COMENTARIOS AL SALMO 18

 

1. /SAL/018/06ss 

"Se lanzó gozoso como un gigante a correr su carrera; sale de lo más elevado del cielo  para volver allí otra vez". La Iglesia quiere contemplar el camino de Cristo, el camino que le  ha servido para redimirnos. ¡Heroico camino! ¡Saltos de gigante! "Con un salto de este  género vino al mundo", dice San Ambrosio. "Estaba en el Padre, vino a la Virgen y de la  Virgen saltó al pesebre. Estaba en el pesebre y al mismo tiempo seguía resplandeciendo en  el cielo. Descendió al Jordán, subió a la cruz. Bajó al sepulcro, resucitó de él y está sentado  a la diestra del Padre". ¿Qué fuerza sería capaz de conducirle en este salto del cielo a la  tierra, a no ser la fuerza esencial de la divinidad, el amor? (...) Viene El para seguir su  camino y llevarnos consigo, en audaz salto, desde la cruz al trono del Padre; a condición,  empero, de que estemos libres del lastre de preocupaciones y pecados. Se trata de un  camino difícil y las luchas que tendremos que trabar al lado del Señor van a ser duras;  debemos, por lo mismo, estar preparados.

"¡Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas, vistámonos las armas de la luz!  ¡Caminemos con honradez y como a la luz del día, no viviendo en comilonas o  embriagueces, ni en la lujuria o en el libertinaje, ni en querellas o envidias; antes bien,  revestíos del Señor Jesucristo!" (/Rm/13/12ss.).

Debemos desprendernos de nuestra naturaleza concupiscente e inclinada al pecado para  revestirnos de la humanidad crucificada de Jesucristo. Sólo así lograremos recorrer el  gigantesco camino del Señor. El misterio obra la glorificación, pero únicamente en quien se  halla crucificado con Cristo y en quien haya dado muerte a toda maldad y mala  concupiscencia. Desde que Cristo se encarnó nos es posible, a pesar de ser carne  pecadora, el ser obedientes a Dios. "El Señor Jesús vino y obra virtuosamente en la carne  sometida al pecado. De esta forma nuestros miembros no son ya armas de la lujuria, sino de  la fuerza" (San Ambrosio, al Sal 118, 42).

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I
EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 35ss.


2. /SAL/018/02-07:

Cristo Sol del mundo

* La Liturgia203 nos ayuda a ver en este firmamento (v. 2) una figura de la Iglesia; en él  se proclama la gloria de Dios (v. 2), cuando los apóstoles pregonan ese mensaje (v. 3)  -de modo irresistible- a lo largo de los siglos y hasta las más remotas tierras de misión.  Después, una generación pasa la voz a la siguiente. 

** Este sol es Cristo -el Sol de justicia-204 y un escritor eclesiástico comenta:205 "¿Cuál  es esta alcoba nupcial, de donde sale el Esposo, sino el seno de la Virgen inmaculada en  donde el Verbo se ha desposado con la naturaleza humana?" 

Si nos vamos con la imaginación a la noche de Belén,206 un himno de Ambrosio  -dignísimo por su poesía y calado doctrinal-, que describe la estancia silenciosa del Verbo  en el seno de la Santísima Virgen, invita al corazón a recogerse suspirando por el Niño Dios,  al que María está a punto de dar a luz: "Se dilatan las entrañas de la Virgen, sin que ese  claustro sufra menoscabo en su pudor, y relucen los estandartes de todas las virtudes,  porque Dios se halla en su Templo. Que salga ya de su tálamo, de ese palacio purísimo, el  Héroe Dios y Hombre, para recorrer decididamente su camino."207 

Y, prosigue Agustín208: "En su camino nació, creció, enseñó, padeció y resucitó; corrió  por el camino, no paró en su sendero. Después, este mismo Esposo colocó en el sol, es  decir, a la vista, su tienda, que es su Iglesia." 

El cuadro de la Virgen con el Niño presidió el vestíbulo de la Historia humana y presidirá el  tránsito de la Historia a la eternidad. 

*** Agustín -al igual que Jerónimo- comentan que este fuego es el Espíritu Santo. "De la  cúspide del cielo fue su salida y volvió, en su carrera, hasta la cima del cielo. Después, envió  su Espíritu en forma de lenguas de fuego; y puesto que vino como fuego, se añade: nada  se libra de su calor." 209 

Por eso, "Repite de todo corazón y siempre con más amor, más aún cuando estés cerca  del Sagrario o tengas al Señor dentro de tu pecho: «non est qui se abscondat a calore eius»  -que no te rehúya, que el fuego de tu Espíritu me llene."210 

.....................

203 LITURGIA DE LAS HORAS, Com Apóst, Of de lect ant 1. 

204 Mal 4: 2 y Lc 1: 78-79 

205 RUPERTO DE DEUTZ, De operibus Spiritus Sancti; SCh. 131, 97.

206 Así lo sugiere un antiguo título: P. SALMON OSB, Les 'Tituli psalmorum' des manuscrits latins, París,  1959, Serie V (Pseudo-Origenes), 18, p. 139: 'Psalmus ostendit quod ipse (Christus) virginalem  thalamum ingressus processerit occulta hominum deleturus.' 

207 LITURGIA HORARUM, Himno 'Veni Redemptor, Of de lect Adv (17-24 de diciembre): 'Tumescit alvus  Vírginis, claustrum pudoris penmanet. Vexilla virtutum micant, Deus in templo versatur. Procedat e  thálamo suo, aula regia pudoris, gigas géminae substantiae ut álacris viam currat.' (F. AROCENA, Los  himnos de la Liturgia de las Horas, Madrid, 1992, p. 114). 

208 S. AGUSTÍN, Enarrationes in psalmos, 18, 6. 

209 S. AGUSTÍN, Enarrationes in psalmos, 18, 7; cfr. también, en el mismo sentido, S. JERÓNIMO,  Breviarium in psalmos, 18, 7- PL 26. 

210 BEATO JOSEMARIA ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, Madrid, 1987, n. 515. 

FÉLIX AROCENA
EN ESPÍRITU Y VERDAD
Edic. EGA. Bilbao 1995, pág..Págs. 95-96


3.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL 

* Así como el mundo sólo se ilumina y vive mediante el sol, el hombre se desarrolla y  alcanza la plenitud de su vida mediante la "ley", que es "vida de Dios", "pensamiento de  Dios", "querer de Dios" entre los hombres . (Chouraqui). 

Las dos partes de este salmo están profundamente ligadas: ¡aquel que hace las leyes  "físicas" del mundo es el mismo que hace las leyes "morales" del hombre! 

Mediante este salmo, entramos en contacto con el alma de Israel, aferrada a la ley divina  (la Torah) mediante un amor ardiente y sincero. La admirable evocación del cosmos que  "habla" a quienes saben mirarlo (El universo, los cielos, las estrellas, el sol), es sólo una  introducción a esta afirmación increíble: Dios ha "hablado" a un pueblo... y le ha "revelado"  sus pensamientos sobre la humanidad. Para un judío fervoroso, la ley, lejos de ser una  traba minuciosa, una regla legalista y formalista, es un verdadero "don de Dios". Al revelar al  hombre la ley de su ser, Dios hace Alianza con él, para ayudarlo en sus comportamientos  vitales: como el sol que "desposa la tierra" para darle vida, en el don de la ley hay algo así  como la alegría de las nupcias, ¡es un misterio nupcial! La letanía de "cualidades" atribuidas  a la ley recuerda las cualidades que se dan los enamorados. La mitad de estas cualidades  es "objetiva", pues definen la ley en sí misma: es perfecta... segura... recta.. límpida... pura...  justa... 

La otra mitad es "subjetiva", ya que enumera los efectos de esta ley en el hombre: da  vida... da sabiduría... alegra el corazón... ilumina los ojos... 

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS 

MDT-LEY/AMARLOS ** De seguro, Jesús cantó este  salmo con mucho fervor. 

Sus parábolas, casi todas tomadas de la "naturaleza", nos muestran su gran admiración  por la creación. ¡Todo lo bello le "hablaba", le hablaba del Padre! 

De su amor a la "voluntad del Padre", el evangelio está lleno: "mi alimento, es hacer su  voluntad". Lo que sorprende, es nuestra admiración de hombres modernos ante este amor a  la ley. Hemos llegado al punto de no amar la ley, ninguna ley. ¡No conocemos "leyes  amables"! ¡Olvidamos que la sola ley, es el amor! "Este es mi mandamiento: ¡Amarás!"  Releamos a la luz del pensamiento de Jesús el elogio que este salmo hace a la ley... 

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO 

*** Los filósofos actuales han descubierto la profunda relación entre el hombre y la  naturaleza... No tenemos ninguna independencia. Estamos ligados a todas las leyes físicas y  químicas del cosmos. Es físicamente verdadero que dependemos totalmente del sol: si éste  se apagara, se acabaría toda forma de vida. ¡Qué bella imagen para hablarnos de Dios! El  salmista que escribió este poema estaba rodeado de pueblos que adoraban al sol. De ellos  pudo tomar la primera parte de este salmo (hay himnos muy semejantes en las religiones  siro-babilonenses o egipcias, en las mitologías griegas, etc). Pero el salmista no adora al  sol. El sabe que el sol adora a Dios y canta su gloria. 

Los jóvenes de hoy redescubren el sentido de la naturaleza, reaccionando contra lo  ficticio de la vida urbana. La seducción por la vida "al sol", el veraneo, es una característica  del mundo moderno frustrado el resto del año. Esta meditación habría que hacerla al aire libre un día de primavera: levantarse de madrugada para contemplar la salida del sol,  permanecer en el campo siguiendo su curso deslumbrante, y por la tarde hasta la mágica luz  del poniente... luego a través del crepúsculo, presenciar el nacimiento de la noche, adivinar  las primeras estrellas que brillan en la penumbra, y finalmente en medio de las tinieblas  dejarse embriagar por el firmamento estrellado... "¡La obra de las manos de Dios!". 

CREACION/PD: El autor de este salmo oía "día" y "noche" dos coros fantásticos que  alternaban y se respondían uno a otro. Sí, "los cielos" (Hashamaim, plural en hebreo)  ¡hablan! ¿Qué dicen? ¡la gloria de Dios! ¿Cómo la dicen? ¡En el silencio! El salmista lo sabe  bien: su voz no es una voz... No hay palabras... Dios "¡no levanta la voz!" A veces decimos  que El se calla, porque no sabemos escucharlo. Dios es discreto. Dios está oculto. Si El  apareciera, desaparecería la creación. Le deja un espacio de libertad ocultándose y  callándose. Pero El habla en el silencio: su creación, precisamente es su "primera palabra",  una palabra que todos los pueblos pueden comprender porque está sobre y más allá que  todos los idiomas... ¡No hace falta ir a la escuela y saber leer! Basta mirar y escuchar. Este  Dios prodigioso no se ha limitado a esta brillante sinfonía de astros... Ha decidido hacer  Alianza con el hombre, dándole su ley... Esto debería asombrarnos de amor. Pero  precisamente, Dios es "amor" y el amor es la "ley constitutiva" del universo y del hombre  (Teilhard de Chardin). ¡Amar, seguir la ley de Cristo, es entrar en la armonía del mundo,  unirse a Dios! 

La noche a la noche transmite el mensaje de gloria. Si la luz del sol canta la gloria de  Dios, es necesario descubrir como el salmista la maravilla de la noche. El día es el  resplandor, la acción, la vida. La noche es la discreción, el descanso, el misterio. "¡Oh  noche, qué profundo es tu silencio!", canta el célebre himno de Rameau. Si es placentero  estar al sol, lo es también sumergirse en la noche como en un baño de silencio. 

El hombre moderno, necesita somníferos para dormir, carece de un equilibrio que es  necesario ensayar de recuperar mediante métodos más naturales. El Oriente en este campo  tiene mucho que enseñarnos: "Hacer el vacío en sí mismo", hacer callar las voces  discordantes que gritan en el fondo de nosotros mismos, recogerse. Tal es la preparación  primordial para la oración. Se puede rezar evidentemente con los ojos abiertos. Pero hay  que hacer también la experiencia de orar con los ojos cerrados, "haciendo la noche". 

Sabemos todo el partido que San Juan de la Cruz sacó del tema de la noche. Para él el  hombre no podía realizar el encuentro con Dios fuera de la "noche oscura": "Nadie ha visto a  Dios", decía Jesús. Escuchemos estas estrofas del poema de San Juan de la Cruz. 

Esta fuente eterna está muy oculta,
y sin embargo, su morada la he encontrado, 
¡pero es de noche! 

No sé su origen, porque no lo tiene, 
sin embargo todo origen surge de ella, 
¡pero es de noche! 

Y la corriente que nace de esta fuente, 
sé que es rica y todopoderosa, 
¡pero es de noche! 

Esta fuente eterna está muy oculta 
en el pan de vida, para darnos vida, 
¡pero es de noche! 

La ley de Dios. Nosotros, hombres modernos, ¿no tendríamos que redescubrir lo que es  una "ley"? El autor de este salmo, proclama jubilosamente que tiene una "ley". No da la  impresión de estar presionado, forzado por ella, como si esta ley se la impusieran de fuera...  "Los mandatos del Señor son rectos, alegran el corazón... son más preciosos que el oro,  más dulces que la miel". Cuando dos equipos de fútbol se encuentran en un estadio,  millones de hombres están atentos a las "reglas del juego". Se insiste en el Fair-play, la  corrección... Se dice que el equipo que respeta las leyes del juego es más "deportivo", en el  mejor sentido de la palabra. Este ejemplo muestra, que la ley es necesaria para el buen  funcionamiento de un grupo cualquiera. Sin ley, se imponen la guerra, la irregularidad, la  fuerza, la anarquía. La misma felicidad de vivir está en juego. ¿Puede una familia vivir sin un  mínimo de leyes reconocidas y respetadas libremente por todos? La ley de Dios, es aún más  profunda: regula desde el interior el correcto funcionamiento de nuestro ser. "La ley del  Señor es perfecta... guardarla es para el hombre una ganancia...". 

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 34-39


4.

Prohibido detenerse en el Dios relojero 

Brilla una perla entre el polvo

«El cielo proclama la gloria de Dios...» (v 2) y permítasenos, al menos una vez, proclamar  los méritos de los estudiosos que toman sobre sí un trabajo oscuro, del que sólo unos pocos  especialistas llegan a apreciar su utilidad. 

Siento un cierto afecto por ellos. Sinceramente. Fijémonos. Una familiaridad excepcional  con una docena por lo menos de lenguas muertas. Una vida entera dedicada a los estudios  aparentemente más áridos, entre manuscritos, códices, fragmentos, notas, hipótesis varias.  Con la pluma constantemente cargada en el tintero de la paciencia, de la búsqueda  infatigable, de la incertidumbre. Semanas enteras para analizar una palabra, para observar  una sílaba, para interpretar un signo, desentrañar una etimología o investigar una  corrección. 

Y los demás a disfrutar —quizá brillantemente— de los resultados de sus largas  investigaciones, sin brillo externo. 

Nosotros, en efecto, les miramos de reojo un poco curiosos y admirados, a veces hasta  con un poco de compasión. Pero apenas brilla entre sus papeles polvorientos una perla, la  cogemos sin cuidado y nos precipitamos a venderla en el mercado de la divulgación y del  diletantismo, dejando a los investigadores entre el polvo de su labor ingrata. 

Lo mismo me ha sucedido hoy al leer los comentarios «eruditos» de este salmo. He  tomado una información que me interesaba: la primera parte (v. 1-7) contiene frases,  imágenes y expresiones que los israelitas habían tomado de la literatura religiosa de otros  pueblos orientales. De modo particular se puede aislar un bloque discretamente voluminoso  (v. 5b-7): nos encontraríamos ante un mito solar trasferido con cuidado a la plegaria de los  seguidores de Yahvé. 

Los estudiosos se esfuerzan en precisar la extensión de este «préstamo» y discuten si las  partes derivadas de otras religiones han sido insertadas en el salmo o más bien ha habido  un proceso de refundición y de asimilación. 

En este momento dejo a los estudiosos con sus disquisiciones; a mí me sobra con esa  información. 

La idea de que los salmos también contienen expresiones que otros pueblos dirigían a  sus dioses, me llena de alegría. Me parece que de este modo es revalorizado y compensado  el esfuerzo de la búsqueda religiosa en toda la humanidad. 

Cuando rezo los salmos me gusta pensar que ciertas palabras llevan el acento, los  balbuceos, las tímidas intuiciones, la búsqueda, las aspiraciones y los pequeños  descubrimientos de gentes lejanas. Y Dios sonríe complacido; porque él llega también a  descifrar sus balbuceos. 

Informaciones sobre la cuenta de Dios

El salmo está partido en dos. Incluso sin ser de los «asiduos a los trabajos» se advierte la  fractura que se produce después del versículo 7. 

La primera parte está dedicada a la presencia, a la gloria y a la potencia de Dios  proclamada por la magnificencia de la creación. La segunda, en cambio, habla del  encuentro con Dios a través de su ley. 

Simplificando y vulgarizando al máximo podremos decir: poseemos dos fuentes de  información sobre Dios: la creación y su palabra. 

Un hombre atento no puede sustraerse a la fascinación que produce la belleza del  universo. La armonía, la belleza que envuelven el universo le hablan de alguien. 

El cielo proclama la gloria de Dios, 
el firmamento pregona la obra de sus manos (v. 2). 

Al hombre que escucha al cielo hablarle de alguien, le entran ganas de hablar con ese  alguien. Le puede suceder incluso a un incrédulo: 

A veces, en un día estupendo, perdido en vuestra eternidad,.o de una mañana esplendorosa, o de  una tarde melancólica, o de uno de esos momentos plenos en que las cosas se disponen como las  letras de un crucigrama, soy trasportado por una ráfaga de entusiasmo y me dan ganas de aplaudir.  Si estos aplausos os gustan y os sirven, cogedlos sin cumplidos. En materia de oración es lo único  que puedo ofreceros (R. Escarpit). 

Si, también un aplauso puede ser oración. 

El día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra (v. 3). 

Y quien rechaza estas informaciones discretas es un necio. 

Pues lo invisible suyo, o sea, su fuerza eterna y su divinidad, es evidente a la inteligencia, desde la  creación del mundo, por sus obras, de tal modo que son inexcusables, porque conociendo a Dios no  le dieron gloria ni agradecimiento como a Dios, sino que se hicieron vanos en sus pensamientos, y  se oscureció su corazón insensato (Rm 1, 20-21). 

A pesar de todo es cierto que el firmamento habla en lenguaje cifrado y que la clave no  está en posesión del hombre. 

Sin que hablen,
sin que pronuncien,  
sin que resuene su voz (v. 4). 

El hombre sólo puede captar fragmentos separados de este lenguaje o «concierto»  misterioso.

A toda la tierra alcanza su pregón  
y hasta los límites del orbe su lenguaje (v. 5). 

Además no hemos de olvidar que la creación ha sufrido la convulsión de la caída del  hombre y padece las consecuencias de esta culpa. Por eso también aspira a la liberación. 

Pues la espera de la creación aguarda la revelación de los hijos de Dios. Porque la creación está  sujeta a la vanidad, no queriendo, sino por el que la sujetó, con esperanza de que también la  creación misma será liberada de la esclavitud de la corrupción hacia la libertad de los hijos de Dios.  Pues sabemos que toda la creación gime y tiene dolores de parto hasta entonces (Rm 8, 19-22). 

Finalmente hemos de tener presente que el hombre actual tiene una prisa agobiante y no  es capaz de pararse y contemplar. Está perdiendo el sentido de la admiración. Aturdido por  tanto fracaso y por emociones siempre nuevas le resulta casi imposible captar un lenguaje  sin «que resuene» alguna voz. Y aunque el salmo nos hable del sol, como servidor y testigo  de Dios, como símbolo de la manifestación de su voluntad, el hombre actual está  acostumbrado al sol... 

Por eso no basta la belleza de la creación para el conocimiento de Dios. Sólo quien  conoce la ley, la palabra, puede decir que ha encontrado al Dios vivo. (Es significativo el que  en la primera parte del salmo no se diga directamente el nombre de Dios, como leemos en el  v. 2, sino que se indica de modo general a la divinidad. Sólo en la segunda, dedicada a la  ley, aparece su nombre. Lo cual nos resalta suficientemente los límites de un conocimiento  simplemente «natural» de Dios). 

Solamente quien conoce la ley puede comprender después el lenguaje concreto de la  creación. El Dios de la ley lleva al Dios de la creación. Y no al revés. En otras palabras, la  creación nos conduce a lo sumo a la idea del Dios relojero de Voltaire —el reloj postula la  existencia de un relojero—. La palabra, sin embargo, es la que nos hace encontrar al Dios  vivo. 

No arruguemos la nariz

La ley del Señor es perfecta  
y es descanso del alma (v. 8). 

Quizá alguien arrugue la nariz. Nos es difícil entender cómo la ley pueda ser el lugar del  encuentro con Dios. Sin embargo, en la conciencia del pueblo judío estaba arraigada la  convicción de que Yahvé está cercano a través de su palabra y a través de esa forma  particular de su palabra que es la ley. 

Son significativas en relación a esto las palabras dirigidas por Moisés al pueblo del éxodo,  ya cercano a la tierra prometida: 

Mira: yo os enseño mandatos y decretos, como me ordenó el Señor mi Dios, para que obréis  según ellos en la tierra en que vais a entrar para tomarla en posesión.  Guardadlos y cumplidlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia a los ojos de los  pueblos; los cuales, al oír estos mandatos dirán: «Cierto, es un pueblo sabio y prudente esta gran  nación».  Porque, ¿cuál de las naciones grandes tiene unos dioses tan cercanos como el Señor nuestro  Dios, siempre que lo invocamos? y ¿cuál de las naciones grandes tiene unos mandatos y decretos  tan justos como toda esta ley que os promulgo hoy? (Dt 4, 5-8). 

Y en el último discurso antes de morir, Moisés despejará el terreno de todo equívoco y de  todo pretexto: 

Porque el precepto que yo te mando hoy 
no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; 
no está en el cielo, no vale decir: 
«¿Quién de nosotros subirá al cielo 
y nos lo traerá y nos lo proclamará, 
para que lo cumplamos?»; 
ni está más allá del mar, no vale decir: 
«¿Quién de nosotros cruzará el mar 
y nos lo traerá y nos lo proclamará, 
para que lo cumplamos?». 

El mandamiento está muy cerca de ti: 
en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo (Dt 30, 11-14). 

Nuestras preferencias en cambio, no son ciertamente las del salmista: 

Los mandamientos del Señor son verdaderos 
y enteramente justos; 
más preciosos que el oro, 
más que el oro fino; 
más dulces que la miel 
de un panal que destila (v. 10-11). 

Estas expresiones nos pueden hacer incluso sonreír. En realidad notamos una cierta  desconfianza ante la ley. Y sin duda que hay motivos para ello. 

LEY/PEDAGOGO-NO-SR: Pero no hemos de olvidar —como se ha hecho resaltar con  acierto— que la ley —y este término no se limita al decálogo y a las demás leyes morales—  aún no ha padecido los «ultrajes» de los doctores, de los moralistas y de su casuística.  Todavía no era el «yugo» insoportable, hecho de minucias y de prescripciones exteriores,  del que nos librará Cristo. Aún no había llegado a convertirse en el molde rígido en que el  fariseísmo posterior ahogará toda vida religiosa. La ley es más bien en este momento una  guía, una luz. Es el «pedagogo» que conduce al Señor. Solamente más tarde este  «pedagogo» será divinizado, se transformará en absoluto, en algo adorado por sí mismo. Y  entonces la ley se convertirá en un tirano despiadado. 

La ley de que habla el salmo es una ley al servicio del hombre para su crecimiento, para  la realización plena de su destino. Estamos por tanto lejos del legalismo formalista, de la  obsesión jurídica de la observancia escrupulosa de reglas minuciosas. Estamos, en cambio,  en el campo —evangélico, podríamos decir— de la ley al servicio del crecimiento del  hombre. No al revés. El hombre se realiza a sí mismo a través de la ley, en la libertad.  La ley por tanto no está sobre o ante el hombre, sino en su corazón. El Señor ha  realizado esta obra decisiva: 

Meteré mi ley en su pecho, 
la escribiré en sus corazones (/Jr/31/33). 

Una ley externa —como ha hecho notar Karl Barth— es siempre molesta, sofocante, y  ante ella nos entran ganas de huir. Nos repite siempre el mismo estribillo: «debes». Y  nosotros respondemos: no puedo, no soy capaz, no tengo ganas. En cambio, la ley escrita  en el corazón nos dice: «puedes». Entonces la obediencia pedida por Dios no es un  cumplimiento del deber, sino que obedecer significa: poder obedecer en libertad.  Por tanto, la ley, la palabra, me realiza en la libertad, además de llevarme a encontrar a  Dios.

Pero no puedo contentarme con la observancia de la ley. La observancia más fiel de los  mandamientos divinos no me libra, por ejemplo, del pecado de arrogancia. 

Preserva a tu siervo de la arrogancia,  
para que no me domine (v. 14). 

Hay que fiarse exclusivamente del Dios vivo y no poner la propia complacencia en el  cumplimiento de sus preceptos. 

Me convierto en un «ser regio» sólo cuando rechazo la arrogancia y me reconozco  sencillamente como siervo (v. 12) del rey de la gloria. 

Dichoso el hombre 
que no sigue el consejo de los impíos... 
sino que su gozo es la ley del Señor, 
y medita su ley día y noche (Sal 1, 1-2). 

El salmo 18 puede considerarse como el comentario más preciso de esas afirmaciones  del salmo 1. Y estamos ya en el sermón de la montaña. 

El Dios vivo nos coloca en la montaña; pero no para contemplar el panorama... Aunque  sí, es lícito admirar el panorama. Se puede, se debe asistir con un sentido de estupor  siempre nuevo a la estupenda liturgia cósmica: 

El cielo proclama la gloria de Dios, 
el firmamento pregona la obra de sus manos: 
el día al día le pasa el mensaje, 
la noche a la noche se lo susurra (v. 2-3). 

Con tal de celebrar al mismo tiempo la liturgia de nuestro corazón, en el que está escrita  la ley de Dios. Sólo así podremos concluir con el salmo: 

Que te agraden las palabras de mi boca, 
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, 
Señor, roca mía, redentor mío (v. 15). 

ALESSANDRO PRONZATO
FUERZA PARA GRITAR
Edic. SÍGUEME.SALAMANCA-198O .Págs. 244-248


5.

El salmo comienza con estas palabras: 

El cielo proclama la gloria de Dios,

que se cuentan entre las más conocidas y las más citadas de todo el Salterio. Y si son tan  citadas (coeli enarrant gloriam Dei) es porque impresionan. Pero toda cita se parece a una  señal que se deja en un libro: significa que se piensa volver sobre el pasaje en cuestión. No  quiere decir que no haya sido entendido, pero tampoco significa que haya sido tan  perfectamente entendido como para hacer inútil una nueva lectura. La señal dejada en el  libro indica que se nos han quedado grabadas las palabras y que nos invitan a volver sobre  ellas. De este modo empezaría yo a hablar del salmo 18. 

Las palabras han despertado nuestra atención y nos han sorprendido. Y el lector más  abierto a la sorpresa es también el mejor lector. Un texto menos denso no sería citado con  tanta frecuencia. Con palabras como «el espectáculo, la vista de los cielos nos eleva. . . » o  «los cielos son una imagen de. . . » desaparecería toda sorpresa. La idea de que los cielos  «hablan» es precisamente la que sorprende y retiene la atención. Sorprende porque los  cielos permanecen callados y de ellos conocemos tan sólo su silencio. Y a pesar de ello,  retiene la atención. ¿Por qué? 

Porque el silencio no deja de tener relación con el oído. El silencio penetra, llena,  despierta el oído. No carece de sentido el gesto de tender el oído hacia la bóveda celeste,  orientar nuestros tímpanos hacia el gran tímpano del cielo. Se diría que escucha, que todas  las palabras del mundo impresionan constantemente su superficie y que ésta nos las  devuelve. Todas las palabras... pero la totalidad que recoge las palabras no puede resonar  en nuestro oído, sino que se hace presente por debajo de todas las palabras audibles. Sólo  las palabras múltiples resuenan en el oído, pero el sentido, que unifica las palabras, no lo  toca. Decimos, sin embargo, que «captamos» el sentido, que percibimos el sentido de las  palabras en el silencio de su unidad, un silencio tanto mayor cuanto que esa unidad es total. 

Así, Dios habla a los hombres a través de muchas palabras, las de la Biblia y las de otros  libros, las de los siervos de Dios y de Jesús de Nazaret. Pero lo que les da su unidad, el  sentido de todas esas palabras, debe ser uno, como lo es Dios mismo. Ese uno es el Verbo  de Dios, y este Verbo no hace vibrar ningún tímpano; ni se pronuncia ni se oye como no sea  en el silencio. En los testimonios diversos habla la multiplicidad. Entre los testimonios, y para  conjuntarlos, la unidad se calla, el Verbo se calla. «A buen entendedor...», Dios dirige el  silencio del Verbo. 

El firmamento pregona la obra de sus manos; 
el día le pasa el mensaje al día, 
la noche se lo susurra a la noche. 

Una de las maneras de que nos habla el cosmos es dándose a conocer como antiguo e  idéntico a sí mismo. Antigüedad y sentido se dan la mano: la identidad, que permite dar un  nombre, es lo que dura. Ser es permanecer idéntico a sí mismo. Pero, cosa curiosa, no  habría modo de percibir una identidad si no hubiera movimiento. No se conoce la identidad  del día con el día o de la noche con la noche sino gracias al hecho de que estos dos  tiempos se alternan. Se ve cómo retornan, se les reconoce: el «mensaje» o el «susurro»  que transmiten son ante todo la manifestación de su esencia respectiva. Si estuvieran  confundidos en la inmovilidad de una sola cosa, no retornarían, y entonces, ¿quién podría  reconocerlos? 

Este salmo, por consiguiente, viene a verificar la ley del «rodeo» que caracteriza a los  relatos de creación. Dios crea las cosas, pero en virtud de ese rodeo nos lleva a otra parte:  Dios crea sobre todo el sentido. La «obra de sus manos» es la creación, pero toda su  acción se vuelve «mensaje» y «susurro», se sumerge en la palabra. La gran obra de Dios,  el acto inaugural de la creación, según Gn 1, consiste en separar la luz de las tinieblas, los  cielos de arriba de los cielos de abajo. Con razón se dice que es preciso separar para  organizar. Pero lo primero de todo es separar para poder conocer. Conocimiento y palabra  van unidos estrechamente. No es posible organizar sin instaurar la posibilidad de decir. Dios  dice: que haya separación, y llamó al firmamento cielo (cf. Gn 1,6-8).

Crear es dar sentido. 

Hablar es dar sentido. Dios crea hablando. La separación creadora, al igual que la palabra  creadora, se percibe en la duración, el movimiento permanente del cosmos. 

Dios crea hablando. No ha sido preciso esperar al espíritu crítico de las épocas recientes  para que se formulara la idea de que el Verbo no es una palabra entre todas las demás que  producen una resonancia. La alternancia del día y de la noche por separado nos hace llegar  la palabra del Verbo. Sin embargo, 

Sin que hablen, sin que pronuncien, 
sin que resuene su voz, 
a toda la tierra alcanza su pregón 
y hasta los límites del orbe su lenguaje (vv. 4-5). 

Existe un sistema de signos no sonoros y solamente visuales, distintos y repetidos,  sistema transmisor de palabras, en cuya eficacia juega papel importante la duración. Me  refiero a la escritura, que remite a través del tiempo o de los tiempos hasta la marca  originaria de su autor. También entienden numerosos exegetas que el movimiento repetido  de los astros en los cielos emite un clamor silencioso comparable al de la página de un libro  (sobre todo teniendo en cuenta que el término traducido por «mensaje» quiere decir más  frecuentemente «línea»): el cosmos vendría a ser por ello el primer modelo de una ley  escrita. Otros observan que la versión griega entendió «sonido», como hará más tarde un  himno de Qumrán (col .1,29). Por estas dos vías al mismo tiempo enlazará Pablo, en la  Carta a los Romanos, con nuestro salmo.

Este anuncio que se transmite hasta los extremos del mundo no es otro, para Pablo, que  la predicación del Evangelio. Esto es lo que escribe en la Carta a los Romanos: El mensaje  es el anuncio del Mesías. Pero pregunto yo: ¿Será que no han oído hablar? Todo lo  contrario, «a toda la tierra alcanzó su pregón y hasta los límites del arte su lenguaje» (Rm  10,18). Si en la morada de Dios existe una cámara celeste para almacenar todas las  sonrisas de superioridad que semejante uso de los salmos ha inspirado a los comentaristas  desde hace aproximadamente un siglo, tiene que ser muy grande. Muchos estiman que  Pablo apenas respeta el sentido del salmo. Muchos han dado la impresión de creer que el  apóstol quizá citaba la Escritura con una vana finalidad erudita ornamental. Pero lo cierto es  que Pablo quizá llegó a pensar que había logrado penetrar el secreto del texto que citaba. 

En el contexto de la Carta a los Romanos, la predicación del Evangelio aparece a la luz de  la Ley, tal como la entiende el Deuteronomio, apoyado en la tradición de la Sabiduría. La ley  posee las dimensiones del cielo y de la tierra, a la vez que los desborda, igual que la  Hokhma o la Sophia, porque es mayor que el cielo y la tierra. Ley y Sophia hablan de los  orígenes, tradición que el día transmite al día y la noche a la noche. Pero el mundo no es su  verdadera sede. ¿Dónde está la Ley, dónde la Sabiduría, pregunta el Deuteronomio y,  después de él, Pablo? La respuesta llega con toda su fuerza: es palabra en tu boca y en tu  corazón. Eres tú, hombre, el que pronuncia la Ley. En efecto, no sólo reserva el  Deuteronomio un espacio inmenso a la mediación de Moisés, definiendo la Ley como lo que  dijo Moisés (bajo el dictado de Dios), sino que además, todo hombre en Israel debe escribir  y pronunciar la Ley a partir del momento en que salió de la boca de Moisés. Y a pesar de  ello, esta Ley no pierde su característica de ser tan grande y tan antigua como el mundo. 

Según la Carta a los Romanos, la predicación del Evangelio se lleva a cabo exactamente  conforme al modelo, ocupa exactamente el ámbito de la Ley. La palabra del Evangelio  realiza un acto cuya amplitud corresponde exactamente a la amplitud del acto realizado por  la palabra creadora. El acto de esta palabra tiene el mismo carácter a la vez íntimo y total, y  no se hace realidad a menos que llene el mundo entero, del mismo modo que el sol llena  todo el espacio desde un extremo a otro. 

El texto de Pablo está transido de estupor: el relato, la proclamación, el mensaje,  identificados con la palabra tal como la escuchamos en el silencio del Verbo, resuenan de  pronto en su propia boca, lo mismo que en la de todo el que anuncie el Evangelio. El  hombre no recita la palabra de Dios. Tiene la palabra de Dios en su boca de hombre.  En esto consiste la noticia que viene hasta nosotros a través de las páginas del  Deuteronomio. Aquí interpreta Pablo un salmo de creación conforme a la lógica del rodeo  propia de estos textos. Nos dicen que Dios habla, pero que el hombre es el que dice. De  este modo reconoce el hombre que su palabra es de Dios. En realidad, cuando Dios hace,  mediante su palabra, su propia imagen, hace un ser parlante. La imagen no es Dios, es sólo  su semejanza, y por ello, al hablar, a diferencia de cuando habla Dios, el hombre produce  una resonancia. Pero Dios está en su imagen y por ello está la palabra de Dios en el silencio  emitido por el sentido de las palabras del hombre. El centro de todo relato de creación es un  acto de fe en la verdad que el silencioso Verbo de Dios confiere a la palabra del hombre. El  Evangelio es el momento extremo, en Jesucristo, de este acto de fe. 

En estas condiciones, la objeción planteada por los modernos, en el sentido de que en los  relatos de creación se narra a sí mismo el hombre y pone sus propias palabras en boca de  Dios, es aceptada y a la vez superada. En efecto, los autores bíblicos ponen cada vez en  boca de Dios creador palabras distintas, sus propias palabras. Hay numerosos relatos de la  creación: Gn 1, Gn 2-3, algunos salmos, varios textos proféticos... Entre estos textos, en el  espacio que separa a los escritos o a los autores, el Verbo calla, inspira constantemente  nuevos textos. El verbo llena y desborda los textos y nuestras palabras como llena y  desborda el cielo. Leer, comprender, escribir significa avanzar: 

Allí le ha puesto su tienda al sol: 
él sale como un esposo de su alcoba, 
contento como un héroe, a recorrer su camino. 
Asoma por un extremo del cielo 
y su órbita llega al otro extremo (vv. 5-7). 

El hombre que narra la creación hace hablar a Dios, y es cierto. Pero, ¿de qué otro rodeo  podría servirse para entender y hacer entender que Dios habla en él, que le hace ser  parlante, que le hace hablar? 

¿Cómo saber si el salmista dice la verdad? Nuestra fe responde que, si Dios hace hablar  a un poeta, Dios puede hacer que le entendamos en sus palabras. La señal de ello será que  nos sentiremos un poco más tocados por ese fuego, ese calor, ese «ardor» que el Verbo de  Dios, al igual que el sol, comunica: 

Asoma por un extremo del cielo 
y su órbita llega al otro extremo: 
nada se libra de su calor (v. 7). 

Observemos que Dios crea lo primero de todo la luz. El ojo es el sentido al que queda  reservada la percepción de esa totalidad que recorre el sol. Pero, ¿de qué me serviría la  creación de la totalidad si quedara yo olvidado en ella y si el creador no me saliera en ella al  encuentro? Para significar la presencia, el tacto vale más que la vista; el «ardor», el calor  penetra más profundamente que la luz. 

Después de cantar la creación como una cadena de tradición, como un clamor silencioso  parecido al que nos hace escuchar la página de un libro, o también como los horizontes  netos transidos de infinitud, el salmista puede alabar la Ley de Moisés, tal como la recibieron  los mejores hombres de Israel, límpida, pura, gozosa. Vida o miel. 

¿Es que vivir conforme a la Ley no es vivir según las apariencias? El salmista responde  que la justicia penetra más allá de toda superficie: 

¿Quién conoce sus fallos?
Absuélveme de lo que se me oculta (v. 13). 

La repetición de la palabra «ocultar» en los vv. 7 y 13 es intencionada. El sol penetra,  mediante su calor, hasta lo invisible. Del mismo modo, la verdad de la Ley no estará  completa hasta que llegue a las zonas ocultas del hombre. Algunos dirán que, gracias a la  Ley, puedo ver de golpe todas mis faltas y todas mis buenas acciones. No acepta el salmista  ese lenguaje especular en que una superficie (la de una página) refleja otra superficie (la de  un hombre). La verdadera luz de la Ley debe penetrarlo todo para que nada le quede  oculto, exigencia que podría interpretarse como la de un escrúpulo obsesivo por llegar a la  perfección. En la armonía del conjunto, es más justo ver las cosas de otro modo. Como el  sentido de la palabra no está en las palabras, sino en el silencio creado por una buena  escucha, tampoco la justicia está en una observancia particular. La sede de la justicia está  más bien en el centro invisible del hombre, al que el hombre mismo no puede acceder si  queda abandonado a solas sus fuerzas. Sólo Dios puede «purificarle» (v. 13). 

La señal, en fin, de que alguien se ha quedado en la superficie de la Ley es que ello le  hace sentirse orgulloso. Ello es cierto si se trata de las palabras de Moisés o de las de  Cristo. Es admirable que una plegaria en que se pide observar la Ley acabe con la demanda  de no caer en la peor de todas las trampas que pueda tender: 

Preserva a tu siervo de la insolencia, 
para que no me domine: 
así quedará libre e inocente de grave pecado (v. 14). 

Lejos de la superficie de la creación, lejos de la superficie de la Ley se oculta el gran  secreto propio de las dos, que es la humildad. Creación y Ley cumplidas en lo más oculto,  hechas realidad en la humildad: esta alabanza debió de colmar de alegría a los primeros  discípulos de Jesús, cuando se supieron depositarios de eso que se transmite «de día en  día» y «de noche en noche» desde el comienzo del mundo. 

PAUL BEAUCHANO
LOS SALMOS NOCHE Y DÍA
Ediciones CRISTIANDAD
MADRID-1981. Págs: 163-169


6. NATURALEZA Y GRACIA

Puedo fiarme de la naturaleza. La salida del sol y la llegada de las estaciones, las fases de la luna y el surgir de la marea, las órbitas de los planetas y el puesto de cada estrella. Maquinaria cósmica de precisión eterna. Los cielos hablan de orden y regularidad, y nos dan derecho a esperar hoy el mismo horario de ayer, y este año la primavera de todos los años. Es la marca de Dios sobre su creación, un Dios que es el Dios del orden y de la garantía, un Dios de quien puedo fiarme en todo lo que hace, como me fío de que el sol saldrá mañana.

Así como me fío de Dios en la naturaleza, me fío también de él en su creación de espíritu y de gracia. En su ley y su voluntad y su amor. La voluntad de Dios dirige el mundo de la gracia en el corazón del hombre con la misma seguridad providente con que hace salir el sol y llover a las nubes, fiel en su cariño salvífico como lo es en guardar su puesto la estrella polar. «Su ley es perfecta, su precepto es fiel, sus mandatos son rectos, su voluntad es pura». La misma divina voluntad es la que dirige las estrellas del cielo y el corazón del hombre. Una creación es el espejo de la otra, para que al ver a Dios llenar de belleza los cielos nos entre la fe de dejarle que llene también nuestros corazones con su misma belleza.

«El día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje».

Ese pregón, ese lenguaje, esa sabiduría secreta nos habla a nosotros también. Su mensaje es claro: Dios no falla nunca. Ese es el secreto de las estrellas. Y la misma mano que las guía a ellas eternamente por las rutas invisibles del cielo nos guía también a nosotros por los laberintos imposibles de nuestro viaje sobre la tierra. Mira a los cielos y cobra ánimo. Dios respalda a su creación.

Cielo y tierra al unísono. Tu Hijo nos enseñó a pedir que tu voluntad se haga en la tierra como en el cielo. Veo a todos los cuerpos celestes que obedecen a tu voluntad con fácil perfección, y pido para mí esa misma facilidad en seguir las rutas de tu gracia. Esa es la oración que rezo a diario, enseñado por tu Hijo. Es verdad que yo tengo la libertad -que el sol y la luna no tienen- de escoger dirección y desviarme de tu camino. Por eso te pido que me dirijas despacio, me corrijas suavemente, me cuides a lo largo de mi órbita. Dame fe en tu santa voluntad para que me sienta seguro de que al seguir su dirección me coloco en mi sitio en ese universo que has creado, y así contribuyo con mi libertad a la belleza del conjunto. Hazme amar tus mandamientos y acatar tus preceptos. Llévame a adorar tu ley, la ley única e indivisa que rige en armonía los cielos y la tierra. Enséñame a pensar en ti cuando saludo al sol naciente, y a darte gracias cuando despido a las sombras de la noche. Hazme sentirme cerca de tu creación, cerca del milagro de la naturaleza, cerca de tu ley. Adiéstrame para que cante tu gloria en mi vida en feliz unísono con el himno de cielos y tierra.

«El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos».


7. CATEQUESIS DEL PAPA en la audiencia del miércoles, 30 de enero

Himno a Dios creador

1. El sol, con su resplandor progresivo en el cielo, con el esplendor de su luz, con el calor benéfico de sus rayos, ha conquistado a la humanidad desde sus orígenes. De muchas maneras los seres humanos han manifestado su gratitud por esta fuente de vida y de bienestar con un entusiasmo que en ocasiones alcanza la cima de la auténtica poesía. El estupendo salmo 18, cuya primera parte se acaba de proclamar, no sólo es una plegaria, en forma de himno, de singular intensidad; también es un canto poético al sol y a su irradiación sobre la faz de la tierra. En él el salmista se suma a la larga serie de cantores del antiguo Oriente Próximo, que exaltaba al astro del día que brilla en los cielos y que en sus regiones permanece largo tiempo irradiando su calor ardiente. Basta pensar en el célebre himno a Atón, compuesto por el faraón Akenatón en el siglo XIV a. C. y dedicado al disco solar, considerado como una divinidad.

 

Pero para el hombre de la Biblia hay una diferencia radical con respecto a estos himnos solares:  el sol no es un dios, sino una criatura al servicio del único Dios y creador. Basta recordar las palabras del Génesis:  "Dijo Dios:  haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; (...) Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche (...) y vio Dios que estaba bien" (Gn 1, 14. 16. 18).

2. Antes de repasar los versículos del salmo elegidos por la liturgia, echemos una mirada al conjunto. El salmo 18 es como un dístico. En la primera parte (vv. 2-7) -la que se ha convertido ahora en nuestra oración- encontramos un himno al Creador, cuya misteriosa grandeza se manifiesta en el sol y en la luna. En cambio, en la segunda parte del Salmo (vv. 8-15) hallamos un himno sapiencial a la Torah, es decir, a la Ley de Dios.

Ambas partes están unidas por un hilo conductor común:  Dios alumbra el universo con el fulgor del sol e ilumina a la humanidad con el esplendor de su Palabra, contenida en la Revelación bíblica. Se trata, en cierto sentido, de un sol doble:  el primero es una epifanía cósmica del Creador; el segundo es una manifestación histórica y gratuita de Dios salvador. Por algo la Torah, la Palabra divina, es descrita con rasgos "solares":  "los mandatos del Señor son claros, dan luz a los ojos" (v. 9).

3. Pero consideremos ahora la primera parte del Salmo. Comienza con una admirable personificación de los cielos, que el autor sagrado presenta como testigos elocuentes de la obra creadora de Dios (vv. 2-5). En efecto, "proclaman", "pregonan" las maravillas de la obra divina (cf. v. 2). También el día y la noche son representados como mensajeros que transmiten la gran noticia de la creación. Se trata de un testimonio silencioso, pero que se escucha con fuerza, como una voz que recorre todo el cosmos.


Con la mirada interior del alma, con la intuición religiosa que no se pierde en la superficialidad, el hombre y la mujer pueden descubrir que el mundo no es mudo, sino que habla del Creador. Como dice el antiguo sabio, "de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13, 5). También san Pablo recuerda a los Romanos que "desde la creación del mundo, lo invisible de Dios se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (Rm 1, 20).

4. Luego el himno cede el paso al sol. El globo luminoso es descrito por el poeta inspirado como un héroe guerrero que sale del tálamo donde ha pasado la noche, es decir, sale del seno de las tinieblas y comienza su carrera incansable por el cielo (vv. 6-7). Se asemeja a un atleta que avanza incansable mientras todo nuestro planeta se encuentra envuelto por su calor irresistible.

Así pues, el sol, comparado a un esposo, a un héroe, a un campeón que, por orden de Dios, cada día debe realizar un trabajo, una conquista y una carrera en los espacios siderales. Y ahora el salmista señala al sol resplandeciente en el cielo, mientras toda la tierra se halla envuelta por su calor, el aire está inmóvil, ningún rincón del horizonte puede escapar de su luz.

5. La liturgia pascual cristiana recoge la imagen solar del Salmo para describir el éxodo triunfante de Cristo de las tinieblas del sepulcro y su ingreso en la plenitud de la vida nueva de la resurrección. La liturgia bizantina canta en los Maitines del Sábado santo:  "Como el sol brilla, después de la noche, radiante en su luminosidad renovada, así también tú, oh Verbo, resplandecerás con un nuevo fulgor cuando, después de la muerte, dejarás tu tálamo". Una oda (la primera) de los Maitines de Pascua vincula la revelación cósmica al acontecimiento pascual de Cristo:  "Alégrese el cielo y goce la tierra, porque el universo entero, tanto el visible como el invisible, participa en esta fiesta:  ha resucitado Cristo, nuestro gozo perenne". Y en otra oda (la tercera) añade:  "Hoy el universo entero -cielo, tierra y abismo- rebosa de luz y la creación entera canta ya la resurrección de Cristo, nuestra fuerza y nuestra alegría". Por último, otra (la cuarta) concluye:  "Cristo, nuestra Pascua, se ha alzado desde la tumba como un sol de justicia, irradiando sobre todos nosotros el esplendor de su caridad".

La liturgia romana no es tan explícita como la oriental al comparar a Cristo con el sol. Sin embargo, describe las repercusiones cósmicas de su resurrección, cuando comienza su canto de Laudes en la mañana de Pascua con el famoso himno:  "Aurora lucis rutilat, caelum resultat laudibus, mundus exsultans iubilat, gemens infernus ululat":  "La aurora resplandece de luz, el cielo exulta con cantos de alabanza, el mundo se llena de gozo, y el infierno gime con alaridos".

6. En cualquier caso, la interpretación cristiana del Salmo no altera su mensaje básico, que es una invitación a descubrir la palabra divina presente en la creación. Ciertamente, como veremos en la segunda parte del Salmo, hay otra Palabra, más elevada, más  preciosa que la luz misma:  la de la Revelación bíblica.

Con todo, para los que tienen oídos atentos y ojos abiertos, la creación constituye en cierto sentido una primera revelación, que tiene un lenguaje elocuente:  es casi otro libro sagrado, cuyas letras son la multitud de las criaturas presentes en el universo. San Juan Crisóstomo afirma:  "El silencio de los cielos es una voz más resonante que la de una trompeta:  esta voz pregona a nuestros ojos, y no a nuestros oídos, la grandeza de Aquel que los ha creado" (PG 49, 105). Y san Atanasio:  "El firmamento, con su grandeza, su belleza y su orden, es un admirable predicador de su Artífice, cuya elocuencia llena el universo" (PG 27, 124).