41 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO V DE CUARESMA
1-10

 

1. 

"Desde lo hondo, a ti grito, Señor". Así comenzaba el salmo de la misa de este último domingo de Cuaresma. "Desde lo hondo -`de profundis'-, a ti grito, Señor". Si cada uno de nosotros, muy sinceramente, muy realísticamente, no se sitúa también en lo más hondo de su propia vida, muy en el corazón de lo que cada uno es, le será imposible acompañar a Jesús durante estos últimos días de la Cuaresma, durante los días de Semana Santa, y -más aún- unirse a él en la gran celebración de su y nuestra Pascua. Permitid que insista. Probablemente, la mayor tentación de nuestra vida cristiana sea la de situar lo que a ella se refiere -lo religioso, nuestra relación con Dios y ante Dios- en lo marginal de nuestra vida, en cosas y aspectos secundarios que no son los más importantes y decisivos y hondos de nuestra vida. Y entonces, esto, el corazón, lo que podríamos llamar el "alma" de nuestra vida, se queda sin Dios, al margen de Jesús.

"Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá: y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre". Esto es lo que -según el evangelio de Juan que hemos proclamado hoy- dijo Jesús a su buena amiga Marta. E, inmediatamente, le preguntó: ¿Crees esto?" Es una afirmación de Jesús y una pregunta de Jesús que se dirigen a lo más hondo de cada uno de nosotros y que sólo desde esta hondura puede captarse y puede responderse. Desde la hondura de experiencia y de realidad humana en que las palabras "vida" y "muerte" tienen sentido, son algo decisivo para cada mujer y cada hombre, son lo más decisivo e importante.

Pero fijémonos en la respuesta de aquella mujer llamada Marta. A la pregunta de su amigo Jesús: "¿Crees esto?" responde con un "Sí, Señor" que rápidamente explica (justifica): "Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo". Es decir, porque cree en Jesús como Mesías, como Hijo de Dios, como Enviado del Padre, se atreve a decir que también cree en aquello tan difícil de creer para el hombre: que el que haya muerto, vivirá, y el que está vivo, no morirá para siempre. Es su fe en Jesús lo que le permite dar el salto a la fe en la victoria de la Vida sobre la muerte, el salto a la fe en la resurrección personal.

El evangelio de hoy ha sido largo y por ello conviene que no me alargue en estas palabras mías (lo importante es el Evangelio y no mi comentario). Estamos a quince días de la celebración de la Pascua. La resurrección de Lázaro fue -según el evangelio de Juan- el último "signo" que obró Jesús antes de su pasión y muerte, el signo que anunciaba su propia resurrección (él resucitará sin necesidad de que nadie quite la losa, sin necesidad de que nadie le libre de las vendas y del sudario, él -sobre todo- resucitará no para volver a morir sino para vivir para siempre.

En los domingos anteriores Jesús ha afirmado que él era para nosotros la fuente de agua que brota para darnos vida, la luz que nos ilumina por el camino de la vida. Hoy nos ha dicho que él era nuestra vida. Una vida que -decía san Pablo- está en nosotros, como en nosotros puede brotar su fuente de agua viva, y en nosotros puede brillar su luz que ilumine el camino. Es -dicho de otro modo- creer que en nosotros está presente la fuerza renovadora del Espíritu Santo que nos comunica Jesús resucitado.

Esta es nuestra fe, ésta es nuestra esperanza. Que durante estos días de última y más honda preparación para las celebraciones pascuales, pidamos y anhelemos que esto sea verdad en lo más hondo de cada uno de nosotros, en el corazón de nuestra vida.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1990/07


2. FE. CONFIANZA. MUERTE.

Hay una verdad esencial, de "primera categoría", que el evangelio de hoy quiere hacernos comprender, aceptar y asumir en nuestra existencia: no estamos destinados a la muerte; estamos llamados a la vida. Es verdad que la muerte es un momento decisivo, capital, en la vida del ser humano; pero ésta no es la meta, no es el fin último del hombre, por más que las apariencias hagan pensar a muchos lo contrario.

Ahora bien, ¿cómo creer esto?, ¿cómo llegar a aceptar esta afirmación como verdadera? Es la cuestión fundamental que el propio Jesús plantea en el evangelio de hoy: ¿Crees esto? La respuesta de Marta hay que saber leerla correctamente; Marta no afirma creer lo que Jesús le propone; ni plantea si es comprensible o no, si tiene lógica o resulta incomprensible la cuestión sobre la que Jesús le ha preguntado; si acaso, los datos nos llevan a pensar que aquello de la resurrección no estaba muy claro para Marta: "Si hubieras estado aquí..."; "Ya huele mal, hace cuatro días que murió..." Y es que para Marta hay algo que es más importante que comprender o no ciertas verdades y el aceptarlas o rechazarlas; y ese algo es la confianza en Jesús, en su palabra, en sus afirmaciones, en sus verdades que no son sino un reflejo de su Verdad.

No hace muchos años que todavía los catecismos definían la fe como una virtud por la que creemos lo que Dios nos ha revelado; es decir: la clásica definición de "fe es creer lo que no se ve", según la expresión más popular. Quedaba olvidado así el aspecto fundamental de la fe: la confianza depositada en alguien a quien, posteriormente, y en virtud -precisamente- de esa confianza, se le aceptan como válidas y verdaderas las cosas que nos dice, las afirmaciones que nos hace.

Y esto es precisamente lo que hace Marta en el evangelio que leemos hoy: -¿Crees esto?, pregunta Jesús; y Marta responde:

-Yo creo que tú eres el Mesías.

No se trata, por supuesto, de una equivocación por parte de Jesús a la hora de plantear la pregunta, ni hay que recurrir a pensar que Jesús tiende una trampa a Marta para probar la calidad de su respuesta. Es un ejemplo más de la fina ironía del evangelista Juan, que se convierte en catequesis clara y sencilla para poner a los discípulos en el verdadero camino de la fe.

Y ese camino verdadero no pasa por las discusiones sobre la credibilidad o no de la resurrección (o de cualquier otra afirmación religiosa), sobre el cómo o el porqué y para qué, sobre las pruebas para demostrarla o la inexistencia de las mismas. El verdadero camino de la fe pasa, en primer y fundamental lugar, por la confianza en Jesús, a quien, con el don de Dios que es la fe, descubrimos y reconocemos como el Señor, el Mesías, el Hijo de Dios, el Enviado de Dios; después de ese reconocimiento, lo lógico es que le demos a Jesús en nuestra vida el lugar de preeminencia que le corresponde; y, como consecuencia lógica de todo ello, aceptamos lo que Él nos dice. ¿Quién no ha dicho alguna vez en su vida aquello de "me lo creo porque lo dices tú"? Aceptamos una afirmación que, en principio, no resulta muy creíble por la razón que sea, al tiempo que expresamos la confianza que esa persona nos merece, y ponemos dicha confianza como base para aceptar su afirmación. También es fácil que hayamos tenido la experiencia contraria: no aceptar una afirmación, por muy viable y creíble que sea, cuando el que nos la hace es alguien que no merece en absoluto nuestra confianza.

Estos sencillos ejemplos son claros para entender fácilmente lo que es la fe; la fe es confianza, esa misma confianza que depositamos en nuestros amigos, en las personas que queremos, en aquellos que nos han demostrado -y valga la redundancia- que son "de fiar". Marta conocía la vida de Jesús, su trayectoria, sus palabras y sus acciones, sus actitudes, las posturas que había tomado ante tantas y tantas cuestiones importantes para la vida de aquellos hombres; y Marta estaba convencida de que Jesús era de fiar, de que era "legal" -como gustan decir muchos jóvenes hoy día-, y aceptaba, por tanto, que no había engaño en su palabra, que había sinceridad en él.

Y no podemos olvidar que Jesús había mostrado su fiabilidad, su credibilidad, no en momentos espectaculares y grandiosos, sino en el trato diario con los hombres y las mujeres, en su actitud ante los pobres, enfermos, marginados, en su valor para desenmascarar las hipocresías religiosas, en su libertad ante todo y ante todos..., y, finalmente, Jesús mostró su total credibilidad en la Cruz, muriendo ajusticiado, asumiendo en sí el sinsentido de todas las injusticias, de todo el pecado y de todo el mal del mundo, para hacerlo fructificar en resurrección y vida.

El final de la Cuaresma puede ser una ocasión excelente para que revisemos nuestra fe; para que revisemos no tanto sus contenidos como nuestra actitud; revisar si nuestra fe es una más o menos pacífica aceptación de verdades, no siempre fáciles de asumir, o si nuestra fe empieza por una sincera y total confianza en Jesús...; y después, ¡lo que Él diga!

LUIS GRACIETA
DABAR 1990/21


3. FE/OPTIMISMO 

"Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios: para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella".

Abre bien tus ojos o tus oídos, querido lector u oyente, porque esto va para ti. Alguien te ha hecho una lectura sociológica o psicológica del problema, y te ha convencido de que lo tuyo no tiene salida. Te han hecho perder la esperanza. Tal vez fueron tus padres o educadores quienes, con tanta voluntad como escaso acierto, te lo dijeron desde niño: "Tú siempre serás el mismo". O eres tú mismo quien ha conocido la enfermedad, la debilidad o el pecado, y has pensado en tu interior: "Yo no tengo remedio". O rumiáis marido y mujer en silencio vuestro fracaso matrimonial, y abortáis cualquier palabra de esperanza que os llega, con vuestra amarga experiencia: "Lo nuestro no tiene arreglo". O eres educador de la fe que, desde la experiencia de los años, has mascado la reiterada esterilidad de tus trabajos y te has instalado en el escepticismo radical: "No creo en nada; yo ya no valgo".

Atento, hermano, a la Cuaresma que viene en tu ayuda. No cometas la tontería de ignorarla, o de achicarla con pequeños o grandes esfuerzos "para ser un poco más bueno". ¿Merece la pena el Misterio Pascual para tan poca cosa? La Cuaresma te invita a caminar hacia una resurrección: a entrar en comunión con Cristo Resucitado y a resucitar con Él. -Sí, ya entiendo. Tú hablas de la resurrección en el último día.

Pero lo que a mí me preocupa es mi vida -o mi "no-vida"- que hoy está aquí. Te digo que si Dios estuviera tan cerca del hombre como predica la Iglesia, a mí no me hubiera ocurrido esto.

El episodio de Lázaro, cargado de detalles descriptivos, está puesto sin duda al servicio de una catequización a hombres que, ante el dolor, el fracaso o la muerte, han perdido la esperanza.

Han experimentado la debilidad, y no ven el poder de Dios. Sabemos de Juan que, cuando un pasaje de la vida de Jesús le parece significativo, lo explota para su catequesis como una lección doctrinal viviente. Este es el séptimo, el último, el definitivo milagro-signo de Jesús: su Señorío sobre la muerte y sobre todo lo que destruye al hombre. Estaba muerto y bien muerto. Era ya el cuarto día, cuando, según los rabinos, el cuerpo del hombre se deforma, y el alma, que ha rondado durante tres días, huye definitivamente. Es cuando nada se puede hacer.

Cuando da miedo mirar de frente al problema, porque ya está corrompido y huele mal. Cuando uno tiene que evadirse como sea, porque mirarse hacia dentro no lleva más que a hundirse en la desesperanza.

Es entonces -es hoy- cuando sobre las tinieblas, sobre la muerte, sobre la desesperación, sobre el escepticismo, sobre la impotencia humana, suena la voz de Jesús hecha hoy actual por la Iglesia:

-¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Tenemos a quince días las fiestas de Pascua. Jesús sacando vida de la muerte invernal, nos llama a creer en Él para restaurar la esperanza y la vida. No te llama como el mundo a dar una talla que bien has comprobado que no puedes dar. Te llama a la Fe. A ser testigo del poder resucitador del Espíritu que busca manifestarse sobre tu muerte. Porque además de las lecturas sociológicas o psicológicas de tu historia, tiene la Palabra de Dios una lectura bíblica, en clave de Historia de Salvación: Dios se acerca a salvarte.

-Tu enfermedad no es de muerte; es para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella. Yo mismo abriré tu sepulcro; y cuando Yo abra tu sepulcro, entonces sabrás y podrás proclamar que Yo soy la resurrección y la vida, y que quien cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá.

El hombre que ha oído, más o menos, hablar de Dios, necesita vivir la experiencia de Job: que, sobre su sufrimiento, aparezca la Cruz Gloriosa de Cristo Resucitado, de modo que proclame:

-"Yo te conocía sólo de oídas; mas ahora te han visto mis ojos" (Jb 42. 5).

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO A
DESCLÉE DE BROUWER/BILBAO 1989 .Pág. 70


4.

-Tiempo de regeneración.

Ultimo domingo de preparación cuaresmal antes de Ramos y Semana Santa. Cinco semanas ya prácticamente transcurridas de este tiempo en el que la comunidad cristiana renueva su fe en el Resucitado. El Viviente es potencial de vida para los que creen en El. Y se trata de ver si esto es así. Por eso es tiempo de conversión... a la Vida. Decir "no" en nuestra larga marcha cotidiana a todo lo que sea negación de vida (muerte). Salir de nuestro letargo, de nuestros "sepulcros", no temer a enfrentarnos a todo lo que "huele mal", vencer lo que hoy de muerto en nosotros mismos (pecado).

Amar la vida, cuidarla, mimarla. Dejarnos regenerar para contagiar sentido nuevo de vida. "Nacer de nuevo": ésa es la íntima realidad que al cristiano se le pide, no dejarse vencer nunca. Y que pase de ser algo íntimo y personal a convertirse en hechos de renovación comunitaria.

-Lázaro ha muerto... para que creáis.

El largo relato de Juan sobre la resurrección de Lázaro quiere ser una enseñanza, como una catequesis sobre la resurrección. Vocación a la Vida y a la Esperanza. Memorial del discípulo para aquellas de sus comunidades que tal vez con el paso del tiempo quizás hubiesen olvidado lo que Dios es (Dios de vivos) y lo que Dios siente ante el dolor y la muerte (Jesús llora, sufre, actúa). Porque creer en la Resurrección de Jesús y en el Reino de Dios (nuestra propia resurrección) es central para nuestra fe. Es la principal Buena Noticia de Jesús. Para eso ha venido enviado por el Padre: el No absoluto de Dios a la muerte y a todo lo que es causa de muerte (enfermedad, marginaciones, falta de fe, etcétera). Y Jesús lo va mostrando con su hacer concreto, para que los discípulos entiendan (vean de qué va) y la gente crea (se fíe totalmente) en el Dios de vivos y fuente de vida. "Me alegro por vosotros... para que tengáis fe. Y muchos de los judíos creyeron en él." Si el Reino de Dios es un "leit motiv" para los otros Evangelios, en el cuarto Evangelio el tema preferido es el de la Vida, la Vida eterna. La vida de Dios... que comparte con nosotros. Es lo nuevo, que esa vida de Dios (lo que El es y hace) se ha hecho visible y es compartida. Que muchos otros desde entonces (los cristianos) han comenzado a vivir nuevamente (¡de un modo nuevo!), como Jesús mismo vivió.

"El Espíritu de Dios habita en vosotros" es la expresión paulina equivalente, y explicativa del porqué de esa nueva vida ya posible que el cristiano desarrolla. Es un hecho, un don. Sabedlo, acogedlo agradecidamente y sed consecuentes. Es Dios mismo con vosotros ahora (el Espíritu del Señor resucitado), que os resucitó en el Bautismo, el que os continúa resucitando (reanimándoos continuamente en vuestras muertes) y el que os resucitará "el último día". Es obra de Dios en vosotros, con vosotros.

-Reacciones ante la vida y ante la muerte.

De modo muy dispar, según opciones fundamentales, prejuicios, modos de ser, expectativas, frustraciones... Pero hay que definirse: -Los discípulos no entienden el sentido último de Jesús, qué pretende, qué será de ellos si le siguen. Y van de discípulos: para ellos sobre todo habla y actúa Jesús. De momento prefieren quedarse con un Jesús fácil, a su medida. Quisieran un Jesús que se comprometa lo justo, que se exponga poco. Que no se pase.

Marta y María, apenadas por el hermano muerto... y por la ausencia de Jesús. Contentas, por lo tanto, de que Jesús esté allí, amigo. Pero demasiado tarde. Están dispuestas a todo. Desde la pena profunda creen o quieren creer que todo es posible para Jesús. "Sabemos que Dios te dará lo que le pidas." Creen en Jesús... pero Lázaro ha muerto. Y esto es irreversible. "Si hubieras estado aquí..." Efectivamente, la muerte pone en cuestión tantas cosas, la vida en primer lugar. Sin embargo, Jesús "es la Resurrección y la Vida". Y lo va a mostrar poniendo El en cuestión a la muerte misma. Ellas no están cerradas; a pesar de todo, "creo que tú eres el Cristo".

-Los judíos todo lo ponen en cuestión, ni creen ni quieren creer.

Al menos como colectivo, así les presenta siempre el cuarto Evangelio. Para ellos la muerte misma de Lázaro pone en cuestión quién es Jesús. Se pone de manifiesto que no viven abiertos al don de Dios. Cerrados en su historia, en sus leyes y culto, repetitivos. La creatividad de Dios prosigue y les alcanza; ahora es tiempo nuevo de consolación y de resurrección. Ellos no se enteran. No quieren creer en lo que les parece imposible. Aunque "muchos creyeron en él", algunos prepararán cómo suprimir al Autor de la vida...

-Jesús mismo es el personaje central. Sensible al dolor, atento, compasivo. Desde su misión de salvar y comunicar vida eterna, da gracias al Padre por el momento que está viviendo y por la ocasión de ser Buena Noticia para la gente, "para que crean que tú me has enviado". Efectivamente, Jesús ha venido para "reunir a los hijos dispersos"..., sacándoles de sus sepulcros oscuros, fríos. El poder de Dios queda patente en la compasión... que hace renacer la vida y la esperanza donde estaba ya perdida.

-Y finalmente, nosotros, personajes de hoy, que escuchamos y meditamos esta Palabra. Para nosotros, una doble invitación: "Si tienes fe... verás el poder de Dios." "Salid de vuestros sepulcros... ¡Sal fuerza, Lázaro!"

JUANJO MARTINEZ
DABAR 1987/22


5. MU/SUEÑO.

El evangelio de Juan siempre tiene sus dificultades a la hora de comentarlo, pues ya es bien sabido que hay que leerlo con unas claves interpretativas muy específicas. Esto es especialmente cierto en el pasaje de la resurrección de Lázaro, texto que nos trae la liturgia de hoy. Por eso hoy trataremos de dar unas verdaderas "Notas para la homilía" con las que cada uno pueda elaborar posteriormente la suya.

1. El de hoy no es, en absoluto, un relato más de una curación de Jesús (una señal más), sino una señal con un rico trasfondo. Es mucho más (cualitativa y cuantitativamente) lo que "quiere decir" Juan que lo que "dice" expresamente.

2. En primer lugar se nos presenta un grupo de discípulos de Jesús, una comunidad de hermanos y hermanas en la que rigen relaciones afectivas activas (las hermanas mandan aviso a Jesús; a Jesús le dicen que su amigo está enfermo...). El afecto que reina entre los miembros de la comunidad (en la que Jesús se presenta como uno más (vamos a Judea; vamos a verlo; Lázaro, nuestro amigo) es de tal categoría que el miedo no impide marchar en ayuda del necesitado.

3. Pero los discípulos aún no han descubierto el calibre real de la vida que transmite Jesús; para ellos, la muerte aún es la interrupción de la vida; la muerte aún es el final del camino; la muerte aún es el término irreversible e ineludible de toda existencia; en definitiva: aún no han alcanzado la madurez de la fe porque aún no han descubierto que, si bien ciertamente Jesús no elimina la muerte física, sí que la transforma en un sueño (nuestro amigo Lázaro duerme), que no supone ninguna interrupción en la vida del hombre. En la vida del hombre que ha recibido su vida de Jesús.

4. En este contexto de muerte (cuatro días); ya huele mal...) se presenta Jesús como la resurrección, como portador de la vida, porque el plan de Dios no es hacer un ser-para-la-muerte sino para la vida plena y definitiva, un ser-para-vivir-la-misma-vida-de-Dios. Para quien recibe el Espíritu de Dios, para los que ya pertenecen a Jesús, en la vida ya no hay solución de continuidad aunque sí haya un punto de inflexión que es la muerte (el que cree en mí, aunque muera, vivirá).

5. Pero la comunidad de los discípulos de Jesús aún no han descubierto esta realidad (Señor, si hubieras estado, mi hermano no habría muerto). Por eso Jesús hará una llamada a salir de la desesperanza, a salir del duelo, de la antigua concepción de la vida y de la muerte, a salir del grupo de los que no conocen la vida y por eso ven la muerte como un fin definitivo y sin-sentido.

6. Jesús ha venido, sobre todo, para comunicar a los hombres el plan de Dios para con ellos (todo lo que he oído al Padre os lo he dicho...). Y uno de los puntos más importante (¿por qué no decir el principal?) es devolverles la vida definitiva, hacerles superar la muerte. Es el cúlmen de la obra creadora. Y Jesús no hace sino invitar a la comunidad en esa realidad del amor de Dios y descubrir todo su alcance (¿no te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Yo soy la resurrección y la vida..., el que vive y cree en mí no morirá nunca). Jesús está llamando con urgencia a aquel grupo de hermanos a fiarse de su palabra (quitad la losa; desatadlo...), a superar las antiguas concepciones de la vida y la muerte que esclavizaban al hombre reduciéndolo a un llegar-a-ser-cadáver como toda meta.

MU/MIEDO  7. La muerte, en definitiva, no es sino la culminación de todas las pequeñas muertes diarias (miedos, limitaciones, ignorancias, humillaciones, esclavitudes, sufrimientos, angustias...). Y el miedo a la muerte es lo que hace al hombre impotente para luchar contra todo tipo de opresión y esclavitud: ¿para qué? Y en este miedo radica la fuerza de los opresores (comamos y bebamos y oprimamos, que mañana moriremos). Jesús libera al hombre de la muerte, le salva de su miedo y lo hace capaz de resistir, ya, toda opresión. Por eso Jesús será un peligro potencial -y real-, una "re-vo-lución" peligrosa que atentará contra la seguridad y continuidad de los poderes establecidos y que éstos, por tanto, tratarán de eliminar por todos los medios (sería interesante leer los vv. 47-53 de este mismo capítulo de Juan donde se ve la reacción "oficial" ante Jesús de los sumos sacerdotes y fariseos, termina así: "Aquel día acordaron matarlo" -v. 53-; la liturgia del día nos hace un flaco favor recortando tan descaradamente un texto que va tan unido).

FE/H-LIBRE. 8. Jesús, por tanto, hace al hombre radicalmente libre -y así, radicalmente peligroso-; a partir de ahora, a partir de esta convicción en la pervivencia después del "sueño de la muerte", ya no hay problema en arriesgar la propia vida por luchar en favor del hermano. La vida es indestructible y ya no se puede perder aunque se muera. Esta certeza es la que hará decir a Jesús: "No hay mayor amor que dar la vida por los amigos": y esta certeza es la que lleva a Jesús a despreciar el peligro de acercarse por Betania -a sólo 3 kilómetros de Jerusalén, donde le esperan los que quieren cogerle- y poner en peligro su vida por ayudar a un amigo. Al final será apresado y llevado a la cruz. Pero no importa; ayudar a un amigo es más importante que conservar la propia vida; porque, en definitiva la propia vida no se pierde nunca.

DABAR 1981/22


6.

1.-La exégesis nos dice que esta narración de Juan, larga y un tanto barroca, en que se nos describe la resurrección de Lázaro, tiene como un sentido de superficie y otro más profundo. Esto, que es algo habitual en el cuarto evangelio, resalta de forma especial en este pasaje. La muerte de Lázaro y cuanto sucede en torno a ella no es algo fortuito en la mente del evangelista, sino ocasión muy especial para la gloria de Dios y de Jesús (vs.4 y 10). Y también de fe para Marta y para todos nosotros.

2.- Nada más lejos de Jesús que una postura sádica, o algo así, dejando que se muera Lázaro y se pudra bien podrido para que al salir del sepulcro el milagro de la resurrección sea más espectacular. Y dejar que Marta y María lloren y sufran a fondo para que el consuelo posterior sea más fuerte. Esto no cuadra con el talante de Jesús ni con las lágrimas y ternura de buen amigo que demuestra. La verdad era que Jesús estaba acorralado por sus enemigos y no pudo ir antes. Las palabras de Tomás a sus compañeros expresan bien la situación: "Vamos también nosotros a morir con El".

3.- Jesús vence el miedo y va a visitar al amigo, aunque le cueste la vida, que de verdad le va a costar. Y es que Jesús es perfectamente coherente y ahora cumple aquello de que el verdadero amor es el que es capaz de llegar hasta la muerte. Jesús lo hace en este momento por su amigo Lázaro y en un sentido más profundo lo hace por todos nosotros. Este es el sentido de la vida y el mensaje de Jesús. Y ésta es su gloria. "En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere llevará mucho fruto" (Jn/12/24). "Pues quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien pierda la vida por mí y el evangelio, ése la salvará" (Mc/08/35). En amar hasta dar la vida por los demás está la salvación y la gloria según Jesús.

4.- Quien pretenda salvarse a si mismo egoísticamente, realizarse así, se pierde. Este camino termina en esterilidad. Así, la vida se seca. En cambio, es fecunda cuando se abre a los otros por el amor. Verdad cristiana y verdad humana, aunque se exprese en una paradoja. Este es el sentido de la vida de Jesús y éste es el camino a seguir para el que quiera ser cristiano.

DABAR 1978/18


7.

-"Yo soy la resurrección y la vida": En el duro enfrentamiento con la incredulidad de los judíos, Jesús revela a los creyentes el misterio de su persona y de su misión. La curación del ciego de nacimiento, que contemplábamos el pasado domingo, es un signo: Jesús es la luz, ha venido al mundo a devolver la vista a los ciegos. La resurrección de Lázaro es otro signo: Jesús es la vida, ha venido a este mundo para que todos los que crean en él tengan vida y la tengan en abundancia. En medio de este sorprendente relato que escuchamos hoy, Jesús pronuncia la palabra clave que lo interpreta: "Yo soy la resurrección y la vida".

No es casual que los enemigos de la luz, "los que dicen ver" se vuelvan ciegos precisamente cuando Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento que padece y reconoce su ceguera. Tampoco lo es que los enemigos de la vida, los que sacrifican el hombre a las exigencias de la ley, decidan la muerte de Jesús cuando éste resucita en Betania a su amigo Lázaro. La contradicción entre la luz y las tinieblas, la vida y la muerte, se agudiza a medida que avanza el proceso y se aproxima la sentencia y el juicio de Dios.

Pero en esta historia, que es la historia de nuestra salvación, todo contribuye a los planes de Dios y hasta los enemigos de Jesús, muy a pesar suyo, profetizan lo que tenia que suceder en Jerusalén para que el Hijo del hombre entrara en su gloria y realizara la obra de la redención: "Vosotros no sabéis nada -dijo Caifás-, ni caéis en cuenta que es mejor que muera uno sólo por el pueblo y no que perezca toda la nación" (Jn 11, 49s.).

La resurrección de Lázaro, que de una parte precipita los acontecimientos y la muerte de Cristo que tenía que suceder, anticipa de otra la victoria definitiva de la vida sobre la muerte. Porque si Lázaro resucitó para volver a morir, Cristo resucitará de una vez para siempre y, con él, nuestra auténtica esperanza. Porque él es la resurrección y la vida, y cuantos creen en él, aunque mueran, vivirán. De modo que el camino de Jesús, por la cruz a la luz o por la muerte a la vida, es en adelante el camino de todos los creyentes.

-¿Creemos esto?: La pregunta que dirige Jesús a María, la hermana de Lázaro, es también la que dirige a cada uno de nosotros: "¿Crees esto?" El evangelio no es sólo un mensaje o una buena noticia, porque es al mismo tiempo una pregunta que no podemos eludir, que reclama nuestra responsabilidad. Más aún, no es mensaje ni buena noticia para el que no está dispuesto a responder con su fe a esa pregunta.

Con frecuencia los hombres escuchamos únicamente aquello que nos cuadra: es decir, aquello que responde a nuestros intereses y encaja en nuestra racionalidad, armonizando con nuestras ideas, convicciones y prejuicios. En consecuencia corremos el riesgo de querer arrimar la palabra de Dios a la sardina de nuestras conveniencias y coherencias, usando y abusando de ella como si se tratara de un repertorio de respuestas y argumentos. Pero la palabra de Dios, porque es de Dios y nunca del hombre, no se deja manejar tan fácilmente. De ahí su carácter de pregunta y de interpelación: "¿Crees esto?" Esto y no otra cosa. Esto: que Jesús es la resurrección y la vida y que todos los que creen en él, aunque hayan muerto, vivirán.

Los filósofos de Atenas ni siquiera quisieron oír hablar de la resurrección de los muertos, les parecía un absurdo. Pero Pablo, fiel al evangelio, insiste una y otra vez que si los muertos no resucitan vana es nuestra esperanza. ¿Queremos escuchar nosotros este mensaje?, ¿creemos en el evangelio? La experiencia de la nueva vida, la experiencia de la resurrección, sólo es posible en la respuesta y desde la respuesta a la pregunta que Jesús nos hace. Sólo es posible desde la fe y en la fe.

-"Si crees, verás la gloria de Dios: La muerte no es sólo lo que sucede al fin, sino lo que pone fin a la vida desde el principio, reprimiendo uno a uno todos nuestros mejores proyectos, todas nuestras ansias y deseos de liberación individual y colectiva. La instrumentalización de la muerte y del miedo a la muerte constituye la estrategia fundamental de todos los poderes que mortifican y esclavizan al hombre. Los hombres, por miedo a perder la vida, se resignan a vivir como muertos. En cambio, los que creen en la vida eterna, los que aceptan la muerte como el desfiladero de la vida, los que comprenden que vivir es dar la vida, salen ya de los sepulcros y comienzan a vivir como resucitados. Nada ni nadie puede acabar con su esperanza, con la esperanza contra toda esperanza, con la esperanza que Jesús ha puesto en pie contra la muerte.

La fe en la resurrección no es la creencia de una vida como ésta prolongada indefinidamente. Tampoco es sólo una fe en la "otra vida", en otra vida que no tuviera que ver en absoluto con la existencia actual en este mundo. Es, realidad, fe en la plenitud de la vida y, por lo tanto, en una vida cualitativamente distinta de cualquier otra sometida a la muerte y a todo lo que la muerte lleva consigo. Por eso es una fe activa y en lucha contra lo que se opone a la vida y a la abundancia de la vida para todos. Por eso es una fe y una esperanza empeñada en la transformación profunda de esta tierra para que en ella habite la justicia y se manifieste la gloria de Dios.

EUCARISTÍA 1981/17


8.

El pueblo que el Señor sacó de Egipto, el pueblo que anduvo por el desierto hacia la tierra prometida, el pueblo en el que peregrinó la esperanza del mundo, el pueblo de Dios, Israel, está cautivo en Babilonia. Caminar es la existencia de Israel y la cautividad su muerte. En Babilonia no hay libertad, no hay camino, no hay vida para Israel. Babilonia es tierra de los muertos, una tumba para Israel. La esperanza se extingue, pero Israel no puede hacer nada por sí mismo porque es un pueblo acabado, está muerto.

Israel, ese pueblo cautivo, es todos los pueblos, todos los hombres, eres también tú y yo, somos nosotros. Pues nosotros estamos cautivos y padecemos ya la opresión del último enemigo que es la muerte. La muerte es el poder que se agazapa detrás de todas las opresiones. La muerte, el miedo que nos da la muerte, es la fuerza opresora que establece el sistema y cierra el paso a la auténtica esperanza de los pueblos. La muerte no es ciertamente el último enemigo porque sea aquel enemigo con el que vamos a confrontarnos el último de nuestros días, sino porque es el hecho contundente que anonada ya todos nuestros deseos, corrompe nuestras esperanzas y tuerce nuestros caminos. La muerte no es sólo el fin, sino el poder que mortifica ya toda nuestra existencia.

El miedo a la muerte nos impide vivir. Porque, ¿qué otra cosa es la vida sino aquella llamada a la libertad del hombre para realizar los valores de la justicia, de la verdad, de la paz, del amor o de la fraternidad entre los hombres y pueblos de la tierra...? Y, ¿acaso no es el miedo a perder la propia vida el que paraliza ya nuestra libertad? ¿No es el miedo a dejar de vivir o a dejar de "vivir bien" el que nos hace renunciar a la vida auténticamente humana? Somos justos; pero hasta cierto punto. Somos sinceros; pero también hasta cierto punto. Amamos al prójimo, siempre hasta cierto punto. Y este punto cierto que señala el momento de nuestra dimisión como hombres, ¿no es acaso ya la anticipación de la muerte? Dejamos de ser, dejamos de vivir, dejamos de ser hombres de verdad cuando el miedo a la muerte nos hace renunciar a todo lo que es bueno y justo.

Pero, incluso cuando ignoramos o decimos ignorar el hecho de la muerte, cuando superamos o decimos superar el gran miedo y somos capaces de llevar adelante la vida en una entrega sin dimisión en favor de la justicia, de la verdad, del amor, de la fraternidad... aun en este caso, también se vive hasta cierto punto, hasta el punto cierto que es la muerte. La muerte pone punto final a todos nuestros proyectos de justicia, de verdad, de amor... Y así, el hombre, tanto si retrocede ante la muerte y se queda ya en vida como un muerto, como si mantiene su lucha contras todas las opresiones concretas que le salen al paso, sucumbe al fin ante la opresión insuperable de la muerte. La muerte envuelve nuestra existencia, recorta nuestra libertad y triunfa sobre todos nuestros esfuerzos de liberación. Escamotear el problema de la muerte, y hablar de liberación es sólo propagar una ideología, palabras nada más. Pues la liberación del hombre, de la humanidad entera, sólo será posible si la vida triunfa al fin sobre la muerte. Pero, ¿es esto posible sin la ayuda del "exterior", del "enteramente otro", del futuro, del Dios que ha de venir...? Sabemos que nada hay tan seguro como la muerte y nada menos probable que la vida. Sin embargo -este es el sin embargo del Evangelio-, Jesús proclama: "Yo soy la resurreción y la vida". Y el evangelista nos dice que Jesús mandó quitar la losa del sepulcro en donde yacía difunto su amigo Lázaro y gritó con voz potente: "¡Lázaro, ven fuera!". Y el muerto salió, y Jesús dijo: "Desatadlo y dejadlo andar". Y en este momento se cumplió la promesa: "Yo mismo os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío".

Sin embargo -y ahora es el "sin embargo" de la incredulidad-, no todos creyeron. ¿Creemos nosotros? Sí, claro, confesamos en el Credo nuestra fe en la vida eterna. Pero, ¿creemos hasta perder el miedo, hasta el punto de esperar contra toda esperanza, y no renunciar nunca a la tierra que nos ha sido prometida, o nos quedamos quizá callados como muertos ante el poder y la mentira de este mundo? La muerte para un cristiano que lo sea de veras, ha perdido ya su aguijón, su virulencia. La muerte no proyecta ya sobre su vida aquel miedo fatídico que anonada los buenos deseos y oscurece todos los caminos. La muerte es para él tránsito, pascua. El sabe que dar la vida es ganarla y por eso el cristiano que cree en la vida eterna no puede ser ya domesticado por nada ni por nadie. Y todo eso porque Dios, el Dios vivo, el que es verdaderamente libre, el que no puede caer nunca en la trampa de la muerte, nos libera. El es el que abre nuestros sepulcros y nos infunde su espíritu para que vivamos. El es el que nos conduce a la tierra prometida, a la tierra de los vivientes, de los hombres libres.

EUCARISTÍA 1972/21


9.  MU/VISIÓN-CRA

-Situación

Faltan dos semanas para la Pascua. Se va intensificando nuestra preparación. Juan nos presenta hoy la tercera de sus "catequesis bautismales", esta vez bajo la categoría de la Vida (después de la del Agua y la Luz). Inmediatamente antes de su Pasión, Cristo resucita a Lázaro y se presenta a sí mismo como la resurrección y la Vida de la humanidad. Hoy las tres lecturas pueden ofrecernos, sin violencia, el mismo mensaje de "vida pascual", porque también Ezequiel y Pablo insisten en el tema. Las mismas lecturas, bien proclamadas -la del evangelio, aunque sea larga, hecha por entero, y con expresividad dramática en las varias escenas y diálogos- son la mejor homilía.

También hoy sería oportuno que renunciáramos a comentar tantos detalles que nos pueden parecer interesantes en el evangelio (progresión pedagógica en la presentación de Cristo, reacciones varias en los discípulos, en Marta o en los judíos, riqueza de matices en las palabras puestas en boca de Jesús, el tema de la amistad humana y las lágrimas de Jesús, etc.), y nos ciñéramos al tema central, en vísperas de la Pascua: la Vida, tanto para Israel, como para Lázaro, como para nosotros.

-Mensaje optimista de esperanza para un pueblo

La experiencia de debilidad, de enfermedad o incluso de muerte, también la puede tener una comunidad entera. En este caso -la primera lectura- es Israel, el pueblo elegido, el que experimenta en el destierro un panorama desolador, pesimista. Y es ahí, en esta situación desesperada, cuando le alcanza el mensaje del profeta: revivirá, se rehará el pueblo. También nosotros podemos sentir parecida sensación de impotencia, de cansancio, de desánimo, como comunidad, como Iglesia, como sociedad humana. Y también para nosotros resuena el anuncio optimista: es posible revivir. La Pascua, los planes de Dios, son programa de vida, también para la colectividad, además de para cada uno. La homilía hará bien en detectar síntomas de este pesimismo e iluminarlos con la buena nueva de la Pascua, que es para todos anuncio de vida.

-Cristo, la Vida

Y esto lo podemos creer nosotros con mucha más razón que los israelitas, por Cristo. Nos preparamos a celebrar su resurrección de los muertos. Y hoy leemos cómo El resucita a Lázaro, y se presenta como el dador de la vida verdadera. También aquí la revelación es progresiva, sabiamente dosificada en un diálogo vivaz, en que Jesús se va manifestando como el Enviado del Padre, en estrecha conexión con El, hasta el decisivo "yo soy" referido esta vez a la Vida. La resurrección de Lázaro es figura de lo que le pasará al mismo Cristo, resucitado por el Espíritu del Padre, y de lo que nos pasará a nosotros, los que, unidos a Cristo, estamos destinados con El y como El a una existencia de vida, no de muerte. Juan insiste en todo su evangelio en la categoría de la Vida para describir a Cristo o lo que Cristo representa para nosotros (de modo muy privilegiado, esta "Vida" describe lo que es y significa para nosotros la Eucaristía, en Jn 6). Quiere expresar toda la riqueza positiva, optimista, que la salvación de Cristo representa para la humanidad. Además, la cercanía y la amistad que Jesús muestra con su amigo Lázaro, es también cercanía e interés para con toda la comunidad, con nosotros. A todos nos quiere comunicar -en la escatología, pero ya ahora- su propia Vida. Esta es la gracia y el acontecimiento que El quiere que suceda en la próxima Pascua. Un acontecimiento que ya empezó sacramentalmente el día de nuestro Bautismo.

-Pascua, mensaje y don de vida

La aplicación a nuestra vida puede tener varias direcciones.

a) Ante todo, en la 2 lectura, Pablo nos habla del proyecto que Dios tiene para nosotros. No vivimos según la carne, o sea, según las solas fuerzas humanas y según criterios y mentalidad meramente mundana. Sino que vivimos en el Espíritu, según los criterios de Dios. El mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos, está dispuesto a resucitarnos también a nosotros: ¿no es esa la idea de Dios en la Pascua? No celebramos un aniversario, sino que se nos va a comunicar la gracia del misterio: o sea, la Nueva Vida del Señor Resucitado. No en vano en el Credo llamamos al Espíritu "dador de Vida". Y como el domingo pasado con "los frutos o las obras de la luz", también aquí se trata de que la Vida pascual de Cristo se note en nuestra existencia, que demos testimonio de ella en nuestras obras.

b) El episodio de Lázaro muerto y resucitado nos pone también frente al gran hecho de la muerte, el acontecimiento más importante de nuestra vida. La visión cristiana de la muerte -la nuestra y la de los demás- vale la pena que la presentemos hoy (no sólo cuando celebramos unas exequias). El evangelio de Lázaro es todo un programa, así como lo es, y de manera eminente, lo que celebramos en la Pascua de la Muerte y Resurrección de Cristo: el destino que Dios nos tiene preparado es la Vida, no la muerte. la Muerte, en su realidad siempre dolorosa y seria, es un misterio.

No lo entendemos. Pero la Buena Noticia cristiana es precisamente que es un misterio de Vida: que no es el final o la aniquilación o el sin sentido, sino que el Dios de la Vida nos ha destinado a la Vida, con El. Como Cristo.

El mensaje es esperanzador. Para Israel. Para Lázaro. Para Cristo. Para nosotros. Eso significa la Pascua. Eso significa, el Bautismo: que nos sumergió ya desde el principio, con Cristo, en la muerte y en la Vida. Nosotros, que creemos en Cristo muerto y resucitado, no podemos vivir sin esperanza. No hay "tumba" que se resista a ese Espíritu vivificador que está dispuesto a repetir el portento de la Pascua con nosotros.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1987/07


10.

La bolsa o la vida. Son los dos grandes miedos del hombre de todos los tiempos: el miedo a perder la bolsa y el miedo a perder la vida. El miedo a la miseria y el miedo a la muerte. El temor a estas dos realidades puede llegar a conseguir que nos hagamos esclavos de quien nos amenace con ellas. Jesús nos libera de ambos miedos. Del miedo a la miseria, invitándonos a construir un mundo en el que reine la justicia de Dios, y del miedo a la muerte, el último de nuestros enemigos, diciéndonos que, no la vida, la muerte es sueño.

EL MIEDO/ESCLAVITUD ESCLAVITUD/MIEDO:

¿Quién no ha tenido miedo alguna vez? Este sentimiento lo experimentamos todos los seres humanos, en todas partes, en todos los tiempos. Por eso muchos usan el miedo para dominar a los hombres: al votante, en vez de informarle para que pueda votar sabiendo lo que hace, se le mete el miedo en el cuerpo para que, asustado, no arriesgue demasiado al elegir (¿verdad que recuerdan todavía el referéndum contra-acerca de = en favor de la OTAN que nos montaron?); al trabajador para que acepte condiciones injustas de trabajo (sueldos bajos, sin seguro, horas extraordinarias...), y para que rompa la solidaridad con los suyos se le atemoriza con el paro; al estudiante, con el suspenso; al niño, con la oscuridad; al rico -al que lo es o al que busca serlo-, con la miseria..., y a todos, pero especialmente a quienes están dispuestos a luchar para construir un mundo más justo -y ésta es el arma más usada por los sistemas opresores-, se nos amenaza con la muerte, la única desgracia verdaderamente irreparable.

EL ULTIMO ENEMIGO

El hombre no quiere sufrir e intenta evitar, como sea, el dolor, la desgracia y la destrucción de su persona. Por eso el miedo, hábilmente manejado por quienes pueden provocar aquello que el hombre teme, hace dóciles a los hombres y los convierte en esclavos. Pero ¿no es ya sufrimiento, desgracia y destrucción de la persona humana el miedo mismo y la esclavitud a que el miedo lleva? Dios, que no quiere que el hombre sufra (¿nos convenceremos alguna vez de que a Dios no le agrada que los hombres sufran?), nos envió a su Hijo para librarnos de todas nuestras esclavitudes, y nos ofrece por medio de él su propia vida, que nos hará superar la misma muerte -"el último enemigo", en palabras del apóstol Pablo (1 Cor 15, 26)- y, por tanto, el miedo a ella.

YA NO HAY RAZÓN PARA EL MIEDO

"Había un cierto enfermo, Lázaro, que era de Betania, de la aldea de María y de Marta su hermana... Las hermanas le enviaron recado:

-Señor, mira, que tu amigo está enfermo.

...Se quedó dos días en el lugar donde estaba. Luego dijo a los discípulos:

-Vamos otra vez a Judea.

Los discípulos le dijeron:

-Maestro, hace nada querían apedrearte los judíos, y ¿vas a ir otra vez allí?"

Los discípulos de Jesús tenían miedo a la muerte y no se atrevían a ir a visitar a un miembro de una comunidad de seguidores de Jesús que estaba enfermo, porque estaba en territorio hostil. El miedo, el miedo a la muerte, les impedía la práctica del amor y la solidaridad.

Jesús va a aprovechar la ocasión de esa enfermedad para mostrar a sus discípulos cuál es la calidad de la vida que él les está ofreciendo: una vida que vence a la muerte: "Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios; así se manifestará por ella la gloria del Hijo de Dios".

Las doctrinas fariseas hablaban ya de la resurrección de los muertos, y los discípulos de Jesús, como Marta y María, compartían esa esperanza. Pero la esperanza en una vida que, después de perdida, se recupera al final de los tiempos -¡que vaya usted a saber cuándo llegará!- casi nunca ha consolado de veras a nadie: es dejarlo para muy tarde. Marta y María sentían la ausencia de Lázaro, ausencia que creían definitiva, pues aunque habían dado su adhesión a Jesús, todavía no comprendían cuál era la calidad de la vida que Jesús les había hecho compartir. Y seguían pensando que sólo un milagro podía devolverles a su hermano. Jesús, que también sufre por la muerte física de su amigo, les muestra a ellas y a todos los allí presentes (la mayoría partidarios de quienes habían intentado ya matar a Jesús) que Lázaro, el muerto, está vivo y que su muerte física sólo era una apariencia de muerte.

"YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA"

"Dijo Marta a Jesús:

-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano... Jesús le dijo:

-Tu hermano resucitará.

Respondió Marta:

-Ya sé que resucitará en la resurrección del último día.

Le dijo Jesús:

-Yo soy la resurrección y la vida; el que me presta su adhesión, aunque muera, vivirá, pues todo el que vive y me presta adhesión, no morirá nunca. ¿Crees esto?".

La Buena Noticia que nos da Jesús es que la vida no se pierde y que, por tanto, no hay que esperar para recuperarla a la resurrección de los últimos tiempos, porque él es ya la resurrección y la vida. Y a todos los que le den su adhesión, esto es, a todos los que se pongan de su parte, los hará partícipes de esa vida, ya resucitada, que es la vida del mismo Dios y que, por tanto, es indestructible. Vida que él ofrece a cada hombre y que, una vez aceptada y recibida, convierte la vida humana en vida definitiva.

En el evangelio de Juan a Lázaro se le sigue llamando "el muerto" (12, 1), pero todos saben ya que está vivo y que está con ellos. Y es que Jesús no va a eliminar el hecho de la muerte física. Pero va a mostrar una realidad que cambiará radicalmente la experiencia del hombre ante este hecho ineludible. La realidad que Jesús descubre es que la muerte no es invencible, puesto que todo el que dé su adhesión a Jesús y practique el amor y la solidaridad según su estilo, todo el que esté dispuesto a jugarse la vida para que en este mundo se implante la justicia de Dios, aunque muera, no morirá.

¿Un acertijo? ¿Una paradoja? No. Es sólo que el amor es más fuerte que la muerte (Cant 8, 6).

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO A
EDIC. EL ALMENDRO CORDOBA 1989.Pág. 57ss.

HOMILÍAS 8-14