REFLEXIONES

1.

-El tercer escrutinio

Los tres momentos de la fe -conversión, iluminación, comunión- quedan claramente  destacados a través de los tres domingos de escrutinios. La samaritana es, sobre todo,  conversión; el ciego de nacimiento es iluminación; la resurrección de Lázaro destaca la vida  nueva que nos viene de la comunión con el Señor muerto y resucitado.

La característica de esta quincena que se inicia con el quinto domingo de Cuaresma, en la  liturgia romana, es la atención intensificada hacia el misterio de la pasión del Señor. La cruz  de Cristo se va convirtiendo progresivamente en el único centro de atención, sea en las  lecturas feriales, sea en los textos eucológicos (vean p.e. la colecta de este domingo), sea  en la liturgia de las Horas (vean la posibilidad, a tener en cuenta, de recitar los himnos de  Semana Santa -"Vexilla Regis"- ya durante esta V semana), sea en el uso del prefacio I de  Pasión.

Desde la perspectiva del itinerario catecumenal, esta contemplación de la cruz de Cristo es decididamente vivificante: por la comunión con la cruz y la sepultura de Cristo, realizada  sacramentalmente en el bautismo, el neófito entra -nosotros hemos entrado un día- en la  vida nueva, escondida con Cristo en Dios.

El tema sacramental, por tanto, es tan intenso como el de la cruz, y eso hace que los dos  se iluminen mutuamente. (...)

-Síntesis doctrinal

El esquema del prefacio, como en los domingos anteriores, vuelve a situarnos en el  paralelismo de la humanidad y la divinidad de Cristo (a la samaritana le pide agua y le da el  fuego del Espíritu; al linaje humano lo ilumina haciéndose hombre y comunicando a los  hombres la adopción de los hijos de Dios): como hombre llora a Lázaro, como Dios eterno le  hace levantar del sepulcro. Es interesante comprobar, ahora, como toda la Cuaresma ha  sido una prolongación de las dos imágenes iniciales de Cristo: el hombre que ayuna y es  tentado en el desierto es, verdaderamente, el Hijo de Dios que hay que escuchar, por  voluntad del Padre.

Correlativamente a esto el prefacio de este domingo, como el del domingo IV, y más aún  que aquél, acentúa el elemento sacramental: la palabra poderosa de Cristo, con la fuerza  del Espíritu, resuena todavía en la Iglesia, en la celebración de los sacramentos. En el  fondo de esta acción permanente de Cristo y del Espíritu, se encuentra la misma realidad  que hemos cantado en el salmo responsorial: la misericordia de Dios hacia los hombres  ("humani generis miseratus", compadecido del linaje humano). Los sacramentos adquieren,  de esta manera, la condición de manifestaciones de la misericordia de Dios. En la  proximidad de la gran fiesta de los sacramentos -la Noche de Pascua- es bueno acentuar  esta realidad en la celebración de la Eucaristía de hoy.

-Aplicaciones

Una primera aplicación podría continuar la línea propia de esta Cuaresma: rehacer el  itinerario de nuestra iniciación cristiana comporta darse cuenta, en profunda y sincera  acción de gracias, de lo que significa el don de la vida nueva en Cristo, que Él nos  comunica por los sacramentos de la Iglesia. En primer lugar, la Eucaristía. Un comentario a  la postcomunión de este domingo nos ayudará a visibilizar la fuerza transformadora en  Cuerpo de Cristo que nos viene de la comunión con su Cuerpo. Lo decimos, también, a  menudo, en la plegaria eucarística III. Es cierto que también en la fe viva nos unimos al  misterio de Cristo; pero cuando recibimos los sacramentos, es algo más lo que sucede: el  Señor toma la iniciativa y sale a nuestro encuentro, con una oferta en visibilidad  sacramental de aquello que constituye el centro de nuestra fe.

CZ/VICTORIA. Una segunda aplicación puede ser invitar a contemplar la fuerza vital de  la cruz de Cristo. Durante esta semana, en el prefacio, repetiremos las palabras tomadas de  una homilía de san León Magno: "por la fuerza de la cruz, el mundo  es juzgado como reo y el Crucificado exaltado como juez poderoso". La cruz, para los  cristianos es sobre todo, el "árbol de la vida", aunque esté teñida de sangre. Es muy  importante que no separemos la cruz de la victoria, ni la victoria de la cruz. La Pascua es  todo el misterio. Invitemos con entusiasmo y convicción a celebrar este misterio, con toda la  Iglesia, con los sacramentos de la Iglesia. Invitemos a preparar su celebración. 

(PERE TENA
MISA DOMINICAL 1990/07


2. HIJOS-DE-D/P

Acaso todo el drama humano pueda reducirse al hecho de que Dios ha querido que el  hombre sea más que hombre, elevándolo a la categoría de hijo adoptivo, y el hombre que  se haya rebajado a ser menos que hombre, degradándose por el pecado. Al mismo tiempo, el pecado no tiene realmente sentido más que por esa adopción  sobrenatural que Dios ha realizado sobre el hombre.

Las hormigas podrían invadir la cocina del ama de casa; el perro, morder a su amo, o el  león, matar al domador; pero a nadie se le ocurriría decir por eso que las hormigas, el perro  o el león habrían pecado. Si a Dios importa tanto nuestra vida; si de alguna manera pueden  darle alegría nuestras alegrías y dolerle nuestros males; si podemos ofenderle con nuestro  desvío o agradarle con nuestra devoción es porque ya no somos unos seres cualquiera,  sino que formamos parte de su mismísima familia, porque somos hijos en su Hijo único.

También resulta, por lo mismo, que el hombre -lo  sepa o no lo sepa- se encontrará frustrado si, más pronto o más tarde, no llega a encontrar  su sitio en esa familia y en esa relación filial con Dios y fraternal con sus hijos. Como  cuando en el Paraíso tenía Adán a su disposición todos los animales y todas las riquezas  de la tierra, pero se encontraba solo, vacío y aburrido sin alguien semejante a él, así el  hombre podrá buscar por mil caminos su felicidad, pero no la encontrará más que en Dios y  su familia, su último destino.

A. INIESTA
MISA DOMINICAL 1987/07


3. VE/OTRA-V-YA

La fe en la resurrección no es fe en esta vida prolongada indefinidamente, es fe en otra  vida. Pero tampoco es fe en otra vida -"la otra vida"- que comenzaría después de la muerte,  sin que tenga que ver en absoluto con la vida presente. La fe en la resurrección es fe en la  plenitud de la vida, en otra vida cualitativamente distinta de cualquier vida sometida a la  muerte y a todo cuanto mortifica nuestra esperanza.


4. /JN/EV.

Las palabras del Jesús de Juan no reflejan la vida interior del personaje, sino el  personaje en cuanto visto por el autor, su significado, su alcance, sus valores. Y ello dentro  de un cuadro de referencias y de imágenes que el autor va poco a poco creando. De ahí la dificultad de lectura, pero a su vez la ingente capacidad de evocación.

DABAR 1987/22


5.

Llorar como Jesús la desaparición del amigo es manifestar el valor único de cada hombre  concreto. Es hacer saber que es misión de cada uno vivir haciendo vivir a los demás. Es  reclamar una trascendencia, un sentido a nuestro paso por el mundo. Y ahí todos hemos de  aprender. Vida breve, vida larga, es un tiempo para amar, para compartir de modo y manera  que cada persona sea una bendición para los demás y toda muerte, un dolor, un vacío, un  empobrecimiento del mundo. 

FEDERICO MARÍA SANFELIU
DABAR 1990/21


6.

MONICIÓN DE ENTRADA: 

Dios nos ha reunido en torno a su mesa para darnos el pan de vida. El que coma de ese  pan, no morirá para siempre. Dichosos los llamados a esta cena. Pero no olvidemos nunca  que ese pan es un pan que se comparte, un pan de comunión, de amor, de fraternidad.  Porque es el cuerpo de Cristo que se entrega por todos y que nos incorpora a todos en una  misma esperanza. El que se olvida de esta fraternidad, de esta comunión con todos, no  entiende nada, no distingue el cuerpo de Cristo y come su propia condena.

EUCARISTÍA 1981/17


7. MU/MIEDO  MU/LIBERACIÓN  H/LIBERTAD.

En un mundo como el que nos toca vivir, donde la rentabilidad se ha erigido en nueva  divinidad que hay que adorar, todo es prácticamente objeto de explotación, no solo, como  era de esperar, eso que llamamos "naturaleza", sino incluso la persona humana misma, su  trabajo, su vanidad, su egoísmo, su ambición, su erotismo, sus necesidades.... hasta su  miedo. ¡Qué renta tan fabulosa se obtiene diariamente del miedo de los hombres! Por  miedo a perder un sueldo, un empleo, un nombre, un prestigio, una popularidad; por miedo  a perder la vida... renunciamos a ser lo que somos (hombres libres) y nos vendemos como  esclavos: nos vemos constreñidos a llevar a cabo acciones injustas, degradantes, indignas.  Sería incontable el número de los que tienen sellados los labios con oro, o las manos  atadas con amenazas, o seco de miedo el corazón. A veces suspiramos: "Ah, si pudiese  hablar..., si yo dijese todo lo que sé...; si contase lo que yo he visto con mis propios ojos".  ¡Pero no hablaremos! Tenemos miedo. Mucho miedo. Miedo a todo. Miedo a morir. Y  preferimos no pensar en la injusticia que sufre el prójimo.

Preferimos no saber la mentira con que engañan al vecino, no denunciar la opresión que  padece el compañero, cerrar los ojos al hambre del hermano.

Y es que cuando la muerte se ve sólo como "el fin", la muerte nos aterra. De ahí que -y  no es pura coincidencia- el tirano como el delincuente exploten al máximo el miedo de los  hombres para asegurar el éxito de sus propósitos y garantizar el silencio y la complicidad de  los hombres. Y lo malo del caso es que todo aquel que, por miedo a la muerte, practica o  encubre la injusticia, desfigura o escamotea la verdad, es ya sólo el despojo de una  ejecución anticipada.

Por eso el cristianismo, al anunciar su mensaje de vida y resurrección, está ofreciendo a  la humanidad la única oportunidad de liberación: la liberación de todos los miedos, la  liberación del gran miedo de la muerte. Morir no es fin, más que para los opresores y para  toda opresión.

EUCARISTÍA 1972/21


8.

"Y lloró Jesús". La vida llora por la muerte de sus criaturas.

Dios llora sobre Adán. Llora el amor divino viendo adonde ha ido a dar el camino en el  que colocó a Adán en la mañana de la creación. Era el camino de la vida y va hacia la  muerte. Es el camino de la libertad; pero de ella abusó el hombre por el pecado. Fue creado  libre para cooperar a la obra del Creador y ¿qué ha creado? El pecado, la muerte, el  infierno. Y "lloró Jesús" y "estremeciose en su espíritu".

Infremuit... ¡Notable palabra! "Se irritó", traduce Lutero, demasiado textualmente. Pero  dice infremuit spiritu. El Espíritu de Dios que reside en El se estremece por la miseria que  Satanás y el pecado trajeron al hombre. No es la sola humanidad de Cristo; es la vida  divina la que se irrita a la vista de la muerte que destruye su obra; el amor eterno se enoja  contra Satanás, que es "homicida desde el principio" (Jn 8, 44), que abrió las puertas de la  muerte a la creación.

Jesús se conmueve y se irrita. Está al final de su camino terrestre, inmediatamente antes  de la batalla decisiva; llega el momento en que, por su muerte, va a aniquilar a la muerte. A  su criatura, que se había extraviado, le ha devuelto la libertad arrancándola a la muerte y la  sepultura y conduciéndola a la vida. Dentro de unos días estará allí donde está Lázaro, en  un sepulcro. Jesús se conmueve y llora. Su divina irritación y al mismo tiempo su amorosa  compasión se excitan, puesto que la Vida todopoderosa no puede permitir que ella ni nada  permanezcan en la muerte: "¡Lázaro, sal fuera!" "Yo soy la resurrección y la vida." Jesús  mira al verdadero final de su carrera; final en el cual la muerte termina en vida; en El es  como va a llegar también a su meta el camino de la criatura extraviada. Los caminos del  amor son caminos que siempre han de pasar más allá de la muerte. Y, justamente, este  franquear la muerte es lo que constituye su mayor triunfo, su más bella audacia. Y,  realmente, ¡osada audacia! La vida, pues, se conmueve hoy cuando, en el frescor de la  madrugada, aprecia ya la proximidad del día.

Jesús se conmueve y llora: este Jesús que está ahora aquí presente, cuyo cuerpo es la  Iglesia. En este momento, en la hora del sacrificio, una santa irritación despertada por Dios  pasa a través del cuerpo de Cristo. Estamos ante la presencia inmediata de la muerte;  vemos ante nosotros el fin terrible del camino que recorre el libre albedrío humano: la  muerte. Al presenciar la muerte en la Cruz y ante la sepultura de Cristo, el "Cuerpo de  Cristo", la Iglesia, se conmueve y llora. Llora sobre la muerte que el pecado obra en el  hombre, destinado otrora a gozar de la vida de Dios. Se conmueve y se irrita por las  astucias de Satanás, que ha engañado al género humano, conduciéndole a través de este  camino de muerte y error. Llora a la vista de la muerte de Cristo, ya que la Vida tuvo que  morir para transformar la muerte en vida. Se conmueve y se irrita por los pecados, siempre  repetidos de los hombres ya redimidos, pecados que inutilizan la pasión y la muerte de  Cristo. Se conmueve y se irrita a la vista de la lucha que, como resultante de todo esto,  tiene que sostener una y otra vez el cuerpo de Cristo, lo mismo que la Cabeza y en unión  con ella.

Llena de ira santa se junta la Iglesia a su Señor para luchar contra el seductor de sus  hijos; no ceja éste de buscar que caigan, y, por medio de astucias y engaños, quiere  llevarlos a la muerte y a la sepultura. Todo el tiempo de Cuaresma, ya desde el domingo de  Septuagésima, no ha hecho sino recorrer este camino de lucha que la conducirá a la  Pascua. Ahora es el momento de penetrar en las últimas profundidades de la lucha; allí es  donde ha de tener lugar el paso decisivo que la pondrá ya en plena ascensión otra vez. El  cuerpo místico de Cristo tiene que bajar a la muerte y a la sepultura de Cristo, para así  poder dar vida a multitud de muertos.

El gran cuerpo de Cristo, la Iglesia, está extendido sobre el cuerpo del muchacho muerto.  Se encuentra en el umbral de la cámara mortuoria, allí donde Lázaro -el pecador que huele  ya a muerte y descomposición-, está esperando la resurrección. La Iglesia se conmueve.  "Señor, ya hiede", dice el cuerpo a la Cabeza. Pero la Cabeza responde: "¿No te he dicho  que si creyeres verás la gloria de Dios?". Y cree. Se lanza a la muerte en pro de los  muertos. Se entrega a la muerte, año tras año, en el misterio de las solemnidades  pascuales, y hoy lo hace en el misterio de esta santa misa, de esta Pascua en pequeño. Se  entrega a la muerte; y lo hace hora tras hora, en el sacrificio de su propia voluntad, en la  entrega de la obediencia, hoy, mañana, pasado mañana, en este lugar, en aquel otro...,  siempre que le llega la hora de dar testimonio, aunque sea entre los instrumentos de  martirio de sus enemigos o entre las manos del mismo infierno.

Ante esta hora se estremece el cuerpo de Cristo, la Iglesia. Es la hora de la vida, hora en  que un poderoso aliento sale de Dios y vivifica al niño muerto; hora en que Lázaro, desde  su sepultura, escuchará la voz de Cristo: "¡Sal fuera!" 

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 399 ss.


9. FE/RS/A-D

Como a Marta, me queda una etapa por franquear. Sé muy bien por todo lo que he  aprendido, que resucitaremos en el último día. Ante el sufrimiento y la muerte, puedo  apoyarme en el dogma; puedo recitar mi catecismo, como lo recita Marta: "Le dice Jesús:  "Tu hermano resucitará". Le respondió Marta: "Ya sé que resucitará en la resurrección, el  último día" (Jn 11, 23-24), pero el dogma no me aporta nada si no descubro que la  resurrección no es un momento en el tiempo sino que es alguien. "Jesús le respondió: "Yo  soy la resurrección" (Jn 11, 25). Comprendo entonces que puedo sobrevivir más allá de la  muerte si existe otro, eterno, que me ame con un amor tan grande que me acoja en él. Sólo  puedo ser inmortal en Dios porque Dios es amor. "El que cree en mí, aunque muera vivirá: y  todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿crees esto?" (Jn 11, 25). (...)

Como Lázaro al salir de la tumba, mis manos y mis pies están "envueltos por vendajes" y  mi rostro "cubierto por un sudario". Alguien nombrado por ti debe intervenir para que tu  libertad esencial pueda verse realizada en mí. ¿Sabré responder en la libertad a tu amor?  ¿Sabré reconocer el único amor digno de fe? Sé que ante la tumba de Lázaro, como en tu  agonía de Getsemaní, sufres y lloras en tu humanidad por todos los hermanos que se  niegan a salir de la tumba a la llamada de tu voz. Percibo tu grito: "Padre, dámelos todos". 

Por lo que a mí se refiere, me aferro con todas mis fuerzas a tu promesa. "Te amo; no  morirás". Si puedo vivir en ti aquí abajo una vida más fuerte que la muerte, si la muerte ya  no es para mí muralla de la nada sino momento de una transformación que participa en la  transformación global de la humanidad y del mundo, entonces todo es posible para mí y me  atrevo a decir que por mí, y en ti, todo es posible para mis hermanos. La angustia puede  tranformarse en confianza; hay "alguien para renacer"; es posible que aparezcan hombres  que no necesiten ni dominar ni odiar; hombres vivos que vivifiquen. 

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 95ss


10. P/CREACION

Cristo se estremece ante Lázaro. No debemos entenderlo únicamente como expresión de  un profundo afecto humano y espiritual. En Cristo, Hombre-Dios, se da un profundo dolor  ante lo que el pecado ha hecho del hombre. Recuerda Dios como creó a Adán a su imagen,  cuerpo y alma, resplandeciente de vida y de belleza. Cristo se encuentra ante el fracaso de  la primera creación. Junto a él, la Iglesia ha de conmoverse siempre al ver los efectos de la  catástrofe inicial del género humano y los ve a cada paso. Basta echar una mirada sobre el  mundo pagano y sobre sus propios miembros, tocados en su vitalidad por el pecado.

S. Agustín ve en Lázaro a un gran culpable enterrado ya hace cuatro días. Insiste en  esos cuatro días en los que él reconoce el pecado original, el pecado contra la Ley natural,  el pecado contra la Ley de Moisés, el pecado contra la Ley del Evangelio.


N-11.

Opción por la vida

Fue la opción de Jesús, que vino para que tengamos vida, y vida en abundancia. Debe  ser también la nuestra.

Optar por la vida es decir no a la muerte en cualquiera de sus formas, no al aborto  provocado, no a la pena de muerte, no a la violencia asesina, no a una vida deteriorada en  su calidad, no al armamentismo, no a la imprudencia suicida y criminal, no a la depresión y  desesperanza, no a la contaminación y destrucción de la naturaleza.

Optar por la vida es decir si al hombre como valor supremo, sí a una paternidad  responsable, sí a una distribución justa de los bienes de la tierra, sí a un progreso que  mejore la calidad de vida, sí a los movimientos pacifistas y ecologistas, sí a la bondad de  las cosas, sí a Dios, océano vital. 

CARITAS
LA MAS URGENTE RECONVERSION
CUARESMA 1984.Pág. 63


12. H/RESURRECCION

El milagro más grande del mundo

-¿Cuál cree usted que sería el milagro más grande que jamás se haya realizado en la  tierra?...

-Probablemente serían esos casos en los que un muerto supuestamente ha regresado a  la vida.

- Estoy de acuerdo, como seguramente lo estaría el total de la opinión mundial.

-... ¿Cómo regresar de la muerte? 

-La mayoría de los humanos están muertos, en uno u otro grado. De una u otra forma  han perdido sus sueños, sus ambiciones, su deseo de una vida mejor... Se han establecido  en una vida de mediocridad, días de desesperación y noches de lágrimas. No son más que  muertos vivientes confinadas a cementerios de su elección. Pero necesitan salir de ese  estado. Pueden resucitar de su lamentable condición. Cada uno puede realizar el milagro  más grande del mundo. Todos pueden regresar de la muerte...

Desperdicios de tipo humano

-Yo no soy ese tipo de trapero. Busco materiales más valiosos que viejos periódicos y  botes de cerveza. Busco los desperdicios de tipo humano, personas que han sido  abandonadas por otras o por sí mismas, individuos que todavía poseen grandes  potenciales, pero han perdido su dignidad o el deseo de una vida mejor. Cuando les  encuentro trato de cambiar sus vidas por una mejor, darles un nuevo sentido de esperanza  y dirección, y ayudarles a regresar de su muerte viviente..., lo cual es para mí el milagro  más grande del mundo...

Construimos prisiones

La mayoría de nosotros construimos prisiones para nosotros mismos y, después de vivir  ahí algún tiempo, nos acostumbramos a sus paredes y aceptamos la premisa falsa de que  estamos encarcelados para siempre. Tan pronto como esta creencia se posesiona de  nosotros, abandonamos la esperanza de hacer algo más con nuestras vidas. Nos  convertimos en muñecos y empezamos a sufrir una muerte viviente...

Los traperos de Dios

Todos en este mundo siguen poseyendo su propia luz dentro de su ser. Mientras exista un aliento de vida, habrá esperanza... y aquí es donde entramos los  traperos. (O.G. Mandino, El milagro más grande del mundo)

CARITAS
LA MAS URGENTE RECONVERSION
CUARESMA 1984/Pág. 63


13. J/CENTRO 

«Cristo lo es todo para nosotros.
Si quieres curar tus heridas, El es médico.
Si la fiebre te abrasa, El es la fuente de agua fresca.
Si te oprime el peso de la culpa, El es la justicia.
Si necesitas ayuda, El es la fuerza.
Si temes la muerte, Es es la vida.
Si deseas el cielo, El es el camino.
Si huyes de las tinieblas, El es la luz.
Si buscas comida, El es el alimento.
Buscad y ved cuán bueno es el Señor;
dichoso el hombre que espera el El.» 

San Ambrosio


14. PO/Ez/37/12 

-"Yo mismo abriré vuestros sepulcros"

Yo abriré vuestros sepulcros, pueblo mío,
que no puedo soportar vuestras tristezas;
yo bajaré a los infiernos de la angustia
y lloraré con vosotros vuestras penas,
y sembraré de alegría vuestras vidas
que seréis para siempre pura fiesta.

Y no puedo tolerar, amigos míos,
que arrastréis por más tiempo las cadenas
que os convierten en esclavos miserables.
Os libraré, os llevaré a la tierra
prometida, la tierra de la paz,
la tierra de la felicidad entera.

Yo mismo abriré, pueblo mío, los sepulcros
del miedo, el desencanto y las tinieblas;
clavaré mi bandera victoriosa
en la oscuridad de la conciencia,
y os regalaré hasta un lucero vivo
que os alegre y cure la ceguera.

Yo abriré los sepulcros de los odios
que miserablemente os pudren y os entierran;
os daré un corazón nuevo, como el mío,
en el que el amor y la amistad florezcan.
Abriré, pueblo mío, todos los sepulcros,
porque soy Resurrección y Vida plena;
lucharé cuerpo a cuerpo con la muerte,
aunque tenga que morir en la pelea;
pero os juro que vosotros viviréis
y llenaré de mi Espíritu la tierra.

CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
CUARESMA Y PASCUA 1990.Pág. 100


15. 

¿QUIENES SON LOS MUERTOS?

Cristo sabía que su amigo Lázaro estaba gravemente  enfermo, pero que esta enfermedad no acabaría en la  muerte, sino que serviría para gloria de Dios. No deja de  sorprender el contraste existente entre nuestra manera de  pensar y la de Cristo, entre nuestro vocabulario y el suyo.  Llamamos muerte a la enfermedad, al dolor, a la pobreza,  a todo aquello que conduce a la muerte física. Sin  embargo Cristo la llama "sueño"; por eso va a despertar a  su amigo.

Hoy somos invitados a reflexionar sobre la muerte  verdadera, de la que nos habla claramente San Pablo. Se  trata de la muerte fruto del pecado, muerte de la que  Cristo no nos puede resucitar sin nuestra propia voluntad.  Hay muchos vivientes que andan como muertos, porque  les falta el Espíritu que da la verdadera vida. Hay muchos  que soportan enfermedades irreversibles, que aceptan la  cruz del desprendimiento total, la muerte física, sabiendo  desde la fe que es camino de resurrección y de vida  eterna.

Jesús llegó tarde. Lázaro llevaba ya muerto cuatro días  en el sepulcro. Alguno de sus discípulos pensó que lo  único que podía hacer el Maestro era dar a sus hermanas  un conmovido pésame. Por eso no se extrañó de que el  amor hacia el amigo muerto provocase sollozos y llanto.  Jesús no era un hombre impasible; la fe no hace perder al  cristiano la auténtica sensibilidad.

Junto a la tumba del amigo fallecido suenan solemnes  las palabras de Jesús: "quitad la losa", es decir, quitar lo  que separa, lo que aisla. E inmediatamente pronuncia la  acción de gracias al Padre. ¡Qué gran ejemplo el de  Cristo: dar gracias al comienzo sin esperar al final! Todos  debemos escuchar el grito de Jesús que nos manda salir  fuera del sepulcro y nos llama a superar la rigidez, el  inmovilismo, la frialdad, las ligaduras terrenas y la  esclavitud del pecado para vivir como resucitados.

ANDRES Pardo


16. Para orar con la liturgia 

Cristo, como hombre mortal, 
lloró a su amigo Lázaro,
y como Dios y Señor de la vida, 
lo levantó del sepulcro,
hoy extiende su compasión a todos los hombres
y por medio de sus sacramentos 
los restaura a una vida nueva.

Prefacio