39 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO IV DE CUARESMA
11-17

11. TEMA: PODEMOS VER

FIN: Reconocer que somos ciegos de nacimiento y que hemos organizado un mundo de ciegos, en el que nos encontramos bien y con la experiencia de que vemos. ¿No tenemos la experiencia de que nacemos como si fuéramos ciegos y de que a lo largo de la vida nos envuelven las tinieblas? ¡Qué pocas personas llegan a verse, a conocerse a sí mismas! Cuántos, en medio de la sociedad en que vivimos, no descubrimos las enormes montañas de injusticia, sus males, los defectos radicales de su organización. Si se trata de ver al otro, de respetarlo, conocerlo, tenerlo en cuenta, somos verdaderamente c;egos. A veces no sabemos que el otro pasa a nuestro lado porque tropezamos con él o nos molesta. El hermano se nos ha convertido en un bulto, un obstáculo o una sombra compacta que hemos de evitar. En las pocas ocasiones que tenemos la oportunidad de encontrarnos con otro, pensamos tan exclusivamente en nosotros mismos, que creemos que nos hemos encontrado con nosotros, y si entramos en relación con él y le amamos es bajo el impulso del espejismo de pretender amarnos a nosotros mismos.

Cuando nos paramos a reflexionar sobre el sentido y el destino de nuestra vida, las tinieblas se hacen más densas en las cavidades de nuestros ojos interiores. ¿Con qué luz podremos encontrar una salida a la calle de esta vida, que se nos antoja a la vez ilimitada y cerrada por un muro? El mundo de la fe o el planteamiento de Dios nos lanza también a un caos sin forma, a una especie de oscuridad que se precipita y desmelena sobre la nada. ¡Cuántos no esperan nada y temen dar un paso, el último, en un vacío en el que nunca, nunca, se llegará al fondo!

Así somos los hombres, ciegos de nacimiento (Jn 9, 1). Misteriosamente ciegos. No pecamos nosotros, «no pecaron sus padres», ni tampoco nos cegó Dios. Al contrario, en nuestra ceguera brilla el amor de Dios (Jn 9, 2-3). Somos ciegos, pero hemos hecho del mundo un campo de videntes. No vemos, pero creemos ver. Pretendemos vernos a nosotros mismos bajo nuestro ángulo de visión, aunque sea desfigurados, esperpénticos, irreales; hemos llegado a formarnos una imagen de nosotros mismos. Vemos también esa sociedad que palpamos, nos hemos acostumbrado a ella, la hemos hecho a medida de nuestra visión y nos parece bien. Hemos construido también las teorías sobre nuestro destino, sin percibir siquiera el camino, y hasta creemos en un Dios ciego como nosotros.

Todos estos ciegos están convencidos de que ven, pero no ven (Mt 13, 13). Esto supone para nosotros dos exigencias: reconocer que no vemos y aceptar que nos ayuden a comenzar a ver.

Nuestra falta de visión consiste en que vemos mal, tergiversamos la realidad de las cosas, somos superficiales, creemos haber llegado hasta el fondo de los problemas, cuando en realidad vemos sólo la superficie de las cosas y de las situaciones. La visión verdadera dista de la nuestra en la medida que lo expresan estas palabras: «No mires su apariencia, ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón» (1 S 16. 7).

La salvación que Dios ofrece al hombre es como una nueva mirada, la posibilidad de tener sobre las cosas la visión que tiene el mismo Dios. Dios escruta la profundidad de todas las cosas, las conoce tal cual son, por eso puede descubrirnos el sentido que ellas tienen. La visión fundamental que Dios nos ofrece somos nosotros mismos desde su perspectiva. Por eso la revelación nos verifica, nos ayuda a reconocernos, a entrar en lo más hondo de nuestro ser y escrutar allí toda la entrañable riqueza y sentido de la vida. «Jesucristo, revelación de un misterio, mantenido en secreto durante siglos eternos... pero manifestado al presente... y dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe» (Rm 16, 25-26).

Esta visión de Dios ha aparecido en el mundo de Jesús de Nazaret. Esta mirada nueva que es como una palabra que inusitadamente describe al hombre, al mundo y a Dios mismo, es de tal manera esclarecedora que podemos afirmar que nos ilumina. Esa mirada es luz para nosotros, nos cura de la ceguera, nos libera de todas las visiones deformadas. Esta Palabra esclaceredora es la Luz verdadera (Jn 1, 8) que ilumina a todo hombre que sea capaz de aceptarla (Jn 1, 11-12).

«Yo soy la luz del mundo» (Jo 9, 5). Una luz que está en el mundo y para el mundo; cura por contacto, por encuentro. Es una luz que va directamente a nuestra retina para bañar con su resplandor purificador las intensas tinieblas que nos oscurecen (Jn 9, 7). Jesús es una Luz activa, revelante: su vida y su obra dicen tan claramente lo que es ser hombre en el mundo, que quien lo mira con fe ya es vidente. Jesús es de tal manera clarificador con su vida que nos libera de la ceguera.

El hombre que quiera liberarse de la ceguera interior tiene que dejarse inundar por el resplandor de la Luz que nos sale al encuentro gratuitamente. El ciego de nacimiento ni le pide a Jesús que le cure, sino que es el mismo Jesús el que inesperadamente se acerca al ciego y le cura (Jn 9, 1-6).

El hombre, para llegar a la curación, tiene que pasar primero por la operación de la fe: se ha de aceptar que la visión que vamos a recuperar es más honda que la mera visión física; los «ojos untados de barro» nos sugieren el paso que debemos dar del mundo engañoso de los «ciegos videntes» a un mirar interior que sea capaz de iluminar todo nuestro ser (Jn 9, 6). Además de aceptar la prueba de empezar a ver cegando, es necesario recorrer todo un camino de purificación, de ir despegando las tinieblas interiores, de «lavar» lo oscuro al contacto con la palabra de Jesús (Jn 9, 7).

Aquel que ha llegado a ver tiene que dar testimonio de lo que ve: primero de sí mismo, el ver es tan importante que, cuando somos curados, los demás llegan a dudar de si somos los mismos (Jn 9, 8-9). Esta nueva situación exige dar testimonio o confirmar: se es el mismo, pero renovado, regenerado. También se ha dar testimonio de lo que se va viendo: la experiencia de la curación (Jn 9, 11, 17), el descubrimiento de la personalidad de Jesús (vv. 17, 31), narrar ante los demás las obras de Dios que aparecen en la historia concreta de los hombres, interpretar las acontecimientos (vv. 32-33).

Tener una visión nueva, comportarse como creyente en medio de la sociedad, trae muchas y graves consecuencias: interrogatorios, desprecios y hasta ser expulsados de la sociedad en que se vive (Jn 9, 34); el mundo de los ciegos somos incapaces de aceptar a los videntes, a los clarividentes.

El ciego de nacimiento, además, se propone la profundización en el conocimiento (Jn 9, 35 ss.) y compromiso de la fe: «Los que son hijos de la luz tienen que caminar como hijos de la luz» (Ef 5, 8).

Esto supone trabajar y luchar por "el amor, la justicia y la verdad" (v. 9). La exigencia de la nueva visión supone no aceptar dar pasos de ciego, huir de las obras equivocadas y estériles de las tinieblas (v. 11). Pero además todo vidente tiene que realizar una acción profética: «Poner en evidencia, denunciar, contestar las obras de las tinieblas», «de esta manera se iluminan, se ponen al descubierto» (vv. 12-13).

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO A
PPC MADRID 1974.Pág. 59 ss.


12

-Iniciativa divina El ciego de nacimiento tuvo la suerte, la gracia, de encontrarse con Jesús, que era el sol. No fue el ciego el que tomó la iniciativa. Fue Jesús el que vio al ciego y, compadecido, quiso curarle. La gente se preguntaba el por qué estaba ciego. Jesús explicará el para qué: «Para que se manifiesten en él las obras de Dios», y las obras de Dios no son las que castigan con la ceguera sino las que iluminan el mundo. Las obras de Dios son creadoras y liberadoras, son los milagros de su misericordia. Es aquello de «los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Noticia» (Lc 7, 22; cf. 4,18-19).

-El milagro de la misericordia Todas las cegueras humanas y todas las miserias humanas surgen y están ahí, por muchas razones, que no siempre son pecaminosas. Los porqués son complicados. Pero sí es cierto que todas esas miserias están esperando una respuesta de amor. Si Dios permite tantas miserias es para que en ellas pueda resplandecer su misericordia. No siempre hará el milagro de la curación física, pero siempre hará el milagro de la curación espiritual; siempre se acercará a nuestros sufrimientos, y los compartirá y los redimirá. No hace falta insistir en que Dios también se vale de nosotros para realizar un milagro de comunión. Así pues, los ciegos están ahí y los cojos y los leprosos y los pobres, para que sepamos volcar sobre ellos la medicina de nuestro amor.

-Las mediaciones Jesús podía haber curado al ciego inmediata y directamente, con una sola palabra o un solo golpe de gracia. Y, sin embargo, utiliza una serie de mediaciones, todo un proceso: la saliva, el barro en los ojos, la necesidad de lavarse en la piscina. Cada uno de estos detalles puede tener su propia significación. Hay, naturalmente, una lectura sacramental, con evidentes aplicaciones al bautismo. Pero lo que sí es claro es que Cristo necesita de nuestra colaboración. El no multiplica los panes si no ofrecemos los pocos que nos quedan.

Tampoco cura al ciego:
- si, primero, no reconoce bien su ceguera;
- símbolo del barro-;
- si no escucha y acepta la palabra;
- si no se deja conducir;
- si no se lava o se deja lavar en la piscina del Enviado.

Reconocer la ceguera. La Buena Noticia llega a los pobres, las Bienaventuranzas son para los pobres, la salud y la salvación para los enfermos, los pecadores y los pobres. Es decir, para aquellos que sienten la necesidad de ser salvados; para aquellos que sienten un vacío y su incapacidad; para aquellos que valoran el poder de la gracia. El fariseo que se cree con buena vista nunca podrá ser curado de su ceguera.

Escuchar la palabra. Es abrir una ventana a la luz y la esperanza; es salir de sí mismo y estar abierto al don que Dios nos promete. La palabra de Dios es anuncio de salvación. Escuchar la palabra es empezar a confiar, empezar a creer. Pero si no escuchas la palabra, si te cierras en ti mismo, en tus posibilidades o tus negatividades, nunca podrás llegar a ser salvado. En cambio, el que escucha y acepta la palabra, confía, espera, desea, suplica, y no tardará en ser salvado.

Dejarse conducir. El ciego no pone resistencia cuando Jesús le embarra; se lava en la piscina cuando Jesús lo manda; se fía siempre de la palabra de Jesús. No debemos poner resistencia y obstáculos a la gracia. Hay que ponerse en las manos de Dios y dejarse llevar, aunque no siempre entiendas sus caminos. Ojalá pudiéramos decir en verdad: «Padre, me pongo en tus manos...».

Ojalá nos dejáramos llevar siempre del Espíritu, nuestro verdadero director. Y dejarnos llevar también de los directores intermedios que Dios pone a nuestro lado.

Lavarse en la piscina. Entendemos la piscina del Mesías, la piscina de la Iglesia. Se trata de aceptar estas mediaciones humanas que Dios ha señalado. No es tanto el valor del agua, sino la fe. Lo que le pas6 a Naamán, cuando el profeta le pidi6 que se lavara siete veces en el Jordán. Se curó por la fe en la palabra del profeta. El ciego se curó por la fe en la palabra de Jesús. Todos nos podemos salvar por la fe en la palabra y la presencia de Jesús, que se conservan y actualizan en la Iglesia.

-Ver a Jesús El ciego tardó en ver a Jesús. «¿Dónde está él?». «No sé». Después que es expulsado de la sinagoga, Jesús sale otra vez a su encuentro. El no puede abandonar a los que sufren persecución. Entonces, el ciego vio a Jesús, pero aún no le conocía; si acaso como el profeta que le había curado. «Tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?». «Que es un profeta». Pero ahora Jesús le va a curar nuevamente y le va a añadir una sobredosis de luz: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?... Lo estás viendo... Creo, Señor. Y se postró ante él». Ahora es cuando el ciego está definitivamente curado de su ceguera. Ahora es cuando ha recibido enteramente su salvación. Ha visto a Jesús, ha visto en él al Mesías, y se postró ante él. Todo el que ha sido curado de la ceguera, todo el que cree en Jesús, tiene que esforzarse por verle, por descubrir también hoy su presencia entre nosotros. Tampoco nos resultará fácil. Necesitas que el Señor te cure diariamente los ojos, para que le puedas ver.

-Que veas como Jesús Y todavía se te pide más: que no sólo veas a Jesús, sino que veas como Jesús. Esa sí que sería una curación: que veas las cosas, los hechos y las personas como Jesús los ve, con la comprensión, la profundidad y el amor con que Jesús los ve. Todo sería tan distinto. ¡Ver con los ojos de Jesús, ver con el corazón de Jesús! No sé si se podría pedir algo más en el camino de la fe. Quizá se podría pedir no sólo que vieras como Jesús, sino que iluminaras como Jesús, que llegaras a ser luz. ¿Es mucho pedir? ¿No nos ha dicho el Señor que también nosotros somos la luz del mundo? Aunque sea una luz pequeñita y participada, todos estamos llamados a curar a los ciegos, a iluminar las tinieblas, a ser luz. Nos lo recordaba también San Pablo: "Ahora sois luz en el Señor". Y, por si acaso no nos enteramos, San Juan nos advierte: «Quien ama a su hermano permanece en la luz» (1 Jn 2,10). O sea, que el amor y la luz se complementan. Ama y serás luz.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Pág. 98


13.

CIEGOS DE NACIMIENTO

"Al pasar vio Jesús un hombre, ciego de nacimiento". Hay en nuestro mundo muchos que nunca, desde que nacieron, han podido experimentar lo que significa ser persona; muchos a los que jamás les ha sido permitido que conozcan su dignidad de seres humanos. Ellos -ciegos de nacimiento, que malviven al margen de la sociedad, mendigando, sentados al borde del camino- están representados por el personaje del ciego de nacimiento que protagoniza el relato del evangelio de este domingo. Lo que nos cuenta este evangelio no es un milagro aislado de Jesús, sino una lección que él da a sus seguidores para enseñarles en qué consiste su actividad, la que ya está desarrollando Jesús y que habrán de continuar sus discípulos: «Mientras es de día, nosotros debemos trabajar realizando las obras del que me mandó». Esa tarea consiste en ofrecer al hombre la posibilidad de tomar conciencia de cuál es su auténtica condición y, por tanto, de saber cuáles son sus verdaderas posibilidades. Toda la narración es simbólica, y así hay que interpretar los gestos que en ella se describen.

-CONCIENCIACION Un hombre ciego de nacimiento, al borde del camino. Un marginado. Y la pregunta de los discípulos, que da por descontado que la ceguera es un castigo de Dios por los pecados de alguien: "Maestro, ¿quién había pecado, él o sus padres, para que naciera ciego?" Era la ideología dominante. Los males de la sociedad no se podían achacar directamente a Dios, pero se le atribuían indirectamente: alguien que había pecado individualmente había provocado contra sí mismo o contra sus descendientes la ira divina. Así no había que preocuparse demasiado por los sufrimientos de los demás: siempre se debía a algún oscuro pecado. No, las cosas no son así. Aquel hombre debía su ceguera no a Dios, sino a una sociedad que, diciendo que hablaba en nombre de Dios, le había impedido conocer a Dios y conocer su proyecto sobre el hombre.

«[Jesús] escupió en tierra, hizo barro con la saliva, le untó su barro en los ojos y le dijo: -Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa 'Enviado')».

Hecha de su propio barro, Jesús pone en los ojos del ciego la imagen del hombre nuevo. Y lo manda a lavarse en la piscina del Enviado. Esto es, le ofrece un proyecto de hombre, el hombre que vive preocupándose, por amor, de la felicidad de los demás; ese proyecto es Jesús mismo -su saliva, su barro-, que es la luz del mundo. Se lo pone en los ojos y lo invita a descubrirlo y a aceptarlo libremente. Sin adoctrinarlo, sino facilitándole una experiencia. Y el que había sido ciego percibe la luz por primera vez y ve, se ve a sí mismo, se conoce: «Fue, se lavó, y volvió con vista. Los vecinos... preguntaban: ¿No es ése el que estaba sentado y mendigaba?... Él afirmaba: Soy yo». Ya no va a dejar que la tiniebla le venza de nuevo, aunque la tiniebla lo va a intentar.

-CONFLICTO La tiniebla, que se había disfrazado de luz, no tardó en atacar. Los fariseos, los ideólogos religiosos de aquel tiempo, los que se sentían responsables de conservar la fe y las tradiciones recibidas, empezaron a cavilar: ¿Cómo es posible que un hombre que no cumple las leyes religiosas actúe en nombre de Dios? ¿Cómo es posible que un hombre que hace barro en día de sábado (día en el que estaba expresamente prohibido hacer barro y cualquier otro trabajo) dé vista a los ciegos, tarea que los profetas habían anunciado que realizaría el Mesías?

El problema era la idea de Dios que tenían estos fariseos: un Dios que exige sometimiento y obediencia sin que le importen la libertad y la felicidad del ser humano. A pesar de que los hechos de su propia historia de pueblo lo demostraban, no les cabía en la cabeza un Dios liberador del hombre.

Por eso atacan. Y el ataque es violento: primero intentan negar el hecho, a pesar de estar clarísimo: «Los dirigentes judíos no creyeron que aquél había sido ciego y había llegado ~ ver...»; después pretenden que aquel hombre afirme, también en contra de la evidencia de los hechos, que el que lo había curado era un pecador y, por tanto, no actuaba en nombre de Dios: «Llamaron entonces por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: Reconócelo tú ante Dios. A nosotros nos consta que ese hombre es un pecador». Y como el hombre se resiste, lo excomulgan, lo declaran fuera del pueblo de Dios: "Empecatado naciste tú de arriba abajo... Y lo echaron fuera". Al no someterse, lo marginan.

-COMPROMISO Cuando el hombre aquel ha asumido su nueva realidad con firmeza, después de haber sido expulsado de su religión y haberse mantenido firme, Jesús sale a su encuentro y se da a conocer. Sólo entonces le propone que le dé su adhesión, que acepte su fe: «Se enteró Jesús de que lo habían echado fuera, fue a buscarlo, y le dijo: ¿Das tu adhesión al Hombre?» Fe que le exigiría ponerse, manos a la obra, a devolver la vista a todos los ciegos de nacimiento que encuentre en su camino. Y el que había sido ciego, ahora que ve claro, acepta: «Te doy mi adhesión, Señor».

-HOY Hoy se vuelve a repetir este conflicto dentro de las Iglesias cristianas. También hoy resulta difícil a muchos aceptar que Dios, el Dios de Jesús, el Dios de los cristianos, es un Dios liberador. Y les resulta peligroso que se afirme que creer en Dios exige trabajar por la igualdad, la justicia y la liberación del pueblo. Y se vuelve a utilizar la coacción moral y la amenaza de expulsión contra los que afirman que la ciencia de Dios tiene que ser ciencia de la liberación. Bien. No se trata de juzgar a nadie. Pidamos al Dios de Jesús que nos abra definitivamente los ojos.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO A
EDIC. EL ALMENDRO CORDOBA 1989.Pág. 53 ss.


14.

-AMBIENTE

En la línea de la Cuaresma, con sus características propias, este cuarto domingo nos sigue orientando para que entendamos mejor quién es Jesús para nosotros (los evangelios del «yo soy»: el agua, la luz, la vida), y cuál es para nosotros, los bautizados, el camino a la Pascua. Hoy tenemos otro de esos evangelios largos, pero llenos de sentido y dramatismo, que hay que proclamar (mejor íntegro) con expresividad. Si para mejorar la escucha parece conveniente, después del primer párrafo se podría invitar a que se sienten. La primera lectura sigue su propio camino: las etapas más significativas de la historia de la salvación en el A.T. Después de Adán, Abraham y Moisés, ahora le toca a David, ungido como rey por indicación de Dios. El verdadero pastor del pueblo es Dios (cf. salmo responsorial), que elige a los que quiere. Este es un caso más de entre los que nos muestran el estilo de Dios: elige, no a los grandes y «altos», sino a los sencillos y «pequeños», a los que humanamente quedarían marginados. A través de ellos lleva El la historia de la salvación del pueblo. Esta vez no sería oportuna la aproximación del tema al evangelio del ciego y la luz. Son líneas distintas, aunque el domingo pasado sí coincidían con la clave del agua y la sed.

-EL SIMBOLISMO DE LA CEGUERA Y LA LUZ Juan, según su estilo, a partir del milagro/signo de Jesús que cura la ceguera corporal, hace una catequesis progresiva sobre Cristo y la luz espiritual en nuestra vida. También aquí, como el domingo pasado, partimos de una situación patética. Allí era la mujer en búsqueda que se hacía preguntas profundas. Aquí es un hombre ciego, condenado a la falta de luz, y encima medio zarandeado por otras personas -familiares, judíos, conocidos- que le envuelven en discusiones sobre su culpabilidad. Algunos de ellos son mucho más ciegos que el ciego de nacimiento. Porque no ven, o no quieren ver, lo que está claro. Situaciones humanas muy bien descritas y actuales por demás. ¿No estamos también ahora queriendo ver, buscando soluciones y respuestas, desorientados, sin encontrar ninguna que nos satisfaga, con confusión de ideas y doctrinas, y muchas veces en el fondo sin querer ver?

Y como el domingo pasado, la respuesta que Dios da a la humanidad se llama Cristo Jesús: El es la verdadera Luz del mundo, el que le sigue no anda en tinieblas. Es una de las claves en que más repetidamente se autoafirma Cristo en el evangelio, porque es también una de las más expresivas en su simbolismo. Algunos logran ver en Jesús sólo al hombre bueno, con corazón compasivo. Otros, al maestro genial o al profeta de Dios. El diálogo de hoy recorre un camino de profundización hasta que el ciego llega a ver en Cristo al Mesías enviado y al Salvador: al que es la Luz verdadera porque es Dios mismo. Esta es la clave central de hoy, y convendrá ponerla en relación con la Pascua, que dentro de poco celebraremos precisamente bajo el símbolo dominante de la luz (noche, oscuridad, fuego, cirio pascual, cirios personales, bautismo/ iluminación, vida pascual).

-«CAMINAD COMO HIJOS DE LA LUZ» La segunda lectura -la «homilía», que hoy comenta el evangelio- nos invita a aplicar a nuestra propia vida esta afirmación de Cristo/Luz y sus consecuencias. «Caminad como hijos de la luz»: las obras de la luz son «la bondad, la justicia y la verdad». Quién más quién menos, todos vivimos un poco en la tiniebla o en la penumbra del error o la duda, manipulados (¿o manipuladores?) por la mentira. Y sin embargo, como bautizados (llamados con un nombre antes muy frecuente: «iluminados»), deberíamos vivir en la luz, como hijos de la luz, seguidores del que es Luz y Verdad plena.

En el evangelio se demuestra que en el fondo acaba viendo el que desea ver: el que sabe que es ciego, que necesita iluminación y la pide a Jesús. Mientras que otros que se creen muy sabios, que creen «ver>, todo, son los más ciegos, y se van encerrando en sí mismos, porque la luz les hace daño. Muchas veces es más cómodo no ver. Cuando nos alcanza con su poderoso foco esa Luz que es Cristo, quedamos convencidos de nuestra poca valía y de nuestra pobreza.

Cristo/Luz es a la vez Cristo/Juicio, signo de contradicción. La Pascua del 93 no va a ser sólo un aniversario consolador, sino una vez más la disyuntiva, para que elijamos vivir según Cristo y su evangelio, y no según los criterios de este mundo que no sean conformes a él. Si nos dejamos iluminar por Cristo -en toda una serie de aplicaciones de nuestra vida: verdad, amor, justicia- podremos ser también iluminadores de los demás.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993/04


15

1.-El camino de la fe Este relato -paralelo al del paralítico (Jn 5,1-18)- es la explicación del proceso que sigue la fe o el nacimiento del Espíritu (Jn 3,6), que se explicita en el bautismo. Jesús ha abandonado el templo, ante el intento de algunos de apedrearlo (Jn 8,59), y ha vuelto a la clandestinidad.

Los protagonistas de la escena son Jesús, el ciego, los vecinos, sus padres y los fariseos. Los diálogos mantenidos entre unos y otros tienden a manifestarnos el simbolismo del signo realizado: la curación simboliza la fe; la capacidad de ver a Dios, a los demás, al mundo y a sí mismo como son en realidad: como lo son para Dios. Porque hay dos clases de ojos o de visión: los que ven la realidad tal cual es y los que la ven deformada; los que miran las apariencias de las cosas y de las personas y buscan esas apariencias y los que profundizan en los acontecimientos y sacan conclusiones... Los primeros son ciegos; los segundos, "videntes", porque saben ir viendo lo que hay que ver...

La narración es, evidentemente, más teológica que histórica. Fue un texto básico durante varios siglos en la preparación de los catecúmenos al bautismo, que recibían durante la celebración de la vigilia pascual. Lo que a primera vista se nos presenta como el desarrollo plástico de un milagro es, en realidad, la descripción del camino de la fe para llegar a Jesucristo. Camino que va de la ceguera a la visión. Jesús es luz para el que es consciente de no ver y está dispuesto a ver, aunque sea al precio de quedarse solo. Como el ciego, al que los padres no defienden y los dirigentes excluyen de la comunidad.

El texto se mueve en una paradoja: un hombre ciego de nacimiento llega a ver la realidad tal cual es, y los que están seguros de tener buena vista en realidad están ciegos. Al escribir este relato, Juan tiene presente el momento histórico que entonces se vivía: hacía pocos años que la sinagoga había expulsado de su seno a la comunidad cristiana por creer en Jesús, lo que era para él indicio de ceguera espiritual.

Los hombres somos como ciegos desde el nacimiento. Andamos a tientas, tropezamos en todo. Hemos construido una sociedad increíble: desigualdades económicas, guerras, muertos de hambre, analfabetismo, religiosidad de ritos vacíos... Parece que todo son sombras para nosotros: el sentido de la existencia, el porqué de las cosas, la vida misma... Una nube enorme se interpone entre la realidad y el mundo que nos hemos fabricado. Vivimos con poca luz desde el nacimiento. Somos torpísimos para vislumbrar realidades tan importantes como Dios, el prójimo y nosotros mismos.

Jesús nos invita a nacer de nuevo, a reencontrar la realidad con unos ojos limpios, con una mirada profunda. Ser cristiano es entrar en una iluminación progresiva, en una amistad cada vez más profunda con Jesús. Es lo que se nos quiere decir en este pasaje a través de la experiencia de un hombre ciego de nacimiento: de su curación y de las dificultades que superó hasta encontrar en Jesús al Mesías.

2.-Curación del ciego "Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento". No se señala lugar ni tiempo. El encuentro pudo suceder en la explanada del templo o en cualquier otro lugar muy frecuentado por la gente, ya que el ciego tendría que vivir de las limosnas que le dieran. Sucede en día de sábado, como el del paralítico de la piscina. El ciego es signo de los que nunca han podido saber lo que puede y debe ser el hombre; del pueblo reducido a la impotencia y privado de su condición humana por la opresión que ejercen sobre él sus "salvadores".

El ciego era también mendigo; no podía vivir por sus propios medios; su dependencia de los demás era total. Y, encima, la gente decía que aquello le ocurría por castigo de Dios. Por si esto fuera poco, la estructura social y religiosa nada hacía para sacarlo de su situación. El ser sábado va a complicar aún más la difícil situación en que se encuentra Jesús a estas alturas de su vida pública. Pero no le importa: el bien del hombre está para él por encima de cualquier otra consideración.

La vista del ciego lleva a los discípulos a preguntar a Jesús si la desgracia que sufría era castigo por sus pecados personales o por los de sus padres. Era una creencia popular, que enseñaban los mismos rabinos, que todo padecimiento físico o moral era castigo de algún pecado personal o de una vida pecaminosa que Dios infligía en proporción exacta a la gravedad de la culpa.

También se admitía la posibilidad de que Dios pudiera castigar por amor en algún caso, para probar al hombre (caso de Job). ¿Para justificar el mal en "los buenos", en los mismos dirigentes? En el judaísmo y en todas las civilizaciones antiguas creían, además, que los hijos podían ser castigados por los pecados de sus padres (con defectos físicos, por ejemplo). No faltaban tampoco quienes admitían la posibilidad de pecar hasta en el niño en el seno materno. ¡Vaya imaginación! Algo hemos avanzado: ahora muchos creen en la posibilidad de pecar gravemente en el niño de siete años. Si fuera verdad, ¿qué palabra habría que inventar para designar los pecados de los adultos, sobre todo de algunos (causantes de guerras, hambres, injusticias...)? De todo lo dicho se deduce que el sentido de la pregunta de los discípulos no pudo ser otro que éste: ¿Puede un niño pecar antes de su nacimiento y nacer, en castigo, con algún defecto físico, o de esto son responsables los padres? No dudan de que son las únicas razones que se pueden dar al caso.

"Ni éste pecó ni sus padres..." Jesús niega toda conexión entre culpa y enfermedad, oponiéndose a lo que enseñaban los rabinos y creía el pueblo en general, como atestigua la pregunta que le han hecho los discípulos. No pretende excluir la posibilidad de que esa conexión pueda darse en ocasiones, sino negarla en el caso presente. La enfermedad no es un castigo de Dios, ni el enfermo un pecador mayor que otro, ni sus padres unos malditos. El problema del dolor tiene una finalidad profunda en el plan de Dios, sin culpa personal del sujeto: "para que se manifiesten en él las obras de Dios". Dolor y muerte son difíciles de explicar y comprender fuera del lenguaje simbólico (Gén 3).

Con sus palabras Jesús declara el fin providencial a que está destinada la ceguera de este hombre, el anuncio de la curación que se dispone a realizar. Dios se revelará a través de ella; Jesús va a ser conocido por medio de este pobre, de este ciego despreciado, de este mendigo de profesión, de este ignorante.

La ceguera del hombre tiene también sentido simbólico, como todos los milagros de Jesús. Este ciego de nacimiento representa, al igual que el paralítico, a todos los hombres que desde siempre han vivido y viven sometidos a la opresión, sin posibilidad de salir de ella al no conocer alternativa. No sabía lo que era la luz.

Ni él ni sus padres tenían pecado. Son otros los culpables de su ceguera: los dirigentes religiosos capitaneados por los fariseos, como quedará claro al final del relato. "Mientras es de día..." Se refiere al poco tiempo que le queda de vida. "La noche" simboliza el momento de su muerte, el mundo sin Jesús, que es su luz (Jn 8,12). Sin él, la salvación- liberación del hombre se hace imposible. Dado que su tiempo de acción es limitado, Jesús debe aprovecharlo para cumplir las obras que el Padre le encomendó. Los suyos deben seguir su misma línea de liberación.

"Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo". Su afirmación anterior la va a explicar dando vista al ciego. El fin de su actividad es traernos luz a los hombres y animarnos a que nos dejemos iluminar por él. Quien acepta la luz, inevitablemente irradia resplandor en torno suyo. Esa es nuestra tarea ahora que él no está visible. La posibilidad de resistirnos a ella es uno de los complicados misterios de la libertad humana. ¿Cómo explicar ese afán del hombre por ir en contra de lo que anhela en lo más profundo de su corazón?: libertad, amistad, fraternidad, justicia... para todos. Dejémonos inundar, traspasar, llenar, empapar... de esa luz.

A diferencia de la curación del paralítico, la curación del ciego no se va a realizar por un simple mandato. ¿Por qué? Jesús le cubre los ojos con un poco de fango hecho de barro y saliva, y lo manda así a lavarse a la piscina de Siloé; no porque el agua de la piscina tenga propiedades curativas especiales, sino porque quiere poner a prueba su fe en él; que sea el enfermo el que opte libremente en favor de su curación.

Jesús actúa sin preguntarle ni exigirle nada antes. Siendo ciego de nacimiento, no sabe lo que es la luz, por lo que tampoco puede desearla. ¿Cómo va a desear lo que no sabe que existe? La saliva era considerada en la antigüedad como remedio curativo de la vista -además de otras enfermedades- y como transmisora de la propia energía vital. El barro era recomendado como remedio para tumores e inflamación de los ojos. Pero ni estos elementos son colirios curativos, ni a nadie se le podía ocurrir que tapándole los ojos con barro pudieran curarse, ni Jesús lo pretende. ¿Por qué emplea este tipo de emplasto cuando estaba prohibido usarlo en día de sábado y aquél lo era? Podía haberle mandado que viera, si quería, sin recurrir a esos medios, y las dificultades con el sanedrín habrían sido menores. Pero quiere poner de manifiesto su libertad respecto a las leyes del reposo sabático y la falsedad de la casuística rabínica, tan celosamente guardada por los fariseos principalmente. Además, al simbolizar la curación el nuevo nacimiento en el Espíritu, Jesús reproduce con sus gestos la creación primera del hombre (Gén 2,7) -también simbólica-, y deja así más patente esa significación.

Con su acción, Jesús invita al ciego a realizarse según el plan de Dios. Un plan que se había manifestado en la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26s). Pone ante los ojos del que nunca ha visto, por lo que no sabe qué es ser hombre, qué es serlo de verdad. La decisión quedará en sus manos. Si acepta, deberá ir a lavarse a la piscina; es decir, renunciar a todo lo que ha sido hasta ahora.

"La piscina de Siloé significa Enviado". Como Jesús es el Enviado del Padre, lo envía a sí mismo. Es Jesús el modelo de hombre que debe imitar y que irá descubriendo progresivamente. El ciego, a quien todos consideraban incapaz de hacer algo por sí mismo, siguió las instrucciones de Jesús "y volvió con vista", alcanzó su integridad humana. Ha dado un paso importante hacia Jesús. ¡Ha creído que era posible lo que parecía imposible! Ha logrado la capacidad de comenzar a ver lo que verdaderamente es el hombre y el mundo, lo que le permitirá distinguir los verdaderos valores de los falsos. Sabe ahora por propia experiencia qué significa ser hombre. Y esa experiencia orientará en adelante su actuar, hasta llegar a descubrir en Jesús al Mesías.

Cuando volvió, Jesús ya se había ido. Jesús ayuda sin crear lazos de dependencia obligada. Lo ayudó a que él mismo abriera los ojos y descubriera la corrompida realidad que le rodeaba y que le había tenido oprimido. Todo es nuevo para él; el encuentro de Jesús le ha transformado en un hombre distinto, como si hubiera vuelto a nacer (Jn 3,3). Sin embargo, y de momento, todo van a ser dificultades... Pero todas las que se le presenten no podrán apagar la ilusión que se ha encendido dentro de él. ¡Qué difícil es querer ser hombre de verdad en este mundo invadido por las "rebajas" y por los escalafones! Ya tenía los ojos abiertos, pero aún no estaba en la luz... Le costará llegar a ella a causa de todas esas estructuras sociales y religiosas que oprimen al hombre para que no pueda ver por sí mismo la realidad de la vida.

En nuestro mundo sólo el sistema -político o religioso- ve y decide, manejado por el poder económico, casi siempre en la sombra. Los demás debemos dejarnos guiar, aunque ello implique renunciar a ser personas libres y responsables, a no pensar con la propia cabeza ni sentir con el propio corazón... Ya otros lo harán por nosotros y mejor que nosotros. Debemos dejarnos guiar porque estamos ciegos, porque no sabemos, porque somos tontos. El sistema-institución necesita ciegos para justificarse a sí mismo y poder seguir existiendo y oprimiendo.

Con trazos simples y breves se nos ha hecho una descripción clara de la situación en que vive el hombre del pueblo, alienado por yugos tan sutiles que hasta tienen apariencias de humanistas y de religiosos. Jesús da al hombre opción para que sea él mismo. Es el propio hombre el que tiene que ver la vida como es, sin sentirse dependiente o ligado a nada ni a nadie, obrando siempre según su propia conciencia. Quiere que el hombre abra los ojos y mire; que decida, que sea adulto.

3. El ex ciego y sus conocidos

El ciego ve. Salta de alegría por los alrededores del templo, maravillándose ante todo lo que descubre. Mira y mira, no deja de mirar y tocar. Es feliz... Pero su alegría dura poco. Su curación provoca asombro y estupor entre la gente que lo conocía; indignación y miedo entre los dirigentes. Los que estaban acostumbrados a verle sentado pidiendo limosna, ciego, desdichado, inmóvil, impotente, dependiendo de los demás, se asombran. Pero ¿qué pasa aquí? La curación ha producido en él un cambio tan profundo, que los vecinos dudan de su identidad. Para unos sí era el ciego; para otros, no. Pero él, riendo feliz, decía a todos:

"Soy yo". ¿No véis que me he encontrado a mí mismo? La duda de los conocidos simboliza el cambio que produce en el hombre el Espíritu cuando se apodera de él: siendo el mismo, es otro.

Es la diferencia entre el hombre absorbido por los valores de la sociedad y el hombre libre; entre el hombre que ni siquiera sabe lo que significa la verdadera condición humana y el que ha descubierto el objetivo para el que Dios nos ha creado. Lo que debiera ser normal en una sociedad es causa de perplejidad: un hombre que ve.

Quieren saber cómo ha sucedido. ¿Es posible evadirse del sistema opresor de la sociedad de consumo y de la religiosidad alienante y poder ser hombre libre? Esa parece ser, más o menos, la pregunta que le hacen los vecinos; la pregunta del pueblo. Ellos no veían más que a través de los ojos de sus dirigentes.

De cuando en cuando aparecen en las comunidades humanas y cristianas hombres que, de pronto, descubren la trampa en la que han sido engendrados; superan las apariencias de la sociedad y de la religión y su mirada se dirige al interior de los acontecimientos y al interior del corazón humano. Se les suele tratar como locos e insensatos, imprudentes, ingenuos o utópicos... pero son los profetas que surgen en todas las épocas y empujan la historia hacia adelante.

¿Qué ven estos hombres que antes no veían?; ¿qué ven que otros no ven? Ven el fondo de la sociedad en que viven, la causa de todo lo que acontece, los verdaderos intereses que están detrás de tantos bellos discursos y palabras. Ven la trampa de la propaganda, el peligro de la sociedad de consumo, el opio oculto en los sistemas educativos y en muchas predicaciones y celebraciones religiosas... Por eso estos hombres son considerados como un peligro social: sus ojos pueden ayudar a otros a ver y a deshacerse de la opresión que consideran inevitable.

El hombre curado enumera las acciones de Jesús, al que de momento considera un hombre como él. La gente siente interés por el taumaturgo y quiere saber dónde está. Pero el hombre curado no lo sabe. Jesús se ha marchado, dejándole en libertad para que rehaga la vida a su gusto.

4. El ex ciego y los fariseos El hombre curado es conducido a la presencia de los fariseos, que en la comunidad judía eran la autoridad competente para todas las causas que tuvieran algo que ver con lo religioso. Son, sin duda, miembros del sanedrín pertenecientes a dicho partido. La curación les ha sido denunciada porque Jesús ha perturbado el orden del día en sábado, durante el cual "nada debe distraer de Dios", por hacer un trabajo prohibido y por el alboroto que ha preparado. Hay sistemas religiosos que no sólo son incapaces de abrir caminos de vida al hombre liberándolo de sus ataduras interiores, sino que se oponen sistemáticamente a todo lo que pueda conducir a la verdadera libertad.

Al preguntar al que había sido ciego, no buscan la verdad, sino una posibilidad para poder desvirtuar los hechos y acusar a Jesús. Están determinados a no admitir, bajo ningún concepto los prodigios que pueda obrar el joven galileo. Por eso no le preguntan sobre el hecho de la curación, sino sobre el "cómo" porque es ahí donde saben que pueden demostrar que ha habido infracción de la ley. No les importa el bien que ha recibido el hombre. Miran todo lo humano a través de lo jurídico.

La respuesta del ex ciego es clara y contundente: "Me puso barro en los ojos, me lavé y veo". El hecho es incontrovertible. Los fariseos se dividen. Jesús hace vacilar su seguridad. Hace unos meses curó repentinamente a un paralítico que llevaba postrado treinta y ocho años y ahora a un ciego de nacimiento. Y una vez más en sábado. Parece que tiene la manía de no respetar las leyes ni el orden establecido. ¿Cómo puede "venir de Dios" un hombre que "no guarda el sábado"? Y "¿cómo puede un pecador hacer semejantes signos?" Por segunda vez preguntan al hombre curado: "Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?" Parece como si quisieran convertirlo en árbitro de sus divisiones. Para él no hay duda posible: "Que es un profeta". Cosa muy natural, puesto que al profeta los judíos le reconocían la capacidad de obrar prodigios.

Aún no ha descubierto toda la realidad de Jesús, pero ha dado otro paso: de "hombre" a "profeta". Va experimentando un proceso de crecimiento en su fe en Jesús. Los principios sobre los que apoyan su doctrina los adversarios de Jesús se tambalean ante lo sucedido, y llaman a los padres con la oculta esperanza de que el hecho sea un fraude. Se refugian en su incredulidad; su ideología y prejuicios los ciegan. Los padres confirman los hechos, pero rehuyen su interpretación por temor a la expulsión de la sinagoga, que "los judíos -así llama ahora el evangelista a los fariseos- habían acordado" para "quien reconociera a Jesús por Mesías". La expulsión podía ser triple: la primera y más leve consistía en excluir de una semana a un mes de los actos comunes; la segunda duraba un mes, durante el cual el reo debía vestirse de luto, sentarse en el suelo, dejarse crecer el cabello y la barba, privarse de baños y ungüentos y no asistir a la oración común; la tercera y más grave llevaba anejo el destierro, era de duración indefinida, podía llevar unida la confiscación de bienes y prohibía todo trato con el culpable. Los padres, al igual que el pueblo sometido, viven atemorizados, no se atreven a desafiar a sus dirigentes. ¿Qué harían si los expulsaran de la institución judía? Aunque se encuentran oprimidos en ella, es su único horizonte. No podrían vivir fuera.

Dan prudentemente una respuesta evasiva. No se atreven a manifestar su alegría por la curación del hijo. "Ya es mayor, preguntádselo a él", ya es hombre consciente y responsable. Actúan como si ver fuera un delito. Y así era para las autoridades... Son el reflejo de la situación en que vive el pueblo oprimido por unos dirigentes apoyados en medios de coacción y para los que las razones no tenían ningún valor. Los suyos -de los dirigentes religiosos- eran actos dictatoriales.

La realidad de la curación es indiscutible. Pero los fariseos no están dispuestos a aceptarla. Para ellos lo absolutamente cierto es que Jesús, al transgredir el precepto sabático, es un pecador, por lo que no pudo obrar tal milagro. Los que antes estaban divididos han llegado ahora a la unanimidad. ¿Qué se hubieran inventado si llega a ser viernes? "Llamaron por segunda vez al que había sido ciego". Y, apelando a su propia autoridad -"nosotros sabemos"-, pretenden que reconozca como verdadero el juicio que ellos hacen de Jesús.

Buscan impedir que el hombre siga haciendo pública su curación y atrayendo así nuevos seguidores de Jesús. La fórmula que emplean -"Confiésalo ante Dios"- es una invitación a luchar por la verdad. ¡Los muy cínicos! Quieren imponerle su idea de Dios como más válida que su propia experiencia; lo que hubiera equivalido a admitir que habría sido mejor seguir ciego, ya que la recuperación de la vista que había obtenido por medio de Jesús se había logrado en contra de la voluntad de Dios. Son capaces de negar lo evidente por defender sus posturas. Y todo en nombre de Dios. Lo peor de todo es que cosas de este estilo no sucedieron sólo entonces; han sido frecuentes en nuestra historia eclesial.

El interrogado no accede a las pretensiones de los judíos Opone su experiencia a las teorías de los fariseos: "Si es pecador no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo". No se mete en cuestiones teológicas, de las que no entiende. Pero lo que no puede negar, por ser evidente, es que su estado actual es indiscutiblemente mejor que el anterior.

Vuelven a interrogarle sobre cómo obtuvo la curación. No están tranquilos; buscan una escapatoria que justifique su cerrazón, obtener algo desfavorable a Jesús. ¿Cómo no va a estar ciego un pueblo dirigido por esta ralea? Yo no puedo evitar -ni quiero- acordarme con frecuencia de pasajes como éste cuando oigo hablar a la mayoría de los líderes políticos o dirigentes religiosos: ¡qué pocas veces van al fondo de los verdaderos problemas! ¿No es la injusta distribución de la riqueza la causa principal de todos los males de la humanidad, el afán excesivo de lucro el origen del paro?, ¿no habría suficiente para todos, y sobraría si ninguna nación o individuo acaparara y pretendiera vivir a costa de otros..., lo que haría innecesarias, ¡por fin!, las guerras?

El recién curado se niega a complacerles de nuevo: ¿para qué perder el tiempo con gente que lo sabe ya todo y que no piensa cambiar de opinión pase lo que pase? ¡Sigamos con nuestros ritos rutinarios y "despachando" sacramentos sin ahondar en el evangelio hasta que nos quedemos solos con los bien situados económicamente! Es verdad que se avanzó mucho en técnicas de apostolado..., pero Jesús no siguió ese camino: decía lo que vivía v vivía lo que decía. El conocimiento libresco, teológico y moral de los fariseos no consigue explicar la curación.

Ante tamaña obcecación, el hombre les pregunta irónicamente si piensan hacerse ellos también discípulos de Jesús, ya que tanto se interesan por lo que hizo.

Los fariseos advierten bien el sarcasmo, y le responden con Insultos, rechazando indignados tal insinuación y proclamándose orgullosamente "discípulos de Moisés". Su ceguera va en aumento.

Es natural: en la vida el que no avanza retrocede. Se refugian en sus tradiciones para no aceptar la novedad que trae Jesús.

Hacen de Moisés un absoluto; se escudan en él, como antes lo han hecho en Abrahán (Jn 8,33.39.53). Con la ley en la mano pretenden saber lo que Dios puede y no puede hacer, lo que quiere y no quiere. Ignoran que Dios no es codificable, que se manifiesta en la vida del hombre. Al no ser capaces de descubrir a Dios en los acontecimientos de cada día, se empeñan en encasillarlo en una ideología rígida que suplante el dinamismo de la vida humana.

Dan su argumento para rechazar a Jesús. Les consta "que a Moisés le habló Dios" y que, por su mediación, este Dios había liberado al pueblo de la esclavitud de Egipto. Como ahora son ellos los opresores, no quieren reconocer que el mundo necesita una nueva liberación. ¡Siempre justificándonos con profetas del pasado para negar a los profetas del presente! El que había sido ciego no se deja intimidar por los insultos y ridiculiza el argumento de los fariseos. Les hace ver la contradicción que existe entre sus teorías y su experiencia. Sus palabras son ingenuas, simples, transparentes, irónicas. Es increíble el cambio que se ha producido en él. No hay mordaza que lo haga callar porque "ve". Siendo como son guías religiosos de Israel, de la realidad indiscutible de su curación deben concluir que Jesús posee una misión divina. Porque "sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad". Si escuchó a Jesús, lo que es evidente, es porque "viene de Dios".

Incapaces de reducir al silencio al que había recobrado la vista, los fariseos rechazan la lección que les quiere dar y, acorralados, pasan al insulto. Es una reacción que se veía venir... No discuten sus argumentos porque son irrebatibles. No comprenden cómo este hombre ignorante y pobre puede tener tanta valentía y coraje. ¿Cómo se atreve él, que nació lleno de pecados, a enseñarles a ellos, incansables estudiosos y fieles observantes de la ley? Ellos no tienen nada que aprender -ésa es su desgracia-, lo saben todo y tienen respuestas para todo; hasta para negar la evidencia. Lo malo es que los únicos que pueden aceptar sus opiniones son los ciegos, y este hombre no está dispuesto a volver a cegarse para darles la razón. ¿Hay acaso algo más valioso que la "vista"? ¿Que tiene que pagar por ello un duro precio? Pues se paga...

"Y lo expulsaron" de la comunidad de los "ciegos". Es la única forma de poner fin a la discusión con este rebelde. Lo mismo que Jesús tuvo que salir del templo, sus seguidores son incompatibles con la sinagoga. Si ve, que se vaya lejos; que no viva más con los otros ciegos. Su vista es un peligro; su conciencia de hombre responsable es una seria amenaza para la institución que tan celosamente dirigen. Los ojos de este hombre pueden transformarse en una chispa revolucionaria. La humanidad y la iglesia pueden despertar de su letargo. Y tienen razón: en un mundo en tinieblas, la luz es un serio peligro. Pronto acabarán con Jesús... al que asesinarán en nombre de Dios.

Los dirigentes religiosos primero interrogaron al ex ciego y finalmente lo expulsaron. La razón fundamental es porque es un hombre que ve el fondo del corazón de sus jefes y descubre en ellos los verdaderos móviles de su actuar: sus intereses y privilegios; y en adelante dará a cada cosa y a cada persona su verdadero nombre. Ha llegado a la religión de la persona y de la comunión con Dios; está por encima de los libros teológicos y puede relativizar la institución.

Le han abandonado todos los apoyos humanos: los padres, los vecinos, los responsables religiosos, la comunidad. Lo han tratado como a un guiñapo. Parece que ya no le queda nada, que el haber recobrado la vista ha sido para él una desgracia. Sin embargo, todo ello le ha ido desnudando de obstáculos para percibir mejor la luz que progresivamente ha ido descubriendo.

Nuestra sociedad actual no ha cambiado mucho en sus esquemas. Siguen inquietando los hombres "iluminados". Quizá los admiramos, pero nos alejamos de ellos porque son un peligro para nuestra estabilidad. Es más fácil buscar un pretexto para condenarlos o, al menos, para aislarlos... y que todo siga igual.

5. Jesús y el ex ciego

El hombre curado no estaba solo. Le quedaba Jesús. El final del itinerario de su fe no se produce sin un nuevo encuentro con Jesús. Una fe que es más que una apertura a percibir el sentido de la actuación de Dios en la vida del hombre, o descubrir en Jesús a un profeta. Para llegar a reconocer en Jesús al "Hijo del hombre" necesita que él mismo se le revele como tal.

Jesús no se había desentendido del que había recobrado la vista. No abandona al que ha sido fiel a sí mismo y a la nueva visión de lo que le rodea. Se enteró de "que lo habían expulsado" y fue a su encuentro. De nuevo la iniciativa es de Jesús. Busca para llevar a la perfección de la fe al que tan valientemente le ha defendido ante sus adversarios. Las dificultades superadas le habían limpiado el camino.

"¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Es como si le dijera ¿Crees que se puede ser hombre de verdad y que alguien "encarna" a ese hombre? El recién curado "veía" que ser un ser humano era otra cosa muy distinta a lo que él había vivido, ha avanzado en esa dirección en medio de dificultades. Le faltaba descubrir el modelo de hombre que debía imitar para seguir caminando.

"El Hijo del hombre" es la realidad humana llevada a la máxima perfección por la comunicación de la plenitud del Espíritu; la meta de todas las aspiraciones humanas verdaderas; la respuesta a todas nuestras preguntas; la luz y la vida del mundo. Es lo mismo que decir "el Mesías".

"¿Y quién es, Señor, para que crea en él?" Ha descubierto una nueva manera de ser hombre y quiere ser fiel al ideal que ha visto. Pero no se da cuenta de que Jesús se está refiriendo a sí mismo.

"Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es". Jesús se le revela como Mesías, lo mismo que tiempo atrás lo había hecho a la samaritana (Jn 4,26). Y la revelación encuentra al hombre dispuesto a abrazar inmediatamente la fe: "Creo, Señor". Y se arrojó a sus pies. Jesús ha sido para él, sucesivamente, "ese hombre", "un profeta", "el que viene de Dios" y "Señor". Ha llegado al final del camino. Poco a poco, a base de aguantar firme, ha llegado a comprender que Jesús, el que le abrió los ojos, tiene mucha más luz para darle: porque es la luz misma que nunca se apaga, que vale la pena seguir, porque es la respuesta a toda oscuridad, a toda inseguridad...

Jesús y el ex ciego ya pueden caminar juntos. Tienen los mismos ojos, la misma visión de la corrupción que los rodea, el mismo proyecto de existencia. Por eso el hombre creyó. Porque a Jesús no se le acepta con los ojos cerrados. Se llega a la fe en él después de haber experimentado personalmente la capacidad de salvación-liberación humana que trae. Es el camino que ha recorrido el protagonista del relato. Primero se da el encuentro: dejarse encontrar, escuchar la palabra, verificar la enseñanza...

El ciego abrió los ojos al lavarse en la piscina. Pero los ojos del corazón no los abrió de par en par hasta su segundo encuentro con Jesús al reconocerlo como Mesías. Un Mesías que, quizá, esperaba desde hacía mucho tiempo, sin saberlo, pero con firmeza, por encima de sus sufrimientos, sin importarle lo que pudieran pensar de él.

¿Damos pasos nosotros? Jesús es para nosotros, ciertamente, un hombre bueno, un profeta, un enviado de Dios. Pero ¿y Mesías? -¿la respuesta plena a todas nuestras preguntas e ilusiones, _ el modelo del vivir humano?--. Si es así, y lo estamos demostrando en la vida, nuestra fe en Jesús va por el camino verdadero. Es necesario no confundirse...

6. Jesús y los fariseos

Termina el capítulo con una fuerte acusación a los dirigentes religiosos de Israel. El relato comenzó con la negación de la relación entre la ceguera física y el pecado, y concluye con la afirmación de que la ceguera del corazón sí que es causada por el pecado.

Jesús vino a traer la luz a los que son conscientes de no ver: a los que se reconocen pecadores y necesitados de salvación- liberación; y la ceguera a los que creen que ven, como los fariseos. Su misión no es la de juzgar a la humanidad, pero con su mensaje y su vida denuncia las obras perversas del "mundo" y obliga a definirse. Quienes estén a favor del bien del hombre, estarán a favor de Jesús; los que busquen sus intereses y privilegios, se le pondrán en contra. Y resulta que los que buscan el bien de los demás son los pobres..., los que el "mundo" cree "que no ven"; mientras que los "que ven" andan afanados, preocupados de sí mismos... Jesús "ha venido a este mundo para que los que no ven vean y los que ven se queden ciegos". Palabras duras y verdaderas para todas las épocas de la historia. ¡Cuándo descubriremos que es necesario ser pobre para evangelizar y dejarse evangelizar! Y no olvidemos que no se es pobre por decirlo, como tampoco cristiano.

En las actitudes que con relación a Jesús han adoptado el hombre que recobró la vista y los fariseos se reflejan los dos caminos que seguirán los hombres. Los que vivan en la ilusión de tener buena vista, de poseer el debido conocimiento de Dios y de sí mismos..., mientras explotan y engañan al pueblo con falsas ideas y doctrinas, estarán cada vez más ciegos, Ios que sean conscientes de sus limitaciones y pecados... verán cada vez mejor la realidad como es.

Los fariseos que se encontraban presentes se sintieron aludidos por las palabras de Jesús, y le preguntan entre indignados e irónicos si también a ellos los cuenta entre los ciegos a quienes debe prestar ayuda para que recuperen la vista. Es una pregunta que delata incredulidad y autosuficiencia.

Con su respuesta Jesús afirma que no es pecado ser ciego, pero sí lo es el no querer abrir los ojos, el serlo voluntariamente, rechazando toda evidencia. Los dirigentes no sólo no quieren ver, sino que imponen sus mentiras como verdades. Son ciegos voluntarios que buscan cegar a los demás. No obran inconscientemente, saben muy bien lo qué pretenden. Van a quedar definitivamente ciegos. ¿No es éste el pecado "contra el Espíritu Santo"? (Mt 12,31-32, Mc 3,28-29, Lc 12,10).

No desprestigia a una comunidad cristiana el descubrir sus errores y pecados, pero sí justificarlos con bellos argumentos.

El relato es actual, crudo y realista: nadie llega a la luz sin romper las murallas que lo aprisionan dura y suavemente. El ciego que vio y los ciegos que no vieron, aunque creían ver, son las dos caras de la realidad de nuestra vida, de nuestro ver parcial. Reconozcamos que no vemos lo suficiente, que necesitamos de Jesús y de los demás para seguir abriendo los ojos y la vida hacia la realidad de Dios encarnada en la historia de los hombres.

La salvación-liberación que Dios nos ofrece es como una nueva mirada, la posibilidad de tener sobre las cosas la misma visión de Dios. Un Dios que escruta las profundidades de todas sus criaturas, a las que conoce tal cual son, por lo que puede descubrirnos el sentido de todas ellas. La visión fundamental que Dios nos ofrece somos nosotros mismos desde su perspectiva. Visión que apareció en el mundo con Jesús. Aceptar su luz es empezar un camino y un estilo de vida nuevos.

Hagámoslo sin miedo. En la medida en que sigamos a Jesús experimentaremos que se nos cierran muchas puertas, que somos expulsados de muchas "sinagogas"... y que a la vez se van abriendo otras, siempre más cautivadoras.

Ese fue el camino que siguió el ciego de nacimiento. Un camino difícil y duro, que es el de Jesús; el único camino en el que le podemos encontrar.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Pág. 177-191


16.

Nuestra ceguera

-Ciegos. Eso es lo que somos. Ciegos de nacimiento. No vemos nada. Vemos escasamente la superficie de las personas, de las cosas y de los acontecimientos, pero no vemos su verdadera y profunda realidad. O dicho bíblicamente: «El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón». Eso: el corazón de la vida se nos escapa. Lo más profundo de la realidad no lo podemos ver. Nos creemos muy lúcidos, pero somos ciegos, y esta es la peor ceguera: no saber que estamos ciegos.

-Los acontecimientos. Los contemplamos como algo rutinario o fortuito. Nos habituamos a ellos, como el hombre del Eclesiastés: "Nada hay nuevo bajo el sol. Lo que fue eso será: lo que se hizo, eso se hará. Todo es vanidad".

O quizá nos admiramos y sorprendemos, pero de forma pasajera, sin que nos deje huella alguna. A lo más, objeto de nuestros leves comentarios.

Necesitamos pasar de un hecho a otro, de una sensación a otra, de una emoción a otra. Consumimos noticias y hechos como el desayuno de cada día. El periódico de ayer ya es viejo.

¿Quién descubre el sentido de cada hecho, de cada historia? ¿Quién sabe leer los signos de los tiempos? ¿Quién se deja interpelar por los acontecimientos de cada día, sean grandes o pequeños? Veo la violencia que me salpica, alguien me habla del paro, soy testigo de un accidente, la TV presenta imágenes de hambre o de muerte, ¿cómo me interpelan todas estas situaciones? ¿Qué veo detrás de cada lágrima? O tal vez el día me sale de primavera, y todos me sonríen, y me comunican el nacimiento de un niño, o que dos se han casado, y que por fin llueve, y que se han reconciliado los que antes se odiaban, y que un joven ha sacado la oposición, ¿hasta dónde me llega el impacto? ¿Cuántas acciones de gracias pronuncio? ¿Me convierto en un «Magnificat» viviente?

-Las cosas. Nos rodean y nos fascinan. Útiles y seductoras. Son, así las vemos, como nuestro complemento. Las necesitamos y las adoramos. Nuestros ídolos personales. Queremos poseerlas y disfrutarlas. Y somos insaciables. Pasamos de la idolatría a la tiranía.

También en esto nos equivocamos. Hacemos un fin de lo que es un medio. Por otra parte, no vemos en las cosas el secreto que encierran. Porque las cosas no son solamente algo para usar, consumir o almacenar. Las cosas, para el que sabe ver, son una especie de sacramento. Encierran una realidad misteriosa y un significado transcendente. «Hay más de Dios que de agua en cada gota de agua», decía Pascal. Y en cada átomo y en cada molécula hay un misterio escondido.

En todas las cosas puede dejar su marca el hombre que las toca. Se convierten en memorial y signo de presencia: el regalo de un amigo o la prenda de un ser amado.

Todas las cosas brillan y hablan. Pero hay que saber ver y saber escuchar. Los santos y los artistas conectan con estas dimensiones.

-Las personas. A veces las vemos y las tratamos tan superficialmente que las convertimos en cosas. Personas-objeto, cantidad. Otras veces la persona es un número o un voto. Un ser anónimo: Ya somos cinco mil millones. Otras veces es un rival a vencer o un enemigo que aplastar: «El infierno son los otros».

Las personas. ¿Cuál es su valor? ¿Cuál es su precio? ¿Para qué sirven? Una vez más nos equivocamos. Aquí lo que es fin lo convertimos en medio, al revés de las cosas. ¿Cuántas personas somos capaces de sacrificar para conseguir ciertos fines: económicos, políticos o hedonistas? ¿Cuántas personas son ofrecidas al ídolo del poder o del tener o del placer?

Ciegos, no somos capaces de ver la intimidad de cada persona. Y en la más íntima intimidad, la transcendencia. "Sólo un ser dotado de misterio es a la larga digno de amor. No es posible amar algo sin misterio; eso sería a lo sumo una cosa de la que se podría disponer, no una persona a la que mirar respetuosamente. Sólo donde hay misterio hay hondura" (Urs von Balthasar).

Preguntaban: ¿Cuándo termina la noche y empieza el día? O sea, ¿Cuándo dejaremos la ceguera y empezaremos a ver? No cuando veamos estrellas lejanísimas, ni cuando descubramos nuevos colores y matices, ni cuando iluminemos mejor nuestras ciudades o perfeccionemos los medios de comunicación. Será de día y empezaremos a ver cuando en el rostro del prójimo veamos el rostro del hermano; y llegaremos a la plenitud de la visión, cuando en el rostro del hermano descubramos el rostro de Cristo. «Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza» (1 Jn. 2,10).

Ciegos. Nuestros ojos son miopes. Quizá es que padezcan de las cataratas del egoísmo. Quizá es que tengan el nervio óptico reseco y envejecido, porque, como se sabe, la raíz del nervio óptico está en el corazón. Ciegos. Sólo tenemos ojos para ver lo que nos interesa. «Sólo tenemos ojos y corazón para nuestras granjerías» (Jr/22/17). «Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas» (1 Jn 2, 9).

Estamos ciegos también, y ya es desgracia, para vernos a nosotros mismos. Hay en toda persona una parte ciega que se ve mejor desde fuera que desde dentro. Y hay una parte oscura y desconocida que llamamos subconsciente. A la larga, todas estas zonas opacas de nuestra personalidad se pueden ir desvelando. Pero hay otras dimensiones más profundas, que no son precisamente oscuras, sino excesivamente luminosas; y no tenemos preparados nuestros ojos para verlas. Todos llevamos grabada a fuego una imagen divina en lo más íntimo del corazón. Allí, en la estancia última del castillo interior, hay un fuego encendido, capaz de iluminar el castillo entero. A la vez sopla una brisa suave, por todas las estancias, que ciertamente no se ve, pero que se puede sentir, y que tiene a veces la fuerza de un huracán. Son realidades vivas, o, si se quiere, una sola realidad con manifestaciones variadas, pero siempre creativas y transcendentes. Puede compararse a los efectos de la luz y del fuego, del viento, del venero, del aceite, del vino y de la miel. Es siempre una presencia, una amistad y un amor, pero sin condiciones y sin límites.

Pues resulta que para esta realidad asombrosa que llevamos dentro y que es lo mejor de nosotros mismos, y estamos ciegos. ¿No es una gran desdicha? ¿No es esta ceguera infinitamente más lamentable que la ceguera corporal? No hay en la vida nada como la pena de ser ciego en el alma.

De esta ceguera nos quiere curar Jesús. Si cura al ciego de nacimiento, es para decirnos que El es la luz del mundo, que El es la luz de las almas; que el que le sigue no anda en tinieblas; que el que cree en El se convierte en antorcha viva; que en adelante todos los ciegos podrán ver y los que ven se quedarán ciegos. El ha venido al mundo para que contemplemos la vida y las personas en profundidad, para que nos miremos a nosotros mismos en la intimidad, para que encontremos el rostro de Cristo con facilidad, y nos postremos ante El, para que descubramos a Dios en todas las cosas.

Nosotros ciegos, El es la Luz. Los ciegos tienen angustiosa necesidad de ver. La Luz siente imperiosa necesidad de comunicarse. Podemos entender fácilmente la pena del ciego que quisiera ver y no puede. Lo que no resulta fácil entender es la tortura de la Luz que quiere curar, que quiere multiplicarse y no la dejan. «La Luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron» (Jn/01/05). En cambio, los ciegos guían a los ciegos.

Señor, que vea. Señor, que te vea. Señor, que seas mi Luz.

PROCESO DE CURACIÓN

-Hay primero un ciego de nacimiento. Oscuridad total. Solo de oídas conoce la luz. Sólo por el tacto conoce las cosas. Sólo por la palabra y el sentimiento conoce a las personas. La gente se preguntaba por la culpa, pero nadie puede ofrecerle esperanzas de salvación. La gente se preguntaba el por qué de su ceguera, no el para qué.

-Encuentro con Jesús. "Al pasar Jesús vio a un hombre ciego". Ese paso no era casual; estaba ya preparado desde toda la eternidad. La iniciativa de la salvación parte de Jesús. Fue Jesús el que vio y miró con amor al ciego. El ciego no podía ver a Jesús. No es el ciego el que pide la luz. Es la Luz la que se ofrece al ciego. La Luz que se acerca a las tinieblas.

Y Jesús no explica el por qué, sino el para qué del ciego: «para que se manifiesten en él las obras de Dios».

-«Le untó en los ojos con barro». Extraña medicina. Para curar la ceguera le embarra los ojos; al que está en la tiniebla una nueva dosis de oscuridad.

Es una sugestiva invitación de reconocimiento de nuestros males. Sólo el que se siente enfermo puede ser curado. Sólo el que se ve ciego puede ser iluminado. Siempre es así. Dios actúa salvíficamente en el culmen de la crisis: más dolor al enfermo, más fracaso al humillado, más oscuridad al problematizado. Cuando se llega al límite de la desesperanza o de la desesperación, ahí actúa Dios: cuando Abrahám lo da todo por perdido, cuando Magdalena llora desesperada ante el «hortelano», cuando Pablo da coces contra el aguijón, cuando Agustín se echa en tierra y se tira entre impotente y rabioso de los pelos, cuando cualquiera palpa el límite de la incapacidad, entonces Dios dice su palabra, o acaricia salvíficamente, o sonríe compasivo, o se hace presente.

-"Lávate en la piscina de Siloé". El evangelista nos advierte del misterio. No es un agua cualquiera, como la que decía Naamán, el leproso. Es el agua del Enviado. Es el agua que brotaría del Corazón de Cristo. Es el agua del Espíritu. Y la piscina es la Iglesia. Lavarse en la piscina de Siloé, es sumergirse en Cristo en el seno de la comunidad. Lo que llamamos bautismo.

-«Se lavó y volvió con vista». Se curó porque se había lavado en la piscina de Siloé en el nombre de Jesús. «Ese hombre que se llama Jesús». Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch. 4,12).

Sin embargo, la curación del ciego es progresiva. Primero, ve a los hombres; después verá a Jesús. Luego, reconocerá a Jesús como profeta. A continuación lo verá como Mesías, y finalmente dará testimonio de Jesús sufriendo incluso persecución por El.

Podríamos ahora establecer estos grados de visión: graduarnos la vista de la fe.

-Ver a Jesús Es el mínimo de la fe. Hay que saber descubrir las diversas presencias de Jesús entre nosotros y en nosotros. Hay que tener luz suficiente para descubrir a Jesús en la comunidad, en la palabra, en el partir el pan, en el pobre y en cada prójimo, en nosotros mismos, siempre. Ya es una dicha poder ver a Jesús. «Véante mis ojos, muérame yo luego». Ver a Jesús como Señor y Salvador. Verlo como hermano y como amigo. Verlo como pobre y como siervo. Y al ver a este Jesús multiplicado y actualizado, tendremos también que postrarnos ante él, y escucharle y acogerle o servirle; siempre amarle.

-Ver como Jesús Se trata, no ya de ver a Jesús, sino de pedirle a Jesús sus mismos ojos. Se trata de verlo todo con la luz de Jesús. Se trata de mirarlo todo con el amor de Dios. Parecería que estamos hablando de un imposible. E imposible sería, naturalmente, si el Señor mismo no nos concediera esta gracia. El ha querido, no sólo curar nuestros débiles ojos, sino poner en ellos un suplemento de luz divina. J/MIRADA:¡Qué maravilla poder mirarlo todo con la luz de Dios! Y, puesto que mirar es amar, qué maravilla poder quererlo todo y comprenderlo todo con el amor de Dios. ¿Podéis imaginar cuánta ternura, cuánta compasión, cuánta fuerza amorosa habría en nuestra mirada? Quizá Pedro o el joven rico podrían hablarnos de ello. Miraríamos todo y miraríamos a todos con una profundidad y con un amor infinitos. ¡Cómo cambiarían enseguida las relaciones humanas! Si mirásemos como Cristo a los pobres, a los niños, a los enfermos a los pecadores, a los enemigos y a los amigos; y si mirásemos como Jesús a las flores, a las semillas, a las aves del cielo, a toda la naturaleza, y si mirásemos como Jesús el sufrimiento y las alegrías, los fracasos y los éxitos, las decepciones y las esperanzas, la historia entera..., todo se iluminaría con la luz del cielo.

Eso es lo que significa caminar como hijos de la luz, o «despierta, tú que duermes... y Cristo será tu luz».

-Ser Luz El Señor, que no sólo saciaba la sed, sino que ponía un venero de agua en las entrañas, no sólo nos cura la ceguera sino que pone una central de energía en nuestro corazón. No sólo podemos ver a Cristo y podemos ver como Cristo, sino que podemos ser luz. Podemos también nosotros dar vista a los ciegos, podemos llenar de luz a los que viven en las tinieblas y dirigir los pasos de los que andan extraviados, podemos multiplicar la luz de Cristo y hacerla llegar a todos los rincones y a todos los corazones. Como si la luz de Cristo Sol se reverberara en nuestros espejos. Como si cada uno fuese un pequeño sol, desprendido de Cristo-estrella.

Esta luz tiene que manifestarse en el brillo de nuestra vida, de nuestras obras, de nuestras palabras. Y el fulgor más brillante y admirado es el del amor. Los que aman están en la luz. «Si caminamos en la luz... estamos en comunión unos con otros» (I Jn. 1,7). Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano... está en tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a donde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos» (1 Jn 1,10-11) ¿Puede decirse más claro? Quien ama permanece en la luz, permanece en la Luz que es Cristo, permanece en Dios: La Luz es el amor. Cristo-Luz es amor porque es Dios. Si quieres ser luz, debes vivir en el amor, y vivirás en Cristo-Dios.

CARITAS
UN CAMINO MEJOR
CUARESMA 1987.Pág. 76-81


17.

-Encontrar la luz

El evangelio de este 4.° domingo es impresionante. Nos encontramos ante una enseñanza llena de consecuencias para cada uno de nosotros. Veamos primero globalmente lo que nos ofrece. Todos somos ciegos de nacimiento; los catecúmenos, a pesar de su deseo de alcanzar la verdad, son ciegos. Pero el Señor habla: "Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo" (Jn. 9,5). Por sí mismo el hombre no puede nada; porque -lo dice Jesús mismo-: "He venido a este mundo para un juicio: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos" (Jn 9, 39). Sólo él es la luz, sólo él la da porque es el Enviado del Padre. Pero el Señor nos habla: "Vete, lávate en la piscina de Siloé" (Jn. 9,7). Y se abren los ojos. El ciego de nacimiento ve. El Señor le ha abierto ojos.

San Ambrosio, en su obra ya citada, "Sobre los sacramentos", comenta con entusiasmo este pasaje de Juan. Su catequesis va dirigida a cristianos recientemente bautizados, pero esclarece la forma en que a San Ambrosio le gusta presentar el bautismo: "Por lo tanto, cuando tú te hiciste inscribir, él (Jesús) tomó barro y te lo extendió sobre los ojos. ¿Qué significa esto? Que tú tenías que reconocer tu pecado, que examinar tu conciencia, que hacer penitencia por tus faltas, es decir, reconocer la suerte de la raza humana. Porque, aunque el que viene al bautismo no confiese pecado, sin embargo por ese mismo hecho hace confesión de todos sus pecados; porque pide el bautismo para ser justificado, es decir, para pasar de la falta a la gracia. No penséis que esto es inútil. Hay quienes -sé que por lo menos de uno- que, cuando yo le dije: "A tu edad tienes mayor obligación de hacerte bautizar", contestó: "Hacerme bautizar, ¿por qué? Yo no tengo pecado. ¿He cometido un pecado?". Este no tenía barro, porque Cristo no se lo había extendido sobre sus ojos, es decir, no se los había abierto. Porque nadie está sin pecado. Por tanto, se reconoce hombre aquel que busca refugio en el bautismo de Cristo. Y así te ha puesto barro también n a ti, es decir, temor respetuoso, prudencia, conciencia de tu debilidad, y te ha dicho: "Vete a Siloé" ¿Qué es Siloé? "Que se traduce, dice, por Enviado". Es decir: Vete a la fuente donde se predica la Cruz del Señor, a esa fuente en la que Cristo rescató los errores de todos". Tú has ido a ella, tú te has lavado, tú has venido al altar, tú has empezado a ver lo que antes no veías, es decir que, por la fuente y la predicación de la pasión del Señor, tus ojos se han abierto. Tú que parecías ciego, te has puesto a ver la luz de los Sacramentos"

(·AMBROSIO-SAN DE MILÁN, Sobre los sacramentos, III, 12-15, SC. 25 bis, 76, 75).

·Agustín-SAN, en su 44 Tratado sobre San Juan, comenta así esta página del Evangelio: "Si reflexionamos sobre el significado de este milagro, veremos que el ciego representa al género humano. Esta ceguera fue en el primer hombre el resultado del pecado, y nos comunicó a todos no sólo el germen de la muerte sino también el de la iniquidad (...) El evangelista creyó deber hacernos notar el nombre de esta piscina y nos dice que se la interpreta por Enviado. Ya sabéis quién ha sido enviado. Si no hubiera sido enviado, ninguno de nosotros hubiese sido librado del pecado.

"(...) Tú preguntas a un hombre: ¿Eres cristiano?, y te responde: No. Le vuelves a preguntar: Eres pagano o judío? Si te responde: No, sigues preguntándole: Eres catecúmeno o fiel? Si te responde: Catecúmeno, ha sido ungido pero aún no lavado. ¿Cómo ha sido ungido? Pregúntale y te responderá. Pregúntale en quién cree. Por lo mismo que es catecúmeno, te dirá: Yo creo en Cristo. Me dirijo ahora a los fieles y a los catecúmenos: ¿Qué dije de la saliva y del barro? Que el Verbo se hizo carne. Es lo que enseña a los catecúmenos; pero no les basta con haber sido ungidos; que se dan prisa hasta el baño salvador, si buscan la luz" (Agustín DE HIPONA, Tratado sobre San Juan, 44, 1; CCL. 36, 381).

La Oración de las Horas, en el Oficio de lecturas, ha escogido de San Agustín el Tratado sobre San Juan 34. Citamos un pasaje: "Quedaremos iluminados, hermanos, si tenemos el colirio de la fe. Porque fue necesaria su saliva mezclada con la tierra para ungir al ciego de nacimiento. También nosotros hemos nacido ciegos por causa de Adán, y necesitamos que él nos ilumine... Disfrutaremos de la verdad cuando lleguemos a verle cara a cara, pues también esto se nos promete... No se te dice: Trabaja por dar con el camino para que llegues a la verdad y a la vida; no se te ordena esto. Perezoso, levántate! El mismo camino viene hacia ti y te despierta del sueño en que estabas dormido; si es que en verdad estás despierto: levántate, pues, y anda" (ID., Tratado sobre San Juan, 34, 8-9; CCL. 38, 315-316).

-El hombre Jesús Uno queda sobrecogido ante la clara respuesta dada por el ciego de nacimiento ya curado, e interrogado por los fariseos. "Ese hombre que se llama Jesús... me dijo: Vete... y vi". El ciego curado no es el único testigo de lo ocurrido; la multitud ha podido verlo y se ha asombrado de ver a este ciego de nacimiento ahora curado (Jn. 9, 8-13). Por lo tanto, o bien es un profeta el que ha realizado esto, o es el Mesías (Jn. 9, 40-43). La multitud se halla inquieta; no puede decidirse a ver con claridad quién es el hombre Jesús.

La sinagoga se opondrá a ver de qué se trata (Jn. 9, 24-34). Las reacciones son jurídicas: Nosotros somos discípulos de Moisés y sabemos que Dios no escucha a los pecadores, porque este hombre Jesús no ha respetado las leyes del sábado. La investigación de los fariseos se para en seco: "Pero ése no sabemos de dónde es"; y el ciego curado responde con lógica: "Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada" (Jn 9, 33), y helo ahí expulsado de la Sinagoga como un pecador y un impenitente.

-El Hijo del Hombre, Luz del mundo Porque esta es la conclusión de todo esto: que Jesús se muestra como el Hijo del hombre y luz del mundo. El signo que acaba de realizar no tiene otra finalidad: demostrar lo que él es. La curación del ciego está íntimamente ligada a esta demostración. Jesús es la luz del mundo, esa luz que ilumina a todo hombre (Jn. 1, 9). Las obras que Jesús lleva a cabo y que demuestran que él es luz no son más que el cumplimiento de la voluntad del Padre; se trata, efectivamente, de las obras de Dios mismo hechas visibles a través de los signos. El punto central de este pasaje consiste, pues, en mostrar que Jesús es el Hijo del Padre y Luz del mundo, enviado para realizar el designio de salvación.

Aquí una vez más podemos notar la divergencia entre la lectura puramente exegética y la lectura litúrgica. Para la pura exégesis este pasaje tiene como punto de mira el patentizar la divinidad de Jesús a través de un signo obrado por él. La lectura litúrgica, sin olvidar este aspecto, se orienta, no obstante, a otra realidad. La piscina do Siloé y la curación de la ceguera han hecho quo se utilizara este pasaje, y ello ya desde época muy antigua, como catequesis bautismal. No es, por lo tanto, únicamente sobre el descubrimiento de la persona de Jesús sobre lo que insiste la lectura litúrgica, sino también sobre el signo bautismal y su efecto: dar a luz; y esto hasta el punto de que a los bautizados se les apellidará "iluminados".

-Cristo te iluminará El significado litúrgico de esta perícopa ha determinado además la elección de la segunda lectura, en la que San Pablo recuerda a los Efesios que eran tinieblas y se han convertido en luz. Les queda, pues, una sola actitud que tomar: conducirse como hijos de la luz. (Ef. 5,8-14). El cristiano se ha convertido en luz; la cuestión para él es despertarse de entre los muertos para ser iluminado por Cristo. No es poesía sino gozosa realidad, a la vez que seria. Es una seria responsabilidad ser luz del mundo con Cristo, responsabilidad que lleva toda la Iglesia y en ella todos los que continúan la función de los Apóstoles. Por más que no habría que cargarles con toda la responsabilidad. Cada uno de nosotros es por su parte luz. Es una resultante ontológica de nuestro bautismo. Se advertirá la oposición entre el tiempo de tinieblas, antes del bautismo, y el tiempo de la luz, otorgada por el bautismo. Es preciso, pues, dar "frutos de luz"; bondad, justicia y verdad son esos frutos.

-El Señor escoge a su "ungido" La elección de la primera lectura subraya cómo la Iglesia proclama en su liturgia la perícopa de Juan con una peculiar insistencia en el signo bautismal. No es posible hallar en esta primera lectura (1 Sam. 16, 1... 13) un nexo concreto con las otras dos. Sin embargo, sí está ligada a ellas mediante un lazo amplio pero consistente.

La perícopa subraya la elección que Dios hace de quienes él quiere atraer a sí para consagrarlos, y la idea del don de la fe es también evidente. La elección de Dios se manifiesta aquí de una forma muy personal: él tiene su forma de elegir y de juzgar, y sus juicios no tienen la superficialidad de los juicios de los hombres, que se basan en lo exterior. El elegido para ]a fe no tiene en ello mérito alguno y con frecuencia ocurre que este don desconcierta a sus propios testigos y confunde sus juicios. Me parece que es en esta elección donde sobre todo hay que insistir, aunque no puede ignorarse la unción que podría relacionarse con la unción de los ojos del ciego de nacimiento. Pero se trata quizás de una relación fáctica sobre la que no hay por qué insistir. La oración de después de la comunión resume lo que debe ser nuestro estado de ánimo: "Señor Dios, luz que alumbras a todo hombre que viene a este mundo, ilumina nuestro espíritu con la claridad de tu gracia, para que nuestros pensamientos sean dignos de ti, y aprendamos a amarte de todo corazón.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO:
CELEBRAR A JC 3 CUARESMA 
SAL TERRAE SANTANDER 1980.Pág. 109-113

HOMILÍAS 15-20