38 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DE CUARESMA
11-19

11. 

El descubrimiento de la realidad trascendente de Jesús, arriba en el monte, tiene como ineludible consecuencia un segundo paso: la bajada a la existencia cotidiana con el mismo Jesús y su grupo. Esa es la trayectoria fundamental del Maestro: descender para vivir junto a los hombres. Dios bajó de lo alto y puso su tienda de campaña entre nosotros, se convirtió en nuestro convecino.

La tendencia religiosa tradicional es buscar a Dios en los lejanos cielos y entender el mundo como algo profano, es decir, carente de presencia divina. Frente a otras religiones, una peculiaridad del cristianismo es, sin embargo, la encarnación. Dios está presente entre nosotros y en nuestra historia. No es lo mismo que los hombres fabriquen dioses, que el descubrir al Dios de Jesús en nuestro mundo. Lo primero suele ser esclavizador y alienante. Lo segundo es fuente de libertad y sentido.

El cristiano es alguien que de alguna manera, ha estado en el monte Tabor y, con agradable sorpresa, ha experimentado a Jesús como mensaje perenne y viviente de Dios. Es decir, alguien que de forma externamente no milagrosa ha recibido la fe. Pero esta vivencia no le ha paralizado en la cumbre, sino que le ha empujado a bajar del monte, siempre en compañía del Señor y su grupo. Podría decirse que este segundo paso es la prueba de que ha descubierto al Dios de Jesús.

La tentación de quedarse en la cumbre reviste formas variadas que se califican con un superficial "¡Qué bien se está aquí!". Puede presentarse como una vida pretendidamente cristiana que se limita a prácticas religiosas de culto y que se desenvuelve entre personas que piensan "como yo". Aparece también como un desinterés por informarse de los problemas de nuestra sociedad, un intentar huir de todo compromiso. Otras veces se manifiesta como un seguir la opinión de moda, un buscar el estar a bien con los más altos, un vivir con holgura económica... Cuando esto ocurre, lo descubierto seguramente no era Jesús, sino un espejismo. No era el Tabor. Podría tratarse de un simple rascacielos con oficinas comerciales.

Quienes una vez respiraron en lo alto del monte los aires de amistad y libertad junto al Maestro tienen una gran ilusión por su grupo. No se trata sólo de procurar una mejor convivencia entre ellos, sino, sobre todo, de un mejor cumplir su misión. Es comprensible, por tanto, que deseen y procuren una Iglesia más ágil. Ese talante más juvenil no depende de la edad de quienes la componen o dirigen. Se da cuando el grupo se siente libre y es portador de una ilusión desfanatizada que va al fondo de los objetivos sin detenerse demasiado en los formalismos. En nuestra Iglesia se dan poco los gestos espontáneos, lo nuevo y lo imprevisto. Se valora en exceso el "andar con pies de plomo"; se entiende por prudencia el no hacer; las decisiones se remiten al siguiente escalafón administrativo, y en la edad del reactor se repite que las cosas de palacio van despacio. Es evidente que si regimos nuestra vida con relojes medievales, perdemos intencionadamente el tren. En todo caso, el miedo a viajar más rápido y con menos equipaje nos empuja a bajarnos en la primera estación. Pero no queremos que se llame a esto involución, sino fidelidad. Sin embargo, el agua que se queda en la fuente no forma río. Parece como si no nos hubiésemos enterado de que todo se mueve, y hasta nuestro lenguaje es estático. Incluso hablamos de "estar" en el mundo en lugar de "caminar" con el mundo.

El grupo que baja con Jesús del monte Tabor se siente Iglesia y sólo la critica desde el cariño que le tiene. La querría menos centralista, con menos pretensiones de uniformidad y más transparente para evitar el malicioso dicho de que "de Roma viene lo que a Roma va". También la querría en contacto con su fuente, pero mirando hacia adelante y consciente de ser portadora de un Espíritu. A veces, el recurso a citas bíblicas da más la impresión de una esclavitud rabínica de "la letra que mata" que de una búsqueda del Espíritu que da vida. Desearía igualmente que en el interior de la Iglesia se diese un clima de amor demostrado por encima de la ortodoxia de las teologías y un exquisito respeto a los derechos humanos. Más amor y más humor, podría ser la frase que resumiese un talante de libertad y corresponsabilidad. En definitiva, y más allá de nuestros gustos, lo que deseamos es una Iglesia como Jesús quiere.

A pesar de todas estas consideraciones intraeclesiásticas, el grupo de Jesús no tiene su finalidad en sí mismo: es para los demás. Trabajar por una sociedad más justa es parte de su misión. De la escucha que la voz del Tabor solicitaba se deduce claramente.

EUCARISTÍA 1990/12


12.

Estamos ya acostumbrados a ver cómo personas que estaban dispuestas a comerse el mundo llegan a la cima -aunque sólo sea la cima de la colina más insignificante- y establecen en ella su residencia definitiva y, desde tan alta cumbre, acaban olvidándose de sus anteriores inquietudes sociales, de su ya antiguo ímpetu transformador de esta sociedad o de esta Iglesia, de sus viejas poses revolucionarias... Parece como si, habiendo llegado ellos a la cima y lograda su gloria, el mundo ya estuviera salvado.

EL CAMINO DE LA GLORIA

Jesús acababa de anunciar a sus discípulos que el Mesías tenía que "ir a Jerusalén, padecer mucho a manos de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día"; y se había visto obligado a enfrentarse con dureza a la actitud de Pedro, que quiso torcer su camino (16, 21-22). Igualmente había anunciado que quienes quisieran seguirlo deberían estar dispuestos a correr una suerte similar: "El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, cargue con su cruz y me siga" (16, 25). Este doble anuncio suponía para los discípulos de Jesús una gran desilusión. Ellos, apoyados en su ley y en sus profecías, esperaban que el día del Mesías sería glorioso para él y sus seguidores, a la vez que terrible para sus adversarios. Y Jesús les hablaba de padecer, de ser ejecutado, de perder la vida...

Jesús, para mostrarles adonde conducía su camino, escoge a los tres discípulos más recalcitrantes y los hace partícipes de una experiencia que demuestra que la entrega por amor hasta la muerte es el sendero que lleva hasta la gloria del Hombre: "... se llevó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y subió con ellos a un monte alto y apartado. Allí se transfiguró delante de ellos; su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron esplendentes como la luz".

EN LA CIMA DE UN MONTE ALTO

Jesús los conduce a la cima de un monte alto, el lugar de la presencia y de la manifestación de Dios; y allí les muestra anticipadamente su meta: la entrega-hasta-la-muerte no es el camino del fracaso, sino el del verdadero triunfo. La vida de Jesús y la de sus seguidores se desarrollará en medio de conflictos y persecuciones; aparentemente, según se entiende en este mundo el éxito y el fracaso, el fruto de sus esfuerzos será la frustración; pero al final "los justos brillarán como el sol en el Reino del Padre", como había dicho Jesús anteriormente (13, 43).

LA LEY Y LOS PROFETAS

Mientras están participando de esta experiencia, aparecen en escena dos nuevos personajes: Moisés y Elías. Ellos representan la antigua religión judía: la ley (Moisés) y los profetas (Elías). Y hablan con Jesús, que va a dar cumplimiento definitivo a las antiguas promesas. El momento parece inmejorable a Pedro -otra vez Pedro- para detener la historia y olvidarse de los problemas y sufrimientos del género humano: ".. Si quieres, hago aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". todo lo que él quería se encontraba en aquel momento allí presente: Moisés y Elías, su pasado, sus tradiciones, sus esperanzas, y Jesús, a quien había dado su adhesión, la realización de sus esperanzas. Juntos su pasado, su presente y su futuro. Y todo sin tener que romper con nada. Y todo sin tener que arriesgar nada.

ESCUCHADLO

Ante la actitud de Pedro -muy valiente de palabra, pero dispuesto a dormirse en los laureles en cuanto se le presenta la ocasión-, ni Dios puede permanecer callado. Y hace oír su voz: "Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto. EScuchadlo". A él sólo. Si Dios se había dirigido anteriormente a los hombres por medio de Moisés y Elías, eso pertenece a una época ya superada de sus relaciones con la humanidad. Ahora la voz de Dios sólo puede oírse cuando habla Jesús, el Hijo de Dios, en el que reside y se manifiesta el amor del Padre. Todo lo demás es relativo. Todo. Todas las palabras y todas las voces.

LEVANTAOS

Nadie puede andar hacia atrás la propia historia. Y tampoco se puede detener el presente. El presente hay que arriesgarlo y así construir el futuro. Jesús acabará triunfando, glorioso: pero después de terminar su camino, después de su muerte. Y, ¡Atención!, que no es que Dios exija la muerte de su Hijo. Como tampoco exige sufrimientos de nadie. Dios nos ofrece vida, su vida, a cambio de dolor. Lo que sucede es que para participar de la gloria de Dios hay que parecerse a él. Y Dios es amor. Y el amor es siempre perseguido por quienes son esclavos del egoísmo, del odio, de la ambición, del deseo de poder. O por quienes en el lugar del corazón tienen un código de piedra.

Levantaos, les dice Jesús. Hay que seguir caminando. Hay que dar a conocer al mundo esta clase de amor. hay que enseñar que el Padre, al que ya no hay que temer, es el verdadero Dios. Hay que explicar a los hombres de todas las razas que, por encima de sus leyes y sus profetas particulares, es posible quererse como hermanos. Y, estando el mundo como está..., no podemos permitirnos el lujo de quedarnos dormidos en nuestros laureles y esconder al mundo esta gran noticia. Hay que seguir, aunque nos cueste la vida. El amor que quede aquí y la vida que conservaremos serán nuestra gloria y nuestro triunfo: resucitará y renacerá el Hombre. Y así fue. Y así puede ser todavía.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO A
EDIC. EL ALMENDRO CORDOBA 1989.Pág. 45ss.


13. TABOR/ETAPAS. EX/TP: EU/TABOR.

-Camino del Tabor

Toda promesa va siempre precedida de una fuerte exigencia, tanto más fuerte, cuanto mayor sea el don ofrecido. Dios quiere llenarnos, pero antes debe producirse el vacío total. Este proceso es lo que llamamos camino del Tabor. Veamos algunas etapas del camino. Se pueden resumir en estos cuatro imperativos:

a)"Sal de tu tierra" "Sal". Es lo primero que se le pide a Abrahán para poder conseguir la tierra prometida. "Sal de tu tierra y de tu casa", de todo aquello que te resulta tan conocido y tan querido. Corta los dulces lazos que te atan a personas, cosas, lugares, siempre limitados. No puedes instalarte en ningún sitio, porque te acomodas excesivamente y cierras el camino de tu propia superación. Toda atadura, aunque sea dulce y querida, te quita libertad. Hay que salir, hay que vivir en un éxodo permanente.

Sal también de tu templo, de tus costumbres religiosas, de tus firmezas ideológicas, de tu culto rutinario, de todo aquello que te da seguridad ante Dios. Dios es siempre más y está siempre más allá. El Dios que tú crees conocer es un ídolo. Sal de tu estructura religiosa. Sal de ti mismo, de tu cómodo aislamiento, de tu tranquilo refugio, de tus firmes seguridades, de tus complejos personales, de tu encanto narcisista. Sal, porque el mundo no se encierra todo en ti.

Despójate de tu poder, de tus bienes, de tu cultura. Para poder caminar debes ir lo más ligero posible.

b)"Sube" El camino a veces es empinado, pero ten confianza. Es una llamada a la propia superación. Siempre puedes superarte. No te faltará la mano firme y segura que te facilite la escalada, y lo que te parecía una montaña, te resultará un camino real. Son montañas muchas veces psicológicas, todo es cuestión de dar los primeros pasos. Se te pide un servicio que te parece imposible, una obediencia, una renuncia, un perdón, una reconciliación, un diálogo... pero puedes. La renuncia a subir no es tanto por el vértigo, cuanto por el esfuerzo. Sube a la montaña. Allí te transformarás. Sube a la verdad más plena, a la fe más pura, al amor más grande, al desprendimiento más radical. Siempre puedes superarte. Siempre puedes.

c)"Escucha" Pedro hablaba demasiado, sin saber lo que decía. Es lo que nos pasa a nosotros, casi siempre. Y, sin embargo, es más importante la palabra que debes escuchar que la que tú vas a decir. Haz silencio en ti, como María, y escucha la palabra de Dios o el grito de los hermanos o las señales de la historia, Es lo mismo. Siempre es Dios quien habla.

Escuchar la palabra quiere decir guardarla, dejarte conducir por ella, dar respuesta a su llamada, hacerla vida en ti. Escuchar es fidelidad y docilidad, es confianza y compromiso. Todas las palabras se van a resumir en una, la del "Hijo amado, predilecto. Escuchadlo". Escuchar al Hijo es amor y seguimiento.

d)"Baja" Porque no se puede estar siempre en la cumbre. Has de volver a los hermanos que sufren y apenas pueden caminar. Tienes que llevarles tu fuerza y tu luz. Nada de quedarse en el monte, alienado e insolidario. Toda alienación es deprimente. Los descensos necesarios a veces son, como los de Cristo, angustiosos, infernales. Hay hombres encerrados en trágicas simas, de las que no pueden salir sin una potente ayuda, sin un milagro de la gracia. No puedes cerrar los ojos ni los oídos a sus llamadas. Hay hombres tirados en la cuneta, despojados y malheridos, que necesitan de tus medicinas y tus cuidados. No puedes dar un rodeo y pasar de largo. Baja hasta ellos y ofréceles tu ayuda solidaria por si podéis hacer el camino juntos.

e)"Comulga" La eucaristía es "viático", pan para el camino, alimento que da fuerzas como a Elías, para subir hasta la cima de la montaña. Pero, al mismo tiempo, la eucaristía es nuestro verdadero Tabor. Allí escuchamos la voz de los profetas y la voz del Hijo amado. Allí nos envuelve la nube del Espíritu. Allí encontramos a Cristo transfigurado y podemos transformarnos en él. Y allí encontramos también a los hermanos, testigos de la transfiguración, unidos en la misma dicha, en la misma fe, en el mismo compromiso.

CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
CUARESMA Y PASCUA 1990.Pág. 54-57


14.

Camino del Tabor

Para llegar al Monte Santo, atiende a estos imperativos:

"Sal... ". Dispuesto siempre a cortar ataduras, sordo a los cantos de la sirena, sin pactar con el cansancio ni "volver la vista atrás", "fijos los ojos en Jesús" (Hb. 12, 2), verdadero Monte Santo y meta de nuestra peregrinación. "Por tanto... sacudamos todo lastre... y corramos con fortaleza" (Hb. 12, 1).

"Sal de tu tierra y de tu casa", de todo aquello que te es tan conocido y tan querido. Sal también de tu templo, de tus costumbres religiosas, de tus seguridades ideológicas, de tus relaciones mágicas. Sal, porque la fe es un éxodo permanente.

"Sube... " Siempre puedes superarte. ¡Qué satisfacción escalar esa dificultad montañosa que se resiste a tu conquista!: ese servicio, ese compromiso, esa verdad, esa libertad, esa obediencia, esa oración, ese perdón, esa enfermedad, ese desprendimiento... Pero puedes. ¡Cuánto se puede cuando no se puede más! ¡Sube a la verdad más plena, a la fe más pura, al amor más grande, al desprendimiento más radical!

"Escucha... ". Pedro hablaba demasiado, sin saber lo que decía. Como nosotros, casi siempre. Hay que hacer silencio. Y después escuchar las señales de la historia, o los gritos de los hermanos, o la palabra de Dios.

"Baja... ". Porque no se puede estar siempre en la cumbre. Debes volver a los hermanos que caminan y que sufren, y compartir con ellos. ¿No conoces los descensos de Jesucristo?

CARITAS
LA MAS URGENTE RECONVERSION
CUARESMA 1984.Pág. 28


15. TABORES-FALSOS

-"Qué bien se está aquí"

Pero el Tabor no es meta, sino anticipo. Para gustar de la cumbre gloriosa primero hay que salir: «sal», y hay que "subir", pero después, enseguida, hay que bajar. No se puede estar tanto tiempo en la cima del monte, mientras abajo son tantos los que esperan tu ayuda; no se puede gozar demasiado del Tabor, mientras abajo hay tantos que lloran; no se puede descansar en el Tabor, mientras abajo son tantos los que luchan, trabajan o quieren trabajar.

El Tabor sigue siendo tarea y esperanza. Pero muchas veces decimos de una u otra forma: «qué bien se está aquí». Quisiéramos hacer nuestra choza e inhibirnos de trabajos y problemas. Algo así como unas vacaciones ininterrumpidas, como una droga con efectos permanentes. «Qué bien se está aquí», decíamos, pero nuestra felicidad es bien mezquina, y aún la tienda la exigimos egoístamente para nosotros.

"Qué bien se está aquí", decimos en momentos de descanso, cuando nadie nos molesta y nada nos preocupa. El ídolo del diván, pequeño nirvana anticipado. Tabor de la comodidad

"Qué bien se está aquí", decimos en momentos de diversión, cuando nos relajamos psicológicamente y olvidamos nuestras heridas. La imaginación emborrachada y la atención cautivada. La vida como juego. El ídolo de la pantalla y la TV. Tabor de la frivolidad "Qué bien se está aquí", decimos en momentos de placer, cuando los sentidos se satisfacen y el espíritu se encordia. El mundo es una gran tarta y las personas dulcísimos bombones. La religión del consumo, los dioses del olimpo, el Tabor de la sensualidad. «Qué bien se está aquí», decimos en momentos de éxito, cuando la gente nos admira y nos creemos auténticas estrellas. Tocamos el cielo con la mano y vemos a la gente prosternada. Caminamos despidiendo luz y el alma se nos hincha. La idolatría del yo. El divismo rebajado. Tabor de la vanidad.

«Qué bien se está aquí», decimos en momentos de poder, cuando conseguimos el escaño, el sillón o la poltrona. El poder, como el dinero -ambos viven unidos incestuosamente- abre todas las puertas y todas las almas. Tal vez Macbeth no tuvo buenos consejeros. El poder no corrompe sino que diviniza. Es hermoso y deslumbrante mirar a todos desde arriba. Nietzsche o la religión del superhombre. Prometeo nuestro dios. Tabor de la ambición.

Hay otros Tabores más complejos, pero igualmente insolidarios y egoístas. Pueden ser: el Tabor de nuestra cultura, de nuestra ideología, de nuestra espiritualidad, de nuestras devociones, de nuestras profesiones. El Tabor del aburguesamiento, de las seguridades, de las inmunidades. Nos creemos en la verdad y en el bien. No hay nada que cuestionar y nada que buscar. Nos encontramos en tranquila posesión de Dios. Una nube de paz nos envuelve. Pobre gente, los que no encuentran el camino de la montaña santa. Pedro no sabía lo que decía, y nosotros menos. El verdadero Tabor, decíamos, aunque pueda haber algún anticipo, es más que nada tarea y esperanza. Caminamos hacia el Tabor, pero hay que hacerlo con los otros. Caminamos hacia el Tabor, pero buscando la felicidad del otro. Caminamos hacia el Tabor, pero pasa por la cruz. Caminamos al Tabor, pero el camino es el amor. Llegaremos al Tabor, pero cuando se acabe el dolor y las lágrimas de todos.

CARITAS
UN CAMINO MEJOR
CUARESMA 1987.Págs. 42 s.


16.

Los imperativos de la transfiguración

La transfiguración es una gracia, pero nunca, desde luego, una gracia barata. El Señor impone siempre sus reglas y sus condiciones. No actúa en atención a nuestros méritos, pero tampoco actúa caprichosamente. Algunos imperativos se repiten. -- Sal: Abraham amigo, sal de tu tierra y de tu patria, sal de tu familia y de tus seres más queridos, sal de tus costumbres y de tus comodidades, de tu tranquilo refugio y de tus seguridades. Pequeño Abraham corta los dulces lazos que te atan a tantas cosas, lugares y personas. Despójate de tus tesoros. Despójate de todos.

Ahora no lo entiendes. Yo tengo para ti proyectos importantes. Por cada trozo de tierra que dejes, yo te regalaré trozos de cielo. Por cada tesoro que olvides, yo te daré tesoros escondidos. Por cada familia que abandones, yo te daré padres, hermanos e hijos innumerables.

-- Sal: vive en un éxodo permanente, Abraham peregrino. No te acomodes a tu esclavitud. No pongas en ningún sitio tu tienda permanente. Sólo así podrás ser libre. -- Sal también de ti mismo, mi buen Abraham. No te apegues tanto a tus criterios y tus puntos de vista. No te tengas en tanto aprecio. No te regales tanto cariño. Vacíate del todo, hijo mío. Date cuenta de qué poquita cosa eres por ti mismo. Vacíate del todo, mira bien tu propio vacío.

Es bueno que te veas así: pobre y pequeño. Así podré darte yo la mayor de tus grandezas, y llenaré tus vacíos, y te conseguiré la libertad más hermosa. Sal de ti mismo, mi pobre Abraham, que te encontrarás de nuevo a ti mismo, pero transformado y transfigurado. Sal de ti mismo y te encontrarás en mí. Sal de ti mismo y me encontrarás en ti.

-- Sube: Moisés, amigo, sube hasta la cima del monte. No sigas los caminos cómodos y trillados del rebaño. Sube hacia metas más altas. En la montaña se respira mejor. Subiendo te encontrarás más fuerte. El camino que sube es el camino que te eleva y te hace crecer, el que te lleva hacia la trascendencia.

Sube, fiel Elías. Es el camino que te conduce hacia donde no sabes. Allí podrás escuchar palabras secretas. Allí podrás ver mi gloria y conocer mi nombre. Sube, Elías celoso. No te asuste la dureza del camino. No te faltarán el pan y el agua que te conforten. Y habrá algún ángel junto a ti que te facilite la escalada. Subid, Moisés y Elías, Pedro, Juan y Santiago, subid para encontrar a Dios; subid a la verdad más plena, a la fe más pura, al amor más grande. Sube, Juan de la Cruz, escalador magnífico, sube derecho hacia la cima del monte, y allí podrás beber el agua fresca, y entrar en la espesura del misterio, y te dejarás envolver por la nube santa de fuego. Después podrás enseñar a los demás el camino de la subida.

--Escucha: escucha, Pedro amigo, que hablas demasiado y apenas sabes lo que dices. Escuchad, amigos todos, que no sois capaces de hacer silencio en vuestro corazón. Habláis y no escucháis. Incluso cuando os acercáis a mí, no paráis de hablar y no abrís el oído para escuchar mi palabra. Pedro, Juan y Santiago, buenos discípulos, escuchad a Moisés y Elías, que son mis testigos. Son la ley y los profetas, que tanto bien hicieron con su palabra. Pero hoy también hay profetas, discípulos míos; profetas que merecen ser escuchados. El que escucha a los profetas, a mí me escucha. Sus palabras llevan luz y llevan vida. Pero escuchad, sobre todo, amigos míos, a mi Hijo, que está en el medio. El es la Palabra perfecta. Cuando él habla todo se llena de música. Cuando habla, todo es bienaventuranza; con su palabra todo lo ilumina y lo cura. Es que lleva mi sello perfecto en su palabra. Antes los profetas amenazaban, pero él dice: «Dichosos». Antes la ley exigía, pero él dice: sólo se exige el amor. Antes las palabras eran difíciles de aprender, pero él las graba en el corazón.

Pero escuchad bien, mis buenos discípulos. Debéis guardar la palabra en el corazón, como hacía la mujer que mejor ha sabido escuchar: María. Y debéis dar vida a mi palabra. La palabra de mi Hijo es la mía. Antes se hablaba para saber, ahora hablamos para conocernos mejor y para amarnos más. Escuchad las palabras de mi Hijo, que son palabras de amor.

-- Baja: baja, buen Pedro, que no se puede estar siempre en la cumbre. Bajad, amigos, porque muchos os esperan allí abajo. Allí, en el pueblo, en los caminos, hay muchos hombres que sufren y trabajan. Es necesario llevarles un poco de la luz y del consuelo que aquí habéis recibido. No se enciende una luz para guardarla. Tampoco se puede almacenar la dicha, porque se pudre. Nadie puede ser feliz a solas.

Baja, Moisés, del monte, que tu pueblo se extravía. Tienes que seguir conduciendo al pueblo. Tienes que hablarle las palabras que has escuchado y repetírselas bien. Tienes que darle a conocer mi nombre.

Y baja tú también del monte, Elías, para que defiendas mis derechos y los derechos del pobre, de aquel a quien quitaron su viña y su dignidad, y encima lo mataron; y baja para ungir a reyes y profetas, que sigan defendiendo mi nombre.

Bajad todos mis discípulos a predicar el evangelio. Bajad, hijos míos, a donde están los que sufren, para estar y luchar con ellos. Bajad a levantar caídos, a curar heridas, a romper cadenas, a enjugar lágrimas y a extender la mano a todo el que os lo pida. Bajad, hijos, para decir a todos lo que habéis visto y oído en el monte santo. Decid que ésa es nuestra esperanza, que no todo en la vida es obscuridad y desierto; que hay otros horizontes y otros encuentros.

Pero no tengáis tanta prisa en decirlo. Esperad tres días, por lo menos. Hay que madurarlo bien en la oración y en el silencio, hay que entrañarlo bien en la espera y la paciencia, hay que hacerlo pasar por la prueba del sufrimiento.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Págs. 60 ss.


17.

1. Simbolismo religioso de la montaña

Para comprender el sentido profundo de la transfiguración es importante tener en cuenta el simbolismo religioso de la montaña. La montaña, elevación hacia el cielo, fue considerada por muchas religiones antiguas como un símbolo del ascender del hombre hacia Dios y como el lugar de la manifestación divina a los hombres. Es el lugar del encuentro. Dios se manifiesta en las alturas -Sinaí, Calvario-, y el hombre debe subir hasta él, abandonando la mediocridad de la vida de la "llanura". Subir a la montaña significa superarse a si mismo, trascenderse, ir adquiriendo los criterios del Padre. Se va logrando a través de un camino largo y oscuro. La fe nos impulsa a subir hasta lo más alto de ella para hacer allí la ofrenda de nosotros mismos.

Cada ser humano tiene su propia montaña que subir, cada uno hemos de hacer nuestra propia búsqueda y nuestra propia ascensión. No son suficientes veinte siglos de cristianismo para que los cristianos nos evadamos de esta tarea. Tampoco la iglesia universal está libre de esta búsqueda, de esta subida, si quiere ser fiel servidora de la humanidad. El relato de la transfiguración forma parte del bloque de pasajes evangélicos que se inicia con la confesión de fe de Pedro y prosigue con la invitación a seguirle por el camino de la cruz que hace Jesús a sus discípulos. Está inserto entre el primero y el segundo anuncio de la pasión y señala el principio de ese camino de modo semejante a como la teofanía del Jordán -bautismo de Jesús- inició su ministerio público con las tentaciones.

El hecho se sitúa en "una montaña alta", lugar solitario y apto para la plegaria y el encuentro con Dios (relación con Moisés en el Sinaí: Ex 24). La montaña es un símbolo: está más cerca del cielo, desde ella todo se contempla con una perspectiva mucho más amplia; es la expresión gráfica de la vocación humana: ascensión constante desde los esquemas mundanos hacia la sublimidad de un nuevo estilo de vida fundado en el amor sin límites. La montaña es como el punto de encuentro de lo divino con lo humano. Y es también como una fuerza para seguir adelante, una garantía de la veracidad de lo que esperamos; es como una esperanza en que un día será realidad todo lo que anhelamos en lo más profundo de nuestros corazones..., aunque antes tengamos que pasar por el dolor, la soledad y la muerte.

Con un lenguaje figurado pretende transmitirnos un hecho fundamental en el camino de Jesús y de sus seguidores: la realización del reino de Dios pasa por la dificultad, el dolor, la persecución..., pero lleva a la plenitud escatológica. Nos anticipa el futuro. Contempla a Jesús desde la perspectiva de la resurrección.

Nos lleva a comprender el ritmo pascual de la ley evangélica: no hay posibilidad de hacerse prójimo de todos los hombres sin hacer entrega de la propia vida, día a día. No se limita a revelarnos el futuro, a señalarnos la conclusión inesperada de lo que ahora está sucediendo; quiere manifestarnos, además, el significado profundo que tiene la realidad ya, ahora; un significado escondido que no descubre la mayoría y que las apariencias parecen desmentir. De esta forma, la transfiguración no es sólo la revelación de lo que será Jesús después de su muerte en la cruz, sino también lo que es ya a lo largo de su camino humano.

A través de los conocidos símbolos de toda manifestación divina, los evangelistas pretenden comunicarnos un importante mensaje de fe, por lo que no podemos quedarnos en la materialidad del relato, sino tratar de penetrar en su rico simbolismo para captar la hondura del mensaje.

Jesús se ha presentado como Mesías y rechazado todo triunfalismo. Ha hablado con toda claridad de su pasión y muerte, ha invitado a los discípulos a recorrer su mismo camino doloroso. El choque producido por sus palabras debió ser muy fuerte y no había sido aún asumido. Los apóstoles tienen necesidad de reanimarse, de recobrar fuerzas y coraje para seguir con él después de ese cambio imprevisto. Es la misión que tiene el presente pasaje: persuadirles que el camino de la entrega de sí mismo en favor de la humanidad es el único que lleva a la plena realización humana.

Por eso Dios les concede por un instante intuir el final, anticipar la pascua. Anticipo fugaz y provisional, ya que el camino que deben recorrer sigue siendo el de la cruz.

2. Jesús sube con los tres íntimos

La transfiguración tuvo lugar "seis días después" -según Mateo y Marcos- del primer anuncio de la pasión hecho por Jesús a sus discípulos y que tan profundamente impresionados los dejó. Es el único dato exacto dado por Marcos en todo su evangelio. Lucas precisa menos: "unos ocho días después".

Jesús se hace acompañar de los tres discípulos más amigos. Son los mismos que presenciarán la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37; Lc 8,51) y su agonía en Getsemaní (Mt 26,37; Mc 14,33); tres momentos claves de su vida: testigos por anticipado de su gloria, de su poder sobre la muerte y de su debilidad como hombre semejante a todos, respectivamente.

Suben en silencio hacia lo desconocido... Ahondar en el proyecto divino exige y supone ese silencio. Subir hacia Dios es morir a nuestros proyectos, a nosotros mismos; es abismarse en lo nuevo y desconocido... Allí está Dios. Los apóstoles estaban acostumbrados a Jesús. Lo veían todos los días, comían con él, sabían todo lo que hacía, escuchaban interminables y profundas enseñanzas... Y cuanto más lo veían y escuchaban, menos atención mostraban. Jesús los tomó aparte, los llevó lejos del bullicio de las multitudes, donde tanta importancia se daban, y los condujo a la soledad. En ella se sosegaron, aprendieron a callar y a escuchar, se desprendieron de sus preocupaciones y de sus ambiciones. Y como estaban solos, sin nada que los distrajera de lo esencial, comenzaron a fijarse en él, a mirarlo, a verlo de la manera con que siempre había estado entre ellos, aunque no se hubieran enterado.

También nosotros necesitaríamos algo parecido para darnos cuenta de que estamos tan acostumbrados a creer en Jesús, que ya no creemos en él; tan acostumbrados a unas oraciones rutinarias, que ya no rezamos; tan acostumbrados a oír hablar de él, que ya no lo conocemos... ¿No vivimos tan contentos disfrutando de las tres tentaciones tipo que él rechazó? Lucas añade el motivo de la subida: "para orar". Necesita encontrarse con el Padre y necesita la compañía de los amigos porque se halla en un momento difícil: cada vez tiene más oposición y sólo le sigue un pequeño grupo que pretende desviarlo de su camino; intuye cada vez más claramente que su lucha por el reino terminará mal.

3. "Se transfiguró"

Y Jesús, rezando, según Lucas, en medio de la pesada realidad de su vida, descubre una luz; intuye que no sólo se le acerca la muerte, sino también el mundo nuevo. Es el proceso del grano de trigo: algo tiene que morir para que haya vida (Jn 12,24). En medio de la lucha, del dolor, de la opresión, necesita soñar, ver transfigurado este mundo, descubrir el camino mejor para lograrlo. De otra forma, ¿cómo tener fuerzas para ser capaces de destruir lo que tenemos, para alcanzar lo que esperamos? "Se transfiguró delante de ellos". Por un momento se corre el velo que oculta la realidad y queda al descubierto el lado oculto y verdadero de las cosas y de las personas: el lado de Dios. Dios le llena desde dentro y queda patente su profunda personalidad, su vida íntima; se revela la fecundidad de su misión: lo que parece lucha sin perspectiva de éxito se manifiesta como futura victoria de Dios; lo que parecía camino hacia el fracaso se transfigura en lo que realmente es: camino de vida. Queda paliado, de alguna manera, el escándalo que han experimentado con el anuncio de la pasión y muerte que acaba de hacerles; y les servirá cuando lo vean muerto y humillado en la cruz.

La transfiguración no es tanto un fenómeno corporal -esto es sólo el signo- como un evidenciar el sentido más real, más profundo, más luminoso y verdadero de su camino; ilumina y relativiza todas las realidades humanas. Es el anuncio profético de lo que está aconteciendo en la existencia de Jesús: un constante crecimiento de la conciencia que va adquiriendo de sí mismo, de Dios y de la tarea que debe realizar.

Es también una experiencia, un momento en que los apóstoles perciben con mayor claridad quién es Jesús. Intuyen algo fundamental para su fe. Lo intuyen sólo, porque hasta después de la resurrección no lo aceptarán y no creerán en él plenamente. Pero ¿qué intuyen? Parece que la unión de dos realidades, antagónicas para ellos hasta este momento: una, su fe en el Dios que está presente en Jesús, que habla y actúa en él; un Jesús que les llevará a la plenitud de vida, a la total realización humana por la comunicación del amor de Dios; la otra, que este camino de Jesús hacia la plenitud de la vida pasa por la lucha, el sufrimiento, la persecución, el aparente fracaso y la muerte. ¿Los tenemos unidos nosotros? "Su rostro resplandecía como el sol". Transparentaba toda la realidad presente en su interior. En él se fundieron lo corporal y lo espiritual para reflejar la imagen de Dios, se hicieron patentes los ideales que planificaban su vida. Su rostro se hizo mensaje.

El rostro del hombre no es apariencia, no es máscara, debe ser el reflejo fiel de la persona. ¿No lo es en el niño? Los adultos preferimos sustituirlo por la máscara, por la apariencia. Y así pierde su transparencia original; se vuelve opaco. La apariencia la máscara, es el sustituto de una realidad ausente, de algo que se añora y no se tiene; es engaño, fraude: lo espiritual no puede manifestarse al encontrarse con ese muro insuperable.

Es con la vida comprometida, con la oración y con la contemplación como lograremos desprendernos de la máscara de la apariencia y como nuestro rostro será capaz de expresar un mensaje de luz. Cuando caigan de nuestro rostro las señales del miedo, del egoísmo, de la pereza, del orgullo, del materialismo, del individualismo..., nuestro rostro se hará también mensaje y no decepcionará las esperanzas de nuestros hermanos.

"Sus vestidos se volvieron blancos como la luz". Como los que ya han alcanzado la gloria (Ap 7,9.13-14). Esta transformación no la puede lograr el hombre solo: "Como no puede dejarlos ningún batanero del mundo" (Marcos). Necesitamos la ayuda de Dios. Prescindir de esta ayuda es cerrarnos el camino a la plenitud humana.

Todos necesitamos buscar momentos en los que la realidad se nos "transfigure", se nos presente tal como es. No debemos olvidar que la realidad cotidiana no es una realidad transfigurada que al "monte" se sube sólo de vez en cuando, como máximo, que es en la realidad dura y oscura de todos los días donde tenemos que hacer el camino. ¿Buscamos esos momentos que necesitamos de silencio, de oración, de reflexión, para ahondar en el verdadero sentido de la vida y en el camino para alcanzar su plenitud?

4. Aparecen Moisés y Elías

Se hacen visibles Moisés y Elías, el primer legislador y el primer profeta. Son los máximos representantes de la ley y de los profetas. Su presencia es la prueba de la conformidad que existe entre el camino elegido por Jesús y las profecías del Antiguo Testamento. No existe grieta alguna entre la antigua y la nueva alianza. La alta montaña -el nuevo Sinaí- y la presencia de estos dos hombres manifiestan a la comunidad del Nuevo Testamento que es efectivamente de él de quien hablan las antiguas profecías: Jesús llevará a plenitud la ley y el culto que ellos habían anunciado. Sólo Lucas nos indica el tema de conversación: "Su muerte, que iba a consumar en Jerusalén".

"Pedro y sus compañeros se caían de sueño", nos dice Lucas, que es el evangelista que nos da más detalles de este suceso. Cuando un hombre se encuentra con Cristo y se decide a seguirlo, se enfrenta con una aventura llena de riesgos, de imprevistos, de hechos desconcertantes. Porque Jesús no nos asegura una permanencia prolongada en el "Tabor". Es verdad que nos puede llevar consigo mucho más alto, hasta no tener que sentir ya el peso de la vida de cada día. Pero también puede llamarnos a que vivamos con él interminables noches de angustia, de dudas, de oscuridad. ¡Cuánto saben de esto los grandes creyentes que han vivido su seguimiento! Cuando parece que todo se va a hundir, nos invade el desaliento al experimentar la inutilidad de todos nuestros esfuerzos, rotos al chocar con la dura realidad. Y es en este momento, cuando el creyente llega al punto crítico de su vida cristiana, cuando Jesús puede acudir en su ayuda.

Una vez más Pedro, contaminado por el mesianismo triunfalista, toma la palabra. Quiere quedarse en ese momento de luz, dejando de lado el camino que le queda por recorrer. No comprende que sólo se llega a la luz a través de un proceso de purificación y transformación personal.

El rostro de Jesús transfigurado los entusiasma, porque entra dentro de sus perspectivas, de sus sueños, de sus aspiraciones. Su rostro humillado, perseguido, sufriendo, les asusta, les llena de miedo, los escandaliza; no entra dentro de sus cálculos. "Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!" A Pedro le habría gustado eternizar aquella visión clara e imprevista, aquella experiencia gloriosa. No comprende lo que está sucediendo: aquel suceso no es el comienzo de lo definitivo, no es la meta, sino sólo una anticipación profética de la misma. El camino del discípulo sigue siendo todavía el camino de la cruz. Dios le ofrece una anticipación del final para animarle a seguir adelante. Querer construir "chozas" en la montaña, fuera de la realidad, es una tentación no sólo de Pedro, sino también de la iglesia y de cada uno de nosotros. Es la tentación de pretender refugiarnos en la fe, en la iglesia, en las prácticas religiosas, en un ideal imaginado... No hay cielo ni tierra prometida para los que se sientan, para los que suspiran por el cielo despreciando la tierra, para los que quieren alcanzar el cielo sin transformar la sociedad. Sin duda es bueno acampar junto a Jesús; pero ¿cómo lograrlo sin antes recorrer su camino? Al verdadero y pleno Jesús únicamente lo encontraremos al final de una incansable búsqueda, al final de un seguimiento recomenzado cada mañana Pedro interpretó la transfiguración como señal de reposo.

Pero había que bajar para continuar el camino, para demostrar con los hechos de la vida la experiencia vivida en la montaña. La experiencia de Dios engendra nómadas, caminantes..., jamás sedentarios. No podemos confundir los bonitos paisajes contemplados desde lo alto de la montaña con el difícil éxodo de Moisés, ni la soledad de los bosques con la lucha de Elías... No son cosas opuestas, pero es preciso no confundirlas.

5. Las palabras del Padre

"Una nube luminosa los cubrió con su sombra". La nube representa la presencia de Dios. "Se asustaron al entrar en la nube" (Lucas). Es el miedo que todos tenemos a lo que Dios pueda pedirnos, porque no acabamos de creernos que nos pide todo para que podamos alcanzar la propia plenitud. No nos pide para él; nos pide para que dejemos lo que nos estorba y busquemos lo que nos ayude a ser nosotros mismos.

El centro del relato son las palabras del Padre desde la nube "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo". Son palabras similares a las escuchadas después del bautismo de Jesús (Mt 3,17; Mc 1,11; Lc 3,22). No tenemos otro camino para saber qué espera Dios de nosotros que Jesús. Escuchar a Jesús, el Hijo amado de Dios, es la única posibilidad de encontrar el camino humano verdadero, de saber qué debemos hacer. Es en las palabras y en la vida de Jesús donde debemos hallar la luz, la verdad, la fuerza, para responder a la pregunta: ¿Qué quiere Dios de mí, de nosotros? El Padre nos dice que el camino del Hijo es el que realmente funciona, es el que lleva a la meta, aunque sea un camino que nos sorprenda e inquiete.

"Escuchadlo": haced de su caminar vuestro caminar. No basta con saber quién es Jesús, cuál es su sentido de la historia en que estamos insertos; es necesario actuar de acuerdo con ese saber. ¿De qué nos sirve saber si nos desentendemos de los problemas de nuestro mundo? ¿No es una aberración conciliar una ilusoria perfección individualista y "espiritual" con el hambre de las clases sociales oprimidas o con la negación de muchos derechos humanos? Es necesario escuchar, pero escuchar bien, poniendo los pies en la tierra. En nuestro complicado mundo, en nuestros problemas familiares, en la crisis económica, en la sociedad dividida en clases que luchan..., nos habla el Hijo, se revela Dios.

La reacción de los discípulos es de miedo, expresado en el gesto de caer de bruces en tierra (Dan 8,17). Tienen miedo a morir por haber recibido un oráculo divino, según la creencia bíblica (Is 6,5; Dan 10,15.19). Siguen pensando como entonces; son víctimas de las ideas religiosas que han recibido y que les impiden conocer a Dios. ¿No es el miedo a Dios lo que más nos infundieron desde la primera catequesis? "Levantaos, no temáis". ¿Cómo temer a un Dios que es padre y amor, que no sabe ni quiere ser otra cosa? Un Padre que no busca más que el bien de sus hijos, precisamente porque es amor. Nos enseñaron un Dios todopoderoso, castigador..., y Jesús nos lo presenta todo lo contrario.

En el monte, Dios descorrió ante los tres discípulos el velo del misterio de Jesús. Un misterio que, en realidad, sólo resulta explicable desde la resurrección, que constituyó a Jesús en Señor: plenitud de todo lo humano. La transfiguración es un anticipo de la resurrección y sólo comprensible desde ella. ¿Cómo entender, sin más, que todo lo verdadero se abre camino en medio de dificultades, que la vida se encuentra entregándola, que la muerte no es el final de todo? Pedro, Santiago y Juan han captado la profundidad de la persona de Jesús; han descubierto, de la mano de Dios, en la vida de aquel hombre la verdadera vida; han experimentado que sólo él podía dar sentido a sus vidas, que había que escucharlo.

La experiencia de los apóstoles es también la nuestra. En el origen de la fe siempre hay una "transfiguración": un momento en el que descubrimos que él es el camino, y la verdad, y la vida (Jn 14,6), la resurrección (Jn 11,25)..., que debemos escucharlo y seguirlo. Podemos comparar la transfiguración con esos momentos luminosos que encontramos a veces en nuestra vida, momentos gozosos dentro de las fatigas de cada día. No son momentos que se encuentran automáticamente y de cualquier manera; hay que saber descubrirlos. Sin olvidar que su presencia es fugaz y provisional.

6. Regreso

Jesús y los apóstoles, al bajar del monte, se encontraron inmediatamente sumergidos en la trama de la vida diaria: miserias sufrimientos, luchas El que ha estado en la montaña, el que ha trepado por altos senderos solitarios, el que ha admirado amplios panoramas cuando vuelve abajo, a la llanura, al asfalto, al ruido de la vida vivida a medias, siente cómo se le estrecha el corazón y experimenta una sensación de ahogo. Todo le parece pequeño y vulgar en comparación con las cosas que ha contemplado allá arriba. Y se niega a acostumbrarse.

Es la experiencia que pueden tener todos los que alguna vez han estado en la "montaña", y han tenido que bajar a la vida cotidiana, a sus diarias ocupaciones, a sus acostumbradas rutinas, y encarnar en la realidad concreta y desilusionante el elevado ideal sentido arriba. Es el drama de la llanura, que nos invita a ceder, a adaptarnos, a uniformarnos. Sólo permanecen los grandes, los que aman el ideal por encima de todo lo demás y tratan de llevarlo adelante aunque lo vean encarnado en una realidad repugnante. Tratan de conservar intacta la luz que han contemplado "allá arriba".

Pero tenemos que haber estado en la montaña... Sólo el que ha respirado el aire puro de las alturas logra resistir en medio de la contaminación de la llanura.

7. Otra vez el secreto mesiánico

"Jesús les mandó: No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos". Un mandato que debemos entender en la línea del "secreto mesiánico": después de su muerte y resurrección quizá desaparezca el peligro de comprender su mesianismo en un sentido político de triunfalismo nacionalista.

Los discípulos no entienden lo de "resucitar de entre los muertos" (Marcos). Tampoco nosotros lo entenderemos si nos quedamos en el terreno de las ideas. Pero si descendemos a las realidades diarias, experimentaremos en propia carne lo que significa morir a nosotros mismos y vivir hacia Dios y hacia los hermanos; entenderemos qué es la resurrección a través de esas "resurrecciones" de cada día que nos van conduciendo a la resurrección definitiva, después de la muerte.

La transfiguración nos da la seguridad de que si nos jugamos la vida por los demás, si no buscamos el propio interés y comodidad..., llegaremos a la vida en plenitud. Nos anuncia que la muerte de Cristo en la cruz no fue el final. Nos ayuda a unir la muerte y la resurrección de Jesús, porque ambas forman un único acontecimiento salvador. La mañana de Pascua tenía razón.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Pág. 116-125


18.

HUMANIZAR LOS CONFLICTOS

Para el cristiano la actitud de «escucha» es algo esencial. Sólo el que sabe escuchar y prestar atención a la voz de la verdad que sale de Jesús, puede crecer como creyente. Así se nos invita hoy en el relato evangélico: «Este es mi Hijo... escuchadle». Esta escucha no es sólo una disponibilidad general ante las palabras de Jesús. Es una voluntad eficaz de configurar nuestro estilo de vida siguiendo las huellas del Maestro. Por eso, no nos ha de extrañar que, en su carta pastoral de cuaresma, nuestros obispos nos inviten a ver en Jesús el modelo de actuación concreta que puede guiar nuestra conducta en medio de una sociedad tan conflictiva como la nuestra.

Jesús ha vivido en una sociedad profundamente conflictiva e inestable. ¿Cuál ha sido su actitud fundamental? Jesús no ignora los conflictos ni los elude cómodamente. Pero, los conflictos, en cuanto oposición y enfrentamiento de hombres que todavía no se aceptan en fraternidad, justicia y verdad, han de ser humanizados. Por eso, Jesús se hace presente en la conflictividad de su tiempo como creador de fraternidad y justicia, haciendo del amor real a todo hombre la norma decisiva de conducta, incluso ante los enemigos. Por eso su actuación no es la de quien busca «prudentemente» la neutralidad y el equilibrio, sino la de quien se pone de parte de los que más sufren las consecuencias de los conflictos.

Jesús no conocerá la vida tranquila del que adopta una postura de indiferencia, mutismo o inhibición ante las injusticias. Precisamente porque busca una verdadera reconciliación y no una falsa «pacificación», el creador de fraternidad se convertirá en fuente de conflictos. Su búsqueda de una sociedad más reconciliada en la justicia, provocará inevitablemente la reacción violenta de quienes sienten amenazados sus propios intereses.

Pero, aun entonces, la reacción personal de Jesús ante la agresión de sus adversarios será siempre de amor incondicional. Jesús, creador incansable de convivencia y fraternidad, morirá en la cruz solo, aparentemente fracasado, víctima del conflicto y rechazo de los hombres, pero ofreciendo su perdón generoso en un gesto último y decisivo de reconciliación, amistad y fe en el hombre.

¿No es urgente entre nosotros la presencia de hombres y mujeres capaces de humanizar nuestros conflictos aun a costa de sufrir alguna crucifixión?

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 37 s.


19.

Frase evangélica: «Jesús se transfiguró»

Tema de predicación: TRANSFIGURACIÓN Y DESFIGURACIÓN

1. La transfiguración de Jesús --situada en los sinópticos al comienzo del camino de Jesús-- es una glorificación anticipada de la resurrección final. Es la contrapartida de la tentación, el lado opuesto de la desfiguración. El relato de la transfiguración significa la consagración de Jesús como Mesías o Cristo, como nuevo Moisés en el monte de Dios y como segundo Elías que pronuncia y cumple toda profecía, delante de sus discípulos (lo ven orante) y de Dios (la voz del cielo y la nube).

El «rostro resplandeciente» de Jesús y sus «vestidos blancos» son sinónimos de resurrección, de disfrute de la gloria de Dios.

2. La palabra gloria es empleada popularmente como algo maravilloso que nos hace felices: «esto da gloria», «es gloria bendita», «estamos en la gloria»... Pero que nadie se gloríe con orgullo, fanfarronería o jactancia; eso es «vanagloria». El cristiano puede gloriarse en Dios por Jesucristo. Evidentemente podemos aspirar a la gloria y, de hecho, la deseamos para todos y, muy en concreto, para el difunto: «que en gloria esté», es decir, que disfrute de la gloria de Dios. La gloria es, en definitiva, manifestación de Dios.

3. El relato de la transfiguración de Jesús, después del episodio de las tentaciones (evangelios de los dos primeros domingos de Cuaresma) nos muestra el camino de los cristianos a la gloria, no sólo la definitiva, sino también la que debemos vivir y compartir ahora. Supone vencer la tentación o las pruebas en el desierto de la vida; subir al monte a contemplar, a celebrar; ir con hermanos creyentes y con Jesús en comunidad; escuchar la palabra de Dios; gozar de la presencia salvadora del Señor; bajar de la montaña para caminar con el pueblo en el valle finalmente, compartir la experiencia vivida a su debido tiempo, en el momento oportuno, mediante el testimonio. La transfiguración es un relato de aliento ante las desfiguraciones que se dan constantemente en la vida.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Buscamos la gloria de Dios o nuestra propia gloria? ¿Cuándo hay gloria en este mundo?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 107 s.

HOMILÍAS 15-20