45 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO II DE CUARESMA
(40-45)

 

40. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis

El texto de Gn 15 pertenece a una unidad que tiene dos partes muy marcadas: la primera vv.1-6 sobre la promesa de un hijo y descendencia, la segunda vv.7-21 sobre la promesa de la tierra. El texto que hoy presenta la liturgia presenta una cierta confusión ya que encontramos la conclusión de la primera parte, y parte de la segunda. Muchos estudiosos se han preguntado por la antigüedad del texto, hoy parece haber acuerdo que si bien mucho material es antiguo, tenemos también elementos tardíos (como por ejemplo semejanzas con el Segundo Isaías). Incluso los primeros defensores de la teoría de fuentes del Pentateuco afirmaban que descubrir las fuentes de este texto resultaba muy difícil sino imposible.

 

La primera parte (vv.1-6) nos muestra la promesa de Dios (v.1), la objeción de Abraham, (vv.2-3), la respuesta de Dios en forma de signo (vv.4-5: v.4, negación a la objeción, v.5, signo en el cielo) y aceptación de Abraham (v.6). Como vemos, la liturgia sólo incorpora el signo y la aceptación final.

 

La segunda parte (vv.7-21) presenta una nueva promesa (v.7), objeción (v.8), signo presentado como voto (vv.9-17: v.9: presentación, vv.10-11, vv.12-16, paréntesis histórico, v.17, realización), confirmación de la alianza (vv.18-21: v.18, presentación, v.19-21, explicitación histórica). Como vemos, la liturgia ha omitido los textos con referencia histórica quedando sólo como promesa genérica. Ciertamente los textos históricos omitidos ayudan para mostrar cómo vio Israel su posesión de la tierra e incluso para verlo como un texto construido en circunstancias probablemente donde parecía que la tierra podía estar a punto de perderse, o también ya perdida y pretendiendo alentar la esperanza. El paralelo entre 15,7 y Lev 25,38 cambiando Egipto por “Ur de los Caldeos” ciertamente hace muy posible esta última interpretación: no hay que olvidar que los Caldeos son los habitantes de Babilonia en tiempos del Exilio; los encontramos por primera vez en el s.9 a.C. en el sur de Babilonia, vecinos de los arameos. Son víctimas del apogeo asirio y se enfrentan con él logrando finalmente el trono babilónico en tiempos de la caída de Jerusalén (587 a.C.); su influencia parece haber sobrevivido a la caída de Babilonia aún durante el período persa y luego griego. Pero, como es evidente, ciertamente estamos muy lejos de las época de Abraham. Es evidente que se refiere a los tiempos del redactor y no a los tiempos de lo narrado. Parece, entonces, que la vieja fórmula del Dios que libera de Egipto es utilizada para referir al Dios que libera de los Caldeos, y el pueblo -descendiente de Abraham- está invitado a creer en que la promesa antigua sigue viva y vigente; los paralelos con el discípulo de Isaías confirman esta lectura.

 

La lista de animales que se ofrecen en sacrificio parece una presentación de todos los pasibles de ser ofrecidos en sacrificio. Sin embargo, tenemos que tener presente un texto paralelo que se encuentra en Jer 34,18-19 (cf. v.13) donde Israel pasa en medio de un becerro partido en dos, pero no ha sido fiel a la alianza que contrajo en ese gesto y será rechazado por Dios. en este caso, el que pasa en medio de los animales cortados (y las aves no cortadas) es el mismo Yavé; perro como Dios no puede ser visto, esto ocurre entre tinieblas, y lo que puede observarse son los signos: el fuego, el humo. Aquí es Dios el que ofrece la “firma” como una suerte de garantía de fidelidad de que Abraham poseerá la tierra. No es del todo correcta la traducción de berit como alianza en este caso (v.18) si bien es la habitual, el sentido parece más popular, semejante a un contrato, a una solemne confirmación (por eso “firma” puede ser comprensible). Dios se compromete con lo que él ha prometido y ahora rubrica.

 

El Salmo que se nos propone para la respuesta es un Salmo de confianza: ¿a quién temeré? Dado que desde el v.7 el tono parece cambiar se ha propuesto que tenemos dos Salmos unidos artificialmente, cosa que no parece probable. Hay elementos que se repiten en las dos partes: “mi salvación” (vv.1 y 9), “!contemplar la belleza del Señor” es paralelo a “gozar de la dicha del Señor” (vv.4 y 13), los adversarios se “levantan contra” (vv.3 y 12). La confianza da unidad a todo el texto. Toda la primera parte recurre a imágenes bélicas para caracterizar a los adversarios; el orante está cercado y busca en la elevación del Templo protección; sin embargo, hay que tener claro que la imagen bélica no significa que el conflicto lo sea; el marco individual de la oración lo confirma. La segunda parte parece más insegura: abundan los imperativos y las peticiones: no me escondas, no me rechaces, no me deseches, no me abandones, no me entregues, y escucha, ten piedad, respóndeme, encamíname, guíame. Parece que toda la confianza manifestada en la primera parte se encuentra aquí en crisis. Es frecuente en las lamentaciones que luego de manifestarse todo lo que angustia y es motivo de queja, se culmine con una expresión de confianza; en este caso el orden se ha invertido. La imagen bélica cede su lugar a una familiar: “aunque mi padre y mi madre me abandonen” (v.10; ver Is 49,15) y a una judicial: “se levantan contra mí, testigos falsos, acusadores violentos” (v.12), especialmente esta última parece más probablemente la causa de la angustia del orante. El v.14 con nuevos imperativos vuelve a la confianza, esta ha salido airosa. Algunos elementos hacen pensar que el orante es alguien del templo (sacerdote o levita) porque sólo él vive en el templo, y algunos párrafos parecen pronunciados en la liturgia, pero probablemente también esto sea metafórico y el salmo fuera también propio de la oración personal. Es interesante notar el paralelo con el Sal 23 (“el Señor es mi pastor”):

 

 

 

Sal 23 (22)

Sal 27 (26)

v.1: Yavé es mi pastor

v.1: Yavé es mi luz

v.4: aunque camine... no temeré ningún mal

v.3: aunque acampe un ejército mi corazón no teme

vv.2-3: en verdes praderas me hace reposar, me conduce a tranquilas aguas, repara mis fuerzas

v.5: me ofrece un lugar de refugio... me esconde en lo secreto de su tienda

v.5: preparas una mesa ante mis enemigos

v.6: levanto la cabeza ante mis enemigos

v.6: habitaré en la casa de Yavé por años sin término

v.4: habitaré en la casa de Yavé todos los días de mi vida

v.3: me guía por el justo camino

v.11: guíame por el camino recto

v.5: a la vista de mis enemigos

v.12: a la saña de mis enemigos

 

La liturgia sólo nos propone los versículos 1.7-9 y 13-14 con lo que se evita toda la imagen bélica de la primera parte resaltándose solamente el aspecto de seguridad y confianza. Los vv.7-9 parecen un diálogo entre el orante y Yavé (“busquen mi rostro”). Los temores expresados en 7-9 se reemplazan confiadamente por un “puesto que”, ya que he confiado, “espero gozar”. La confianza tiene la última palabra.

 

La carta de Pablo a los Filipenses tiene una serie de puntos que merecerían ser discutidos. Señalemos, sin embargo, que 3,1-4,1 parece ser una unidad (o quizá hasta 4,3 por la repetición de la invitación a estar alegres). En la mayor parte del cap. 3 Pablo alerta a la comunidad contra los “perros”, “obreros malos”, “falsos circuncisos”, todo lo que parece una ironía contra los grupos judaizantes, es decir quienes pretendían que los cristianos para ser verdaderamente salvados previamente debían aceptar la circuncisión. El tema es complicado: ¿quiénes eran? la cosa se discute, pero parecen ser grupos que pretenden que los cristianos venidos del mundo no judío se hagan a sí mismos primero judíos (circuncisión mediante) para poder gozar luego de los beneficios de la salvación. Puede ser para evitar conflictos: el judaísmo es una religión lícita, las novedades no son bien vistas por algunos griegos; puede ser por cerrazón ante la novedad de parte de los “judaizantes”; puede ser por una suerte de idolatría de la Ley, la circuncisión y la misma ley puestas casi al mismo nivel que Dios... la cuestión es que misioneros itinerantes han llegado a Filipos e insistido en que es necesario hacerse judíos por la circuncisión, y dejar de ser perros (= paganos). Pablo les dice que ellos son los incircuncisos, los perros, etc... A continuación presenta una especie de “curriculum” frente a los que lo cuestionaban: él tiene tantas o más razones para gloriarse de ser judío, pero no pone allí su seguridad, “todo eso lo tiene como estiércol” y sigue en camino para alcanzar a Cristo. Estemos donde estemos, avancemos (3,16).

 

Con un término clásico para presentar una nueva unidad comienza esta: “hermanos”. Invita a la comunidad a imitarlo, lo que es algo frecuente: como judío que es, Pablo sabe que los rabinos no sólo pretenden enseñar “contenido” sino un modo de vivir; el discípulo debe aprender a “caminar”. Pero no es la persona la que debe ser imitada, es el camino. El camino que acaba de presentar, de rechazo, de perder todo. Es característico en Pablo presentarse él mismo pero después de dejarnos muy claro que -como apóstol- su vida misma es una vida crucificada. Él “encarna” la cruz en su vida, y por eso está crucificado, lo que es motivo de gloria es su debilidad, “su cruz” (ver 2 Cor 10-12). Si en Fil 3 Pablo realiza una nueva “apología”, lo hace presentándose como él mismo crucificado”. Por eso puede decir que lo imiten, “como yo imito a Cristo” agrega en 1 Cor 11,1. No es su vida, sino su muerte, podríamos decir. Lo que cuenta es la cruz, que aparece como debilidad y es “fuerza de Dios” (1 Cor 1,24). Por eso, los que ponen su confianza en sus fuerzas, en sus obras, en su propia vida son “enemigos de la cruz de Cristo”. ¿Dónde ponen la confianza? en el cumplimiento de las leyes, por ejemplo las alimenticias, o en la circuncisión, y con eso creen alcanzar a Dios. Irónicamente Pablo les dice que confunden medios con fines, los alimentos están en función del estómago, la circuncisión en el órgano sexual (“vergüenza”), no se puede poner allí el acento. El que camina según el ejemplo de Pablo es el que es “ciudadano” del cielo, allí apunta su mirada, no en cosas “de la tierra”. La “ciudadanía” (el término sólo aparece aquí en todo el NT) parece contradecir otras ciudadanías (recordar que Hch presenta a Pablo como ciudadano romano), es un ser ya de una ciudad a la que todavía no pertenecemos plenamente, somos peregrinos. La referencia a nuestro “cuerpo” no hay que entenderla con esquemas griegos (cuerpo y alma) sino pensando en nuestra configuración con Cristo que nos hace partícipes de la resurrección. La referencia a la cruz sirve para promover actitudes sociales contrapuestas a las de los judaizantes y su confianza en sus capacidades, por el contrario, la cruz aparece como modelo de una sociedad alternativa que ayuda a la unidad interna de la comunidad. La vida cristiana tiende a la liberación, y está en tensión entre una liberación y otra, entre la liberación que alcanzamos por la cruz y la liberación que nos vendrá por la ciudadanía del cielo que nos alcanzará una corona de gloria.

 

El Evangelio de la Transfiguración según la versión de Lucas propone una serie de elementos que es interesante tener en cuenta. La diferencia con los textos de Mateo y Marcos hizo que muchos se pregunten si Lucas tuvo en su poder una fuente propia, aunque otros piensan que posiblemente las diferencias de deban propiamente a la redacción del evangelista.

 

Los elementos comunes son conocidos: Jesús ha anunciado que le espera el rechazo y la muerte. En los otros Sinópticos Pedro se ha escandalizado y Jesús lo compara con “Satanás” aunque esto es omitido por Lc. Jesús anuncia que quien quiera ser discípulo debe cargar la cruz (“cada día” añade Lc). Esto es muy duro, pero termina aclarando que “algunos de los que están... no probarán la muerte hasta que vean” (Mt aclara “al Hijo del hombre viniendo”) el reino. Precisamente Jesús se aparta a algunos y les hará “ver”. Así sucede la Transfiguración.

 

Hay elementos que son propios de Lc y son interesantes: a diferencia de Mc/Mt los días son “ocho”, Jesús sube “al” monte (como si supiéramos cuál es) y sube “para orar” lo que es muy frecuente en Lc; lo que ocurre sucede “mientras oraba”, como una consecuencia de esta oración. Lc agrega como algo importante el contenido de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías. Agrega el temor en medio de la nube, Jesús es además de “Hijo” presentado como “elegido”. Finalmente Lc omite toda relación entre Elías y el Bautista en el descenso del monte. Es interesante que este monte no sea el monte Sión, lugar donde Dios se encuentra con su pueblo: la cita “este es mi hijo” remite al Sal 2 que en v.6 dice que “ha instalado a su rey en Sión, su monte santo”.

 

La invitación a la cruz es un escándalo, y Jesús invita a la superación de este escollo. La transfiguración aparece así como un relámpago en medio de la oscuridad. En medio de la noche de la cruz la transfiguración presenta un esbozo de lo que espera a los seguidores de Jesús: la cosa no termina en la cruz. Jesús es presentado como “hijo”, algo que ya sabemos desde el Bautismo (3,22), o mejor desde la infancia (1,32); a su vez es interesante notar la diferencia: en el Bautismo la frase del cielo se dirige a Jesús: “tú eres...”, mientras que ahora se dirige a la comunidad representada en los discípulos: “este es...”. Pero al añadir “elegido” Lc nos recuerda al Siervo de Yavé (ver Is 42,1), el siervo anunciado que sufre. Es sabido la importancia que la relectura de los cantos del Siervo tuvieron en la comunidad cristiana para referirse a Jesús. Finalmente hay que destacar a Jesús como el “profeta como Moisés” (ver Dt 18,15), es a él a quien “escucharán”, como además recuerda Pedro en Hch 3,22. Lo que ocurre no es una “metamorfosis” sino que su rostro cambia, como había ocurrido con Moisés (Ex 34,29s). Lo que no es claro es por qué se alude a Moisés y a Elías; pensar que Elías aparece como “profeta” mientras Moisés representa a la ley es olvidar que Jesús es visto como “profeta semejante a Moisés”. Lc recibe el texto con ambos personajes, pero él omite el diálogo posterior donde el Bautista es comparado con Elías, probablemente porque prefiere comparar a Jesús con Elías. Es interesante citar aquí un texto rabínico: “Johanán ben Zachaí ha dicho: Dios dijo a Moisés: cuando yo envíe al profeta Elías, ambos habrán de venir juntos”. Lc, en cambio, presenta el diálogo de los dos personajes con Jesús sobre su “éxodo”, es decir sobre su paso (ver 9,51; Hch 13,24), un paso marcado por el plan de Dios. La referencia a Jerusalén es muy importante en el Tercer Evangelio ya que ocupa un lugar central en la teología histórico-geográfica del Evangelio: todo el Evangelio apunta a la ciudad, y desde allí todo parte en Hechos.

 

Ante la presencia de Moisés y Elías interviene Pedro, pero “no sabe lo que decía”, probablemente Lc lee la clásica incomprensión propia de Mc pensando que es toda la Iglesia la que debe ser reunida por el Señor, o porque no se le puede dar a Dios una morada... La nube es un signo de la presencia divina y de su gloria (“vieron la gloria”, v.32), y por eso cuando los discípulos entran en la nube (sólo Lc señala expresamente que también ellos quedan cubiertos por la nube) “se llenaron de temor”; ellos no son simples espectadores, la nube es reunión de los discípulos en torno a la palabra de Dios, y unidos a su vez con los personajes del cielo en una suerte de “comunión de los santos”. Sin embargo, como en Getsemaní, el sueño los vence (22,45-46), no son testigos del diálogo, y sólo después de la resurrección comprenderán.

 

Escúchenlo” es la clave del relato: para estar en cercanía a Jesús no es necesario armar tiendas, sino escucharlo, vivir de su palabra. La peregrinación no ha terminado, estamos en camino aunque la transfiguración ilumine brevemente el escándalo de la cruz anunciada; la Iglesia en marcha a su éxodo en el cielo mira el monte, como Israel miraba el Sinaí en su éxodo.

 

De golpe, súbitamente todo termina y encontramos a “Jesús solo”. Sin prohibición de por medio, los discípulos guardan el secreto, seguramente porque no han comprendido y se mantienen en el misterio.

 

Comentario

¡Jesús es tan extraño...! Después de tirar abajo todas las expectativas propias de su tiempo, y remarcar que como Mesías lo van a matar, y así salvará a todos, -después de eso-, dice que sus seguidores deben caminar su mismo camino, deben pasar las mismas cruces, y hasta el mismo martirio, y esto ¡cada día!... ¿Quién lo entiende? Pero cuando todo parece, casi, una invitación al masoquismo, se nos manifiesta transfigurado... "¡esto es lo que les espera!", nos señala, como en un relámpago en medio de la noche. Cruz y resurrección, van tan de la mano, que se hace imposible separarlas. La resurrección da un sentido nuevo y fructífero a una vida que quiere gastarse y entregarse, como el fruto da sentido al entierro del grano. Pero también, la muerte da un sentido nuevo a la resurrección, ¡¡¡el amor nunca se hace tan generoso como cuando da la vida!!!, y Jesús no será un Mesías “allá en las nubes”, sino uno que camina nuestros pasos, uno que pasó por la cruz y que se dirige a Jerusalén, tierra de Pascua, y tierra que es punto de partida de la misión.

 

La transfiguración es un anticipo; es un "eclipse al revés": una luz en medio de la noche. Da un sentido completamente nuevo a la vida, ¡y a la muerte! Hace comprensible la maravillosa reflexión de Hélder Camara: "El que no tiene una razón para vivir, no tiene una razón para morir”.

 

¡Pobres de nosotros si queremos aburguesarnos, instalarnos o acomodarnos! El «qué bien estamos aquí» es, evidentemente, "no saber qué se está diciendo". "Cambia, todo cambia" dice una canción... la Cuaresma es "tiempo de cambio" dice la Iglesia... En cambio, Pedro quiere quedarse: "quedémonos aquí" ... Muchos, no quieren saber nada con los cambios: "más vale malo conocido, que bueno por conocer", sentencian ¡Qué diferencia!

 

La Transfiguración es decirnos "esto es lo que les espera”, es decirnos que "dar la vida vale la pena". Todo proceso de conversión y cambio tiene sentido porque tenemos una roca firme, tenemos uno que no cambia, y garantiza nuestra vida fecunda, un "resucitado que es el crucificado" (J. Sobrino). Por eso la importancia que tiene “escuchar” a Jesús. Es la voz del profeta de los tiempos finales, del profeta como Moisés, que nos enseña el camino de la vida, el camino del éxodo que es camino de Pascua.

 

Lo que celebramos en la Cuaresma, no es un hecho "piadoso" en el sentido común del término; es un hecho vital, de vida; un jugarse y comprometerse, un dar la vida. Es un volverse a Cristo presente en los hermanos. Como todas las alianzas de la Biblia, la alianza con Abraham se sella con sangre; Jesús, selló -en su sangre- una alianza "nueva y eterna”... Ya no es sangre de animales la que da vida y es signo de la alianza, ahora es la sangre de Cristo, su amor, su vida unida a la sangre de tantos mártires que, con su muerte transfigurada, dan vida a tantos muertos por la violencia y la injusticia. No es que Dios quiera sangre, ciertamente, sino que el amor nunca es más verdadero como cuando llega hasta el final, y en el caso de Jesús, hasta dar la vida, que es el signo de amor por excelencia. Estamos ante una alianza que es amor ofrecido en generosidad, y que cada creyente confirma y reafirma “cada día” en su derramamiento de sangre, sea en el amor cotidiano, como en el martirio doloroso de tantos hermanos nuestros latinoamericanos. Y, si la muerte es el mayor de los absurdos, desde Cristo, desde su muerte y su resurrección (hoy vislumbrada en la Transfiguración), jugarse la vida, gastarla en la lucha por la justicia y la solidaridad, por la verdad y la vida, es el acontecimiento fructífero por excelencia, ya que Cristo asocia a sí mismo a una multitud de hermanos... No es que Dios quiera -hay que repetirlo- que nadie muera, Él es Dios de vida, no de muerte- pero nada hay más dador de vida que el amor, por eso es Dios de amor. Dios nos quiere siempre, cada día, dando vida, aunque frente a la injusticia, la violencia y el pecado, esa búsqueda de dar vida pueda implicar tener que dar la vida. Pero como siempre, es la vida y el amor lo que cuenta, es la vida por el reino, es un dar la vida para que otros vivan. Una muerte que da vida, da sentido a tantas vidas muertas ...

 

Para la revisión de vida

 En mi vida, como en la de todo ser humano, ha tenido que haber tiempos o momentos privilegiados, llenos de sentido, embriadados de amor, de felicidad plena. Me hará bien revivir esos momentos o tiempos: cuáles fueron, cómo se dieron, cómo los viví, qué sentía, por qué se acabaron… Hacer un tiempo de oración recalando en mi conciencia esas vivencias de “transfiguración”. Más: ¿debería volver al “entusiasmo”, al “fervor del amor primero”?

 

-“Este es mi hijo predilecto, escúchenle": ¿puedo decir que el proyecto fundamental de mi vida es una acogida de la propuesta de Jesús, en la que vemos la palabra de Dios que nos habla?

 

Para la reunión de grupo

 -El ser humano no sólo es un “animal racional”, al decir de Aristóteles, sino un “animal de sentido”. Necesita un sentido para vivir. Y lo necesita tanto o más que los bienes materiales necesarios para su vida. Sin sentido, su vida se hace sencillamente insufrible. ¿Qué relación tiene la cultura y la religión con esta necesidad antropológica fundamental? 

 

 -Estamos en un tiempo sin utopías, donde todo se compra y se vende y se calcula fríamente... ¿Qué mensaje nos trae el símbolo de la transfiguración a este tiempo de mirada tan corta?

 

-La inquietud de Abraham de asegurarse de que tomará posesión de la tierra que Dios le promete para el pueblo que le ha de suceder puede ponerse en relación con la problemática de la tierra que actualmente se vive en el tercer mundo. Por poner un ejemplo: en Brasil hay 3 millones de propiedades inmuebles rurales. De ellas el 62% son minifundios y ocupan el 8% del área total. En el lado opuesto, el 2’8% de esas propiedades son latifundios que ocupan el 57% del área total. Brasil es el segunpo país del mundo con la mayor concentración de propiedad de la tierra de todo el mundo. El INCRA brasileño considera que, como media nacional, el 62’4% del área total de los inmuebles rurales es improductiva. Tal vez por eso en Brasil ha surgido en los últimos años el MST (el Movimiento de los Sin Tierra, www.mst.org.br), la fuerza organizativa popular de más peso en el país y en el Continente, en la que muchos de los participantes son cristianos convencidos de la necesidad de reivindicar (tanto por razones éticas como religiosas) el derecho a la tierra que Dios creó para todos.

 

Para la oración de los fieles

-Para que purificando nuestro corazón y educando nuestros ojos seamos capaces de transfigurar nuestra mirada sobre la realidad de cada día y ver el sentido divino que la habita...

 

-Para que el Señor sostenga nuestra fe, nos haga dignos de este don y no nos deje caer en la desorientación o el sinsentido de la vida...

 

-Por todos los hombres y mujeres que buscan y no encuentran el sentido para sus vidas; para que Dios se les haga encontradizo y ellos alcancen la felicidad a la que están destinados...

 

-Para que seamos testigos de esperanza ante nuestros hermanos, pero siempre con la humildad de quien ofrece un don gratuito y no un mérito propio...

 

-Para que seamos personas contemplativas, que acostumbran a saborear esa presencia de Dios que se oculta en la realidad pero se descubre en la oracion...

 

Oración comunitaria

Dios Padre nuestro: como el evangelista Lucas, también nosotros creemos que de hecho, en la vida de Jesús Tú mismo nos has estado dirigiendo tu Palabra. Haz que iluminados por ella, podamos transfigurar y mirar de un modo nuevo las realidades que también hemos de transformar, unidos a todos los hombres y mujeres que, iluminados también de mil modos por tu misma Palabra, caminan hacia el mismo «otro mundo posible» que Tú quieres ayudarnos a que construyamos entre todos los pueblos de la Humanidad mundializada. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.
 


 

41.
 

Transfiguración, lo que Cristo es

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es; Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero, además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación.

Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad.

Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba.

 

Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad.

Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice Pedro: “¡Qué bueno es estar aquí contigo!”. Pero, al mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad.

Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida.

¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»?

Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud.

La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva.

Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para resucitar con Él cada día. “Si con Él morimos —dice San Pablo— resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él”. La Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.

Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos.

Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.
 


 

42. Meditación para el 07 de Marzo

Del tabor al calvario

I. Jesús había declarado a sus discípulos lo que iba a sufrir y padecer en Jerusalén, antes de morir a manos de los príncipes y sacerdotes. Los Apóstoles quedaron sobrecogidos y entristecidos por este anuncio. La ternura de Jesús les da ahora “una gota de miel” a los tres que serán testigos de su agonía en el huerto de los Olivos, Pedro, Santiago y Juan: les hace que contemplen su glorificación. Mientras Él oraba, cambió el aspecto de su rostro y su vestido se volvió blanco, resplandeciente (Lucas 9, 29). Y le ven conversar con Elías y Moisés, que aparecían gloriosos. Pedro exclama: Señor, ¡bueno es permanecer aquí! Hagamos tres tiendas... El Evangelista, refiriéndose a este suceso, comenta “no sabía lo que decía”: porque lo bueno, lo que importa, no es hallarse aquí o allá, sino estar siempre con Jesús, en cualquier parte, y verle detrás de las circu nstancias en las que nos encontramos. Si permanecemos con Jesús, estaremos muy cerca de los demás y seremos felices en cualquier lugar o situación en que nos encontremos.

II. La existencia de los hombres es un caminar hacia el Cielo, nuestra morada (2 Corintios 5, 2). Caminar en ocasiones es áspero y dificultoso, porque con frecuencias hemos de ir contra corriente y tendremos que luchar con muchos enemigos de dentro de nosotros mismos y de fuera. Pero quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo, de modo especial en los momentos más duros o cuando la flaqueza de nuestra condición se hace más patente. El atisbo de gloria que tuvo el Apóstol lo tendremos en plenitud en la vida eterna. El pensamiento de la gloria que nos espera debe espolearnos en nuestra lucha diaria. Nada vale tanto como ganar el Cielo.

III. Lo normal para los Apóstoles fue ver al Señor sin especiales manifestaciones gloriosas, lo excepcional fue verlo transfigurado. A este Jesús debemos encontrar nosotros en nuestra vida ordinaria, en medio del trabajo, en la calle, en quienes nos rodean, en la oración, cuando nos perdona en la Confesión, y sobre todo, en la Sagrada Eucaristía, donde se encuentra verdadera, real y sustancialmente presente. Pero no se nos muestra con particulares manifestaciones. Más aún, hemos de aprender a descubrir al Señor detrás de lo ordinario, de lo corriente, huyendo de la tentación de desear lo extraordinario. Nunca debemos olvidar que aquel Jesús con el que estuvieron en el monte Tabor aquellos tres privilegiados es el mismo que está junto a nosotros cada día, ahora mismo. Esta Cuaresma será distinta si nos esforzamos en actualizar esa presencia divina en lo habitual de cada día.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
Encuentra.com
 


 

43 CLARETIANOS 2004

¡Cuerpos transfigurados!

No celebramos en este segundo domingo de Cuaresma la mortificación, la maceración del cuerpo, sino su transfiguración. Es también la fiesta del Corpus Christi, pero esta vez, del Corpus transfigurado, glorificado.

No acabamos de creernos que el cristianismo es la religión, o tal vez mejor, la fe del Cuerpo. Hoc est enim Corpus meum es la clave de nuestra filosofía de la vida, es nuestro mensaje-en-clave. Pero nos cuesta entenderlo y, casi imperceptiblemente, tendemos a des-corporeizar nuestra vivencia de lo corporal, a desencarnar nuestra comprensión de lo corporal.

¿Cómo acceder hoy al acontecimiento de la transfiguración del Cuerpo de Jesús, mientras oraba? Quizá el punto de partida deba ser nuestra experiencia del cuerpo, de nuestro cuerpo. Somos tal vez la única criatura viviente todavía imperfectamente adaptada a su cuerpo; ¡la única criatura que se avergüenza de su cuerpo! Incluso parece, a veces, que anhelamos esa otra etapa de la evolución en la que podríamos liberarnos de este cuerpo, tal cual lo hemos recibido. Sentimos la inadaptación de nuestro cuerpo cuando envejece, cuando arrastra más una pierna que otra, cuando el ojo comienza a no distinguir las formas o a lagrimear ante el heno recién cortado. Tal vez haya partes de nuestro cuerpo que no acabamos de aceptar: su falta de corpulencia, o una nariz o manos que nos parecen defectuosas, o una debilidad innata que nos impide resistir lo que quisiéramos, o un peso que nos parece excesivo o deficiente... Si a esto añadimos "cuerpos torturados, violados, heridos, humillados, hambrientos, enfermos....".

El culto al cuerpo, la búsqueda de la medicina que lo cure, lo reforme, lo transfigure... ¡está a la orden del día! El cuerpo humano pide, exige, se queja, se lamenta. No siempre tenemos a disposición los recursos necesarios para apaciguar sus ansias.

Y, a pesar de todo, nosotros los judeo-cristianos proclamamos que el cuerpo humano es imagen de Dios, algo así como una prolongación corpórea de lo divino, o mejor, tal vez, la "exposición de Dios": ¡en nuestros cuerpos, femenino y masculino, Dios se expone! Decía Schelling el filósofo idealista que "todo el cosmos extenso en el espacio no es otra cosa que la expansión del corazón de Dios". Se dice que en algunas partes del cuerpo está representado todo el cuerpo: ¡la reflexoterapia! También se dice que en el cuerpo humano está representado todo el cosmos: "en los ojos se encuentra el fuego; en la lengua, que forma el habla, el aire; en las manos que tienen en propiedad el tacto, la tierra; y el agua en las partes genitales" (Bernardo de Claraval).

En su tratado "Del Alma" Aristóteles sólo habla del cuerpo. ¿No parece extraño en el filósofo de la lógica? ¡Esa es precisamente su gran intuición! El cuerpo es "lo abierto", lo "no-cerrado" en sí mismo; el cuerpo no es prisión, sino camino de éxodo, extensión que parece ser casi infinita... ¡alma! también. El alma es el cuerpo en su misteriosa apertura. El cuerpo es el alma en su concreto inicio de expansión. Cuando mi cuerpo está bien, mejor, completamente sano, entonces todo él guarda silencio. Así definió Bichat la salud: "es la vida en el silencio de los órganos, cuando yo no siento mi estómago, mi corazón, o mis vísceras". Cuando enfermamos, o estamos a disgusto en nuestro cuerpo, aparecen en él las voces del lamento, la queja, el grito. ¡Se rompe el silencio de los órganos! Cuando el cuerpo entra en el silencio, en la oración contemplativa, es "casa serenada", entonces queda abierto a lo infinito, se muestra como alma.

El Cuerpo de Jesús entró en el silencio, en la oración contemplativa. Fue entonces cuando se transfiguró ante sus tres discípulos escogidos. Mostró su apertura al infinito y quedó transfigurado. Antes de que en Jerusalén, en la última Cena, Jesús dijera "Hoc est enim Corpus meum", los discípulos contemplaron la Gloria del cuerpo, el ajuste definitivo del Cuerpo. Ellos quedaron estupefactos. No entendían. No sabían lo que decían. Pero allí contemplaron el Cuerpo resucitado. No se trataba únicamente de la individualidad de Jesús. Su cuerpo "abierto" sería más tarde el Cuerpo "eclesial", el Cuerpo "eucarístico"; la resurrección individual de su Cuerpo formaría parte de la Resurrección de los Cuerpos.

Jesús transfigurado habla con Moisés y Elías. Se refieren a Jerusalén. Jerusalén es el espacio simbólico del cuerpo limitado, desajustado, corruptible. Jerusalén es el lugar simbólico de los cuerpos paralíticos y enfermos, de los cuerpos torturados y condenados a muerte. Jesús hablaba de Jerusalén con Moisés y Elías, profetas intérpretes del ansia liberadora de nuestros cuerpos.

Pero de nuevo se hace el silencio. Y quien habla es Dios, el misterio Abbá -desde la Nube-: Hoc est enim Corpus meum, "este es mi Hijo, escuchadlo", o lo que es lo mismo, "Este es el Cuerpo de mi Hijo, de mi Elegido, ¡escuchadlo!". El Cuerpo de Jesús habla a nuestros Cuerpos enfermos y desajustados. Conectando con Jesús nuestros Cuerpos oyen y contemplan su futuro, su vocación abierta, su llamada al reajuste.

El Dios de la Alianza no olvida a sus elegidos. Los cuerpos animales serán inmolados y partidos por la mitad. Los cuerpos de la Alianza serán resucitados y en ellos reflejará el Abbá toda su Gloria, su vitalidad, su belleza, su encanto.

El cuerpo humano es "imagen de Dios", es decir, una imitación de lo Inimitable, de lo Divino, es la visibilidad de lo Invisible. Igual que la pantalla no es imagen, sino el espacio en el que se proyecta y se expone la imagen que viene del proyector. El cuerpo humano es pantalla vacía que espera la venida de la Imagen. Y está llega cuando se proyecta, se encarna: et Verbum caro factum est! (Y el Verbo se hizo carne).

No es lícito destruir o torturar nuestro cuerpo con ayunos, sacrificios y mortificaciones. Este domingo nos pide que, más bien, lo liberemos de su cerrazón, de sus laberintos diabólicos o vicios, de todo aquello que lo mantiene secuestrado. Nuestro cuerpo está "a la espera" de la Promesa de la Alianza. Sale de su tierra para entrar en su verdadera y misteriosa Patria. Un día -quizá ahora anticipadamente- se proyectará en él, como en una pantalla silenciosa y vacía, el gran vídeo de Dios, que lo convertirá en cuerpo semejante a Él y, entonces escucharemos las palabras, dirigidas a nuestro cuerpo: "Tú eres mi hijo amado... mi escogido". Es cuando nosotros también podremos exclamar: Abbá, me diste un cuerpo... Aquí estoy para cumplir tu voluntad".

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES


44. 2004

LECTURAS: GÉN 15, 5-12. 17-18; SAL 26; FLP 3, 17-4, 1; LC 9, 28-36 

ESTE ES MI HIJO ELEGIDO, ESCÚCHENLO.

Comentando la Palabra de Dios

Gén. 15, 5-12. Dios quiere pactar con nosotros una alianza nueva y eterna, prometiéndonos dar la posesión, no de una tierra temporal y pasajera, sino la posesión de la Patria eterna, en la que Dios mismo sea nuestra herencia. Tal vez hayamos vagado muchas veces lejos del Señor. Tal vez al contemplar nuestra propia vida lleguemos a pensar que somos como desiertos salobres, tierra inhóspita e incapaz de ser fecunda. Pero para Dios nada hay imposible. Él llama a todos a la santidad. Él nos quiere a todos como poseedores de su Vida eternamente. Si le creemos a Dios no podemos centrar nuestra vida de fe sólo en algunas manifestaciones de actos de piedad. Nuestra fe en Él significará dejarnos conducir conforme a su voluntad, haciendo ya desde ahora nuestra su vida y trabajando por su Reino. Dios selló con nosotros esa promesa de salvación y esa Alianza, entregando su cuerpo y derramando su Sangre, mediante la cual se convierte para nosotros en Padre y nos ayuda a reconocernos como hijos suyos. Así nuestra vocación mira a ya no vivir para nosotros, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Creámosle a Dios; dejémonos salvar por Él; aceptemos ser y vivir como hijos suyos. Sólo entonces, por esa fe, el Señor nos tendrá por justos, pues hará su morada en nuestros corazones.

Sal. 26. El Señor nos conduce a la Paz, al descanso eterno. Pero mientras llega ese día hemos de trabajar denodadamente colaborando para que el Reino de Dios llegue a nosotros. Ciertamente no quedaremos libres de una infinidad de tentaciones y de persecuciones, que querrán derrumbar en nosotros nuestras esperanzas. Sin embargo, quien confíe en el Señor jamás quedará defraudado, pues Dios vela por aquellos que le viven fieles, escucha sus clamores y los libra de las manos de sus enemigos. Dios, ya desde ahora, nos hará ver su bondad y su misericordia. Dios está con nosotros, ¿quién podrá en contra nuestra, quién podrá hacernos temblar? Por eso armémonos de valor y fortaleza, confiemos en el Señor y cobremos ánimo, pues Él ha vencido al mundo. No perdamos nuestra unión con Cristo. Si Dios nos conduce por el camino del bien, entonces nuestros pasos estarán seguros, y aunque pasemos por un camino tenebroso el Señor nos conducirá a la posesión de la paz y de la alegría eternas. Que el Señor esté siempre con nosotros.

Flp. 3, 17-4, 1. La Iglesia está llamada a transparentar en el mundo el amor que Dios nos ha tenido en Cristo. No podemos ser sólo predicadores del Evangelio con los labios. Dios nos quiere como aquellos que aseguran que la encarnación del Hijo de Dios se sigue realizando entre nosotros, pues lo hacemos presente, nosotros, miembros de su Cuerpo, ya que Él es nuestra Cabeza. Ojalá y podamos decir a los demás que imiten nuestro ejemplo, pues caminando juntos tras las huellas de Cristo, nos encaminamos a nuestra eterna salvación. Por eso dejemos a un lado nuestros caminos de maldad. Volvamos a Dios para que Él nos santifique y nos haga obrar siempre el bien. Pues si en lugar de amarnos nos destruimos como bestias salvajes, si en lugar de preocuparnos del bien de los demás pasamos de largo ante sus pobrezas, enfermedades, sufrimientos y pecados, ¿cómo podremos decirle a los demás que imiten nuestro ejemplo como nosotros imitamos a Cristo? Que Dios nos conceda ser un signo creíble del Señor, que nos amó hasta entregar su vida por nosotros para el perdón de nuestros pecados.

Lc. 9, 28-36. No es sólo el estudio de la Palabra de Dios, ni la predicación de la misma hecha con elocuencia humana, lo que logrará que nuestro mundo se una con Dios y se transforme en Él. Hoy el Evangelio nos quiere hacer entender que sólo en la oración encontraremos el auténtico camino de conversión, pues entramos en una relación personal y amorosa con Dios; ante Él juzgaremos nuestra propia vida; y, si en verdad lo amamos, estaremos dispuestos a dejar que Él tome nuestra vida en sus manos y la transforme de pecadora en justa, para que seamos sus hijos amados, en quienes Él se complazca. Sólo a partir de una verdadera oración, hecha con sencillez y humildad, podremos encaminarnos hacia la salvación eterna, pasando por la cruz como signo del amor entregado hasta la muerte, buscando no nuestra gloria, sino la gloria de Dios.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

Los apóstoles escogidos por Jesús contemplaron por un instante la Gloria que Él posee como Hijo de Dios. Nosotros nos reunimos en torno al Resucitado para celebrar su Pascua. Él está ya glorificado eternamente. Y no sólo nos concede contemplar su Gloria, sino que nos hace, ya desde ahora, partícipes de ella, pues nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. No entramos en comunión con el Cristo temporal, sino con el Cristo glorificado. Por eso nuestra vida apunta constantemente a la santidad yendo de gloria en gloria. El Señor es quien nos transforma día a día, si en verdad Él permanece en nosotros y nosotros en Él. Por eso la participación en la Eucaristía no es sólo un acto de culto a Dios, es la aceptación en nosotros de su vida divina y es la decisión de dejarnos poseer por Él, de tal forma que desde nosotros el mundo pueda conocer, con toda claridad, el amor que Dios nos tiene y la vocación a la participación de la Gloria eterna a la que Él llama a la humanidad entera.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

Quienes nos llamamos hombres de fe; quienes en verdad nos esforzamos para que todos lleguen a ser hijos de Dios no podemos quedarnos constantemente en la oración tratando de buscar la voluntad de Dios. El Señor, en la oración, nos revela su plan de salvación, nos llena de la Gloria de su Espíritu, y nos devuelve a nuestra realidad de cada día para que, tomando nuestra cruz, colaboremos para que la salvación llegue a todos. No hay salvación sin oración y sin cruz. El Señor nos dirá que era necesario padecer todo esto para entrar en la gloria. Si queremos que nuestra vida personal, que nuestra familia y los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia sean cada vez más justos, más rectos, más dignos, debemos aprender a ser hombres de oración; con una oración sincera y comprometida para trabajar por el Reino de Dios entre nosotros. Recordemos, además, que no sólo serán nuestras palabras las que, desde la intimidad de la oración, le darán voz al Señor en medio de las realidades temporales, sino que ha de ir por delante nuestro ejemplo. Seamos rectos de tal forma que los demás puedan seguir, desde nosotros, las huellas del mismo Cristo, que nos amó y se entregó para santificar a su Iglesia y presentársela toda resplandeciente, sin arruga ni mancha, sino como digna esposa suya, para hacerla participar de su Gloria junto a su Padre Dios.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de dejarnos transformar por el Señor, de tal forma que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino que lo seamos en verdad. Amén.

www.homiliacatolica.com


 

45.

El mensaje de poder y consuelo de la Transfiguración, según el predicador del Papa

ROMA, viernes, 2 marzo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. - predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia del domingo, II de Cuaresma.

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Subió al monte a orar

II Domingo de Cuaresma
Génesis 15, 5-12.17-18; Filipenses 3, 17-4,1; Lucas 9, 28b-3


El Evangelio del domingo relata el episodio de la Transfiguración. Lucas, en su evangelio, dice también el motivo por el que Jesús aquel día «subió al monte»: lo hizo «para orar». Fue la oración la que hizo su vestido blanco como la nieve y su rostro resplandeciente como el sol. Según el programa explicado la vez pasada, deseamos partir de este episodio para examinar el lugar que ocupa en toda la vida de Cristo la oración y qué nos dice ésta sobre la identidad profunda de su persona.

Alguien dijo: «Jesús es un hombre judío que no se siente idéntico a Dios. No se reza de hecho a Dios si se piensa que se es idéntico a Dios». Dejando de lado por el momento el problema de qué pensaba Jesús de sí mismo, esta afirmación no tiene en cuenta una verdad elemental: Jesús es también hombre, y es como hombre que ora. Dios tampoco podría tener hambre y sed, o sufrir, pero Jesús tiene hambre y sed, y sufre, porque también es hombre.

Al contrario, veremos que es precisamente la oración de Jesús la que nos permite echar un vistazo al misterio profundo de su persona. Es un hecho históricamente comprobado que Jesús, en su oración, se dirigía a Dios llamándole Abbà, esto es, querido padre, padre mío, y hasta mi papá. Este modo de dirigirse a Dios, aún no del todo ignorado antes de Él, es tan característico de Cristo que obliga a admitir una relación única entre Él y el Padre celestial.

Escuchemos una de estas oraciones de Jesús, recogida por Mateo: «En aquel tiempo, Jesús dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar"» (Mt 11, 26-27). Entre Padre e Hijo existe, como se ve, una reciprocidad total, «una estrecha relación familiar». También en la parábola de los viñadores homicidas emerge claramente la relación única, como de hijo a padre, que Jesús tiene con Dios, diferente a la de todos los demás que son llamados «siervos» (Mc 12, 1-10).

En este punto surge en cambio una objeción: ¿por qué entonces Jesús no se atribuyó jamás abiertamente el título de Hijo de Dios durante su vida, sino que habló siempre de sí como del «hijo del hombre»? El motivo es el mismo por el que Jesús no dice nunca que es el Mesías, y cuando otros le llaman con este nombre se muestra reticente, o incluso prohíbe que lo digan. La razón de esta forma de comportarse es que aquellos títulos los entendía la gente en un sentido preciso que no correspondía a la idea que Jesús tenía de su misión.

Hijo de Dios eran llamados un poco todos: los reyes, los profetas, los grandes hombres; por Mesías se entendía al enviado de Dios que habría combatido militarmente a los enemigos y reinaría sobre Israel. Era la dirección en la que buscaba empujarle el demonio con sus tentaciones en el desierto... Sus propios discípulos no habían comprendido esto y continuaban soñando con un destino de gloria y de poder. Jesús no intentaba ser este tipo de Mesías. «No he venido -decía- para ser servido, sino para servir». Él no ha venido para quitar a nadie la vida, sino para «dar la vida en rescate de muchos».

Cristo debía antes sufrir y morir para que se entendiera qué tipo de Mesías era. Es sintomático que la única vez que Jesús se proclama Él mismo Mesías es mientras se encuentra encadenado ante el Sumo Sacerdote, a punto de ser condenado a muerte, ya sin posibilidades de equívocos: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios Bendito?», le pregunta el Sumo Sacerdote, y Él responde: «¡Yo soy!» (Mc 14, 61 s.).

Todos los títulos y las categorías dentro de las cuales los hombres, amigos y enemigos, intentan situar a Jesús durante su vida aparecen estrechas, insuficientes. Él es un maestro, «pero no como los demás maestros», enseña con autoridad y en nombre propio; es hijo de David, pero es también Señor de David; es más que un profeta, más que Jonás, más que Salomón. La cuestión que la gente se planteaba: «¿Quién es éste?» expresa bien el sentimiento que reinaba en torno a Él como de un misterio, de algo que no se conseguía explicar humanamente.

El intento de ciertos críticos de reducir a Jesús a un judío normal de su tiempo, que no dijo ni hizo nada especial, choca completamente con los datos históricos más ciertos que poseemos sobre Él y se explica sólo con el rechazo por prejuicios de admitir que algo trascendente pueda aparecer en la historia humana. Entre otras cosas, no explica cómo un ser tan normal se convirtiera (según los mismos críticos) en «el hombre que cambió el mundo».

Volvamos ahora al episodio de la Transfiguración para sacar de él alguna enseñanza práctica. También la Transfiguración es un misterio «para nosotros», nos contempla de cerca. San Pablo, en la segunda lectura, dice: «El Señor Jesucristo transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo». El Tabor es una ventana abierta a nuestro futuro; nos asegura que la opacidad de nuestro cuerpo un día se transformará también en luz; pero es también un reflector que apunta a nuestro presente; evidencia lo que ya es ahora nuestro cuerpo, por encima de sus míseras apariencias: el templo del Espíritu Santo.

El cuerpo no es para la Biblia un apéndice prescindible del ser humano; es parte integrante de él. El hombre no tiene un cuerpo, es cuerpo. El cuerpo ha sido creado directamente por Dios, asumido por el Verbo en la encarnación y santificado por el Espíritu en el bautismo. El hombre bíblico se queda encantado ante el esplendor del cuerpo humano: «Me has tejido en el vientre de mi madre. Prodigio soy, prodigios son tus obras» (Sal 139). El cuerpo está destinado a compartir eternamente la misma gloria del alma: «Cuerpo y alma, o serán dos manos juntas en eterna adoración, o dos muñecas esposadas por una maldad eterna» (Ch. Péguy). El cristianismo predica la salvación del cuerpo, no la salvación a partir del cuerpo, como hacían, en la antigüedad, las religiones maniqueas y gnósticas y como hacen aún hoy algunas religiones orientales.

¿Pero qué decir a quien sufre? ¿A quien debe asistir a la «desfiguración» de su propio cuerpo o de un ser querido? Para ellos es tal vez el mensaje más consolador de la Transfiguración: «Él transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo». Serán rescatados los cuerpos humillados en la enfermedad y en la muerte. También Jesús, de ahí en poco tiempo, será «desfigurado» en la pasión, pero resurgirá con un cuerpo glorioso, con el que vive eternamente, con quien la fe nos dice que iremos a reunirnos después de la muerte.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]