45 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO II DE CUARESMA
(19-28)

 

19.

Dios lo pone casi todo. Dios promete y qué promesas. Saca al hombre como sacó a Abrahan de sus limitaciones y le hace contemplar espacios infinitos cuajados de estrellas. "Dios entra en la definición del hombre como rompedor de límites y fronteras" (R. Garaudy).

El viejo Abrahan, siempre insatisfecho, escuchó palabras redondas que superaban con creces sus deseos, superaban, incluso, sus sueños. "Cuenta las estrella, si puedes. Así será tu descendencia". "Te daré en posesión esta tierra".

Para reírse. Para temblar. Jesús nos dará también en posesión esta tierra del Tabor, esa tierra en la que se está a gusto con Dios. Dios no sólo promete sino que se compromete con el hombre. Dios se compromete con su sangre. La sangre del cordero "sangre de la Alianza nueva y eterna". Es una Alianza de sangre. Es un pacto de muerte: "hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén".

.......

Para algunos, ser ciudadano del cielo es estar en las nubes; es "pasar" de las cosas de la tierra, es ser un angelista, un espiritualista, desarraigado del momento y de las circunstancias en que vive, sin compromisos concretos, sin preocupaciones por las cosas y las personas.

No creo que este tipo de cristiano lo tuviera en la mente san Pablo, sino todo lo contrario. Cuando san Pablo recomendaba que deberían ser ciudadanos del cielo estaba pensando en unos hombres de cuerpo entero que proyectan su vida desde los valores de Dios, que no rehuyen ninguna responsabilidad.

En la Cuaresma acompañamos a Jesús que sube a Jerusalén. Pero el sentido de la Cuaresma es la Pascua de Resurrección, el sentido del camino que sube a Jerusalén no es la muerte sino la vida.

Para que no nos olvidemos nunca de ello nos detenemos en la montaña y nos embobamos en la gloria del Señor resucitado, y para que este sentido se realice en nuestra vida descenderemos al valle, en el que se nos ocultará el rostro radiante de Jesús, pero seguiremos adelante con fidelidad hasta que todo se cumpla.


20.

1. "Hablaban de su muerte».

Esta lectura del relato de la transfiguración según Lucas es la única que nos dice algo sobre el contenido de la conversación del Señor transfigurado con Moisés y Elías: hablaban de la muerte de Jesús; por tanto del acontecimiento capital de la redención del mundo. En función de esto hay que interpretar toda la escena. Jesús se muestra transfigurado ante sus discípulos, porque ya les había anunciado su muerte. La voz del Padre que viene del cielo, y designa al Hijo como el escogido, alude también a su acto redentor en la cruz. Y cuando al final los discípulos ven de nuevo a Jesús solo, saben cuánta plenitud de misterio se oculta en su simple figura, pues todo esto: su relación con toda la Antigua Alianza, su relación permanente con el Padre y el Espíritu, que en forma de nube ha cubierto también con su sombra a los discípulos, representantes de la futura Iglesia, se encuentra incluido en él. Su transfiguración no es una anticipación de la resurrección -en la que su cuerpo será transformado de cara a Dios-, sino, por el contrario, la presencia del Dios trinitario y de toda la historia de la salvación en su cuerpo predestinado a la cruz. En este cuerpo de Jesús queda definitivamente sellada la alianza entre Dios y la humanidad.

2. « Un terror intenso y obscuro cayó sobre él».

En el monte de la transfiguración los discípulos primero se caen de sueño y después tienen miedo. Es eso lo que sucede cuando Dios se acerca tanto al hombre. La primera lectura se remonta a la primera conclusión de la alianza, que se realiza en una primitiva ceremonia entre Dios y el patriarca Abrahán. La promesa del Señor se había producido anteriormente, al igual que en el evangelio la predicción de la cruz había precedido a la transfiguración. La confirmación de esta promesa de Dios se produce en una ceremonia arcaica (atestiguada también en otros pueblos), pero lo esencial aquí es el sueño profundo que invade a Abrahán y el terror (intenso y oscuro), signos ambos de lo numinoso del acontecimiento, el cual, al igual que la transfiguración de Señor, remite esencialmente al cumplimiento de la promesa de Dios: la donación de la tierra y la amplitud del reino. Estos dos acontecimientos no están cerrados en sí mismos, sino que remiten al pasado y al futuro.

3. «Somos ciudadanos del cielo».

La segunda lectura pone toda la existencia humana en esta provisionalidad, que ahora, como la transfiguración, remite al futuro. El que está instalado en lo carnal es un «enemigo de la cruz de Cristo». Pero el que sigue a Cristo, lo aguarda del cielo, del que el cristiano es ya ciudadano por adelantado. Y el cielo no es un lugar sin mundo, sino el lugar donde nuestra «condición humilde» se transformará «según el modelo de su condición gloriosa», y donde el mundo del Creador recibirá su forma última y definitiva como mundo del Redentor. Aquí nosotros estamos definitivamente integrados en la alianza corporal entre Dios y la creación en Jesucristo, que encarna en sí mismo esta alianza entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 231 s.


21.«AMADA EN EL AMADO TRANSFORMADA»

El hombre se debate, a lo largo de su vida, en su constante anhelo de transformación. El niño quiere ser joven, el joven quiere llegar a mandar. El alevín de ciclista sueña en ser campeón del mundo. El solista del colegio se ve siendo un divo de la Opera. Y todos quisiéramos irnos transformando en aquella figura que admiramos.

El evangelio de hoy nos cuenta cómo Pedro, Santiago y Juan vivieron y participaron en aquella «transfiguración» de Jesús. No cabe duda que el suceso les impactó, ya que Pedro, en nombre de ellos, quiso perpetuar la escena: «¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos tres tiendas!» Pero, más que hacer elucubraciones sobre el hecho, yo quiero subrayar un detalle: «mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió...».. Eso es: «Mientras oraba». En nuestro siglo pragmático, eficacista y dinámico, ¿qué aprecio se hace de la oración? El hombre que corre de aquí para allá de la mañana a la noche, en una rueda de activismo imparable, ¿qué piensa de eso que llamamos «orar»? Es más, quienes nos podemos considerar profesionales, o casi, de la evangelización, a la hora de la verdad, ¿qué lugar asignamos a la oración dentro de nuestro variopinto y apretado organigrama de reuniones, charlas, conferencias y anteproyectos de proyectos?

El hombre que se recoge en reflexión -mirando hacia dentro- está en el buen camino. Está poniendo las premisas del clásico y provechoso método del «ver, juzgar y actuar». La ascética y la mística cristiana nos han llevado siempre a ese terreno, conscientes de que un «verse a sí mismo», en la presencia de Dios y ante el modelo inigualable de Jesús, desembocará necesariamente en un «juzgar» saludable. En efecto, la palabra de Dios, filtrándose lentamente en mi interior, nos iluminará, nos interpelará y nos ayudará a «juzgar». Y ese «juzgar», a su vez, de no ser muy inconscientes e inconsecuentes, nos llevará a «actuar». El examen de conciencia, suele llevar al dolor de corazón. Y el dolor de corazón al «propósito de la enmienda».

No estaba hecha «a tontas y a locas», aquella distribución de las horas del día que solíamos tener en nuestros seminarios y centros de formación. Por la mañana, a primera hora, «meditación». Al mediodía «examen particular de conciencia», sobre una virtud a conseguir o un defecto a extirpar. «Lectura espiritual», a media tarde, de libros sesudos y ascéticos: «La vida interior», «El alma de todo apostolado», «Ejercicios de perfección y virtudes cristianas»... Y, por la noche, antes de dormir, examen general de conciencia. No eran simples modos de cubrir huecos en un horario y en una época poco propicios a la variedad. Eran convencimiento profundo de la necesidad de tener «encuentros» con Dios y con uno mismo, a través de la reflexión. ¿para qué? Para ir escalando en la transformación personal de nuestro personal Tabor. Imitación y seguimiento, en una palabra, de ese Jesús que, «mientras oraba, se transfiguró».

En épocas posteriores hemos descubierto, por supuesto, la riqueza inmensa de la liturgia como «fuente de espiritualidad». La vivencia de los sacramentos es beber del más claro manantial transformante, sin duda. Pero la oración, como constante ejercicio de búsqueda de Dios, puede llevarnos, como quería Teresa de Jesús, en su Castillo Interior, a escalar las «más altas moradas». O a «transformarnos en El», como cantaba Juan de la Cruz en su Noche oscura: «Amada en el Amado transformada».

ELVIRA-1.Págs. 207 s.


22. MIEDO A LA CRUZ CZ/RV/A-D:

Jesús necesita que sus discípulos crean en él. Jesús les da signos suficientes para que se fíen de él, pero hay algo por lo que éstos no pasan: la cruz. La cruz es demasiado. Después de un anuncio muy serio sobre su muerte, dice el evangelio que Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan a lo alto de un monte y allí se transfiguró ante ellos dejándoles ver su gloria. Entre el miedo y el asombro, Pedro pide quedarse allí; la visión les gusta, pero les asusta volver a la realidad.

VD/CZ: Hay que decir una vez más que la cruz de Jesús no la decide su Padre. La cruz la deciden sus enemigos. Jesús puede evitar la cruz, pero eso supone renunciar a revelar a los hombres el amor de Dios. Dios revela su amor allí donde los hombres revelan su odio. En este mundo, y ya para siempre, la verdadera vida es la que arranca de las cruces de los buenos. Dios no es el que pone este precio de la cruz al amor, sino que Dios es el primero que paga en la cruz el amor que salva.

Pablo nos habla hoy de los enemigos de la cruz. Los primeros fueron los discípulos de Jesús y detrás de ellos todos nosotros y en todas partes: en la calle, en el hogar, en el templo; en el corazón de cada hombre y en el miedo de cada santo.

Sabemos muy bien donde está la verdad y la mentira, la luz y la oscuridad; pero nos horroriza el paso siguiente, el próximo crucificado. Para pecar contra la cruz de Cristo no hace falta hacer algo malo, basta con estarse quieto aunque sea rezando.

Jesús explica a los suyos allá arriba que la luz procede de la cruz, que toda salvación pasa por un amor inevitablemente crucificado. No son las cruces injustas las que dan luz y salvación, sino los injustamente crucificados a causa de su obediencia y de su amor al bien y a la verdad.

Hay crucifixiones heroicas, como la de Cristo y las hay menudas que explican, actualizan y perpetúan la de Cristo. Los que entienden de cruces saben que lo malo no está en el trance final, cuando te clavan; ahí ya se encargan de todo los verdugos: lo malo es cuanto tú tienes que ser tu propio verdugo en tu corazón para que no se dé la vuelta, para que no mire atrás y se te quede en la oscuridad. El gozo que parece impulsar a los que se acercan al calvario es verdadero; lo peor ya lo pasaron en el huerto cuando, pudiendo huir, dijeron: "hágase tu voluntad".

(aime CEIDE
ABC/DIARIO DOMINGO 13-3-1992


23.

Frase evangélica: «Éste es mi Hijo, el escogido: escuchadlo»

Tema de predicación: LA GLORIA DE DIOS

1. Según el Antiguo Testamento, la «gloria» es el peso de un ser y su renombre, su esplendor y su belleza. Fundamentalmente, es un atributo de Dios que refleja su poder y esplendor. La gloria humana no siempre es reflejo de la gloria de Dios. Dios manifiesta su gloria de dos modos: con sus maravillas y con sus epifanías. «Gloria» es, pues, sinónimo de salud, de salvación, de resurrección.

2. Todo el ministerio de Jesús es un camino hacia la gloria, que apareció por vez primera en la Navidad y que volvió a mostrarse en la Transfiguración, acaecida entre dos anuncios de la Pasión, cuando sus discípulos lo reconocen como Mesías. Los testigos de la transfiguración de Jesús son los mismos que los de su agonía. Los sinópticos sitúan la escena de la transfiguración de Jesús después de las tentaciones. Tras el desierto, la montaña; tras el oscurecimiento, la gloria; tras la soledad, la compañía; tras la noche oscura, la visión mística. La transfiguración de Jesús es, sencillamente, la manifestación de su gloria en el ministerio público. Es la contrapartida del desierto.

3. Transfigurarse es transformar gloriosamente la figura deformada. El Cristo desfigurado de la Pasión se llena de la gloria de la resurrección. Para manifestar este mensaje hay que entender «lo alto de una montaña» como lugar de retiro y de oración; los «vestidos blancos», como transformación personal; «Moisés y Elías», como las Escrituras proclamadas en comunidad; las «chozas», como signo de la presencia de Dios; la «nube», como la oscuridad de la vida; y la «voz», como la palabra de Dios.

4. En nuestra vida cristiana podemos entrever cuatro momentos, de acuerdo con la escena de la Transfiguración: la subida a la montaña (decisión a tomar), la manifestación de Dios (encuentro personal), la misión confiada (vocación aceptada) y el retorno a la tierra (misión en el mundo).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Tenemos experiencia de retiro y de oración?

¿Cómo relacionamos nuestra vocación cristiana con nuestra presencia en el mundo?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 254 s.


24. Sobre la primera lectura: DIOS SUFRE POR NOSOTROS

La lectura del segundo domingo de cuaresma pertenece a los fragmentos de tradición más antiguos de la Biblia; en sus elementos fundamentales, podría remontarse a la época antes de la toma de posesión de la tierra santa por los hebreos. El lenguaje figurado, lleno de misterio, opera de una manera casi pagana sobre nosotros y, a primera vista, puede parecer un tanto extraño que la iglesia nos presente unas afirmaciones tan raras en la lectura del domingo. Pero el que se fije con mayor profundidad en estas palabras, puede observar cuán adecuadamente se ajusta lo dicho con el tema fundamental de la cuaresma, a saber, el misterio de Cristo crucificado.

En primer lugar, el hecho referido es bastante importante: se trata de la estipulación de la alianza, al principio de aquel «testamento» divino que luego se prolonga en Moisés y que encuentra su nueva y definitiva figura en Cristo. Esta alianza se realiza de la manera que correspondía a los usos jurídicos de entonces y que representaba la más alta forma de sellar un contrato: se dividían unos animales y el contratante pasaba por medio de los trozos separados. Esto representaba una maldición sobre sí mismo en el caso de la ruptura del contrato, la asociación de la propia vida a la palabra dada. El gesto quería decir: así como les ha ocurrido a estos animales, me suceda también a mí, si quebranto esta alianza, en ese caso, yo también, como estos animales, debo ser partido en pedazos. El hombre asocia su vida a su fidelidad. Juega a la carta de la palabra que vale para él más que la vida. Así se describe, en la fe de Abrahán, la forma fundamental de la fe de los mártires: la fe merece la pena que yo sufra por ella; la fe merece que se viva y se muera por ella.

Sin embargo, este es un aspecto y ciertamente el más fácil de comprender de nuestro texto. Luego se dice que Abrahán cayó en un profundo sueño; para ese sueño, se utiliza la misma palabra que se emplea cuando se habla del sueño de Adán, cuando se narra la creación de la mujer. Tal sueño significa el hacerse sordo para el mundo que nos rodea; y, al mismo tiempo, un hundirse a través de todas las capas del ser hacia aquella profundidad en la que el hombre se pone en contacto con su origen y con el fundamento de todas las cosas. En esta misteriosa profundidad, Abrahán ve algo curioso y excitante: apareció una hornilla humeante y un fuego llameante que pasó por entre las mitades de las víctimas.

Estos son símbolos de Dios: en lo controlado y a la vez peligroso de la hornilla y del fuego se halla representado, como en clave, el Dios al que no se puede captar en ninguna imagen. Esto significa: también Dios realiza el rito del juramento, la asociación de su destino a esa alianza. También él está dispuesto a darse a sí mismo en favor de esa alianza y a comprometerse en su fidelidad con vida y muerte. Pero, a primera vista, esto debía parecer algo monstruoso y absurdo: ¿cómo iba a padecer Dios y cómo debía morir y cómo podía asociar su destino, con palabras de asentimiento, a un hombre? Ahora bien, la cabeza llena de sangre y de heridas del Cristo crucificado es la respuesta a esta pregunta. En él se verificó esta realidad inimaginable: el hombre es digno del sufrimiento de Dios. Dios hace que su fidelidad le cueste su Hijo, y su propia vida. Él se deja despedazar como aquellos animales, él incluso se convierte en el cordero del sacrificio, cuyo cuerpo es despedazado en la pasión el día de viernes santo y entregado en manos de la muerte. Dios no juega con nosotros; él asoció su destino a su fidelidad y, de esta manera, a nosotros.

En la visión de Abrahán, se estableció asimismo la primera estación del vía-crucis en el cuerpo de la historia. Ella debe en este día llegar a nuestro corazón: ¿no es efectivamente un venturoso mensaje que Dios dependa de esa manera de su creatura, del hombre, de nosotros, de mí mismo? ¿Puede ser para nosotros una amenaza o un peligro cualquier poder del mundo si él nos ama de esa manera? ¿Pero no debe ser esto a la vez un revulsivo a nuestra indiferencia, a nuestro tibio cristianismo, que exige de nosotros una auténtica conversión?

JOSEPH RATZINGER
EL ROSTRO DE DIOS
SÍGUEME. SALAMANCA-1983..Págs. 80 s.


25.

Este domingo no debe ser un duplicado de la fiesta de la Transfiguración del Señor (celebrada el día 6 de agosto). La predicación, los cantos, las moniciones, etc., no pueden olvidar el contexto cuaresmal y se tiene que insertar aquí la narración evangélica de Lucas, especialmente en conexión con el pasado domingo.

La liturgia considera las tentaciones de Jesús en el desierto y la transfiguración en lo alto de la montaña como dos momentos particularmente interesantes para la catequesis cuaresmal. Relacionados con los momentos culminantes de la historia de la salvación, es decir, con la pasión y la resurrección del Señor, el episodio de las tentaciones viene a ser como una prefiguración de la pasión, de cuyos sufrimientos Jesús salió vencedor, mientras que la transfiguración es un preludio de la Pascua, de la gloria de Cristo resucitado. Los dos episodios, por tanto, son temas importantes para la preparación de los fieles en vista a la celebración de la próxima Semana Santa.

- FE Y OSCURIDAD

Abraham es presentando -bien lo sabemos- como el padre de los creyentes. La primera lectura de hoy nos narra la alianza que Dios hace con él proclamándole un anuncio y una promesa. El primero: "Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia" y la segunda: "A tus descendientes les daré esta tierra, desde el río de Egipto al Gran Río Éufrates".

Efectivamente, de la descendencia de Abraham nacerá Jesucristo, quien, como auténtico judío, hablará de él como un padre de su pueblo. Abraham era importante en la imaginación religiosa de los judíos, los cuales creían que las almas buenas de los difuntos eran llevadas a descansar a su regazo. Aún así, ya Juan Bautista, y después el mismo Jesús, advertirán que no basta ser o llamarse hijo de Abraham para ser justificado ante Dios, sino que es necesario ser como él, y, en primer lugar hace falta tener lo que caracterizó a Abraham: su fe.

La liturgia cuaresmal nos propone reflexionar sobre nuestra fe, una fe en unas grandes promesas, una fe que algunas veces pasa por unas noches de verdadera oscuridad e incluso de terror -como nos narra la lectura de hoy-, pero una fe a la que no le faltan motivos de credibilidad y que procede de la luz de la gracia.

- CIELO Y CUERPO

San Pablo pone en guardia a los cristianos de Filipos frente a aquellos que son contrarios a la cruz de Cristo ya que todo lo que aprecian -aun bajo la capa de una vida religiosa- son valores terrenales.

En este punto, el apóstol anuncia el rasgo más genuino de la persona cristiana: "Somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador... que transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo". Por tanto, la salvación de Cristo es realmente cósmica -todo el universo- por lo que no sólo nuestra alma es objeto de la salvación, sino también nuestro pobre cuerpo.

Este tiempo cuaresmal es un momento propicio para tomar conciencia en la fe de nuestro cuerpo y de su destino, así como de su papel en la vida espiritual, que no pude descuidar la corporalidad. Si nos dejamos aleccionar por la liturgia aprenderemos que también nuestra carne reza y glorifica al Señor.

En la carta apostólica Orientale Lumen del papa Juan Pablo II leemos estas bellísimas palabras: "El cristianismo no rechaza la materia, la corporalidad, que queda valorizada en la acción litúrgica, donde el cuerpo humano muestra su íntima naturaleza de templo del Espíritu y se une al Señor Jesús, también él hecho carne para la salvación del mundo... La liturgia revela que el cuerpo, a través del misterio de la Cruz, se encuentra en camino hacia la transfiguración, la pneumatización: sobre el Tabor, Cristo lo ha mostrado resplandeciente, tal como el Padre quiere que vuelva a ser" (n.11).

J. GONZÁLEZ PADRÓS
MISA DOMINICAL 1998, 4, 7-8


26.

- Reconocer a Dios como Señor de todo y de todos

Decíamos el pasado domingo que profesar la fe significa reconocer a Dios como Señor de todo y de todos. Ahora acabamos de escuchar unas lecturas que nos transmiten la experiencia de fe de diversos testigos que reconocen a Dios:

Abrán reconoce a Dios como interlocutor comprometido con una alianza que le hará padre de un gran pueblo; los tres apóstoles que suben con Jesús al monte reconocen en aquel que camina a su lado al Señor de la gloria; san Pablo, en la segunda lectura, expresa la fe en que el Señor glorioso, por su muerte y resurrección, también transformará nuestro cuerpo.

- Dios como interlocutor

La experiencia de Abrán es importante para nosotros porque necesitamos referencias como pueblo creyente. Necesitamos raíces. Y Abrán es nuestro padre en la fe: "Abrán creyó en el Señor", y por eso el Señor lo hizo justo.

Este pasaje de hoy de la historia de Abrán nos aporta, en concreto, que el patriarca reconoce a Dios como el que es buen interlocutor y con el que se puede pactar. Alguien que es fiel a la alianza. Este es el sentido del rito que nos narra el libro del Génesis. Reconocer a Dios como Señor pasa, por tanto, por el trato personal, confiando en su palabra. Podemos preguntarnos si de verdad nuestra fe en Dios pasa por el diálogo con él, escuchando y leyendo su Palabra, hablando con él en la oración, fiándonos de la promesa que hizo a su pueblo.

- Jesús, el hombre compañero de camino, es el elegido por el Padre, es el Señor glorioso

El testimonio de los apóstoles es este: en la persona de Jesús han experimentado la gloria de Dios.

Debía resuItar difícil interpretar y transmitir la experiencia de la transfiguración. Tuvieron que vivir todo el proceso, hasta la experiencia de la Pascua, para poder hablar: "por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto". Por eso nos podemos sentir reflejados en ellos. También nosotros estamos en el camino y vivimos de la fe, no de haberlo visto todo claro. Y en el camino seguimos a Jesús, hombre de fe, en quien Dios se ha manifestado plenamente: "Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle". Pero nos hemos de preguntar si de verdad es así; pues nos podría suceder que sólo nos quedáramos en el seguimiento de un Jesús histórico, simple modelo de conducta a imitar. De hecho, ¡ya es mucho si le imitamos! Pero no tendría demasiado sentido estar ahora aquí, a punto de recibir el sacramento que es memorial de su muerte y resurrección, y alimento en nuestro camino de fe. Nuestra relación con él no se reduce, por tanto, a un esfuerzo voluntarista de imitación sino que supone un abrirse a recibir su Palabra y la gracia de sus sacramentos. Abrirse, también, a recibir su acción transformadora de nuestro estilo de vida.

- Nosotros somos ciudadanos del cielo

Creer en la muerte y resurrección de Jesucristo, el Señor, comporta consecuencias en el estilo de vivir. No por simple imitación. Sino porque nos ayuda a valorar las cosas de diferente manera.

San Pablo nos ha recordado que los hay que con su forma de vida "andan como enemigos de la cruz de Cristo". Quiere decir que no han creído que Cristo nos hará participes de su glorificación, de la resurrección "de nuestro cuerpo humilde".

Hemos de reconocer que no es fácil vivir la pobreza de la propia realidad tan débil y frágil; realidad no sólo referida al propio cuerpo, en el sentido restringido de la palabra, sino referida a todo lo que llevamos entre manos, realidades que se nos estropean en el momento menos pensado. Somos débiles. Y no podemos pretender vivir como si no lo fuéramos. Creer en la cruz y en la resurrección de Jesucristo no significa vivir como si no fuéramos frágiles, sino asumir nuestra fragilidad como lo hizo Jesús, que tenia su meta en el Padre, que miraba más allá de la propia limitación, y se fiaba de que Dios actuaría a través de aquella carne mortal, a través de su cruz.

Creer en el Dios de Jesucristo comporta creer en el Dios que actúa por medio de la pequeñez, de la debilidad. Y comporta también vivir asumiendo humildemente nuestra propia pequeñez como el lugar en que Dios actúa, como hiciera en Belén, como hiciera en el Calvario, como hace -ahora y aquí- en la sencilla realidad de un pan partido y repartido para todos.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 4, 11-12


27.

Domingo segundo de cuaresma

Dios se le aparece a Abrán y él le escucha y cree en el Dios que le habla, en el Dios que el no logra ver. Y a través de un rito de alianza Abrán pone toda su confianza en el Señor del Antiguo Testamento. El rito de la alianza que Dios va a sellar con Abrán es la que le va dar la garantía de que su descendencia será como las estrellas del cielo. Aquí tiene sus raíces más hondas un pueblo que va vivir en torno a aquella alianza realizada en el pasado.

"Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo" será el compromiso que constantemente el pueblo de Israel estará recordando en los momentos en que pierdan el rumbo indicado.

La fe de Abrán es puesta a prueba y Dios basa su promesa en la tierra: ¡la tierra prometida! El proyecto que Dios tiene con el pueblo es que este pueblo crezca en dignidad, que tenga un espacio vital para vivir. Un pueblo sin tierra es imposible que viva. Por eso Israel tenía en su proyecto inmediato llegar a la tierra de la promesa, para que ésta fuera habitada por la descendencia innumerable que Dios le había prometido al padre en la fe. Abrán huye de su tierra por la realidad de violencia que se vivía en Mesopotamia, y se encuentra con una realidad nueva, la realidad que le propone el Dios Yahweh que se le aparece: una comunidad humana en la que la base sea la justicia social y donde no haya desigualdad, un pueblo en el que haya tierra para todos. El naciente pueblo de Israel tiene esa experiencia de Dios, de un Dios cuya gloria consiste en la vida digna de sus hijos: como dirá siglos más tarde Ireneo de Lyon, &laqnola gloria de Dios consiste en que el ser humano vida».

Dios en el Antiguo Testamento busca la humanización de sus hijos todos. Y este mismo es el objetivo del proyecto que el Nuevo Testamento nos presenta. Ahora, en el Nuevo Testamento, todo gira en torno a la persona y a la obra de Jesús quien se ha convertido en el fundamento de la fe para quienes han aceptado su vida, muerte y resurrección como norma de Vida Nueva.

El escritor de la carta a los Filipenses nos presenta al cristiano como un hombre o una mujer que es miembro de un pueblo santo donde todos tienen cabida y donde no existen las diferencias entre las personas. El cristiano debe caminar a la dignificación total y real de sus hermanos. Dios nos ha creado en dignidad y por lo tanto debemos caminar conscientes de que nuestra vida debe ir mejorando hasta que Dios manifieste plenamente su gloria en nosotros sus hijos.

Lucas coloca el relato de la transfiguración -como Marcos y Mateo- antes de la llegada a Jerusalén. En el acontecimiento de la transfiguración se muestra clara la gloria plena de Jesús, el enviado del Padre. El acontecimiento de la transfiguración anima la vida de los discípulos para que la muerte del Mesías, ya tan de cerca, no acabe con la esperanza del pueblo de los santos de los elegidos.

Es importante detenernos en los que aparecen en el relato transfigurados al lado de Jesús. Nos cuenta el Evangelio que a su lado aparecen Moisés, quien recibió la ley o decálogo. Y Elías el profeta, de quien se escribió que debía volver antes de que llegara el día de Dios. Esto le da a Jesús todo el respaldo: Moisés, por el peso que esta figura ejercía en la tradición judía, y Elías, por representar la realidad que antecede a la llegada del Reino de Dios.

La gloria del Padre, que en el pasado era bastante nebulosa, a veces no entendida, es revelada ahora en Jesucristo, y es manifestada plenamente ahora para que todos los que en él coloquen su esperanza no queden defraudados. Aunque esta manifestación de la gloria de Jesús es verdadera, será plena y definitiva en la Parusía, en la realidad del Reino de Dios. Allí <<ole veremos tal cual es».

No sabemos cuál sea el contenido materialmente histórico de este realto teológico, ni es importante conocerlo; este relato del evangelio, en efecto, no está escrito tanto "para que sepamos" un dato material de la vida de Jesús, cuanto para alimentar nuestra fe, "para que creamos" de un modo determinado.

Lo que en el sentido profundo se describe en el texto es una vivencia fundamental para toda peersona humana, y lo fue sin duda para Jesús: la necesidad de transcender la superficie de las cosas y captar su sentido hondo. En un momento privilegiado de gracia, los discípulos pudieron acceder a una visión más profunda de lo que significaba aquél Jesús humilde que les acompañaba. Y eso les dió ánimos y les fortaleció para continuar la "subida a Jerusalén".

La fe es la que opera esa "transfiguración"; por ella la vida real, tantas veces chata y sin relieve, rutinaria o hasta decepcionante, se trasfigura, mostrándonos su sentido, su trasfondo de dimensiones divinas, hasta revelarnos -como captó Bernanos- que "todo es gracia"... Ante esa visión uno se extasía y siente el deseo de detenerse a contemplar y saborear. Pero los momentos privilegiados son excepciones; a lo largo del camino hacia Jerusalén hay pocos montes Tabor. La fe es la que debe suplir y hacer habitual en el fondo del corazón la gracia excepcional del monte Tabor, incluso cuando lleguemos al monte Calvario.

Oración comunitaria:

Dios Padre nuestro, que, en Jesús, tu Hijo predilecto, has querido salir de un modo explícito al encuentro de la humanidad, para mostrarle el Camino, la Verdad y la Vida. Ayúdanos a escucharLe, a acoger su propuesta. Y concédenos que, con la fuerza que nos da la fe en El, podamos transfigurar y mirar de un modo nuevo la realidad diaria. Por N.S.J.

Para la oración de los fieles:

-Para que el Señor nos ayude a limpiar nuestra mirada y a educar nuestros ojos para ser capaces de transfigurar la realidad y ver el sentido divino que la habita...

-Para que el Señor sostenga nuestra fe, nos haga dignos de este don y no nos deje caer en la desorientación o el sinsentido de la vida...

-Por todos los hombres y mujeres que buscan y no encuentran el sentido para sus vidas; para que Dios se les haga encontradizo y entregándose a El alcancen la felicidad a la que están destinados...

-Para que seamos testigos de esperanza ante nuestros hermanos, pero siempre con la humildad de quien ofrece un don gratuito y no un mérito propio...

-Para que seamos personas contemplativas, que acostumbran a saborear la presencia de Dios que se oculta en la realidad pero se descubre en la oracion...

Para la reunión de comunidad o grupo bíblico:

-Estamos en un tiempo sin utopías, donde todo se compra y se vende y se calcula fríamente... ¿Qué mensaje nos trae el símbolo de la transfiguración a este tiempo de mirada tan corta?

-Hoy día se insiste en la necesidad que todos tenemos de abundar en pensamientos positivos, de complacerse en el lado agradable de las situaciones, de tener una sana autoestima personal... frente a una tradición ascética que interpretaba todo eso como debilidad o falta de reciedumbre. ¿Podría interpretarse en este sentido la actitud de Pedro ("hagamos tres tiendas...)? ¿Podría decirse que Dios quiere también que "hagamos nuestra tienda" para detenernos a saborear contemplativamente el sentido positivo que la fe nos da?

Para la revisión de vida

-"Este es mi hijo predilecto, escúchenle": ¿puedo decir que el proyecto fundamental de mi vida es una acogida y obediciencia a la revelación que el Padre nos ha hecho en su Hijo Jesús, su predilecto? ¿Trato de escuchar cada día la voz de Dios en el ejemplo de Jesús?

-Hay momentos en la vida en los que necesitamos ver más allá, captar el sentido profundo de lo que hacemos, para llenarnos de energía; ¿necesito hacer un alto en el camino y subir al monte Tabor?

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


28.

TRAS LA NOCHE VIENE EL DIA

1. Después del diluvio, los hombres decidieron construir una torre muy alta para alcanzar el cielo, sin Dios. Yahvé confundió su lengua y la torre se llamó Babel. Y Yahvé dispersó por toda la tierra a los hombres, que se fueron multiplicando hasta llegar a Abraham. El Señor llamó a Abraham y le dijo: "Sal de tu tierra. Haré de tí un gran pueblo. Con tu nombre se bendecirán los pueblos de la tierra". Abraham sale de una tierra, Ur, y entra en otra, Canaán, que sólo recorre, porque aún no la posee. Sale de la tierra de la humanidad dispersa, y entra en la tierra, posesión de un pueblo futuro, que va a nacer otra vez del Creador. Así es como hemos salido nosotros de la tierra de la dispersión y hemos entrado en el pueblo nuevo de Dios por el Bautismo. La humanidad de Babel quiere realizarse sin Dios, los cristianos seremos hechos grandes con Dios y por Dios.

2. El mundo actual quiere construir la ciudad sin Dios y está consiguiendo confusión y ruina. "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles"(Sal 126,1). Abraham ha salido de una ciudad, de la humanidad, para originar el pueblo nuevo que retorne a la ciudad, a la humanidad, como fermento y como sal capaz de incorporar a toda la humanidad en el pueblo nuevo.

El pueblo nuevo que engendre Abraham, tendrá como principio la confianza en Dios y la obediencia a sus mandatos, y esto es lo que le distingue de Babel Génesis 12, 1.

3. Jesucristo transfigurado es la imagen de nuestra vocación a la luz de la vida inmortal. Jesús ha ido anunciando a sus discípulos que ha de fracasar y que le han de matar. Pero, como esa sólo es la parte negativa de la Pascua, en la Transfiguración les anticipa su Resurrección.

Como Jesús, antes de nuestra resurrección y participación de su vida incorruptible, hemos de pasar por el Calvario de nuestra vida y de nuestra muerte.

4. Jesús en el monte se transfigura entre Moisés y Elías. Pedro quiere quedarse allí: "Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!" Mateo 17,1. ¡Qué diferente esta expresión de Pedro de la que ha pronunciado poco antes, cuando Jesús les ha anunciado su pasión y su muerte! Y es que la cruz sólo se entiende desde la transfiguración. Y sólo desde ella se tienen ánimos para aceptar la cruz.

5. Pero hemos de bajar del monte. Hemos de pasar por Getsemaní y subir al Calvario: Pedro tiene que pasar también por la negación. En el Calvario Jesús, en vez de Elías y Moisés a su lado, tendrá dos ladrones. Pero al tercer día resucitará. Creo, Señor, pero aumenta mi fe.

6. "El Señor tiene puestos sus ojos sobre sus fieles para librar sus vidas de la muerte" Salmo 32.

Eso es lo que acrecienta nuestra confianza, saber que él nos cuida y nos salva, que está actuando en nosotros y en la historia siempre, por cerrado que se nos presente el horizonte, y aunque el misterio sea oscuro como la noche oscura y como el túnel tenebroso. Sabemos que al final del túnel y al término de la noche, nos aguardas tú, Señor, iluminando el horizonte con luces claras de amanecer blanquísimo de eternidad dichosa. Saber que nos esperas tú para enjugar nuestras últimas lágrimas y para hacernos entrar al banquete de tu Reino, donde no hay luto ni llanto ni dolor, porque el primer mundo ha pasado. "Porque Jesucristo ha destruído la muerte y ha sacado a la luz la vida inmortal" Timoteo 1, 8.

7 Vida que vamos a pregustar en el sacramento de la Vida y de la caridad de nuestro Dios, que viene a trabajar en nuestra alma como hábil ingeniero de virtudes y de santidad. A quien ayuda María, la Madre y Corredentora, que suple todas nuestras deficiencias e imperfecciones.

J. MARTI BALLESTER