REFLEXIONES

 

1. ISAAC/J

Situación.
En el segundo domingo de Cuaresma se puede encontrar un elemento que une las distintas líneas de las lecturas: la cruz en el horizonte, el anuncio de la muerte salvadora de Jesús.

El sacrificio de Isaac ha sido siempre, en varios sentidos, figura del de JC. La fidelidad de Abrahán le lleva hasta estar dispuesto a entregar a su hijo, porque él entendía que ése era el camino que Dios le invitaba a seguir; como JC, en Getsemaní, se dispone a seguir el camino que el Padre le pide, a pesar de toda la angustia de aquel momento; el salmo anuncia que Dios (como hizo con Abrahán) no quiere la muerte sino la vida y se convierte así, al mismo tiempo, en anuncio de la victoria definitiva sobre la muerte.

La segunda lectura recoge el tema con otras imágenes: como Abrahán no dudó en entregar a su hijo, Dios ha amado tanto al mundo que tampoco ha dudado en entregar a su Hijo (cf. d. IV de Cuaresma). La bendición que tenía como mensajero a Abrahán, ahora tendrá como mensajero al propio Dios: será una bendición absoluta.

Y el evangelio de la transfiguración es un anuncio de que la muerte de JC será gloriosa. La escena se sitúa después de que Pedro confiese (entendiéndolo mal) a JC como Mesías, y que JC anuncie la pasión. La transfiguración será entonces una experiencia profunda de JC, compartida con los discípulos, de que aquel camino de muerte es el camino de Dios: aquel que camina hacia la muerte es el Hijo amado de Dios. Su camino es el único camino que hay que escuchar y seguir.

El prefacio propio de este domingo glosa adecuadamente este contenido, que este año, en Marcos, presenta un elemento peculiar: los discípulos no entienden lo que pudiera significar "resucitar de entre los muertos": como no podían imaginarse que JC tuviera que morir, no podían encontrarle sentido hablar de resurrección.

La homilía puede ser hoy un anuncio de hacia dónde va nuestro camino cuaresmal: hacia la cruz, hacia el ser capaces de reconocer en la cruz de Jesús salvación y vida. Por una parte, habría que presentar el realismo de la entrega de Jesús: la angustia de Getsemaní, y la disponibilidad para seguir hasta el fin el camino de Dios que él descubría entre oscuridades, como había hecho también Abrahán. En la escena de la transfiguración aparece un JC que domina bien la situación (la escena quiere mostrar la gloria de la cruz), pero ello no quita que la cruz sea totalmente real y dramática (cf. las escenas anteriores, en 9. 31-38, con la dureza de la confrontación de Pedro y la reflexión subsiguiente).

Y a partir de ahí habría que invitar a la fe en esa muerte que es luminosa. La muerte, el dolor, el mal, están presentes en la vida de los hombres. No los produce Dios: no quiso que Isaac muriera, aunque Abrahán creía que esa muerte era voluntad divina. Lo que Dios ha hecho ante esto ha sido vivir toda la situación de debilidad humana con un amor total, con una entrega total: ha atravesado las oscuridades de nuestra condición iluminándolas con lo único que realmente produce luz: el amor. Y la cruz, que culmina esa entrega amorosa, es la mayor oscuridad iluminada por la luz más grande. Así, Dios ha destruido el maleficio que destruía la historia humana, y ha abierto un camino. La salvación, para nosotros, será creer muy firmemente que ése que muere en la cruz es realmente el Hijo amado de Dios, y al mismo tiempo escucharlo, es decir, vivir muy intensamente nuestra debilidad humana buscando sólo la fuerza del amor y de la entrega servicial (y cada uno sabrá cómo se lo concreta personalmente).

J/ABRAHAN: Un elemento complementario que puede ayudar hoy es la comparación entre el sacrificio de Abrahán y el de Jesús. Una de las claves de la escena de Abrahán es la crítica del escritor sagrado a la práctica de los sacrificios humanos que entonces se estilaba en Palestina. Abrahán cree de buena fe que Dios le pide la muerte de su hijo, pero Dios le aclara que no es ésa su voluntad, sino más bien lo contrario: Dios da vida, y quiere que Abrahán sea origen de un pueblo de gentes fieles a esta vida. Y el sacrificio de JC será, en definitiva el momento culminante de esa fidelidad a la vida: JC dedica toda su existencia a dar vida, amor, solidaridad; y, si tiene que llegar hasta la muerte, no es porque la desee, o porque Dios le mande que muera, sino porque no quiere echarse atrás en este proyecto vital; serán los que quieran destruir ese proyecto, los que van a matarlo.

La vida cristiana nunca será, por tanto, el cumplimiento esforzado de unas leyes que se suponen impuestas por Dios (y menos aún la exigencia a otros del cumplimiento de esas leyes), sino la búsqueda cada uno, del propio camino de entrega fiel de la propia existencia a Dios y a los hombres sabiendo que este camino estará siempre lleno de oscuridad y también de ambigüedades.

J. LLIGADAS
 MISA DOMINICAL 1988, nº 5


2. FE/ESCANDALO: 

-LA LINEA DE LA ALIANZA

Hoy, con la figura de Abraham, adquiere una fuerza especial el tema de la Alianza en nuestra preparación cuaresmal a la Pascua.

ALIANZA/QUÉ-ES. Sería bueno que los predicadores leyeran algo (por ejemplo el Vocabulario de Teología Bíblica, de León-Dufour) para profundizar en este tema fundamental de la Alianza, hilo conductor de la Historia de la Salvación. Se trata del carácter dialogal de la salvación, de la llamada de Dios a la comunión de vida con El, del compromiso en la respuesta del hombre. Todo ello ha sido comparado en la Biblia a la alianza matrimonial. La Alianza no se acaba en unas normas o en un decálogo: es relación interpersonal entre Dios y su Pueblo.

a) Después de la Alianza con Noé (domingo pasado), hoy vale la pena destacar la figura de Abraham, "padre de los creyentes": su radical obediencia y fe en Dios, a pesar de todas las dificultades. La fe de este hombre fue ya antes sometida a prueba: la marcha de su tierra y sus posesiones, el abandono de su religión pagana, la esterilidad de Sara... Ahora es la Alianza misma la que entra en crisis: la promesa que Dios le hiciera de tener un hijo parece seriamente comprometida. Pero Abraham cree en Dios. No valora tanto la promesa y sus beneficios: se fía de la persona de Dios y cree contra toda esperanza. Su obediencia le hará escuchar de nuevo la solemne promesa de la bendición sobre él, y, a través de su descendencia, sobre todos los pueblos.

b) En Cristo Jesús se realiza en plenitud la Alianza y la promesa de salvación universal. Cristo es el anti-tipo, el cumplimiento verdadero de las figuras de Noé o de Abraham. El sacrificio de Cristo en la Cruz es el sello de la Nueva Alianza, la definitiva. Y dice Pablo que es también la mejor prueba del amor salvador que Dios nos tiene, aunque parezca paradoja. Si no "perdonó" a su Hijo (referencia a Isaac) ¿cómo nos va a negar algo? La obediencia de Jesús, su entrega a la muerte por solidaridad con los hombres, es la garantía mejor de que también nosotros podemos responder "sí" a la oferta de vida nueva por parte de Dios. Y su resurrección de la muerte es la prueba del amor del Padre, que a El y a nosotros nos traslada a una nueva existencia. ¿Quién nos puede separar de ese Amor-Alianza? c) En un tiempo en que toda clase de alianzas entre nosotros (tanto las políticas como las matrimoniales) aparecen tan frágiles y efímeras, el himno de Pablo es un canto gozoso a la fidelidad de Dios a su Alianza, manifestada en la Pascua de Cristo. Pero a la vez constatamos las dificultades que nosotros tenemos, en nuestra debilidad, para serle fieles a El.

Sería bueno que hoy habláramos ya de las promesas bautismales que renovaremos en la noche de Pascua. La noche en que celebramos la Muerte y la Resurrección de Cristo, es también cuando nos comprometemos de nuevo a vivir conforme a su Nueva Alianza. El camino cuaresmal-pascual es así un empeño de renovación en lo más radical del cristianismo. No se trata de unas mortificaciones más o menos, sino de todo un programa de cambio, de lucha contra el mal, de aceptación profunda de la nueva vida, que no es fácil ni cómoda en el mundo actual.

-LA LINEA DEL MISTERIO PASCUAL.

El otro gran tema de la Cuaresma de este año es el misterio Pascual de Cristo. El sacrificio de Isaac prefigura el de Cristo. Monte Moria y Monte Calvario. Y en el fondo, la Alianza y la Salvación que Dios ofrece.

Pablo presenta a este Cristo, muerto y resucitado, como signo del amor de Dios, a la vez que de la obediencia de los hombres.

La perspectiva justa para entender la escena de la Transfiguración es también ésta: la mirada hacia la muerte salvadora del Siervo. Jesús con Moisés y Elías, hablando de lo que "va a suceder en Jerusalén". La gloria entrevista es una garantía para la difícil fe de los discípulos, que va a ser sometida (como tantas veces la nuestra) a una prueba impensable: la muerte trágica del que creen Salvador y Liberador.

Los apóstoles no entienden: es un aspecto que Marcos resalta. Como la fe de Abrahán lucha contra todas las apariencias humanas, los discípulos no saben de qué habla Jesús. Y sin embargo éste es el estilo de la salvación que Dios ofrece: en el escándalo de la cruz está la liberación verdadera. Los apóstoles prefieren una gloria fácil, a base de éxitos. Cristo presenta la liberación a través de la entrega total de su vida como el Siervo, en medio de la paradoja trágica y el fracaso de la cruz.

El camino pascual -el programa cuaresmal- es serio. Pasa por la prueba y la tentación y el cansancio y la duda. La fe es proyecto y camino. Y a veces, escándalo. La Cuaresma y la Pascua nos convocan a un seguimiento de un Cristo difícil: no acaramelado y "útil", sino luchador, entregado a la muerte, porque ha tomado en serio la solidaridad con los demás y la fidelidad al Padre.

También nosotros, para ser fieles a esta vida nueva que Dios nos ofrece, tendremos que sacrificar algún "hijo Isaac"...

-LA EUCARISTÍA CELEBRA LA ALIANZA Y LA PASCUA

Si se ha insistido en el tema de la Alianza, es fácil conectar con la Eucaristía, que es el sacramento de esta Alianza Nueva, participación en la sangre del Siervo, Jesús, derramada por todos, la Sangre de la Nueva Alianza entre Dios y nosotros.

Además cada Eucaristía es la renovada aceptación de la Palabra de Dios como criterio de vida: se cumple el "éste es mi Hijo: escuchadle".

Si la línea que se sigue es la del Misterio Pascual, no hay momento más privilegiado que la Eucaristía para integrarnos a ese camino de Muerte y Resurrección de Cristo: Celebramos el memorial de su Pascua.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1985/05


3. PROGRESO/SALVACION

El hombre siente en lo más profundo de su propio yo el deseo de realizarse como persona. En esa realización de suyo encuentra su "consistencia", su seguridad, su plena satisfacción de saberse realizado, su llenura. Esta misma constatación a nivel personal la descubrimos en el plano colectivo de la humanidad. La historia humana con sus logros y conquistas va tomando conciencia de su propio valer, de su "consistencia". Pero esta consistencia del hombre y de la historia tiende a la absolutización, a considerar como definitivo lo hasta ahora alcanzado, y paralizar una ulterior búsqueda y realización. Y por esto mismo, tiende a resistirse al señorío de Dios en Cristo. Es esencialmente ambigua. Tiende a confundir la realización del hombre y de la historia con la salvación total; la realización humana, que es relativa e inacabada, con la liberación definitiva y absoluta de Jesucristo. No acaba, por consiguiente, de aceptar la espera del "todavía no", inherente a toda consecución histórica. La salvación de Cristo, que tiene que ver con las realizaciones liberadoras del hombre y que está en el fondo de todas ellas, no se identifica cabalmente con ninguna de esas consecuciones.

SV/LIBERACIONES: Cristo, en el Tabor, realiza una denuncia y un anuncio. Denuncia de cualquier realización humana que se entiende a si misma como definitiva. "Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías" (Mc. 9, 5). Anuncio de un futuro que todavía no ha llegado, pero que se hace presente en la esperanza, anticipándose como motivo del quehacer humano en la historia. Anuncio del misterio pascual: muerte y resurrección. Esta esperanza, en la que se vive el futuro, nos mueve a la responsabilidad y compromiso en el mundo, porque este mundo no está acabado, no está plenamente realizado, ya que "esta" realización concreta -personal o social- no es la salvación definitiva, aunque está sometida al señorío de Dios en Jesús. Se habrá llegado al fin, cuando acontezca la victoria definitiva de Jesús, el Señor, sobre los poderes de este mundo.

El mensaje de la transfiguración de Cristo cierra el paso a todo inmovilismo, a todo triunfalismo satisfecho por lo ya conseguido, a toda consecución paralizante de la dinamicidad que lleva consigo la esperanza de lo definitivo, y desafiante del señorío de Dios en Cristo.

D/SEÑORIO: No acepta el señorío de Dios el hombre que, complacido en sus consecuciones y realizaciones, cualesquiera que éstas sean, se considera plenamente acabado, cerrando así todo futuro posible como enriquecedor de su persona, porque absolutiza el fruto de su quehacer. Rechaza el señorío de Dios la sociedad que, habiendo alcanzado una situación determinada de desarrollo económico, de orden, paz y tranquilidad, mejores que en etapas anteriores de su existencia, se sitúa como perfecta y definitiva, provocando el inmovilismo e impidiendo toda consecución ulterior, por considerarla "desordenada", peligrosa y mala. Esta sociedad se ha divinizado, y ha olvidado la obediencia al "único" Señor, como exigencia básica de la fe. No puede ni llamarse, ni hacerse llamar cristiana.

EUCARISTÍA 1973/20


4. J/PERSONALIDAD.

Hoy, Pedro, Santiago y Juan viven una experiencia inolvidable. Una experiencia que Pedro, locuaz como siempre, se encarga de resumir en una sola y expresiva frase: ¡Qué bien se está aquí! Y creo que ninguna otra frase hubiera podido resumir mejor la situación de los apóstoles en ese momento.

Lejos de la gente, solos en el monte, vieron de repente al Maestro transfigurado, con sus vestidos blancos como la nieve, con un resplandor inexplicable y con unos invitados de honor, Moisés y Elías, que conversaban con El. Todavía más. De repente, una nube los cubrió y una voz majestuosa aseguró a los asombrados apóstoles que aquel hombre que se había transfigurado en su presencia. Aquél por el que ellos, con una intuición maravillosa, habían dejado casa, familia y redes, era ni más ni menos que el Hijo amado de Dios, al que había que escuchar atentamente.

Ciertamente que la escena del Tabor debió ser imborrable para los apóstoles que la vivieron. Es muy posible que, andando el tiempo, cuando las cosas se pusieran feas, cuando llegaran los momentos oscuros y dolorosos, cuando pareciera que la elección que habían hecho era vana y que todo con lo que habían soñado se desvanecía en la nada más absurda, es posible que entonces Pedro, Santiago y Juan recordasen en el silencio de su corazón esta escena del Tabor que la Iglesia pone hoy delante de nuestros ojos y sacaran de ella nueva fuerza para continuar sin arredrarse en el camino que un día emprendieron en las orillas del lago, respondiendo con prontitud a la llamada de aquel Hombre del cual habían oído decir, con toda claridad, que era el Hijo de Dios, al que había que escuchar.

Pero yo quisiera fijarme, dentro de lo maravilloso de la escena, en la exclamación de Pedro: ¡Qué bien se está aquí! Todos hemos dicho alguna vez esta frase y la hemos pensado en muchas ocasiones. Ha sido, por ejemplo, en un atardecer tranquilo después quizá de un día agitado; o con aquella persona con la que hemos sido capaces de estar en silencio porque tenemos con ella una auténtica compenetración; o tal vez contemplando un paisaje... En variadas ocasiones es posible que hayamos exclamado: ¡Qué bien se está aquí!, y hayamos pensado, como Pedro, que deberíamos quedarnos allí para siempre, tal cual estamos.

A mí me gusta pensar que, al lado de Jesús, los apóstoles se encontraron bien, que experimentaron el deseo de permanecer siempre como estaban, de no volver a la realidad diaria, de quedarse con el Señor al entrever, siquiera fuera ligeramente, la grandeza y la belleza que la transfiguración ponía en El.

Es misión de los cristianos presentar al mundo un Jesús con el que el hombre se encuentre bien, un Jesús con el que dé gusto estar, con el que a uno le apetezca quedarse un rato a charlar, a cambiar impresiones, a revisar los problemas grandes y pequeños de la vida diaria. Es misión de los cristianos presentar a un Jesús "transfigurado", Hijo predilecto de un Dios que es amor, justicia, comprensión, omnipotencia y misericordia y otras muchas cosas.

J/DEFORMADO: Sin embargo, en un repaso de la historia del cristianismo, no está de más preguntar si efectivamente hemos conseguido presentar al mundo a este Jesús transfigurado, junto al que se está bien, o lo hemos presentado "deformado", consiguiendo un efecto contrario al que consiguió la experiencia del Tabor. Repasando mentalmente la historia no está de más pensar si los hombres han podido conocer, a través de lo que los cristianos les hemos dicho o enseñado, a un Jesús nacido en el silencio, forjado en el anonimato y capaz de recorrer el mundo sin tener dónde reclinar su cabeza y rodeado de gente del pueblo, de esa gente a la que a veces contemplamos con mirada de conmiseración; no estará de más preguntarnos si los hombres han podido conocer a un Jesús que no impone su seguimiento, sino que lo ofrece con total sencillez; a un Jesús que trae un mensaje nuevo que se resume en pocas pero efectivas palabras: amar a Dios y al hombre en el que tenemos que encontrarlo.

O, por el contrario, han conocido a un Jesús opulento, impresionante por su magnificencia externa, copiada de los grandes de la tierra, que se impone por la fuerza, que es intransigente; han contemplado un Jesús que en lugar de transmitir un mensaje liberador, que trasciende la ley, aparece rodeado de códigos, jerarquías y autoridad; han conocido, en fin, a un Jesús junto al que no se encuentran bien y del que prefieren separarse.

Tenemos que ser sinceros al preguntarnos cómo los cristianos estamos o hemos estado presentando a Jesús al mundo, porque de la sinceridad y la humildad con que lo hagamos depende, como es natural, que rectifiquemos cuanto haya que rectificar para no "deformar" la imagen de Cristo, quitándole ese especial atractivo que tiene cuando uno, aunque sea de lejos, penetra en el verdadero estilo de Cristo: ese estilo que, cuando lo hemos visto encarnado en algún hombre (donde digo hombre, léase mujer), nos ha conquistado para siempre y, desde luego, nos ha hecho exclamar, como a San Pedro: ¡Qué bien se está aquí!

ANA MARÍA CORTES
DABAR 1985/16


5. VISIÓN GLOBAL.

1. "Después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria" (prefacio). Este es el sentido que tiene la transfiguración en los sinópticos y por eso la leemos el segundo domingo de Cuaresma: se va de la prueba a la transfiguración, que es el cumplimiento definitivo de la promesa. El primer y segundo domingos dibujan, pues, el movimiento pascual.

2. En la primera lectura encontramos la prueba de Abrahán: porque es vivida en la fidelidad, desemboca en la renovación de la alianza, es decir de la promesa. El paralelismo con la transfiguración continúa con el dualismo muerte-vida, a través de la muerte. (El relato, impresionante, reclama ser bien leído. Sugeriría leerlo íntegro, sin los cortes que establece el leccionario.

3. La segunda lectura se mueve también en la misma órbita. Como un nuevo Abrahan, Dios -el Padre- entrega a su Hijo a la muerte por todos nosotros, haciéndole compartir nuestra condición y penetrar en nuestra historia, llena de egoísmo y maldad: los hombres le matan para desembarazarse de él. La muerte física no le es ahorrada: el Padre no le salva milagrosamente de la cruz a pesar de la plegaria del Hijo (Mc 14, 36), a pesar de las burlas de los enemigos (Mc 15, 31-32). Desde entonces, Jesús es "el que murió" y "el que resucitó".

4. Jesús es "el-Hijo-entregado-por-nosotros": cuando nace; cuando va por los caminos de Palestina anunciando la Buena Nueva del reino de Dios y curando a los enfermos; cuando muere; cuando resucita; y, ahora, que "está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros". "Dios está con nosotros": "¿Cómo no nos dará todo con él?". El texto, de una fuerza extraordinaria, continúa en un crescendo hasta el v. 39 y estalla en confesión de fe.

5. El salmo expresa la confianza plena: "Tenía fe, aun cuando dije: "¡Qué desgraciado soy!. Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas". Por eso, "caminaré en presencia del Señor en el país de la vida".

6. Los textos de hoy constituyen una fuerte unidad. Que su riqueza no nos haga perder de vista que es la transfiguración la que marca la tónica de la celebración.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1991/04


6. HISTORIA DE LOS PATRIARCAS: HT/PATRIARCAS 

La segunda parte del libro del Génesis es la "historia de los patriarcas" (cfr. 12, 50). Antiguos comentaristas vieron en estos capítulos del Génesis un cúmulo de leyendas populares sobre los antepasados. Hoy se toma ya mucho más en serio el carácter histórico de estas narraciones. En realidad, se trata de una serie de tradiciones mantenidas a lo largo del tiempo en la memoria del pueblo y recogidas por escrito durante el siglo VIII a. de C. En las culturas primitivas la escritura jugó un papel mucho más modesto que en las culturas avanzadas. En aquellos tiempos, los hombres mantenían tenazmente el recuerdo vivo de las tradiciones familiares. Textos tan extensos como los Vedas de los indios se transmitieron a lo largo de los siglos oralmente.

Los pueblos nómadas han conservado su cultura hasta nuestros días, a través de la enseñanza oral, llegando a alcanzar una fuerza retentiva verdaderamente extraordinaria. A. Musil dice de algunas tribus árabes de la Transjordania: "Los niños aprenden muchas cosas en torno a la hoguera del campamento. Los hombres se sientan alrededor del fuego... y todos escuchan con gran atención lo que uno y otro van narrando de las tradiciones de la tribu o de la familia, cómo van contando genealogías o alabando las gestas de sus antepasados". Naturalmente, no hay que esperar que tales narraciones se ocupen de todos los detalles, sin dejar grandes vacíos cronológicos, pero lo verdaderamente importante se recuerda con fidelidad.

La historia de los patriarcas debió conservarse así y debió ser ya una tradición formulada antes de la salida de Egipto. Es muy probable que Moisés realizara ya una compilación de todas estas tradiciones populares.

EUCARISTÍA 1970/16


7. 

"...Vamos a hacer tres chozas...".

Extraño destino el de Pedro "proyectista". Se diría que no da una. Poco antes, cuando Cristo revela el itinerario que conduce al Calvario, tiene la pretensión de trazar para el Maestro, un camino "distinto", no siendo capaz de captar que el camino está ya trazado anticipadamente por Dios.

Propone la instalación de tres tiendas , sin darse cuenta de que la nube está más adaptada para este fin.

Interpreta la visión como una señal de reposo (y quiere organizarse en tal sentido) mientras ésta constituye una señal de partida, una invitación a caminar (mientras él no está preparado).

No tenemos que escandalizarnos si aquí se añade otro rasgo característico del discípulo: además de ser "alguien que no entiende" (un tema que vuelve una y otra vez en el evangelio de Marcos) es también "uno que no sabe lo que dice".

No. No es cuestión de humillar al discípulo. Sencillamente se trata de precisar y corregir continuamente su posición respecto de las palabras del Maestro.

"Escuchadlo". Auténtico discípulo es el que sabe lo que dice el maestro.

ALESSANDRO PRONZATO
 EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987. Pág. 57


8. Rm/08/32

-"No perdonó a su propio Hijo"

El drama del Monte Moría no terminó sin víctima. Por allí apareció un carnero, como si del mismo cielo fuera bajado, que fue ofrecido en lugar del hijo.

La imagen es bien fácil. Ya Orígenes la desarrolla bellamente en una de sus homilías, con lujo de detalles. Lo de Abrahám e Isaac es sólo una sombra. El verdadero Abrahám que no perdonó a su único Hijo es Dios Padre. El verdadero Isaac, obediente y ofrecido sobre la leña o el madero es Jesús. o mejor, Jesús es el verdadero cordero que había de ser inmolado en vez de Isaac y de todos los hijos de los hombres. Jesús, el que había de ahorrar a Isaac y a todos los hijos de los hombres cualquier tipo de condenas y de esfuerzos sangrientos, librándoles incluso del amargor de la muerte. "¿Dónde está muerte tu aguijón?" (ICor. 1 S, SS). "Y esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo" (Hb.7, 27).

Misterio del amor de Dios. ¿Quién puede medir lo que es inmenso? ¿y qué podemos decir, qué podemos hacer sino cantar las misericordias del Señor y "ofrecer sacrificios de alabanza"?.

-¿Dónde queda el Tabor?

Pero la pregunta es dónde queda el Tabor. Los dos montes, Tabor y Calvario, están muy cerca. Son como dos vertientes de la misma montaña. La cruz y la gloria son una misma realidad. En el Tabor se hablaba de lo que el Hijo había de padecer. En el Calvario el Hijo alcanzaba la gloria más grande. En el Tabor Jesús se transfiguraba por un momento delante de tres discípulos. En el Calvario Jesús se transfiguraba definitivamente delante de todo el pueblo. En el fondo Tabor y Calvario son dos ritmos del mismo y único misterio pascual. Poco importa que el Tabor sea anticipo de la Pascua o lectura post-pascual. La transfiguración es una y espléndida, vista en dos tiempos. Tensión o conjunción de los dos montes significativos: eso es la Pascua.

-Nuestro hijo primogénito

Las batallas en lo alto del monte no han terminado. ¿No tienes algún hijo primogénito que ofrecer, algún hijo único que te pida el Señor? Es la condición para llegar a ser transfigurados.

Hijo primogénito es nuestra mayor ilusión, aquello de lo que no queremos desprendernos por nada en el mundo, fruto quizá de muchos trabajos y grandes sacrificios, el ídolo secreto del corazón. ¡Tantos y tan distintos hijos idolatrados! Desde el capricho por una cosa o la pasión por un equipo hasta la veneración por un ídolo o el apego a una persona. Puede ser tu afición más grande, tu vicio más enraizado, tu amor más apasionado, tu hobbi más divertido, tu ilusión más acariciada, tu ideal más defendido. Quizá tu aureola, tu gracia, tu ambición, tu tesoro, tu saber, tu carisma, tu salud, tú.

Y entonces puede Dios intervenir y pedirte el sacrificio de ese hijo. Algo de todo eso que se te viene abajo o que tú tienes que ofrecer. Puede que sea el Señor, quien te pide: un puesto o una misión concreta que hay que cambiar; quizá la salud o la propia reputación, que se resiente; tal vez un amigo o un afecto, que se aleja; puede ser un futuro acariciado, cada vez más oscuro; o puede tratarse de la paz del espíritu, cuando en lo más hondo del alma todo parece enfriarse y entenebrecerse.

Es entonces cuando tienes que fijarte en Jesús y en Abrahám. Tendrás que ofrecerte "sin abrir la boca". Tendrás que dirigir con decisión el cuchillo hacia la víctima que se te pida en sacrificio. Tendrás que inmolar el hijo único o el hijo primogénito, si quieres llegar a plenitud y ser padre de hijos incontables. Y entonces será para ti el Tabor.

CARITAS
UN PUEBLO POBRE
CUARESMA 1985.Pág. 30 s.


9. J/MU/CAUSAS CZ/VD

-Jesús no buscó la Cruz

Jesús no buscó la Cruz, sino que buscó el Reino; por buscar el Reino se encontró con esa Cruz que le regalaron aquéllos a los que el Reino y su justicia les molestaba tanto. Jesús nunca buscó la Cruz, a pesar de tanta poesía romántica que afirmaba que Jesús abrazó su Cruz con gran ternura y cariño. Decir eso será muy poético, pero es herético. Jesús abrazó con ternura y cariño la causa de Dios: la fraternidad de los hombres, el Reino entre nosotros. Pero Jesús no era ningún desviado masoquista, enamorado de instrumentos de tortura y ejecución. A Jesús la Cruz se la dieron otros, como un regalo envenenado; pero él nunca se la regaló. Y a los discípulos de Jesús que trabajan por el Reino les pasa exactamente lo mismo: siempre hay quienes están dispuestos a regalarles una Cruz que acabe con sus vidas. Una cruz, una bala, una calumnia, una excomunión, una persecución implacable... Siempre es igual, siempre es un regalo de otros que se sienten incómodos ante el Reino y sus avances.

-La Cruz, un regalo para los trabajadores del Reino

Y es que la Cruz surge allí donde hay un cristiano comprometido por llevar adelante el ideal del Reino, por hacerlo realidad, por desenmascarar todo lo que se opone al Reino y acabar con ello. La Cruz es la reacción de los hijos de las tinieblas contra los hijos de la Luz, es su mecanismo de defensa. La Cruz, la verdadera Cruz, es fruto de vivir como discípulo (quizá por eso algunos tuvieron que inventarse sucedáneos). La Cruz es el certificado de garantía de que uno trabaja por el Reino, de que uno es discípulo de Jesús.

-La Gloria, el regalo último y definitivo

Pero la Cruz ni es ni puede ser el último regalo hecho a los servidores del Reino. Y Dios es quien tiene la última palabra, quien hace a los suyos el último y definitivo regalo: el de la vida, el de la gloria, el de la Transfiguración.

Así, la Cruz nos pone en la pista del camino para llegar a la gloria, pero la Gloria es la que da sentido a la Cruz. Dos caras de una misma y única moneda, totalmente inseparables. Así, ahora sabemos cuál es la meta a la que nos lleva este camino que estamos recorriendo en la Cuaresma: a la Cruz... y a la Gloria.

Este es el miedo que nos puede entrar en determinados momentos, como es perfectamente lógico y comprensible (no olvidemos la escena del huerto de los olivos); pero ésta es también la esperanza que nos mueve a no echarnos para atrás ante el miedo a la Cruz.

LUIS GRACIETA
DABAR 1994/17


10. MONICIÓN

Hermanos: En este segundo domingo de Cuaresma vamos a interiorizar un poco más el concepto de la alianza de Dios con los hombres. La alianza es mucho más que una bella expresión: es el ofrecimiento que Dios nos hace de su hijo, y es la ofrenda que los hombres debemos hacer de nuestra vida en favor de todos los hermanos.

Este domingo se abre con el signo de la montaña, la alta montaña que el hombre debe subir a lo largo de toda su existencia para encontrarse consigo mismo, con Dios y con su prójimo. Esta montaña es nuestro calvario, la dolorosa subida que nos conduce a nuestra total realización.

Como Abraham, como los apóstoles y como Jesús, ascendamos hoy a la montaña que nos levanta por encima de la vida rutinaria, para descubrir, día a día, nuevos destellos del Reino de Dios.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978. Págs. 33


11.

Una nueva penitencia cuaresmal

El tiempo cuaresmal nos introduce en el misterio del amor de Dios y hace que de nuestra vida broten deseos de reparar nuestra ingratitud ante las gracias recibidas. Tres medios nos recomienda la Iglesia para vivir esta inmersión profunda en el espíritu de conversión: la oración, que nos sumerge en la mirada paterna de Dios; la limosna, que nos pone ante la mirada sufriente de los pobres; y el ayuno, que nos recoge frente a la mirada sincera de nosotros mismos. Los tres medios hemos de vivirlos con sinceridad, profundidad y creatividad. No es suficiente el barniz convencional de un cumplimiento meramente legal. Desde lo que Dios se merece y lo que nuestras posibilidades nos permiten, hemos de buscar nuevos caminos para la mortificación cuaresmal, más acordes con los nuevos lujos, caprichos y consumos de nuestro tiempo. Sólo una pequeña muestra es la llamada a ver menos televisión y a seleccionar los programas con criterios que reflejen mejor nuestras convicciones religiosas; también lo es la muy recomendada invitación de los Obispos de Bilbao a vivir durante un mes en la cuaresma con el salario mínimo y a entregar lo restante a los pobres.

Estos dos ejemplos de un nuevo ayuno y una nueva limosna son sólo una pequeña muestra, que ha de estimular nuestra creatividad y generosidad.

Amadeo Rodriguez


12.

Caminar ante el Señor 

El estribillo del salmo responsorial parece expresar un buen propósito cuaresmal. Dice "Caminaré en presencia del Señor". Podemos examinarnos a ver si vivimos así. Las lecturas ayudan a discernir si se va por los caminos del Señor,.

La primera lectura presenta la peregrinación de Abrahán que, con toda seguridad, caminaba en presencia del Señor. Es toda una lección de ir contra viento y marea hacia un aparente absurdo. Le alumbra una actitud creyente: su "Aquí me tienes" resume toda su historia de fe y le proyecta, sin titubear, hacia un futuro desconocido para él, pero querido por Dios.

Camina ante el Señor quien saca de experiencias pasadas la fe suficiente como para renunciar a un presente halagador en busca de un futuro más pleno. Seguro que todos tenemos un Isaac que sacrificar, si realmente estamos en el empeño de construir nuestra vida en la presencia del Señor.

Como contrapartida a la escena del monte Moria, la lectura evangélica describe un hito memorable en la andadura de los discípulos de Jesús. También aquí tenemos un referente para examinar si cruzamos nuestra vida recorriendo las sendas del Señor.

Es Pedro quien se atreve a hablar: "Maestro, ¡qué bien se está aquí!". Expresa un gozo que no había encontrado antes. Según el mismo apóstol, merecería la pena eternizar la situación. Quedaba atrás la renuncia a todo lo que habían dejado por seguir a Jesús. Ver su rostro transfigurado recompensaba todo lo pasado.

Sólo el que ha bebido del agua de sus ojos, sólo el que ha tenido la dicha de sentir su presencia tiene un Tabor en su vida que le señala si camina en su presencia.

Antonio Luis Martínez
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
 No. 198 - Año V - 23 de febrero de 1997


13. Ver las REFLEXIONES del ciclo A