41 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO V DE CUARESMA
22-37

22.

-Tu hermano resucitará 
También ahora nos lo dice Cristo: "Tu hermano resucitará". Pero no se lo dice a los miembros de la Iglesia lo mismo que se lo decía a las hermanas de Lázaro. Estas confían pero quedan pasivas, no pueden hacer otra cosa que esperar el signo de Cristo. Ahora Cristo se lo afirma a la Iglesia; con toda ella, con cada uno de sus miembros que tienen la vida en sí mismos, dirige su oración al Padre. En el día del bautismo la Iglesia se dirige al catecúmeno lo mismo que lo hace al cristiano caído en el pecado:- "Lázaro, sal fuera". Cristo y la Iglesia dirán: "Desatadle y dejadle andar". A la sola voz de Cristo y de su Iglesia, caerán las ataduras del pecado.

Cristo es la luz del mundo (Jn. 11, 9-10) y ahora, a través de la Iglesia, es resurrección y vida del mundo (Jn. 11,25-26). La Iglesia se conmueve con Cristo ante Lázaro, el hombre pecador, y su oración le desata las ataduras del pecado, y lo devuelve a la vida. Que Cristo se estremezca ante Lázaro, que la Iglesia se estremezca con él, no debemos entenderlo únicamente como expresión de un profundo afecto humano y espiritual. En Cristo, Hombre-Dios, se da un profundo dolor ante lo que el pecado ha hecho del hombre. Recuerda Dios cómo creó a Adán a su imagen, cuerpo y alma, resplandeciente de vida y de belleza. Cristo se encuentra ante el fracaso de la primera creación. Junto con él, la Iglesia ha de conmoverse siempre al ver los efectos de la catástrofe inicial del género humano. Y los ve a cada paso; basta echar una mirada sobre el mundo pagano y sobre sus propios miembros, tocados en su vitalidad por el pecado.

En su 49 Tratado sobre San Juan, San Agustín comenta este episodio. En Lázaro ve a un gran culpable enterrado ya hace cuatro días. Insiste en esos cuatro días, en los que él reconoce el pecado original, el pecado contra la Ley natural, el pecado contra la Ley de Moisés, el pecado contra la Ley del Evangelio. "Esta interpretación dejará sus huellas en varios textos litúrgicos. El prefacio de la bendición de cementerios se referirá al 'peso cuádruple de los pecados'" (1). Y un antiguo prefacio de este día recoge la misma expresión: "Según la fragilidad de su naturaleza humana, lloró a Lázaro, a quien devolvió a la vida por el poder de su divinidad y resucitó al género humano enterrado bajo la cuádruple carga de pecado" (2).

En el citado fragmento de su 49 Tratado sobre San Juan, san Agustín pone de relieve un aspecto importante. Ha demostrado lo esencial que es la fe para tener y para guardar la Vida, y es un punto doctrinal que desarrolla con vigor el evangelio de este día. No hay Vida sin fe; es una condición absoluta y su efecto es seguro. "El que cree en mí, aunque muera, vivirá". Pero Agustín se plantea otra cuestión: "Preguntará alguno: ¿Cómo podía Lázaro ser figura del pecado, y ser amado de esa forma por el Señor? Que escuche a Jesucristo que dice: "No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores". Si Dios no amara a los pecadores, no habría bajado del cielo a la tierra. Ahora bien, sabiendo esto Jesús, les dice: "Esta enfermedad no es de muerte, es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella". Esta glorificación del Hijo de Dios no ha aumentado su gloria, pero sí nos ha sido útil. Por eso dice: "Esta enfermedad no es de muerte", porque la muerte, incluso de Lázaro, no llevaba a la muerte, sino más bien al milagro que había de realizarse para conducir a los hombres a creer en Jesucristo y a evitar la verdadera muerte. Ved aquí cómo Nuestro Señor da una prueba indirecta de su divinidad contra quienes niegan que el Hijo sea Dios".

Insiste San Agustín en la glorificación del Hijo. Jesús responde, en efecto, a Marta: "No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?" (Jn. 11,40). Piensa uno en aquella frase tan conocida y tan bella de San Ireneo: "La gloria de Dios es el hombre viviente". Es el logro pleno de la alianza y de la segunda creación. El signo de la resurrección de Lázaro está precisamente en eso. Jesús se conmueve ante la primera creación, hundida en el desorden, la muerte y la corrupción. La gloria de Cristo resplandecerá, por encima de todo, en la Pasión, donde se revelará señor de la muerte y señor de la vida, realizándose una y otra en la hora que él quiere. El milagro de la resurrección de Lázaro supone toda esta obra de Jesús y constituye el signo de esa obra. El catecúmeno queda invitado a encontrar en esa gloria de Jesús, lo mismo que en la de la Iglesia, su propia gloria. Porque la glorificación de Cristo termina en los cristianos. "Y yo he sido glorificado en ellos", dice Cristo en su oración sacerdotal (Jn. 17,10).

La resurreción de Lázaro es el signo del restablecimiento de la creación en su esplendor primero. Al recibir el Cuerpo de Cristo, los cristianos cantan su propia resurrección, de la que es prenda la eucaristía: "Cuando el Señor vio llorar a las hermanas de Lázaro en el sepulcro, lloró también él en presencia de los judíos y gritó: Lázaro, sal fuera. Y salió, atado de pies y manos, el que había estado muerto durante cuatro días".

-Para que vosotros creáis
La elección de este evangelio ha estado influida por el deseo de poner de relieve una tipología bautismal: la resurrección de Lázaro, tipo de la de Jesús y de la nuestra, de nuestra resurrección a la vida divina en el bautismo, en medio de la espera de una resurrección definitiva. Nos encontramos en presencia de un signo que es muy representativo de la forma de pensar de Juan. Es respuesta a la fe y realizado para gloria de Dios. Es respuesta a la fe, pero también provocación a la fe. Es lo que subrayan las palabras mismas de Cristo (Jn. 11,11-26). Todo el evangelio de Juan -el evangelista mismo se cuida de subrayarlo -se ha escrito para provocar a la fe.

La fe de Marta está indicada en su lamento: "Si hubieras estado aquí... (Jn. 11, 21). Marta cree en el poder de Jesús; en presencia suya, todo se puede esperar. Su reflexión atesora todavía una esperanza: Jesús lo puede todo. Jesús empieza entonces su catequesis. Como la mayoría de las veces en San Juan, toma su punto de partida en un qui-pro-quo intencionadamente provocado por Jesús. Marta pasará de la fe en la resurrección en el último día, tal como creían los judíos, y según lo que las palabras de Jesús le parecían a ella significar, a la fe en Jesús, resurrección y vida para los que creen en él (Jn. 11,25-26). La resurrección de Jesús, anunciada por la de Lázaro, es signo de nuestra propia resurrección. Y he ahí a Marta dando el paso de la fe en un Cristo capaz de milagros, a la fe en la palabra de aquel que ha sido enviado por el Padre. Es el acto de fe de todo bautizado: creer en la Palabra, en Cristo muerto y resucitado. La segunda lectura subrayará esta fe en la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado que habita en nosotros y que nos hará resucitar de entre los muertos (Rm. 8,8-11).

La fe de María se sitúa en el mismo nivel. Ella no corre hasta el sepulcro de su hermano, como creen los judíos presentes, sino que se dirige a Jesús y se postra a sus pies. Oímos de boca de María la misma profesión de fe implícita que en su hermana: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto" (Jn. 11, 32).

Y el evangelista intenta mostrarnos a un Cristo conmovido, conturbado por una profunda emoción ante el dolor, tanto como ante esta manifestación de fe.

-Jesús y la muerte
Es importante subrayar cómo se comporta Jesús humanamente ante la muerte. Se conmueve y llora (Jn. 11 33-35). Sin embargo, si resucita a Lázaro es para manifestar la gloria de Dios. Si Marta cree, verá esta gloria de Dios (Jn. 11,40). Se trata también de provocar la fe y hacer pasar lentamente al signo de su resurrección que es signo de la nuestra, resurrección final que da a la muerte un nuevo sentido para el cristiano. Esta nueva significación nada quita a la humanidad de la compasión de Jesús ante ese brutal fenómeno de la muerte. No es este el lugar de razonar sobre la forma que Jesús tiene de considerar la muerte. El texto evangélico no se ha elegido para eso. Lo importante es la manera en que Jesús presenta la muerte y lo que la sigue, la resurrección como gloria de Dios. La muerte en adelante es para todo cristiano, paso a una nueva vida, paso de una vida corporal, animal, a una vida espiritual, paso que se hace en Jesús, mediante su Espíritu. Es lo que se expresa en la 2ª. lectura.

-El Espíritu y la vida
Ya la 1ª Lectura ha insistido en la voluntad de Dios de dar la vida (Ez. 37,12-14). San Jerónimo subraya que la utilización de esta profecía de Ezequiel muestra la fe de la Iglesia en la resurrección futura: No se utilizaría la imagen de la resurrección para representar la renovación del pueblo de Israel si no se creyese en la resurrección futura, ya que nadie concebiría la idea de confirmar una cosa incierta con otra inexistente" (·JERONIMO-SAN, Comentario sobre Ezequiel, 37, 14; CCL. 75, 515).

Pero, cuando oímos proclamar: "Os infundiré mi espíritu y viviréis", inmediatamente uno lo relaciona con la carta a los Romanos, elegida como 2ª Lectura (Rm. 8, 8-11). Porque en ambos casos se trata de un don y de la actividad del Espíritu que vivifica. Nosotros tenemos a Cristo en nosotros; en tal caso, por más que nuestro cuerpo esté destinado a la muerte a causa del pecado, el Espíritu es nuestra vida, toda vez que hemos sido convertidos en justos. En ese caso, el mismo que ha resucitado a Jesús de entre los muertos vivificará también nuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en nosotros.

Es el comentario más completo y más claro de toda esta liturgia del 5.° domingo. Bautizados, tenemos el Espíritu de Jesús en nosotros y estamos destinados a la resurrección y a la vida. Todo está ahí, y si queremos entender la actitud de Jesús ante la muerte, en el evangelio, debemos interpretarla a la luz de este luminoso comentario de Pablo. En adelante el cristiano no entiende ya la muerte como los demás; para él es comienzo de una vida, mejor aún, desarrollo de una vida que está ya en él, que ha sido hecho justo y tiene en sí a Cristo mediante su bautismo.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980.Pág. 115-119


23.

1. Cómo viven los muertos

La reflexión de hoy es como la síntesis de todo lo meditado en esta cuaresma. Durante todo este tiempo nuestra temática giró sobre el mismo eje: Jesús nos llama a cruzar las fronteras de la muerte para tener acceso a la nueva vida. Hemos visto lo que implica este paso y lo atados que estamos a las estructuras de una vida muerta.

Las lecturas bíblicas de hoy cumplen un doble cometido: por una parte, son como la síntesis y el acabamiento de las reflexiones de las semanas anteriores. Jesús resucita a un muerto y ese hecho revela la gloria de Dios, su epifanía suprema: dar la vida a los que viven en la muerte.

Por otra parte, el evangelio de hoy nos predispone para la Semana Santa, sintetizada en dos palabras: muerte y resurrección. Lázaro es la figura o el símbolo anticipado del mismo Jesús.

El evangelio de hoy, altamente cargado de símbolos, no tiene desperdicio alguno. Personajes y frases aluden permanentemente a la situación del hombre que vive presa de la muerte. No sólo Lázaro ha muerto. La suya es una muerte física; también existe la muerte del espíritu; y sobre este tema es mucho lo que nos dice el texto de Juan. En primer lugar, están los que viven en el miedo y la cobardía.

Frente a la serenidad de Jesús, que ni siquiera se preocupa por viajar en seguida a Betania, surge la desazón y el terror de los apóstoles. La sola frase de Jesús: «Vamos a Judea», fue suficiente para que enfrentaran a Jesús con la tentación de abandonar ese camino. Le recuerdan que hace poco casi lo apedrean, y que si Lázaro duerme, despertará solo. No quieren entender que Lázaro está muerto y que necesita de la presencia de Jesús. El miedo puede en ellos mucho más que la amistad y la gratitud hacia el hombre en cuya casa muchas veces se habían alojado.

Tampoco quieren comprender las explicaciones del Maestro: la noche actuará en su momento; pero ahora todavía es de día. Y además: que se alegren pues verán la gloria de Dios y aumentará su fe con lo que verán en Betania.

Inútiles son los argumentos, inútil pretender reflexionar y ver claro con hombres que tienen miedo. Inútil pretender hacer avanzar la historia de la liberación del hombre -liberación de la muerte- con gente que sólo piensa en su seguridad personal.

A los apóstoles, víctimas del miedo, sólo les quedan dos caminos: resignación y abandono. El abandono vendrá después. Ahora, resignados, siguen a Jesús; caminan sin convencimiento, muertos por dentro: "Vamos también nosotros y muramos con él." Sabido es que el miedo «paraliza al hombre», expresión que bien sintetiza esa muerte interior que va destruyendo irremediablemente al hombre o a la comunidad que ha perdido la confianza y el coraje de vivir. Es cierto que existen peligros y que la muerte es un grave riesgo, pero mucho más cierto aún es que, cuando un hombre tiene miedo, no hace falta que el peligro actúe. Ese hombre está derrotado de antemano. Ya está muerto. Lo que sucedió en Getsemaní es prueba clara de ello.

Las peores épocas del cristianismo no son aquéllas en las que se debe enfrentar con graves dificultades o persecuciones, sino aquéllas en que la comunidad se siente derrotada por falta de confianza. Así vemos que hoy existen dos clases de cristianos: unos que saben de las dificultades de la vida moderna y de los riesgos de una vida secularizada, pero que también saben de la fuerza del Espíritu y que, apoyados en esa fuerza interior, son capaces de dialogar con este mundo nuevo y de buscar nuevas formas de expresión cristiana. Pero también están los cristianos que bajo la presión del miedo sólo ven peligros, y que por ese miedo agrandan el peligro. Aferrados a un esquema tradicional, piensan ingenuamente que siempre fue así, como si veinte siglos de Iglesia no hablaran claramente de la evolución a la que fue sometida la Iglesia para sobrevivir. Otros creen que nunca la Iglesia debió afrontar tan graves dificultades o que no hay peor época que ésta. Así se deforma la realidad y, lo que es peor, se hace caso omiso de la palabra de Dios, en la cual se dice creer, palabra que afirma claramente: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío...

Os infundiré mi espíritu y viviréis... Y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago» (Primera lectura). Es imposible que la Iglesia crezca si es empujada hacia adelante por el miedo: miedo a dialogar con otras confesiones religiosas, miedo a las modernas filosofías, miedo al socialismo o al comunismo, miedo a la democracia, miedo al cambio de estructuras dentro de la misma Iglesia, etc...

Quien hace del miedo el leit motiv de su existencia, nada ha comprendido del Evangelio y poco ha captado de la personalidad de Jesús. ¿Alguien se imagina a un Jesús que hoy sólo hablara del miedo ante los peligros del siglo veinte y que, en nombre de ese miedo, organizara su comunidad? Y junto al miedo, surgen otras formas de muerte que le hacen corte: el llanto y la desesperanza. Ahora la escena se desarrolla en Betania, la pequeña aldea donde aún hoy se recuerda el duelo entre la vida y la muerte.

Lloran desesperadas las dos hermanas de Lázaro, mientras le reprochan a Jesús: «Si hubieras estado aquí, nuestro hermano no habría muerto.» Lloran los judíos venidos de Jerusalén, mientras critican al Señor que salvó a un ciego de nacimiento, y nada hizo por salvar a su amigo Lázaro.

Es el llanto mezclado con blasfemia, un llanto que bien conocemos los cristianos. Ninguno de aquellos llorones miraba hacia el futuro; sólo comparaban el presente con el pasado, como si la victoria de la muerte fuera decisiva y sin apelaciones. ¡Cuántas comunidades y grupos cristianos se la pasan llorando! ¡Ah, los viejos tiempos!, se dice. Entonces teníamos la sartén por el mango: cuánta piedad y fe -muchas veces impuesta por la fuerza o el miedo-, qué moralidad en las costumbres -lograda a menudo a base de hipocresía y de amenazas., qué orden y respeto a la jerarquía y a las autoridades -y ¡ay del que no las acatara!-, qué hermosas eran esas misas cuando se cumplían los ritos prescritos -aunque nadie entendiera nada ni participara más que con el amén-, etc. Cristianos sin futuro, cristianos muertos. No leyeron bien el Evangelio porque las lágrimas les impidieron ver. También Jesús se emocionó y lloró ante la tumba de su amigo, pero ¡qué llanto tan distinto! El llanto del amor y de la esperanza. "Mirad cómo lo amaba", comentaba la gente. Y él: "El que cree en mí, no morirá jamás...

Padre, te doy gracias porque me has escuchado, yo sé que tú me escuchas siempre, pero ahora hablo para que la gente que me rodea crea que tú me enviaste." Por eso se dirigió hacia la tumba: no para llorar ni para sentir sus malos olores. Fue a enfrentarse con la muerte. Fue para que los muertos que lo rodeaban volvieran en sí y comprendieran que la historia camina hacia adelante.

Bien había dicho Jesús antes de partir hacia Betania: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella.» El centro de interés no era el cadáver de Lázaro, sino el cadáver de los apóstoles y de las hermanas de Lázaro. El evangelista parece decirnos lo siguiente: es más fácil resucitar a un muerto de su tumba, aun después de cuatro días, que levantar el espíritu de los que viven como muertos. Efectivamente, al menos por lo que respecta a los apóstoles y a los judíos, parece que siguieron tan muertos como antes. Se necesitará toda la fuerza del Espíritu para que puedan salir de sus sepulcros y den, también ellos, testimonio de la vida y del Señor de los vivos.

-Salir de la tumba

Precisión y dramatismo en el relato de Juan. Tragicomedia que sigue repitiéndose hasta nuestros días: muertos que lloran a un muerto; es decir: muertos que se lloran a sí mismos.

El cadáver de Lázaro es el símbolo más acabado del poder de la muerte sobre vivos y muertos: está en una tumba, profunda cueva cavada en la roca por los propios hombres; sobre ella, una pesada losa. Dentro, el cadáver, envuelto en un sudario y con los pies y las manos atados con vendas.

¿Hacía falta que el evangelista nos diera estos detalles si no hubiera estado en su intención el que comprendiéramos cuál es el estado de una comunidad que todavía no ha recibido el Espíritu de la vida? ¿No es ésta la caricatura de ciertas sociedades que sólo ocupan un espacio en el mundo, pero un espacio subterráneo, como si fuesen un simple monumento funerario? ¿No es el cadáver de Lázaro el fiel reflejo de nosotros mismos, aplastados por la losa de la vida, incapaces de ver, de caminar, de hablar, de hacer algo con nuestras propias manos? ¿No somos, como Lázaro, dignos objetos de lástima y de llanto?

Sólo así comprendemos quién es Jesús en la historia del mundo. De pie, delante del muerto, grita con fuerte voz: Hombre, sal de la tumba y ven, pues tienes que caminar mucho todavía. El mundo avanza y crece, las sociedades evolucionan, la Iglesia se reforma, el cristianismo adopta nuevas formas de existencia, los cristianos se abren a una mentalidad distinta. Desata tu cuerpo v despréndete de cuanto te impide ser un hombre libre: deja las ataduras tradicionales con que las sociedades amortajan a sus víctimas para que vivan sin hablar, para que tengan pies y no caminen, brazos y no actúen, ojos y no vean. Si crees en Dios, cree en la vida. Si crees en el Espíritu, ponte a andar. La muerte está dentro de ti; la muerte eres tú mismo en cuanto te niegas a vivir...

Todavía existen muchos cristianos que se preguntan: pero Lázaro, ¿resucitó o no? Esta es la pregunta de los muertos. La resurrección que nos trae Jesús es la que necesitan los vivos, los que se llaman hombres vivientes.

¿Qué importancia tiene la resurrección de Lázaro si otros seguimos muertos? ¿Y para qué queremos resucitar después de la muerte si ahora vivimos como muertos? ¿Podrá Dios darle la vida a quien se niega a vivir? Tal es el sentido de esta semana santa que dentro de unos días iniciaremos. Si Jesús está vivo por la fuerza del Espíritu que actúa en él, no nos preocupemos por su muerte. El no es un muerto. Pero sí preocupémonos por la muerte de los hombres, o, para ser más exactos, por los hombres muertos que tienen ojos y no ven, que tienen pies y no caminan...

Lázaro es el símbolo anticipado del mismo Jesús. También él dormirá en la cruz, y su muerte será la ocasión para que se manifieste el poder del Dios de la vida. Por eso Lázaro y Jesús son como el signo anticipado de eso a lo que todos debemos aspirar: vivir, aquí y ahora, con la nueva vida del Espíritu. Que la vida, es decir, la regeneración y la transformación de las estructuras muertas, florezca como una primavera que no sabe de retornos: que muestra sus flores para que aparezcan los frutos.

-Vivir en el Espíritu

Una vez más, el apóstol Pablo, el mismo que estuvo muerto a Jesús cuando lo perseguía ciego, es el que nos dice: «Si el Espíritu del que resucita a Jesús habita en vosotros, ese mismo Espíritu dará vida a vuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en vosotros.» Pablo no piensa ahora en el futuro, cuando seamos llevados al cementerio. Nos urge a vivir ya como seres vivientes. Si Adán, el hombre terrestre, vivió con el espíritu que Dios le infundiera en su cuerpo, ahora los cristianos debemos vivir con el Espíritu de Cristo.

El apóstol contrapone vivir en la carne y vivir en el Espíritu. Vivir en la carne es llevar una existencia sumergida, chata, miope, desesperanzada, vulgar. Es vivir para la descomposición y la tumba. Vivir en el Espíritu, como él mismo lo explicará en su Carta a los romanos, es vivir «sufriendo los dolores de parto, pues aunque se nos dio el Espíritu de la vida, seguimos esperando el día en que Dios nos adopte y nos libere de las formas de la carne» (8,22-23).

Durante los domingos de Pascua y después de Pascua tendremos ocasión de reflexionar con más profundidad sobre todo el alcance de esta nueva vida del Espíritu. Por ahora nos basta comprender, una vez más, que los cristianos necesitamos levantar la losa que cubre nuestra comunidad. Veamos cuáles son las formas de muerte que hacen triste y llorosa, temerosa y angustiada, esta vida que aún tiene mucho que andar. No muramos, como Lázaro, antes de tiempo.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Pág. 84 ss.


24.

1. «Yo mismo abriré vuestros sepulcros». A medida que se aproxima la pasión de Jesús, el tiempo de Cuaresma acrecienta la esperanza de los pecadores que hacen penitencia. Si el hombre está espiritualmente muerto por su culpa, el Dios vivo es más grande que la muerte, su poder más fuerte que cualquier corrupción terrena. En ningún pasaje de la Antigua Alianza está esto más enérgicamente expresado que en la visión de Ezequiel (primera lectura), donde el profeta ve los huesos dispersos por el suelo revestirse de carne y ponerse en pie formando una muchedumbre inmensa. «Dios», dice el libro de la Sabiduría, «no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera» (Sb 1,13s). Israel se ha precipitado en la muerte con su rechazo del Dios viviente, pero la vitalidad de Dios es más fuerte y puede devolver la vida y la fuerza a los huesos muertos.

2. En la Antigua Alianza esto es sólo una profecía para el futuro del pueblo, pero se convertirá inopinadamente en realidad por la resurrección de Cristo. Ahora, en la segunda lectura, se trata de nosotros los cristianos, que ciertamente debemos morir, pero que, en virtud de la resurrección de Jesús y de su Espíritu Santo que habita en nosotros, tenemos la seguridad de que Dios, por este Espíritu, «vivificará también nuestros cuerpos mortales». La condición, dice la epístola, es que no nos dejemos conducir por la carne, es decir, por lo mundano y perecedero, sino por «el Espíritu de Dios» Padre y «de Cristo». Con este Espíritu habita ya en nosotros el germen de la vida eterna de Dios y tenemos ya la prenda, la entrada asegurada, por así decirlo, en la vida de Dios. El cristiano que hace penitencia por sus pecados, no puede hacerla con tristeza, sino con la secreta alegría del que sabe a ciencia cierta que va al encuentro de la vida.

3. La resurrección de Lázaro es el último signo de Jesús antes de su pasión; y se convierte también en el motivo inmediato de su arresto (Jn 11,47-56). El que va al encuentro de la muerte, quiere antes ver la muerte cara a cara. Por eso deja expresamente morir a Lázaro, a pesar de los ruegos de sus amigas, Marta y María; Jesús quiere postrarse ante el sepulcro de su amigo, cerrado con una losa, y llorar «conmovido, consternado, irritado» (sea cual sea la traducción elegida) a causa del terrible poder de este «último enemigo» (1 Co 15,26), que sólo puede ser vencido desde dentro, desde lo más profundo de sí mismo. Sin estas lágrimas ante el sepulcro de Lázaro, Jesús nos sería el hombre que es. Pero enseguida todo se precipita: primero viene la orden de quitar la piedra (a pesar de la objeción de Marta); después la oración dirigida al Padre -porque el Hijo implora la fuerza de lo alto siempre que hace un milagro: nunca se trata de magia, sino de una fuerza que le viene dada de arriba-; y finalmente la orden: «¡Lázaro, sal fuera!». Su poder sobre la muerte es parte de su misión, pero no será un «pleno poder» hasta que, exhalando el Espíritu Santo hacia Dios y hacia la Iglesia, muera en la cruz. Esta muerte no será ya el destino de los hijos de Adán, sino la manifestación de la entrega suprema de Dios a los hombres en Cristo. Sólo porque muere de esta muerte de amor obediente,

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 50 s.


25.

Frase evangélica: «Yo soy la resurrección y la vida»

Tema de predicación: LA VIDA PLENA

1. La resurrección de Lázaro es una catequesis sobre la fe en la resurrección. Muestra que Jesús es más fuerte que la muerte, y que su vida termina dando vida. Él mismo resucitará, porque es «la resurrección y la vida». El personaje central del relato es, evidentemente, Jesús, base de la vida cristiana. San Juan relaciona siempre la fe con la vida. La fe en Cristo es una participación en la vida, que se hace plena en el bautismo. Dicho de otro modo, la fe y el bautismo nos hacen participar en la vida del Resucitado. Los otros personajes del relato son: Lázaro, que representa a los cristianos; los discípulos, llenos de miedo y de lógica humana; Marta (más que María, que es secundaria), afligida y llena de esperanza; finalmente, los judíos, que deciden en el Sanedrín, con ocasión de la resurrección de Lázaro, condenar a muerte a Jesús.

2. El contraste de Jesús con los judíos se manifiesta en que el Señor lleva a los muertos a la morada de la vida mediante un grito de resurrección («¡Lázaro, ven fuera!»), al paso que los otros traen a Dios al valle de la muerte gritando que muera Jesús («¡Crucifícalo!»). El primer diálogo de Jesús con los discípulos se desarrolla en un clima de miedo a la muerte. Marta representa a la comunidad en trance de crecer en la fe, y María a la comunidad en estado de dolor. Esencial es en el relato la afirmación de Jesús a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida». Jesús produce la vida en otro y en sí mismo; Jesús es la resurrección, del mismo modo que es el pan de vida, el agua viva, la luz del mundo, el camino, la verdad y la vida. La fe es respuesta a la llamada de Dios; María responde, pero no los judíos. Jesús vence a la muerte y confiere la vida. A sus discípulos los libera del miedo a la muerte («el que cree no morirá») y les invita a fiarse de su palabra («quitad la losa», «desatadlo») y a tener confianza en Dios («Gracias, Padre»).

3. El creyente, en virtud de la fe y de su celebración sacramental, entra en contacto con la persona de Jesús, que es la vida. El creyente comulga con la fuente de la vida. Esto obliga al cristiano a cambiar de vida. Precisamente san Juan llama a la conversión «paso de la muerte a la vida». Esta vida poseída por la fe debe ser mantenida y cultivada. El cuerpo de Cristo resucitado es verdadero alimento, y su sangre es verdadera bebida. La unión vital con Cristo-Vida debe traducirse en la unión con los hermanos y con todos los hombres a través del vehículo fundamental del amor.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Creemos de verdad en la resurrección?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 111 s.


26.

1. Dar vida a los que viven en la muerte

Jesús se va acercando cada vez más al momento decisivo de su camino. La resurrección de Lázaro es el último -el séptimo- de sus grandes signos en el evangelio de Juan y el más importante, aparte, naturalmente, de su propia resurrección. Jesús está al final de su actividad pública. Sus signos comenzaron con cosas materiales (transformación del agua en vino en las bodas de Caná); después se ha ocupado de la enfermedad, del hambre, ca- minando sobre el mar (símbolo de la superación del mal); finalmente ha derrotado a la muerte misma. En todos ellos, a través de un acontecimiento sensible, ha querido llevarnos a una realidad mucho más profunda.

Lázaro resume y personifica a todos los enfermos presentados por Juan. Jesús, al resucitar a un muerto, nos revela la suprema epifanía de Dios: dar la vida a los que viven en la muerte.

Es un pasaje cargado de símbolos. En él los personajes y las palabras aluden a la situación del hombre que vive presa de la muerte en sus múltiples manifestaciones, incluida la muerte física o biológica.

Sin fe la resurrección de Lázaro es un hecho vacío y absurdo. Nos anuncia la resurrección de Jesús y la de todos los hombres y el futuro del mundo. Nos invita a una decisión fundamental.

Sólo viviendo el nuevo estilo de vida que nos presenta Jesús la podemos comprender, más que como un hecho biológico, como un acontecer espiritual. Muchos se preguntan: ¿Resucitó de verdad Lázaro o no? Es la pregunta de los que viven como muertos. ¿Qué importancia tiene la resurrección física de Lázaro si nosotros seguimos muertos? ¿Y para qué queremos resucitar después de la muerte si ahora vivimos como ciegos, paralíticos, sordos..., muertos? ¿Podrá Dios darle vida al que se niega a vivir?

Las resurrecciones de Lázaro y de Jesús son como el signo anticipado de eso a lo que todos debemos aspirar: vivir aquí y ahora con la nueva vida del Espíritu. Muchos piensan que Juan no hubiera traído esta historia, y menos tan detallada, si de verdad no hubiera tenido lugar. Para ellos no es una simple alegoría inventada en función de una enseñanza. Pero, sea lo que sea de su realidad histórica, lo importante para nosotros está en ahondar en su significado. ¿Es la muerte física el final de todo? ¿No estará tomando a broma el evangelio una realidad tan grave? Jesús no es ningún charlatán. La seriedad de su vida exige que nos tomemos en serio sus palabras.

Todo hombre tiene la vida para vivirla con ilusión y la debe defender de todo peligro. Hemos de superar esa idea de "esta vida" y "la otra vida". No hay más que una vida: la que tiene su origen en Dios. Podemos vivirla de un modo engañoso -para la muerte- y de una forma verdadera -para la vida-. Jesús de Nazaret nos enseña que aquel que vive la vida con sentido, la reencuentra plenificada y eternizada; que al final no hay un derrumbamiento de todo, que la vida se va acumulando, construyendo, fortaleciendo... cuando se vive de verdad. Por ahí va el mensaje de este episodio.

2. Es el enemigo que le queda por vencer

La enfermedad de Lázaro representa la universalidad de la muerte física que alcanzó también a Jesús y a sus seguidores, y que el Mesías de Dios vino a derrotar en su propio terreno. Es el enemigo que le queda por vencer. Lo logrará muriendo... y resucitando. Es la primera vez que un enfermo tiene nombre propio en este evangelio. Nos indica que Lázaro (significa "Dios socorrió" o "Dios presta ayuda") pertenecía a la comunidad de Jesús. Juan nos lo presenta por referencia a sus hermanas, sobre todo a María, por la huella que había dejado en la comunidad primitiva su "unción" a Jesús en el transcurso de una cena en Betania (Jn 12,1-11). El nombre de Lázaro, forma apocopada de Eleázaro, era frecuentísimo.

Betania se encontraba a "unos tres kilómetros" de Jerusalén. Etimológicamente significa "casa del dolor" y "casa de ruego", entre otros. Algunos se apoyan en esto para pensar que esta escena no tiene realidad histórica, sino simbólica. Se la identifica topográficamente con el actual villorrio árabe de El-Azariyé, alteración árabe del nombre latino Lazarium. Lázaro enferma gravemente, y sus hermanas lo hacen saber a Jesús, que tenía un gran afecto a esta familia. A su salida de Jerusalén, y de camino hacia el otro lado del Jordán (Jn 10,40), Jesús debió pasar por Betania y comunicar sus planes a los tres hermanos. Por eso pueden avisarle en seguida y con toda seguridad. La noticia no es sólo informativa: incluye una súplica discreta de ayuda. Apelando al afecto que los une, le dan a entender que esperan llenas de confianza que acuda para curarlo.

Jesús comenta la noticia recibida. La enfermedad de su amigo Lázaro no acabará en la muerte, por ser uno de sus seguidores. Esta enfermedad está destinada a dar gloria a Dios y a su Hijo. Será para Jesús la ocasión de obrar un milagro inaudito que mostrará a sus discípulos con toda claridad los profundos fundamentos de la fe; percibirán todo el alcance del amor de Dios al descubrir que la vida supera a la muerte. Los discípulos tendrán una garantía de la resurrección futura, un anticipo de la de Jesús al ser testigos de lo que acaecerá con Lázaro.

Jesús no dice en qué forma va a prestar ayuda. De sus palabras los oyentes pueden deducir que intervendrá para devolver la salud a Lázaro; palabras que parecen excluir que el enfermo deba morir. Pero no es esto lo que Jesús pretende afirmar, ya que su glorificación y la del Padre se logrará gracias a la inesperada resurrección de Lázaro, realizada cuando llevaba ya cuatro días enterrado. Son palabras ambiguas que encierran, además, otro sentido más profundo: el anuncio de que la resurrección de Lázaro será la gota que colmará la oposición de sus adversarios y lo llevará a él a la muerte en la cruz y, a través de ella, a su definitiva glorificación y la del Padre, artífice principal de la resurrección del Hijo.

Jesús no parte para Betania hasta el tercer día. Su retraso es deliberado; no quiere llegar a tiempo. Deja que el hecho de la muerte se consume. No ha venido a alterar el ciclo normal de la vida física liberando al hombre de la muerte biológica, sino a dar a ésta un nuevo sentido. Otro sentido que puede tener su retraso es el de mostrarnos que su regreso a Judea, que es prácticamente el viaje a su propia muerte, lo hace por una decisión personal y no motivado únicamente por la petición de las dos hermanas.

Ante el deseo de Jesús de volver a Judea, los discípulos le recuerdan la intención de los judíos de apedrearlo y tratan de disuadirlo. Tienen miedo por Jesús y por ellos. Presienten el final de todo y quieren evitarlo. Quieren protegerlo del peligro y, al mismo tiempo, protegerse ellos. Pero Jesús no quiere abandonar al amigo a su suerte ni dejar el camino que ha emprendido hace ya casi tres años.

Jesús responde al miedo de sus discípulos: "Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz". Para él es aún de día, aunque ese día toca a su fin. "El día" designa el tiempo de su vida. De las doce horas de su "día" está en la undécima: se acerca "la noche" de su pasión. Pero mientras no haya llegado a la duodécima -la "jornada" de trabajo que el Padre le ha fijado-, sus enemigos no podrán nada contra él. De momento "no ha llegado su hora" (Jn 13,1), por eso el temor de los discípulos es infundado.

Les descubre el motivo del viaje: "despertar" a su amigo Lázaro, que "está dormido". Los discípulos no entienden las palabras ambiguas de Jesús y le responden que, si Lázaro ha podido conciliar el sueño, pronto se curará. Los rabinos señalaban el sueño en los enfermos como uno de los diez síntomas favorables a la curación. Y así lo interpretan, ingenuamente, los discípulos: "Si duerme, se salvará". No hace falta ir a curarlo. Todo lo entienden en función del miedo que les atenaza.

¡Qué difícil es pretender hacer reflexionar a personas que tienen miedo, a personas que sólo piensan en su seguridad personal! El miedo "mata" al hombre, causándole esa muerte interior que lo va destruyendo lentamente al hacerle perder la confianza y el coraje de vivir. Lo mismo a las comunidades. ¿No es el miedo el principal protagonista de nuestra sociedad?: miedo a los militares, miedo a los que tienen el poder económico... Es verdad que la vida está llena de peligros y que la muerte es un grave riesgo, pero cuando un hombre tiene miedo no hace falta que el peligro actúe: ese hombre está ya derrotado de antemano, muerto.

Entonces Jesús les comunica claramente la muerte de Lázaro y que se alegra, en atención a ellos, de no haber estado presente para que la fe que tienen en él se acreciente y se haga más sólida. Si hubieran estado allí los discípulos, habrían sido testigos de una curación más; ahora, en cambio, podrán ver el gran prodigio de la resurrección de un muerto ya sepultado, lo que les servirá para robustecer fuertemente su fe. Una fe que aún no les evitará dejarlo solo en Getsemaní. ¡Qué fácil es creer en Jesús para muchos cristianos, con lo difícil que fue para los apóstoles! ¿Será la misma fe?

Ante la invitación de Jesús a los discípulos de volver a Judea con él, Tomás exhorta a sus compañeros a ir también ellos a compartir la suerte del Maestro. Sus palabras están llenas de pesimismo. Parece que no sólo ha muerto Lázaro. La suya es una muerte física; pero existe también la muerte del espíritu, presente en los discípulos, y que es la más grave. El miedo puede más que la amistad y la gratitud hacia el hombre en cuya casa se han hospedado muchas veces. Sólo les quedan dos caminos: la resignación o el abandono. Optan por el primero: resignados, seguirán a Jesús a casa de Lázaro; lo harán sin convencimiento, muertos por dentro. El abandono vendrá después.

3. Llegaron a Betania

Cuando llegaron a Betania, "Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado". En los lugares calurosos la descomposición del cadáver comienza pronto, por lo que existía en Oriente la costumbre de sepultarlo el mismo día de la muerte. Pero no es necesario suponer cuatro días completos de su muerte, pues los rabinos computaban por un día entero el ya comenzado.

Juan nos habla de dos Betanias: ésta, cercana a Jerusalén, y otra situada al otro lado del Jordán (Jn 1,28). Esta doble localización simboliza dos estados en las comunidades cristianas: la de Judea representa a los discípulos de Jesús que todavía no han roto con la institución judía; la otra, situada en el extranjero, a los seguidores que han creído en Jesús y han abandonado la antigua institución. Los tres hermanos pertenecen, por tanto, a la comunidad de discípulos que siguen vinculados a la institución y mentalidad judías. El luto duraba siete días: los tres primeros estaban dedicados al llanto y los otros al luto. También se ayunaba (1 Sam 31,13). En aquellos tiempos el ritual consistía, al volver del entierro, en sentarse en el suelo con los pies descalzos y tapada la cabeza. Durante los siete días eran abundantes las visitas de duelo, que eran una de las obras de caridad más estimadas por los judíos y que los rabinos inculcaban con insistencia. Muchos amigos y conocidos habían venido de Jerusalén para consolar a las dos hermanas, conforme se acostumbraba.

Al acercarse Jesús a Betania, alguien debió de adelantarse a dar la noticia de su llegada a las hermanas. Marta le sale al camino. El encuentro de Jesús con los suyos es siempre el resultado de dos movimientos: él viene a nosotros, pero cada uno ha de acercarse a él. No entra en la casa, donde la muerte, tomada como final definitivo, ha eliminado toda esperanza de vida y paralizado a los que permanecen en su ambiente de dolor. En ella sigue María -parece que no se ha enterado de la llegada de Jesús- con los que habían ido a darles el pésame. La muerte del hermano ha significado para ella el término de su vida y la ha reducido a la inactividad.

4. Jesús y Marta

El encuentro de Marta con Jesús tiene lugar fuera de la aldea. Jesús no le da el pésame, como era costumbre. Marta le llama "Señor", le muestra su pena y le insinúa un reproche. Jesús podía haber evitado con su presencia la muerte de su hermano. Tiene pesar por no haberlo podido tener presente cuando todavía era posible librar a Lázaro de la muerte. No se queda en la pena: inmediatamente le manifiesta su fe profunda en que Dios le concederá cualquier cosa que le pida, incluso el volver a su hermano a la vida. No se atreve a decirlo expresamente, pero su fe en él es muy grande. Y Jesús se va a encargar de conceder a una fe tan sólida lo que Marta no se atreve a pedirle directamente.

Jesús vuelve a recurrir a una expresión ambigua: "Tu hermano resucitará". La muerte de su hermano no es definitiva; pero no se compromete a nada de momento. Marta interpreta la resurrección de Jesús como una alusión a la resurrección de los muertos que sucederá al fin de los tiempos: "Sé que resucitará en la resurrección del último día". Es una respuesta que delata decepción. Lo que Jesús le dice lo ha oído muchas veces. Le parece que Jesús la consuela con la frase que dicen todos. El último día queda lejos... Se imagina una resurrección lejana. Los judíos, con la sola excepción de los saduceos, creían en la resurrección de los muertos.

Jesús les responde con las palabras cumbres de este relato: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?"

El concepto de "vida" o de "vida eterna" es una de las ideas claves del evangelio de Juan. El término "vida" se lee veintiuna veces, y la expresión "vida eterna", quince veces. Jesús no se refiere explícitamente a la resurrección del último día. No hacía falta, porque Marta ya creía en ella. Sí lo hizo en otras ocasiones (Jn 5,28-29; 6,39-40.44). Tampoco son palabras que indiquen a Marta que piensa resucitar a su hermano. Es otra importante realidad la que los cristianos debemos ahondar.

Jesús se identifica con "la resurrección y la vida". No es necesario esperar hasta el "último día" para poseer la vida eterna, como pensaba Marta participando de la creencia del judaísmo.

Jesús no viene a prolongar la vida física; no es un médico ni quiere ser un taumaturgo. Viene a comunicar la vida que él mismo posee y de la que dispone. Una vida que anula la muerte en el hombre que la recibe. Una vida que es él mismo y que comunica a los que le siguen, y que no se consigue en plenitud más que en el futuro: sólo entonces se tendrá libre de deficiencias e imperfecciones. Una vida que requiere el nuevo nacimiento del agua y del Espíritu (Jn 3,5), y que no tiene nada que ver con la vida biológica. "Vida" y existencia terrena son en Juan dos realidades completamente distintas. Sin Jesús la muerte es la ruina el hombre, el fin de su existencia; para los que creen en él, sólo un sueño.

Creer en Jesús significa aceptar su forma de vida como única norma de la propia vida. El que lo va haciendo se va transformando desde dentro en un hombre nuevo, adquiriendo una calidad de vida indestructible. Es la salvación-liberación que nos trae Jesús y que solamente podemos ir alcanzando imitando su vida. En esta liberación no sirven los actos aislados, y menos las solas palabras: es toda la vida del hombre la que debe estar comprometida en ella. El paso de la muerte a la vida definitiva se va realizando a través de toda la vida, "escuchando" a Jesús y realizando lo escuchado. Después de la muerte física el creyente fiel recibirá, como don del Padre, toda esa vida que ha ido acumulando día a día. Es lo que hizo Jesús: su resurrección comenzó en Belén al elegir la pobreza; continuó en Nazaret -prefiriendo la vida irrelevante- y en su vida de profeta itinerante entregado al bien de los hermanos... Su resurrección fue, además de don del Padre, el resultado de todo lo que había ido asimilando desde su nacimiento.

La vida que nos trae Jesús no está relegada al futuro, sino que se vive como experiencia en el presente. La "resurrección" y la "vida eterna", que son en sí bienes escatológicos, Jesús los otorga a los que creen en él ya desde ahora. La muerte física no tiene para el discípulo realidad de muerte porque vive a otro nivel. De hecho, la muerte para él ya no existe. La muerte física, por la que pasará irremediablemente, no será ya una interrupción de la vida, sino únicamente una necesidad biológica. La resurrección de Lázaro será un anticipo del don de vida destinado a todo el que cree.

"¿Crees esto?" Con estas palabras, dirigidas a Marta, Jesús nos plantea a todos la gran pregunta: ¿Creemos en la resurrección de Jesús? ¿Creemos de verdad que en él está la vida definitiva y que esta vida se comienza a vivir aquí y ahora, en la medida en que vivamos como él vivió? ¿O, por el contrario, permanecemos escépticos ante ella, como ante otros muchos elementos de nuestra cultura, que no nos molestamos ni en desterrar? Sin resurrección después de la muerte, ¿qué queda de la fe? De este futuro, esperado o negado, dependen importantes actitudes del presente.

J/RS/V: Creer que Jesús es "la resurrección y la vida" es estar convencidos de que él puede resucitar en nosotros todo lo que está dormido o muerto: la ilusión en el trabajo por la justicia y la libertad, por la fe y el amor, por la fraternidad universal... Nuestra fe en Jesús está en relación con la utopía que empuja nuestra existencia;. su falta estará siendo la causa principal de nuestro derrotismo sobre el futuro de la humanidad. Jesús tiene que ser para nosotros aquel que puede llenarnos de vida verdadera, aquel que puede despertar dentro de nosotros todo lo que está muerto y convertirlo para siempre en salvación, en esperanza, en renovación.

La respuesta de Marta es una perfecta profesión de fe cristiana: "Creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo". Pero ¿entiende de verdad lo que dice? Parece que no: se marcha en seguida a llamar a su hermana.

No respondamos con rapidez y superficialmente, con palabras aprendidas de memoria que no entendemos del todo. No olvidemos que es preferible ser incrédulos honrados que creyentes inconscientes, que con su rutina y palabras vacías niegan la fuerza y la novedad salvadora del mensaje de Jesús.

Marta "fue a llamar a su hermana María". Le comunica "en voz baja" la llegada de Jesús y su deseo de hablar con ella. El recado en secreto a María indica la hostilidad que había contra Jesús en los ambientes religiosos oficiales, a los que pertenecían, al menos como simpatizantes, algunos o todos los judíos que habían ido a visitar a las hermanas. Insinúa la existencia de comunidades clandestinas en ambientes enemigos. Ya lo indicamos al hablar de las dos Betanias. También es posible que se lo anuncie en secreto para que le sea posible hablar a solas con Jesús.

María sale inmediatamente. Responde sin vacilar a las palabras de su hermana. Jesús la saca de la inmovilidad en que se encontraba a causa de su dolor sin esperanza. Va a hacer el mismo recorrido que Marta. Debe oír de labios de Jesús lo que su hermana ya ha escuchado.

Pero "los judíos que estaban con ella en la casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía de prisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí". Era costumbre, una vez sepultado el cadáver, ir por varios días consecutivos a llorar a la tumba.

5. Jesús y María

María se encuentra con Jesús. Su dolor es más expresivo que el de Marta: "Se echó a sus pies", llorando. Las palabras que le dirige son idénticas a las de su hermana en su primera parte: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". María no tiene aún esperanza, no saca las consecuencias de su fe, a pesar de creer en él. No llega en la fe a la altura de su hermana Marta. Su llanto es como el de "los judíos que la acompañaban" y que no conocen a Jesús. La precisión y el dramatismo del relato sigue siendo actual: muertos que lloran a un muerto; es decir, muertos que se lloran a sí mismos. Junto al miedo conviven el llanto y la desesperanza. Un llanto y una desesperanza que conocemos bien los cristianos -y todos los seres humanos-. María y sus acompañantes no miraban al futuro; sólo comparaban el presente con el pasado, como si la victoria de la muerte fuera lo definitivo. ¡Cuántas personas y grupos se pasan la vida llorando, lamentándose! Cristianos sin futuro, muertos, incapaces de leer bien el evangelio a causa de sus lágrimas.

Al ver llorar a María y a los judíos, Jesús "sollozó". Está apenado por el poder destructor de la muerte, que ha sumido en el luto a las dos hermanas, y por la escasa fe de los presentes en el futuro de vida que él trae. Marta y María creen en la resurrección final, pero... ¡queda tan lejos!

Pregunta por el lugar del sepulcro y lo invitan a ir a verlo personalmente. Se encamina a la tumba. Jesús, que no se ha dejado llevar por el desconsuelo de los que le rodean, llora de nuevo, mostrando su afecto personal a Lázaro y su dolor por la ausencia del amigo. Es un dolor que expresa su amor por el hombre, amor de amigo que nace de la misma condición humana. Pero es un llanto distinto: está lleno de amor y de esperanza en el futuro. Los judíos presentes interpretan correctamente el llanto de Jesús, ven en él una prueba del gran amor que tenía al amigo muerto. Pero hablan de su cariño a Lázaro como de cosa pasada. Sin embargo, el amor de Jesús es siempre actual, presente.

Algunos se preguntan por qué Jesús, que con la curación del ciego de nacimiento había dado pruebas evidentes de su poder de hacer milagros, no lo ha empleado también para preservar de la muerte a su amigo. Es el constante cotilleo de los humanos, siempre dispuestos a poner pegas a todo. ¿Es una defensa ante los acontecimientos extraordinarios que puedan comprometer nuestra comodidad? Pero están convencidos de su incapacidad ante la muerte. Piensan que Jesús, al que consideran un taumaturgo como tantos otros, perdió la oportunidad de librar de la muerte al amigo. Ni se imaginan que es mucho más de lo que ellos piensan: el Enviado de Dios y, como tal, la luz y la vida de los hombres. "Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba". No ha venido a llorar, sino a enfrentarse con la muerte, único enemigo que le queda por derrotar. Quiere que los "muertos" que le rodean vuelvan en sí y comprendan que la vida es más fuerte que la muerte. Ninguno cuenta con la resurrección de Lázaro.

Parece que el sepulcro no era de los excavados horizontalmente en la roca y cerrados con una piedra giratoria, como nos lo suelen presentar los pintores, sino que estaba, conforme al otro tipo de tumbas judías, excavada verticalmente en el suelo y a la que se bajaba por una pequeña escalera desde la abertura practicada en la superficie y cerrada por una gran piedra.

6. Victoria de la vida, ya ahora

El sepulcro simboliza la total ausencia de vida. Ha sido el destino de la humanidad desde el principio. Dio orden de "quitar", no de rodar, como se dice de su propio sepulcro, la losa que lo cerraba. La losa separa dos mundos: el de los muertos y el de los vivos, en espera de la resurrección del último día, según la concepción judía expresada por Marta. Simboliza el poder de la muerte; oculta la presencia de la vida en la muerte.

Dentro de la tumba, cavada por los propios hombres, está el cadáver de Lázaro con los pies y las manos atados con vendas y envuelto su rostro en un sudario. Representa el estado de un hombre y de una comunidad que todavía no han recibido el Espíritu de la vida. ¿No es la caricatura de la sociedad que padecemos y fiel reflejo de nosotros mismos, aplastados por la losa de la existencia, incapaces de ver, de caminar, de hablar, de hacer algo con nuestras propias manos? ¿No vivimos resignados ante el mal que nos rodea por todas partes? ¿No somos, como Lázaro, dignos objetos de lástima y de llanto?

Marta le advierte que el cadáver ya ha entrado en proceso de descomposición, pues lleva cuatro días sepultado. Trata de impedir que el sepulcro se abra y la fetidez se difunda. Quiere evitar que Jesús, llevado del afecto a su hermano, quiera ver el cadáver, lo que era presenciar un tremendo espectáculo, además del mal olor. No adivina las intenciones de Jesús. Su fe, que tan claramente ha expresado antes, vacila ante la cruda realidad. Según la creencia judía, el alma permanecía tres días sobre el cadáver y lo abandonaba al cuarto, en que comenzaba la descomposición, la pérdida completa de la vida; el rostro ya no se podía reconocer con seguridad y el cuerpo estallaba. Lázaro está definitivamente muerto. Nadie puede dudar de ello. El embalsamamiento judío era muy superficial, al contrario que el egipcio, por ejemplo: derramaban aromas sobre el cadáver, después de lavarlo, para evitar algo el hedor de la putrefacción, procediendo posteriormente a la colocación de las vendas y el sudario.

"¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?" Jesús le había prometido resucitar a su hermano, pero ella había interpretado sus palabras como anuncio de la resurrección universal. Si cree en él como "resurrección y vida", podrá contemplar ahora los efectos del amor de Dios al hombre: la vida de su hermano. El creyente no está destinado al sepulcro: aunque muera, sigue viviendo. Jesús busca en ella un cambio de mentalidad ante la muerte. El amor del Padre ya ha realizado su obra en Lázaro, pero ella no podrá verla hasta que no llegue a creer. La fe es condición indispensable para ver-experimentar personalmente el amor de Dios al hombre, manifestado en el don de la vida definitiva.

Un grupo de personas va a cumplir la orden: "Quitaron la losa". Desaparece la frontera entre muertos y vivos. Le va a resultar más fácil resucitar al muerto, aun después de cuatro días, que levantar el espíritu de los que le rodean, que viven como muertos. ¿Cómo resucitar a uno que se cree vivo, dar la vista a uno que cree ver bien...? Ante la negrura del sepulcro abierto, Jesús oró al Padre, como hacía siempre en los momentos solemnes. Quiere dejar claro que la acción que va a realizar es obra de Dios. Eleva los ojos al cielo y agradece al Padre el haberle escuchado, antes de ver el resultado de su petición. No duda ni por un momento de la ayuda de Dios. Es un dato para tener muy en cuenta. Sabe que el Padre "le escucha siempre" porque toda su vida ha consistido en hacer su voluntad. Le agradece en voz alta su constante apoyo en atención a "la gente que le rodea". Esta debe reconocer que no se halla en presencia de un taumaturgo como otros, sino en presencia del Mesías, del "Enviado" de Dios. Esta oración que dirige al Padre con total confianza es la que le va a dar el poder para devolver la vida a Lázaro.

Terminada la plegaria, Jesús, de pie delante de la tumba, gritó: "Lázaro, ven afuera". El grito es señal de la solemnidad del momento, más que un medio de llegar al difunto colocado en lo profundo de la fosa.

"El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas y la cara envuelta en un sudario". Las vendas y el sudario hacen resaltar la realidad de la muerte; las piernas y los brazos atados muestran la incapacidad del hombre para cualquier movimiento y actividad. La aparición de Lázaro a la entrada de la tumba debió ser escalofriante. El milagro parece doble: uno, la resurrección del muerto, y otro, hacer que este resucitado, inmovilizado como estaba, pudiera salir hasta el umbral del sepulcro.

Este hecho nos manifiesta la plenitud de la obra de Jesús para con la humanidad entera. Nos muestra hasta qué punto es poderosa la vida que él nos comunica: vida definitiva, que supera la muerte física y así es ella misma la resurrección. Nos presenta a Jesús venciendo a la muerte en su propio terreno, en un hombre del que ya se había adueñado. Aparecen en él las dos clases de escatología: la futurista, representada por las palabras de Marta: "Resucitará en el último día", y la actual, aunque no plena, provocada por la presencia de Jesús en nosotros y la fe en él.

Los destinatarios del acontecimiento son los discípulos, que, habiendo recibido de Jesús la vida definitiva como una simiente, no perciben su calidad, por lo que están angustiados ante la muerte. Deben -debemos- confiar en Jesús, que ha afirmado de múltiples formas que la muerte física no interrumpe la vida del discípulo.

"Desatadlo y dejadlo andar". Tiene que caminar mucho todavía; tenemos que desprendernos de todo lo que nos impida ser hombres libres. Creer en Dios es lo mismo que creer en la vida. Y si creemos en la vida, hemos de trabajar para que sea cada vez más lo que Dios quiere que sea. La muerte está dentro de nosotros, somos nosotros mismos en cuanto nos negamos a vivir... Evitemos morir, como Lázaro, antes de tiempo. Al desatar a Lázaro, los presentes se desatan de su miedo a la muerte que los tiene paralizados. Ellos lo han atado y ellos han de desatarlo. ¡Cuántas ataduras y limitaciones -prohibiciones- de unos hombres a otros para tenerlos dominados!: económicas, religiosas, políticas, culturales... Todos quedan liberados de la esclavitud de la muerte. Ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrá el creyente entregar su vida como Jesús para recobrarla plenificada y eternizada al final de los tiempos. Lo mismo la comunidad.

Juan no nos ofrece el menor detalle sobre las impresiones de Lázaro resucitado, sobre lo que ha podido ver en la muerte, sobre lo que experimenta al ser devuelto provisionalmente a la vida terrestre. Esto no tiene para él ningún interés. Ya hemos visto que su enseñanza es mucho más honda que el mero relato de la resurrección de un muerto que, años después, tendría que morir definitivamente. Una enseñanza que conservaría toda su fuerza, aunque se demostrara que el hecho no era más que una alegoría del evangelista.

7. Reacciones

La reacción lógica debió ser la fe en Jesús de todos los presentes. Sin embargo, el prodigio provocó una disensión entre los judíos llegados de Jerusalén. Muchos de ellos creen en Jesús; mientras otros se dirigen a los fariseos, sus enemigos jurados, para ponerles al corriente del hecho inaudito. Parece que siguieron tan muertos como antes... "Muchos judíos... creyeron en él". Se ponen de su parte. Con Jesús ha amanecido la esperanza de la vida para siempre, aspiración suprema del hombre. Les ha mostrado que la vida que él comunica vence a la misma muerte, que la muerte no tiene la última palabra. Y ahora, entre la institución religiosa de Israel y Jesús, el rechazado por ella, optan por Jesús. Conocen el sistema religioso judío y saben que no da solución al gran problema del hombre. Jesús, sí. La muerte seguirá siendo un hecho biológico, señalando el final de la vida terrestre, el punto máximo de la debilidad humana, que incluye todas las demás debilidades y humillaciones. El miedo a la muerte, como desaparición definitiva, hace al hombre impotente para resistir a la opresión y fundamenta el poder de los opresores. El hombre está dispuesto a dar la vida como Jesús cuando se convence que ésta es indestructible. Sólo la certeza de poseerse plenamente más allá de la muerte hace capaz al hombre de una entrega generosa y total.

Mientras los cristianos tengamos ante la muerte -y ante los valores mundanos- los mismos planteamientos y reacciones que los demás hombres, estaremos incapacitados para interpelar a la sociedad; con lo cual el mensaje de Jesús queda prácticamente anulado. ¿Estará aquí la razón fundamental de la apatía de tantos cristianos y del desinterés y burlas de muchos que no lo son?

"Algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús". Los incondicionales del orden injusto, los que no se rinden ante la evidencia de los hechos porque no desean la vida, los muertos que buscan la muerte, los preocupados únicamente de sí mismos, los que viven en la comodidad y sin problemas, los adictos a los ritos externos..., fueron con el cuento a los fariseos, que controlaban la situación. Que el hombre tenga vida y sea libre es un escándalo para ellos, un motivo de inquietud. Denuncian lo realizado por Jesús, preocupado de la existencia del hombre nuevo.

Las consecuencias del chivatazo no se harán esperar. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocarán el sanedrín y decidirán matar a Jesús (Jn 11,47-53). Es curiosa la paradoja: el hecho de resucitar a un muerto le va a acarrear a Jesús la muerte. Su actividad es insoportable para la institución judía, que ve en ella un peligro y una amenaza a sus intereses. El Mesías y la institución religiosa de Israel son incompatibles.

Otro pensamiento podemos sacar del texto, aunque no aparezca en él directamente: a mayor revelación por parte de Jesús le corresponde una mayor oposición de los dirigentes. Su milagro mayor será la razón última de su muerte. Y como final, reflexionemos seriamente sobre estas preguntas: ¿Creemos en la resurrección de Jesús y de toda la humanidad? ¿Creemos que la resurrección está ya presente en nuestra vida diaria, como está ya presente la muerte? ¿Somos testigos de vida eterna o tristes muestras de una vida sin sentido? ¿Luchamos por hacer realidad la resurrección en esta vida: en los que viven muertos por el dolor, la soledad, el hambre, la enfermedad, la injusticia, el vacío, la incultura...?

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 282-296


27.

El diario acontecer de este final de siglo pone nuestra comunidad y sociedad en la misma situación en la que se encontraba la sociedad judía de la época de Ezequiel.

Somos un montón de huesos desparramados por ahí, esperanzas, ilusiones, proyectos, personas que yacen por el suelo, si es que no las hemos enterrado ya.

La pregunta es: ¿quién nos dará posibilidades? ¿O definitivamente somos seres para la muerte? ¿Todo queda reducido al sepulcro? Este fin de siglo da pocas esperanzas... aunque la experiencia del salmista viene a decirnos que es de Dios de donde viene la misericordia como actitud de respuesta a nuestra necesidad y abatimiento.

A pesar de que el tratado de Pneumatología (estudio sobre el Espíritu) en esta época está poco desarrollado y no hay claridad entre algunos términos o conceptos, Pablo viene a decir que es el Espíritu quien puede sacarnos de esta ambigüedad que vivimos por nuestra condición humana.

Expectativas frente a lo nuevo (nuevo siglo), lo difícil (situación social y económica), lo relacional (política, pareja, familia) y lo religioso (Dios o dioses, comunidad o individualidad, pecado, libertad...).

Definitivamente se propone darnos una esperanza desde Cristo, que con su Espíritu nos da seguridades frente al futuro, porque ya El lo ha vivido. Nuevamente, y como una experiencia más depurada y madura dentro de la Historia, nos dice que Dios, con su Espíritu, está por encima de nuestras limitaciones y de nosotros, y con su presencia y acción nos ayuda a superarnos, como se ha superado Jesús.

Hay que descubrir en el inicio del Evangelio de hoy la misma situación del relato de Ezequiel: estamos tirados, muertos, enterrados. Es la situación de Lázaro y es la situación nuestra.

Pero hay un hombre, Jesús, que puede cambiarnos toda esta frustración y postración. El con su Palabra, con su presencia nos puede transformar. El se vuelve la presencia de Dios en la historia, así como el Espíritu lo era en la de Ezequiel.

Por la presencia de Jesús y por nuestro contacto con El ¡podemos volver a la vida! Lo que le ha pasado a Lázaro es el cumplimiento de la promesa de Ezequiel, se ha infundido el Espíritu, se ha vuelto a la tierra.

Pero en este momento de la historia, donde vemos muerte y desolación debemos tener la actitud de las mujeres, hermanas de Lázaro, aunque solo veamos muerte: la esperanza es la resurrección; en esto hay que ser muy tercos, sanamente tercos, porfiados, aunque nos traten de ilusos...

Hay unos datos importantes en la ubicación y narración que hace Juan en este relato: es el séptimo milagro que narra de Jesús; a Jesús muchos lo llaman Señor, en siete ocasiones, aunque en otras partes del Evangelio de Juan, esos mismos personajes lo llaman Maestro. Esto con todo lo que implica de simbólico el número siete.

Se habla de la jornada de doce horas, de camino a la luz del día que hace Jesús, como una labor o misión cumplida por El. Y María, la que confiesa que Jesús es el Cristo, será quien primero anuncie después la Resurrección de El.

Hoy, quinto domingo de Cuaresma, ya nos han dado la clave para vivir el misterio pascual. Aunque vamos a ver la muerte, la desolación, el cadáver colgado en la cruz, no nos podemos quedar ahí, hay que trascender y dejar que el Espíritu actúe. La cuaresma nos ha preparado para celebrar la Vida, la plena, la total, la que tenemos en Dios.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


28.

-El Antiguo Testamento: una fe oscura ante la muerte

"Esto dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mio, y os traeré a la tierra de Israel". Lo hemos escuchado en la primera lectura. Son las palabras que les decía el profeta Ezequiel a los israelitas que vivían desterrados en Babilonia, después de que el rey Nabucodonosor conquistó su tierra de Judá y destruyó Jerusalén. Les anunciaba que regresarían a su país, que podrían reconstruir sus ciudades, que volverían a ser una nación libre. Dios les quería a pesar de todas las infidelidades, y les tomaría de la mano y les ayudaría en la empresa.

Ezequiel anunciaba esa buena noticia con un lenguaje lleno de fuerza, con una imagen de una gran intensidad: les decia que aquel pueblo que estaba como muerto, encerrado en el sepulcro, resucitaría y volvería a vivir. Pero aquello era sólo una imagen, una metáfora. Los israelitas que habían muerto en Babilonia sin poder regresar a su tierra, allí seguirían muertos, sin ver su país reconstruido. Y Ezequiel, cuando anunciaba su mensaje, seguramente no era capaz de imaginar una vida más allá de la muerte, más allá de este mundo.

Fue más adelante cuando Israel empezó a entender que Dios era un Dios de vivos, un Dios capaz de vencer a la misma muerte. Y una parte del pueblo empezó a creer que realmente la fuerza y el amor de Dios podía superar todo mal y todo dolor: que podía superar incluso a la muerte.

-A todos "se nos deshará nuestra morada terrenal" Esa fe oscura que nació en el pueblo de Israel es para nosotros una fe que con Jesús hemos conocido de un modo más pleno, más decidido, más convencido. Es la fe que celebraremos con toda la alegría dentro de dos semanas, en la gran fiesta de la Pascua. Jesús, muerto por amor, ha vencido a la muerte y vive para siempre. Y nosotros confiamos, creemos, esperamos, compartir esa vida suya. No sabemos cómo será, pero lo esperamos con una esperanza plena.

El evangelio que hoy hemos escuchado, esa escena llena de emoción de Jesús ante su amigo Lázaro, es un anuncio, un signo, de esa fe nuestra. Nos podemos imaginar el dolor de Marta y María ante la muerte de su hermano, joven aún. Y podemos recordar cuando cada uno de nosotros nos hemos encontrado, quizás, ante algún familiar o amigo que nos ha dejado. Quizá hemos podido experimentar muy de cerca aquello que rezamos en la plegaria eucarística de la misa por los difuntos: "Al deshacerse nuestra morada terrenal", decimos. Quizá hemos podido experimentar de cerca cómo a alguien querido se le deshacía la morada terrenal. Y sabemos que esa es nuestra realidad, nuestra condición humana, la de todos. Que todos, incluidos nosotros y nuestros familiares y amigos, nos dirigimos hacia este momento doloroso.

-Con Jesús hemos conocido plenamente la buena nueva de la vida más allá de la muerte Hoy Jesús comparte el dolor de la muerte de un amigo. Pero ante esa muerte nos da una señal, un signo de futuro. Jesús resucita a Lázaro y lo devuelve a la vida de este mundo. Y así nos invita a creer que todos nosotros, cada uno de los que estamos aquí, jóvenes y mayores, y cada uno de los miembros del género humano, estamos llamados a vivir una vida que está más allá de la vida que ahora vivimos. Que "se deshace nuestra morada terrenal", sí, pero que cuando esa morada se deshace, como dice la misma plegaria de la misa por los difuntos, "adquirimos una mansión eterna en el cielo".

Jesús nos ha abierto las puertas de esa mansión eterna. Nos las ha abierto con su amor entregado, total, fiel hasta la muerte en la cruz. Y nos invita a creer en la vida nueva de su resurrección, y a comenzar a experimentarla ya desde ahora viviendo a fondo nuestro bautismo y amando con el mismo amor con que él ama.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/04/45-46


29.

A dos semanas de la Pascua, se va intensificando nuestra preparación y la atención se centra cada vez más en la persona de Cristo que camina decidido hacia su Pascua, o sea, hacia la Cruz y la Gloria. El evangelio de Juan nos presenta la tercera de sus "catequesis bautismales", esta vez bajo la categoría de la vida: Cristo resucita a Lázaro y se presenta a sí mismo como la resurrección y la vida para la humanidad. Además, hoy, y sin hacer ninguna violencia a los textos, las tres lecturas nos ofrecen el mismo mensaje de vida pascual, porque también Ezequiel y Pablo insisten en el tema. Las mismas lecturas, bien proclamadas -la del evangelio, entera, con expresividad dramática y dialogada por parte del lector, y tal vez con la comunidad que lo escucha sentada- son la mejor homilía.

- MENSAJE DE ESPERANZA PARA UN PUEBLO DESANIMADO

En la sucesión de momentos importantes de la Historia de la Salvación, llegamos hoy en la 1ª lectura a los profetas: y Ezequiel nos adelanta unas palabras de ánimo y resurrección. La experiencia de debilidad, enfermedad y muerte también la puede tener una comunidad entera. En este caso es Israel, el pueblo elegido, el que experimenta en el destierro una situación desoladora y pesimista. Y ahí, en ese momento desesperado, es cuando le alcanza el mensaje del profeta: el pueblo se rehará, revivirá. Así lo promete Dios.

También nosotros podemos sentir parecida sensación de impotencia o de desánimo, al pensar en nuestra propia comunidad, o en la Iglesia, o en la sociedad. Y también para nosotros resuena hoy el anuncio optimista: los planes de Dios, para esta Pascua, son planes de vida para la comunidad, además de para cada uno. La homilía hará bien en detectar síntomas más concretos y cercanos de ese pesimismo (pocas vocaciones, creatividad pobre, actitudes de cansancio, poca vitalidad) y, sobre todo, iluminarlos con la buena nueva de la Pascua, que es noticia de esperanza y primavera (sin olvidar el próximo Jubileo, que quiere ser una gracia renovada de Dios a la Iglesia y a la Humanidad).

- CRISTO, LA VIDA

El mensaje de vida le vino a Israel. Y a Lázaro. Y ahora a nosotros. Pero, sobre todo, el que experimentó la nueva vida fue el mismo Cristo, en su Pascua, que es la que nos disponemos a celebrar, para que también sea nuestra. En el evangelio, de nuevo la revelación de Jesús es progresiva, sabiamente dosificada en un diálogo muy vivo, en que se va manifestando como el enviado de Dios, en íntima conexión con él, hasta el decisivo yo soy, esta vez referido a la Vida. Lo que le ha pasado a Lázaro es lo que le va a pasar a él, a Cristo, por la fuerza del Espíritu de Dios, y lo que nos pasará a nosotros, los que, unidos a Cristo, estamos destinados con él y como él a una existencia de vida, no de muerte.

El evangelio de Juan insiste en esta palabra, vida, como la gracia más importante que Cristo nos quiere comunicar. Por ejemplo, en su capítulo 6, el retrato más profundo que se hace de la Eucaristía en todo el N.T. está centrado en esta clave: "el que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida... yo le resucitaré el último día... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí" (Juan 6, 56-57). Como es el Señor Resucitado el que se nos da como alimento para nuestro camino, cada vez que comulgamos con él, vamos recibiendo ya por anticipado la semilla de la vida eterna, la garantía de nuestro común destino con él.

- ¿SE VA A NOTAR UNA MAYOR VIDA EN ESTA PASCUA?

En la 2ª lectura que, como otras veces, es como una especie de homilía de la evangélica, Pablo nos habla del proyecto que Dios tiene para nosotros. No vivimos según la carne, o sea, según las solas fuerzas humanas y según criterios y mentalidad meramente mundanos. Sino que vivimos en el Espíritu, según los criterios de Dios. El mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos, está dispuesto a resucitarnos también a nosotros. ¿No es ésa la idea de Dios para cada Pascua? No celebramos un aniversario, sino que él nos quiere comunicar su gracia pascual, la nueva vida del Resucitado.

Como en primavera todo está rebrotando, en una explosión de nueva vida, en la Pascua que estamos a punto de celebrar ¿se va a notar que al Resucitado le hemos dejado que nos comunique su energía, su novedad, su libertad, su alegría, su vida? ¿O seguiremos igual de perezosos, o conformistas, o instalados en una estéril mediocridad? Si tenemos sed, como la samaritana de hace dos domingos, ¿hemos llegado a descubrir la fuente verdadera donde saciarla? Si padecemos de ceguera, como el buen hombre del domingo pasado, ¿estamos dejándonos iluminar por el que es la Luz? Si estamos muertos y sepultados como Lázaro, ¿estamos dispuestos a escuchar la voz imperiosa del Señor: sal fuera?

El Espíritu, "Señor y dador de vida", quiere que esta Pascua sea de resurrección para nosotros. Para él no hay tumba que se le resista. Sea cual sea, nuestra situación personal y comunitaria, la Pascua quiere ser algo más que un aniversario. Los Aleluyas no sólo han de resonar por Cristo, sino también por nosotros, si nos hemos incorporado a su victoria.

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1999/04/41-42


30.

1. Lecturas de la Misa del día Ezequiel 37, 12-14 : al modo como Jesús salió del sepulcro, el pueblo saldrá de su exilio "Dice el Señor : yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío... Y cuando abra vuestros sepulcros... os infundiré mi espíritu y viviréis..."

Carta de San Pablo a los Romanos 8, 8-11 : el Espíritu de Jesús habita en los fieles. "Los que están sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.."

Evangelio según San Juan 11, 1-45 : narración de la resurrección de Lázaro. "Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo: Señor, tu amigo está enfermo. Jesús, al oírlo, dijo: esta enfermedad no acabará en la muerte sino que será para gloria de Dios.... Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo... Lázaro ha muerto... Tu hermano, Marta, resucitará... Lázaro, ven afuera.."

2. Cristo "agua viva", "luz del mundo", "resurrección y vida".

2.1. El contexto litúrgico-teológico de estos domingos de Cuaresma no ha ido llevando desde el pecado al arrepentimiento; de éste a la amistad y gracia ; de ésta a Cristo: agua viva y luz del mundo. Y hoy nos presenta al mismo Cristo como resurrección y vida. El panorama no puede ser más positivo y consolador.

2.2. En ese ámbito de "resurrección y vida", que anticipa en cierta forma la victoria del Señor que celebraremos en la Pascua, ocupa el primer plano de la escena litúrgica y bíblica la narración de la resurrección de Lázaro, por Jesús, su amigo. Pero no hay que despreciar otras insinuaciones bellísimas, como son la infusión de espíritu nuevo que Ezequiel anuncia y la vida en el Espíritu que predica Pablo a sus fieles de Roma. Tenemos, de ese modo, tres reflexiones sobre el cambio de mentalidad y vida que se debe operar en nuestras conciencias cristianas.

3. Infusión de espíritu nuevo en el hombre

3.1. La Sagrada Escritura es revelación amorosa de Dios al hombre para que éste conozca su voluntad creadora y re-creadora o salvífica. Por eso la Palabra es siempre mensaje de vida, de luz, de amistad, aunque a veces parezca que reviste otras tonalidades en el lenguaje.

3.2. Las manifestaciones de la Palabra en el profeta Ezequiel tienen, a su vez, toda la fuerza imaginativa de su poder creador literario: él ve cómo los huesos, vivificados, se yerguen y se reestructuran; cómo los corazones ingratos son bloques de piedra que, vivificados, se hacen blandos como la carne... Hoy nos lleva a contemplar al "pueblo elegido" como a cadáveres que, saliendo del sepulcro de la ingratitud o pecado, reciben del Señor el "espíritu de vida"...

3.3. Si nosotros queremos prolongar la imagen del profeta, podemos decir: así como Jesucristo, muerto por nuestros pecados, salió triunfante del sepulcro para vivir por siempre y darnos vida a quienes nos sepultemos con él, así el pueblo de Israel fue convocado por Yavé para que, cerrando el sepulcro del exilio y del pecado, volviera a la tierra de promisión y gracia.

3.4. Después de considerar esas imágenes impresionantes, sólo resta a cada cual preguntarse: ¿de qué sepulcro de pecado (injusticia, odio, egoísmo, opresión..) tengo que salir para encontrar a los hombres y a Cristo?

4. La vida según el Espíritu

4.1. En Pablo se prolonga la reflexión de Ezequiel, pero bajo otra imagen: la de quien vive según la carne (pecado) o según el Espíritu (gracia, amistad).

4.2. Vivir según la carne es estar sometidos a cualquier tipo de desorden moral en el modo de afrontar el sentido de la existencia: poniendo a los demás al servicio de uno mismo, llamando justicia al propio parecer o interés, asumiendo papeles o actitudes que destruyen la autonomía de los otros, convirtiendo en objeto de placer a quien merece respeto sumo, almacenando en graneros el pan que reclaman los hambrientos... Ese es el punto de partida del que es necesario huir para no verse cada cual víctima de sus miserias y generador de miserias para los demás.

4.3. En cambio, vivir según el Espíritu equivale a la búsqueda de orden moral en todas las dimensiones de la existencia: vivir en manos de Dios y alargando la mano al hermano, asumir su pequeñez de criatura y sentir la presencia del Creador, celebrar y agradecer la existencia con su dones y saber administrarla como don del Señor, trabajar cada día para ganar honradamente el pan y no malgastarlo mientras otros carecen de él ...

4.4. Quien vive según el Espíritu, en el espíritu de las bienaventuranzas, es el mejor preparado para confiar en el Señor que nos promete "vivificar nuestros cuerpos mortales, al final de la vida, por el mismo Espíritu", pues éste ya "habita" en quien le ama y se deja amar.

5. Vida, muerte y resurrección en Cristo

5.1. ¿En quién podemos poner nuestra confianza y esperanza para que ese mensaje de "vida eterna" que se nos ofrece en la "vida según el Espíritu" se haga realidad? Para los creyentes, la esperanza es Cristo, y la confianza hay que ponerla en él. ¿La ponemos realmente?

5.2. Veamos un ejemplo de confianza y de vida en esperanza: cómo era la confianza y esperanza de la familia de Lázaro en el Señor:

- Eran amigos: "Lázaro, tu amigo, está enfermo". Entre Jesús, Lázaro, Marta y María, hay amistad sincera, comunicación de vida íntima, vida según el Espíritu. También nosotros hemos de vivir en amistad. Jesús responde a la amistad: vamos a verle..., ha muerto.

- ¡Si hubieras estado aquí! : Marta cree en el poder de Jesús, y estima que su presencia ante el dolor y la muerte hubiera destruido ambas cosas. Esto es un canto a la fuerza del amor, a la amistad sincera que es más fuerte que la muerte... Pero Marta no ve más allá de sus propios ojos... Jesús siempre está presente en el Espíritu: cuando quiere, para sanar; habitualmente para enseñarnos a sobrellevar el dolor.

- Fe y vida : La mirada de fe se prolonga más allá del hoy caduco y doloroso. El conjunto de las obras de amor adquiere su plenitud en la eternidad de vida nueva. Por eso dice Jesús: Tu hermano resucitará . En ese punto está conforme y confiada Marta: Sí, acepto, ese es el destino final ... Nadie muere del todo...

- Autorrevelación de Jesús : Jesús ha esperado hasta este momento para decidirse a comunicar a Marta el mismo mensaje salvífico que ya le había manifestado a la Samaritana: "yo soy la resurrección...". Pero ahora lo hace de forma esplendorosa: Marta, Marta, tengo algo muy grande que revelarte : "Yo soy la resurrección y a la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?... Si, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.."

6. Conclusión Salir del sepulcro, regresar del exilio, dejarse guiar por el Espíritu, creer que Jesús es el Mesías, Salvador, Redentor..., es vivir en la luz de hijos de Dios.

DOMINICOS
Convento de San Gregorio
Valladolid


31.

1. "La mano del Señor se posó sobre mí, y el espíritu del Señor me llevó, dejándome en un valle todo lleno de huesos. Me hizo pasar por entre ellos en todas las direcciones. Eran muchísimos los que había en la explanada del valle; estaban calcinados". El Señor arrebata a Ezequiel a una gran vega donde hay amontonados millones de huesos humanos. Ante aquella desolación, le dijo: "Hijo de Adán, ¿piensas que esos huesos podrán revivir? Y me ordenó: Conjura así a esos huesos y diles: ¡Huesos calcinados, escuchad la palabra del Señor! Yo os voy a infundir espíritu para que reviváis. Yo, pronuncié el conjuro y mientras profetizaba resonó un trueno; luego hubo un terremoto y los huesos se ensamblaron hueso con hueso. Vi que habían prendido en ellos los tendones, que habían criado carne, y que tenían la piel tensa. Pero no tenían aliento".

2. Parece el relato de la creación del primer hombre: Parece que Ezequiel nos transporta a la contemplación del monigote de barro, aún sin vida, en los albor de la creación. Estos huesos son la entera casa de Israel, que no creen "que voy a reconstruirla y a vivir siempre con ella". "Ahí los tienes diciendo: ¡Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido; estamos perdidos!". Y el Profeta, obedece y conjura: "¡Ven, espíritu!". Y el espíritu penetró en aquellos huesos. Y los huesos se pusieron en pie. Eran muchísimos, "una cantidad inmensa". Y sigue diciendo el Señor: "Yo mismo abriré vuestros sepulcros" (Ezequiel 37,12). Como el sepulcro de Lázaro. Como nuestros propios sepulcros. Los de toda la humanidad.

3. "Estamos perdidos"....Ha ocurrido tantas veces...La miopía humana no alcanza a ver tan lejos...Acabo de leer un libro de José María Javierre. Se titula "Madre Coraje". Maravilloso, como todo lo de Javierre. ¡Un abrazo, José María! Relata la vida de Genoveva Torres Morales. Por cojita no la quisieron las Carmelitas de la Caridad. El fracaso será el éxito: La fundación de una congregación nueva: las Angélicas, que hoy veneran a su Fundadora como la Beata Genoveva Torres, serán el resultado de aquel doloroso rechazo. Nosotros decimos: Fracaso. Dios dice: ¡Es que no tenéis paciencia! Me confiaba un amigo que hace unos días encontró en su archivo una carta del Rector de su seminario, que. le había puesto entonces dificultades para su ordenación. Treinta y cinco años después el mismo rector solemne le escribe felicitándole por su madurez, espíritu y fecundidad. Somos cortos de vista todos. Pero, eso sí, han de pasar montones de años, y han de caer cadáveres en el camino y eso no lo resiste cualquiera, porque lo nuestro es querer resultados rápidos.

4. Por eso en Lázaro está presente toda la humanidad, amada tiernamente como Lázaro, por quien Jesús se emociona y llora, demostrando lo mucho que le quiere. La fuerza de la amistad de Jesús hacia Lázaro se revela de manera verdaderamente apasionante. Jesús, ante Lázaro muerto, va a realizar el signo fundamental de su misión: destruir la muerte con su propia muerte. Transformar la muerte en vida. "He venido para que vivan y estén llenos de vida" (Jn 10,10). Jesús se presenta como la vida que desafía a la muerte y la derrota en su propio terreno. La muerte ha hecho presa en un hombre muerto, Lázaro, y Jesús le roba la presa matando la muerte, que le había ya devorado. "Yo soy la Resurrección y la Vida" (Juan 11,25).

5. El hombre teme la muerte. Huye de la muerte. No sólo por ella, y por sus dolores y por la disolución progresiva del cuerpo sino por lo que ella significa de negación de la existencia, de separación a fondo, de fin de la vida. "El máximo tormento del hombre es el temor de la desaparición perpetua. La semilla de eternidad que en sí lleva, como es irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte" (GS 18). El hombre no quiere morir. Porque ha sido creado por Dios, no para morir, sino para vivir (Sal 117,17).

6. Dios, que es el autor de la vida, tampoco quiere la muerte. Pero esta vida, resurrección en el caso de los huesos vivificados y de Lázaro resucitado, no sólo tendrá lugar el último día, en la resurrección escatológica de que habla Marta, sino que tiene lugar ya, ahora, en el que tiene fe, en el que cree en Jesús. Sabemos que la intención del evangelio de Juan es proclamar paladinamente la divinidad de Jesús: "Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios" (1,1). "En él estaba la vida" (4)."A cuantos le recibieron les dio poder de ser hijos de Dios" (12).

7. En esa línea, Juan narra los signos, es decir, las obras milagrosas de Jesús: Primero utiliza elementos materiales: agua y vino, en las Bodas de Caná; después, en las carencias de la naturaleza humana: la enfermedad, curando enfermos; dando la vista a un ciego de nacimiento. Después, con la multiplicación de los panes y peces, saciando el hambre; y de las necesidades vitales pasa a la raíz de la misma vida y hoy resucita a Lázaro, que se la ha arrebatado la muerte. Jesús es Dios, Dios es la vida y Jesús da la vida terrena y la vida eterna, que es la participación de la misma vida de Dios. "Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo" (Jn 5,21). "Lázaro, nuestro amigo, duerme" Con la misma facilidad que una madre despierta a su niño pequeño, va a despertar de la muerte Jesús a su amigo querido. San Juan no sólo nos quiere decir que Jesús va a resucitar a Lázaro, sino, y esto es enorme, que los que creen en él están tan profundamente unidos a Jesús que ni la muerte los puede separar. "¿Quién nos separará del amor de Cristo?...Estoy seguro que ni la muerte ni la vida...podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8,35).

8. En el diálogo de Jesús con Marta se mezclan varios conceptos con diferentes acepciones. Marta achaca la muerte de su hermano, es decir, la pérdida de la vida terrena, a la ausencia de Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". Piensa que le hubiera curado. Jesús asegura que su hermano resucitará. Y se refiere a la resurrección anticipada del muerto por un milagro, que le devolverá la vida terrena que la muerte física le ha robado; que se convertirá en signo milagroso de la resurrección suya y la de toda la humanidad que crea en él y viva en él. Porque como Lázaro creía en Jesús, vivía la vida sobrenatural por su Palabra.

9. "Dijo Marta a Jesús: "Señor aun ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá". ¿Qué puede hacer ya Jesús por Lázaro, si está muerto? Pedir a Dios que lo resucite. Jesús ha presenciado actos de fe más perfectos y admirables que el de Marta, como el del centurión de Cafarnaum (Mt 8,5). Quiero decir que la fe de Marta no es total. Ella cree que la oración de Cristo presente le habría librado de la muerte; incluso cree en el poder de la oración de Jesús ante Dios; pero no cree que Jesús pueda resucitar a su hermano, y así, cuando Jesús le dice "Tu hermano resucitará", acepta creer que "resucitará en la resurrección del último día". El creyente tiene ya la vida eterna aquí. No necesita llegar a la hora de su muerte. Santa Teresa del Niño Jesús decía: "No tendré nada más en el cielo de lo que tengo ya. Sólo que ahora no lo veo, y entonces lo veré" Y esto sucede porque hemos recibido el Espíritu de vida y vivificante. Jesús no le ha preguntado a Marta, si entiende esto, sino si lo cree. "No se cree por razones, pero hay razones para creer" (Manaranche). La razón suprema es la palabra solemne de Jesús: "Yo soy la Resurrección y la Vida". Jesús quiere no sólo resucitar a su hermano sino también su fe vacilante. Marta, a pesar de la amistad y evangelización de Jesús, seguía con la teología judía: los muertos resucitarán en la resurrección del último día, pero no se le ocurría que Jesús es el agente de la resurrección. Jesús podía con su oración, si hubiera estado allí antes de que muriera Lázaro, librarlo de la muerte, pero no resucitarlo después de muerto. Jesús quiere que Marta crea que él es el que puede resucitar físicamente a su hermano, "como el Padre resucita a los muertos y les da vida". Es decir quiere que le confiese Dios, que vive en el Padre. Jesús va desarrollando su idea poco a poco, y en este momento va a hacer una revelación trascendental, teológicamente riquísima y humanamente superconsoladora: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá nunca" ¿Crees esto?". –Sí, Señor; yo creo que tu eres el Mesías, el Hijo de Dios". Por fin, la fe de Marta, está en la base del milagro, signo de la resurrección y vida eterna.

10. "¿Dónde lo habéis enterrado?"- Señor, ven a verlo". –"Quitad la losa". Y Marta, con sus dudas nebulosas: "Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días". Oye, Marta, ¿cómo va a resucitar tu hermano, y cómo va a salir del sepulcro, si no quitas la losa y lo abres? Es necesario que abrume el olor nauseabundo del cadáver que se descompone, para que el milagro sea más patente y la gloria de Dios más nítida y clara. ¿No te ha dicho Jesús que "si crees verás la gloria de Dios", derramando un mayor foco de luz sobre tu corazón y tu mente?. Ya sabemos que Marta es más activa que contemplativa y que nunca vio bien los silencios amorosos de su hermana María, la que había elegido la mejor parte. A Marta activa, ejecutiva, hacendosa, y racionalista, se le resiste lo que no sea agitarse, tocar, ver, realizaciones, obras, resultados. Jesús la ha tenido que educar y todavía se debate con una fe colgada de un hilo, hasta que no lo vea. En el fondo lo que creía Marta es que Jesús, movido por el amor que siente por Lázaro, quiere ver su cadáver por última vez. Y llega el momento impresionante, solemne, escalofriante: Jesús ora dando gracias, con los ojos levantados a su Padre. Y recogido y concentrado, majestuoso, con voz poderosa, resonante, imperativa, lanzó un gritó imponente: ¡Lázaro, sal fuera!. El muerto salió; llevaba los brazos y las piernas atados con vendas y la cara envuelta en un sudario. Era otro milagro. Que pudiera salir del sepulcro, pozo cavado en el suelo, atado de pies y manos.

10. Al rezar el Credo hoy atendamos especialmente al artículo: "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida". Para que el Señor nos resucite ya ahora y aquí basta con que escuchemos su voz: Reconciliaos con Dios. ¡Lázaro, sal del sepulcro del pecado, donde estás muerto con la muerte fría y amarga! Pidámoslo con la oración de Jesús Nerses Snorhalí: "Como Lázaro, tu amigo, yo, cadáver, fui puesto en la tumba, pues no hace cuatro días sino ya muchos años que mi alma muerta a causa del pecado yace en mi cuerpo. Haz resonar en mí tu voz celeste y déjame oír tu Palabra; desátame de los lazos infernales y sácame de mi morada tenebrosa" .Cuando sobre el que confiesa sus pecados el ministro de la reconciliación pronuncia la fórmula de la absolución: "Yo te absuelvo", es como si dijera: "Lázaro, sal fuera", perdonados te son tus pecados. Vive otra vez y camina. "Si el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales" (Romanos 8, 8).

11. Si nos dieran opción de ver y conocer más vidas...otras vidas...Conocemos la vida vegetal en un geranio florecido. La vida animal en un gorrión. La vida racional en un bebé que agita su manita saludándonos sonriendo, cuando pasa por el parque en el cochecito empujado por su mamá joven. ¿La vida eterna? No la podemos ver. La de los ángeles. La de los santos. La de Dios. Y, ¿si pudiéramos elegir? En el escaparate podemos contemplar los coches de marcas diversas: Seat, Ford, Peugeot, Mercedes, Packart, Porsche... ¿Cuál elegimos? La vida mejor que conocemos es la nuestra humana: Poder ver. Poder reír. Poder pensar. Poder amar. Todo muy bello, grandioso, pero, se debilita, caduca, fenece... Pero, no termina...sigue no unos años de plus, toda la eternidad, sin fin... Ese es el don de Dios por Jesucristo, que tenemos posibilidad no sólo de conseguir, sino de acrecentar. Desgraciadamente creo que se piensa poco y se habla escasamente de esta posibilidad, razón por la cual se fomenta poco la ambición santa de aquilatarla. Hablemos claro: Todos deseamos conseguir el máximo confort para esta vida terrena de que gozamos: el puesto más elevado en el escalafón, la mayor plenitud de nuestra salud, la ampliación de nuestras relaciones, influencias y amistades, la realización de todo el cúmulo de nuestras posibilidades y capacidades. Y sabemos que es para pocos años, por largos que sean. Curiosamente, para la vida eterna somos muy modestos: nos conformamos con alcanzarla, con salvarnos, con ir al cielo. Y es de fe que en la vida eterna hay muchos grados: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas" (Jn 14,2). "Hay diferencia entre el resplandor del sol, el de la luna y el de las estrellas; y tampoco las estrellas brillan todas lo mismo. Igual pasa en la resurrección de los muertos", dice San Pablo en la 1 Carta a los Corintios, 15,41. Y ha dicho antes: "El que planta y el que riega hacen uno, aunque el salario que cobre cada uno dependerá de lo que haya trabajado" ((Ib 3,8). Y citando los Proverbios dirá en la 2ª Corintios: "A siembra mezquina, cosecha mezquina; a siembra generosa, cosecha generosa" (9,6). Y San Juan en el Apocalipsis: "Voy a llegar en seguida, llevando mi salario para pagar a cada uno conforme a la calidad de su trabajo" (22,12). Resucitados en la patria, todos veremos a Dios, pero con diferente intensidad y distinta extensión. En un concierto musical, rebosante el auditorium, suena la música. Cada oyente, escuchando lo mismo, goza de distinta manera, dependiendo de su sensibilidad. Sensibilidad de caridad que ahora tenemos la oportunidad de agudizar, enraizar y aquilatar, porque "a la hora de la tarde se nos examinará en el amor". Ni de cargos ni de honores, "de caridad, que es la plenitud del amor" (Rm 13,10). Santa Teresa quería pasar los mayores trabajos del mundo con tal de acrecentar un tantico más su gloria.

12. Al "redimir el Señor a Israel de todos sus delitos", con su copiosa redención, le está resucitando a la vida de Dios, que es la vida verdadera y que no tendrá fin, porque es la participación de su misma vida, por Jesucristo, de quien aguardamos la salvación, como el centinela que anhela que llegue la aurora, y amanezca el primer rayo de luz que disipe las tinieblas de la noche oscura (Salmo 129).

13. El creador de la muerte, busca la muerte. Agazapado y a traición se nos infiltra y va despojándonos de fuerza para llevarnos por el camino de la muerte, que nos separa de Cristo. No nos dejemos engañar por el padre de la mentira, que actúa por odio y envidia de los llamados y amados.

14. Hoy todo proclama la vida, cuando estamos a punto de celebrar la muerte de Cristo. Porque esa vida nos viene por esta muerte suya. Te adoramos Cristo y te bendecimos porque por tu santa muerte y resurrección redimiste al mundo.

16. Vamos a hacer memoria viva de esa muerte y de esa resurrección, que se actúan hoy sobre el altar para la salvación del mundo.

J. MARTI BALLESTER


32.

REFLEXIÓN EL TEXTO Toda la narración del Evangelio tiene la estructura de un signo, con el cual Jesús quiere dar testimonio de la salvación que él ha venido a traer. Analicemos las actitudes de Jesús y el ciego. Por un lado Jesús se acerca al ciego, realiza un acto bastante extraño (hacer lodo y ponérselo en los ojos) y le pide que se vaya a “lavar” a la piscina de Siloé. Dos interpretaciones se le han dado a este hecho: san Ireneo habla que el lodo que hace Jesús representa la “arcilla” con la que Dios creó al hombre, de tal manera que Jesús estaría “recreando” al hombre nuevo, al hombre salvado por su presencia. San Agustín, nos dice que el agua de Siloé es el agua del bautismo, que habría introducido al ciego a la nueva vida de la fe. Jesús se muestra en estas dos interpretaciones como el salvador, que ha venido a traer plenitud a la creación. Por otro lado, está el ciego, vemos a lo largo del texto que el ciego va a ir avanzando en su confesión de Dios: al preguntársele por primera vez, ¿quién lo había sanado? Él responde: “el hombre que se llama Jesús”. Después ante los escribas y fariseos, el ex-ciego proclamará: “es un profeta”. Posteriormente al encontrarse con Jesús, el ciego se referirá a Jesús como: “Señor”. Y por último, vuelve Jesús a escena para preguntarle, ¿crees tu en el Hijo del hombre? A lo que el ciego responderá: “creo, Señor”. ¡Vaya camino de salvación que vivió este ciego! Lo que nosotros vivimos en años de vida, el ciego lo experimentó en uno o dos días. Él supo reconocer no sólo que ya podía ver, sino que quien le había permitido tener la vista era su Salvador. Esta confesión, por más obvia que nos parezca, no lo es, pues quienes convivían con este ciego confesaron exactamente lo opuesto: que Jesús era un pecador.

ACTUALIDAD Muchas veces hemos visto que ante un mismo hecho existen dos o más interpretaciones. Tal como sucedió con el ciego y los fariseos, nosotros también podemos reconocer la presencia de Dios o rechazarla. Pensemos en una crisis económica familiar, en una enfermedad terminal, en la muerte de un familiar o en alguna tragedia personal. ¿Cuántas veces estos hechos han servido para alejar a más de uno de la presencia y el amor de Dios? Escuchamos reclamos, enojos, críticas a la manera de proceder de Dios y al final la ruptura de la relación de fe. Sin embargo, ante estos mismos sucesos, nos hemos encontrado con personas que habiendo tenido una relación tibia con Dios, pasan a vivir una relación intensa de presencia del amor de Dios, de confianza absoluta, de una esperanza que hasta a ellos mismos los sorprende. Esto fue lo que vivió el ciego de nacimiento. Él vivía como rechazado de Dios, condenado a la ceguera por el pecado de sus parientes; sin embargo, Jesús se vale de esta condición para irlo acercando al amor de Dios, de tal manera que el gran milagro no fue la curación física (pues cuando murió sus ojos no volvieron a ver más), sino la relación de amor en la que fue introducido el ciego que jamás terminaría. Esta es la salvación que Jesús quiere ofrecernos. Una salvación que vence cualquiera obstáculo, ya sea una enfermedad física o del corazón, ya sea una crisis personal o familiar; Jesús está para abrazarnos, amarnos y abrirnos los ojos a la verdadera luz, la luz del amor que todo lo puede en aquel que nos ha amado primero.

PROPÓSITO Estamos en cuaresma, tiempo de purificación, pero también tiempo de claridad y de luz. Las tinieblas del pecado no se vencen con más oscuridad, ni con corazones “apachurrados”. Las tinieblas del corazón sólo se vencen con la luz. Por eso esta semana podemos seguir el consejo de san Pablo: “Vivan, por lo tanto, como hijos de la luz”.

Héctor M. Pérez V., Pbro.


33.

1. Nexo entre las lecturas

La victoria de la vida sobre la muerte es el centro de atención de este último domingo de cuaresma. Esta victoria tendrá lugar sólo en el misterio pascual de Cristo: pasión, muerte y resurrección, pero en esta liturgia se prefigura ya en la visión del profeta Ezequías de los huesos muertos que recobran vida (1L) y, sobre todo, en la resurrección de Lázaro (EV), el amigo de Jesús. El tema de fondo es de gran interés: la muerte es y ha sido siempre un gran enigma para el género humano. Podemos decir que después de los evangelios de cuaresma de la samaritana, del ciego de nacimiento, éste último de Lázaro promueve la esperanza del hombre pecador a una altura inimaginable. Aunque uno esté muerto por sus pecados y sus culpas, es más grande el poder del Señor que lo salvará.


2. Mensaje doctrinal

1. La Resurrección de Lázaro y la pasión de Jesús. La liturgia de este día nos prepara de modo inmediato para vivir la pasión de N.S. Jesucristo. Jesús aparece en el evangelio de la resurrección de Lázaro como aquel que tiene poder sobre la muerte. Él es verdaderamente la resurrección y la vida y lo demuestra con los hechos. Se cumplen así las palabras del mismo Juan en otra parte de su evangelio: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). El Señor es amigo de la vida y no se complace en la muerte de los vivientes. Aquello que para el hombre resulta imposible, como el dar vida a unos huesos áridos o resucitar a un muerto, es posible para Dios, porque para Él nada es imposible. La resurrección de Lázaro es el último milagro que Jesús cumple antes de su Pasión. Es la conclusión de todos los "signos" que coloca San Juan en una especie de "crescendo". Para que el hombre pueda tener vida, para que sea derrotado el "ultimo enemigo, la muerte" (Cfr 1 Cor 15,26), es preciso que el Cristo ofrezca su vida, sufra su pasión, muera y resucite. Jesús que está caminando con decisión hacia Jerusalén para cumplir con su misión, parece que quiere mirar la muerte anticipadamente aquí en Betania y anunciar su derrota definitiva. Cristo ofrece aquí ya un signo y una prenda de la resurrección del último día al devolver la vida a Lázaro. Anuncia así su propia resurrección que, sin embargo, será de otro orden

2. El amor de Jesús. En la escena de Betania llama poderosamente la atención la frecuencia con la que el evangelista muestra a Jesús conmovido. Se le anuncia en frase concisa y bella que "el que ama está enfermo". Se dice que Jesús amaba a Lázaro y a sus hermanas. Al ver llorar a María y a los que la acompañaban Jesús se turba, solloza, se siente conmovido. Más tarde Jesús se echa a llorar y, nuevamente, ante la tumba muestra su pesar. Se revela así de un modo sencillo la enorme compasión del Señor, su rica sensibilidad, su humanidad. Él es verdadero Dios y verdadero hombre que comparte solidariamente la suerte de los mortales. Él es el buen samaritano que al ver la desgracia del transeúnte se mueve a compasión, Él es el buen pastor que da la vida por sus ovejas. Dios y hombre, perfecto en su humanidad y perfecto en su divinidad. En él comprendemos que Dios es amor. Con acierto se dice que el pasaje de la resurrección de Lázaro es un compendio de la Cristología, un evento fundamental de la revelación de Jesús. Ecce homo: he aquí el hombre perfecto en su humanidad. Ecce Deus: he aquí Dios Señor de la vida y de la historia.

2. Creer en Jesús es ya vencer la muerte. El pasaje de la resurrección de Lázaro muestra, no sólo el poder de Cristo sobre la muerte, sino que subraya algo más: el creyente está de tal manera unido a Jesús que ni siquiera la muerte lo podrá separar,en otras palabras, el creyente no morirá para siempre. Esta enseñanza se manifiesta en la conversación entre Marta y Jesús. El resultado de la fe, según este diálogo, es la posesión de la vida eterna: "el que cree en mí no morirá para siempre". Una posesión que inicia ya en el momento presente. No es necesario esperar al "último día" para poseer ya en prenda la vida eterna. Santo Tomás comenta: La fe es una virtud propia del espíritu con la cual comienza en nosotros la vida eterna" (S.Th II-II c.14,1c). Si toda imaginación nada resuelve ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la divina Revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz, más allá de los límites de las miserias de esta vida (Cfr. Gaudium et spes 18).


3. Sugerencias Pastorales

1. El que amas está enfermo. Aquello que más consuela a la persona humana es el sentirse amada, sentirse eternamente amada, y por eso, es preciso que el hombre vuelva su mirada a Cristo, revelador del amor del Padre. El paso del tiempo va dejando sus huellas en la vida del hombre en su espíritu y en su cuerpo: a la infancia sucede la juventud y a ésta la edad madura y la vejez. Nuestro cuerpo sufre el deterioro ocasionado por el tiempo. La sensación de encaminarse hacia el atardecer de la vida está presente en la vida del hombre. Es preciso, por tanto, volver a estas palabras del evangelio: "El que amas está enfermo". En medio de la enfermedad y del dolor y de lo inevitable de la muerte hay "alguien" con mayúscula que me ama con amor infinito. La persona que atraviesa por la prueba de la enfermedad puede sentir la seguridad de que Cristo la ama y la acompaña en este trance de su vida. José María Rilke lo expresó de una forma poética:

Caen las hojas
Caen como de lejos
Caen como si se marchitasen lejanos jardines en los cielos.
Caen con ademanes que parece que todo lo niegan....
Todos nosotros caemos...

Y sin embargo, hay uno que -con infinito cuidado-
sostiene ese caer en sus manos.

En nuestras parroquias hay muchos enfermos que necesitan del amor de Dios. Renovemos nuestro espíritu auténticamente cristiano para salir a su encuentro. No podemos sentirnos indiferentes ante ellos. Promovamos entre nuestros fieles una nueva sensibilidad por el que sufre, por el anciano abandonado, por el enfermo que no puede sanar, pero que puede ser "curado", es decir, cuidado y amado. Ellos, los enfermos ,son "otros Cristos", son "los amigos del Señor" que esperan nuestra visita.

2. El Señor está aquí y te llama. Dios llama al hombre a una altísima vocación: participar de la vida divina. Esta vocación se actúa en cada uno de modo particular. Por eso, no debemos de cansarnos de lanzar las redes para la pesca. El Señor llama a los hombres a su amistad: a unos los llamará a la consagración total en el sacerdocio o en la vida consagrada, a otros los llamará a la increíble vocación familiar, a otros los llamará a una vocación de total servicio de los demás, pero a todos los llama a participar de su amor. Nosotros debemos ser los pregoneros de la llamada de Dios, debemos hacer cuanto esté en nuestra mano para promover el surgimiento de la vocación divina, especialmente la consagrada, por la necesidad de los tiempos actuales. No nos asuste la aparente indiferencia actual. El mundo sigue necesitando de Dios y de pregoneros de su amor. Es muy interesante aquel diálogo del Cura de Ars con el Señor:

Señor, ¿por qué me enviaste al mundo?
Para salvarte, respondió el Señor.
Y, ¿por qué quieres que me salve?
Porque te amo.

Aquí está el secreto de toda vocación: "porque te amo".

Padre Caesar Atuire


34.

EL TEXTO ¡Vaya manera de terminar nuestra preparación para la Pascua! Todo lo que hemos reflexionado sobre Jesús: su victoria sobre las tentaciones, su calidad de Hijo de Dios en la transfiguración, su proclamación como luz y agua que dan vida; todo esto no tendría sentido, si Jesús no hubiera vencido la muerte. Si reflexionamos un momento nos podemos dar cuenta que toda teoría o práctica religiosa que busque liberar al hombre, toda disciplina psíquica, física o espiritual, todo intento del hombre por liberar al hombre de sus ataduras se enfrenta con la realidad infranqueable de la muerte. Por eso es tan importante la proclamación que Jesús hace este domingo frente a sus seguidores y perseguidores: “yo soy la resurrección y la vida”. En realidad Jesús no está pidiendo que creamos en la resurrección como una idea más del hombre por franquear la muerte, más bien, Jesús está pidiendo que creamos que Él mismo es la resurrección y la vida.

Era creencia judía que el alma de un muerto permanecía tres días “rondando” alrededor del cuerpo, pero que al cuarto día se alejaba definitivamente. Pues bien, aunque otras veces había resucitado a personas que parecía ya habían muerto, ahora no quería dejar duda de que Lázaro había muerto, y por eso tarda unos días para ir con Marta y María. Jesús había proclamado ante Marta su verdad más grande, “Él era la misma vida”. Ahora con sus Palabras se disponía a probarlo, resucitando a Lázaro. No podemos creer que Jesús resucitó a Lázaro porque lo extrañaba mucho, ni porque se conmovió ante el sufrimiento de los demás; pues Lázaro de todos modos murió años más adelante. Definitivamente tenemos que comprender que este milagro es una proclamación “a voz en cuello” de que Jesús ha vencido la muerte pues Él es la misma Vida. De esta manera, la muerte no tiene la última palabra para quienes han creído en Jesús; bien lo dice san Pablo en la segunda lectura: “si Cristo vive en ustedes, aunque su cuerpo siga sujeto a la muerte a causa del pecado, su espíritu vive a causa de la actividad salvadora de Dios”.

ACTUALIDAD La resurrección es un hecho que experimentaremos en un tiempo tan lejano que parecería no afectarnos en la vida diaria donde tenemos tantas otras cosas de qué preocuparnos. Sin embargo, la fe en Cristo resucitado, no es un hecho del futuro, es una realidad presente que debería de afectar nuestro diario vivir. Intentemos pensar en nuestra familia: ¿cuántas veces no le habremos dicho a Jesús: “si me hubieras iluminado, no habría hecho tal o cual cosa”? ¿Cuántos de nosotros no pensamos que nuestra relación con nuestro hermano o nuestro padre está muerta? Que ya tienen “más de cuatro días” al grado que parece más viable volver a nacer que restablecer la relación. En esa familia hoy se hace presente Jesús y les pregunta: “¿Creen ustedes que yo soy la resurrección y la vida?”. ¿Creen que Jesús realmente nos da esa nueva vida que vence a la muerte y al pecado? Sólo falta que todos nos acerquemos a Jesús con esa fe de Marta, “creo Señor”. Así, nuestra fe en Jesús nos lleva a vivirnos intensamente desde la vida que Él nos ha dado. Desde la fe que mueve montañas, que resucita muertos y transforma el odio en perdón. Escuchemos a Jesús que nos habla y nos dice: “Lázaro, Pedro, Juan, María, Marta... sal de ahí”. Sal de ese pecado que no has podido vencer, de esa situación de adulterio, de tu constante crítica, de tu ceguera ante la necesidad de tu prójimo, de tu egoísmo, de tu avaricia, de tu indiferencia o de tu odio. Salgamos a la vida, a encontrarnos con el resucitado, con aquel que verdaderamente nos da un sentido en nuestras vidas sin engaños ni medias verdades.

PROPÓSITO Falta una semana para comenzar la Semana Santa, ¿qué relación, qué situación, qué pecado quiero presentar ante el Señor para que lo transforme como transformó la vida de Lázaro? Hagamos el propósito de reconocer esa situación para que la próxima semana la podamos presentar humildemente ante el Señor.

Héctor M. Pérez V., Pbro.


35. 2002 COMENTARIO 1

LA MUERTE ES SUEÑO

La bolsa o la vida. Son los dos grandes miedos del hom­bre de todos los tiempos: el miedo a perder la bolsa y el mie­do a perder la vida. El miedo a la miseria y el miedo a la muer­te. El temor a estas dos realidades puede llegar a conseguir que nos hagamos esclavos de quien nos amenace con ellas. Jesús nos libera de ambos miedos. Del miedo a la miseria, invitán­donos a construir un mundo en el que reine la justicia de Dios, y del miedo a la muerte, el último de nuestros enemigos, di­ciéndonos que, no la vida, la muerte es sueño.


EL MIEDO

¿Quién no ha tenido miedo alguna vez? Este sentimiento lo experimentamos todos los seres humanos, en todas partes, en todos los tiempos. Por eso muchos usan el miedo para do­minar a los hombres: al votante, en vez de informarle para que pueda votar sabiendo lo que hace, se le mete el miedo en el cuerpo para que, asustado, no arriesgue demasiado al elegir (¿verdad que recuerdan todavía el referéndum contra- acer­ca de-en favor de la OTAN que nos montaron?); al traba­jador para que acepte condiciones injustas de trabajo (sueldos bajos, sin seguro, horas extraordinarias...), y para que rompa la solidaridad con los suyos se le atemoriza con el paro; al es­tudiante, con el suspenso; al niño, con la oscuridad; al rico -al que lo es o al que busca serlo-, con la miseria..., y a todos, pero especialmente a quienes están dispuestos a luchar para construir un mundo más justo -y ésta es el arma más usada por los sistemas opresores-, se nos amenaza con la muerte, la única desgracia verdaderamente irreparable.


EL ULTIMO ENEMIGO

El hombre no quiere sufrir e intenta evitar, como sea, el dolor, la desgracia y la destrucción de su persona. Por eso el miedo, hábilmente manejado por quienes pueden provocar aquello que el hombre teme, hace dóciles a los hombres y los convierte en esclavos. Pero ¿no es ya sufrimiento, desgracia y destrucción de la persona humana el miedo mismo y la escla­vitud a que el miedo lleva?

Dios, que no quiere que el hombre sufra (¿nos convence­remos alguna vez de que a Dios no le agrada que los hombres sufran?), nos envió a su Hijo para librarnos de todas nuestras esclavitudes, y nos ofrece por medio de él su propia vida, que nos hará superar la misma muerte -«el último enemigo», en palabras del apóstol Pablo (1 Cor 15,26) y, por tanto, el miedo a ella.


YA NO HAY RAZON PARA EL MIEDO

«Había un cierto enfermo, Lázaro, que era de Betania, de la aldea de María y de Marta su hermana... Las hermanas le enviaron recado:

-Señor, mira, que tu amigo está enfermo.

Se quedó dos días en el lugar donde estaba. Luego dijo a los dis­cípulos:

-Vamos otra vez a Judea.

Los discípulos le dijeron:

Maestro, hace nada querían apedrearte los judíos, y ¿vas a ir otra vez allí?»


Los discípulos de Jesús tenían miedo a la muerte y no se atrevían a ir a visitar a un miembro de una comunidad de se­guidores de Jesús que estaba enfermo, porque estaba en terri­torio hostil. El miedo, el miedo a la muerte, les impedía la práctica del amor y la solidaridad.

Jesús va a aprovechar la ocasión de esa enfermedad para mostrar a sus discípulos cuál es la calidad de la vida que él les está ofreciendo: una vida que vence a la muerte: «Esta enfer­medad no es para muerte, sino para la gloria de Dios; así se manifestará por ella la gloria del Hijo de Dios».

Las doctrinas fariseas hablaban ya de la resurrección de los muertos, y los discípulos de Jesús, como Marta y María, compartían esa esperanza. Pero la esperanza en una vida que, después de perdida, se recupera al final de los tiempos -¡que vaya usted a saber cuándo llegará!- casi nunca ha consola­do de veras a nadie: es dejarlo para muy tarde.

Marta y María sentían la ausencia de Lázaro, ausencia que creían definitiva, pues aunque habían dado su adhesión a Je­sús, todavía no comprendían cuál era la calidad de la vida que Jesús les había hecho compartir. Y seguían pensando que sólo un milagro podía devolverles a su hermano. Jesús, que tam­bién sufre por la muerte física de su amigo, les muestra a ellas y a todos los allí presentes (la mayoría partidarios de quienes habían intentado ya matar a Jesús) que Lázaro, el muerto, está vivo y que su muerte física sólo era una apariencia de muerte.


«YO SOY LA RESURRECCION Y LA VIDA»

«Dijo Marta a Jesús:

-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano... Jesús le dijo:

-Tu hermano resucitará.

Respondió Marta:

-Ya sé que resucitará en la resurrección del ultimo día.

Le dijo Jesús:

-Yo soy la resurrección y la vida; el que me presta su adhesión, aunque muera, vivirá, pues todo el que vive y me presta adhesión, no morirá nunca. ¿Crees esto?»


La Buena Noticia que nos da Jesús es que la vida no se pierde y que, por tanto, no hay que esperar para recuperarla a la resurrección de los últimos tiempos, porque él es ya la resurrección y la vida. Y a todos los que le den su adhesión, esto es, a todos los que se pongan de su parte, los hará partí­cipes de esa vida, ya resucitada, que es la vida del mismo Dios y que, por tanto, es indestructible. Vida que él ofrece a cada hombre y que, una vez aceptada y recibida, convierte la vida humana en vida definitiva.

En el evangelio de Juan a Lázaro se le sigue llamando «el muerto» (12,1), pero todos saben ya que está vivo y que está con ellos. Y es que Jesús no va a eliminar el hecho de la muer­te física. Pero va a mostrar una realidad que cambiará radical­mente la experiencia del hombre ante este hecho ineludible. La realidad que Jesús descubre es que la muerte no es inven­cible, puesto que todo el que dé su adhesión a Jesús y practi­que el amor y la solidaridad según su estilo, todo el que esté dispuesto a jugarse la vida para que en este mundo se implante la justicia de Dios, aunque muera, no morirá.

¿Un acertijo? ¿Una paradoja?

No. Es sólo que el amor es más fuerte que la muerte (Cant 8,6).


36. COMENTARIO 2

vv. 1-17. Lázaro y sus hermanas representan una comunidad de discí­pulos. Son de Betania, lugar figurado de la comunidad de Jesús (1,28; 10,40). La enfermedad de Lázaro representa la amenaza de la muerte fí­sica, de la cual no está exento el discípulo.

Es María la que ungirá a Jesús (12,1-3) (2). No hay petición explí­cita (3), sólo información: confianza en el amor de Jesús. Afecto y amistad, vínculo de Jesús con los suyos (tu amigo). La enfermedad de un discípulo no tiene por término la muerte (4), pues la vida comuni­cada con el Espíritu es definitiva; al ser percibida manifestará la glo­ria/amor de Dios y la de su Hijo (cf. 2,11), que es su presencia entre los hombres. Se insiste sobre el amor de Jesús (5). Sin embargo, él se retrasa deliberadamente, dejando que Lázaro muera. No es misión suya liberar al hombre de la muerte física, sino dar a ésta un nuevo sentido.

Judea (7) evoca la oposición a Jesús (4,1-3.47.54; 7,1; 10,22-39). Los discípulos tienen miedo por él (10,31.39) (8); para ellos, su muerte sería el final de todo y ha de ser evitada. Jesús responde a ese miedo (9-10); doce horas de día, duración de su actividad (el día sexto, cf. 2,1), que va a terminar con la resurrección de Lázaro y la decisión de matar a Jesús por parte de las autoridades; la luz, la posibilidad de trabajar; la noche, la cesación de su actividad. Para los discípulos, Jesús será la luz (8,12; 9,5) que les permita trabajar sin miedo.

Quitados los motivos de temor, expone la razón para ir a Judea (11). Lenguaje ambiguo (se ha dormido), aunque conocido (1 Cor 7,39; 11,30; 15,6.18; 1 Tes 4,13); no es un mero eufemismo, porque la muerte no es definitiva. Como “hermano” (1.2), amigo era un modo de llamarse los cristianos en las comunidades joaneas (3 Jn 15). Jesús no puede abandonar al amigo. Los discípulos, en su temor, encuentran pretexto para disuadirlo de su propósito (12-13). Para ellos, salvarse significa evitar la muerte física; para Jesús, tener una vida que supera la muerte (3,16). No han comprendido la calidad de vida que comunica Jesús, siguen aferrados a la antigua concepción de la muerte. Jesús les aclara el sentido de sus palabras (14-15); no han alcanzado una fe plena. La resurrección de Lázaro, que anticipa la de Jesús, va a mostrarles el entero fundamento de la fe: percibirán todo el alcance del amor de Dios, viendo que la vida vence la muerte.

La traducción del nombre de Tomás (16) muestra la importancia de su significado. Éste se deduce de la frase de Tomás, que está dispuesto a morir “con Jesús” (no como Pedro, que estará dispuesto a morir “por Jesús”, 13,37); el que está dispuesto a seguir a Jesús hasta la muerte es el doble (mellizo) de Jesús. Tomás piensa que la muerte es inminente y, además, su horizonte acaba en ella. Llega al máximo de la adhesión dentro de la perspectiva humana, y ahí se detendrá (cf. 20,25) hasta que palpe la victoria de la vida sobre la muerte (20,27ss).

Se pensaba que la muerte era definitiva a partir del tercer día. Cuando llega Jesús, nadie puede dudar de que Lázaro está muerto (17). Pero además, la cifra cuatro indica la totalidad del tiempo; el sepulcro, la ausencia de vida (por eso Jesús sacará a Lázaro del sepulcro). Éste ha sido el destino de la humanidad desde el principio. La muerte de Lá­zaro ha sido asimilada por los suyos a la muerte de siempre, sin espe­ranza.


vv. 18-27. Betania es el lugar figurado de la comunidad de Jesús y se ha colocado hasta ahora más allá del Jordán (1,28; 10,40); esta otra Betania, sin embargo, está muy cerca de Jerusalén (18); la comunidad re­presentada por los tres hermanos se encuentra dentro del territorio de Israel, es decir, aunque ha dado la adhesión a Jesús, no ha roto con la institución y modo de pensar judíos; de ahí nacen las falsas concep­ciones sobre la muerte y la resurrección y sobre la obra el Mesías.

Los judíos presentes en Betania (19) pertenecen a la institución ene­miga de Jesús; sin embargo, dan muestras de amistad a esta comunidad de discípulos; no han visto en ellos una ruptura semejante a la de su Maestro.

El movimiento de Marta, cuyas creencias representan a las de la co­munidad, responde al acercamiento de Jesús (20) que llega, aunque él no entra en la casa donde se expresa la solidaridad con la muerte. La frase de Marta (21) insinúa un reproche; ella cree que la muerte de su hermano ha interrumpido su vida. Esperaba una curación, sin darse cuenta de que la vida que Jesús les ha comunicado ha curado ya el mal radical del hombre: su esclavitud a la muerte. Primera de las cosas que sabe Marta (22; cf. 24), ambas por debajo del nivel de fe propio del dis­cípulo: ve en Jesús un mediador infalible ante Dios, no comprende que Jesús y el Padre son uno (10,30) y que las obras de Jesús son las del Pa­dre (10, 32.37). Espera una intervención taumatúrgica de Jesús, como la del profeta Eliseo (2 Re 4,8ss).

Jesús responde restituyendo la esperanza (23): la muerte de Lázaro no es definitiva; no atribuye la resurrección a una nueva acción suya personal, pues significa la persistencia de la vida comunicada con el Es­píritu que efundirá en su muerte (6,39s). Marta interpreta las palabras de Jesús según la creencia farisea (24). Las palabras de Marta delatan una decepción (ya sé); ha oído lo mismo muchas veces. Para ella, como para los judíos, el último día está lejos; no comprende la novedad de Jesús.

Jesús no viene a suprimir o retrasar indefinidamente la muerte física, sino a comunicar la vida que él mismo posee y de la que dispone (5,26), su mismo Espíritu. En la frase de Jesús (25: yo soy la resurrección y la vida) el primer término depende del segundo: es la resurrección por ser la vida (14,6). La vida que él comunica, al encontrarse con la muerte, la supera; a esto se llama resurrección; no está relegada a un futuro, por­que Jesús, que es la vida, está presente.

Para que la realidad de vida invencible que es Jesús llegue al hombre se requiere la adhesión, a la que él responde con el don del Espíritu, nuevo nacimiento a una vida nueva y permanente (3,3s; cf. 5,24). Ex­pone Jesús (26) el principio que funda la afirmación anterior (cf. 8,51): para el discípulo, la muerte física no tiene realidad de muerte: la muerte, de hecho, no existe. Esta es la fe que Jesús espera de Marta (¿Crees esto?). Marta responde con la perfecta profesión de fe cristiana (20,31); ya no es el Profeta (6,14), sino el Hijo de Dios, igual al Padre.


vv. 28-38a. El recado a María en voz baja (28) delata la hostilidad que reinaba contra Jesús en los ambientes judíos. El Maestro, de cuyos la­bios va a oír María lo mismo que Marta. María, que representa a la co­munidad apenada por la muerte, reconoce la llamada de Jesús (10,3s) (29-30). Los visitantes interpretan su salida como un nuevo impulso de dolor, como si el sepulcro la llamase (31); lo único que conciben es el llanto. Sin esperárselo, van a encontrarse con Jesús.

El dolor de María es más expresivo que el de Marta (32: se le echó a los pies). Palabras casi idénticas a las de su hermana: nuevo reproche implícito. La repetición subraya no ser misión de Jesús preservar a los suyos de la muerte natural. Jesús no le responde; el dolor de esta muerte no puede encontrar más consuelo que la vida misma.

María y los visitantes lloran desconsolados, por la inevitabilidad y definitividad de una muerte sin esperanza. Jesús se reprime; no quiere participar en esta clase de dolor. Diferencia entre el dolor desesperan­zado de María, igual al de los judíos que no creen en Jesús, y el dolor sereno de Jesús mismo (35). Jesús va al sepulcro (38a) para manifestar la gloria/amor de Dios, que salva al hombre de una muerte irreparable.


vv. 38b-46. Sepulcro-cueva (38b), de los patriarcas (Gn 49,29-32; 50,13), ligado a los orígenes del pueblo. Es el antiguo sepulcro, el de la muerte, donde todos han sido puestos, en oposición al sepulcro nuevo de Jesús, el de la vida, donde nadie había sido puesto todavía (19,41). Lázaro ha sido enterrado a la manera y según la concepción judía, «para reunirse con sus padres» (Gn 15,15). La losa, que cierra el paso, simboliza la definitividad de la muerte.

Jesús pide a la comunidad que se despoje de esa creencia (Quitad la losa) (39) que relega la resurrección al final de los tiempos, separando a los vivos de los muertos. Marta no ve diferencia entre la muerte de un discípulo y la que ha sufrido la humanidad desde siempre (cuatro días, cf. 11,17). Su fe (11,27) vacila ante la cruda realidad (ya huele mal). Jesús le reprocha su incredulidad (40); la vida que vence la muerte ma­nifiesta la gloria/amor de Dios. Ante el reproche, la comunidad se de­cide a dejar su idea de la muerte (41: quitaron la losa).

El gesto de Jesús (41: levantó los ojos) muestra su comunicación con la esfera de Dios. Jesús no ora ni pide nada al Padre, le da gracias, por­que el Padre se lo ha dado todo (3,35). Tiene conciencia permanente (siempre) de su relación con el Padre (42). El agradecimiento, expresión del amor. La fe de los presentes será efecto de la manifestación. Con su orden (43), saca a Lázaro del lugar de la muerte, que no le corresponde, pues el creyente sigue viviendo (11,25; 19,41). Como el hedor (39), también las vendas y el sudario (44) subrayan la realidad de la muerte física. Las piernas y los brazos atados muestran al hombre incapaz de movimiento y actividad. Paradoja: el que sale está muerto, pero sale él mismo, porque está vivo. La exhortación a quitarle las vendas invita a la comunidad a traducir en la práctica la nueva convicción de que el discí­pulo no está sometido al poder de la muerte.

Jesús no devuelve a Lázaro a la comunidad, lo deja marcharse, pero ya libre. El camino de Lázaro lleva al Padre, con quien está vivo. La narración escenifica el cambio de mentalidad frente a la muerte que Jesús les pide; son ellos los que lo han atado y a ellos les toca desatarlo. Como la losa encerraba al muerto en el pasado, en el sepulcro de Abra­hán, las vendas le impedían llegar a la casa del Padre. Se describe dra­máticamente la concepción judía del destino del hombre, que impedía a la comunidad comprender el amor de Dios manifestado en Jesús. No es que Lázaro tenga aún que irse con el Padre, son ellos los que tienen que dejarlo ir, comprendiendo que Lázaro está vivo en la esfera de Dios, en vez de retenerlo en su mente como un difunto sin vida.

Al desatar a Lázaro «muerto» son ellos los que se desatan del miedo a la muerte que los paralizaba. Se liberan todos de la esclavitud a la muerte. Sólo ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, po­drá la comunidad entregar su vida como Jesús, para recobrarla (10,18).

Reacción natural, la adhesión a Jesús (45); mientras tenía miedo a la muerte, la comunidad no interpelaba ni se veía diferencia alguna entre los judíos y los discípulos de Jesús. Ahora, la comunidad es un testimonio del amor de Dios que libra al hombre del temor más profundo, raíz de todas las esclavitudes.


37. COMENTARIO 3

Muchos pueblos se han visto forzados a abandonar su tierra. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir en el destierro. Cuando Israel estaba en el destierro, la voz del profeta se convierte en consuelo: Dios mismo sacará de las tumbas a su Pueblo, abrirá sus sepulcros y los hará volver a la amada tierra de Israel. Conocerá su pueblo que Dios es el Señor cuando Él derrame en abundancia su Espíritu sobre los sobrevivientes.

En el AT no aparece claramente una expectativa de vida eterna, de vida más allá de la muerte; los israelitas esperaban las bendiciones divinas para este tiempo de la vida terrena: larga vida, numerosa descendencia, habitar en la tierra que Dios donó a su pueblo, riquezas suficientes para vivir holgadamente. Más allá de la muerte sólo quedaba acostarse y dormir con los padres, con los antepasados. Las almas de los muertos habitaban en el "sheal", el abismo sub­terráneo en donde ni si gozaba, ni se sufría.

Sólo en los últimos libros del AT (par ejemplo Da­niel, Sabiduría, Macabeos), encontramos textos que hablan más o menos claramente de una esperanza de vida más allá de la muerte, de una posibilidad de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar.

Esta esperanza tímida surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir le la fe, por ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su pueblo elegido?

Algunas corrientes del judaísmo contemporáneo de Jesús, como el fariseísmo, creían firmemente en la resurrección de los muertos como un acontecimiento escatológico, de los últimos tiempos, un acontecimiento que haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. Los saduceos por el contrario, se atenían a la doctrina tradicional: les bastaba esta vida de privilegios para los de su casta, y consideraban cumplida la justicia divina en el "statu” que ellos defendían: el mundo estaba bien como estaba, en manos de los dominadores romanos que respe­taban su poder religioso y sacerdotal sobre el pueblo.

La 2ª lectura, tomada de la carta de Pablo a los romanos, la que es considerada como su testamento espiritual, retoma el tema del profeta Ezequiel: los cristianos hemos recibido el Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del exilio; no estamos ya en la "carne" es decir, en el lenguaje de Pablo: no estamos ya en el pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada. Estamos en el Espíritu, es de­cir, en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin medida.

El pasaje evangélico que leemos hoy en Juan, la resurrección de Lázaro, lleva a su plenitud las dos lec­turas anteriores. Se trata del séptimo, el último y el más espectacular de los "signos", las "obras" que hace Jesús según este evangelio. El que ha dado luz a los ojos del ciego y ha hecho caminar al paralítico, podrá tam­bién volver a la vida a los muertos, máxime tratándo­se de un amigo querido. Y quien hace estas cosas merece plenamente nuestra adhesión y nuestra fe porque ha sido enviado por Dios. Antes de enfrentarse a la muerte Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que Él es la resu­rrección y la vida, que los muertos por la fe en Él no morirán para siempre.

En el relato evangélico de la resurrección de Lázaro a Jesús lo rodea todo un coro de personajes: desde los discípulos que no entienden por qué sea necesario ir tan lejos a despertar a alguien que se ha dormido, pasando por Tomás que exhorta a sus compañeros a acompañar a Jesús para morir con Él; así como las hermanas de Lázaro, amigas de Jesús en una época en la que no existía la amistad personal entre hombres y mujeres. Están además "los judíos" -como generaliza casi siempre Juan-, que piadosamente acompañan a las hermanas dolientes, que se admiran de ver a Jesús llorando por su amigo Lázaro y que creen, o no creen, cuando Jesús lo llama de la muerte.

En vísperas de la Semana Santa la iglesia quiere que contemplemos a Jesús, "el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Por Él, Dios comen­zará a realizar las promesas cuando lo levante de en­tre los muertos y le transmita su poder y su gloria. Él resucitará verdadera y definitivamente, no como Lázaro que resucitó temporalmente para hacer que se manifestara la gloria de Jesús. Por Él podremos estar cier­tos de que el Reino de Dios viene, de que su voluntad es la salvación de los seres humanos. «En Él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección».

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas a este evangelio). Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).

HOMILÍAS 15-20