COMENTARIOS AL EVANGELIO

Lc 15, 1-3. 11-32


1. /Jr/31.

Lucas dedica todo un capítulo a las parábolas de la misericordia: la oveja perdida (15, 4-7), el dracma perdido (15, 8-10), el hijo perdido (15, 11-32). Este capítulo pudo haber sido pensado como un midrash de Jer. 31. Encontramos, en efecto, en el texto del profeta la imagen de la concentración de las ovejas (Jer. 31, 10-12), la de la mujer que encuentra a sus hijos perdidos (Jer. 31, 15-16), y finalmente la imagen de Dios perdonando a su hijo preferido Efraim (Jer. 31, 18-20). Señalemos que el pasaje paralelo de Mt. 18, 8-14 añade un nuevo midrash a Jer. 31: el de los cojos y ciegos que entran en el Reino (Mt. 18, 8-10), como preveía Jer. 31, 8.

* * * *

Cabe pensar que la parábola del hijo pródigo hace alusión a Jer. 31, texto que debía de ser bien conocido de los primeros cristianos porque es el texto del Antiguo Testamento que mejor describe la Nueva Alianza (Jer. 31, 31-34). Muy bien puede haberse hecho en la parábolas de la misericordia un comentario de Jer. 31 preparando a las mentes para la inteligencia de la nueva alianza, basada en un amor a Dios más fuerte que el pecado.

Las motivaciones del arrepentimiento del hijo menor no son particularmente puras, y la conversión no se produce sino bajo la presión de necesidades vitales, lo que al menos tiene la ventaja de subrayar la magnitud de la gratuidad del perdón paterno.

Pero en el momento en que ese amor alcanza su culminación entra en escena el hermano mayor. Jeremías 31 se termina con la descripción de la reconciliación de Efraim y de Judá, dos tribus que estaban interesadas por la misma alianza y la misma abundancia (Jer. 31, 23-31). En la parábola, el padre de familia no tendrá la alegría de reconciliar a sus dos hijos en torno a su amor, en el banquete de la abundancia: el mayor, comido por la envidia, rechaza esa mezcla con el pecador de la misma forma que los escribas y los fariseos (Lc. 15, 1-3). El hermano mayor se comporta además con el mismo orgullo que el fariseo en el Templo (Lc. 18, 10-12), con el mismo desprecio hacia el otro (comparar "este hijo tuyo..." y "este publicano"). En cuanto al hijo menor, su oración se parece a la del publicano (cf. Lc. 18, 13). Por tanto, esta parábola, lo mismo que la del publicano y el fariseo, trata de justificar la benevolente acogida que Cristo dispensa a todo los hombres, incluso a los pecadores.

En segundo plano, el mayor aprende que no será amado por su Padre si, a su vez, no recibe al pecador; el padre amoroso espera que no se le limite en su misericordia. No es él quien excluye al mayor, sino que es este último quien se excluye a sí mismo porque no ama a su hermano (cf. /1Jn/04/20-21).

De esta forma, el amor gratuito de Dios elabora una nueva alianza que incita a la conversión y se sella en el banquete eucarístico, alianza en la que el derecho de primogenitura antiguo queda eliminado porque el amor de Dios se abre a todos.

* * * *

La parábola del hijo pródigo constituye una excelente iniciación al período de penitencia. Se precisa en primer término que los dos hijos son pecadores: así es la condición humana. Pero uno lo sabe y monta su actitud en función de ese conocimiento; el otro se niega a reconocerlo y no modifica en nada su vida. Dios viene para el uno y para el otro: sale al encuentro del más pequeño, pero también al encuentro del mayor (vv. 20 y 28); Dios viene para todos los hombres, para los pecadores que saben que lo son y para los que no lo saben; no viene solo para una categoría de hombres.

En el proceso penitencial del más pequeño se advierte en primer término la iniciativa humana; hablábamos más arriba de la "contrición imperfecta": el pequeño se convierte porque es desgraciado y porque, al fin de cuentas, el ambiente de la casa paterna vale mucho más que la porqueriza en que vive. Con esta contrición imperfecta (v. 16) procede a su examen-de-conciencia ("entrando en sí mismo"; v. 17) y prepara incluso el texto de la confesión que hará a su padre (vv. 17-19). Pero el descubrimiento esencial del penitente que se lanza por el camino de retorno a Dios es el advertir que Dios sale a su encuentro con una bondad tal que el penitente pierde el hilo conductor de su discurso de confesión (vv. 21-23). Los papeles se han cambiado: ya no es la contrición del penitente lo que cuenta y constituye lo esencial de la actitud penitencial, sino el amor de Dios y su perdón.

Pero son muchos los casos, desgraciadamente, en que el sacramento de la penitencia se desarrolla como si el perdón no fuese más que una correspondencia a una confesión y una actitud del hombre cuando es, ante todo, una actitud de Dios y una celebración de su amor re-creador. Y es también muy raro que el ministro del sacramento dé realmente la impresión de que encamina a alguien hacia la alegría del Padre.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 164 ss


2. PERDON/ALEGRIA

Esta parábola del "padre bondadoso" sigue en parte la línea de las anteriores. Primeramente es una proclamación, un grito jubiloso: "¡Alegraos conmigo!". "¡Alegraos, porque he hallado lo que había perdido!". Dios, como el pastor o la mujer que barre su casa, no deja de buscar lo que es suyo (el padre salía todos los días a otear el horizonte). Y cuando lo encuentra, explota la alegría. Y quiere que todos se alegren con él. También los fariseos -que oyen de la boca de Jesús cómo es el amor del Padre con los pecadores y ven cómo busca a los hombres hasta encontrarlos- deberían dejar de murmurar envidiosos y reconocer con profunda satisfacción: "¡Este perdona los pecados!".

Pero no. El padre se encuentra -así la parábola- con que el hijo "fiel" no entiende que ha llegado la hora del júbilo; no puede comprender por qué su padre "ha tirado la casa por la ventana" cuando vuelve su hermano perdido. Es llamativo el peculiar alarde sobre su propia "fidelidad". Pero esa permanencia en la casa del padre no le había llevado aún a la confianza y a la alegría con él y en él, sino a una espera por recibir un buen sueldo de obrero. El padre le ruega, sin embargo, que se reconozca como hijo, y lo abraza, y le dice que "todo lo mío es tuyo". Y también que se reconozca hermano de ese "mi" hijo que es "tu" hermano, el que ha vuelto de las miserias extrañas a nosotros...

FIDELIDAD/DUREZA: Lo que sobrecoge en la parábola es el insondable amor del padre para con ambos hijos y la terrible (sin duda "típica") dureza del corazón del hijo que se distancia de ese padre porque no acepta a "ése", "ese tu hijo" que ha despilfarrado tu hacienda.

EUCARISTÍA 1989, 11


3.

Lucas no se refiere a ninguna situación especial sino a lo que siempre sucedía: mientras los pecadores públicos y todos aquellos que no eran buenos a juicio de los fariseos y según la religiosidad oficial, se acercaban a Jesús, le escuchaban y se convertían al evangelio, los santones y maestros de Israel no hacían otra cosa que expiarle y criticar su conducta. Pero Jesús, acogiendo a los pecadores, no hacía otra cosa que manifestar el amor de Dios y su perdón misericordioso. La parábola del "hijo pródigo" es una réplica de Jesús a la murmuración de los fariseos.

La parábola, que debiera llamarse del "padre bondadoso", tiene también algunos rasgos simbólicos y sicológicos de gran interés.

Pero, como decíamos, lo principal es el insondable amor de Dios que se refleja en la conducta del padre.

P/LIBERTAD: El pecado es siempre un apartarse de Dios para convertirse a las criaturas, una opción por el mundo con menosprecio de Dios. No obstante, Dios deja en libertad al hombre para que haga su experiencia. No quiere tener hijos a la fuerza, deja que se vayan lejos. El pecado lleva al hombre al límite de su miseria. Pero entonces es posible que recapacite y vuelva a su casa. De ser así, el primer paso se da con el reconocimiento de la propia miseria. Dios espera siempre al hijo pródigo y le sale al encuentro con su gracia. Si se decide a volver, lo acogerá amorosamente, lo restablecerá en su dignidad perdida y lo colmará de bienes. Dejará a un lado la venganza y aun la mera justicia, no aceptará que viva en la casa como un jornalero. Celebrará su venida como una resurrección: "estaba muerto y ha revivido". Así es Dios.

El comportamiento del hermano es completamente distinto. Sirve para contraponer el amor de Dios a la conducta de los hombres, que no sabemos perdonar, porque no nos amamos como hermanos.

Porque tampoco nos comportamos como verdaderos hijos de Dios, sino sólo como servidores y esclavos. Es una crítica de Jesús a los fariseos que cumplen la ley a la perfección, al pie de la letra, pero que no han descubierto que la auténtica perfección de la ley es el amor. Para saber perdonar hace falta ser Dios o verdadero hijo de Dios, no basta con ser un cumplidor.

EUCARISTÍA 1986, 12


4.

Texto. Dos situaciones paralelas configuran la introducción del texto. De una parte, los recaudadores y pecadores escuchando a Jesús; de otra, los fariseos y letrados criticando la condescendencia de Jesús. La parábola que sigue es la respuesta de Jesús a la crítica de los fariseos y letrados.

La parábola tipifica en dos hermanos las conductas de los dos grupos de la introducción. De una parte, el hermano menor: símbolo representativo de los recaudadores y pecadores; de otra, el hermano mayor: símbolo de los fariseos y letrados.

La parábola sigue a otras dos en las que se habla de la alegría de Dios por la conversión de los pecadores. Este ordenamiento de las tres parábolas convierte, a su vez, al padre de la tercera en símbolo representativo de Dios.

En su primera parte la parábola reproduce la conducta del hijo menor, desde su marcha de la casa paterna hasta su retorno a ella. Pieza magistral de realismo y ternura. Ciclo sellado por la alegría festiva del reencuentro y cerrado en lo tocante al hijo menor. En su segunda parte la parábola reproduce la reacción negativa del hijo mayor y los esfuerzos del padre por convencerle a que se sume a la alegría festiva del reencuentro con su hermano. Todo en esta segunda parte es tipo de las situaciones de la introducción.

La alegría festiva es símbolo de la convivencia amigable de Jesús con los recaudadores y pecadores; la negativa del hijo mayor a tomar parte en la fiesta es símbolo de la crítica de los fariseos y letrados a la condescendencia de Jesús.

El texto, pues, en su conjunto no debería titularse, como suele hacerse, parábola del hijo pródigo. Este hijo no constituye la razón de ser del texto. Este hijo ha reconocido ya su pecado y ha vuelto al padre. La razón de ser del texto la constituye el hijo mayor con su negativa a compartir mesa y alegría. Este hijo es ahora el problemático para su padre. Un título más acorde con el conjunto del texto podría ser el siguiente: parábola del padre que tenía dos hijos.

Comentario. Como hemos visto, es el propio texto el que da el paso del símbolo a la realidad representada. El hijo menor son los malos (recaudadores y pecadores); el hijo mayor, los buenos (fariseos y letrados). Y como también hemos visto, el problema del texto no son los malos, sino los buenos. No es probablemente ésta la explicación habitual del texto, pero es sin duda la más correcta y, por consiguiente, la que hay que inculcar.

La radiografía del bueno la hace el bueno mismo en el v. 29: tantos años que te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya.

Hay en esta radiografía una fina ironía por parte del autor. En el original griego el verbo "servir" pertenece al área semántica ser esclavo. Este es precisamente el punto negro del bueno: vivirse como esclavo en vez de como hijo. El bueno cumple a la perfección, pero desconoce lo que es estar con el padre. Hijo mío, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Con estas palabras completa el padre lo que le falta a la radiografía del bueno: la filiación, la libertad de hijo, la madurez. A fuerza de cumplir, el bueno se fabrica una coraza que le impide moverse.

Tan férrea y opaca es la coraza que sólo le permite ver el propio ombligo. Fuera de sí, el bueno no ve a nadie, ni siquiera al Padre al que paradójicamente dice servir. Pero el Padre sufre por el hijo esclavo. Un hijo así es una tragedia para sí mismo y para Dios, a la par que una desgracia para la convivencia con los demás, a quienes mira por encima del hombro con desdén y lástima. Estos buenos son unos repelentes inaguantables. En el texto de hoy la conversión llama explícitamente a la puerta de los buenos.

ALBERTO BENITO
DABAR 1992, 21


5.

Entre el telón de fondo y la parábola del padre de los dos hijos hay otras dos parábolas en el texto de Lucas cuando habla Jesús del hombre que tenía dos hijos. Es Dios quien en silencio ve perderse a su hijo menor y quien lo acoge desbordante de alegría. Es Dios quien suplica a su hijo mayor y quien le manifiesta sus desvelos de padre. Jesús actúa como revelador de este Dios haciendo sus veces: acoge al hijo menor y come con él, suplica al hijo mayor que sea hermano de su hermano. La parábola termina con esta súplica a los fariseos y letrados. Estos conocen ahora que la razón por la que Jesús está gustoso en compañía de publicanos y pecadores es porque son hijos de Dios lo mismo que ellos. No tiene pues ningún sentido la descalificación y el desprecio entre hermanos. Tanto un hermano como otro tienen ciertamente algo en qué cambiar. Publicanos y pecadores ya lo han hecho; toca ahora a fariseos y letrados el hacerlo. Ellos son ahora el hijo problemático.

Comentario. El análisis del texto revela suficientemente lo incompleto, inconcluso e inexacto que resulta la habitual denominación parábola del hijo pródigo. Lo completo y exacto es hablar de parábola del padre que tenía dos hijos. El padre es quien da unidad a toda la historia, la figura central, la que aparece en las dos partes. El padre es el personaje auténticamente fascinante de la historia, una verdadera obra maestra. El es el personaje que de verdad ama y sufre. Nos hallamos probablemente ante la mejor página del Nuevo Testamento sobre Dios. Si queremos saber como es Dios, acudamos a esta parábola del padre que tenía dos hijos.

Lo que el domingo pasado estaba solamente implícito, hoy se hace explícito. Todos tenemos necesidad de conversión, los hijos menores y los hijos mayores, los malos y los buenos.

CUMPLIDOR/ESCLAVO: Lo que pasa es que los malos saben que lo son y cambian. El problema terminan por plantearlo los buenos, los que nunca desobedecen una orden de Dios. Una cuestión de matiz o de talante termina siendo una cuestión esencial: en vez de hijos terminan siendo esclavos intransigentes y pagados de sí mismos.

Hay, sin embargo, una cosa que queda muy clara en la historia que Jesús narra: que Dios no es un capataz de esclavos, sino un padre. Dios es fascinante a pesar de sus hijos mayores.

ALBERTO BENITO
DABAR 1989, 16


6.

Comentario. Es de capital importancia no perder de vista el ensamblaje del conjunto: la parábola es la respuesta de Jesús a la crítica de letrados y fariseos por el hecho de juntarse a comer con pecadores. El conjunto es, pues, un diálogo entre fariseos y Jesús a propósito de las comidas de éste con pecadores. El centro de interés no son, pues, los pecadores sino los fariseos. Fruto de la estricta correspondencia de situación y personajes entre los vs. 1-2 y la parábola, el autor establece las siguientes equivalencias: pecadores del comienzo = hijo menor de la parábola (el malo; fariseos = hijo mayor (el bueno).

Insistir, como suele hacerse, en el hijo menor se estropear la parábola. La insistencia hay que hacerla en el hijo mayor. El es el verdadero problema. El hijo menor no es problema simple y llanamente porque reconoce su actuación de mal hijo y la supera. El problema está en el hijo mayor: no reconoce que también él es mal hijo. ¿Mal hijo? Sí, porque no actúa como hijo sino como esclavo: ve en el padre un amo a quien hay que servir, a quien no hay que desobedecer, a quien hay que estar siempre pidiendo permiso.

Sí, el hijo mayor también es mal hijo. Con el agravante de que ni quiere reconocerlo, ni, consiguientemente, supera su pecado. Por eso no se cierra la parábola sino que queda abierta: ¿Reconocerán los buenos su pecado y empezarán a dejar de ser esclavos para ser hijos, es decir, libres? Aquí está la cuestión.

Ahora entenderemos lo que decíamos el domingo pasado: Jesús no pide el cambio a los malos sino a los buenos. El hijo menor no necesita ser invitado a salir de su situación: él mismo sale.

Esta invitación sólo se hace al hijo mayor. ¡Qué genial es Jesús! Si seguimos llamando a esta parábola la parábola de la misericordia habrá que hacerlo a condición de fijarse más en el hijo mayor. De lo contrario la misericordia tiene el riesgo de convertirse en paternalismo y, lo que es más grave, la religión en una cuestión de moralidad.

DABAR 1983, 19


7.

En la parte central del tercer evangelio hallamos el capítulo 15, el de "las parábolas de la misericordia", una auténtica obra maestra de la literatura cristiana.

La finalidad de estas parábolas (oveja perdida, dracma perdida, hijo pródigo) era contestar a los fariseos su crítica porque Jesús acogía a los pecadores.

De las tres parábolas, la de hoy, la del hijo pródigo, es la más conocida y la más rica en enseñanzas. Hace una descripción psicológica y teológica incomparable sobre el corazón del hombre y el corazón de Dios, sobre la realidad del pecado y de la gracia.

El hombre que se aleja de Dios y no encuentra sino desengaño, miseria y soledad. Pero este hombre no está del todo perdido.

Tiene capacidad de renovarse y de revivir. Dios no lo abandona, y sabe que puede volver si sabe humillarse. Y lo hace.

El padre lo espera, se conmueve, lo perdona y lo acepta no ya como siervo sino como el hijo de siempre, con la misma dignidad (traje, anillo, sandalias, fiesta). El perdón de Dios es absoluto, perdona y olvida totalmente; todo recomienza, todo se ve con ojos nuevos llenos de alegría.

Como contraste, el hijo mayor que representa la observancia exacta pero sin corazón, la obediencia farisaica que calcula y no ve los valores de la misericordia.

El tema más repetido de esta parábola es el de la alegría y la fiesta, y más aún que del hijo pródigo nos habla del padre bondadoso que inspira la conversión y la acepta plenamente.

J. M. VERNET
MISA DOMINICAL 1983, 6


8.

-"Hijo... deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido...": Todo el dinamismo de la narración lleva hacia la situación conflictiva con el hermano mayor, que ilustra la actitud intransigente de los escribas y fariseos. El hijo mayor no sabe comprender que el amor del padre pasa por encima del pecado y no quiere participar en el banquete... En contraste, Jesús es el verdadero hijo mayor que sintoniza con el estilo del padre y participa del banquete en el que se reencuentra con los pecadores. Pero la parábola no se queda sólo en una ilustración del alcance y del significado del hacer de Jesús, sino que es también una interpelación a los oyentes, a los escribas y fariseos, y a todo el que al escucharla vea retratada su actuación. La interpelación es una invitación a reconocer en el hijo pequeño, al hermano. A reconocer en el pecador a tu propio hermano. Sólo desde este descubrimiento se puede sintonizar entonces con Jesús y con el plan de Dios.

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1989, 5


9.

La parábola del hijo pródigo, aparte de ser una joya literaria, es un fogonazo de luz divina que nos descubre el corazón de Dios, o el nombre de Dios, que diría Moisés. Resulta que Dios se manifestaba en Jesús como excesivamente misericordioso, «acercándose a los publicanos» y «comiendo con los pecadores». Ante el escándalo de "los justos", les pinta este retrato de Dios, de los pecadores y de los justos.

No puede leerse sin emoción. Pensar que Dios es como el padre de la parábola -verdadero protagonista del cuadro-, es algo que nos rompe. ¡Abajo nuestras defensas y fuera nuestros miedos! Sólo nos quedan las lágrimas de la alegría y la emoción. Un padre que respeta la decisión alocada del hijo, que no duerme pensando en la suerte del hijo, que madruga todos los días esperando la vuelta del hijo, que cambia por traje nuevo y joyas los harapos del hijo, que no pide cuentas al hijo, que hace la fiesta más grande por la recuperación, por la resurrección del hijo... Verdaderamente, Dios no tiene, sino que es misericordia.

Y, por contraste, la estampa mezquina, cicatera, orgullosa, distante del hermano mayor. Es el auténtico fariseo, verdaderamente repugnante. ¡Qué miedo si Dios se pareciera, siquiera un poquito, a él!

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Págs. 93


10.

-"Ese acoge a los pecadores y come con ellos": La introducción del capítulo pone en evidencia el contexto de las parábolas que Jesús pronuncia. Jesús comiendo con los pecadores manifiesta, de una forma palpable y activa, la misericordia de Dios. La crítica de los fariseos a la actuación de Jesús es una crítica al estilo de actuar del mismo Dios. Las tres parábolas del capítulo: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo, pretenden dar una respuesta que ponga en evidencia el profundo contraste que hay entre la opción farisea y la opción de Dios.

-"Un hombre tenia dos hijos...": La parábola denominada del "hijo pródigo", que ha inspirado obras literarias y artísticas, ha sido también para algunos denominada la parábola de "los dos hijos"; pero el verdadero protagonista es el padre, que con su amor pasa por encima de la irreflexión del más joven y la mezquindad del mayor. Este amor del padre es el camino que vemos en la actuación de Jesús y que, a través de la parábola, nos indica que se trata de un amor que manifiesta el de Dios, que también es Padre.

-"Hijo... deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido...": Todo el dinamismo de la narración lleva hacia la situación conflictiva con el hermano mayor, que ilustra la actitud intransigente de los escribas y fariseos. El hijo mayor no sabe comprender que el amor del padre pasa por encima del pecado y no quiere participar en el banquete... En contraste, Jesús es el verdadero hijo mayor que sintoniza con el estilo del padre y participa del banquete en el que se reencuentra con los pecadores. Pero la parábola no se queda sólo en una ilustración del alcance y del significado del hacer de Jesús, sino que es también una interpelación a los oyentes, a los escribas y fariseos, y a todo el que al escucharla vea retratada su actuación. La interpelación es una invitación a reconocer en el hijo pequeño, al hermano. A reconocer en el pecador a tu propio hermano. Sólo desde este descubrimiento se puede sintonizar entonces con Jesús y con el plan de Dios.

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1995, 4


11. 0El otro hijo

 
29.02.16 | 09:15. Archivado en Cuaresma

 
Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del «padre bueno», mal llamada «parábola del hijo pródigo». Precisamente este «hijo menor» ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.
 
Sin embargo, la parábola habla también del «hijo mayor», un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.
 
El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora solo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.
 
 
Esta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?
 
Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular... Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.
 
El «hijo mayor» es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿Les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?
 
José Antonio Pagola
 
4 Cuaresma - C
(Lucas 15,1-3.11-32)
 
06 de marzo 2016