REFLEXIONES

1. DESEO/SED 

-La liturgia de la Palabra del domingo III

Es un conjunto de textos claramente "tematizados" en función del Evangelio, que es el texto fundamental que guiará toda la celebración del primer escrutinio. La idea clave del conjunto es "JC ofrece el Don de Dios que llega al corazón del hombre".

La imagen central es el don del agua al sediento (1a lectura y evangelio) y las realidades significadas son la Palabra de Dios que conduce a la fe (salmo y evangelio) y el Espíritu derramado en el corazón de los hombres (2a lectura y evangelio) Desde el punto de vista del corazón humano, se hace una descripción de sus tinieblas: falta del sentido de Dios (1a lect.), endurecimiento del corazón (salmo), enemistad, amor descarriado; pero también de su capacidad de apertura y de deseo de verdad (evang). La centralidad de Jesús en el conjunto es clara: es el gran protagonista. Se presenta en la totalidad de su persona. Es capaz de cansarse, de sentarse fatigado y rendido a mediodía, de tener sed... y al mismo tiempo capaz de anunciar el don mesiánico del Espíritu, fruto de su resurrección, y de presentarse como la plenitud de adoración del Padre.

-Análisis doctrinal del prefacio.

El texto del prefacio propio de este domingo del ciclo A constituye una filigrana doctrinal, aunque a primera vista parecería un juego de palabras. Cuatro palabras juegan en el conjunto: sed, fe, agua, fuego. El actor es JC, nuestro Señor.

Él pide agua (es el punto de partida) y "crea" la fe en el corazón de la samaritana (in ea fidei donum ipse creaverat); tiene sed de la fe de la samaritana, y por eso enciende en su corazón el fuego del amor divino (fuego que producirá, en la samaritana, la fe como sed de Dios). Por parte de Jesús, pues, hay una petición explícita -el agua para beber- que significa una realidad espiritual -un corazón ardiente de caridad. De una sed material se pasa a una sed mesiánica: el deseo de ver difundido el Espíritu en el corazón de los hombres.

En el diálogo evangélico, este entramado de imágenes se encuentra en las palabras de Jesús: "...el que beba del agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". Entonces resulta claro el paralelismo con el Apóstol: "...el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado".

SED-MESIANICA. Con razón, se pone en relación la escena de la samaritana con el "Tengo sed" de la cruz. También allí, tiene sed material -comprensible- pero al mismo tiempo está proclamando la sed mesiánica: "Tengo sed de ver al Espíritu difundido en el corazón de los hombres, para que puedan tener sed de Dios, es decir, amarlo con deseo ferviente". Su obra redentora a través de la cruz recibe así su consumación, una vez Él había cumplido todo lo que era necesario según las Escrituras. El "Tengo sed" sería, como una gran epíclesis de Cristo sobre la humanidad, invocando sobre ella el don del Espíritu.

-Aplicaciones

Una primera aplicación, en la línea del tema de los escrutinios, es invitar a examinar nuestro corazón: ¿es como el de los israelitas, duro y rebelde, desconfiado de la presencia de Dios en la vida? ¿está abierto a la palabra del Señor para seguir sus caminos? ¿Qué hacemos de especial durante la Cuaresma, para intensificar el contacto con la Palabra de Dios? ¿Nos damos cuenta, en acción de gracias de los dones que Dios nos ha hecho, por JC, en el Espíritu Santo? Y en consecuencia, ¿tenemos el sentido del pecado como alejamiento de Dios y como rechazo de sus dones? ¿Cómo alimentamos esta llama del Espíritu que hay en nosotros? ¿De qué tenemos sed, exactamente? ¿O estamos demasiado satisfechos...? ¿Qué conciencia tenemos de estar bajo la gratitud de Dios? Una segunda aplicación, sugerida por la colecta de hoy, es la práctica de las obras de penitencia, como manifestación y ejercicio de conversión. Dar de beber al sediento adquiere, hoy, un sentido altamente simbólico, que va desde la atención a los pobres hasta el testimonio de la vida cristiana, la enseñanza religiosa, la evangelización...

-Introducción a la Eucaristía

Lo que Jesús realizó con la samaritana, continúa haciéndolo con los catecúmenos y los fieles, con la Iglesia, actualizando en cada celebración el misterio de su pascua para nosotros.

Que su acción sea tan eficaz en nosotros como lo fue en el corazón de la samaritana (quod in nobis mysterio geritur, opere impleatur). Es el fruto de la Eucaristía, prenda desde ahora del misterio celestial (postcomunión).

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1990/06


2. 

Es del todo lógico que el cristianismo sea considerado como una religión entre otras, es decir, que, cuando se enumeran las grandes religiones que se practican en el mundo, el cristianismo se cuente entre ellas. Con toda razón, hasta los mismos cristianos vemos que, bajo la denominación de "cristiana", nuestra fe ha cumplido en la cultura y cumple perfectamente en la sociedad el papel que a toda religión se le asigna.

Sin embargo, considerando las cosas con mayor profundidad, tenemos que darnos cuenta de que lo que Jesús nos pidió en la propuesta de creer en su persona y su palabra (evangelio) y de seguirle consiste en algo más y diferente que practicar una religión, en este caso la cristiana y no otras.

El encuentro de Jesús con una mujer de Samaría, tal como nos lo transmite el evangelista Juan, tiene, en la línea que apuntamos, un alcance sorprendente. Jesús -solidario con las necesidades de todos los hombres, de los "hombres necesitados"- no se presenta como el maestro que todo lo sabe, que tiene soluciones para todo (los grandes maestros y fundadores religiosos), sino como quien tiene una necesidad: tiene sed.

Jesús tiene una necesidad que le hace manifestarse solidario con el hombre, con todos los hombres, por encima de cualquier "clase" de hombre, incluso por encima de cualquier religión que practiquen los hombres, porque, en principio, entre Jesús y aquella mujer samaritana había, entonces, una tremenda barrera: la religiosa. Y si Jesús no tenía tal barrera, los judíos y los samaritanos sí la tenían. Y es que la religión entre otras cosas, servía -y en el fondo aún sirve hoy, a la hora de muchos momentos importantes- para diferenciar fuertemente una sociedad de otra, un pueblo de otro, una cultura de otra y unos intereses de otros.

Nosotros, los cristianos, -quizá en una gran mayoría- seguimos siendo "hombres religiosos" sin más. Y si no, que cada uno observe en sus actitudes y comportamientos -casos especiales, casos importantes o decisivos, motivaciones que impulsan a la práctica de sacramentos sociales, etc- hasta qué punto está condicionado por su pertenencia en mayor o menor grado a un determinado "credo".

Pero entre Jesús y la samaritana había además otra barrera gruesa: él era hombre y ella, mujer. Evidente. Sin embargo, la sencillez y la elegancia de Jesús le hace prescindir. Él es ante todo un ser humano necesitado como cualquier otro, independientemente de ser varón o mujer y de ser judío o cualquier otra cosa.

Pues bien, Jesús, pidiendo un favor e ignorando todas las divisiones existentes (suprimió hasta la de justo y pecador -muy importante en la religión judía-, porque nos descubrió que todos somos deudores), suprimió en especial la religiosa, ofreciendo a cambio otro favor: brinda a aquella mujer, como brindó a todos en su vida, el amor de Dios que supera toda división, toda barrera, toda clasificación.

Porque el amor es una necesidad idéntica para todos los hombres; es más, de alguna manera es la necesidad que subyace en todas las necesidades humanas.

Quizá se dé aquí también la oportunidad de observar lo que ya sabemos: Jesús se manifiesta libre, es el hombre más libre. Y es que el "hombre religioso" no es precisamente el hombre verdaderamente libre, sino tal vez el más condicionado (y en esto, tendríamos que contar no sólo con las grandes y pequeñas religiones que en el mundo hay, sino, sobre todo, con las grandes supersticiones y fetichismos modernos, con todas las esclavitudes que la sociedad de hoy y cada cual se impone, y con todas las "religiones" que entre nosotros se practican, aunque aparentemente no tengan visos de tales).

Jesús es de verdad libre, y el auténtico seguidor de él lo es, porque el objetivo de la fe en Dios es el amor, y el amor en su acepción exacta libera totalmente.

La mujer samaritana, educada en la ley, desconociendo el amor gratuito de Dios y moviéndose en el plano de lo religioso, pensaba que en el esfuerzo vital había que buscar la perfección propia de la ley. Después del encuentro, verá que eso no satisface y llegará a ser ella la que pida a Jesús que le dé de beber. Porque la autenticidad de Jesús -que no ha perdido el tiempo en discusiones tontas sobre asuntos baladíes en relación con lo definitivo de la existencia humana (culto, creencias, religión)- es lo que la ha "con-movido" y la ha hecho también ir al grano: el hombre es un hijo de Dios y todos los hombres somos iguales ante él, hermanos.

Así, Jesús no sólo no se presenta como el iniciador de una nueva religión, sino que rechaza toda pretensión religiosa, desacreditándola como imperfecta; como imperfecta es, en lo que respecta al sentido último de nuestra existencia, toda manifestación cultural, aunque nos sirva a veces para "manejarnos" prácticamente dentro de un orden social. De ahí que este Jesús, venido de parte de Dios, no nos haya traído un nuevo orden social, ni religioso, ni político, ni cultural, ni... sino sólo un nuevo estilo de ser hombre, que, si nos ejercitamos en él, tal vez nos ayude a encontrar ese orden nuevo que necesitamos en este mundo para que sea otro, conforme a lo que estamos destinados.

EUCARISTÍA 1990/13


3. CULTO/A.

La samaritana piensa que "la relación con Dios es cultual".

Piensa mal y recibe la corrección del maestro, entre sorbo y sorbo de agua: no se trata de elegir entre templos, ha terminado esa época. En la nueva relación con Dios desaparece el culto localizado y ritual. El Agua Viva, el Espíritu, el don gratuito de Dios, que es Jesús mismo, desborda las reducidas medidas de los aljibes de Jerusalén y Garizim, de basílicas, catedrales, humildes oratorios y sacristías...

El nuevo nombre de Dios es "Padre", y el culto se realizará en el marco de "hijo-padre". No hay culto a Dios donde no hay o fracasó la hermandad. El culto verdadero es la práctica del amor, expresión del Espíritu. "Más importante que el culto es el amor, la justicia y la misericordia" (Mc. 7, 6-8).

"El homenaje al Padre ya no puede consistir en un culto ritual. No hay dos esferas, la de Dios y la de la vida; la existencia misma, dedicada al bien de los demás, es el culto que honra al Padre. El amor alumbra inmediatamente la nueva comunidad humana y levanta mil templos nuevos e imperecederos allí donde germina.

Llegado a este momento de la reflexión, se me van los ojos a una frase que tengo sobre la mesa y que he leído en alguna parte: "La vergüenza de nuestro tiempo consiste en que muy pocos tengan demasiado y demasiados no tengan nada", y empieza a lacerarme, con insistencia, un interrogante preocupante, verdadera piedra de escándalo para valorar adónde conducen nuestros cultos: ¿Cómo es posible que, semana tras semana, nuestras Eucaristías sigan tan pacíficas, moderadas, amodorradas y cultuales si, cuando damos la espalda a los bancos y salimos a la vida, sigue igual, exactamente igual, "la vergüenza de nuestro tiempo"...? Parece que este encuentro al aire libre de Jesús con la samaritana pone en entredicho el templo y cierto culto divino.

Jesús anuncia y predica un nuevo Dios, si no nuevo, ciertamente distinto. Un Dios que ha derribado muros y altares de holocaustos por estrechos y ha invadido la vida. Jesús quiere conducir nuestra religiosidad y cristianismo hacia una nueva calidad de vida, la calidad vida-amor. La calidad de vida, tan a la orden del día, ha llegado hasta el Evangelio.

El maestro presenta a Dios explícitamente y, sobre todo, como "Padre del Hijo perdido", como Padre de los "perdidos", y éstos no residen ni frecuentan los templos, sino los arrabales y el casco viejo. Hasta allí, pues, habrá que trasladar altares y ofrendas. Dios Padre quiere ser el Dios que sale al encuentro del hombre, como Dios de amor y salvación. Que no espera en palacio, a riguroso ritmo de audiencia, despacho y protocolo..., el buen Dios que no pide, sino que da; que no humilla, sino que levanta; que no hiere, sino que sana; que, en lugar de condenar, perdona; en lugar de castigar, redime; en lugar de ejercer el derecho, ejercita la gracia sin límites; el Dios que suprime, mediante el amor; las fronteras entre compañeros y no compañeros, entre lejanos y cercanos, entre amigos y enemigos, entre buenos y malos, entre Jerusalén y Garizim.

Este es, ciertamente, un Dios peligroso, pero a mí me encanta, me puede y me arrebata. El Dios por el que uno estaría dispuesto a apostarlo y perderlo todo.

"Jesús se esfuerza en todo momento, y por todos los medios, en aclarar que Dios es realmente así: Padre de los perdidos, Dios de los moralmente fracasados y Dios de los sin culto y sin Dios". Esta sí que es Buena Noticia que libera, alegra y carga de esperanza, por lo menos en barrios y cinturones de ciudades y pueblos donde yacen aparcados los que se "pican", los de la inmunodeficiencia, los del paro crónico y los que esperan el milagro escatimado del salario social.

Nos dolería que este Evangelio escandalizase en alguna misa de doce. De todas formas, en vez de escandalizarse es mejor convertirse. Por algo estamos en cuaresma. La palabra de Jesús es la única garantía de que Dios es así.

Quien no cree en su palabra tendrá que acusarle -como en aquel tiempo- de que sus obras suceden por arte de Belcebú.

BENJAMÍN CEBOLLA HERNANDO
DABAR 1990/19


4.

Como "agua de vida" otorga al hombre la "salvación". Tal es, en pocas palabras, el contenido de la misa de hoy. Dos imágenes: la roca que mana agua en el desierto (/Nm/20/06-13; epístola) y la mujer junto al pozo. El agua brota del seno de la tierra en ambas: de la dureza de la roca, en el desierto, y de lo profundo del pozo. La fe en Dios abre la roca y del agua del pozo nace la fe en Cristo. El agua de la roca se escabulle por el desierto del alma de un pueblo incrédulo, mientras que el agua del pozo origina la fe en el alma de una mujer. En el desierto, la piedra era, según el Apóstol, Cristo; acompañó a este pueblo, cuyo corazón era un verdadero desierto, siendo totalmente ignorado, y le dispensó su agua. Más tarde, en la plenitud de los tiempos, vino Cristo en forma humana y reposó junto al pozo.

Entendamos bien la imagen: Jesús reposa junto al pozo, no que Él sea el pozo. En el desierto era la roca y a la vez el agua de la roca. A su alrededor todo era desierto, un pueblo incrédulo.

Ahora ya no es desierto, la tierra es fecunda y la campiña se muestra madura ya para la cosecha. Hay un pozo, y Jesús se llega junto a él, deseando beber sus aguas. ¿Qué es este pozo? ¿De dónde vienen sus aguas? No olvidemos a la mujer que va al pozo. El evangelio cuenta que los discípulos de Jesús se sorprendieron al verle hablar con una mujer... ¡Ahora empezamos a caer en la cuenta! Sólo hay una mujer con la que Cristo quiera hablar, y para esto vino al mundo: su esposa, aquella con quien su Padre le desposó ya en el Paraíso: su Iglesia.

Esta y no otra es la mujer del pozo con quien Cristo quiso hablar y le pidió agua del pozo. Pero tan pronto como ella comienza a hablar con El, no le pide ya más agua... ¿Qué querrá indicar con esto? ¿Será, acaso, la mujer del pozo y su conversación el agua que Cristo busca? No vayamos a buscar imágenes nuevas y extraordinarias; tenemos los símbolos; pues bien: miremos de comprender lo que la divina sabiduría quiere indicarnos con ellos. En efecto, los antiguos consideraban los manantiales como seres femeninos; existen innumerables mitos y leyendas que hablan de la fuente madre, que escondía en su seno a los que todavía habían de nacer. El pozo, por tanto, es símbolo de lo femenino y maternal. En el relato evangélico, el pozo y la mujer encarnan los símbolos de una misma actividad materna y femenina en el mundo de la gracia; son imágenes de la Iglesia.

Pero vayamos ahora a ver el punto en que la verdad celestial desborda el símbolo terrestre y humano: este pozo no tiene el agua de sí mismo. El agua del pozo no es agua de la tierra, sino agua del cielo; por esto es un "agua vivificante". Según los antiguos, que nada sabían del ciclo que recorren las aguas, existía un agua que tenía su origen en el seno de la tierra; la tierra no la tenía recibida, sino que era cosa propia suya. Era el agua de la tierra, la auténtica "agua viva". En busca de esta agua se cavaba y se perforaba el suelo, y cuando manaba se la recogía en pozos. Tales pozos los cavaron los patriarcas para abrevar a sus ganados. "Nuestro padre Jacob nos dio este pozo; de aquí bebió él, sus hijos y sus rebaños", dijo la mujer a Jesús.

Pero Jesús sabe más que ella: "todo aquel que bebe del agua que yo le daré no va a tener más sed, pues el agua que le daré se convertirá en él en fuente de agua viva que manará hasta la vida eterna".

Queda con esto revelado el misterio: el pozo, no éste visible de Jacob, sino el invisible y místico, no tiene agua de por sí; su agua es celestial, tiene su origen en la vida eterna. Ha bajado del cielo para llenar los pozos de la tierra. Pero no del mismo modo que el agua de la tierra puede llenar una cisterna, no; el agua del cielo está en el pozo como agua viva, como fuente que siempre mana. Es una fuente que no es como las de la tierra, es decir, de carácter femenino, sino que su carácter es masculino: es el mismo Cristo.

Jesús fue al pozo y pidió de beber de él; mas este pozo no tenía el agua vivificante. Dios había hecho de la creación una tierra fecunda; en el mundo, el hombre era el pozo cuya agua viva era la vida divina de la gracia. Tal era el agua vivificante que, subiendo de él, regaba toda la creación dándole eterno frescor.

Pero vino el pecado, y entonces el agua de la vida divina cesó de manar en el pozo de la creación; ésta se tornó un desierto. Dios, empero, ansiaba volver a ver reflejado su rostro en el pozo de la tierra y poder beber agua de él, agua que sería la vida de su vida, el amor de su amor. Vino Cristo y primeramente iba con su pueblo escogido por el desierto como una roca que manaba agua; más el desierto se negó a reverdecer, además de que no había en él pozo alguno que recogiese el agua que manaba de la roca. Más tarde volvió Cristo y clavó el leño de su cruz en el suelo árido del desierto; con sus propias manos cavó un pozo y lo llenó del agua de la roca -esta roca era su costado, abierto por la lanza del soldado, de donde manó el agua-, que era su vida divina. Y así fue como el nuevo pozo de la creación quedó convertido en manantial del que brota la vida eterna.

Este es el misterio del Evangelio de hoy. La mujer ante Cristo, su creador, es la imagen de la creación; ella es un desierto, un pozo cegado, pues es pecadora. Pero Dios la coge y ella se abre al agua del cielo, que bebe con gozo y avidez. Así se torna caudaloso manantial; el pozo vacío queda lleno, y he aquí que ya mana el agua vivificante. Toda la ciudad se apresura a acudir allí y beber: "¡Venid y ved! Un hombre me ha dicho todo cuanto he hecho; ¿no podrá ser el Cristo?". En cambio, sus discípulos se asombraron al verle departir con una mujer; es que aún no conocían el misterio, sus ojos no estaban todavía abiertos, nada sabían aún de esta mujer -la Iglesia-, que es la que les ha de dar a luz a ellos, los discípulos, engendrándolos a la verdadera vida como frutos primerizos del amor de Cristo.

Cristo ha llamado a sus discípulos "hijos de la esposa" (Lc 5, 34), y ellos no se dan cuenta de que ya ha empezado la solemnidad de la boda. En esta mujer no ven la imagen de la esposa; no reconocen el pozo cuya agua ella bebe ni el manantial de aguas vivificantes que ellos mismos tienen que llevar, cual místico torrente divino, con tal ímpetu, por todo el mundo. No saben aún nada de todo esto y no son, por consiguiente, capaces de comprender este acento de entusiasmo de Jesús que ello refleja.

Pues no ven -cosa que ya Jesús descubre- que el desierto florece y se convierte en tierra fecunda y madura para la recolección. Más tarde lo van a comprender, cuando Dios ponga en sus manos la hoz para segar las espigas, cuando ellos mismos anden sembrando la nueva semilla y sea su sangre la que abona la tierra para que dé fruto.

Nosotros, engendrados merced a la sangre de su martirio, comprendemos el misterio de la narración que hoy leemos en la misa. Nos sabemos hijos de ese pozo, renacidos del agua de la vida. Esta imagen se nos hace transparente si la situamos en la realidad que vivimos: Cristo descansa cabe el pozo y habla con su esposa, la Iglesia, acerca de nuestra salvación. Hablan de la "paz de su pueblo" (Sal 84, 9); pues "el tiempo ha llegado" (Sal 101, 14) en que le ha de dar su vida. Próxima está la hora de la boda sangrienta, cuando el esposo va a morir en cruz y de su costado abierto va a manar agua y sangre. El agua mana y llena la pila bautismal; la sangre fluye -bajo el símbolo del vino- y se mezcla con el agua en el místico cáliz del altar. ¡Grandes misterios! El agua y el vino, ambos rebosantes de la vida divina que brota del "corazón de Dios" (Lc 1, 78). La vida, el Pneuma de Dios está en esta agua y esta sangre: "tres son los que dan testimonio sobre la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre, y estos tres son uno solo" (1 Jn 5, 7-8). Esto es lo que Jesús vio, como de antemano, en el pozo de Jacob. La "luz del testimonio" que brilla en la plenitud del misterio le iluminaba, salida del plácido espejo de las aguas del pozo. Esta luz cobró realidad con su muerte; su vida se salió de El con su sangre, y , como agua vivificante, llenó el pozo de la iglesia. Hoy, al escuchar el evangelio del agua de la vida, todo esto se renueva en la presencia mística que nos proporciona siempre la liturgia. Cristo descansa junto al pozo que es su iglesia, y con ella se apresura a ir al encuentro de la Pascua, que va a ser la noche de las nuevas bodas. Oímos el murmullo de la fuente que nos ha dado la vida; esa fuente la tenemos en medio de nosotros; manantial que no cesa de dar la vida de Dios, presente en el pozo del misterio.

Y esperamos la noche de Pascua para poder volver a beber en él el agua de la vida. ¡Como no iba a conmover esto a los neófitos! en aquellos tiempos oían hoy en la celebración litúrgica la palabra vivificante de esta agua y percibían el plácido reflejo de este pozo, del que iban a renacer como hombres nuevos y sanos, hijos de Cristo y de la Iglesia. ¡La antigua imagen de los mitos cobraba realidad! El misterioso pozo maternal se veía rodeado de formas infantiles aguardando la hora de nacer. Sobre ellos velaba el ojo atento de la madre Iglesia, la cual hablaba con Cristo acerca de la salud de sus hijos.

La Iglesia veía a esos seres aún no nacidos a la vida nueva, y nos ve a nosotros, nacidos ya, pero vueltos a envejecer por causa del pecado, áridos como el desierto y cercanos a la muerte. Y ruega entonces: "Obra, Señor, una señal en mi favor, para que mis enemigos la vean y se confundan. ¡Señor, me has ayudado y me has consolado!" (Sal 85, 17; introito). ¡Consuélame, Señor, con el nuevo nacimiento de mis hijos! Dame una señal; da a mi seno una vida nueva y floreciente, para que mis enemigos no se burlen de mí: "Mira, Señor, al rostro de tu Iglesia, y haz que sean en ella muchos los regenerados a la nueva vida" (Consagración de la pila bautismal, el Sábado Santo). "Atiende la voz de mi plegaria, Dios mío y mi Rey; porque, Señor, a Ti me dirijo" (Sal 5, 3-4; ofertorio).

Segura ya de ser atendida, la Iglesia se da al júbilo,; y con ella hemos de alegrarnos también todos nosotros, los regenerados: "Mi corazón ha esperado en Dios, y me he visto socorrido. Mi carne ha vuelto a florecer. Con todo mi corazón alabaré a Dios" (Sal 27, 7; gradual). He aquí, real- mente, un verdadero canto de Bautismo y de Pascua. Todo el resplandor primaveral de la resurrección a una nueva vida se encuentra compendiado en él. Se echa de ver aquí la imagen de un hombre nuevo y sano, un cuerpo puro, como de niño, en el que brillan aún las gotas del baño sagrado; rodeado del verdor de la primavera de la gracia, y llevando en la mano gozosamente las flores de la nueva vida. Así nos lo pinta la inicial miniaturada de un antiguo salterio.

Pero, certeza todavía mayor es la que brota de la comunión. Desde ahora todo se ha hecho ya patente; ¡la promesa del evangelio es ya una realidad! No es preciso a que aguardemos hasta Pascua.

Ahora que nos vamos acercando a los días santos, bebemos ya lo que bebimos el día de nuestro santo Bautismo y beberemos el día de Pascua: bebemos a Cristo vivificante. Brota en nosotros mismos como fuente de agua viva y llena el pozo de la Iglesia, hasta que el día de Pascua rebasará los bordes. Entonces, el espejo de las aguas de la vida divina enviará su brillo a lo lejos, al desierto de este mundo. Y, al igual que al comienzo de la creación, Dios reposará junto a la fuente y beberá. ¡He aquí la vida que da respuesta a su vida, el amor que cambia con el amor el beso de los sagrados esponsales!

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 344 ss.


5. PO/HORA-SEXTA:

A LA HORA DE SEXTA

Estaba allí, en Sicar, Jesús sentado,
a la hora de sexta;
cansado del camino se sentía
a la hora de sexta;
el cansancio del mundo acumulado,
a la hora de sexta.

Estaba allí sediento, junto al pozo,
a la hora de sexta;
y se acerca sedienta la mujer,
a la hora de sexta.
Toda la sed del mundo se reparten,
a la hora de sexta.

Es la hora del cansancio y del deseo,
es la hora de la lucha y la agonía,
es la hora de promesas y esperanzas,
en la sed de Cristo.

Y pidió el sediento a la sedienta,
a la hora de sexta.
Y ofreció agua el sediento a la sedienta,
a la hora de sexta.
Toda la sed saciada para siempre,
a la hora de sexta.

Agotado en la cruz estaba alzado,
a la hora de sexta;
gritó fuerte su sed a todo el mundo,
a la hora de sexta;
ríos dejó escapar su corazón,
a la hora de sexta.

Es hora de agonía y de dolores,
es la hora de la sed y amor supremo,
la gran hora en que Dios se nos entrega
en el agua de Cristo.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Pág. 70


6. PO/SAMARITANA  SED/DESEO HAMBRE-DE-D.

¡Señor, mira, es la hora del
ocaso... la hora pasional
en que sube la fiebre a los enfermos
contagiados de sed de eternidad!

¡Ya es de noche, Señor, y tengo miedo
de morirme de sed en mi arenal!

Decid vos, ¡el mejor de los viajeros!
¿Dónde está el manantial
de que hablaste a la bella pecadora,
contagiada de sed de eternidad?

¡Que me muero de sed... y tal vez tenga,
Señor, muy cerca el pozo de Sicar!

-Venid, hijos sedientos,
los que tenéis el alma
grande como el vacío de las cosas,
profunda como el pozo de Samaria:
¡Romped de vuestra carne el frágil vaso...
porque mi eterna agua
sólo cabe en el cántaro insondable
de la inquieta mujer samaritana. 

P. FERMIN Mª GARCIA, OFM


7.
La oración-colecta sintetiza bien los efectos del bautismo al que tendían estos "elegidos". Reencontrarán su dignidad primera, perdida por la falta original. Esto constituye evidentemente una obra propiamente divina. El hombre nace a la vez solidario del bien y del mal. Por sí mismo, no puede des-solidarizarse del medio en que nace, el del mundo ambiental.

Sólo Dios puede arrancarle de la solidaridad con el mal. Le conduce así a la dignidad de vida y a la sabiduría. Se trata de una sabiduría entendida no en la línea de las filosofías paganas, sino en la línea cristiana; sobre todo: experiencia personal de Dios en y por la comunidad. El restablecimiento del hombre en el estado primero en que Dios le quiso, no tiene en realidad más que una única finalidad: la confesión de su gloria.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO
CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980.Pág. 106


8.

Introducción 
Hermanos: la sed es el signo de que estamos caminando en el desierto. La sed es el signo de que la vida está por delante, más allá de la frontera.

Cuaresma es el tiempo en que el hombre descubre su sed, esa sed profunda de vivir, de amar, de crecer, de ser feliz, de crecer como hombre.

¿De qué tenemos sed nosotros? La Palabra de Dios de este domingo, tercero de Cuaresma, nos invita a plantearnos hasta el fondo esta cuestión. También Jesús tuvo sed y hambre, y los sació con el cumplimiento de la voluntad del Padre. Y comprendió nuestra sed, y se ofreció a sí mismo como fuente de agua viva.

Hoy Jesús va a dialogar con nosotros, va a preguntarnos por el agua que tomamos y si realmente esa agua calma nuestra sed. Nos obligará a mirarnos dentro de nosotros mismos para que no busquemos fuera de la fuente de la vida.

Hoy nos dice, como le dijo a la samaritana: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú me pedirías el agua de la vida.» Con esta invitación tan sugestiva, nos disponemos a participar de la Eucaristía.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 57 ss.


9.

LAS ENSEÑANZAS DE LA SAMARITANA

La Samaría es desde la antigüedad una tierra prohibida, una tierra de descreídos y de heréticos. Jesús llega a esta región, despreciada por los judíos, para revelar el secreto de su mesianidad a una mujer de costumbres fáciles, al tiempo que trastorna el concepto tradicional del templo en un país de cismáticos.

Jesús en un mediodía caluroso tiene sed y pide de beber. El agua que ofrecen todos los pozos que se encuentran por los caminos del mundo solamente llegan a calmar de momento la sed del hombre. Cristo no quita valor al agua del pozo de Jacob, sino que se limita a poner de relieve su insuficiencia. Cristo no condena las aguas de la tierra, sino que ofrece el agua que salta hasta la vida eterna. La samaritana, que sólo piensa en el agua para la cocina y el lavado, es ahora la que pide: "Señor, dame esa agua; así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla". Un agua de esa clase es una bicoca. Pero Jesús exige una sinceridad y conversión previa antes de dar el agua del evangelio. Hay que confesar nuestros falsos maridajes; es decir, la engañosa estabilidad, la ligereza que no comunica alegría, la desilusión raquítica del corazón para poder decir: "Señor, veo que eres un profeta".

Y la samaritana se olvida del agua, del pozo, del cántaro. Ahora le preocupa el culto a Dios, después de darse cuenta de lo estéril que es darse culto a sí misma. Y Cristo le descubre que por encima de los montes sagrados lo que el Padre busca es adoradores en espíritu y verdad. A la región exterior, a la teología de superficie que le presenta la samaritana, responde con la religión del espíritu, con la teología de las profundidades divinas. Dios no quiere hipocresías religiosas, sino el corazón del hombre, entregado libremente y con adhesión total.

Y la "buena nueva" de la presencia del Mesías es anunciada por los labios de una pecadora, que se limita a conducir a Jesús a sus paisanos, ofreciéndoles su propio doloroso testimonio: "Me ha dicho todo lo que he hecho".

ANDRES Pardo


10. Para orar con la liturgia

Cristo cuando pidió de beber a la samaritana,
ya habla infundido en ella la gracia de la fe,
y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer
fue para encender en ella el fuego del amor divino.

Prefacio