COMENTARIOS AL EVANGELIO

Jn 3. 14-21

Ver evangelio de TRINIDAD, ciclo A: Jn 3, 16-18

 

1. FANATISMO/CEGUERA 

"Tanto amó Dios al mundo". Esta es su credencial y con ella se presenta desde la primera página de la Biblia. Por amor anda Dios en busca nuestra por los caminos del mundo. El autor del texto que hoy leemos hace especial hincapié en ello, como si quisiera hacer frente a un modo distinto de presentar a Dios, a un modo que concibiera a Dios como juez rencoroso y buscador de muerte.

Pero Dios no dicta sentencia contra nadie. Esto es algo que cada uno hacemos contra nosotros mismos con nuestra incredulidad de creyentes, un modo paradójico de ser, más hondo y complejo de lo que nosotros calificamos como malas obras. Estas, las malas obras, nunca estarán bien, por supuesto. Pero de ello podemos ser suficientemente conscientes y salir. Basta que poseamos una conciencia no fanática. Ceguera, exaltación, intolerancia: esto es lo realmente preocupamte y grave, porque la conciencia fanática siempre se considera vidente, más aún, clarividente.

Hagamos el esfuerzo de leer la última parte del texto de hoy desde la referencia de /Jn/09/41: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que véis, vuestro pecado sigue ahí". Sin esta referencia corremos el riesgo de encaminar la "la luz y la verdad" por la dirección fanática, que es exactamente la contraria de por donde discurre el creer en el nombre del Hijo único de Dios. Creer en el nombre del Hijo es una expresión para decir creer en lo que el Hijo es y significa.

ALBERTO BENITO
DABAR 1988/19


2. EV/SINOPTICOS. LOS SINÓPTICOS REFLEJAN MEJOR cómo ERA JESÚS; JUAN REFLEJA MEJOR lo que era JESÚS. PONE EN SUS LABIOS LO QUE NUNCA DIJO PERO QUE EN REALIDAD ERA. 

VE/NO-V-FUTURA: VIDA ETERNA NO SIGNIFICA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE. ES LA VIDA PROPIA DE UNA EXISTENCIA FELIZ. DE UN TIEMPO Y DE UN MUNDO NUEVO. 

El domingo pasado decíamos que Juan entendía la expulsión de vendedores y cambistas como eliminación-sustitucion del Templo por Jesús. En el texto de hoy el autor profundiza en el significado de este Jesús que sustituye al Templo. Lo hace sirviéndose de un diálogo entre el propio Jesús y Nicodemo, autoridad religiosa. Por lenguaje y temática, este tipo de diálogos son característicos del cuarto evangelio. En los evangelios sinópticos Jesús habla de una manera muy distinta.

Jn/SINOPTICOS: ¿Quién nos da, pues, la versión más fidedigna del personaje? Uno y otros, pero a distintos niveles. Los sinópticos, a nivel de lenguaje real; Juan, a nivel de significado. Los sinópticos reflejan mejor COMO era Jesús; Juan refleja mejor LO QUE ERA Jesús. En Juan hay más cantidad de mediación interpretativa que en los sinópticos. Y a este plus de mediación interpretativa Juan le da forma hablada, poniendo en los labios de Jesús lo que Jesús nunca dijo, pero que en realidad era. Por eso, al comentar un diálogo de Juan, es más exacto hablar de significado de Jesús que de palabras de Jesús.

El diálogo de hoy presupone el texto de /Nm/21/09: "Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte". Fue una medida salvadora. "Cuando una serpiente mordía a uno, éste miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado". El correlativo de la serpiente de bronce en el estandarte es Jesús en la cruz; el correlativo de mirar es creer. Jesús tiene que ser levantado en alto. ¡Honda y misteriosa necesidad! Para que al levantar la vista hacia esa altura quedemos salvados. El autor habla en perspectiva de presente. VIDA ETERNA no significa lo que nosotros solemos llamar vida después de la muerte. En la expresión de Juan, eterno no se contrapone a temporal. Vida eterna es sinónimo de calidad de vida; eterno designa plenitud, totalidad. Vida eterna es la vida propia de una existencia feliz, de un tiempo y un mundo nuevo. Jesús levantado en alto hace posible este tipo de existencia para todo el que levanta sus ojos hacia él, para todo el que cree en él. El designio del Padre, continúa Juan, su voluntad es que tengamos una existencia así. Parece un sueño.

Sólo con pensarlo un indescriptible relajamiento se apodera de uno. Jesús levantado en alto acaba con toda situación y sensación de existencia echada a perder. Existencia echada a perder es lo contrario de vida eterna.

No sé por qué extrañas razones los humanos estamos empeñados en hacer de Dios un contrincante que está a nuestro acecho. Debería bastar esta página de Juan para convencernos de lo contrario. Lo mismo habría que decir sobre nuestra idea de Dios como juez futuro. Incluso la traducción litúrgica parece favorecer esta perspectiva de juicio futuro.

No SERA condenado es una muy mala traducción del original griego, a no ser que este futuro sea entendido en un sentido puramente lógico. Pero para evitar ambigüedades sería mejor traducir: el que cree en él no queda condenado, al que cree en él no se le condena.

No debemos perder de vista el punto de partida: mirar a la serpiente levantada en alto suponía la curación. Lo contrario es igualmente válido: dejar de mirar a la serpiente suponía no curarse. Es decir, excluirse uno a sí mismo de ser curado. Esto es exactamente lo que dice Juan cuando escribe que los hombres han preferido la tiniebla a la luz. Lo cual significa que el hombre es el único responsable de su destino y que Dios no es ni su contrincante ni su juez. Dios es sencillamente un padre, cuyo hijo único ha sido levantado en lo alto de una cruz. Pero para fortuna nuestra, al mirar a este hijo quedamos salvados.

A. BENITO
DABAR 1985/18


3. REDENCION/EXPIACION  D/SADICO: TEOLOGÍAS POCO AFORTUNADAS QUE PRESENTAN A UN DIOS NECESITADO DE DESAGRAVIOS SANGRIENTOS.

Habrá que evitar ciertas teologías poco afortunadas que presentan a un Dios necesitado de desagravios sangrientos por las ofensas de los hombres y que manda a su Hijo para que le ofrezca su sangre, de valor infinito.

Una presentación adecuada podría ser constatar que el camino de los hombres andaba desencajado, alejado de Dios, incapaz de romper el círculo de pecado. Y sólo el propio Dios podía romper ese círculo infernal. Y el Hijo de Dios se hace hombre, el propio Dios viene a vivir esa débil y confusa situación humana. Y la vive del modo como Dios vive las cosas: como un acto absoluto, pleno, constante, de amor. Vivir así, en este mundo nuestro lleno de mal y de pecado, significa acabar perdiendo. Y Dios pierde, Dios muere. Pero EL CIRCULO SE HA ROTO, LA FUERZA DEL PECADO NO HA PODIDO CON LA FUERZA DEL AMOR, AUNQUE EL PRECIO QUE EL HIJO DE DIOS HA TENIDO QUE PAGAR HAYA SIDO EL PRECIO MAS ALTO que pueda pagarse: su vida, su sangre. Y eso es la redención: la entrega absoluta del Hijo de Dios ha hecho que el pecado no domine ya definitivamente. El que cree en él, el que se acerca a la luz, ya no es reo de la condena por el pecado; el que cree en él, el que se acerca a la luz, después de la muerte hallará vida.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1988/06


4. FE/SV/JUICIO 

Jesús, pues, no es juicio sino salvación. Dios no es el que juzga, sino el que salva. La salvación tiene lugar por la fe. En cambio, "el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios". La luz es dada a todos (ilumina a todos los hombres: Jn 1,9), pero "los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas".

El evangelista va penetrando en el misterio y apunta al corazón mismo de cada persona y a su libertad, que se autoexpresa y se autodecide con su comportamiento, y así se deja iluminar (¡y salvar!) por la luz, o bien la aborrece y se aleja de ella.

Nosotros nos guardaremos mucho de distribuir condenas, pero exhortaremos a los creyentes (y nos exhortaremos a nosotros mismos) a prestar atención a nuestras obras, pues ellas nos expresan y nos abren (o cierran) a la luz salvadora que "resplandece en las tinieblas" (Jn 1,5).

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1991/05


5.

Así tiene que ser elevado el Hijo del hombre (evangelio). El levantamiento de Jesús es a la vez su muerte en cruz y su glorificación; es fruto del rechazo del mundo y atracción salvadora de todos los hombres; Jesús es elevado (para morir) por el mundo y es elevado (para salvar) por el Padre; por eso no le ha compadecido: "para que todo el que crea en él tenga vida eterna". Jesús elevado, atrae a todos los hombres; es la luz verdadera que ilumina a todos. Hacia ese Jesús elevado en señal de oprobio nosotros levantamos nuestros ojos de la fe para tener vida eterna: reconocemos en él el amor salvador del Padre y el amor fiel y salvador del Hijo; porque tampoco el Hijo no se ha compadecido, no ha amado tanto su vida que la quisiese guardar sólo para él, sino que ha aceptado perderla, es decir, entregarla al Padre y a todos nosotros. Y, no obstante, siempre estamos tentados de preferir más las tinieblas que la luz, por miedo a que no ponga de manifiesto nuestras obras. En esta doble atracción de la luz salvadora, pero denunciadora, y de la tiniebla, oscura pero protectora, se juega toda nuestra vida. ¿Hacia dónde nos inclinamos? ¡Creamos en el amor! (1 Jo 4,16). ¡Dejémonos atraer por el Hijo del hombre elevado sobre la tierra! ¡Caminemos hacia la luz!

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1991/05


6. CZ/GLORIA 

Juan utiliza la narración de la serpiente de bronce, elevada por Moisés en el desierto (Núm 21, 8s), como figura que ilustra proféticamente lo que sucede en la "elevación" del Hijo del Hombre en la cruz. A este respecto, destaca sólo tres puntos de conexión: la "elevación", la fuerza salvadora y el plan de Dios que tenía que cumplirse. Importancia especial tiene la "elevación", palabra utilizada en doble sentido: elevación a la cruz y elevación a la diestra del Padre. Por esta razón nosotros hubiéramos preferido traducir el original por la palabra "exaltación". Juan ve en la crucifixión -y no después de ella- el momento culminante de la vida de Jesús, la "hora", de su glorificación. La "exaltación" es el tránsito de Jesús del mundo al Padre, la Pascua.

La salvación viene del Hijo del Hombre exaltado en la cruz: "Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (12, 32). Creemos que es así, porque conocemos que éste es el plan de Dios, cuyo objetivo no es otro que dar vida a los creyentes, glorificando con ello a su Hijo (17,2; cfr. 13, 31s). El versillo debiera traducirse: "para que todo el que cree tenga vida eterna en él".

El plan de salvación no tiene otro fundamento que el incomprensible amor de Dios al "mundo", esto es, al mundo de los hombres, que habían quedado sin "vida" por su culpa.

Llevado por su amor al mundo, Dios salta el abismo que nos separaba de él y se aproxima a nosotros, para darnos lo que más quiere: su "único Hijo". Más aún, entregando a su único Hijo a la muerte para que nosotros tengamos vida. En esto se manifiesta que Dios es amor. El mejor comentario a este texto lo hace Juan en su primera carta (4, 9s).

Se contrapone aquí "perdición" (o muerte) y "vida", lo mismo que en el versillo siguiente "condenación" (o juicio) y "salvación".

El hombre sólo puede escapar de la perdición y de la condena, si, creyendo en Jesucristo, recibe la vida y la salvación.

Dios envía a su hijo para salvar al mundo y no para condenarlo, Dios quiere la salvación de todos los hombres, y Jesús es, como afirma la Samaritana, el "salvador del mundo" (4, 42). Frente a cualquier dualismo de buenos y malos, Dios ofrece a todos la salvación y no sólo a una minoría privilegiada.

El nombre del Hijo único de Dios es "Jesús", que significa "Dios salva". Creer en el "nombre", es creer en la misión salvadora de Jesús. Dios quiere la salvación de todos; si, no obstante, algunos se condenan es porque no creen en el nombre de su hijo y rechazan la salvación.

Es característico de Juan lo que se ha llamado "escatología presente", esto es, el considerar el juicio de Dios como algo que acontece ya cuando el hombre resiste al Evangelio con su incredulidad; pues el que no cree, a sí mismo se condena y se priva de la última oportunidad de alcanzar la vida. Según esto, lo que llamamos "juicio final" no sería otra cosa que la confirmación divina de aquella sentencia a la perdición y a la muerte.

Frente a las "tinieblas", que se presentan aquí como una personificación del mal, se alza la "luz" que es el mismo Hijo de Dios en persona (1, 4s). La venida de la "luz" al mundo denuncia la existencia de las "tinieblas" y, aunque el hijo de Dios no viene a juzgar a nadie, su presencia establece inevitablemente un juicio. La "luz" -y, por lo tanto, la proclamación del evangelio- cuestiona a los hombres y les obliga a decidir entre la fe y la salvación, o la incredulidad y la perdición. Muchos se deciden por la incredulidad, porque sus obras no son buenas.

Se habla aquí de "hacer la verdad"; pues para Juan la verdad, lo mismo que la mentira, no son dos teorías opuestas, sino dos modos contradictorios de vivir. Los que obran perversamente se oponen a la verdad con la mentira de su vida y esconden sus malas obras huyendo de la luz. En cambio, los que hacen la verdad buscan la luz, para que se vean sus obras buenas.

EUCARISTÍA 1988/13


7.

Las palabras de Jesús a Nicodemo -el primero de los discursos que hallamos en el evangelio de Juan- expresa en forma resumida los principales temas de la revelación de la que Jesús es portador.

Partiendo de la misión de Jesús, el Hijo del Hombre, el fragmento de hoy habla también del Padre que envía el Hijo al mundo y termina con la postura que toman los hombres ante esta oferta de salvación por parte de Dios.

1. La misión que Jesús ha recibido consiste en dar al hombre "vida eterna", la misma vida de Dios, que proviene del "agua y del Espíritu" (cfr. versículo 3) y que se concede a los hombres en virtud del Hijo del Hombre elevado. Ser elevado significa para Jesús no sólo la cruz y la muerte, sino también su resurrección y exaltación junto al Padre (los sinópticos expresan eso mismo diciendo: "El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho,... ser ejecutado y resucitar a los tres días": cfr. Mc 8, 31). El don del Espíritu, íntimamente unido a la glorificación de Jesús (cfr.Jn 7, 37-39) es fuente de vida eterna, definitiva, para cuantos creen en El.

2. Los versículos 16 y 17 ("Tanto amó Dios al mundo...") explican la misión de Jesús, el Mesías, partiendo de Dios, puesto que es El quien tiene la iniciativa de intervenir en la historia. Jesús es "el que bajó del cielo" (cfr. versículo 13) o "el Hijo que Dios entregó al mundo". Nótese en estos dos versículos el fuerte contraste entre perecer/tener vida eterna y entre condenar al mundo/salvar al mundo.

Dios se desprende de su "Hijo único" (cfr. Gn 22, Abrahán dispuesto a desprenderse de su "hijo único" Isaac: domingo segundo de Cuaresma) para que los que creen en él "tenga vida eterna", "para que el mundo se salve por él". El móvil de Dios es totalmente positivo y universal. Y este propósito brilla en la vida entera de Jesucristo, pero se manifestará de modo especial cuando sea elevado, entonces, "cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (cfr. Jn 12, 32, evangelio del próximo domingo).

3. Poco a poco, el texto termina por referirse a la postura que los hombres toman ante Jesucristo y aparecen, de modo semejante al prólogo del evangelio, los temas de la luz y las tinieblas, íntimamente unidos al de la vida. En el prólogo se decía que "en la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres"; el texto de hoy identifica el rechazar a Cristo, donador de vida eterna, con preferir la oscuridad a la luz.

La vida entera de Jesús es un gran resplandor ante el cual se pone de manifiesto lo que cada hombres es: cada uno es juzgado y es salvado o condenado no porque el amor de Dios haga excepciones, sino según la actitud personal de cada uno. Se condena aquel que "obra perversamente", el que persevera voluntariamente en el mal, no el pecador ocasional.

J. ROCA
MISA DOMINICAL 1982/06


8. A-D/FE 

El evangelio es un anuncio. Es Buena Noticia. Cuando Jesús habla de Dios, narra historias y parábolas. Porque sólo las historias permiten adivinar el comportamiento incomprensible de Dios.

Cuando habla de Dios, Jesús realiza gestos y acoge en su mesa a los pecadores y a las gentes insignificantes. Porque sólo los gestos muestran lo que hace vivir a Dios. "Tanto amó Dios al mundo...", comentará Juan en su ancianidad.

"Tanto amó Dios al mundo..." (/Jn/03/16): ésta es la única confesión de fe que estamos obligados a profesar para ser fieles a la herencia que se nos ha dado. Dios ama al mundo con un amor incomprensible e inconmensurable. El Dios que revela Jesús no es un Dios al estilo de los hombres, ni el que garantiza el orden del mundo, ni una superpotencia, ni un super-ingeniero vigilante del escenario y del plan del mundo, ni el guardián del orden social o moral. Dios ama: no se puede pensar en El sin darle ese predicado que impresiona tan profundamente al corazón del hombre hasta en sus fibras más íntimas: Dios es amor. Sólo Jesús, ese Jesús cuya palabra y cuyos gestos conducen a la cruz, sólo Jesús crucificado podía dejar sospechar esto: Dios es amante. El Dios de los filósofos nos diría: "Hay lo que hay: el azar y la necesidad; busca y encuentra". El Dios de los sabios nos diría: "Aguarda y verás: encontrarás la Verdad". El Dios de los moralistas nos diría: "Es preciso, debes hacer esto, ésta es tu obligación". El Dios de los ideólogos nos diría: "¿Qué has construido? ¿Cuál es tu combate?" El Dios de Jesucristo, por ser amor, nos dice solamente: "¿Quieres?" Un "¿Quieres?" que desarma y está desarmado. Dios está desarmado y es infinitamente pobre; la misericordia es, ante todo, una súplica de Dios: "Déjame amarte". Pero su palabra, "¿quieres?", nos desarma, porque su misericordia es el cuestiona- miento más radical que se nos podía hacer.

Desarmante y desarmado; así es Dios; sólo unas historias y unos gestos pueden hacernos atisbar la interpelación que nos toca en lo más íntimo de nosotros mismos y nos permite vislumbrar lo que El quiere decirnos: "Yo os amo: ¿y vosotros?".

SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS XXII-XXXIV T.O. EVANG.DE LUCAS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 154


9.

Jn/03/16: "Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito".

¡Profundas palabras, en las que el alma debe abismarse! Dios da.

Este es el hecho fundamental de nuestra fe; sobre él descansa la revelación. De Dios sólo sabemos que da; se nos da a Sí mismo.

Pues Dios no tiene algo, sino que El lo es todo. Si da, sólo puede darse a Sí mismo; y con El se nos da ciertamente todo. En todo lo que recibimos como don de la naturaleza o regalo de la gracia se da Dios a Si mismo. Y sólo en la medida en que lo reconocemos, poseemos lo que nos es dado. Todo lo que nos es dado puede sernos arrebatado de nuevo. Pero somos poseedores del don en tanto que reconocemos a Dios como la fuente de lo que nos da.

Dios se convierte en don. Primero, dentro de su mismo Ser; pues al engendrar a su Hijo, se da a Sí mismo. Y el Hijo, al reconocer y amar a su causa generatriz, se vuelve a dar al Padre. La tercera persona divina, el Espíritu vital que sopla y fluye por doquier, el Espíritu Santo, es don entre Padre e Hijo. Pero el amor generoso de Dios sale de Sí mismo; en el Hijo se entrega al mundo. El Padre "da al Hijo" para la encarnación, la pasión y la muerte; para que su muerte borre los pecados del mundo, dejando en él lugar para Dios, que se entrega al mundo.

Pero esto no basta; es preciso que los recipientes estén vacíos.

Cuando Dios se da, es demasiado grande para que un hombre pueda comprenderle y poseerle. Es un don de tal categoría, que el mismo don nos concede la gracia de recibirlo. Nuestra naturaleza, aunque creada a imagen de Dios, no puede llegar a eso. Dios ha de dilatarla, elevarla. Más aún; ha de crearnos de nuevo, ha de darnos parte en su propia vida divina, en su Espíritu, para que nosotros podamos comprender y recibir lo que sobrepasa nuestra naturaleza. Con los dones divinos nos otorga la fuerza, también divina, para comprenderlos y guardarlos; la "virtus divina" que corresponde al "donum Dei". Esta fuerza para recibir y guardar los dones, es ya parte del don mismo, es un principio de la vida divina que ha de sernos dada; en una palabra, es la fe, que se nos da como comienzo de la vida divina en nosotros y cuya plenitud atrae sobre nosotros.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 208 s.


10.

Este Evangelio está sacado del comentario añadido por Juan al relato de la conversación de Nicodemo y Jesús, una conversación que constituyó una iniciación a la fe (cf. Jn 3, 1-15) y Jesús subrayó que no basta con ver los signos: hay que "ver" su persona, especialmente en su papel de mediador levantado sobre la cruz y en la gloria. Esta visión de Cristo no puede obtenerse sino mediante un nuevo nacimiento.

Juan prosigue esa iniciación en la fe evidenciando, por encima de la persona de Cristo, la persona de su Padre y el designio salvífico peculiar suyo.

a) Juan no emplea aún la Palabra "Padre" para designar a la primera persona de la Trinidad, sino solo la Palabra "Dios". Sin embargo, si la paternidad de Dios apenas es aludida, sus relaciones de amor con el Hijo aparecen ya claramente en la expresión "Hijo único" (vv. 16, 18). Además, la paternidad de Dios sobre el mundo queda igualmente esbozada en el don de lo que tiene de más querido (v. 16) y en el otorgamiento a los hombres de su vida eterna.

b) Este gesto paternal de Dios que es el envío del Hijo entre los hombres se transforma también en juicio: da nacimiento a quien cree y condena a quien no cree (v. 18). En relación con este tema del juicio saca Juan la conclusión de la entrevista entre Nicodemo y Jesús (vv. 19-21), recordando además el comienzo de esta entrevista.

Juan 3, 2: Nicodemo viene a Jesús.
Juan 3, 2: Tú has venido como maestro.
Juan 3, 2: si Dios no está con él.
Juan 3, 2: viene de noche.
Juan 3, 21: quien hace la verdad, viene a la luz.
Juan 3, 19: la luz ha venido.
Juan 3, 21: sus obras en Dios.
Juan 3, 19: han amado las tinieblas.

Este cuadro permite medir el camino recorrido en la iniciación de Nicodemo en la fe. Este último creía encontrarse en presencia de un doctor: lo que encuentra es la luz del mundo. Vivía a ocultas, de noche, y se ve obligado a elegir entre la luz y las tinieblas.

Basándose en los milagros de Cristo creía que Dios estaba "con" este último, y he aquí que descubre que Dios está "en" él.

c) El comienzo del v. 21 hay que traducirlo por "hacer la verdad", y no solo por "obrar en la verdad". La expresión es, ciertamente, difícil. La verdad puede conocerse como objeto de saber, y hacer obrar, como motora de actitud. Pero se trata tan solo de una verdad-teoría que se opone a la práctica o, al menos, se diferencia de ella.

De hecho, en el lenguaje de San Juan (Jn 1, 17; 14, 6; 18, 37) la verdad designa la manifestación de lo que está oculto; algo así como la palabra misterio en San Pablo. La verdad es, pues, la profundidad de nuestro ser, allí donde el acontecimiento adquiere su peso de eternidad, allí donde la angustia es superada por el valor de ser. Para San Juan, esa verdad "viene", es alguien, "se hace", porque es una manera de ser no solo en el fondo de sí, vinculada a la persona de Jesús y capaz de modificar el comportamiento.

Se comprende entonces que Juan asocie verdad y juicio, porque la decisión en pro o en contra de la verdad es cuestión de vida o muerte, de descubrimiento del fundamento de la vida y de todas las cosas o de superficialidades y de banalidad.

La esperanza de los primeros cristianos salidos del judaísmo se refería a un Mesías-Juez, un "Hijo del hombre" (v. 13) con la misión de separar a los buenos de los impíos, a los judíos de los paganos. Pero ese juicio no llega: parece que ya no se puede esperar nada del exterior para juzgar a la humanidad.

Juan viene a confirmar esa impresión: el juicio de Dios no es una operación exterior distinta de la presencia de Cristo entre los hombres. Puesto que posee la clave de la existencia humana por cuanto no es tan solo Hijo del hombre, sino Hijo de Dios (v. 18), Jesús, por efecto de su sola presencia frente a mí, me obliga a aceptar o a rechazar el adentrarme hasta el fondo de mí mismo, allí donde vivo en comunión con El, en apertura a Dios ("hacer la verdad", v. 21). El juicio no es ya un acontecimiento exterior: está hecho de la respuesta que doy a la interpelación de Cristo, según que acepte el acercarme a la luz o que prefiera vivir en las tinieblas.

El cristiano no tiene, pues, miedo a un "juicio último", y todavía menos a las descripciones mitológicas que de él se han dado: sabe que el juicio está en él y depende de su propia elección.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 57


12.

El amor de Dios, tal como se hace patente en la entrega del Hijo, quiere la salvación "... a fin de que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna". O, según se dice en el v. 17: Dios no ha enviado al Hijo para que "juzgue" al mundo, o lo que es lo mismo, para que lo entregue al castigo escatológico, que sólo significaría la aniquilación y desgracia completas, sino para que el mundo se salve por el Hijo. El propósito auténtico y originario de Dios, según se ha hecho patente en el envío del Hijo, es la salvación del mundo, no su condenación. Se trata, pues de un explícito y claro predominio del designio de salvación en la actuación amorosa de Dios en el cosmos, de una preponderancia y prioridad de la salvación sobre la condenación; se trata de un triunfo de la salud.

Eso quiere decir que, ateniéndose a la clara afirmación del texto joánico, salvación y condenación del hombre no son, en modo alguno, unas alternativas equivalentes, sino que a la salvación le corresponde una prevalencia inequívoca. Según nuestro texto, existe en Dios una voluntad inequívoca de salvación y de amor, mientras que no existe una voluntad de condenación en Dios, no hay predestinación alguna divina para la condenación eterna. Lo que queda abierta, evidentemente, es una posibilidad de perder la salvación por parte del hombre, y ello, desde luego, porque responde a la condición humana, a la realidad existencial del hombre en la historia. En el envío del Hijo -y eso es lo que dice nuestro texto -Dios ha explicado a todo el mundo que quiere salvar al mundo y que quiere liberarlo de la condenación y ruina. Es necesario reconocer esa acción anticipada de Dios con un compromiso claro.

EL NT Y SU MENSAJE
EL EVANG. SEGUN S. JUAN/4-1A
HERDER BARCELONA 1983.Pág. 281

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13. SV/CONDENACION 

"Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna".

Jesús es el don del amor de Dios a la humanidad. Tan incomprensible, tan fuerte, tan eficaz es ese amor de Dios al mundo, al mundo humano creado por Dios y alejado de él, que "le entregó a su Hijo único".

En el vocabulario del cristianismo primitivo esa manera de hablar está siempre en relación con la cruz.

Es una reflexión sobre la muerte en cruz de Jesús, muerte que en definitiva atribuye no a simple "permisión divina", ni a un proceso lleno de vicisitudes, sino a la misma voluntad de Dios . Ahora bien, esa "voluntad de Dios" no es un capricho arbitrario y ciego, sino una "voluntad de salvarnos", es decir, amor.

En esta entrega del Hijo único hay un recuerdo del sacrificio que otro padre -Abraham- hizo también de su hijo único: "anda, coge a tu hijo, a tu unigénito, a quien tanto amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécemelo allí en holocausto, sobre uno de los montes que yo te indicaré" (/Gn/22/02) Aquel sacrificio no llegó a realizarse. El cordero que sustituye a Isaac y se sacrifica sin resistencias es este Cordero de Dios que quite el pecado del mundo.

J/MUERTE/VD: El Padre por amor a nosotros nos entrega a su propio Hijo, el único, en nuestras manos y nosotros entregamos a este Hijo único de Dios a la muerte. El Padre no envía al Hijo a la muerte, sino a la solidaridad con los hombres. Huyendo de la realidad humana Jesús pudo haberse salvado de la muerte. Este es el sentido de las tentaciones que Jesús sufre a lo largo de su vida. Pero Jesús sabe que la salvación no le llega al hombre por la huida de la realidad humana, sino por la identificación hasta el fondo con ella, por aferrarla hasta las heces.

El Padre no envía al Hijo a la muerte sino al cumplimiento fiel de su misión de revelar el amor de Dios, su misericordia sobre todos los hombres, y la muerte de Jesús es una consecuencia de su obrar. Al enviar a su Hijo al mundo el Padre corre este riesgo que no "escatimó" (/Rm/08/32) como dice S. Pablo.

Si hubiéramos aceptado plenamente el amor de Dios ofrecido en Jesús, aquella venida de Jesús habría sido un acto de amor sólo positivo. Pero como desde nuestra situación de pecado lo hemos rechazado, aquella entrega tiene la forma negativa de muerte.

El amor de Dios tal como se manifiesta en la entrega del Hijo, quiere la salvación... "para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él".

El propósito y la voluntad de Dios, según se manifiesta en el envío del Hijo, es la salvación del mundo, no su condenación.

Se trata, por tanto, de un claro predominio del designio de salvación en la actuación amorosa de Dios en el mundo; de una preponderancia, de una prioridad de la salvación sobre la condenación; se trata de un triunfo de la salvación.

Ateniéndonos a la clara afirmación de este texto del evangelio podemos decir que salvación y condenación del hombre no son dos alternativas equivalentes, que cada una de ellas tenga el 50% de posibilidades, sino que a la salvación le corresponde una superioridad indiscutible.

Según este texto, existe en Dios una voluntad indiscutible de amor y de salvación, mientras que no existe una voluntad de condenación en Dios; Dios no quiere que nadie se condene.

Lo que sí queda abierta es una posibilidad de perder la salvación por parte del hombre. En el envío del Hijo -y esto es lo que dice el texto- Dios ha explicado a todo el mundo que quiere salvar al mundo y que quiere liberarlo de la condenación y de la ruina. Es necesario reconocer esa acción anticipada de Dios con ese compromiso clarísimo de salvación. Pero el hombre puede rechazar esta oferta del amor salvador que Dios le ofrece en Jesús, su Hijo: "el que no cree en él ya está condenado porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios".

Si alguien se excluye de la salvación se debe al rechazo del ofrecimiento que Dios hace en Jesús.

"Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz".

Ser sincero con Dios y consigo mismo, apostar siempre a favor de la luz, de la vida, del hombre y del mundo. Esto es creer en el nombre del Hijo único de Dios. El que cree así no será condenado.

Se puede creer así aunque no se conozca a Jesús.

-Apostar siempre -aun en medio de los mayores dificultades- por la vida del hombre y del mundo, es creer en el nombre del Hijo único de Dios.


14. ACI DIGITAL 2003

14. Véase Núm. 21, 9. Cf. 12, 32.

16. "Este versículo, que encierra la revelación más importante de toda la Biblia, debiera ser lo primero que se diese a conocer a los niños y catecúmenos. Más y mejor que cualquier noción abstracta, él contiene en esencia y síntesis tanto el misterio de la Trinidad cuanto el misterio de la Redención" (Mons. Keppler). Dios nos amó primero (I Juan 4, 19), y sin que le hubiésemos dado prueba de nuestro amor. "¡Oh, cuán verdadero es el amor de esta Majestad divina que al amarnos no busca sus propios intereses!" (S. Bernardo). Hasta dar su Hijo único en quien tiene todo su amor que es el Espíritu Santo (Mat. 17, 5), para que vivamos por El (I Juan 4, 9).

17. Para juzgar al mundo: Véase San Juan 5, 22 y nota: "Y el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado todo el juicio al Hijo". A Jesús le corresponde ser juez de todos los hombres, también por derecho de conquista; porque nos redimió a todos con su propia Sangre (Hech. 10, 42; Rom. 14, 9; II Tim. 4, 8; I Pedro 4, 5 s.). Entretanto, Jesús nos dice aquí que ahora ni el Padre juzga a nadie ni El tampoco (8, 15), pues no vino a juzgar sino a salvar (3, 17; 12, 47). Es el "año de la misericordia", que precede al "día de la venganza" (Luc. 4, 19; Is. 61, 1 ss.)

19. Este es el juicio de discernimiento entre el que es recto y el que tiene doblez. Jesús será para ellos como una piedra de toque (cf. 7, 17; Luc. 2, 34 s.). La terrible sanción contra los que rechazan la luz será abandonarlos a su ceguera (Marc. 4, 12), para que crean a la mentira y se pierdan. S. Pablo nos revela que esto es lo que ocurrirá cuando aparezca el Anticristo (II Tes. 2, 9 - 12). Cf. 5, 43 y nota: "Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, ¡a ése lo recibiréis!".

La historia rebosa de comprobaciones de esta dolorosa realidad. Los falsos profetas se anuncian a sí mismos y son admirados sin más credenciales que su propia suficiencia. Los discípulos de Jesús, que hablan en nombre de El, son escuchados por pocos, como pocos fueron los que escucharon a Jesús, el enviado del Padre. Véase Mat. 7, 15 y nota ("Guardaos de los falsos profetas, los cuales vienen a vosotros disfrazados de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces". Jesús, como buen Pastor (Juan 10, 1 - 29), nos previene aquí bondadosamente contra los lobos robadores, cuya peligrosidad estriba principalmente en que no se presentan como antirreligiosos, sino al contrario "con piel de oveja", es decir, "con apariencia de piedad" (II Tim. 3, 5) y disfrazados de servidores de Cristo (II Cor. 11, 12 ss.). Para ello nos habilita a fin de reconocerlos, pues sin ello no podríamos aprovechar de su advertencia. Cf. Juan 7, 17; 10, 4, 8 y 14).

Suele verse aquí una profecía de la aceptación que tendrá el Anticristo como falso Mesías. Cf. Apoc. 13.