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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DE CUARESMA
20-29
20.
Esta parábola ha tenido la mala suerte de dejarse colgar un título equivocado. En efecto, comúnmente se la ha señalado como la historia del hijo pródigo. Sin embargo, la figura central, el protagonista indiscutible, es el padre. De este padre impresiona, ante todo, el silencio. Ahí está el hijo menor, que habla, que tiene pretensiones. El padre no dice ni palabra. Su silencio es el silencio del amor, respetuoso de la libertad del hijo. Acepta el riesgo de esta libertad. Sin libertad no hay amor. Un doctor de la iglesia hablando precisamente del hombre en el momento de la creación, le llama «riesgo de Dios». Dolorosamente atento, pero sin enojarse por su petición. El no puede suplantar la elección del hijo. Nos preguntamos instintivamente: ¿Por qué no le ha detenido? ¿Por qué no le ha dado una buena paliza, en vez de darle la parte del patrimonio que le "correspondía"?
PATERNALISMO: La paternidad verdadera es discreción. Es aceptar el riesgo de la libertad... Y no hay que confundir paternidad con paternalismo. Esto último es una deformación de la paternidad. Con la intención de proteger, termina sofocando el crecimiento del individuo y bloqueándolo en un estadio infantil.
«En el contexto del evangelio, Dios no se presenta como el padre que cierra la puerta para que los hijos no salgan de noche, sino como la luz que ilumina, la brújula misteriosa que orienta al hombre en sus elecciones, que no lo abandona en el peligroso ejercicio de la libertad, que crea nuevas perspectivas de liberación, y se resarce finalmente en una conclusión que parecía desastrosa. El padre sólo puede ayudar siendo un modelo...» (Arturo ·Paoli-A).
El padre no tiene necesidad de marchar visiblemente con el hijo. Va con él de una manera oculta, interior, que más tarde desembocará en la nostalgia.
Y después la espera. Parece como si el padre hubiese quedado en casa para esperar al hijo escapado, para escrutar el horizonte. En realidad, desde el momento en que el hijo marchó, ya no existe la «casa paterna». Esta se halla donde está el corazón del padre. Y ahora el corazón del padre ha marchado lejos. Pensándolo bien, ha caminado más el padre que el hijo. El amor no se resigna a las distancias, a la separación. El amor es una realidad dinámica, no estática. El amor no se identifica con las paredes. No se queda a guardar las piedras o las cosas. El amor está siempre en movimiento, siempre se anticipa, toma constantemente la iniciativa, no se encierra en una espera enojada y despechada. Los pasos del perdón llegan mucho más lejos que la distancia creada por la ruptura. Dios no se resigna a perder al hombre pecador. Lo espía, lo persigue, lo busca tenazmente, lo atormenta.
·Pascal-B hace decir a Dios: «No me buscarías si no me hubieses encontrado ya». Quizás seria mejor precisarlo así: «No me buscarías si yo no te hubiera ya encontrado...». Cuando se comenta esta parábola, normalmente se pone de relieve el largo camino (ida y vuelta), recorrido por el hijo pródigo, un camino que lo ha llevado «a un país lejano» donde, atenazado por la nostalgia de la casa paterna, ha dado un primer paso importante: «recapacitando...». Y. después de esto, ha madurado su decisión: «Me pondré en camino adonde está mi padre».
Y se deja de lado el hecho de que es esencialmente el padre quien ha corrido mucho. En efecto, ahí está saliendo fuera y «corriendo al encuentro» de su hijo, a quien ve de lejos. Después se dirige a los criados para disponer la fiesta. Pero, frente a un hijo calavera que vuelve de lejos está el otro, que vive dentro desde siempre, «ejemplar» en su conducta, que no quiere entrar en casa. No le gusta la fiesta, no soporta la alegría del padre, no reconoce al hermano porque carece de esos títulos suyos meritorios («ese hijo tuyo», subraya con acritud... Y el padre insiste: «este hermano tuyo»). Y entonces el padre tiene que salir de nuevo fuera a «rogar» al hijo obediente. Rogarle que cambie el corazón, que comparta su alegría.
Uno vuelve con mentalidad de criado («Ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros»). El otro permanece obstinadamente fuera porque tiene la mentalidad de contable y no está en sintonía con el corazón del padre. El padre, por el contrario, está convencido de que «era necesario hacer fiesta y alegrarse». Por eso no duda en «salir fuera». A buscar a aquel que quedó a la puerta, a recuperar a aquel que no se ha perdido. Cuánto debe caminar este padre incansable para convencer al lejano, que vuelve, de que se entra en casa con la cabeza alta en calidad de «indultados», y no como condenados, de que se les acoge como a hijos y no como a siervos. Y la única penitencia que se recibe es la de una fiesta increíble con la música y la danza. En la casa se reencuentra uno y no se pierde la libertad. Y hay música, canto, fiesta, y no lamento fúnebre.
Y cuánto debe caminar el padre, sobre todo, para intentar convencer al hijo "fiel", que se niega a entrar porque está convencido de que está dentro...
Sí. Hay algo peor que no estar en regla. Es creerse que se está. Hay algo peor que caminar por un mal camino. Y es la petulante seguridad -nunca agrietada por la más mínima duda- de encontrarse en el camino recto. No hay nada más «monstruoso» que este «monumento irreprensible», que este insoportable «poseedor de derecho» tal como aparece el hijo mayor. Necesita seguridad. Y se siente «asegurado» en el hacer, en sus servicios exactos, sin una falta. Es un calculador, un triste burócrata de la virtud, sin brillo alguno de vida, de alegría, de espontaneidad, de «gratuidad». Su perfección es ejecutiva, sin alma, sin creatividad. No sólo existe un abismo entre él y su hermano cabeza rota. Sino, sobre todo, entre su mentalidad y la del padre. En el fondo, la conversión más difícil es la suya. Es difícil convencerse de que el puesto, en la casa, no se puede «conservar», sino solamente «reencontrar» día a día. Y que la fidelidad no es simplemente un «permanecer», sino un aceptar, cotidianamente, las sorpresas y la lógica paradójica y las desconcertantes iniciativas del padre.
No es suficiente no abandonar la casa. Es necesario saber tener detrás al «viejo», que corre al encuentro del hijo escapado que vuelve.
En la parábola falta un «final alegre». Se dará solamente cuando el hijo mayor se convierta. El que se quedó en casa. El que se creía en regla. El padre ha podido ofrecerle el ternero cebado, el anillo, las sandalias, para el hijo que ha vuelto arrepentido. Pero no ha podido ofrecerle la acogida del hermano mayor. Esto no estaba en su poder. Y. sin embargo, qué hermoso hubiera sido haber podido ofrecer también el corazón lleno de alegría del hermano que quedó en casa. Un corazón dilatado por la bondad, por el perdón. De éste, por desgracia, no podía disponer... Tanto si nos reconocemos en aquel que se marchó, cuanto en el que se quedó a trabajar duro (pero sin alegría y sin amor), la parábola nos presenta la exigencia de la conversión. Conversión como capacidad para medir nuestros pasos con los del padre. Y de compartir sus «ganas» de fiesta.
ALESSANDRO
PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Págs.
53 ss.
21.
1. «El padre se le echó al cuello y se puso a besarlo».
La parábola del hijo pródigo es quizá la más emotiva y sublime de todas las parábolas de Jesús en el evangelio. El destino y la esencia de los dos hijos sirve únicamente para revelar el corazón del padre. Nunca describió Jesús al Padre celeste de una manera más viva, clara e impresionante que aquí. Lo admirable comienza ya con el primer gesto del padre, que accede al ruego de su hijo menor y le da la parte de la herencia que le corresponde.
Para nosotros esta parte de la herencia divina es nuestra existencia, nuestra libertad, nuestra razón y nuestra libertad personal: bienes supremos que sólo Dios puede habernos dado. Que nosotros derrochemos toda esta fortuna y nos perdamos en la miseria, y que esta miseria nos haga recapacitar y entrar en razón, no es interesante en el fondo; lo que sí es realmente interesante es la actitud del padre, que ha esperado a su hijo y lo ve venir desde lejos, su compasión, su calurosa y desmesurada acogida del hijo perdido, al que manda poner el mejor traje después de cubrirlo de besos y antes celebrar un banquete en su honor. Ni siquiera tiene una palabra dura para el hermano terco y celoso: lo que le dice no es para apaciguarlo, sino la pura verdad: el que persevera al lado de Dios, disfruta de todo lo que Dios tiene: todo lo de Dios es también suyo. La glorificación del Padre por parte de Jesús tiene la particularidad de que él mismo no aparece en su descripción de la reconciliación de Dios con el hombre pecador. El no es aquí más que la palabra que narra la reconciliación o más bien un estar reconciliado desde siempre; que él es esta palabra mediante la que Dios opera esta su eterna reconciliación con el mundo, se silencia.
2. «Al que no había pecado, Dios le hizo expiar nuestros pecados». Jesús, la palabra del Padre, ha glorificado al Padre hasta la cruz. En su predicación no quiere revelar nada más que el amor del Padre, que «amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único». Sólo la Iglesia creyente ha comprendido que Jesús, en todas sus palabras, y especialmente en su pasión, reveló su propio amor junto con el del Padre. Esto estaba ya implícito en su pretensión, que superaba la de los profetas, en sus bienaventuranzas, que él sólo podía proclamar dando ejemplo de ellas en su total prodigalidad a los hombres. Pero sólo la Iglesia primitiva lo ha formulado claramente, y de una manera totalmente central en estas palabras de la segunda lectura: «Al que no había pecado, Dios le hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios». El Padre no nos ha reconciliado con El al margen del Hijo, sino «por medio de él», «en él»; y la Iglesia instituida por Cristo ha recibido de Dios el encargo de anunciar este «mensaje de la reconciliación». Su incómoda cercanía no permite ningún cómodo desplazamiento del acontecimiento hacia lo intemporal o el pasado lejano; nos recuerda que somos «una nueva creación» y que hemos de comportarnos, ahora, en consonancia con ella.
3. «Cesó el maná».
La primera lectura es familiar sólo para pocos. En ella se cuenta que los israelitas, tras su peregrinación por el desierto, llegaron a la tierra prometida y allí, después de mucho tiempo, pudieron celebrar la comida pascual, para la que dispusieron de los productos de la tierra. Desde entonces la comida celeste, el maná, dejó de caer. Dios ha vuelto a situar al pueblo en lo cotidiano; ya no se requieren las gracias sobrenaturales: el pueblo debe reconocer en los bienes terrestres, como anteriormente la había reconocido en los celestes, la providencia del Dios bueno. Los israelitas no debían habituarse a la tierra prometida como si les perteneciera, porque les ha sido dada por Dios, que sigue siendo el propietario de la misma. Lo cotidiano no está menos lleno de la gracia de Dios que los tiempos extraordinarios.
HANS URS von
BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales
A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág.
235 s.
22. VIAJE DE IDA Y VUELTA
La palabra cuaresma tiene relación con la palabra conversión. La palabra conversión supone la palabra dispersión, separación. La separación empieza a equivaler a pecado. La palabra pecado lleva a la palabra vacío. Vacío rima con hambre y con sed. Las palabras hambre y sed están anunciando ya vuelta a casa. O, si queréis, «volver a la casa del Padre». O sea, la cuaresma es completar un viaje completo de ida y vuelta. Desde la casa del Padre hasta la casa del Padre pasando por todas esas estaciones que he enumerado y que ahora voy a deletrear un poco, con la vista puesta en el Hijo pródigo. Sirva ese viaje de escarmiento y enmienda.
CASA DEL PADRE O ESTACIÓN DE SALIDA.-El cristiano es alguien que vive bien, y no me refiero al confort material. Me refiero a lo que decía Pablo: «Los que hemos sido bautizados en Cristo, nos hemos revestido de El» y «tenemos una vida nueva». Y «no sólo de palabra nos llamamos "hijos de Dios", sino que de verdad los somos». Con todo lo que esto supone. Pero la parábola de hoy nos da a entender que «los hijos de Dios» tendemos a...
La dispersión.-Con esa «herencia» que Dios da a cada uno -porque «todo es gracia», como confesaba Bernanos-, salimos por ahí a «dilapidar la hacienda». Cada cual ha de examinar su conciencia y analizar en qué consiste su personal «malversación de fondos». Porque creo que nadie puede librarse de reconocer: «Tengo siempre presente mi pecado».
EL PECADO.-Porque el pecado es eso justamente: «Aversio a Deo», apartarse de la «casa del Padre», de esa monotonía que supone «hacer su voluntad en la tierra como en el cielo» y empezar a tener «otras preferencias», generalmente «espejismos» que, de momento, deslumbran y aturden. Menos mal que, tarde o temprano, esos brillos desaparecen y, al fin, dejan...
UN VACÍO.-Es el desamparo. La soledad. La impotencia. La constatación de que somos muy débiles y menesterosos. El convencimiento, además, de que «no es oro todo lo que reluce». La vergüenza de comprobar que uno «está deseando comer las bellotas de los cerdos y nadie se las da». La nada. Y, en esa nada, brota, primero, la luz. Y, después:
EL HAMBRE Y LA SED.-Uno empieza a pensar: «¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre viven satisfechos, mientras que yo...». Es el moribundo que empieza otra vez a vivir. Es el desengaño, es decir, darse cuenta de que había vivido engañado. Es empezar a entender otra vez que «más vale un día en tus atrios, Señor, que mil años en las tiendas de los enemigos».
Se empieza a elegir un salmo que retrate nuestro estado de ese momento y quedarse con éste: «El gorrión ha encontrado su casa y la golondrina su nido: tus altares, Dios de los Ejércitos». Es el momento de la salvación. El enfermo dice: «Volveré a la casa de mi padre y le diré... ».
EL RETORNO.-No hay página más bonita en la historia de la literatura. El padre salía todos los días... El hijo, roto, pero curado, viene repitiendo su mejor verso: «He pecado contra el cielo y contra Ti..». Por eso Jesús, aunque ya no hacía falta, solía añadir: «Hay más alegría en el cielo cuando un pecador se convierte, que cuando noventa y nueve justos hacen penitencia». Las penitencias son buenas si llevan a la conversión. Lo que Jesús quiere es hacer una «gran cena», con el cordero cebado.
¡Parábola del Hijo pródigo! ¡Viaje de ida y vuelta! ¡La vuelta al mundo en ochenta, noventa, cien, mil... aventuras! ¡Circunferencia completa! ¡Salida de Dios y vuelta a Dios! ¡Dios es la Estación-Término!
ELVIRA-1.Págs. 210 s.
23.
Frase evangélica: «Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido»
Tema de predicación: EL PERDÓN DE DIOS
1. A la luz de la Biblia, el pecado es ruptura con Dios, con el hermano necesitado y con uno mismo. Pecar equivale a romper la alianza, traicionar la caridad y alejarse de la comunión con los hermanos. Para Jesús, peca quien no vive la alianza o las exigencias del reino de Dios. En última instancia, pecado es lo contrario del amor. Es un mal, una relación negativa con Dios (oposición al reino) y con el hermano (corrupción de la persona). El pecado anida en la raíz del comportamiento, en el núcleo central de la persona, en lo que la Biblia llama «corazón».
2. Lucas manifiesta en sus «parábolas de la misericordia» que el pecado tiene una naturaleza religiosa, aparte de una dimensión moral. No es mera falta contra la propia conciencia o contra la ley. Es deuda en relación a las exigencias de Dios, Padre de todos. Es infidelidad o injusticia, rechazo de Dios que es amor, ruptura de solidaridad fraternal y autodestrucción personal. Por eso, el centro de la parábola es Dios. Debiera titularse «parábola del padre misericordioso». También podría llamarse «parábola del hermano endurecido», que se tiene por justo cuando está lleno de envidia, de rencor y de muerte.
3. P/CRISIS:El pecado del mundo reside en la hostilidad a Dios: mentira en lugar de verdad, homicidio en lugar de vida; tinieblas en lugar de luz. En la sociedad actual se está produciendo un desplazamiento del pecado, más que una pérdida de su sentido, a causa de la evolución de las costumbres, la secularización de la sociedad, la importancia que hoy se da a las estructuras sociales, la difusión de los datos psicológicos, la influencia de los medios de comunicación, que todo lo relativizan, y el descrédito de ciertas prácticas religiosas rituales. Vivimos en una sociedad permisiva. Pero, al mismo tiempo, esta situación contribuye a rechazar un falso concepto de pecado e incluso a redescubrirlo con un nuevo sentido, a partir de una perspectiva personalista y social, bautismal y eclesial. Con frecuencia hemos situado el pecado en una esfera legalista o moral (no religiosa), en un plano individual (no comunitario), en un contexto sexual (no social), bajo una moral de actos negativos (no de actitudes positivas).
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Nos reconocemos pecadores delante de Dios?
¿Por qué motivos deseamos reconciliarnos?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág.
257 s.
24.
- El sentido de la fiesta: "hoy os he despojado del oprobio de Egipto"; "este hermano tuyo... ha revivido"
Todo lo que vivimos y realizamos en la Cuaresma nos prepara para la gran fiesta de Pascua. Pero hoy, las lecturas nos ayudan de una manera especial a darle sentido. Porque, como hemos escuchado, tanto el texto de Josué como el evangelio de san Lucas nos hablaban de fiesta, de celebrar.
Josué nos narra la primera Pascua que el pueblo celebró en Canaán. El motivo de la celebración es que el Señor recuerda a Josué: "Hoy os he despojado del oprobio de Egipto". Es fiesta porque se ha producido una liberación y porque esta liberación es actual, no es sólo un recuerdo histórico sino que se materializa "hoy". Jesús, en el evangelio de Lucas, nos propone la parábola del padre que acoge y perdona al hijo que regresa. Y organiza una fiesta porque el hijo ha vuelto. La muerte y resurrección de Jesucristo es para la liberación de los que están sometidos al pecado y a la muerte. Esta nueva y definitiva liberación es motivo de fiesta. El Padre organiza la fiesta e invita a todos los hijos a asistir a ella.
Y podemos preguntarnos a partir de todo esto: ¿Es éste el sentido que le damos a nuestra fiesta de Pascua? ¿La preocupación que tenemos para la exterioridad de la fiesta es proporcional a la alegría que sentimos por la liberación que Dios nos ha dado "hoy"? ¿Realmente nos alegramos y hacemos fiesta porque el "hermano" y nosotros mismos hemos sido perdonados, que es a lo que el padre nos invita?
- "En tantos años como te sirvo..."
La actitud del hijo mayor en la parábola del evangelio puede resultar una buena pista para pensar si nuestras actitudes son parecidas a las suyas: si buscamos un estilo de fiesta que depende demasiado de nosotros mismos, de si estamos a gusto en la comunidad, de si todos pensamos igual o no, de si disponemos de un mayor o menor número de medios para organizar la fiesta, de si tenemos músicos o no... En el evangelio vemos que el hijo mayor encontraba el motivo de una posible fiesta en dos hechos: en sus propios méritos ("Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya..."); y, en segundo lugar, en el poder celebrarla con sus amigos. No ve motivo de fiesta en el retorno de su hermano, manifiestamente pecador, un hombre sin méritos y sin amigos. El resultado es que nunca celebra una fiesta porque espera de su padre algo que nunca recibirá: el premio por sus méritos. Y no recibe, porque no cree necesitarlo, lo que su padre siempre le da: la acogida y el perdón ("Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo").
- "Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo
La buena noticia que nos ofrece Jesús con esta parábola es la misma buena noticia que nos comunica san Pablo: la reconciliación que Dios ha obrado en nosotros por Cristo. San Pablo pide insistentemente que acojamos este regalo de Dios. La reconciliación nos "re-sitúa" en la creación, nos hace ser, nuevamente, lo que Dios creó al principio: "El que es de Cristo es una criatura nueva". Por tanto, acoger la reconciliación es el mayor motivo de fiesta que podemos tener. Y acoger esta reconciliación no se reduce a una vivencia espiritual intimista de que Dios me ha perdonado. Sino que se trata de la vivencia que Dios nos ha perdonado a todos, especialmente al "hermano".
- Preparemos la fiesta
Dentro de tres semanas celebraremos la Pascua. ¿Qué tenemos que preparar para la fiesta? Pensemos en ello. ¿Cómo lo preparamos para colocar en el centro, sobre todo, la acción de Dios en la muerte y resurrección de Cristo?
¿Cómo lo preparamos para que en la fiesta encuentren un lugar todos los que el Señor invita y quieran asistir, y no sólo "los de toda la vida"? ¿Cómo preparamos los corazones de todos los miembros de la comunidad para que la reconciliación vaya siendo real y viva entre todos? Ahí queda todo lo que podemos ir pensando a lo largo de esta semana. Seria bueno que cada uno pensase a nivel personal. Pero también pueden ser pistas para que reflexionemos juntos los que tenemos responsabilidades en la comunidad. Ojalá celebremos la Pascua de forma que podamos cantar, con el salmista: "¡Qué bueno es el Señor! ".
EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 4, 29-30)
25.
Laetare Jerusalem. Con esta expresión comienza el introito latino de la misa de este domingo: Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, dice el texto de la antífona de introducción. Hoy es pues el domingo Laetare marcado por la alegría, como si se tratara de un cierto respiro en el camino cuaresmal. Hoy se aconseja poner algunas flores en el altar y hacer sonar los instrumentos musicales con más generosidad. También el color rosado de los ornamentos de los ministros ordenados pueden contribuir a dibujar la personalidad propia de este domingo cuaresmal. Además, este año, con la lectura evangélica de la parábola del hijo pródigo, podemos hacer énfasis en la alegría del Padre, en la alegría del cielo cuando un pecador se convierte.
- ERA TAN HERMOSO...
Sí, realmente es hermoso el paraíso pintado en el Génesis. Dios paseándose por el jardín al aire fresco de la tarde (Gn 3, 8) para pasar un rato con el hombre y la mujer... Pero aquel atardecer fue fatal. Ellos se escondieron de la mirada del Padre: habían pecado. Todo se había estropeado, con lo hermoso que era.
P/ACEPTACIÓN: Imagino los ojos de Dios en aquel momento. Ojos de amor traicionado, de confianza defraudada, anegados con las lágrimas de un corazón herido. Y así, todos nos convertimos en pecadores. ¡Menuda herencia! Y, de hecho, todavía no nos lo acabamos de creer. No es fácil aceptarse como pecadores. A menudo expulsamos de nuestra mente esta idea, incluso hay quien cree que lo ha superado. ¡Ingenuos! como si cada día no tuviésemos la experiencia -en nosotros y en los que nos rodean- del pecado: guerras, terrorismo, opresión, discriminaciones, odios raciales, hambre en el mundo, desavenencias matrimoniales, incapacidad de perdonar...
Una historia de debilidad, de miseria, de pecado. Pecados personales y pecados de un pueblo. Y a la luz de la fe, el pecado aparece sobre todo como un rechazo del amor, un alejamiento del torrente del amor del que Dios es la fuente. Pero en aquella desgraciada tarde en el jardín del Edén, cuando todavía la serpiente sonreía satisfecha, el Padre se propone que nadie le quitará lo que es imagen y semejanza de Él mismo. Dios se mostrará infinitamente más grande que el ultraje recibido. Está dispuesto a ir a buscar al ser humano, incluso en el fondo de su mismo pecado. Perdonando vencerá el odio y así dará comienzo la historia de la misericordia.
- ¡OH, FELIZ CULPA ...!
En Jesucristo (2a lectura) "lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado " y "EL QUE ES DE CRISTO ES UNA CRIATURA NUEVA" . Lo que pide -casi suplica- el apóstol es que nos dejemos reconciliar con Dios. La voz de san Pablo es el eco de los sentimientos del Padre desde aquella tarde de paraíso perdido. El mismo que sufrió el abandono entonces -y que continúa sufriendo cada vez que alguien se decanta por la senda del pecado- es quien invita a un nuevo reencuentro. Nuevo y perenne en su propio Hijo. Sólo nos pide que volvamos a ser niños. Que nazcamos de arriba por la fe y los sacramentos de la fe. Es entonces cuando aparece la figura del Hijo en cada hombre y en cada mujer que llegan a esta segunda infancia, a esta segunda inocencia.
Y esta figura tiene unos rasgos muy bien definidos en las Bienaventuranzas. Ellas son el retrato del Hijo de Dios, el retrato de lo que yo seré si me dejo nacer nuevamente. Laetare.
- ¿HAY ALGUIEN EN CASA?
Qué habría sido del hijo pródigo si, al llegar a casa, no hubiera encontrado al Padre. Pero lo que cuenta es que Él estaba allí. Más aún: lo estaba esperando. Un hijo que se va de casa siempre es esperado por un padre o una madre. También ésta es la actitud de la Madre Iglesia. Ella es asamblea de perdón, ya que es sacramento de salvación. Y sus ministros ordenados tienen que hacer presente de forma sacramental esta permanente presencia del Padre en casa, esperando con delirio el retorno de los hijos pródigos. Es quizás aquí donde la paternidad espiritual se manifiesta más transparentemente. Los hombres y las mujeres de hoy van y vienen llevados por sus deseos o por su ira, por sus ganas de "hacer cosas" y de "realizarse" con ellas. Y a veces, los mismos sacerdotes caemos en esta multiplicación frenética de actividades en nuestra vida, y no nos preguntamos: ¿quién estará en casa cuando nuestros hermanos regresen cansados, exhaustos, inquietos, desilusionados, culpables o avergonzados? ¿Quién les hará ver que después de todos los rodeos, hay un lugar seguro donde ir y donde ser abrazados? ¿Quién dibujará sobre su rostro fatigado la cruz salvadora?
He aquí unas preguntas que demandan respuestas concretas desde el ejercicio del ministerio pastoral en el seno de la Iglesia.
J.
GONZÁLEZ PADRÓS
MISA DOMINICAL 1998, 4, 25-26
26.
Avanza la Cuaresma en la liturgia de la Iglesia. Y ojalá también en las conciencias libres y en los corazones nobles. Llegamos, en este domingo cuarto, a lo que podemos denominar el corazón del tercer evangelio. En el capítulo 15, Lucas reunió tres parábolas diferentes, pero con una misma unidad temática. La parábola de la oveja perdida, el de la moneda perdida y la del hijo pródigo. A través de ellas, Jesús nos ofrece una gran revelación: ¡Dios siente! Y sus sentimientos más íntimos son la ternura, la compasión y la misericordia.
La parábola del Hijo Pródigo es una verdadera joya literaria: ¡Qué difícil es contar un mensaje con la sencillez y la profundidad con que lo hace Jesús al describirnos el verdadero rostro de Dios! Charles Peguy escribía: «Esta parábola ha sido contada innumerables veces a innumerables hombres desde la primera vez que fue contada y, a menos de tener un corazón de piedra, ¿quién sería capaz de escucharla si llorar?... Desde hace miles de años viene haciendo llorar a innumerables hombres y ha tocado en el corazón del hombre un punto único, secreto, misterioso, inaccesible a los demás... Es célebre incluso entre los impíos, y ha encontrado en ellos un orificio de entrada y quizás es ella sola la que permanece clavada en el corazón del impío como un clavo de ternura». Ante la imposibilidad de abarcarla en sus mensajes, podemos confeccionar un breve «Decálogo de signos y detalles». Primero, un padre vivía con sus dos hijos en su casa. En la casa había amor, mucho amor. Segundo, ¿por qué el padre da el dinero al hijo menor, si no tiene derecho? Porque no le importaban las leyes. Y ¿por qué no aconseja a su hijo?
Porque el Dios del evangelio usa la voz de la conciencia. Tercero, el joven decide volver, pero no por amor a su padre, sino movido por el hambre. No importa. La gracia de Dios es terca. Si encuentra cerrada la puerta de la calle, entra por la ventana. Cuarto, el hijo no sabe cómo es su padre. Hace un planteamiento melodramático: se imagina que lo recibirá como un jornalero. Quinto el padre lo reconoce a lo lejos, en la distancia. Nadie lo hubiera reconocido. Y sale corriendo. Como ha escrito José Maria Cabodevilla, «mientras el arrepentimiento anda a su paso lento, la misericordia corre, vuela, precipita las etapas, anticipa el perdón, manda delante, como un heraldo de alegría». Sexto, «ha vuelto». Lo primero es abrazar. Lo demás se sabrá luego. O nunca. Séptimo, la actitud del hermano mayor. Pregunta qué ocurre en su casa. Curiosamente, estando en ella, sabía menos que el pequeño en el lejano criadero de cerdos. Octavo, no quiere entrar. La «rabieta» de los justos. ¿Cómo iba a mezclarse con su hermano? Noveno, pasa factura a su padre. Y no reconoce a su hermano. «Este hijo tuyo...». El hijo mayor, más que agarrarse a las promesas, se aforra a las reivindicaciones. Precisamente él, que nunca se ha alejado, rechaza entrar en casa. ¿Cómo se puede vivir en una casa donde el corazón es más importante que el reglamento, donde la misericordia supera a la justicia? Décimo, la actitud del padre: «Hijo, todo lo mío es tuyo». Precisamente, esto es lo que le da miedo. Le da miedo la posibilidad de «hacer suyo» el corazón del padre, su amor sin medida. Así es Dios, sencillamente.
ANTONIO
GIL
ABC/DIARIO 21-3-98
27.
Primera lectura : Josué 5, 9a.10-12 El pueblo de Dios celebra la pascua al entrar en la tierra prometida Salmo responsorial : 33, 2-3.4-5.6-7 Gusten y vean qué bueno es el Señor Segunda lectura : segunda carta a los Corintios 5, 17-21 Dios nos ha reconciliado consigo en Cristo Evangelio : Lucas 15, 1-3.11-32 Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido
La esclavitud del pueblo de Israel bajo el imperio egipcio, fue un momento de incertidumbre, y un camino seguro hacía la muerte. Muchos de dentro del pueblo no creyeron en el proyecto de liberación de Dios, y olvidaron el pacto que en la antigüedad Dios había sellado con Abraham. En el pueblo unos se cegaron, otros se acostumbraron al poder dominador, otros se volvieron como el opresor... pero hubo unos que resistieron y sobre todo creyeron en la presencia de Dios en la historia. Creyeron que él estaría allí hasta que ellos pudieran liberarse del poder del opresor y poder llegar así a la tierra que Dios juró a los antepasados.
El pueblo, después de un proceso de purificación, después de haber transformado su esquema mental, y animado al sentir el poder Dios que le amaba abundantemente, entra en la tierra prometida. Este es el actuar de Dios en la vida de un pueblo determinado. Israel ha visto cumplir la Palabra de su Dios de una manera concreta y real. Dios no se detuvo a pensar en las veces que el pueblo lo había defraudado, no se detuvo a pensar cuántas veces el pueblo no fue fiel. Dios mostró una eterna fidelidad y un maravilloso amor para con el pueblo que el se había adquirido como propiedad.
Al pueblo que estaba sometido a la muerte bajo el poder del Faraón, al pueblo que no tenía un proyecto propio y que vivía esclavo, Dios le mostró un nuevo camino, el camino hacia la vida, hacia una tierra fértil y libre, lejos del Faraón.
En el Nuevo Testamento también Dios manifiesta su amor y su poder para con los hombres y mujeres que reciban su mensaje de salvación en Jesús, quien ha sido declarado el Cristo» por su resurrección. En Jesucristo toda la humanidad es reconciliada con el Padre. En su persona el Padre ha derramado todo su amor y no se ha fijado en nuestra debilidad e infidelidad. Al contrario, nos ha demostrado su eterna fidelidad para con nosotros y nos ha dado su pleno amor para volver a ser hijos y herederos de su proyecto de vida.
Jesús nos confirma el amor del Padre. En la parábola que incorrectamente se ha llamado del Hijo Prodigo», Jesús nos presenta un Padre amoroso que es capaz de amar y de perdonar hasta la ingratitud y la infidelidad de parte de sus hijos. Debería entonces llamarse la parábola del Padre Amoroso». Dios siempre espera de sus hijos que respondan a su llamado y a la declaración de amor que él nos hace.
Muchas veces nosotros, somos los que somos impedimentos para que muchos y muchas se acerquen nuevamente al amor de Dios. Tomamos la actitud del hermano mayor que no permite que el Padre renueve su amor por el hijo menor, por el que había abandonado la casa.
¿Por qué no pensamos cuántas veces hemos sido piedra de estorbo para que muchos se acerquen a Dios? ¿Cuántas veces nos hemos creído los únicos que merecemos el amor de Dios? Con estas actitudes hacemos que muchos no encuentren en Dios la fuerza que necesitan y se amarguen y renieguen de el amor del Padre Bueno. Seríamos antitestimonio del Dios que es capaz de a amarnos a todos con verdadero amor de Padre.
Así como el Pueblo de Israel repensó y se dio cuenta de que tenía que volver a Dios ya que él había sido fiel y le había demostrado su cariño siempre, el hijo ingrato pensó que su Padre le amaba y que le perdonaría y volvería a creer en él. ¿Cuándo nosotros vamos a aprender la lección?
Para la revisión de vida:
-La Palabra de Dios proclamada hoy, nos pide: En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios.
-Sí, me levantaré, volveré junto a mi Padre: ¿qué quieren significar estas palabras dichas hoy por mí desde el corazón? ¿En qué debo convertirme, retornar al camino, volverme junto al Padre?
Para la reunión de grupo bíblico:
-Ver quiénes son los actores de la parábola y ordenarlos de mayor a menor protagonismo.
-La parábola del evangelio de hoy es llamada "del hijo pródigo"; nuestro comentario sugiere que debía cambiarse el nombre... ¿Qué pensar al respecto?
-Calificar el significado de cada actor. ¿Qué actitudes actuales podrían representar estos actores?
Oración comunitaria: Dios nuestro, a quien podemos llamar verdaderamente Padre y Madre, lleno de entrañas de misericordia, dispuesto siempre a la acogida y al perdón, a pesar de nuestra ingratitud o infidelidad; danos imitarte en ese tu amor, para que podamos llamarnos honradamente y ser en verdad "hijos tuyos". Por J.N.S.
Para la oración de los fieles:
-Cada año mueren de hambre en el Sur unos 15 millones de personas, y cada día casi mil millones de personas se acuestan sin haber comido lo suficiente*; por todos los que padecen hambre en este mundo en el que sin embargo el problema no es de producción sino de distribución, para que seamos capaces de llevar a la práctica la confesión teórica de que somos hermanos hijos de Dios, roguemos al Señor.
-por las relaciones familiares entre padres e hijos, para que estén presididas por las "entrañas de misericordia" que Dios tiene para con todos nosotros...
-para que caigamos en la cuenta de que Dios es tanto Padre como Madre; para que poco a poco vaya calando en nuestra iglesia una conciencia crítica de la masculinización que hemos proyectado sobre la imagen de Dios...
-para que tengamos un corazón amplio que se alegra por el bien de los demás y nunca tiene celos de las alegrías ajenas...
-para que "nos dejemos reconciliar con Dios", que de tantas y tan suaves maneras nos llama a la conversión en este tiempo cuaresmal...
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
28.
UN PADRE CONMOVIDO
1. "El día siguiente a la Pascua, comieron el fruto de la tierra" Josué 5, 9. Parece ayer. Abraham estaba solo. Añoraba un hijo y ya tiene un pueblo. El pueblo no tenía patria, y vivía desterrado y esclavo en Egipto. Sobre sus alas los ha sacado de Egipto el Señor, los ha alimentado con el maná, y cuando quisieron carne, con codornices, y cuando tuvieron sed, les hizo brotar agua de la roca. Bajo la dirección de Moisés el pueblo ha vivido en el desierto.
2. En el Sinaí les dio la ley, por ministerio de Moisés. Falta la tierra. El Señor había prometido a Abraham darle la tierra, y ¡qué lentos son los plazos del Señor! Lentos, pero ciertos.
3. Aquí está la tierra: Canaán. Prometida, esperada, muchos murieron sin verla, y Moisés la vio desde el monte Nebo, cumbre del Pisgá, frente a Jericó, pero murió sin entrar en ella: "Por culpa vuestra el Señor se irritó contra mí y juró que no pasaría el Jordán, ni entraría en las espléndida tierra, que te da en herencia. Yo voy a morir en este país y no pasaré el Jordán" Dt 4,1). ¡Con qué amargura diría estas palabras el gran luchador! Se ha terminado el caminar por el desierto, y se ha llegado a la tierra del descanso. Ya está aquí la tierra prometida. Los nómadas se van a convertir en ciudadanos.
4. En Guilgal, a tres kilómetros entre el Jordán y Jericó, alrededor de las doce piedras del Jordán, que habían pisado los sacerdotes portadores del arca, cuando el agua del Jordán se detuvo, Josué circuncidó a todos, pues los que habían nacido en el desierto estaban sin circuncidar y los cincuncisos habían quedado en el desierto. Y en la estepa de Jericó celebraron la Pacua. Al día siguiente comieron de los frutos de la tierra, y dejó de caer el maná.
5. Aquí está la tierra, pero ahora hay que conquistarla. Los esclavos de Egipto ya libres, eran profecía de la redención de Jesús. La entrada en la tierra prometida, prefigura la entrada en el cielo, patria de Dios, casa del Padre, hacia donde se dirige el hijo pródigo.
6. En medio de la paz inmensa interior en que se desenvuelve la vida apostólica de Jesús, tiene clavada una espina, que constantemente le lacera. Es la actitud de los fariseos y los letrados, la elite de aquella sociedad, por religiosos-piadosos, y por cultos. Algo que nunca asimilaron de la praxis de Jesús y a lo que siempre se opusieron, era el trato que tiene con los pecadores públicos. Ellos, los representantes de Israel, se sienten orgullosos de su seguridad moral, la religión es suya, y no soportan que alguien hable de un Dios que sea de los otros, los infames, los enemigos, los publicanos, las prostitutas. Creían que la casa era de ellos y les duele que el Padre reciba a los pecadores. Al descubrir que la ley del Padre es diferente, se sienten postergados, contrariados y molestos. El Dios que Jesús anuncia rompe su esquema de propiedad y la visión del misterio en que se apoya su piedad y esperanza. Hoy, con toda intención, pero con gran mansedumbre, dibuja con su maestría inimitable, una parábola inmortal. La desarrolla con grandes rasgos de intuición, imaginación y nudo interesante. Estaban cogidos en las redes de sus labios todos, y estaba él narrando la historia del hombre y el corazón de su Padre. Se trata de dos hermanos: uno que se cree justo y otro que es pecador y se sabe pecador.
7. -"Mamá, qué sabrosas me saben las comidas que tú me preparas, qué caliente tengo mi cama, y qué ilusión me hacen las cortinas de mi cuarto, y qué dulce el calor del hogar". Así hablaba una joven muchacha, que quiso ser libre, que intentó vivir separada de sus padres, que creyó que iba a ser más independiente viviendo sola y a su aire. Y que al fin, volvió al hogar. Hoy ¿quién no conoce casos semejantes de huída de la casa de sus padres? ¿No reconocemos en esta voz las palabras duras del menor de los hijos de la parábola: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna"?
8. El padre, con el corazón roto, accede a los deseos de su hijo. Pero la parábola tiene sentido pluripersonal: A veces no es el hijo, sino el padre o la madre, los que huyen del hogar, abandonando y traicionando sus deberes y triturando su fidelidad. 9. Conocemos el proceso del huído: mucho dinero, muchos amigos. Gastos fastuosos, derroche de sus facultades, de su afectividad, de su sueño, se le apodera la pereza, va perdiendo la ilusión para los deberes serios, comienzan a mermar sus caudales, empiezan a desfilar los amigos falsos, que no le encuentran ya tan manirroto. En el fondo cada día menos alegría, se ensombrece su rostro, se acaba su campechanía y su capacidad de desenfado. Pasa hambre, va a cuidar cerdos, y le impiden hartarse de bellotas como ellos. Y de pronto, piensa en su padre, en su casa, en sus criados que comen pan y él ni siquiera bellotas. -¿Qué hará su padre si él regresa a casa? ¿Qué dirá la gente, si él, que se marchó con tanta fanfarronería y altivez, regresa humillado y roto, empobrecido y mugriento? Pero, el hambre y la miseria son ya tan grandes, que pasa por todo: "Me pondré en camino a donde está mi padre, reconoceré que he pecado" Lucas 15, 1 y le diré que dispoga de mí como de un criado en su casa, a su lado, junto a él.
10. A esta altura de la narración, Jesús ya los tiene cogidos en la magia de sus palabras. ¿Hace falta ya que les diga la reacción del padre ante el hijo humillado y arrepentido? Sin embargo, Jesús sigue, porque está revelando el corazón del Padre. "Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo". Profundos sollozos de alegría, vestido nuevo y anillo de bodas en el dedo, sandalias sin estrenar, sacrificio del ternero más gordo, y el banquete. Se hace imprescindible acudir al cuadro célebre de Rembrandt "EL REGRESO DEL HIJO PRODIGO", y contemplar largamente y espaciosamente, contemplativamente, el rostro del anciano, la luminosidad de la paz de su rostro, las manos blandas protegiendo y acariciando al hijo perdido, con los pies descalzos...
11. ¿Y el hijo mayor? ¿El cumplidor observante del trabajo y de la ley, el que no se fue de casa? Ahora Jesús comienza el retrato del hermano, de los que murmuraban porque Jesús acogía y comía con los pecadores. Es adonde Jesús quería llegar. El hijo mayor oyó antes de llegar a casa cuando venía de trabajar, la música y el baile. Y no quería entrar. Su padre le persuadía y él le echaba en cara con toda la mezquindad de su corazón, lleno de bilis y de desprecio, que no había obrado con justicia de padre. Y comparaba su comportamiento intachable, con el de su hermano derrochador y disoluto. No se daba cuenta de que tal vez su hermano se alejó de casa porque, teniendo que convivir juntos, no ha podido soportar el talante duro, intransigente, legalista, suspicaz, malintencionado, engreído y hosco suyo.
12 Todos los elementos de la parábola son significativos: El padre, que no sale de casa a buscar al hijo que se ha ido, sale a rogar al hermano mayor que entre.
12. Jesús ha retratado al hijo menor disoluto, pero mejor, al Padre bueno. Había llorado a un hijo muerto y ahora su corazón brincaba con la música de júbilo porque aquél hijo había vuelto a vivir, se había perdido y lo ha encontrado. Pero ha querido, sobre todo, poner el espejo ante el rostro de los fariseos y letrados, que como el hijo mayor, observante y cumplidor, viviendo en constante contacto con su padre, no han sabido penetrar en su corazón, y no han atisbado la amargura desde que aquél hijo que se fué, le roía el alma. Ni han sabido nunca, y menos hoy, reconocer a su hermano como hermano, a quien él desprecia y que, para él es: "Ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres". "A mí no me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos". Le ha faltado el cariño. A ese hijo tuyo "le matas el ternero gordo". Como a Caín cuando mató a su hermano Abel, se les comen los celos y no puede tolerar la alegría de su vuelta a casa. Los veo acusando el golpe con sus cabezas gachas, con la lección comprendida, pero no aprendida. Todos somos el hermano menor, y los que practicamos más, el mayor. No es fácil no tener envidia. No es fácil confesar que se tiene envidia. El que tiene envidia siempre encuentra razones para justificar su actitud. Es un pecado difícil de confesar, porque es feo, auque tradicionalmente el pecado feo era "otro".
13 Los que tienen el corazón limpio, por muchos pecados que pesen sobre ellos, saben desde hoy, que la vuelta a casa del Padre es una fiesta y un banquete, y que el corazón de Dios, por fortuna, es más grande que el de los letrados cortos. Hay sitio en su hogar para todos los que vienen de camino a decirle que han pecado. Jesús les ha manifestado el auténtico rostro del Padre, que se revela como fuerza de un amor que salva y crea.
14. A las puertas de la Semana Santa y de la gran reconciliación, esta parábola encaja de maravilla. La vuelta a casa del hijo pequeño atolondrado, debe ser el paradigma de la nuestra, para consolar al Padre torturado. San Pablo nos exhorta a lo que el Padre más desea: que nos reconciliemos con él por medio de Cristo y de la Iglesia, para que "seamos criatura nueva" 2 Cor 5, 17. Y podamos escuchar la voz del profeta que nos anuncia: "Yo te absuelvo de tus pecados. Vete en paz, tus pecados están perdonados".
15. "Gustad y ved qué bueno es el Señor" Salmo 33. Especialmente cuando, después de perdonarnos, nos hace participar en el banquete de su amor, donde Jesús se manifiesta como el amor del Padre que siempre está con nosotros.
J. MARTI BALLESTER
29. COMENTARIO 1
¿DOS HERMANOS?
Mirando alrededor constatamos, a simple vista, que la familia humana está rota,
dividida, descompuesta. Resulta difícil encontrar gente capaz de perdonar,
olvidar, amar y confiar en un nuevo estilo de relaciones humanas que no esté
basado en el propio interés, la rencilla, el rencor o la 'ley del talión', del
«ojo por ojo y diente por diente» (Ex 21,22-23). Y así no queda, de tejas abajo,
lugar para el amor verdadero. El que la hace, la paga.
Por eso es conveniente volverse al evangelio para oxigenarse, y resulta cada
vez más hermoso volver a leer alguna de las parábolas que el Maestro nazareno
proponía a la sociedad de la época, estructurada como la nuestra en clases
enfrentadas. Eso sí, hay que volverse al evangelio, liberándose de la versión
oficial que se nos ha transmitido, deformadora, con frecuencia, de la verdad
evangélica; unas veces por hacerle decir al evangelio lo que no dice, otras por
no referir todo lo que narra, sino sólo una parte.
La mal titulada parábola del Hijo pródigo (del latín prodigere: gastar
profusamente) puede servir de ejemplo para ilustrar lo dicho. Jesús la pronunció
para responder a las críticas que los fariseos y letrados, oficialmente justos,
le hacían sobre su convivencia sin escrúpulos con gente de mala fama,
recaudadores y descreídos.
«Un hombre tenía dos hijos. El menor le dijo a su padre: -Padre, dame la parte
de la fortuna que me toca. El padre repartió los bienes» (Lc 15,1-2.11ss).
Y lo que sigue, en parte, lo conocemos: el hijo menor se marchó lejos del país y
dilapidó su capital hasta el punto de tener que volver arrepentido a la casa
paterna, donde encontró a un padre con los brazos abiertos, dispuesto a olvidar
y perdonar y, más aún, pronto a festejar su vuelta.
Hasta aquí lo que casi siempre hemos oído, el relato del abandono de la casa
paterna por parte de su hijo un tanto insensato; relato enternecedor, si
pensamos en el amor de padre que olvida, perdona y festeja el reencuentro.
Pero la parábola no termina ahí. El padre mandó que se preparara un banquete
porque «este hijo mío se había muerto, y ha vuelto a vivir; se había perdido y
se le ha encontrado. Y empezaron el banquete».
«El hijo mayor estaba en el campo. A la vuelta, cerca ya de la casa, oyó la
música y el baile; llamó a uno de los mozos y le preguntó qué pasaba. Este le
contestó: ha vuelto tu hermano y tu padre ha mandado matar el ternero cebado,
porque ha recobrado a su hijo sano. El hijo mayor se indignó y se negó a entrar,
pero el padre salió e intentó persuadirlo. El hijo replicó: Mira, a mí en tantos
años como te sirvo sin desobedecer una orden tuya, jamás me has dado un cabrito
para comérmelo con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha
comido tus bienes con malas mujeres, matas para él el ternero cebado. El padre
le respondió -¡Hijo mío, si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo! Por
otra parte, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo se
había muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y se le ha encontrado. »
Magnífica lección de padre. Triste -pero real- historia. Siempre hay alguien que
no está dispuesto a perdonar, que distorsiona la familia humana, que hace de la
fiesta un conflicto; de la sociedad, una pugna fratricida. Personas que, como
los fariseos y letrados, representados en el hermano mayor, se cierran al
diálogo con los 'oficialmente perversos, pero arrepentidos'. Por esos
derroteros, la familia humana se autodestruye. Sólo el olvido y el perdón hacen
de la vida una fiesta, borrón y cuenta nueva de un pasado de división y
lejanía. Es el único camino posible para la reconstrucción de la fraternidad.
30.
COMENTARIO 2
ATREVERSE A SER HIJOS
Si Dios, tal y como lo presentaban los fariseos, anulara la libertad del hombre
manteniéndolo en permanente minoría de edad, la huida del hijo pródigo habría
estado justificada. Si todavía, y dentro del ámbito de influencia del
cristianismo, hay quienes piensan que creer en Dios supone renunciar a la
libertad, ¿no será que seguimos presentando al Dios fariseo en lugar de
presentar al Padre de Jesús, y por eso muchos nada quieren saber de El?
EL HIJO PRODIGO
Un hombre tenía dos hijos; el menor le dijo a su padre:
-Padre, dame la parte de la fortuna que me toca.
Según los fariseos, Jesús andaba con malas compañías: recaudadores, descreídos,
mujeres de mala fama... Y ellos, que eran gente decente, lo criticaban, le
echaban en cara que se sentara a la misma mesa con sujetos tan poco
recomendables (Lc 15,1). Jesús responde a estas críticas con tres parábolas en
las que explica, especialmente a los fariseos, cómo Dios no tiene corazón de
juez, sino de Padre. Y cómo, sin abandonar el ámbito de su amor, hay que tener
la osadía de vivir no como siervos, sino como hijos.
«Un hombre tenía dos hijos...», y uno, el menor de ellos, quiso de pronto ser
mayor. Y creía que para eso tenía que alejarse de su padre. Pensaba que así
sería más libre, más feliz. Y pidió su parte de la herencia. Y se fue a otro
país.
Pero muy pronto pudo comprobar que duran poco la felicidad que se compra y la
alegría que hay que pagar: pronto se le acabó todo el capital que había
recibido, y empezó a sentir necesidad. Se puso a trabajar. Pero en aquel país,
lejos de su padre, no habitaba la justicia: por su trabajo no recibía ni
siquiera lo necesario para satisfacer las necesidades más elementales. Y
sintiéndose explotado y víctima de la injusticia, se le abrieron los ojos y se
dio cuenta de que en la casa de su padre nadie carecía de nada: «Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de
hambre». Había renunciado a ser hijo marchándose de la casa de su padre y se
había convertido en esclavo de gentes extrañas.
La experiencia de la esclavitud le hizo desear la libertad perdida, aunque no se
atrevió a pedirla toda: «Voy a volver a casa de mi padre y le voy a decir:
Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo
tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros». A pesar de su mala cabeza siempre
se había sentido hijo; por eso, cuando pensó en volver y cuando se encontró de
nuevo con quien le había dado la vida, la primera palabra que vino a su
pensamiento y le brotó de los labios fue «PADRE»; a pesar de sus miserias, no
había cortado la comunicación con la fuente de su vida.
CORAZON DE PADRE
Pero el padre dijo a sus criados:
-Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; .. celebremos un banquete; porque
este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y se le ha
encontrado.
Alcanzó el perdón y recobró la libertad.
El padre no aguardó a que llegara, ni lo dejó que terminara con las
explicaciones que traía preparadas. Lo esperaba y sale a su encuentro. Y lo
perdona -estaba deseando hacerlo-. Y hace una gran fiesta. Porque lo quiere y lo
quiere vivo y feliz. Porque lo ha recuperado y le basta con que haya decidido
volver a su casa, de la que nunca debió salir. No era un padre que limitara la
libertad de sus hijos. Cuando decidió alejarse de su lado respetó su decisión,
aunque sabía que iba a sufrir y a poner en peligro su vida. Tampoco es un padre
rencoroso: ahora que vuelve lo perdona sin más, sólo porque ha decidido volver.
El muchacho no había sido un buen hijo; pero él sí que era un padre bueno. Y en
su corazón de padre sólo cabe el amor y, cuando es necesario, el perdón.
El Padre es el auténtico protagonista de esta parábola: su corazón es tan grande
que sólo le sirve para querer; no guarda rencor, sino que está convencido de que
al mal sólo se le vence con el amor y el perdón, y no reniega de su hijo por muy
mal hijo que sea.
EL HIJO «BUENO»
El hijo mayor... se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e intentó
persuadirlo, pero él replicó a su padre:
-A mí, en tantos años como te sirvo, sin saltarme nunca un mandato tuyo, jamás
me has dado un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos; en cambio, cuando
ha venido ese hijo tuyo, que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas
para él el ternero cebado.
El padre le respondió:
Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo!
El último personaje de la parábola es el hijo mayor. Un buen chico: obediente,
ahorrador, poco amigo de juergas. Se sentía muy orgulloso de sí mismo y de tener
un padre como el suyo, pero... todo se agotaba en el orgullo, porque, siendo ya
mayor, o no había dejado de ser niño o no se atrevía a ser hijo.
Actúa como un niño envidioso que destaca los defectos de su hermano para, de esa
manera, acaparar él solo la atención de su padre. Y cuando se entera de que su
padre ha perdonado y acogido al hijo perdido, se enfada y se niega a entrar en
la casa.
Era adulto, pero no se quería arriesgar a vivir como un hijo y prefirió la
seguridad de vivir como siervo. Al poner todo su interés en quedar bien ante su
padre en lugar de intentar parecerse a él, no fue capaz ni de amar ni de dejarse
querer. Creía que sólo él tenía derecho a la simpatía de su padre; pero se había
cerrado a la posibilidad del amor: lo tenía todo, pero no era capaz de disponer
de nada. Y ahora se irrita porque se festeja la recuperada vida de su hermano. Y
es que, porque no había sabido o no había querido vivir como hijo, no supo
comportarse como hermano. «Mira... ese hijo tuyo... » Se olvidó de que hablaba
con su padre, no cayó en la cuenta de que hablaba de su hermano. ¿O quizá
rechazaba un padre «Padre» para no tener que vivir como hermano?
31.
COMENTARIO 3
RESPUESTA EN MASA DE LOS MARGINADOS
«¡Quien tenga oídos para oír, que escuche!» (14,35a): así concluía el primer
cuadro, una invitación a aceptar sin condiciones el magisterio de Jesús. En el
segundo cuadro (15,1-32) se constata la reacción del auditorio: «Se le iban
acercando todos los recaudadores y descreídos para escucharlo; por eso tanto los
fariseos como los letrados se pusieron a murmurar diciendo: "Este acoge a los
descreídos y come con ellos"» (15,1-2). Los proscritos por la sociedad
teocrática, atraídos por los planteamientos radicales de Jesús, reaccionan en
masa y aceptan sus condiciones. Son los que han hecho ya la experiencia de la
marginación..., insatisfechos por la vida que llevaban dentro de aquella
sociedad religiosa. Jesús habla un lenguaje distinto y, sobre todo, muestra
hacia ellos una actitud abierta, compartiendo su situación. La flor y nata de la
religiosidad judía reacciona haciendo aspavientos, porque «acoge a los
descreídos», rompiendo con el apartheid religioso, y «come» con ellos, sin
importarle su mentalidad arreligiosa. «Comer» comporta participar de una misma
manera de pensar, crea comunidad.
TRÍPTICO PARABÓLICO: LA GRAN FIESTA DE LOS CRISTIANOS
Como toda respuesta, Jesús les propone una parábola, precedida de dos
analogías. Lucas no dejará constancia de reacción alguna de la clase dirigente.
La reserva para el libro de los Hechos, donde el retorno de los marginados
coincidirá con la conversión de Felipe, Saulo y Pedro, y la «murmuración» irá a
cargo de los creyentes de origen judío por la apertura de Pedro a la causa de
los paganos (Hch 8,4-11,18).
La parábola propiamente dicha es la del hijo pródigo. Ahora bien: sin las
analogías anteriores se podría entender que el núcleo de la parábola lo
constituye la conversión del hijo pródigo. Si eso fuese así, bastaría el
encabezamiento: «Un hombre tenía un hijo; éste le dijo a su padre: "Padre, dame
la herencia que me corresponde", etc.» La parábola, en cambio, empieza así: «Un
hombre tenía dos hijos...» (15,1 la). A la luz de lo que acabamos de ver, el
hijo menor representa a los «recaudadores y descreídos», mientras que el hijo
mayor personifica a «los fariseos y letrados». El primero es el prototipo de los
marginados, de los descreídos, de aquellos que, si se enmiendan, tienen gran
capacidad de hacer fiesta y de mostrarse agradecidos por el don que han
recibido, conscientes de que todos los placeres juntos, que desgraciadamente ya
han experimentado y que tanta vaciedad ha dejado en ellos, no tienen sentido en
comparación de la alegría que sienten en la casa del Padre. El hijo mayor, en
cambio, es el prototipo del hombre religioso y observante, quien a pesar de ser
hijo se comporta como un sirviente/esclavo en la casa de su padre («Mira: a mí,
en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo...», 15,29), sin
que nunca se haya atrevido a pedirle... lo que era suyo. No ha experimentado
jamás confianza alguna, preocupado únicamente por cumplir, obedecer, observar
órdenes y mandatos. No sabe qué significa ser «hijo», y cuando lo descubre en su
hermano, «se indigna y se niega a entrar» en la nueva relación afectiva con su
padre, en vez de alegrarse y de hacer fiesta por la vida recuperada y
redescubierta en la persona de su hermano.
32.
COMENTARIO 4
La esclavitud del pueblo de Israel bajo el imperio egipcio, fue un momento de
incertidumbre, y un camino seguro hacía la muerte. Muchos de dentro del pueblo
no creyeron en el proyecto de liberación de Dios, y olvidaron el pacto que en la
antigüedad Dios había sellado con Abraham. En el pueblo unos se cegaron, otros
se acostumbraron al poder dominador, otros se volvieron como el opresor... pero
hubo unos que resistieron y sobre todo creyeron en la presencia de Dios en la
historia. Creyeron que él estaría allí hasta que ellos pudieran liberarse del
poder del opresor y poder llegar así a la tierra que Dios juró a los
antepasados.
El pueblo, después de un proceso de purificación, después de haber transformado
su esquema mental, y animado al sentir el poder Dios que le amaba
abundantemente, entra en la tierra prometida. Este es el actuar de Dios en la
vida de un pueblo determinado. Israel ha visto cumplir la Palabra de su Dios de
una manera concreta y real. Dios no se detuvo a pensar en las veces que el
pueblo lo había defraudado, no se detuvo a pensar cuántas veces el pueblo no fue
fiel. Dios mostró una eterna fidelidad y un maravilloso amor para con el pueblo
que él se había adquirido como propiedad.
Al pueblo que estaba sometido a la muerte bajo el poder del Faraón, al pueblo
que no tenía un proyecto propio y que vivía esclavo, Dios le mostró un nuevo
camino, el camino hacia la vida, hacia una tierra fértil y libre, lejos del
Faraón.
En el Nuevo Testamento también Dios manifiesta su amor y su poder para con los
hombres y mujeres que reciban su mensaje de salvación en Jesús, quien ha sido
declarado «el Cristo» por su resurrección. En Jesucristo toda la humanidad es
reconciliada con el Padre. En su persona el Padre ha derramado todo su amor y no
se ha fijado en nuestra debilidad e infidelidad. Al contrario, nos ha demostrado
su eterna fidelidad para con nosotros y nos ha dado su pleno amor para volver a
ser hijos y herederos de su proyecto de vida.
Jesús nos confirma el amor del Padre. En la parábola que incorrectamente se ha
llamado «del hijo pródigo», Jesús nos presenta un Padre amoroso que es capaz de
amar y de perdonar hasta la ingratitud y la infidelidad de parte de sus hijos.
Debería entonces llamarse la parábola «del Padre Amoroso». Dios siempre espera
de sus hijos que respondan a su llamado y a la declaración de amor que él nos
hace.
Muchas veces somos nosotros los que somos impedimentos para que muchos y muchas
se acerquen nuevamente al amor de Dios. Tomamos la actitud del hermano mayor que
no permite que el Padre renueve su amor por el hijo menor, por el que había
abandonado la casa.
¿Por qué no pensamos cuántas veces hemos sido piedra de estorbo para que muchos
se acerquen a Dios? ¿Cuántas veces nos hemos creído los únicos que merecemos el
amor de Dios? Con estas actitudes hacemos que muchos no encuentren en Dios la
fuerza que necesitan y se amarguen y renieguen del amor del Padre Bueno.
Seríamos antitestimonio del Dios que es capaz de amarnos a todos con verdadero
amor de Padre.
Así como el Pueblo de Israel repensó y se dio cuenta de que tenía que volver a
Dios ya que él había sido fiel y le había demostrado su cariño siempre, el hijo
ingrato pensó que su Padre le amaba y que le perdonaría y volvería a creer en
él. ¿Cuándo nosotros vamos a aprender la lección?
COMENTARIOS
1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El
Almendro, Córdoba
2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C.
Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones
Cristiandad Madrid.
4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de
Latinoamérica).