, el que no sabe dar y menos darse. El que así vive, ya está muerto. Gana el que no tiene miedo a darse, a compartir todo con los otros, porque sabe -¿hará falta experimentarlo?- que se vive auténticamente sólo en la medida en que se hace donación de la propia existencia en favor del bien de la humanidad. Este hace crecer la vida y el amor; éste vive para siempre. ¿Estará aquí -vivir para sí mismo- la razón principal de tanto vacío y soledad como se experimenta en nuestra sociedad moderna?

Dar la propia vida, condición para la fecundidad, es la medida suprema del amor; no es una pérdida para el hombre, sino su máxima ganancia, su completo éxito.

MU/MIEDO  /Hb/02/15: Infundir miedo es la gran arma del orden injusto. El que no teme ni a la propia muerte, es decir, el que aun teniendo miedo se juega la vida en función de un ideal, se hace invencible y totalmente libre. El miedo a perder la vida biológica es el principal obstáculo a la entrega; poner límite al compromiso por apego a la vida terrena es llevarla al fracaso. El apego a la vida lleva a todas las abdicaciones, a ceder ante cualquier amenaza, a cometer la injusticia o a callar ante ella.

Jesús está dispuesto a enfrentarse con la muerte. Para dar vida está dispuesto a entregar la propia. Su donación es la gran victoria de la humanidad. Es el camino que nos invita a seguir, el único que lleva a la vida. Porque Jesús no nos sustituye, sino que nos posibilita, al vivirlo él en plenitud, que nosotros podamos seguirlo. El camino ha quedado abierto. El fruto supone una muerte.

/Jn/12/26: "El que quiera servirme, que me siga..." También la primera parte de estas palabras de Jesús tiene su paralelo, aunque menos preciso que las anteriores, en los otros evangelios (Mt 10,38; 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23; 14,27). El discípulo debe seguir al Maestro en la muerte a sí mismo; y si le sigue en la muerte, también le acompañará en la gloria: "el Padre le premiará". Lo expresa con dos frases que dicen sustancialmente lo mismo. Jesús, que ha insistido en que el secreto de la fecundidad está en el don de la propia vida, nos invita ahora a seguirle por ese camino: el del servicio total. Ser discípulo de alguien consiste en colaborar en la misma tarea del maestro, en estar dispuesto a sufrir su misma suerte, a pesar de las dificultades y de las persecuciones y aun a riesgo de perderlo todo. La muerte física será el último acto de la donación hecha en cada momento.

"Donde esté yo, allí también estará mi servidor". Jesús vive en la esfera del Espíritu, que es la de Dios. Quien se decide a seguirle ahora en la "muerte" entrará en el ámbito divino. Sólo hay vida verdadera donde hay amor. El que ama es libre, dueño de su vida; y por eso puede darla. Vivir es dar vida; la vida se tiene en la medida en que se da. Cuando el hombre va dando su vida, el Padre va comunicando vida a otros y acrecentándola en el hombre mismo, que se va haciendo cada día más semejante a él y viviendo cada vez más de su misma vida... hasta vivirla en plenitud y para siempre después de la muerte biológica. Es el premio del Padre.

Seguir el camino de Jesús significa vivir dependiendo de la voluntad del Padre (Jn 4,34), trabajando para que se haga realidad su plan sobre la humanidad. Nosotros tenemos dos riesgos evidentes: vivir dependiendo del ambiente, aunque nos creamos los seres más libres porque hacemos "lo que queremos", o vivir solitarios, independientes en el sentido de individualistas. Son dos actitudes que suelen darse juntas, aunque se note más la primera. El vivir es algo solidario que hay que hacer juntos. Es lo que hizo Jesús: con su estilo de vida nos reveló al hombre nuevo -al "Hijo del hombre"- y al Padre. Un hombre nuevo -resurrección- que surge cuando se entrega sin condiciones el hombre viejo -muerte-. Nuestro grave problema consiste en querer compaginar el hombre viejo con el hombre nuevo, vivirlos a la vez; lo cual es imposible.

4. Versión joánica de la escena de Getsemaní J/GETSEMANI: "Ahora mi alma está agitada..." Es la versión de Juan de la escena de Getsemaní, reducida a lo esencial. La traslada aquí porque en la presentación que él hace de la pasión no encajaba.

En ella Jesús sigue siendo el rey de Israel y actúa con autoridad y gran dominio de la situación. ¿Cómo compaginar en este esquema la angustia de Jesús, su miedo ante lo que se le avecinaba? Por otro lado, era una escena que no podía suprimir al ser importantísima para comprender los sentimientos que embargaban el alma de Jesús en estos momentos decisivos de su vida.

Si los sinópticos nos narran la agonía de Getsemaní (miedo, pavor, tedio), Juan nos habla de su hora de agitación y angustia pidiendo al Padre que le libre de ella. Una actitud inesperada para los que han mitificado su figura y olvidado que Jesús es solidario nuestro. Jesús ha desafiado a la institución religiosa judía y denunciado todo tipo de injusticias y opresiones padecidas por el pueblo, lo que le va a costar la vida. Ahora su ser protesta, se agita, oponiéndose a la muerte que intuye cercana. Una muerte violenta y prematura, en la flor de la vida, consecuencia de su oposición al triple poder que domina el mundo (religioso, político-militar y económico). Arriesgar la vida, aceptar el sufrimiento, es duro.

Sufrir y morir tampoco fue fácil para Jesús. Si lo fuera, ¿sería un hombre semejante en todo a nosotros, menos en el pecado? (Heb 4,15). La fe no suprime las dificultades ni los miedos, sino que ayuda a enfrentarse con ellos y superarlos. Sería una falsa imagen de Jesús el imaginarlo como un superhombre, como un ángel impasible, por encima de nuestras experiencias de dolor, miedo, duda y crisis.

En medio de la angustia que experimenta su alma, Jesús se pregunta qué debe hacer, qué oración debe dirigir al Padre. Parece que siente de nuevo la tentación tan humana de llevar adelante su misión por un camino distinto al de la cruz, lo que equivaldría a oponerse a la voluntad del Padre. Pero en seguida, a pesar de su turbación, asume el único objetivo que ha tenido durante su corta pero intensa vida: la fidelidad al Padre y a los hombres. Y así, su oración a Dios tiene este sentido: Padre, si la gloria de tu nombre o, lo que es lo mismo, si el cumplimiento de la misión que me has confiado lo requiere, estoy dispuesto a ir a la muerte. Era la única oración posible, si no quería apartarse del camino que había emprendido hacía unos tres años. Todo el sentido de su vida dependía de su actitud ante esta "hora" suprema, consecuencia irremediable de las opciones tomadas. Asume conscientemente su postura en contra de su inclinación natural, que preferiría librarse de la muerte. La glorificación del Padre está por encima de todo lo demás.

Después de la oración de Jesús "vino una voz del cielo", que es como la respuesta positiva a la actitud tomada. La vida y la muerte del Hijo revelan la obra del Padre. Por eso la glorificación del Hijo coincide con la del Padre, y viceversa. Glorificación que ya ha tenido lugar -se expresa en pasado-, porque las obras de Jesús han sido hechas como respuesta incondicional a la voluntad del Padre. Y seguirá glorificándolo -ahora se alude al futuro-, porque esta voluntad del Padre se acentuará todavía más en la muerte-resurrección.

En la Escritura la palabra "gloria", en especial cuando se trata de la gloria de Dios, no significa, como en nuestras lenguas modernas, una buena fama o un honor que se concede a alguien.

GLORIA/GLORIFICACION: Dios, que es amor (I Jn 4,8), es glorificado a través de la vida de amor sin límites del Hijo, manifestado principalmente en su entrega hasta la muerte. Una vida que es glorificación, a la vez, para el Padre y el Hijo, al ser manifestación plena de ambos.

Juan nos presenta a Jesús consciente de esta mutua glorificación entre él y el Padre. Su unión con Dios, su entrega a cumplir su voluntad, es distinta de la que pueda tener cualquier otro ser humano. Por eso la voz del cielo no vino por él, sino por los oyentes, para que sepan que el Padre está de acuerdo en las obras del Hijo, que las aprueba y se identifica con ellas. Jesús no tiene necesidad de una aprobación sensible de su oración, porque sabe -tal es su fe- que el Padre le escucha siempre (Jn 11,42).

La gente interpreta a su modo la "voz del cielo". Es el contraste de actitudes que existe cuando se nos presenta alguna novedad... Con la muerte de Jesús llegará al máximo la glorificación del Padre, porque a través de ella sucederán tres cosas importantes: el juicio del mundo, la derrota de su príncipe y su levantamiento de la tierra.

"Ahora va a ser juzgado el mundo". El mundo son aquí los enemigos de la luz, de la libertad y de la justicia, del amor; los que mantienen la opresión. La presencia de la luz, de la verdad, provoca inevitablemente un juicio, una separación. Todo depende de la actitud mantenida por el hombre ante Jesús, ante sus planteamientos, lo haga consciente o inconscientemente, conociéndole a él o sin conocerle. El que acepte vivir de un modo solidario obtendrá una sentencia positiva; el que elija su propio provecho escuchará una sentencia negativa. El "mundo" se condena automáticamente por su postura de rechazo a la obra de Cristo, que es lo mismo que el rechazo a la fraternidad universal.

PRINCIPE-MUNDO: "Ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera". Este príncipe es Satanás, nombre que designa el poder que oprime a los hombres, el origen de tanto mal como nos rodea. Es el dios-dinero (Mt 6,24), causante de la ceguera de los hombres, de su insolidaridad y egoísmo. Un dios que se ha apoderado de la institución religiosa de Israel (Jn 8,44). Con la vida de Jesús, entregada hasta la muerte, se abre a los hombres el camino para liberarse de este ídolo, superando el pecado -mal- y todas sus secuelas.

No hay más "dentro" que la vida de Jesús, que es la del Padre. El que no esté con él será arrojado fuera (Jn 15,6).

Jesús no habla abiertamente de la cruz; se refiere a ella de forma velada, pero inteligible; presenta su pasión como una "elevación". Elevación que incluye la cruz y la gloria, y que implica para la humanidad una ruptura; porque mientras los incrédulos -los que busquen sus propios intereses, con olvido de los demás- compartirán la suerte del mundo hostil a Dios, los que busquen el bien del hombre -sólo éstos son verdaderos creyentes- serán atraídos hacia él, hacia la cruz, al exponerlos al odio y a la persecución de que fue víctima él mismo. Dejarse atraer equivaldrá para ellos a "ser levantados del mundo", ya que desde ese momento no pertenecen al mundo caído en la corrupción.

El Dios de Jesús no es el ídolo de nuestra fantasía. Su gloria brilla a través del amor sin límites y en la debilidad de la muerte, nunca en la fuerza del poder.

La muerte de Jesús universaliza su obra, que, por su resurrección, adquiere un carácter de atemporalidad para poder ser válida en cualquier lugar y tiempo, para cualquier clase de personas, para todos aquellos que se identifiquen con su camino y lo sigan.

La cruz no termina en la muerte, no es signo de derrota, sino de subida hacia el Padre por la resurrección. Lo mismo que el grano de trigo que se deshace en el surco posibilita la futura espiga.

5. Reacción del auditorio y respuesta de Jesús

Jesús se ha identificado con el "Hijo del hombre" y ha hablado, al mismo tiempo, de su "elevación". La gente relaciona Hijo del hombre con el Mesías que, según numerosos textos de la Escritura (Is 9,6; Jer 31,35-37; Ez 37,24-28; Dan 2,44; Os 2,21; Jl 4,20; Miq 4,7...), fundaría un reinado de duración eterna. La turba comprende de sobra que él se tiene por Mesías y que piensa que lo crucificarán. Si el Mesías debe permanecer para siempre -tal es el único Mesías que ellos aceptan-, ¿cómo se compagina esta permanencia para siempre con su elevación? No pueden comprender que la elevación haga referencia a algo más que a la muerte. Consideran que sus palabras implican una contradicción con las prerrogativas mesiánicas que pareció admitir en el momento de su entrada mesiánica en Jerusalén. ¿Quién es este Hijo del hombre, el Mesías, que así desaparece y no cumple lo que la Escritura dice de él? Del Mesías-Siervo (Sal 21; Is 52,13 - 53,12) prefieren no enterarse. Siempre estamos más dispuestos al triunfalismo que al compromiso. Nuestro Mesías no es un Señor al que tenemos que obedecer, sino una meta que hemos de alcanzar.

Su pregunta final: "¿Quién es ese Hijo del hombre?", muestra su incertidumbre. Quieren saber qué título se aplica Jesús, puesto que no puede ser el Mesías por no corresponder a lo anunciado.

Sólo lo aceptarán si se presenta con las características propias del poder y de la gloria humanos. No son mejores ni peores que nosotros... El Mesías que esperan impondrá su reinado sin dejar opción. Jesús atraerá hacia él respetando la libertad de cada uno, para llevar a los que lo acepten a una entrega como la suya.

Ellos, que a causa de la interpretación de la ley que hacen sus dirigentes nunca han sido estimulados a la libertad y responsabilidad personales, no desean su mesianismo porque intuyen que les compromete personalmente. Deseamos la reforma de las estructuras de la sociedad y de la Iglesia que nos beneficien, pero rechazamos nuestra propia reforma -conversión- personal, interior.

Jesús no responde a la objeción de la multitud, pero toma ocasión de ella para dirigirles una seria advertencia sobre la urgencia de la opción, sobre la necesidad de aprovechar bien el tiempo presente, en vez de permanecer pasivos esperando el futuro y suspirando por la deseada prosperidad mesiánica. Los exhorta a la reflexión, porque el tiempo apremia y está a punto de consumarse la ruptura. Es la última oportunidad. La tiniebla los rodea y está al acecho, y van a tener por poco tiempo la luz que les permita salir de ella. Deben separarse de los dirigentes, que han optado contra él, que es lo mismo que optar contra la vida y contra Dios. Les invita a que prescindan de ideas preconcebidas si quieren alcanzar el sentido de sus vidas. Les contesta presentándose de nuevo como "la luz" (Jn 8,12; 9,5) y urgiéndoles a que aprovechen el poco tiempo que aún estará entre ellos (Jn 7,33); a que caminen a la luz de sus enseñanzas, si no quieren verse envueltos en las tinieblas que se difundirán una vez se extinga su luz. Una luz que se posee como propia, igual que el agua que él da se convierte en un manantial interior (Jn 4,14); una luz que es la vida y que se integra en la persona. Su misión, que está a punto de terminar, ha consistido en arrancar al hombre del poder del "príncipe de este mundo", del misterio de su oscuridad y tinieblas, y trasladarlo a la luz; separarlo de una vida sin sentido centrada en el tener, para animarle a caminar hacia la plenitud humana. El camino es él mismo; si lo siguen, llegarán a ser hijos de la luz, y ya no tendrán por qué temer la presencia de las tinieblas.

El esfuerzo más importante de todo hombre consiste en ir desarrollando a lo largo de su vida todas las posibilidades que encuentra dentro de su persona. Dios trabaja junto con cada ser humano, desde dentro de él mismo, para hacer surgir en cada uno el hombre nuevo creado a su imagen y semejanza; el hombre regenerado, responsable, abierto al amor sin fronteras.

Los hombres estamos llamados, por parte de Dios y de un modo irrevocable, a la perfección. Para ello Dios no nos da leyes escritas en piedra, sino que ha grabado su ley de amor universal en el interior del corazón humano. Ese deseo de plenitud y de felicidad, que todos llevamos dentro, es el mismo plan del Padre para que lleguemos a la madurez. Jesús ha sido el primer hombre que, en favor suyo y en beneficio de los demás, ha llegado a ser en plenitud el hombre nuevo. El Padre se ha complacido en su vida, porque conoció la ley escrita en su corazón y la obedeció plenamente. Por ello ha llegado a la perfección y nos ha descubierto el camino para llegar al Padre, y puede decir en verdad que es "la luz".

Después del aviso que les ha dado, Jesús se aleja. Es una fórmula literaria para indicar el final de sus palabras. Ha querido darles otra oportunidad -la última de este evangelista- para que rechacen la tiniebla que les domina, pero no aceptan; la ley, enseñada por sus dirigentes, les impide ver.

Jesús sigue atrayendo, interrogando, fascinando. Deberíamos preguntarnos con sinceridad qué influjo ejerce en nosotros y qué respuesta estamos dando a sus planteamientos. Porque no es suficiente participar en unas celebraciones litúrgicas, recibir los sacramentos, dedicar un tiempo a la oración... Es preciso que todo eso nos lleve al fondo: ¿Hasta qué punto creemos en Jesucristo? Hasta qué punto esta fe se realiza en un seguirle?

CR/AUTENTICO: Damos la impresión de haber montado la fe sobre "creencias" y conveniencias y de haber vaciado el misterio de Jesús. Mejor sería decir que no hemos intentado en absoluto desentrañarlo, por ser menos peligroso aceptar la caricatura que nos han presentado desde los años de la catequesis. Nos hemos fabricado un Cristo superficial, de consumo. Pero, sin creer y seguir al Jesús del evangelio, nos va a ser imposible salir de esta situación.

¿Se realiza en nosotros el proceso del grano de trigo que muere para dar fruto? Dice Sudhu Sundar Singh: "Un día estaba yo sentado cerca del Himalaya, a la orilla de un río. Saqué del agua una piedra hermosa, dura, redonda, y la rompí. Su interior estaba completamente seco. Esta piedra hacía tiempo que estaba en el agua, pero el agua no había penetrado en ella. Lo mismo ocurre con los hombres en Europa. Hace tiempo que fluye en torno suyo el cristianismo, y éste no ha penetrado y no vive dentro de ellos. La falta no está en el cristianismo, sino en los corazones cristianos".

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4 PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 19-30


20. J/HORA   PETICION/ORACION/VD:

La historia de la humanidad desde el principio, y la propia historia de Israel, no es más que un proyecto del Amor de Dios y una incapacidad del hombre para seguirlo. Y de ahí que los profetas de Israel sueñen y anuncien en nombre de Dios algo distinto, un modo diferente de vivir. Sueñan un mundo en que este deseo de amor y de felicidad que todo hombre lleva en el fondo del alma sea una realidad.

Este modo de vivir sólo va a ser posible si Dios interviene, si Dios mismo viene a poner su mano en el corazón de cada hombre. Y esto es lo que dice Jeremías en la primera lectura: no existirá ya una Ley como unas normas venidas de fuera, sino que será un fuego, una fuerza, que será el propio Dios metido en el corazón de cada hombre.

Las otras dos lecturas nos presentan a Jesús en un momento de crisis personal, en ese momento de lucha y de combate que sostiene consigo mismo para mantenerse fiel a la voluntad del Padre.

Tenemos una falsa imagen de Jesús: la de imaginarlo como un superhombre, impasible, por encima de nuestras experiencias de dolor, miedo, crisis, dudas.

Los evangelistas hablan de la agonía de Getsemaní y presentan a Jesús con miedo, pavor, tedio. Juan nos habla hoy de su hora de agitación y angustia, pidiendo al Padre, con una oración instintiva, que lo libre de esta hora. Y la carta a los Hb, en este pasaje de hoy, añade que esta petición la hizo con lágrimas y gritos. Es como una especie de crisis de vocación que Jesús logra superar con esa angustiosa oración. Logra estar de acuerdo con la voluntad de Dios a pesar de la repugnancia instintiva de la naturaleza.

ENC/SOLIDARIO: Muchas veces hablamos de la humanidad de Cristo como si fuera una especie de fantasma, como un disfraz que le sirvió para darse una vuelta turística por el mundo, pero sin que le afectaran para nada los problemas y los dolores de este mundo. La tesis de la carta a los Hb es precisamente todo lo contrario. Afirma que tenemos un mediador, un pontífice, que no está lejos de nuestra historia, sino que sabe comprender nuestros peores momentos porque se ha hecho solidario de todo lo humano. "Con gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte". Aquellos gritos y aquellas lágrimas de Jesús pidiendo al Padre que lo librara de la muerte debieron estremecer el mundo en sus cimientos y debieron romper el corazón del Padre.

-Jesús pide ser librado de la muerte y, aunque muera, este texto -que es Palabra de Dios- nos dice que Jesús fue escuchado. Esto quiere decir que Dios escucha realmente nuestra oración de petición, no exactamente cuando las cosas salen a medida de nuestros deseos, sino cuando nos prepara para aceptar su voluntad sobre nuestra vida, aunque esto sea terriblemente doloroso en un primer momento.

Las cosas de Dios son así de paradójicas. Jesús pide ser liberado de la muerte y el Padre escucha su oración no librándole de la muerte, sino dándole la fortaleza para que pase a través de la muerte como vencedor de esa muerte, que termina en resurrección. El evangelio viene a decir lo mismo que la carta a los Hb. "Ahora mi alma está agitada, y qué diré: ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre".

Jesús ha venido para revelar al Padre, para dar a conocer a los hombres su gloria, que es su maravilloso plan salvador del hombre y del mundo, y esto se manifestará precisamente en su muerte-resurrección.

-"Mujer, aún no ha llegado mi hora". "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre". La hora en que de verdad se va a derramar en el mundo el vino generoso del amor de Dios.

-Es la hora de Jesús y la hora del mundo. "Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas" (/Lc/22/53). La hora de la enormidad del pecado y de la enormidad del amor. La hora de la muerte y de la exaltación.

CZ/JUICIO: -"Ahora va a ser juzgado el mundo. Ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera". Es la hora del juicio a Satanás y a todos los poderes satánicos que dominan el mundo. Es la hora en que se manifiesta el pecado en toda su enormidad, pero también la hora en que el poder del pecado, del demonio y de la muerte, queda radicalmente vencido. Porque es la hora de la Pascua. Del paso de Jesús al Padre en su muerte y resurrección.


21.

¿A QUIEN QUEREMOS VER?

El Evangelio de hoy nos presenta a unos gentiles que habían llegado a Jerusalén para celebrar la Fiesta. Sin duda habían oído hablar de Jesús, ese Rabí que recorría los caminos judíos hablando de un Reino próximo, de un Dios Padre que quería la vida del hombre y nunca su condena. Sin duda habían oído algo sobre su género de vida, una vida dura, austera, carente a veces incluso de lo necesario; posiblemente alguien les habría comentado que hacía milagros, que curaba los ojos de los ciegos, abría los oídos de los sordos y hacía que los paralíticos caminasen; hacía, en una palabra, que el hombre recobrase toda la dimensión de su humanidad y fuese autónomo; es muy posible que también hubiera llegado hasta ellos que no era muy partidario de Templos ni, mucho menos, de los negocios montados alrededor de los mismos. Singular y extraño ese Rabí.

Los gentiles llegados a Jerusalén, posiblemente, en otras ocasiones, hubieran oído hablar de algún otro Rabí y podían muy bien haber concluido que este no era sino uno más de los que, de vez en cuando, intentaba atraer la atención de los judíos. Pero no opinaron así. Y tomaron una decisión estupenda: QUEREMOS VER A JESÚS. Parece que lo consiguieron; Andrés y Felipe se encargaron de convertir su deseo en realidad.

QUEREMOS VER A JESÚS. Este es el quid de la cuestión. Todos sabemos por experiencia lo que supone en la vida «querer». Querer es lo que nos impulsa y hacia donde queremos nos encaminamos, con independencia de que, al final del esfuerzo, consigamos o no lo que hemos querido. Pero lo cierto es que sin el impulso de la voluntad, sin «querer», el hombre no se mueve.

Quiere el hombre de hoy, como el de ayer porque es cierto que no hay nada nuevo bajo el sol tampoco en los sentimientos y comportamientos humanos, triunfar. Quizá hoy ese deseo se manifieste de modo más imperativo porque las circunstancias actuales hacen que sea especialmente intenso este deseo. Y como quiere triunfar se apresta a conseguirlo sin regatear esfuerzo. Quiere el hombre querer y que lo quieran y a conseguirlo pone con empeño sus energías. Quiere el hombre vivir cada día mejor, deseo muy loable, y para ello trabaja, investiga, se esfuerza y se alegra con los logros conseguidos por el impulso de su voluntad.

CR/QUÉ-ES: Querer es fundamental en la vida humana. También es fundamental en la vida de fe, en nuestra vida de fe que es, no lo olvidemos, vida y como tal deseo, movimiento, aspiración y que tiene un fundamento inevitable: JESUCRISTO. Los cristianos somos los que somos porque creemos en JESUCRISTO, pero creer en Jesucristo no es recitar el Credo, cadenciosa o rutinariamente cada domingo; no es ni siquiera tener conocimientos de «doctrina cristiana, ni lo que se da en llamar, a mi juicio impropiamente, ser «practicante». Ser cristiano es fundamentalmente conocer a Jesucristo y no se le puede conocer si no se siente ese deseo que expresaron tan espléndidamente los gentiles que acudieron a Jerusalén: VERLO.

Parece muy probable que los hombres actuales no tienen entre sus deseos prioritarios el de ver a Jesucristo. Es lamentable porque no saben lo que se pierden, pero sería mucho más lamentable que entre los cristianos, entre nosotros, ese deseo no ocupara tampoco un lugar. Y además de lamentable, incongruente. Es posible que hayamos vivido nuestra fe sin tener el deseo de ver a Jesús de cerca, de oír lo que dice y como lo dice (y eso aunque lo oigamos de pie respetuosamente los domingos), de contrastar sus preferencias con las nuestras, su estilo de vida con el que nosotros tenemos; su modo de mirar al hombre en comparación con el nuestro; su austeridad frente a nuestro deseo de lujo; su honestidad frente a nuestra tolerante conciencia; su clemencia frente a nuestra intolerancia; su idea del Padre esperando siempre, frente a nuestra concepción de Dios como «justo juez» que no espera a la vuelta de la esquina cada vez que hemos dado un resbalón (que es con frecuencia). Hay que tener deseos de ver a JESÚS para ver como vive y aprender a hacer lo mismo. Y ese deseo debe ser urgente.

Interesante también que encontremos a Andrés y a Felipe para que nos lleven hasta El. Y esto puede ser motivo de otro comentario y de otra reflexión.

ANA Mª. CORTES
DABAR 1994/20


22. /Jn/12/27

«Padre, líbrame de esta hora»

La hora esperada y temida ha llegado. Es la hora de Dios y la hora del diablo. Jesús se pone nervioso y entra en crisis.

El diablo que le tentó en el desierto, aguarda impaciente esta oportunidad y volverá a la carga. Nuevas tentaciones, no por el halago, la vanidad o la soberbia, sino por el miedo y la agitación, por la duda y la desesperación, por el dolor y el abandono.

¡Qué lucha debió sentir! ¡Cómo le gustaría que esta hora se retrasase -al fin era tan joven-, se alejase indefinidamente, se olvidara para siempre! y no sólo por el dolor y la humillación, que ya están ahí. Es por la falta de sentido.

El para qué. ¿Para qué va a servir todo este fracaso? ¿Para qué tanta sangre y tanto destrozo? ¿Para qué esta angustia y este abandono? Y ¿qué va a ser de su obra? ¿Qué va a ser de sus discípulos? ¿Por qué no acaba de llegar con fuerza ese Reino de Dios que tanto ha proclamado?

Y grita Jesús: «Padre, líbrame de esta hora. Aleja de mí este cáliz». Líbrame de esa banda de malhechores. No me pongas las cosas tan duras. Endúlzame un poco este cáliz que me revuelve las entrañas. Echa ahí una gota de tu miel. Aligérame un poquito la carga que me aplasta.

«Líbrame de esta hora»

Me encuentro en un momento de plenitud. Puedo hacer tantas cosas por ti. Pero, ¡si no he hecho más que empezar! Fue anteayer que digamos cuando empecé a proclamar tu gloria. ¿Qué son tres años en la vida de un hombre? ¡Quedan tantas cosas que hacer! Ahí están los pobres que sufren. Hay que curar sus heridas, iluminar su ceguera, disipar sus dudas y encender su esperanza. Ahí están los hombres todos, llenos de miedos, de violencias, de egoísmos y tristezas. Hay que combatir esos demonios, hacer que se quieran y sean felices, pobrecillos.

Por otra parte, apenas he salido de este pequeño rincón del mundo. Podría ir también a otros pueblos y anunciar allí tu nombre, para que sea conocido desde donde sale el sol hasta su ocaso.

Un poco de compasión

«Líbrame de esta hora». Tú puedes hacerlo. No hace falta siquiera un milagro, ni que acudan legiones de ángeles en mi ayuda. No sé. Bastaría que movieras la voluntad de alguno, que Judas creyera, que Nicodemo fuera más convincente, que el pueblo no se dejara seducir, que Pilato fuera más valiente. No hace falta un milagro. Sabes que nunca lo hice para salvarme. Nunca, ni lo haré. No haré un milagro ante Herodes para divertirle. No haré que el látigo o las espinas o los clavos dejen de hacer su obra. No bajaré de la cruz. No castigaré a jueces y verdugos.

Pero bastaría mover una milésima los hilos de la Providencia. Judas podía haberse arrepentido antes. O podía buscar yo un refugio más seguro. O que Pilato sacara los soldados para dispersar a la masa. O que ésta se compadeciera un poco y pidiera mi liberación, en vez de Barrabás. No pido ningún milagro. Sólo pido un poco de compasión. Presencia confortante

«Líbrame de esta hora». Líbrame, por lo menos, de la oscuridad de esta hora. Dame un poco de tu luz. Que vea yo claro el por qué y el para qué de todo esto. Dime de verdad que Tú lo quieres. Hazme ver quién se va a aprovechar de este sacrificio.

Y no me abandones, por favor. Que sienta yo tu presencia confortante y que estás conmigo en el momento crítico. No me dejes caer en el infierno del abandono y la desesperación. «No me abandones, Dios mío».

Como niño desvalido

Algo de esto diría Jesús. Y lo decía con gritos y con lágrimas. ¡Los gritos de Jesús! ¡Las lágrimas de Jesús! ¡Qué misterio! ¡Qué cercano y qué humano se nos manifiesta Jesús con sus gritos, lágrimas, súplicas y oraciones! Como si fuera un niño desvalido o un hombre atemorizado. Lloró y gritó Jesús en Jerusalén, en Getsemaní, en la cruz. Debía conmover la creación entera. Debió romper el corazón de Dios. ¿No lloraría también el Padre con su Hijo? Unamos también nuestras lágrimas a las suyas.

Pero es El quien une sus lágrimas y gritos a los nuestros. También nosotros suplicamos: «Padre, líbrame de esta hora». Líbrame del fracaso, del accidente, del cáncer, de la silla de ruedas, de la soledad, del paro, de la vejez dependiente.

¿No escuchas los gritos de Jesús?

Ponte a la escucha. No hace falta un cassette que hubiera recogido aquellos clamores de Jesús. Puedes escucharlos al vivo. ¿No gritan los fetos abortados? ¿No lloran los niños hambrientos? ¿No suplican los jóvenes parados? ¿No gritan, lloran, suplican los enfermos? ¿Y qué hacen los torturados, los esclavos, los deprimidos, los huérfanos, los separados? ¡Qué angustia si tuviéramos que oír todos estos lamentos! Pues todos ellos son ecos de los de Cristo.

CARITAS
UNA CARGA LIGERA
CUARESMA Y PASCUA 198.Págs. 93 ss.


23.. SOBRE LA SEGUNDA LECTURA

«Aprendió, sufriendo, a obedecer» /Hb/5/8

Es cierto que Jesús aprendió en el sufrimiento hasta dónde llega la obediencia. Jesús había venido para alimentarse con la palabra del Padre: "Por eso, al entrar en este mundo, dice... he aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad" (/Hb/10/05-07). Desde que entra en este mundo hasta que sale, Jesús ha vivido de la voluntad del Padre, se ha apegado a ella como a un absoluto, ha sido devorado por el ansia de que se cumpla en todo y en todos esa voluntad. El cantus firmus de todas sus palabras y actitudes es: "Padre, abba: hágase tu voluntad»; «abba, sí; abba, fiat; abba, no lo que yo quiero, sino lo que quieras Tú; abba, amén».

Cuando la obediencia crucifica

¿Es posible perfeccionar y aprender algo más en el tema de la obediencia? Aprendió, sufriendo, a obedecer. No es que antes no obedeciera, sino que ahora la obediencia llega a las máximas calidades e intensidades, llega a su plenitud. El sufrimiento es como prueba de contraste. Cuando el obedecer resulta un sabroso banquete, es fácil y bonita la obediencia. Cuando el obedecer libera y perfecciona, es estimulante y creativa la obediencia. También cuando la obediencia cosecha frutos de caridad o de paz. Pero cuando la obediencia resulta dolorosa y angustiosa, cuando la obediencia es humillante y vergonzosa, cuando la obediencia va en contra de todos tus deseos y tus criterios, cuando resulta incomprensible y desconcertante, cuando va unida al fracaso y a la frustración, cuando la obediencia te crucifica hasta la muerte, entonces es heroico obedecer. Se llega a una hondura misteriosa; el canto de la obediencia adquiere unas tonalidades sublimes y arrebatadoras. Ese grito último de Jesús crucificado, poniendo su espíritu en las manos del Padre, en medio de todo el dolor y abandono, vale por la más hermosa sinfonía sobre el tema de la obediencia.

Jesús entrega al Padre hasta la última partícula de su personalidad, hasta el último átomo de su ser, hasta el último impulso del subsconsciente. Obedecerás al Señor tu Dios con todo tu corazón... «Si, Padre: lo que Tú quieras y lo que ellos necesiten. Beberé el cáliz y ofreceré el cáliz a mis amigos. Romperán mi cuerpo y ofreceré mi cuerpo a los hermanos. Seré grano de trigo, enterrado y molido para llegar a ser pan de vida».

Pero también podríamos decir que Jesús aprendió, obedeciendo, a sufrir.

El libro de la obediencia

Tenia páginas fáciles y páginas duras, páginas rosas y páginas de sangre. En este libro, Jesús tuvo que aprender a hacerse pequeño, a hacerse amigo, a hacerse siervo, tuvo que aprender a trabajar, a orar, a evangelizar, a curar, a amar y también a sufrir.

La obediencia le enseñó a sufrir, pero no tanto en relación con la cantidad de sufrimientos que hubo de soportar, cuanto en relación con las actitudes con los que había de soportarlos. Sufrir desde la obediencia quiere decir sufrir no sólo con paciencia y resignación, como un estoico, sino sufrir con paz y confianza, sufrir con esperanza, sufrir con amor.

Aprendió, obedeciendo, a sufrir. ¿Quién puede asomarse al Corazón de Cristo en su pasión? Hay que preguntarse no sólo cuánto sufrió Jesús, sino cómo sufrió Jesús. Lo primero es más fácil de medir. Lo segundo sólo se puede vislumbrar. «Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al mío» (Lam. 1,12). El Corazón de Cristo es un océano inmenso de dolor.

¿Cómo sufría Jesús?

Sufría en su cuerpo y en su espíritu. Sufría mansa y calladamente. Sufría humilde y pacientemente. Sufría digna y humanamente. Sufría confiada y amorosamente. Sufría desde el amor: orando y perdonando, dando y dándose hasta el fin. Ofrece sus vestidos, regala el cielo, entrega su sangre, comunica su Espíritu. Sufría amando como nadie ha amado en la tierra.

Diríamos que cada átomo de dolor, cada gota de sangre, cada grano de angustia, está bañado en el más grande amor, bordado en la más hermosa caridad, ofrecido con la más pura y generosa entrega.

Filial y amorosamente

Llegamos al punto decisivo. Lo mismo da decir: «aprendió, sufriendo, a obedecer», que: aprendió, obedeciendo, a sufrir. Lo importante es decir que aprendió, sufriendo y obedeciendo, a amar. Desde el sufrimiento aprendió a obedecer filial y amorosamente. Desde la obediencia aprendió a sufrir confiada y abnegadamente.

Se puede obedecer sin amor. Se puede obedecer por obligación, por presión, por miedo, por comodidad, por costumbre. Si no se obedece por amor, no sirve de nada.

Y se puede sufrir sin amor. Se puede sufrir por necesidad, por estoicismo, por vanidad u orgullo, por desesperación o respirando venganza. Si no se sufre con amor no sirve de nada.

¿Soy un fanático?

También aquí podríamos aplicar las expresiones paulinas. Aunque obedezca ciegamente y en todo, aunque obedezca como un niño dócil o cera blanda, si no tengo amor, mi obediencia no vale más que la de un cadáver. Y si sufriera toda clase de tormentos hasta el fin del mundo, si no tengo amor, no soy más que un fanático o un loco o un pobre diablo.

CARITAS
CARITAS
UNA CARGA LIGERA
CUARESMA Y PASCUA 198.Págs. 93-98


24. MU/TABU:

NUESTRA INGENUIDAD ANTE LA MUERTE

Yo soy la resurrección y la vida....

El hombre contemporáneo no sabe qué hacer exactamente con la muerte. Lo único que se nos ocurre es ignorarla, no hablar de ella, no pronunciar el nombre de las enfermedades incurables.

Hemos convertido a la muerte en el moderno «tabú» que ha sustituido al antiguo tabú sexual. A los niños se les explica todo sobre el origen maravilloso de la vida, pero nadie se atreve a iniciarlos al misterio de la muerte.

Son muchos los padres que, ante el niño que pregunta a donde se ha ido el abuelo, sienten el mismo malestar o mayor que antes, cuando preguntaban de donde venían los niños al mundo.

Son admirables todos los esfuerzos que hacemos por retrasar la muerte, ignorarla y vivir apartando de nosotros todo lo que nos puede recordar su cercanía.

Todo el mundo quiere parecer joven, fuerte, agresivo e invulnerable. Añoramos la juventud, la salud y la fuerza porque creemos poder encontrar en todo eso una protección contra lo irremediable: la vejez y la muerte.

No queremos recordar lo que en realidad somos: seres profundamente débiles, vulnerables y, en definitiva, mortales.

Pero hay todavía algo más. Son bastantes los que se dicen cristianos porque admiran el evangelio y veneran a Jesucristo, aunque confiesan modestamente no ambicionar ni añorar o esperar con gozo la resurrección. En realidad, se contentarían con prolongar esta vida de manera indefinida.

¿No es todo esto síntoma de un grave empobrecimiento y signo de una profunda ingenuidad?

Si nuestra vida es insatisfactoria, no es porque sea corta sino porque nunca podrá satisfacer nuestras aspiraciones más profundas. El hombre puede y debe prolongar esta vida, humanizarla, hacerla siempre mejor. Pero, sólo con ello, no alcanza la vida que anhela.

Sólo desde el realismo profundo de nuestra condición mortal y desde la necesidad sentida de salvación, podemos escuchar con fe la promesa de Jesucristo: «Yo soy la Resurrección y la Vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá».

Quizás, para entender estas palabras, necesitamos antes que nada, dejar a un lado autoengaños ilusorios, liberarnos de nuestra ingenuidad y recordar aquella observación tan certera de D. Solle: «El hombre no vive sólo de pan, muere también de sólo pan» /Mt/4/4.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 162 s.


25.

1. «El que se ama a si mismo, se pierde»

Este evangelio, ciertamente impresionante, es preludio de la pasión. Algunos gentiles quieren ver a Jesús; su misión, que incluye, más allá de los límites de Israel, a todas las «naciones», sólo culminará con su muerte: únicamente desde la cruz (como se dice al final del evangelio) atraerá hacia él a todos los hombres. El grano de trigo tiene que morir, si no queda infecundo; Jesús dice esto pensando en él mismo, pero también, y con gran énfasis, en todos aquellos que quieran «servirle» y seguirle. Y ante esta muerte (cargado con el pecado del mundo) Jesús se turba y tiene miedo: la angustia del monte de los olivos le hace preguntarse si no debería pedir al Padre que le liberase de semejante trance; pero sabe que la encarnación entera sólo tendrá sentido si soporta la «hora», si bebe el cáliz; por eso dice: «Padre, glorifica tu nombre». La voz del Padre confirma que todo el plan de la salvación hasta la cruz y la resurrección es una única «glorificación» del amor divino misericordioso que ha triunfado sobre el mal (el «príncipe de este mundo»). Cada palabra de este evangelio está tan indisolublemente trenzada con todas las demás que en ella se hace visible toda la obra salvífica ante la inminencia de la cruz.

2. «Aprendió, sufriendo, a obedecer».

Juan, en el evangelio, amortigua en cierto modo los acentos del sufrimiento; para él todo, hasta lo más oscuro, es ya manifestación de la gloria del amor. En la segunda lectura, de la carta a los Hebreos, se perciben por el contrario los acentos estridentes, dramáticos de la pasión. Jesús, cuando se sumergió en la noche de la pasión, «a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas» al Dios «que podía salvarlo de la muerte». Por muy obediente que pueda ser, en la oscuridad del dolor y de la angustia, todo hombre, incluso Cristo, debe aprender de nuevo a obedecer. Todo hombre que sufre física o espiritualmente lo ha experimentado: lo que se cree poseer habitualmente, debe actualizarse, ha de re-aprenderse, por así decirlo, desde el principio. Jesús gritó a su Padre y el texto dice que fue «escuchado». Y ciertamente fue escuchado por el Padre, pero no entonces, sino solamente cuando llegó el momento de su resurrección de la muerte. Únicamente cuando el Hijo haya sido «llevado a la consumación» podrá brillar abiertamente la luz del amor ya oculta en todo sufrimiento. Y solamente cuando todo haya sido sufrido hasta el extremo, se podrá considerar fundada esa alianza nueva de la que se habla en la primera lectura.

3. «Meteré mi ley en su pecho».

Una «nueva alianza» ha sido sellada por Dios, después de que la primera fuera «quebrantada». Mientras la soberanía de Dios era ante todo una soberanía basada en el poder -el Señor había sacado a los israelitas de Egipto «tomándolos de la mano»- y los hombres no poseían una visión interior de la esencia del amor de Dios, era difícil, por no decir imposible, permanecer fiel a la alianza. Para ellos el amor que se les exigía era en cierto modo como un mandamiento, como una ley, y los hombres siempre propenden a transgredir las leyes para demostrar que son más fuertes que ellas. Pero cuando la ley del amor está dentro de sus corazones y aprenden a comprender desde dentro que Dios es amor, entonces la alianza se convierte en algo totalmente distinto, en una realidad interior, íntima; cada hombre la comprende ahora desde dentro, nadie tiene necesidad de aprenderla de otro, como se aprende en la escuela: «Todos me conocerán, desde el pequeño al grande».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 147 s.


26.

1. La hora de la Nueva Alianza

Durante estas semanas de la Cuaresma hemos reflexionado sobre las diversas etapas progresivas que fue sufriendo la alianza, comenzando por Noé, siguiendo por Abraham y Moisés, hasta proyectarse hacia una nueva y definitiva etapa. Pues bien, hoy escuchamos el grito de Jesús junto al templo de Jerusalén: «Ya ha llegado la hora.» Como respuesta a la palabra profética de Jeremías, que pronostica una nueva y definitiva alianza, el mismo Jesús nos introduce a la comprensión de su muerte y resurrección como la inauguración de esa alianza por la que Dios había jugado tantas cartas.

La reflexión de este domingo, por lo tanto, mientras cierra el ciclo de los temas anteriores, ya nos sirve de pórtico para la Semana Santa.

El profeta Jeremías, testigo del quebrantamiento de la alianza y del castigo sufrido por el pueblo, es también quien anuncia el oráculo de Dios de que llegarán días «en que haré una Nueva Alianza».

Esta alianza es nueva, no solamente porque es otra, una segunda, sino porque se diferencia esencialmente de la primera.

¿En qué consiste la novedad de esta alianza que vendrá ? La respuesta nos la da el mismo Jeremías en un texto que puede ser considerado como de los más sublimes del Antiguo Testamento; texto que, por otra parte, inspirará gran parte del Nuevo.

Estas son las características de la Nueva Alianza:
/Jr/31/33

--«Pondré mi Ley en su interior y la escribiré en sus corazones. » El creyente aceptará la palabra divina como algo propio, como el hijo que vive la palabra del padre con quien se identifica.

Interiorizar la Ley es asumir la obediencia perfecta al Padre, tal como la segunda lectura de hoy dice de Cristo. La palabra de Dios no es obedecida (escuchada) como algo impuesto por la autoridad, sino que es escuchada por el corazón. El creyente hace suyos los pensamientos y los actos de Dios.

Por eso Pablo dirá que el cristiano está liberado de la Ley, precisamente porque no necesita de la Ley para vivir su compromiso con Dios. Lo vive de corazón, por la propia fuerza del Espíritu de Dios presente en sí.

Comentando este texto de Jeremías, dice ·Agustín-SAN: «Fácilmente se echa de ver que la diferencia entre la antigua y la nueva alianza consiste en que en la primera la ley está escrita en tablas de piedra, mientras que en la segunda está grabada en los corazones; en que la una, completamente exterior, sólo inspira temor, mientras la segunda, del todo interior, nos colma de alegría. En que la primera hace al hombre prevaricador por la letra que mata, mientras la otra hace amar esa misma ley por el Espíritu que vivifica». Seguramente que ahora nos queda flotando una pregunta: ¿Qué alianza estamos viviendo nosotros? No basta estar después de Cristo en el tiempo; hace falta vivir la fe con el nuevo estilo de una alianza que se la siente en el interior sin coacciones y sin temor. ¿No estamos de alguna manera viviendo aún con el espíritu de esa alianza que criticó Jeremías tan duramente? ¿Ha madurado nuestra conciencia como para hacer las cosas por impulso interior y no por la presión de las normas o de la autoridad? -- «Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.» La nueva alianza implica, en segundo lugar, conciencia de nuestra pertenencia a una comunidad unificada por el mismo Dios. La alianza nos transforma en «pueblo», no en simples individuos buenos y honestos pero desligados de los demás hombres.

La base de la alianza es el pueblo, la gente, la comunidad, sin entrar en distinciones entre laicado y jerarquía, que no son más que dos formas de servir a la misma alianza o Reino de Dios.

Esta pertenencia al pueblo de Dios -tan acentuada en el primer siglo de cristianismo- supone, por supuesto, el reconocimiento de Dios como único Señor, renunciando a todo tipo de idolatría, sobre todo de esa idolatría solapada y que se esconde detrás del autoritarismo tanto de las instituciones como de las personas.

Conciencia de comunidad (tema sobre el que volveremos en los domingos después de Pascua) que equivale a sentido de pertenencia, a asumir nuestra historia pasada y saber proyectarla hacia el futuro. Conciencia que exige responsabilidad compartida sin privilegios ni excepciones, como asimismo espíritu de fraternidad, de diálogo y comunicación.

Y una vez más la pregunta: ¿Vivimos un cristianismo que responde al espíritu de la nueva alianza? ¿Cómo lo vive esta comunidad? --«Y todos me conocerán, del más pequeño al más grande, cuando les perdone sus pecados.» Conoceremos a Dios... Es importante tener en cuenta, tanto en este texto como en los similares del Evangelio de Juan, que la palabra conocer no indica el saber intelectual o racional sobre Dios ni es sinónimo de teología o ciencia religiosa.

Conocer es adquirir la experiencia de Dios por esas manifestaciones que la fe ve o reconoce como salidas de Dios. Así como el bebé pequeño conoce a su madre por la experiencia de mamar de su pecho, ser alimentado y vestido, etc..., así el creyente conoce a Dios por el cúmulo de bien que recibe de El.

De ahí que Jeremías insista en que lo conocerán desde el más pequeño al más grande, y Jesús nos recordará que si no nos hacemos pequeños no podremos entrar en el Reino de Dios ni comprender la palabra revelada por el Padre «a los niños y pequeños».

Conocer a Dios es aceptarlo en la vida, es entregarse a El, sentirlo como el que está con nosotros.

Según Jeremías, la manifestación divina a través de la cual podremos conocer a Dios es el perdón que nos otorgará. Es decir: el Señor se nos mostrará como el Dios de la misericordia, del amor y de la vida. Y quien se sienta amado por Dios en su pecado, ése ya conoce a Dios, al auténtico Dios, al del perdón, de la restauración, del nuevo nacimiento y de la resurrección.

En esta misma línea el evangelio de hoy nos dice que la manifestación suprema de Dios se dará en la muerte del Hijo, entregado a la tierra como un grano de trigo en cuya muerte vivirán muchos.

Por todo lo cual, vivir en la nueva alianza es permanecer abiertos al amor de Dios, que continuamente se goza en salvarnos y devolvernos la vida. Vivir esta religión es vivir en el gozo interior y en la paz.

2. Alianza por la cruz y por la Pascua

El texto evangélico de hoy corresponde a uno de los días previos a la prisión de Cristo. Unos griegos, es decir, extranjeros piadosos que adoraban a Yavé, quieren ver a Jesús. Son extranjeros, o sea, el símbolo de los nuevos pueblos que han de incorporarse a la nueva alianza.

Y dicen: «Queremos ver a Jesús»; es decir: queremos conocer al Mesías tal cual es. Estos griegos, como es fácil descubrir, representan, en la mentalidad de Juan, a todos los hombres que -conforme a lo anunciado por Jeremías- quieren conocer el verdadero rostro de Dios.

Son los que preguntan: ¿Cómo se nos manifiesta Dios para que lo conozcamos? Y Jesús les responde a ellos y a todos nosotros: Veremos a Dios cuando veamos a su Hijo muerto en la cruz y levantado a los cielos por nuestra salvación.

--«Ya ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado.» Con Cristo se manifiesta toda la gloria divina, pero ¡atención!, es la gloria de Dios tal cual es, no es el Dios de nuestra fantasía. Es una gloria paradójica y que ha de brillar no por la fuerza del poder, sino en la fuerza del amor y en la debilidad de la muerte.

A Dios lo conoceremos en el Salvador que muere para dar mucho fruto...

En ese instante Jesús siente profundamente lo terrible de sumergirse en la muerte y -como dice la Carta a los hebreos- «presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado».

En efecto, continúa Juan, Jesús, ya a las puertas del extremo sacrificio exclama: «Mi alma está turbada..., ¿y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Pero si para esto he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu nombre!» Como en el huerto de Getsemaní, Jesús siente la humana tentación de llegar al Padre por un camino distinto al de la cruz. Pero en seguida, a pesar de su duda o turbación, asume en ese instante toda su corta pero intensa vida como un camino que tiene un solo objetivo: que sea glorificado el Padre a través de su gesto supremo de dar la vida para el perdón de los pecados...

Según interpreta la Carta a los hebreos (segunda lectura), Jesús, al aceptar sus sufrimientos, «aprendió, sufriendo, a obedecer»... Es decir, descubrió, aceptó y se abrió a todo el plan salvador de Dios hasta sus últimas consecuencias. Su amor filial fue puesto a prueba en la cruz... y resultó triunfante.

De ahí la respuesta del Padre al clamor del Hijo: «Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar.» Esta expresión, que causa extrañeza y malentendidos entre los presentes, es interpretada por el mismo Jesús en el sentido de que en la cruz se manifiesta la gloria del Padre porque allí El se sentará como salvación para quienes crean en el Dios del perdón, y como condenación para los que prefieran las tinieblas.

«Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí»... Esta frase tiene un doble sentido: indica de qué muerte iba a morir, pero también es una alusión a su «elevarse a los cielos» por su resurrección.

El Evangelio de Juan, aun antes de la pasión, nos presenta a un Cristo glorioso en la misma cruz -la montaña elevada- como expresión del elevarse del hombre hacia lo divino, del nacimiento hacia la vida nueva abriendo el seno de la tierra.

Nuevamente la Carta a los hebreos nos ayuda a comprender el Evangelio de Juan: «Y llevado a la consumación -o sea, aceptando su muerte-, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación.» En su obediencia suprema, Jesús se transforma en el Hombre-nuevo, el perfecto hombre hecho a imagen y semejanza de Dios. Ahora es el camino de todos los que buscan la vida.

Por eso dijo: «El que ama la vida, la perderá; pero el que la pierda ahora, la conservará para la vida eterna.» Y con esta última frase Jesús pone el dedo en la llaga:

Celebrar la Pascua, hacer la alianza con Dios, renacer a la vida nueva... es el fruto de nuestra propia muerte, de una renuncia total a un modo de existencia basado en el egoísmo (amar la propia vida) para comenzar a andar por el camino de la entrega total (perder la vida).

Concluyendo...

Ya a las puertas de la Semana Santa, la liturgia nos invita a centrar toda nuestra atención en Jesús, levantado en la cruz como acto supremo de obediencia al Padre, para que en ese gesto descubramos el verdadero rostro del Padre: el Dios del Amor.

Celebrar la Pascua de Cristo es hacer nuestro este sentimiento de Cristo, transformándolo en la actitud básica de nuestra vida cristiana.

Dice Jeremías que la nueva alianza «no será como la que hice con vuestros antepasados». Ahora lo entendemos mejor: ya no necesitamos templo ni altar, ni panes ni corderos. En este templo que es toda la comunidad -el pueblo de Dios: Jesús y nosotros- todos debemos ofrecernos -de una vez y para siempre- al Padre, para que nuestra vida no tenga más que un motivo: el amor.

Y hoy conoceremos a Dios en el gesto de amor fraterno que debe ser la característica de esta celebración eucarística y de esta comunidad.

Como Jesús, también nosotros a menudo tendremos la tentación de decirle a Dios: «¡Líbrame de esta hora!...» Y, como Jesús, sepamos afirmar de inmediato: Pero si para esto he caminado toda mi vida, para esto he nacido: para que el amor resplandezca en mi vida...

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 69 ss.


27. LA MUERTE TENIA UN PREMIO 

«El que no sabe morir mientras vive, 
es vano loco: 
morir cada hora su poco 
es el modo de vivir.
Vivir es apercibir el alma, 
para tener la vida muerta al placer 
y muerta al mundo, de suerte, 
que, cuando llegue la muerte 
le quede poco que hacer.
Igual que el sol hay que ser 
que, con su llama encendida, 
va, acabando y renaciendo 
de tantas muertes, tejiendo 
la corona de su vida. 
Por eso busco el sufrir, 
para, como el sol decir 
que de la muerte recibo 
nueva vida y que si vivo, 
vivo de tanto morir».

La cita es larga y pertenece a una obra en verso de nuestro teatro de principios de siglo. Pero, si la transcribo es porque retrata el mensaje de la liturgia de este domingo.

No creo que los protagonistas del teatro de las últimas décadas, ni en general la literatura actual, presenten programas con esa doctrina. Al contrario, en esta época del confort y del hedonismo, creo que, desde todas las plataformas laicas, se nos predica el disfrute de todos los placeres por medio de todos los sentidos: «sáciate, pínchate, póntelo, fúmalo, pruébalo...».

Pero ya digo. Si releéis las lecturas que hemos hecho esta cuaresma, veréis que esa filosofía de llegar «a la Vida por la cruz» es una constante cristiana. Para muestra, el botón del evangelio de hoy.

De entrada, hay una frase de Jesús que podría desconcertar: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre». Al leerla, pudiéramos pensar: «Cristo, como nosotros, lo que quiere es la dicha». Pero, si seguís leyendo veréis que el «itinerario de la dicha» de Jesús rompe todos nuestros esquemas. Escuchad: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto. Pero si muere...». Más: «El que se aborrece a sí mismo, se salvará para la vida eterna». También: «El que quiera seguirme, que tome su cruz y que me siga... ».

¿Qué es esto? ¿Se trata de un masoquista que va a la muerte inconscientemente, por fatalismo, con mentalidad estoica del «dolor por el dolor»? No, amigos. En la carta a los Hebreos, que también leemos hoy, se nos dice: «Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas a quien podía salvarle de la muerte».

Lo que pasa es que El sabía una cosa. Y es que el pecado del hombre, su desvío, tenía un precio. Un precio terrible: su sangre y su muerte. Y esa muerte, a su vez, tenía un premio. Un triple premio. Primero, el Amor a su Padre, «haciendo su voluntad»: «Se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz». Segundo: amarnos a nosotros, proporcionándonos, con su muerte, la Vida verdadera, la dicha: «Llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna». Y tercero: su propia voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo». Ved igualmente lo que recuerda Pablo con palabras impresionantes: «Por eso, Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre». Sí, la muerte de Jesús tenía un premio: el más grande.

Seguramente ahora entenderéis por qué he empezado mi glosa diciendo: «El que no sabe morir, mientras vive, es vano loco: morir cada hora su poco, es el modo de vivir...».

ELVIRA-1.Págs. 129 s.