41 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO V DE CUARESMA
11-21

 

11. V/SEPULCRO 

Nuestros sepulcros 
Innumerables son nuestros sepulcros. Desde las catacumbas hasta los sepulcros más grandiosos o los cementerios más artísticos, ¡Cuántas tumbas de cristianos, marcadas todas, eso sí, por un clima de serena esperanza y una convicción de transitoriedad! Y ¡cuántas visitas y devociones en esos lugares sagrados! Pero hay otra clase de sepulcros, también innumerables, que nos pueden afectar más directamente. Bastaría sólo enumerarlos, para que nos demos cuenta de la cantidad de muerte que arrastramos.

-El sepulcro de la tristeza

Cuando el pesimismo o la depresión nos envuelve, es que algo muy importante ha muerto en nosotros: quizá haya muerto la esperanza o el sentido de la vida, quizá la fe o la fuerza vital. El no disfrutar con entusiasmo de la existencia, el no escuchar la sinfonía de la vida, el no poder reír doce mil veces al día, el no poder entrar en comunión con la naturaleza, el no extasiarse al sentirse tocado por la verdad y el amor, es estar miserablemente muertos.

-El sepulcro del egoísmo

Ya es sabido que «el que no ama está muerto». Si la muerte del amor despidiera su olor putrefacto, no habría agua de colonia capaz de superarlo. Vivir en y para sí es condenarse a morir por asfixia. Sólo el que pierde su vida, vive. Sólo el que vive con, por y para otro, está vivo.

-El sepulcro de la esclavitud

Y no me refiero a la gente oprimida, encarcelada y torturada, muchos de los cuales están bien vivos. Me refiero a otras esclavitudes íntimas. Me refiero a la esclavitud de las cosas, de las circunstancias, de los prejuicios, de los demás. Estamos condicionados y programados por cantidad de tiranos, que llamamos con los nombres bonitos de cultura, modernidad, progreso, consumo, patria, incluso religión. Hemos vendido el alma por un bienestar o por un reconocimiento general. Nos han convertido en un robot. Es la muerte del espíritu.

-El sepulcro de la falsedad y el error

Se nos va la vida persiguiendo fantasmas. Estamos muertos a la realidad y vivimos en un mundo de engaños. Nos equivocamos sobre cosas tan importantes como el amor, la felicidad, el éxito, el sufrimiento, la muerte y la vida. Y si vimos engañados en todo esto, entonces no vivimos, estamos muertos.

Vivimos más de ilusiones que de verdades. Vivimos más de recuerdos y deseos que de, digamos, presencialidades. La verdadera vida se nos escapa: «algo que nos pasa, mientras nosotros estamos ocupados en otra cosa» (J. Lenon). "Somos, pero no nos tenemos" (H. Plessner). Y si la vida nos pasa, si la vida se nos escapa, entonces estamos muertos.

-El sepulcro del miedo

También el miedo es mortal. No hablo de los miedos a los terroristas o delincuentes. Hablo de esos otros miedos existenciales: del miedo a enfrentarse a la propia verdad, del miedo a los pensamientos y dichos de la gente, del miedo al tiempo, a los años, al fracaso, a la soledad, del miedo al dolor, a la vida, no digamos a la muerte. Este miedo es una enfermedad mortal.

-El sepulcro del vacío

Tenemos la sensación de que todo se nos evapora, como el globo pinchado. «Vaciedad de vaciedades». Nuestras obras están manchadas y vacías, nuestras relaciones son frías y vacías, nosotros mismos andamos sin peso y sin calor. Llenos de cosas, pero fútiles, y por lo tanto vacíos; preocupados por cantidad de problemas, pero sin importancia, y por lo tanto locos; relacionados de mil maneras, pero sin hondura, y por lo tanto superficiales; corriendo a todas partes, pero sin rumbo, y por lo tanto errantes... Es la muerte por asfixia e inanición. Vivimos sin alma. Podemos ganar el mundo: las cosas, los puestos, los éxitos, los aplausos... Pero «¿de qué sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?».

No importa la vida en cantidad, sino en calidad. Vivimos sin vivir. ¿Quién abrirá nuestros sepulcros? ¿Cuándo saldrá Buda de su palacio asfixiante y encontrará la iluminación? ¿Quién librará a Pablo de su cuerpo de muerte y podrá vivir en Cristo? ¿No terminará Agustín de romper sus dulces lazos envenenados y encontrar la Verdad y la Hermosura soberana? Y Teresa, ¿cuándo superará sus regateos y se extasiará y se abismará en el Dios vivo? Y a todos nosotros encerrados en el sepulcro de la mediocridad, ni fríos ni calientes, endurecidos y acostumbrados, ¿quién nos dará la mano para salir de esas grises y cómodas sepulturas? ¿Y quién gritará y llorará sobre la tumba de nuestro Lázaro, muerto de soledad y de frío en el corazón, para rescatarle de la muerte y devolverle el calor de la amistad?

CARITAS
UN CAMINO MEJOR
CUARESMA 1987.Pág. 90-92


12.

-"Yo abriré vuestros sepulcros"

Ante la muerte parece que nos rendimos. El hombre, dotado de un indomable instinto de lucha, tratará de superar las dificultades, aunque se pongan delante montañas. No importan los fracasos reiterados. El hombre lo intentará de nuevo.

Pero la muerte es otra cosa. Podemos irle ganando alguna partida, podemos retrasar su ofensiva y aún olvidarnos de ella, pero al final se presenta y siempre gana. Su victoria parece indiscutible.

Nuestros deseos de permanencia e inmortalidad chocan con los datos fríos de la realidad implacable. Nos refugiamos, tal vez, con los sustitutivos de una inmortalidad rebajada, como la de la fama o el cariño prolongados. Un refugio pasajero. La realidad última es la muerte.

Pero he aquí que hoy escuchamos -suponed que por vez primera-, una promesa sorprendente: «Yo abriré vuestros sepulcros». «Yo soy la Resurrección y la Vida; quien cree en mí, aunque muera, vivirá». ¡Ah, qué melodía! ¿Quién puede hablar así? ¿Qué Dios puede anunciar tales promesas? Es lo más atrevido y esperanzador que se haya jamás pronunciado entre los hijos de los hombres. O son las palabras de un loco o son, sin duda, las palabras de un Dios: un Dios que comunica vida sin cesar, Dios Creador, Dios Amor.

-«Yo abriré vuestros sepulcros» Dios no nos creó para la muerte. Incluso, Dios no nos creó, sino que nos está creando ininterrumpidamente. Lo que quiere decir que ininterrumpidamente está soplando sobre nosotros su Espíritu vivificador, ininterrumpidamente nos está curando con «la medicina de la inmortalidad», ininterrumpidamente está levantando las losas de nuestros sepulcros, ininterrumpidamente nos levanta, gritando en nosotros: «¡Yo soy la Resurrección y la Vida!». Así todas nuestras muertes se están convirtiendo en Pascuas. Porque la muerte está ahí, no sólo como consecuencia del pecado -algo así como un golazo que le metieran a Dios-, sino como una consecuencia de la ley de la temporalidad. Pero, por Cristo, la muerte queda también redimida y transformada. La muerte, toda muerte, puede ser, no sólo aceptada con dulzura, sino integrada en el ciclo vital.

-«Yo abriré vuestros sepulcros» Yo convertiré, o mejor, yo convierto vuestras tristezas en fiesta interminable. No hará falta quitar la depresión, sino iluminarla de forma distinta, mirarla con ojos nuevos.

Yo os libro de vuestros miedos y esclavitudes, para que seáis hombres libres para siempre. Yo os saciaré, yo estoy saciando vuestra sed y vuestras hambres, y pondré en vuestras entrañas agua y comida inagotables. Yo os llevo a la región de la Verdad y del Amor, y os hago mis alumnos aventajados y mis hijos predilectos.

-«Yo abriré vuestros sepulcros» No reserva Dios sólo para más tarde la vida eterna. Nos la empieza a conceder ya. La vida eterna no es duración ilimitada de nuestra experiencia y nuestra historia, sino la entrada en una nueva dimensión, superadora de nuestras categorías espacio-temporales. Una realidad divina en nosotros: manantial, hoguera, Espíritu derramado en el corazón, Reino de Dios en nosotros. Dios mismo que mora en nuestra casa.

-"Yo soy la Resurrección y la Vida" Si El, si la Vida está en nosotros, ya podemos mirar a la muerte con ojos y corazón distintos. La muerte no tiene por qué ser espantosa ni tiene por qué ser amarga. En adelante, no habrá muerte; o será muerte piadosa, dulce, consoladora, encantadora. No hay nada que temer. La muerte, vencida, ha sido incorporada a la Vida. La muerte es vida.

CARITAS
UN CAMINO MEJOR
CUARESMA 1987.Pág. 92 s.


13.

"Pueblo mío" Denota esta expresión pertenencia y cariño: por eso, porque somos del Señor; porque nos quiere; porque somos su pueblo, sus amigos, sus hijos; porque hay algo de Dios en nosotros; por eso Dios abre nuestros sepulcros y nos libra de la muerte. Por eso no permite que seamos separados de El. Por eso hará que triunfe definitivamente todo lo que hay en nosotros de vida y de Dios.

-Somos de Dios

No nos pertenecemos. Nuestra libertad y autonomía entronca con la de Dios. Esta dependencia no anula nuestra libertad, sino que se alimenta de ella. Cuanto más pertenezcas a Dios, más te asemejarás a El, más respirarás el aire de familia que es libertad y amor. No sabríamos explicarlo, pero se trata efectivamente de una dependencia que libera... Es como depender del aire que respiramos o de la sangre que nos riega. Depender de Dios es unirte a una fuerza que rompe toda esclavitud y todo apego. Es apegarte a la libertad.

Si dependes de Dios es como si dependieras de lo más íntimo y más fuerte y más luminoso que hay en ti; depender de tu yo más puro y más sagrado, porque ya sabemos que Dios y su Reino están dentro de nosotros.

-Somos para Dios

Dios es nuestro principio, nuestro alfa original, pero es también nuestra meta, nuestro omega final. Hay ya un germen divino en nosotros, pero ese germen tiene que ir creciendo hasta su desarrollo pleno, cuando nos sumerjamos y nos perdamos en el océano del amor, cuando se rompan casi los límites de la propia individualidad, «cuando se rompa la tela de este total encuentro» y de esta mortal distancia y diferencia. Estamos, pues, llamados a crecer en Dios, hasta que nos perdamos en su regazo, meta definitiva de nuestra existencia.

Si somos para Dios, quiere decir que vivimos para Dios, que tenemos que orientar hacia El nuestra actividad entera y nuestra voluntad, todo lo que hacemos y lo que somos. Somos para Dios, trabajamos para Dios, descansamos para Dios, sentimos y pensamos para Dios, sufrimos y gozamos para Dios.

Ser y vivir para Dios no significa despreocupación y desprecio del mundo y de los hombres. Sucede también al revés. Cuanto más seas y vivas para Dios, cuanto más amas a Dios, tanto más trabajarás y te entregarás al mundo y a los hombres. No hay oposición, sino integración. Y al revés, cuanto más y mejor te entregues al mundo y a los hombres, más serás y vivirás para Dios. Dios también se encuentra en ellos, como se encuentra en ti.

-Somos en Dios

«En El vivimos y nos movemos y somos». Ya lo hemos dicho. No sólo estamos en la presencia de Dios, sino que estamos sumergidos en su esencia. Hay en nosotros más de Dios que de nosotros. No necesitamos ir a los templos. porque somos templos. Y más, somos dioses por participación, como enseña la Escritura (2P. 1,4) y los místicos. No hay que tener tanto miedo al panteísmo.

Y todo esto amorosamente. Somos de, para, en Dios-Amor, cuyas relaciones con nosotros sólo pueden ser de amor. Pertenecemos amorosamente a Dios, nos espera amorosamente Dios, vivimos y somos amorosamente en Dios. Por eso nada más hermoso que escuchar eso de «pueblo mío». Encierra esta expresión toda la pertenencia y toda la dedicación y todo el amor de Dios para con nosotros y de nosotros para Dios. Es como si dijera: «Hijos míos, miembros míos, vida mía, espíritu mío, encanto mío...».

Lo único que no significa es que seamos un pueblo privilegiado y separado de los demás. No hay favoritismos divinos. Todos los pueblos pueden ser y son «pueblo de Dios, pueblo escogido, pueblo sacro y amado». Entender el pueblo de Dios referido a una raza es estrechez farisea. Entenderlo referido a una religión, sigue siendo estrechez sacerdotal. Si acaso hay que poner algún límite, es solamente el de la fe y el amor; esas podrían ser las fronteras de este pueblo, que es «pueblo de reyes, pueblo sacerdotal» pueblo universal.

CARITAS
UN CAMINO MEJOR
CUARESMA 1987.Pág. 93-95


14.

"Yo soy la resurrección y la vida"

El Evangelio de la resurrección de Lázaro, más que historia, es parábola y profecía; no se refiere sólo a un caso individual, sino que es anuncio para todo hombre.

En estos domingos de Cuaresma, los catecúmenos antiguamente y ahora todos nosotros escuchamos las mejores noticias -eu-angelion- y las más grandes esperanzas. La samaritana, el ciego y Lázaro, representan tres angustiosas heridas. Jesús tiene la medicina, mejor, es la medicina para ésas y para todas nuestras dolencias.

Para la sed y la insatisfacción del hombre se ofrece un agua viva, un surtidor metido en las entrañas. Para la ceguera y la duda está la piscina del Enviado. Y para la peor de las heridas, para la desesperación última, para el sufrimiento absurdo, para la enfermedad deprimente, para la muerte prematura y cruel, para toda muerte, se regala una palabra victoriosa: «Yo soy la resurrección y la vida».

-¿Quién es Jesús? Lo más importante es que la medicina está personalizada. No se trata de un agua cualquiera o una palabra cualquiera; se trata de Alguien que es agua viva, que es luz del mundo, que es resurrección y vida. Nuestra medicina es una persona: Jesús. Lo que mejor suena de todo es el «Yo soy».

Conocemos la profundidad del Evangelio de san Juan. No quiere enseñar sólo lo que Jesús hizo o lo que Jesús dijo, sino quién es Jesús. Y como las definiciones siempre se quedan cortas utiliza los símbolos. ¿Quién es Jesús? Es el agua viva que sacia nuestros deseos. Es la luz que ilumina nuestra noche. Es la vida que nos saca de nuestros sepulcros. Y es el pan vivo y es palabra de vida y es puerta y pastor y es vid repleta de sarmientos. Y para que estos símbolos los comprendamos mejor, el Evangelio no sólo los dice, sino que los narra y los dramatiza. He aquí a Jesús, el que sacia la sed a la mujer del cántaro y de los maridos, el que abre los ojos al ciego de nacimiento, el que saca del sepulcro a su amigo Lázaro.

-La historia de Lázaro

Había «un cierto Lázaro, que había caído enfermo». Lázaro es nombre de enfermo. El mendigo que agonizaba miserablemente a la puerta de Epulón también se llamaba Lázaro, y de él se deriva el nombre de lazaretos. Quizá todo hombre debiera llamarse Lázaro. Puede que el ser hombre sea ya una enfermedad. No hace falta ponerse en plan existencialista; pero todo hombre tiene algo de Lázaro. Las enfermedades humanas son muchas.

-Nuestras enfermedades

--Las enfermedades del corazón. Son las más frecuentes y dolorosas. La enfermedad del que no ama o no es amado; la del que sufre de soledad e incomprensión; la del que no es aceptado ni estimado; la del que siente el desprecio y el rechazo. Son enfermedades siempre de muerte.

--Las enfermedades de la razón. Las de aquellos que no encuentran sentido a la vida; las de todos los que viven en el escepticismo absoluto y se instalan en la finitud; las de quienes ven sólo el vacío de las cosas, defensores del nihilismo. Son enfermedades que producen vacío.

--Las enfermedades de la voluntad. Los enfermos de depresión y tristeza; los que están de vuelta de todo, sin ilusiones ni esperanzas; los que no tienen ganas de vivir ni fuerza para luchar; los desencantados y desesperanzados. Son enfermedades angustiosas

--Las enfermedades de la sensibilidad. Cuando nuestro psiquismo se endurece y petrifica; cuando nos hacemos duros e insensibles; cuando rodeamos de coraza nuestro corazón; cuando hemos perdido compasión, empatía, solidaridad; cuando ya todo nos resbala; cuando nos acostumbramos a todo; cuando vivimos en la rutina y con callos en el alma. Son enfermedades que deshumanizan.

--Las enfermedades de la pasión. Cuando nuestras pasiones se desbordan y nos tiranizan; cuando nos ciegan y nos convierten en pobres diablos; cuando dejamos de ser hombres y nos rebajamos al límite de los animales. Enfermedades todas que nos quitan dignidad y libertad.

-Lázaro tenía un amigo

Esta es la primera gran noticia que hoy se proclama. Lázaro, todo hombre enfermo, tiene un amigo que se llama Jesús. Quien tiene un amigo ya está salvado. La amistad es la mejor medicina. Pero si ese amigo se llama Jesús, renacen todas las esperanzas.

Hermoso título éste de amigo. Amigo quiere decir cercano, íntimo, solidario, comprensivo, compasivo, sincero, respetuoso, entregado, fiel. Amigo es algo único, palabra divina, experiencia inexpresable. Si Dios es nuestro amigo, no nos abandonará nunca, y mucho menos en los momentos de angustia y de muerte. Si Dios es nuestro amigo, no hay nada que temer porque siempre estará a nuestro lado y compartirá toda nuestra vida. Si Dios es nuestro amigo, hasta el infierno y la muerte se iluminan.

En Jesús vemos al Dios amigo, el que acaricia a los niños, el que comparte una comida, el que abre su corazón, el que llora una muerte, el que entrega una vida.

Jesús es amigo de todos, pero especialmente de los Lázaros y los enfermos. El está cerca del que sufre, él sabe de lágrimas y dolores. Ya nadie sufrirá solo y ya ningún sufrimiento será de muerte.

-"Yo soy la resurrección y la vida" Murió Lázaro, dice la historia. Murió porque el amigo estaba lejos. «Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Es un proceso natural y demasiado frecuente. El corazón muere de frío por las prolongadas ausencias y distancias de los que queremos y deseamos.

Pero aún no estaba dicha la última palabra. En la vida humana lo ultimo no será un ¡ay!, sino un ¡oh!; no un lamento de muerte, sino un canto de victoria. Si Jesús, si Dios, es nuestro amigo, la última palabra no será de muerte, sino de vida, porque Dios es «Dios de vivos», porque Jesús es «la resurrección y la vida».

Dios había anunciado: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros». Ahora es Jesús el que grita con voz poderosa: «Lázaro, ven afuera». "Y el muerto salió". Es decir, que la muerte está ya vencida; es un anuncio de la Pascua. La resurrección de Lázaro anuncia la de Cristo, que es el fundamento de toda resurrección. Lo último no será la muerte y el vacío o la injusticia o la nada; lo último será el amor, la justicia, el gozo, la vida. Nuestras lágrimas serán semillas de inmortalidad.

-«Ven afuera» Es una palabra que vale también para nosotros, pobres Lázaros pero amigos de Jesús. El amigo se acerca a cada uno de nosotros y grita con fuerza: «Ven afuera». Y a la vez nos tiende la mano con cariño: «Ven afuera, amigo mío». El tiene poder para vencer todas nuestras muertes y sacarnos de todos nuestros sepulcros.

--Ven afuera del sepulcro de tu incapacidad y de los miedos. Yo te daré la energía necesaria para superar todas esas dificultades que te parecen insuperables.

-- Ven afuera del sepulcro de tu desesperanza. No importa la edad ni los fracasos. Yo te daré una lluvia de ideales.

-- Ven afuera del sepulcro de tu tibieza, de tus rutinas, de tus viejas costumbres. Yo haré que renazcas a la ilusión primera, a la vida nueva.

-- Ven afuera del sepulcro de tus egoísmos, de tus apegos y comodidades. Yo seré capaz de poner fuego en tu frío corazón.

-- Ven afuera del sepulcro de tu consumismo, de esa vida tan materializada, de esa insolidaridad que te acorcha y endurece. Yo te regalaré tesoros nuevos y satisfacciones verdaderas.

-- Ven afuera del sepulcro de tus dudas, de esas tinieblas que se apoderan de ti. Yo seré para ti luz victoriosa.

-- Ven afuera del sepulcro de tu tristeza, de tu soledad, de tu desánimo vital. Yo seré para ti una fiesta que no acaba.

-- Ven afuera del sepulcro de tus dolores y sufrimientos, de tus enfermedades y fracasos, de tus marginaciones y complejos. Yo los compartiré contigo y todo será redimido, fuente de gracia y de victoria.

Jesús sigue gritando a todo hombre para que salga de su sepulcro, de esas simas oscuras y amargas de la existencia. Desde que Lázaro salió fuera, todo tiene ya una salida victoriosa.

Desde que Lázaro salió fuera, la vida tiene ya otro sentido; se puede decir bienaventurados a los pobres, se puede buscar el último lugar, se puede vivir para los demás, se puede «perder la vida» seguro de que la encontraremos.

Y desde que Jesús dijo: «Yo soy la resurrección y la vida», todo se llena de luz, todo se abre a la esperanza, el misterio del dolor empieza a entenderse, las hambres de justicia pueden satisfacerse y todas las utopías quedan al alcance de la mano. Dicen que hay amores que matan; el de Jesús, como se ve, es un amor que da la vida.

-Opción por la vida

Resucitados por Cristo, tenemos que continuar su misión vivificadora. La vida y la muerte juegan permanentemente una partida dramática. Nosotros ya sabemos de qué parte hemos de estar. Tenemos que ser:

-Defensores de la vida

A todos los niveles: la vida toda de la naturaleza, el medio ambiente, no digamos la vida humana. Defender una vida mejor, primar la calidad de vida sobre la cantidad, promover una cultura de vida, no de muerte.

Defender la vida exige combatir todo lo que lleva consigo muerte, la contaminación, la violencia, el aborto, la pena de muerte, el armamentismo, el militarismo, las distintas formas de suicidio.

-Creadores de la vida

Todos podemos plantar un árbol o escribir un libro o tener un hijo. Y si no es un árbol, que sea una maceta o una flor; si no es un libro, que sea un poema o un vídeo; si no es un hijo, que sea una idea o un gesto de amor, siempre fecundo. Estamos hechos para dar vida, no para destruirla. Sí al hombre como valor supremo, sí a la paternidad responsable, sí a la solidaridad, sí al progreso de las cosas, de todo el hombre y todos los hombres, sí al pacifismo y el ecologismo, sí a la bondad, sí a Dios, océano vital.

-Profetas de la vida

Testigos de otra vida mejor. Más vida. Mejor vida. Pero esta vida no sólo empezaría «más allá», sino ya aquí. Tenemos ya a nuestra disposición semillas de vida eterna: cuando se siente la presencia de Dios, o cuando se vive en el amor, o cuando se opta definitivamente por la verdad, la libertad y la justicia, o cuando se saborean los frutos del Espíritu, o cuando se viven las Bienaventuranzas. Tenemos que proclamar que hay otra vida, distinta de la que se vive, que hay más vida.

CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
CUARESMA Y PASCUA 1990.Pág. 101-106

........................................................................

15.

«¡Lázaro, sal fuera!». Y el difunto escuchó la voz del amigo, porque el amor es más fuerte que la muerte. Sal fuera. El Amigo puede sacarnos de todos los sepulcros. «Yo mismo abriré vuestros sepulcros».

--Sal fuera del sepulcro de la rutina y la tibieza. Demasiado tiempo encerrado en tus cómodas costumbres. Demasiado bien estructurado en tus esquemas religiosos. Demasiado hecho a tus ritos y tus leyes. Demasiado acostumbrado a tratar con lo santo y el misterio. Sal fuera, amigo. Quiero que vivas intensamente. Mira que yo «voy a crear algo totalmente nuevo».

--Sal fuera del sepulcro de tus desesperanzas y escepticismos. Vives en el desencanto y te ríes de las utopías, de los «relatos». Ya no quieres soñar, sino aprovechar lo que se vaya presentando. Un sepulcro muy postmoderno. La verdad es que te han cortado las alas. Tu sepulcro es una jaula, y ya no puedes volar. Sal fuera, amigo. «Todo es posible al que cree»; todo es posible al que ama.

--Sal fuera del sepulcro de tus miedos e incapacidades. Los años te van quitando fuerzas. Has sufrido en muchas batallas. Te parece que ya no puedes, que ya no sirves, que ya no conectas con los tiempos. Pues eso es señal de que estás envejeciendo. Estás perdiendo fe en ti mismo. Estás perdiendo fe en mí. Sal fuera, viejo amigo. «No temas. Yo soy tu fuerza y tu victoria».

-- Sal fuera del sepulcro de tus tristezas y aislamientos. La tristeza es una especie de muerte, es empezar a vestirse con crespones negros. Y la soledad es una casa mortuoria. No arrastres un luto permanente. No cortes los lazos que te atan a la vida. No te vayas a morir por falta de riego.

-- Sal fuera, amigo. Yo soy la vida. Yo soy la fiesta. Yo te regalo un sinfín de amigos y una alegría interminable.

--Sal del sepulcro de todos tus egoísmos. Has cerrado las puertas y ventanas del alma. Te asfixias en una atmósfera viciada. El egoísta, el que no ama, está muerto. ¿Por qué te empeñas en vivir momificado? Sal fuera, pobre amigo. Voy a poner un poco de fuego en ese frío corazón. Mi vida es un fuego de amor.

--Salid, amigos todos, de vuestros sepulcros. Los de la duda, los del vicio, los del consumo. No os encerréis en vuestras limitaciones y vuestras negatividades. Dad de nuevo sentido a vuestras vidas. Todo puede tener nuevo sentido, desde que Lázaro salió del sepulcro. Siempre se puede empezar de nuevo. Empezad a creer en las Bienaventuranzas. Desde que Jesús gritó:

«Yo soy la resurrección y la vida», ya todo se puede esperar, ya todo se puede explicar, incluso el dolor y la muerte. Yo he venido para que viváis más, para que viváis mejor. Vivid, amigos míos.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Pág. 112


16.

-SITUACIÓN LITÚRGICA

No siempre se puede esperar que la comunidad recuerde las lecturas de los domingos anteriores y las relacione con las del día. Hoy sí parece posible esta conexión. Después de la samaritana y del ciego, llega ahora Lázaro. Tras los grandes temas bautismales/pascuales del agua y de la luz, Juan nos presenta hoy el de la vida.

Además, hoy coinciden las tres lecturas en su temática. En la sucesión de momentos importantes de la Historia de la Salvación llegamos a los profetas: y Ezequiel nos adelanta una palabra de resurrección, como luego hará también Pablo en su carta. Vale la pena centrar la homilía en esta catequesis: a dos semanas de la Pascua, en que celebraremos la muerte y resurrección de Cristo, las lecturas de hoy nos comunican su mensaje de vida, pensando tanto en Israel como en Lázaro como en nosotros mismos, centrado todo en la resurrección del mismo Cristo.

Eso sí, después de una cuidada proclamación de las lecturas, incluida la del evangelio entero, que hay que transmitir con toda su dramaticidad. Si es el caso, invitando a la comunidad a sentarse, si va a ayudar a una escucha más atenta y concentrada.

-DIOS NOS TIENE DESTINADOS A LA VIDA

El pueblo de Israel sabía lo que es el cansancio, la debilidad, la enfermedad y la muerte. Sobre todo en su época de destierro. Y es ahí, en una situación casi desesperada, cuando el profeta les transmite de parte de Dios el anuncio: el pueblo se rehará, revivirá.

También nosotros tenemos experiencia de dolor, de cansancio y de muerte. Sobre todo de muerte, que nos espanta con su misterio y que no sabemos explicar. Hoy nos llega también a nosotros el mensaje: el destino que nos tiene preparado Dios es un destino de vida, no de muerte. Más allá de todas nuestras experiencias de impotencia o de fracaso, tanto en nuestra historia personal como en la comunitaria, eclesial o social, esto sabemos y esto creemos:

Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; es un Dios que redime y salva. Pascua es una profecía y una garantía de vida. Pascua es pregón de esperanza.

-YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA

El animado episodio de la resurrección de Lázaro se presenta como una catequesis progresiva de Cristo. El puede devolver la vida a Lázaro porque El es la vida misma. El «yo soy» de las varias revelaciones que Juan recoge en su evangelio se refiere esta vez a la vida «Yo soy la resurrección y la vida» (otras veces: agua, luz, puerta, pastor, pan vivo, verdad camino...).

La resurrección de los muertos que anunciaba el profeta, y la de Lázaro, son figura y anuncio de lo que se cumplirá en Cristo, resucitado por el Espíritu de Dios, y de lo que nos pasará a nosotros, los que, unidos a Cristo, estamos destinados con El y como El a una existencia de vida, desde que por el Bautismo nos incorporamos a El. El evangelio de Juan insiste en esta palabra, «vida», cuando quiere expresar lo que Cristo representa para la humanidad, con toda la visión positiva y llena de valores que esta categoría comporta. Es también el fruto más profundo que Cristo quiere comunicarnos en la Eucaristía: el que me come tendrá vida vivirá por mí como yo vivo por el Padre, yo le resucitaré el último día (Jn 6, 56-57).

-LA PASCUA, NOTICIA DE VIDA PARA NOSOTROS

En la cercanía del fin, cuando ya se precipita la decisión de los enemigos de Jesús sobre su muerte, Lázaro es el anuncio del triunfo de la vida en el drama de la Pascua. Y, sobre todo, nos comunica, sea cual sea nuestra historia concreta, que Dios nos quiere resucitar también a nosotros.

Como muchas otras veces, la segunda lectura hace como de homilía, proyectando la experiencia de Israel y la de Lázaro a nuestra historia: el mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos nos resucitará también a nosotros, nos dice Pablo. Este es el fruto central de la celebración de la Pascua 93: no va a ser un aniversario, por gozoso que sea, sino un acontecimiento nuevo. La Pascua de Cristo -que sólo «se inauguró» hace dos mil años- sigue creciendo, sigue desplegándose en la historia. Ahora, en 1993, nos toca a nosotros entrar en su órbita y dejarnos resucitar a nueva vida por el Espíritu de Jesús, el Espíritu que es «Señor y Dador de Vida».

La confesión pascual, que sigue teniendo pleno sentido en estos próximos días, antes de la Pascua, nos quiere introducir en esta dinámica. La Eucaristía dominical -o diaria- nos hace participar de la Vida del Resucitado. De tal modo que la Pascua 93 no nos deje como estábamos, sino que transforme y vivifique nuestra existencia concreta, sacándonos de toda tumba en la que podamos estar encerrados.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993/05


17. TEMA: FE EN LA VIDA

FIN: Suscitar la fe en la Promesa de Dios de que permaneceremos en la vida. Para vivir en esta esperanza es un grave obstáculo la seguridad con que decimos creer. La fe en la resurrección es fe y, por tanto, no supone tanta claridad como manifestamos.

DESARROLLO:

--¿Creemos de verdad?

--Creemos en serio, no superficialmente.

--Criterios para valorar la fe.

1. ¿Creemos en la vida de verdad? Hay un rumor entre la cultura cristiana que habla de la resurrección después de la muerte. Pero permanecemos escépticos ante él, como ante otros muchos elementos inútiles de nuestra cultura, que no nos molestamos ni en desterrar.

Este rumor de la vida recuperada, no perdida, tiene su importancia. De este futuro, esperado o negado, dependen importantes actitudes del presente. Por ello, preferimos seguir oyendo el eco de una esperanza, como el ruido de una caracola marina, sin tan siquiera formularnos la duda. Y es necesario dudar de la resurrección, poner a prueba la esperanza en la vida, para que podamos llegar a ser creyentes.

Preguntémonos hoy si en el fondo no vivimos en una inenarrable desesperanza. ¿Es que somos creyentes? ¿Con nuestro modo de serlo, no nos hemos cerrado para siempre a un verdadero acto de fe? Cuando decimos creer en la vida ¿no es solamente la aceptación de una peligrosa rutina? La respuesta nos la sabemos de memoria, como Marta: «Sé que resucitará en la Resurrección del último día».

Ese día lejano, sin compromiso, que un buen sentido común nos sugiere que no ha de llegar nunca. Respuesta que da una fe rutinaria llena de incredulidad. Huyamos ya de las frases hechas, de los estribillos repetidos sin cesar. Es preferible ser incrédulo, y es más honesto, que ser un creyente de «cassette» que va repitiendo sin cesar, y despersonalizadoramente, todo lo que el medio ambiente ha grabado en él. ¿Podemos llegar a anunciarnos cosas tan importantes como la vida? ¿Cómo hacer para que sea evangelio, Buena noticia, Novedad el anuncio de la Resurrección? ¿Tendremos que reconocer que estamos incapacitados para ello? Renovémonos, sacudamos este sepulcro de indiferencia que nos tiene a todos más muertos que a los muertos. Desperecémonos, como esta primavera llena de savia que se nos avecina.

2. El evangelio de la resurrección de Lázaro, como un gesto que anuncia la resurrección de Cristo y la de todos los hombres y el porvenir del mundo, nos coloca ante un hecho y una decisión fundamental.

¿Cómo nos suenan palabras tan desconcertantes como éstas? «Esta enfermedad no acabará con la muerte», lo que equivale a afirmar que nuestra muerte humana no es de muerte, no nos precipita a un vacío sin fondo. "Lázaro (el muerto), está dormido. Voy a despertarlo". ¿Es un sueño la muerte? ¿Se puede afirmar seriamente esto de la muerte humana? ¿No estará tomando en broma el evangelio una realidad tan grave? ¿Es que no se mueren los muertos y ya no hay nadie que los pueda despertar del sueño? Sin embargo, parece que el evangelio insiste en la misma idea. Ante la hija de Jairo muerta, Jesús dice: «Retiraos. La muchacha no ha muerto, está dormida. Y se burlaban de él» (Mt/09/24). Oigamos las barbaridades que dice el evangelio, permitamos que nos hieran, que resuenen dentro, que nos escandalicen: «Yo soy la Resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo, y cree en mí, no morirá para siempre». Esto es muy importante; Jesús no es un charlatán, ni un vanidoso.

La seriedad de su vida exige que nos paremos y tomemos en serio sus palabras. Respondamos a esta pregunta. «¿Crees esto?» Pero no respondamos con rapidez y superficialmente, como lo hace Marta, que cree sin creer. Después de hacer una solemne profesión de fe, Jesús le tiene que decir, «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» .

No voy a hablar mucho más. El problema ya está planteado. No lo olvidemos. Damos más gloria a Dios siendo incrédulos que creyendo inconscientemente, pues negamos la fuerza del evangelio y hacemos rutina escandalosa lo que siempre tiene que ser novedad salvadora.

Escuchemos hoy el grito de «Lázaro, sal fuera». Resucitemos a la fe, levantémonos, comencemos a vIvir desesperadamente la esperanza de la vida. Que esta Eucaristía nos descubra la contradicción de nuestra fe: ¿cómo podemos celebrar con verdad la presencia del resucitado, del que pasó por la muerte venciéndola, superándola?

3. Criterios de que creemos en la vida:

-- Ser capaces de perder la vida para ganarla.

--Vivir con esperanza en la vida: «aunque muera vivirá».

--Amar en la vida: Jesús ama hasta exponer la propia vida para dársela al otro. "Intentaban apedrearte y ¿vas a volver?..., muramos con él... Sollozó muy conmovido... ¡cómo le quería!".

--Amar la vida: la vida no se pierde, se acumula, es recogida.

--No vivir según la carne: esta es carne de corrupción; sino según el Espíritu (Rom 8, 8-11).

«Yo mismo abriré vuestros sepulcros... os infundiré mi espíritu y viviréis. Yo lo digo y lo hago» (Ezeq 37, 12-14).

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO A
PPC MADRID 1974.Pág. 63 ss.


18.

-Dios libera a Israel

"Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra".

Estas palabras son de la primera lectura de hoy, del profeta Ezequiel. Era una primera lectura muy corta, que quizá nos haya pasado desapercibida. De hecho, hoy lo que nos llama más la atención es este largo evangelio que acabamos de escuchar, este relato en el que vemos como Jesús resucita y da la vida a su amigo Lázaro, como un anuncio de la vida plena, de la resurrección definitiva que celebraremos dentro de quince días, en la noche de Pascua.

Pero aunque este evangelio sea el centro de nuestra celebración de hoy, vale la pena que nos fijemos un poco en esta primera lectura. El profeta Ezequiel habla a los israelitas que viven exiliados en Babilonia. Los ejércitos de Babilonia han ocupado Israel, y han deportado a sus habitantes muy lejos de su patria. Y allá, en los suburbios de la capital del imperio invasor, viven añorando poder volver a su tierra. Y allá les habla el profeta. Su situación de exiliados es como estar en un sepulcro, es como haber muerto. Pero Dios, dice el profeta, no quiere que continúen en aquella situación. Dios les hará volver a la tierra, y será como salir del sepulcro, como tener un nuevo espíritu, como recobrar la vida. El retorno a su tierra será como resucitar de la muerte.

-Dios nos libera constantemente a nosotros Esta historia del pueblo de Israel seguro que es también, muy a menudo, nuestra propia historia. ¡De cuantas maneras experimentamos nosotros estas situaciones de muerte, de estar como hundidos en el sepulcro! Contrariedades y tristezas, desconciertos y miedos, angustias, tantas situaciones dolorosas en nuestro mundo, nuestra poca decisión al servicio del Evangelio, el pecado que hay en nosotros... todo esto nos hace vivir la muerte.

Pero también en estas situaciones, nosotros, somos capaces de decir las mismas palabras que proclamábamos en el salmo y manifestar el gozo de la vida que Dios nos da: "Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra: mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa". Y con esta fe, con esta confianza, vamos avanzando. Porque sabemos y podemos experimentar que a nuestro lado está la fuerza de Dios. Porque sabemos y podemos experimentar que en nuestro interior está el Espíritu de Dios.

-Pascua, la liberación total

Y esta fuerza de Dios, este Espíritu de Dios que nos transforma y transforma el mundo es lo que ahora nos disponemos a celebrar, en estos días próximos de la muerte y la resurrección de Jesús. Porque la Pascua es esto: es creer, y vivir, y celebrar, que Dios llena el mundo de vida, que Dios da, ya para siempre, su Espíritu de vida.

Pascua es celebrar que no hay nada que pueda detener el amor de Dios. No sólo no le detienen los dolores, y los males, y el pecado que cada día llenan nuestro mundo. Tampoco detiene el amor de Dios la tragedia más grande que la vida humana puede experimentar: la tragedia de la muerte. Cuando todo se acaba, cuando todo se convierte en oscuridad y en nada, entonces, allí, también allí, se hace presente la luz viva del amor de Dios. Y esta luz viva no se apaga ya nunca más.

Hemos visto en el evangelio cómo Jesús vive el dolor de la muerte de un amigo suyo, Lázaro. Pero aquella muerte que ha desgarrado el corazón de sus hermanas, Marta y María, se convertirá para todos en una señal para la fe.

Jesús devolverá a Lázaro a la vida, lo devuelve a los brazos de los que le amaban. Y esta acción poderosa y salvadora de Jesús es anuncio de todo lo que quiere decir la fe, de todo lo que comporta creer en él.

Porque ahora nos disponemos a iniciar los días santos en los que contemplaremos como Jesús lleva hasta el final, hasta la muerte en cruz, su fidelidad al amor a Dios y a los hombres, su fidelidad a la Buena Nueva, al estilo de vida que él mismo había ido sembrando a lo largo de sus años de misión por los caminos de Palestina. Jesús muere por fidelidad al amor. Pero de aquella muerte suya, de su sepulcro, surgirá toda la potencia de vida de Dios, toda la fuerza del Espíritu de Dios. Y podremos celebrar, en la noche de Pascua, con todo el gozo, que el amor de Jesús ha vencido y vive por siempre. Y nosotros, unidos a ellos, seremos llamados a experimentar día a día esta vida, y a experimentarla definitivamente en la plenitud del Reino.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/05


19.

1. Jesús se echó a llorar

Impresionan siempre las lágrimas de un hombre. Impresionan las lágrimas del Hijo del hombre. Más de una vez lloró Jesús: de compasión, de pena, de dolor; él, que había venido a enjugar nuestras lágrimas, que venía a remediar la triste situación de Adán. Pero precisamente por eso. Nadie puede enjugar una lágrima, si no ha sabido llorar. «Si quieres que llore, te ha de doler a ti primero»; y si quieres que no llore te ha de doler a ti más. Jesús tenía que experimentar nuestras dolencias, para poder ser compasivo. «Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Hb 4, 15).

Ante la muerte del amigo y por el dolor de las hermanas, Jesús se conmovió y no pudo contener sus lágrimas. No importa lo que vaya a hacer después. El se conmueve por el zarpazo de la muerte y todo el sufrimiento que eso provoca.

LAGRIMAS/FE: Nadie nos puede decir: si creéis en la resurrección de los muertos y en la vida futura, ¿por qué os afligís tanto por la muerte de un ser querido?, ¿dónde está vuestra fe y vuestra esperanza? No. La esperanza del futuro ilumina y relativiza la realidad presente, pero no la destruye. Es como el que, ante el nacimiento de un niño, no se alegrara, porque algún día tendrá que morir. Todo tiene que ser vivido, y con intensidad. El que no se alegra por el nacimiento de un niño, es un enfermo obsesivo. El que no llora por la muerte de un amigo, es un desnaturalizado. También la fe mal entendida puede desnaturalizar.

-Soltar el dique

El mismo San Pablo, que parecía tener la resurrección al alcance de la mano, recomienda aquello de: «No os aflijáis como los hombres que no tienen esperanza» (/1Ts/04/13). No dice que no nos aflijemos en absoluto, sino que no nos aflijemos desesperadamente. Pero la más hermosa lección sobre el tema nos la dejó ·Agustín-SAN a la muerte de su madre. Reprimía primero las lágrimas, porque no las interpretaran mal, «porque la muerte de mi madre no fue desgraciada, ni ella había muerto para siempre». Pero después «solté el dique de mis lágrimas, que hasta entonces tenía represadas, dejándolas correr cuanto quisiesen hasta que nadase y descansase mi corazón en ellas». Fueron como un lecho para su corazón. No le parecía mal a Agustín llorar por aquella que tanto había llorado antes por él. Y apunta con ironía: si alguno no lo entiende, «que tenga caridad y llore por mí» (Conf. IX, 12).

Lloró Jesús por la muerte de Lázaro. Lloró Jesús todas las muertes. Por eso podía decir a la viuda de Naín: «No llores», porque «al verla el Señor, tuvo compasión de ella» (/Lc/07/13). ¿Quién puede decir a una viuda que acaba de perder a su hijo único que no llore? ¿Quién, desde fuera, puede decir que no llore a la joven esposa que acaba de perder a su marido en accidente, o al niño que acaba de perder a su madre? En estos casos no se puede decir que no lloren, sino que lo que hay que hacer es llorar. Eso fue lo que hizo Jesús.

En todas las muertes y desgracias, Jesús llora con nosotros. Jesús no es duro ni distante, sino compasivo y misericordioso. Esta es su primera respuesta ante el dolor y la muerte: la compasión y las lágrimas. Esta es su primera medicina. Aunque no hiciera otra cosa, ya es una buena noticia el decirnos que Dios también llora, que Dios es aquel que llora por la muerte de un amigo, que Dios es aquel que llora siempre con nosotros.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Págs. 110 ss.


20.

¿SOLO ESTA VIDA?

Yo soy la resurrección y la vida.

Estamos demasiado cogidos por el «más acá» para preocuparnos del «más allá». Sometidos a un ritmo de vida que nos aturde y esclaviza, abrumados por una información asfixiante de noticias y acontecimientos diarios, fascinados por mil atractivos objetos que el desarrollo técnico ha puesto en nuestras manos, no parece que necesitemos un horizonte más amplio que «esta vida» en que nos movemos.

¿Para qué pensar en «otra vida»? ¿No sería mejor encauzar todas nuestras fuerzas a organizar lo mejor posible nuestra existencia en este mundo? ¿No deberíamos esforzarnos al máximo en llevar la vida que se nos ha dado ahora lo más humanamente posible y callarnos respecto a todo lo demás? ¿No es mejor aceptar la vida con su oscuridad y sus enigmas y dejar «el más allá» como un misterio del que nada sabemos?

Sin embargo, el hombre contemporáneo, como el de todas las épocas, sabe que en el fondo de su ser está latente siempre la pregunta más seria y difícil de responder: ¿qué va a ser de todos y cada uno de nosotros ?

Cualquiera que sea nuestra ideología, nuestra fe o postura ante la vida, el verdadero problema al que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿Qué final nos espera? P.L. Berger nos ha recordado con profundo realismo que «toda sociedad humana es, en última instancia, una congregación de hombres frente a la muerte».

Por ello, es ante la muerte precisamente donde aparece con más claridad «la verdad» de la civilización contemporánea que, curiosamente, no sabe qué hacer con ella si no es ocultarla asépticamente y eludir al máximo su trágico desafío.

Más honrada nos parece la postura de hombres como nuestro Eduardo Chillida que, en alguna ocasión, se ha expresado en estos términos: «De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada».

Es aquí donde hemos de situar la postura del creyente que sabe enfrentarse con realismo y modestia al hecho ineludible de la muerte, pero lo hace desde una confianza radical en Cristo resucitado.

Una confianza que, difícilmente, puede ser entendida «desde fuera» y que sólo puede ser vivida por quien ha escuchado, alguna vez, en el fondo de su ser las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida».

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 43 s.


21.

«¡Sl HUBIERAS ESTADO AQUÍ...!»

Sé, Señor, que el pasaje evangélico de hoy te retrata como «Señor de la vida y de la muerte». La resurrección de Lázaro fue una predicción clarísima de tu propia resurrección. Por eso, en la celebración de la muerte de nuestros feligreses, elegimos muchas veces este fragmento. Para alentar nuestra fe y templar nuestra esperanza.

Pero hoy quiero entresacar unas frases de esta narración. Quizá como un retrato de nuestras preocupaciones más actuales. O quizá como una oración de urgencia; para que lo que hiciste con Lázaro y en otro plano, lo repitas con este «otro Lázaro doliente» que es la Humanidad.

«SEÑOR, EL QUE AMAS ESTA ENFERMO».--No nos engañemos: los creyentes y los no creyentes, andamos aquejados de muchas enfermedades:

--De «egoísmos», ante todo. Apreciamos las cosas y los proyectos en tanto en cuanto afianzan nuestro «yo». Por egoísmo trabajamos y por egoísmo odiamos. Es el egoísmo también el que nos aparta mil veces de Ti.

--De «materialismo». Somos conscientes de ser «espíritu» y «materia». Pero todas nuestras energías se nos consumen detrás del progreso material. Andamos lejos de lo que soñaba el poeta: «De luz y de sombras soy. Y quiero dejar, de mí en pos --robusta y santa semilla-- de esto que tengo de arcilla, de esto que tengo de Dios».

--De «esclavitud». Es curioso. Pero, cuanto más hablamos de libertad, más nos vamos encadenando al consumismo, a las modas, al sexo, a la droga, al miedo, a la cobardía, al «ir, como Vicente, detrás de la gente».

--De «soledad y tristeza», también. Esa es la más irónica paradoja. Vivimos entre multitudes y algarabías. Pero sufrimos el «triste y solo».

«ESTA ENFERMEDAD NO ES DE MUERTE», dijiste pensando en Lázaro. Y eso mismo vamos diciendo nosotros: «No pasa nada. Tranquilos. Son ¡cosas de los tiempos! Todos estos males de hoy son el tributo que tenemos que pagar al mundo de las "libertades". No son enfermedades de muerte. ¡Ya pasarán!» Y así, proporcionándonos a nosotros mismos consuelos genéticos y utópicos, automedicándonos, nos vamos alienando, cayendo en el marco del refrán que dice: «¡Mal de muchos consuelo de tontos!»

--«MARTA DIJO A JESÚS: SI TU HUBIERAS ESTADO AQUÍ, MI HERMANO NO HUBIERA MUERTO». ¡He ahí una verdad como un templo! ¡Esa es la cuestión! ¡Nos hemos empeñado en «Vivir sin Ti», o «de espaldas a Ti», y ¡así nos luce! Hemos admitido con toda naturalidad que «eso de la religión» es una tarea para «horas extra». Igual que la LOGSE, desplazamos el tema religioso para horas «extraescolares». Como si se pudieran bifurcar, por un lado «la vida», por otro «la religión». Y eso es lo que estamos haciendo. Por una parte, nos confesamos «cristianos». Por otra, preferimos seguirte «de lejos», como Pedro cuando te negó. Bautizamos a los hijos, eso sí. Queremos que hagan la primera comunión, eso también. Preferimos las bodas canónicas, aunque no sea más que por el bello y recogido del marco de nuestros templos. Y, al morir, ¿qué mejor que un multitudinario funeral cristiano? Pero, ¡eso de que estés Tú en nuestras vidas, de que «en Ti vivamos, nos movamos y existamos» y marques con tu evangelio los criterios de nuestro actuar, nos ha parecido que es «pasarse» ¡Así, nos luce!

Por eso, hoy, con todo el dolor y reconociendo nuestra equivocación, te decimos: «Si Tú hubieras estado aquí, nada de lo nuestro hubiera muerto. Nada ni nadie».

ELVIRA-1.Págs. 27 s.

HOMILÍAS 15-20