COMENTARIOS AL SALMO 136

 

1. FIDELIDAD A JERUSALÉN:

Como decía el P. Luis Alonso Schokel en una conferencia, el que sepa rezar el salmo de los canales de Babilonia, ya puede rezar más o menos todo el Salterio. Este salmo es el ejemplo que siempre se saca cuando se trata de argumentar que los salmos son difíciles, o incluso que no sirven para la oración cristiana. Y todo por las dos últimas estrofas. La Liturgia de las Horas ha optado por suprimirlas, y entonces ya no hay problema: el salmo se reduce a una poesía de un exquisito lirismo (de lo mejor, literariamente, de todo el libro de los Salmos) que canta sentidamente el amor a la ciudad de Jerusalén. Con todo, la culpa no es del salmo, sino de nosotros, que, como dijo el Vaticano II, necesitamos una mayor formación bíblica y sobre todo litúrgica. Se comprenden las razones pastorales que movieron a Pablo VI a intervenir personalmente para que los pasajes más difíciles de los llamados «salmos imprecatorios» no se utilizaran en la oración pública de la Iglesia, pero ojalá el pueblo de Dios adquiriera la suficiente formación para poderlos recuperar.

Como trataremos de explicar, las dos estrofas finales, por difíciles que a primera vista nos resulten, son esenciales para entender el sentido genuino del salmo. Y, por lo demás, se pueden rezar de modo plenamente cristiano sin necesidad ni de suprimirlas ni de hacer violencia a su texto apelando a interpretaciones alegóricas. Como decía un antiguo Padre de la Iglesia, el cristiano no puede dirigir a Dios peticiones que no quepan en el padrenuestro. Hay que rezar los salmos, todos los salmos, de modo que encajen en las siete peticiones del padrenuestro. Pero en este caso lo podemos hacer sin salirnos de su sentido histórico. Veámoslo.

Sentido histórico

Contra lo que suele decirse, este salmo no es un canto de lamentación o añoranza (o venganza) entonado desde Babilonia. Los verbos en pasado («nos sentamos...», «colgábamos nuestras cítaras...», «nos invitaban a cantar...») evocan el destierro como algo que ya ha quedado atrás.

La situación de los judíos confinados en Babilonia no era de esclavitud ni de trabajos forzados, como sus antepasados en Egipto. Era sólo confinamiento. Muchos pudieron enriquecerse y hasta alcanzar cargos importantes en la administración pública, como el escriba Esdras o el copero real Nehemías. Este mismo salmo no describe persecución, sino una amable invitación a participar en las fiestas locales: «cantadnos algo de vuestra tierra» (cf. v.3). Cuando el 538, apenas conquistada Babilonia, el rey medo Ciro autorizó el regreso de los desterrados y hasta patrocinó la reconstrucción de Jerusalén y de su templo, muchos prefirieron quedarse. Algo parecido ha ocurrido al constituirse el moderno estado de Israel. Acudieron los judíos de la Europa central que habían escapado al exterminio nazi, los que en la Unión Soviética o en los países árabes sufrían vejaciones, y los judíos pobres de cualquier parte, pero los grandes banqueros o negociantes de Estados Unidos o Inglaterra limitaron su patriotismo a generosas aportaciones económicas.

Un desterrado que acaba de regresar de Babilonia, tal vez en la primera caravana de repatriados, a la vista de las ruinas de Jerusalén y de las dificultades de todo tipo con que tropieza la comunidad de los repatriados, que contrastan con las fáciles ilusiones que los hermosos oráculos del Segundo Isaías les habían hecho concebir, experimenta la tentación de arrepentirse de haber regresado, como los israelitas que en el desierto echaban de menos las ollas de carne y los ajos y cebollas de Egipto, pero reacciona recordando cómo soñaba con Jerusalén cuando estaba en Babilonia y entona un canto ferviente de amor y de fidelidad incondicional a la ciudad santa, a la que augura un futuro glorioso, mientras Babilonia ha de acabar destruida.

«Junto a los canales de Babilonia» (v.1) se entiende a menudo como una escena bucólica, o de partida campestre, a la orilla de un río, con las cítaras colgadas de unos sauces llorones que alargan sus ramas hasta la corriente que fluye (el nombre científico de los sauces llorones es «sauce babilónico»), pero el autor no piensa en una escena romántica, sino litúrgica. Los judíos escogían como lugares de reunión litúrgica las orillas de los ríos u otros lugares con abundancia de agua corriente, porque en este época toman gran importancia los baños y abluciones rituales. Así cuenta Lucas que Pablo y él, en Filipos, «el sábado salimos fuera de la puerta (de la ciudad), a la orilla de un río, donde suponíamos que habría un sitio para orar» (Hch 16,13). En aquellas celebraciones rituales no podían entonar cantos de alegría, sino sólo lamentaciones por la ciudad destruida. No podían disolver su tristeza en las alegrías babilónicas.

Tentado de arrepentirse y regresar a Babilonia, reacciona conjurándose a sí mismo a ser fiel a Jerusalén y poner en ella todo su afecto y «la cumbre de mis alegrías» (v.6). No le es lícito participar del jolgorio de Babilonia (¡y Babilonia puede estar agazapada en la mismísima Jerusalén en forma de sincretismo religioso!). Si su mano derecha, con la que pulsaba la cítara, accede a tocar al son de Babilonia, que se le paralice, y si su lengua, que junto a los canales de Babilonia no quiso dedicar los cantos de Sión a sus deportadores y opresores, se prostituye ahora echando de menos el bienestar material de que gozaba en Babilonia, o contagiándose del estilo de vida pagano, que se le pegue al paladar (vv.5-6). Desde luego, no desea que nada de esto le suceda; es un modo de conjurarse a sí mismo, y de jurar a Dios que será siempre fiel a Jerusalén, con todo lo que el nombre de la ciudad santa significa.

La penúltima estrofa (v.7) atestigua el recuerdo, grabado indeleblemente en la memoria histórica de Israel, del comportamiento de los idumeos «el día de Jerusalén» (el día de su conquista y destrucción). Lo mismo les echa en cara un añadido tardío en Amós 1,11: «Por haber perseguido con espada a su hermano, ahogando toda piedad». Edom o Esaú es el hermano gemelo de Israel o Jacob. La rivalidad entre ellos, ya desde el vientre de su madre, simboliza la que históricamente hubo entre los dos pueblos, étnicamente emparentados pero siempre en lucha. En algunas épocas, David y sus sucesores lograron someter a Edom, pero Edom nunca pudo con las murallas de Jerusalén. Por eso, cuando vieron el potente ejército de Nabucodonosor, lo jaleaban para que hiciera lo que ellos no pudieron: «Arrasadla, arrasadla hasta el cimiento!» Aquí se expresa una verdad muy importante: Israel acata los justos juicios de Dios, se reconoce culpable y acepta el gran castigo, pero sabe que a Dios, cuando castiga, no le gusta que le aplaudan o jaleen, sino que lo que le place es que le pidan piedad. Como cuando Abrahán intercede por Sodoma y Gomorra, o Moisés por el pueblo que en el desierto ha adorado el becerro de oro. Y la larga serie de imprecaciones del salmo 68 se justifica «porque acosan al que tú has herido, cuentan las llagas del que tú has lacerado» (Sal 68,27), es decir, añaden sufrimientos a los de alguien que Dios permite que sufra, aunque sea como castigo a sus pecados.

Lo de los niños contra las peñas (vv.8-9) es un rasgo típico, y tópico, de las descripciones de la conquista y destrucción de una ciudad. También Jesús, a la vista de Jerusalén, llora por ella, «porque - dice el Señor - vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita» (Lc 19,41-44), y nadie se ha atrevido a suprimir estos versículos del evangelio. Y en el Apocalipsis se proclama, no en un pasaje aislado, sino muchas veces, y con variadas palabras y vivas imágenes, la destrucción de Babilonia, entendida como la anti-Jerusalén, la antítesis del Reino de Dios. En contraste, el libro termina con la visión de la gloria de la nueva Jerusalén que baja del cielo. El Cordero ya ha vencido, y cuantos poderes de este mundo tratan de oponerse a la plena implantación de su reinado hasta sus últimas consecuencias, fracasarán.

La nueva Liturgia de las Horas prescinde de las dos últimas estrofas (vv.7-9), que literalmente son de una dureza proverbial. Sobre todo la última, la de los niños contra las rocas. Hay que interpretarla atendiendo a su forma literaria de doble bienaventuranza. Porque la traducción litúrgica oficial, de gran fuerza y belleza («¡Quién pudiera...! ¡Quién pudiera!»), expresa un deseo personal de ejecutar aquel castigo, cosa que el salmo no dice. La traducción de la Biblia de Jerusalén es en este punto más fiel («¡Feliz quien...! ¡Feliz quien...!». Las bienaventuranzas, aunque originariamente fueran felicitaciones, se convirtieron en un artificio literario para proclamar que alguien entra en el plan de Dios, cumpliendo su voluntad. Aquí no se maldice a nadie, sino que se proclama proféticamente que alguien, seguramente Ciro (cf. Is41,2.3.25; 44,28; 45,1; el rey pagano Ciro es calificado en estos oráculos de «Ungido del Señor»; literalmente: «Mesías») será (¿o ha sido ya cuando se compone el salmo?) instrumento de Dios para hacer a Babilonia lo que ésta por designio divino hizo a Jerusalén, para así liberar a los deportados y reconstruir la ciudad santa.

Así, las dos estrofas finales son la culminación del salmo, que sin ellas queda truncado: el salmista acaba su canto de fidelidad a Jerusalén augurándole mejor futuro que a Edom y a Babilonia. Contra todas las apariencias presentes, vale la pena apostar por Jerusalén. No tiene por qué arrepentirse de haber regresado.

Contenido doctrinal

Juan Casiano, para explicar los sentidos de las Escrituras, ponía el ejemplo de Jerusalén: en sentido histórico o literal es aquella ciudad de Judea, en sentido espiritual es la Iglesia de la tierra; en sentido anagógico (escatológico) es la gloriosa ciudad celestial (Ap 21); en sentido moral e individual es el alma, y entonces las torres y almenas son las virtudes, y los ejércitos asaltantes son las tentaciones o pecados.

En los cuatro sentidos, este salmo canta la nostalgia de Jerusalén, la tristeza por ella, el amor y fidelidad a ella, y a la vez la certeza de que -aunque parezca derruida- tiene un futuro espléndido, mientras Babilonia, pese a su momentáneo esplendor, ha de desaparecer del todo.

El cristiano se sabe desterrado "mientras peregrina lejos del Señor" (2 Co 5,6). Todos los santos, sin perder el gozo espiritual y la paz profunda, han experimentado el anhelo de la santidad no alcanzada y el ardiente deseo del cielo. Tristeza y alegría son en el cristiano, a menudo, inversas de las del mundo. Hay una «tristeza según Dios» (2 Co 7,10).

Aplicaciones prácticas y perspectivas

Los judíos que lloran y rezan junto al Muro de las Lamentaciones son un emocionante ejemplo actual de la fidelidad que respira este salmo.

Los judíos eran de una Jerusalén que en unas épocas era espléndida y en otras estaba destruida. Nosotros somos de una Jerusalén que, según como se mire, es maravillosa, pero según cómo nos parece desastrosa. Tiene la belleza y la santidad que ha puesto en ella Jesucristo al purificarla con su sangre, y la miseria y el barro que le echamos nosotros con nuestros pecados. Pero tenemos la certeza de que al fin prevalecerá la santidad. En la liturgia, y particularmente en la Eucaristía, pregustamos este término escatológico: ...et futurae gloriae nobis pignus datur (antífona O sacrum convivium, del oficio de Corpus).

Jerusalén es la Iglesia universal, pero también es la particular o local: diócesis, parroquia, comunidad religiosa, grupo apostólico.

Hay que cantar el salmo 121 y el 136. Si sólo cantáramos el 121, seríamos triunfalistas; si sólo cantáramos el 136, seríamos derrotistas.

Oración

Junto a los canales de Babilonia nos sentamos para reflexionar sobre los males que aquejan a la Iglesia, o a nuestra comunidad. En los sauces de sus orillas dejamos colgados el optimismo ingenuo y el vano triunfalismo, y la hemos mirado con realismo. Los ciudadanos de Babilonia querían que participáramos de su alegría superficial y que les dedicáramos los cantos que sólo pueden decirse de Jerusalén. Pero no se pueden confundir las dos ciudades y nuestra distinta relación con cada una de ellas: aunque estemos en Babilonia, nosotros somos de Jerusalén. Babilonia nos tienta con sus muros, sus jardines, sus palacios, su riqueza y sus placeres. Contrasta con las ruinas de Jerusalén. Pero hemos de anteponer los dolores de Jerusalén a los gozos de Babilonia. Porque estas dos ciudades, más que dos lugares geográficos, son dos estilos de vida o sistemas de valores: el del mundo y el del evangelio. Si yo me olvido de Jerusalén y del evangelio, que se me pegue la lengua al paladar y se me paralice la diestra, hasta que me dé cuenta de cuán equivocado es mi camino. Las ruinas de Jerusalén me han de ser más preciosas que todo el esplendor de Babilonia.

HILARI RAGUER
DOSSIERS-CPL/82


2.

Este salmo es una maravilla de poesía y de dramatismo.

Pero ¿cómo puede un cristiano rezar este salmo?

Ante todo, podemos sacar dos elementos válidos: la nostalgia del peregrino "desterrado  hijo de Eva" y la fidelidad a la Jerusalén, ciudad santa, esperanza celeste.

Además, debemos hacer una trasposición simbólica. Babilonia representaba en aquel siglo un poder histórico enemigo a la salvación histórica operada por Dios; era, por tanto,  como una especie de encarnación del poder maligno, enemigo de Dios.

Babilonia dejó de existir como potencia histórica y ha pasado al Apocalipsis como símbolo  de la ciudad humana rebelde y enemiga de Dios.

Es la presencia y la acción del Maligno en el mundo, continuando las "hostilidades" que se  abrieron en el Paraíso: esta "ciudad del mal", capital del crimen, no es una realidad  geográfica, sino que puede estar en medio de nosotros y está también dentro de nosotros. 

Tiene sus aliados y es madre de hijos. Contra esta Babilonia simbólica puede el cristiano rezar este maravilloso salmo 136:

Capital de Babilonia, ¡Criminal!
¡Quién pudiera pagarte
los males que nos has hecho!
¡Quién pudiera agarrar y estrellar
tus hijos contra las peñas!


3.

Cuando el pueblo de Dios no quiso caminar por los caminos de la Ley, el camino de la  voluntad de Dios, Dios le obliga a caminar hacia el destierro.

Es frecuente que el hombre abandone el camino del bien y que Dios permita que venga  sobre él la angustia y la soledad. Israel desterrado en Babilonia es figura de esta situación. Pero Israel sabe suspirar por aquella Jerusalén que es su salvación. ¡Ojalá nos sentemos  también nosotros durante esta Cuaresma a llorar con nostalgia de Sión, añorando los  bienes del Reino y suspirando por la renovación pascual.


4. PO/SAL/136 

Que se me pegue la lengua al paladar,
si no me acuerdo de Ti, Señor.

En las montañas y en las playas
nos poníamos a rezar
con nostalgia de nuestro Dios.

En medio de la gran ciudad,
aturdidos y agitados,
nos sentíamos desterrados.

Inmersos en sus plazas,
corriendo por sus calles,
viajando cómodamente en trenes confortables,
nos dejábamos invadir por la añoranza de otra tierra.

Toda la propaganda,
la gran manzana industrial
con sus reclamos seductores
nos invitaba a gozar,
nos obligaba a divertirnos:

"Coged vuestras guitarras
y unid vuestras voces a las nuestras:
cantamos a la vida,
borrachos con el fuego del amor.
No hay más Dios que el placer
y la gran madre naturaleza.
Salid, pues, de vuestros templos
y de la oscuridad de los claustros.
Consumid nuestros productos.
que proporcionan felicidad.
Todas las necesidades
pueden ser ampliamente satisfechas".

Pero ¿cómo vamos a cantar
si nos quitáis nuestra alegría?
¿Cómo vamos a gozar
en esta tierra extranjera,
dando culto a dioses extraños?

Que todas mis alegrías se conviertan en amargura,
si yo me olvido de Ti, Señor.
Que antes me quede paralítico,
si yo me alejo de Ti.
Que un cáncer devore mis entrañas,
si yo algún día dejo de amarte.
Que se me pegue la lengua al paladar,
si no me acuerdo de Ti,
si no pongo tu Palabra
en la cumbre de mis alegrías y deseos,
si no pongo tu presencia
como meta final de todas mis esperanzas.

Tú eres, Señor, nuestra patria verdadera
y hacia Ti caminamos.
Tú eres nuestra riqueza,
la herencia que deseamos.
Tú nos atraes como un imán divino
y sólo en Ti descansaremos.

Mientras tanto nos taparemos los oídos
y dejaremos que canten las sirenas,
combatiremos los engaños del consumo
y a los ídolos prefabricados
que tiraremos, destruidos, a la chatarra.
Cogeremos vuestros dioses
y los haremos pedazos.

Ernesto Cardenal


5. /SAL/136/POEMA:

Nostalgia de Cristo

Junto a los canales de Babilonia,
junto a las riberas del Sena
y las playas del Mediterráneo,
por las avenidas de New York,
entre escaparates y rascacielos,
en los bares y museos,
cines y salas de fiesta,
máquinas de ganancia y diversión,
sentíamos ganas de llorar.

La gente nos miraba estupefacta
y no entendía el por qué de nuestras lágrimas.
Era gente superficial, sin fe,
que se mueve a los dictados del consumo.

La gente nos exigía
que hiciéramos como ella:
que hay que vivir la vida y disfrutarla,
que las rosas sólo duran un momento
y los sentidos deben ser acariciados.

Festejad a la vida que explosiona,
nos decían, con nosotros;
cantad al amor que embriaga los sentidos;
cambiad vuestros tristes cantos gregorianos
por ritmos alegres y desenfadados;
que ya pasaron los dioses inhumanos,
y somos enteramente libres.

Pero ¿qué sabrá esa gente
lo que es alegría y libertad?
Son esclavos e infelices, 
siempre insatisfechos,
vendidos a la droga de cada día.

¿Y qué sabrán de amor?
Confunden el amor con el deseo,
reducen el amor a las alcobas.

Nosotros cantaremos, sí, el amor y libertad;
nuestra alegría será un manantial inagotable,
desde Cristo.

Que se paralice mi cerebro,
si yo me olvido de Cristo.
Que se me pare el corazón,
si no amo al ritmo de Cristo.
Que todas mis alegrías se vuelvan penas,
si no brotan del Espíritu de Cristo.
Que me convierta en esclavo,
si no soy libre para servir como Cristo.

Y a los ídolos del consumo,
voraces, venales e insaciables,
los desenmascaramos y los mostraremos
como son ante la faz del mundo:
vacíos, sin entrañas. 

CARITAS
/88-1.Págs. 67 s.)



6.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL 

* Este es uno de los más bellos poemas de la literatura universal: quizá jamás el amor  apasionado por la patria haya sido cantado con acentos de tanta nostalgia y tanta violencia.  Lo confesamos abiertamente: este salmo nos desconcierta, a tal punto que quisiéramos  suavizarlo y conservar tan sólo las cuatro primeras estrofas. El deseo salvaje de represalia  que alientan las dos últimas estrofas es a menudo puesto entre paréntesis, cuando se canta  este salmo en público: es difícil "orar" con estas dos últimas estrofas... Por esto, para no  impresionar, se suprime. Se reconoce en ellas la ley del Talión: "ojo por ojo, diente por  diente" (Génesis 4,23 - Éxodo 21,23-25 - Levítico 24,18-21).

Este salmo es una forma de súplica, utilizada probablemente cada año, el día del "duelo  nacional" que Israel celebraba con ocasión del aniversario de la destrucción de Jerusalén  por los ejércitos de Nabucodonosor, en el 587. El profeta Jeremías, que vivió en carne  propia el sitio de 18 meses, lo describe en todo su horror, fechando minuciosamente el  comienzo y el fin del drama (/Jr/39/01-10). La catástrofe nacional estaba presente en todas  las mentes cuando se cantaba este salmo: el Templo incendiado a la par que los palacios  reales y las casas de las ciudades... Destrucción sistemática, a golpe de pico, de todas las  murallas (como se puede ver hoy en los bajos relieves caldeos en el museo de Louvre)...  "El rey de Babilonia hizo degollar a los hijos de Sedecías en presencia de éste y luego les  arrancó los ojos..." (Jeremías 39,6-7)...

Finalmente, deportación masiva de toda la población... Un exilio que duró más de 50 años  y durante el cual Jerusalén fue tan sólo un montón de ruinas. Estos son los hechos que  dieron origen a este salmo candente y violento.

La plegaria anual de Israel era una súplica para que esto no se reprodujera "jamás". Y en  este contexto, se pedía a Dios se "acordara del día de la destrucción de Jerusalén".  "Acuérdate, Señor". Según la sicología religiosa de la época, se trata de una real  execración cultual, destinada a lanzar una maldición contra Babilonia, para que nunca más  en el futuro volviera a profanar el Templo de Dios.

No olvidemos, por otra parte, que el odio que se expresa en este salmo es el anverso de  un amor apasionado: en cada estrofa se repite amorosamente la palabra "Sión" o  "Jerusalén". El meollo positivo de este salmo, es en el fondo, una fantástica y enérgica  protesta de fidelidad: "¡Si te olvido, Jerusalén, que la maldición caiga sobre mí!". Antes de  extirpar el "mal" de los otros, se pide que primero lo sea del propio corazón .

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS 

** ¿Podemos imaginar que Jesús recitara este salmo? Sin duda alguna, pero lo hacía a  su manera. Y ésta para nosotros hoy día, la única forma de recitarlo con El.

¡Jamás pactar con el mal! Jesús profirió palabras violentas para recordarnos la  fidelidad a toda prueba: "A cualquiera que haga caer en pecado uno de estos pequeños  que creen en Mí, más le valiera que lo hundieran en lo profundo del mar con una gran  piedra de molino atada al cuello" (Mateo 18,6). "Si tu mano o tu pie te inducen al pecado,  córtalos y arrójalos lejos de ti" (Mateo 18,8).

Perdonar a aquellos que nos hacen el mal. Jesús mismo pidió estas dos cosas, que  no son contradictorias... Aunque difíciles de vivir al mismo tiempo. "Yo os digo: amad a  vuestros enemigos, orad por los que os persiguen... (Mateo 5,44). "Si no perdonáis, vuestro 

Padre tampoco perdonará vuestros pecados..." (Mateo 6,14).

Amar nuestra ciudad, nuestro país, pero sobre todo la "fidelidad de Dios". Jesús  lloró cuando previó la segunda destrucción de Jerusalén por su rechazo a la visita de Dios:  "Cuando llegó cerca de la ciudad y la vio, Jesús lloró por ella diciendo: ¡Si tú supieras!  Vendrán días en que tus enemigos te arrasarán y no dejarán de ti piedra sobre piedra  porque no reconociste el día en que Dios vino a visitarte" (Lucas 41,44).

Ser fiel sin compromiso. Un día pidieron también a Jesús que "entonara un cántico de  Sión". Estaba "encadenado", prisionero. Hubiera podido, a lo mejor, congraciarse con  Herodes, "haciendo algún milagro", tal como éste le pedía (Lucas 23,8-9). Jesús se resistió  a este juego de Herodes. "No hay que echar las perlas a los puercos", había dicho un día  (Mateo 7,6).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO 

*** Querer apasionadamente la destrucción del mal. So pretexto de tolerancia, nos  quedamos mudos. Babel, el nombre peyorativo de Babilonia, es la "anti-ciudad", la  "anti-paz", símbolo de violencia, de dominación y de opresión injusta por la fuerza... En  tanto que Sión, el nombre amoroso de Jerusalén es "la ciudad-tipo", el lugar de la paz, el  símbolo de la comunión entre los hombres... En nuestro mundo actual, existen "Babilonias"  de impiedad contra Dios y de injusticia contra los hombres: este salmo nos alienta a orar y  actuar para que el mal sea extirpado de la humanidad y ante todo de nuestro propio  corazón.

Jamás olvidarse de "Jerusalén". San Juan nos ha revelado que la verdadera  Jerusalén es "la de arriba". Jamás debe olvidar el cristiano que vive como un desterrado y  que su verdadera patria es el cielo. Satanás querría que cantáramos las canciones de la  alegría mundana. Y los compromisos con el ambiente pagano son siempre actuales: hacer  como todo el mundo... Adaptarse por inercia a la opinión circundante... Adoptar la  mentalidad pagana del medio... Olvidar a Dios... Perder la fe... ¡Tentaciones permanentes y  muy actuales! 

No, no me instalaré en el exilio. La mayor tentación de los judíos deportados, fue la de  plegarse al paganismo babilónico e instalarse en el exilio. La gran tentación del hombre es  instalarse aquí abajo.

(·QUESSON-2/2.Págs. 228-231)


7. ¿CÓMO PUEDO CANTAR? 

«¿Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera?»

Esta es la cruz y la paradoja de mi propia vida, Señor. ¿Cómo puedo cantar mientras otros lloran? ¿Cómo puedo bailar cuando otros guardan luto? ¿Cómo puedo comer cuando otros pasan hambre? ¿Cómo puedo jugar cuando otros laboran? ¿Cómo puedo vivir cuando otros mueren? Este mundo es destierro, prueba y sufrimiento; ¿cómo hablar en él de felicidad cuando veo la miseria a mi alrededor y la siento en mi propia alma? ¿Cómo cantar en el destierro?

La corriente del río invita al regocijo, pero nosotros lloramos a su orilla; los árboles hacen ondular sus ramas al ritmo de la música esperada, pero nosotros hemos colgado en ellas nuestras cítaras mudas; la gente nos pide canciones, pero les contestamos con lamentos. ¿Cómo podemos hablar de Jerusalén cuando estamos en Babilonia?

«Junto a los ríos de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras. Allí, los que nos deportaban nos invitaban a cantar, nuestros opresores, a divertirlos: `Cantadnos un cantar de Sión'. ¿Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera?»

Haz, Señor, que sienta como mío el dolor de los demás. No permitas que olvide los sufrimientos de hombres y mujeres cerca y lejos de mí, la aflicción de la humanidad en nuestro tiempo, la agonía de millones frente al hambre, el abandono y la muerte. Que no me vuelva sordo o insensible. La humanidad sufre, y la vida es destierro. Los que sufren son mis hermanos y hermanas, y yo sufro con ellos.

Hay lugar para la alegría en la vida, pero también lo hay para la conciencia seria y trágica de la crisis de nuestro tiempo y de la responsabilidad común de aliviar el sufrimiento y buscar la paz.

Quiero poder cantar, Señor, quiero cantar las alabanzas de tu nombre y las alegrías de la vida como tú me has enseñado a hacerlo en las fiestas de Sión. Pero no puedo cantar en la amargura del destierro. Por eso mi respuesta negativa, «¿Cómo puedo cantar?», es en sí misma una oración para que acortes el destierro, redimas a la humanidad, traigas la alegría a la tierra, y yo pueda volver a cantar.

Si quieres volver a oír los cánticos de Sión, Señor, vuelve a traer la alegría de Sión al corazón del hombre.

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
Orar con los Salmos
Sal Terrae, Santander 1989,pág. 251s.


8. Benedicto XVI: Creyentes y no creyentes, peregrinos hacia la Ciudad de Dios
Comentario al Salmo 136, «Junto a los ríos de Babilonia»

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 30 noviembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que dirigió este miércoles Benedicto XVI durante la audiencia general en la que comentó el Salmo 136, «Junto a los ríos de Babilonia».


Junto a los ríos de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.

Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión».

¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha;

que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.



1. En este primer miércoles de Adviento, tiempo litúrgico de silencio, vigilancia y oración en preparación de la Navidad, meditamos en el Salmo 136, que se ha hecho famoso en la versión latina de su inicio, «Super flumina Babylonis». El texto evoca la tragedia vivida por el pueblo judío durante la destrucción de Jerusalén, que tuvo lugar en el año 586 a. C., y el sucesivo exilio en Babilonia. Nos encontramos ante un canto nacional de dolor, caracterizado por una seca nostalgia de lo que se perdió.

Esta sentida invocación al Señor para que libere a sus fieles de la esclavitud de Babilonia expresa también sentimientos de esperanza y de espera en la salvación con los que hemos comenzado el camino del Adviento.

La primera parte del Salmo (Cf. versículos 1-4) tiene como telón de fondo la tierra del exilio, con sus ríos y canales, que regaban la llanura de Babilonia, sede de los judíos deportados. Es como una anticipación simbólica de los campos de exterminio en los que el pueblo judío --en el siglo que acabamos de concluir-- fue conducido hacia una operación infame de muerte, que ha quedado como una vergüenza indeleble en la historia de la humanidad.

La segunda parte del Salmo (Cf. versículos 5-6) está llena del recuerdo amoroso de Sión, la ciudad perdida, pero que sigue estando viva en el corazón de los deportados.

2. En las palabras del salmista quedan involucrados la mano, la lengua, el paladar, la voz, las lágrimas. La mano es indispensable para quien toca la cítara: pero ha quedado paralizada (Cf. versículo 5) por el dolor, porque además las cítaras han sido colgadas en los sauces.

El cantor necesita la lengua, pero ahora se encuentra pegada al paladar (Cf. versículo 6). Los cantares de Sión son cánticos del Señor (versículos 3-4), no son canciones folklóricas y de espectáculo. Sólo en la liturgia y en la libertad de un pueblo pueden subir al cielo.

3. Dios, que es el último árbitro de la historia, sabrá comprender y acoger, según su justicia, el grito de las víctimas, más allá de los tonos ásperos que a veces adquiere.

Queremos encomendar a san Agustín una ulterior meditación sobre nuestro salmo. En ella, el padre de la Iglesia introduce un elemento sorprendente y de gran actualidad: sabe que también entre los habitantes de Babilonia hay personas que se comprometen con la paz y con el bien de la comunidad, a pesar de que no comparten la fe bíblica, a pesar de que no conocen la esperanza de la Ciudad eterna a la que nosotros aspiramos. Ellos tienen una chispa de deseo de lo desconocido, de lo más grande, del trascendente, de una auténtica redención. Y dice que entre los perseguidores, entre los no creyentes, hay personas con esta chispa, con una especie de fe, de esperanza, en la medida en que les es posible en las circunstancias en las que viven. Con esta fe en una realidad desconocida, están realmente en camino hacia la auténtica Jerusalén, hacia Cristo. Y con esta apertura de esperanza, válida incluso para los babilonios --como les llama Agustín--, para quienes no conocen a Cristo, y ni siquiera a Dios, y que sin embargo desean lo desconocido, lo eterno, nos exhorta a no fijarnos sólo en las cosas materiales del momento presente, sino a perseverar en el camino hacia Dios. Sólo con esta esperanza más grande podemos, de manera justa, transformar este mundo. San Agustín lo dice con estas palabras: Si somos ciudadanos de Jerusalén… y tenemos que vivir en esta tierra, en la confusión del mundo presente, en la Babilonia presente, donde no vivimos como ciudadanos sino que somos prisioneros, es necesario que lo que dice el Salmo no sólo lo cantemos, sino que lo vivamos: esto se hace con una aspiración profunda del corazón, deseoso plena y religiosamente de la ciudad eterna».

Y haciendo referencia a la «ciudad terrestre llamada Babilonia» añade: en ella «hay personas que, movidas por el amor a ella, se las ingenian para garantizar la paz --paz temporal--, sin nutrir otra esperanza en el corazón que la alegría de trabajar por la paz. Y nosotros les vemos hacer todo esfuerzo para ser útiles a la sociedad terrena. Ahora bien, si se comprometen con conciencia pura en estas tareas, Dios no permitirá que perezcan con Babilonia, al haberles predestinado a ser ciudadanos de Jerusalén: a condición, sin embargo, de que viviendo en Babilonia, no busquen la soberbia, los fastos caducos y la arrogancia... Él ve su servicio y les mostrará la otra ciudad, hacia la que tienen que suspirar verdaderamente y orientar todo esfuerzo» («Comentarios a los salmos» - «Esposizioni sui Salmi», 136,1-2: «Nuova Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, pp. 397.399).

Y pidamos al Señor que en todos nosotros despierte este deseo, esta apertura hacia Dios, y que también los que no conocen a Cristo puedan quedar tocados por su amor, de manera que todos juntos peregrinemos hacia la Ciudad definitiva y la luz de esta Ciudad pueda brillar también en nuestro tiempo y en nuestro mundo.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas. Estas fueron sus palabras en inglés:]


Queridos hermanos y hermanas:
El salmo que hoy se ha proclamado, evoca la tragedia vivida por el pueblo hebreo durante la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia. Contiene una dolorosa invocación al Señor, llena de nostalgia por el recuerdo amoroso de Sión, la ciudad perdida, en la que se expresan bien los sentimientos de esperanza y expectación de la salvación que señalan el tiempo de adviento, tiempo litúrgico de silencio, vigilancia y oración, como preparación al nacimiento de Cristo.

Así pues, puesto que somos ciudadanos de la Jerusalén celestial, vivimos, según afirma San Agustín, como prisioneros en el mundo presente, en esta tierra de confusión; por eso es necesario que «no sólo cantemos lo que se dice en el Salmo sino que lo vivamos: lo cual se realiza en la aspiración profunda de un corazón plena y religiosamente deseoso de la ciudad eterna».

Saludo cordialmente a los visitantes y peregrinos de lengua española, en particular a las Religiosas de María Inmaculada, reunidas en Capítulo general, a los cofrades de la Hermandad de Santa Marta de España, así como a los peregrinos de México y de otros Países latinoamericanos. Al comienzo del Adviento os animo a prepararos con alegría para que el Señor encuentre en vuestros corazones una digna morada llena de amor y esperanza. Muchas gracias.