COMENTARIOS AL SALMO 129

 

DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

Desde lo hondo a ti grito, Señor; 
Señor, escucha mi voz; 
estén tus oídos atentos 
a la voz de mi súplica. 

Si llevas cuenta de los delitos, Señor, 
¿quién podrá resistir? 
Pero de ti procede el perdón, 
y así infundes respeto. 

Mi alma espera en el Señor, 
espera en su palabra;
Mi alma aguarda al Señor, 
más que el centinela la aurora. 

Aguarde Israel al Señor, 
como el centinela la aurora; 
porque del Señor viene la misericordia, 
la redención copiosa; 
y él redimirá a Israel 
de todos sus delitos. 


1.

"Desde lo hondo, a ti grito, Señor". Así comenzaba el salmo de la misa de este último domingo de Cuaresma. "Desde lo hondo -`de profundis'-, a ti grito, Señor". Si cada uno de nosotros, muy sinceramente, muy realísticamente, no se sitúa también en lo más hondo de su propia vida, muy en el corazón de lo que cada uno es, le será imposible acompañar a Jesús durante estos últimos días de la Cuaresma, durante los días de Semana Santa, y -más aún- unirse a él en la gran celebración de su y nuestra Pascua. Permitid que insista. Probablemente, la mayor tentación de nuestra vida cristiana sea la de situar lo que a ella se refiere -lo religioso, nuestra relación con Dios y ante Dios- en lo marginal de nuestra vida, en cosas y aspectos secundarios que no son los más importantes y decisivos y hondos de nuestra vida. Y entonces, esto, el corazón, lo que podríamos llamar el "alma" de nuestra vida, se queda sin Dios, al margen de Jesús.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1990/07


2.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* Este salmo de "Súplica" era utilizado por Israel en las ceremonias penitenciales comunitarias, particularmente en la fiesta de las Expiaciones: antes de renovar la Alianza, se ofrecían "sacrificios de expiación" en reparación por los pecados.

Lo que llama la atención es que el "grito" del pecador no tiene por objeto confesar su pecado en forma circunstanciada y detallada: no se sabe de "qué" pecado se trata. Este salmo es ante todo un "grito de esperanza", "el más hermoso canto de esperanza que jamás haya salido quizá del corazón del hombre" (M. Mannati).

El plan de este poema relieva la sutil dialéctica del diálogo interior. Es un "movimiento" del alma, que va alternativamente del hombre a Dios, luego vuelve al hombre y pasa enseguida, nuevamente a Dios:

Primera estrofa: disposiciones del "que ora"... Grito; escucha mi clamor... Segunda estrofa: disposiciones de "Dios"... Tú eres grande... cerca de Ti, el perdón... Las dos líneas centrales, que indican el núcleo del tema, la esperanza, la espera... Tercera estrofa: disposiciones del "que ora"... Aguardo, acecho, espero... Cuarta estrofa: disposiciones de "Dios"... Tú eres bueno... Cerca de Ti, el amor. Este salmo hacía parte de los salmos de Subida o salmos graduales. Para admirar el estilo "en eco", con la repetición de palabras, que parecen avanzar en una especie de peregrinación: Señor (8 veces), aguardar (3 veces), esperar, acechar (2 veces), y luego el "grito", "el llamado", "la oración" (4 veces), y al comienzo y al final "la falta"... Finalmente, se nombra dos veces a Israel, el pueblo escogido.

Una observación más, que no es puramente estilística: el paso del "yo" al "nosotros" en las dos últimas estrofas. En persona de "un" pecador está todo "Israel" pecador: dimensión colectiva y comunitaria del perdón.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** El Evangelio está lleno de este "perdón" de Dios, cuya espera se expresaba ya en este salmo 129. Hay una profunda armonía entre el pensamiento del salmista y el pensamiento de Jesús: Dios no es este justiciero inexorable que los hombres han imaginado a veces, con aparente buena intención de salvaguardar la "justicia" o la "santidad" de Dios. La grandeza de Dios es perdonar. La omnipotencia de Dios es el amor. Cuando el salmo dice que "cerca de Dios está el perdón"... "Cerca de Dios está el amor"... Se trata de dos fórmulas hebraicas que significan que el perdón y el amor hacen parte del "ser mismo de Dios". Jesús lo repitió de mil maneras en las inolvidables parábolas de la misericordia que llenan el capítulo 15 de San Lucas: la oveja perdida y encontrada, la dracma perdida y encontrada, el hijo perdido y encontrado. Junto a éstas "la pecadora perdonada" (Lucas 7,36-50), el "paralítico perdonado" (Lucas 5,17-26), la "higuera estéril perdonada" (Lucas 13,6-9), el "rico opresor Zaqueo, perdonado" (Lucas 19,1-10), los "verdugos perdonados" (Lucas 23,34), el "ladrón perdonado" (Lucas 23,43). Pero Jesús no solamente "repitió" este salmo de perdón sino que lo encarnó en su propia persona: Jesús fue el "grito" del pecador, "la esperanza" del pecador, la "redención" del pecador. Cuando Jesús cantaba este salmo, cuando en las celebraciones penitenciales de la sinagoga en su pueblo, o en las fiestas de Peregrinación, escuchaba a sus vecinos gritar su arrepentimiento ("de lo profundo te invoco, Señor..."), debió comulgar profundamente con esta humanidad pecadora que lo rodeaba, diciendo de lo profundo de su corazón: sí, Dios os espera... Yo vengo en nombre de Dios que os ama, a redimiros de vuestros pecados... Yo daré mi vida en la cruz "por la remisión de los pecados". ¿Piadosa imaginación? La víspera de su muerte, Jesús en la Cena, ofreció explícitamente su muerte por esta intención: "He aquí la sangre de la Alianza, derramada por muchos para el perdón de los pecados" (Mateo 26,28).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** Hay que gritarle al mundo: Dios es Amor, Dios ama a todos los hombres. El mundo de hoy, lleno de espíritus ateos y agnósticos, es un mundo "huérfano". En un mundo "sin Dios", el mal ya no tiene sentido, se convierte en "fatalidad" implacable contra la cual una sola actitud es posible: la rebelión. Pero seamos claros, esta rebelión es radicalmente estéril, ya que el "mal" de la muerte lo superará. La ola de incredulidad del mundo occidental corresponde al "malestar existencial", a una profunda desesperación, a un frenesí de gozo inmediato (¿no es esto también un embrutecimiento estéril?) el condenado a muerte "se divierte" como puede, para no pensar en el fatal desenlace.

Para el creyente, al contrario, el "grito" del hombre tiene una respuesta... El mal no es fatal... La muerte no es el último acto... El pecado no es una situación "sin salida". Cuando el hombre está en el fondo del abismo, se siente solo, abandonado, condenado a quedarse en su "hoya". Ahora bien, justamente al fondo de este abismo viene a buscarnos el amor de Jesús. Desde la profundidad, de la cual pedimos socorro... hay una salida, vertical, por la cruz de quien nos ama. No, el grito del hombre que sufre, no cae en un cielo "vacío", como dicen los ateos... Yo sé que mi Salvador está vivo, que está junto a mí cuando toco el fondo del abismo, que escucha mi llamado y que su oído está atento... Hay que repetirlo: el único "porvenir" posible para el hombre no está en un hombre-cerrado-sobre-sí- mismo, sino en un hombre-abierto-sobre-la-trascendencia. Si Dios "no existe", sólo queda una cosa segura: tampoco "existe" el hombre.

Como un vigilante que ansía la aurora. ¡He ahí el creyente! ¡Un vigilante! En este mundo que duerme pensando que la noche es definitiva, El, despierto, espera el despuntar de la aurora. El oficio del "vigilante nocturno" es muy evocador. Mientras la caravana duerme en el desierto, una persona vigila, un centinela protege el campamento. No es extraño ser "centinela" en plena guerra rodeado de enemigos: soledad, frío, tinieblas, ruidos sospechosos, riesgo de dormirse, de tensión nerviosa ante el enemigo que ronda. Los minutos son largos, la noche se hace interminable. Pero el centinela "sabe" que la aurora vendrá ciertamente. ¡Con qué impaciencia, el vigilante, acecha los primeros rayos, los primeros signos de la aurora! Ahora bien, lo que espera el creyente, es Dios. "Mi alma espera al Señor más que un centinela a la aurora". Jamás se dio una mejor definición de la esperanza. La dilación de la noche es temporal. Pero la humanidad camina hacia el mañana.

Solidarios, todos pecadores, todos salvados. Pasemos del "yo" al "nosotros" y oremos con este salmo no solamente por nuestros pecados individuales o nuestra muerte individual... sino en nombre de todos.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS
Tomo II. PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 212-215


3. 

TUS PECADOS TE SON PERDONADOS 

El salmo 129 es universalmente conocido como el "De profundis". Es el salmo que lleva consigo el recuerdo de los seres queridos difuntos, de las almas que esperan su total liberación con su entrada en la gloria.

Así lo ha rezado durante siglos la piedad cristiana, alimentando la esperanza y la confianza en el Señor que sabe perdonar y salvar.

En su origen, naturalmente, no se pensó en este aspecto ni en esta aplicación. Su autor, desconocido para nosotros, pero seguramente del período postexílico, sintió la necesidad de expresar sus sentimientos de fe y confianza ante una realidad universal, la del pecado y la tristeza. Y el pueblo de Israel lo hizo suyo cantándolo en sus peregrinaciones hacia Jerusalén.

En efecto, este salmo entrañable es uno de los "salmos graduales" o de las subidas. "Es el más cantado de la colección perfecta de los salmos graduales" (A. Chouraqui). Y debió ser uno de los más expresivos ya que para entrar en el templo de Dios, se requería un alma limpia y libre, desbordante de alegría, sin el peso del pecado.

Algunos Padres de la Iglesia (San Hilario, Juan Crisóstomo, Teodoreto) pensaban que era una oración para pedir a Dios el fin de la cautividad de Babilonia. Pero hemos de pensar que este salmo no parece el de un desterrado, ni el de un enfermo, ni siquiera el de un prisionero: es el de un hombre pecador que sufre la realidad del pecado. Se siente hundido, apartado de Dios, inquieto por mil remordimientos. Por esto mismo es uno de los salmos más universales, el que toda la humanidad podría firmar y comprender perfectamente.

Pecado y confianza

Junto con el peso del pecado, el salmista expresa su fe en la infinita misericordia de Dios y en su perdón absoluto. Su teología hace presentir la del evangelio: "Animo, hijo, tus pecados te son perdonados" (Mt 9,2), "Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lc 15,18). Por esto canta la gratuidad del perdón divino que redime y que salva. "La redención... es la grandeza de este salmo. El suplicante no tiene sino una inquietud: su pecado; y una sola preocupación: su perdón" (H. Schmidt). De ahí esta certeza sobre el perdón y sobre la salvación que le vendrán de parte de Dios.

Por esto el "De profundis" es la oración de un corazón desolado, sumergido en un abismo de dolor y de tinieblas. Pero sobre este abismo brilla la certeza de una esperanza salvadora. La palabra que más resuena en él es la esperanza y la confianza, sea en la enseñanza, sea en las comparaciones que lo ilustran, como en la experiencia del salmista.

Es una súplica individual, que manifiesta el estado de un hombre que se reconoce pecador. Pero es un salmo solidario con todo Israel. Por eso inculca el arrepentimiento de las faltas personales y colectivas.

No hace ninguna descripción. La metáfora única es la de las profundidades, la del abismo. Y esta metáfora está acompañada por la idea del ser desgraciado, hundido en las tinieblas, pero con la esperanza segura de un centinela que aguarda, y acompañada también por la del esclavo que ansía su rescate total.

Es el hombre pecador. Oprimido, como asfixiado y ahogado en el fondo de un abismo. El abismo de su pecado, de su separación de Dios, de su soledad y de su tristeza. Pero es un hombre que sueña con la luz, con la libertad, con una vida nueva. De ahí su oración, su "grito", su certeza. Los monjes del Qumran compusieron un himno, inspirado en este salmo, y que bellamente expresaba:

"Yo te he buscado, y como una aurora cierta,
tú me has aparecido al alba" (Himnos, IV,6).

El breve salmo 129 tiene tan sólo 8 versículos. Y los podemos dividir fácilmente en dos apartados:

vv. 1-4: Oración confiada.
vv. 5-8: Certeza del perdón.

Oración confiada

La oración del salmo es confiada. La palabra que más resuena en él es la de la confianza humilde y cierta.

El salmista se siente en un abismo: en la profundidad de su pecado. Consciente de su debilidad se siente como envuelto por la injusticia, el desencanto, la culpabilidad. La angustia y el remordimiento le aparecen como el barro o las aguas que le sumergen distanciado de Dios: "desde lo hondo a ti grito, Señor".

Pero este hombre derrotado es un creyente. Y un hombre que, a pesar de sus pecados, ama a Dios. Y en un momento de sinceridad y de fe, contemplando su propia miseria, acude a Dios. Levanta sus ojos al cielo: "estén tus oídos atentos...".

En su experiencia de creyente ha llegado a conocer el corazón de Dios, "lento a la ira, pronto a la misericordia". Le pasa como al hijo pródigo. Se acuerda de su padre y se dirige a él. Con toda humildad. Con toda confianza.

No podía vivir sin paz ni alegría. No podía vivir en conflicto consigo mismo. Y como dirá con frecuencia Jesús: "Tu fe te ha salvado", es la fe en el Dios misericordioso quien salva al salmista. Como la fe llena de confianza salvó al buen ladrón en la cruz.

Se dirige al Dios del perdón. Recordará la escena de Abrahám intercediendo ante Dios por las ciudades de Sodoma y Gomorra (Génesis 18) y encontrando siempre en él la mejor de las disposiciones de perdón y de misericordia.

Y este perdón le infundirá un respeto agradecido. Este perdón será una ayuda para corregirse y superarse. Lo servirá con una mayor fidelidad.

Por esto, humilde y confiado, con el ánimo dispuesto a recomenzar una nueva vida o a emprender un nuevo camino, levanta su corazón a lo alto. Y esto mismo es ya un salir del abismo. Dios le acogerá: "de ti procede el perdón".

Certeza del perdón

Si el salmista acude a Dios es porque está del todo cierto de su perdón generoso. El lo dice y lo repite. Reafirma su convicción de que la bondad del Señor le librará de su angustia.

Y para ayudarse en su propósito pone la comparación del centinela que aguarda la aurora. La noche es fría y peligrosa. Pero la aurora todo lo cambia. Su luz hace que el temor disminuya y que se recobren los ánimos. Y si ésta es la certeza del centinela que hace su guardia de noche ésta es también la certeza de este corazón que sabe esperar en la luz del perdón.

"Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra".

Es la palabra de la revelación divina que forma parte del universo religioso del salmista. Y esta palabra habla de la bondad de Dios, de la ternura de su corazón, de la facilidad de su perdón:

"Clemente y compasivo es el Señor,
tardo a la cólera y lleno de amor,
no se querella eternamente
ni para siempre guarda su rencor,
no nos trata según nuestros pecados
ni nos paga conforme a nuestras culpas" (salmo 102, 8-10).

Los profetas han hablado de la infinita bondad de Dios y en los libros de Moisés hay estupendos pasajes que hablan de la misericordia divina. El salmista recuerda estas palabras de vida. Cree en estas palabras. Espera en ellas. Y esto le salva.

Y entonces él, que ha tenido esta experiencia de fe y de liberación, exhorta a su pueblo a confiar en el Señor. Y pone de nuevo la misma comparación del centinela que aguarda la aurora: "aguarda Israel al Señor como el centinela la aurora".

También para Israel llegará esta aurora del perdón, de la redención. San Pablo nos dirá: "donde abundó el delito sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). El Dios de su fe es el que sabe convertir el desierto en vergeles y la roca en fuentes de agua. Así será su liberación, su nueva vida. Porque el Señor "le redimirá de todos sus delitos".

Así es la vida iluminada por la esperanza. Es la vida que resucita, la vida que, en realidad, nunca está muerta. Aunque esté en el abismo, tiene siempre un hálito de esperanza. Su pulso no se ha parado.

Es el gran mensaje que nos da nuestro salmo "De profundis". Un salmo tan nuestro, un salmo tan querido.

J. M. VERNET
DOSSIERS-CPL/22


4. 

«Desde lo más profundo grito hacia ti, Señor».

Sea cual sea la oración que yo haga, Señor, quiero que vaya siempre precedida por este verso: «Desde lo más profundo». Siempre que rezo, voy en serio, Señor, y mi oración brota de lo más profundo de mi ser, de la realidad de mi experiencia y de la urgencia de mi salvación. Siempre que rezo, lo hago con toda mi alma, pongo toda mi fuerza en cada palabra, toda mi vida en cada petición. Cada oración que hago es el aliento de mi alma, el latir de mi corazón, el testamento de mi existencia. En ella van mi derecho a vivir y mi esperanza de eternidad. Voy de veras cuando rezo, Señor; no se trata de mera costumbre, rutina, necesidad de guardar las apariencias o de dar buen ejemplo; no es eso lo que me hace buscar tu presencia y caer de rodillas ante ti. Es la necesidad de ser yo mismo, en toda la pobreza de mi ser y la grandeza de mi esperanza, la que me lleva a ti, porque sólo ante ti en oración es como puedo encontrarme a mí mismo. Por eso rezo, Señor.

Conozco mi indignidad, Señor, conozco mi miseria, conozco mi pecado. Pero también conozco la prontitud de tu perdón y la generosidad de tu gracia, y eso me hace esperar tu visita con un deseo que me brota también de lo más profundo de mi ser.

«Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora».

Observa mi interés, Señor, comprueba mi ansiedad. Te necesito como el centinela necesita la aurora, como la tierra necesita el sol. Te necesito como el alma necesita a su Creador. Cuando rezo, rezo con toda el alma, porque sé que tú lo eres todo para mí y que la oración es lo que me une a ti un vinculo existencial y diario. Por eso rezo, Señor.

Y hoy rezo en especial por mis rezos, oro por mis oraciones. Quiero realzar ante mí y ante ti su sentido y su importancia. Rezo para que cada oración mía siga saliendo de lo más profundo de mi ser, y para que tú sigas viendo en cada petición mía una petición en la que va toda mi vida y todo mi ser.

«Desde lo más profundo grito hacia ti, Señor».

Carlos G. Vallés
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae, Santander-1989, pág. 243