38 HOMILÍAS PARA EL PRIMER DOMINGO I DE CUARESMA
20-27
20.
1. El desierto, tiempo de búsqueda
Hoy comenzamos la Cuaresma y el Espíritu nos empuja hacia el desierto, en un itinerario espiritual de búsqueda del rostro de Dios y de nuestro propio rostro. El desierto es un lugar desnudo, árido, sin caminos, sin esquemas hechos. Sólo invita al hombre-caminante a atravesarlo, dejándose invadir por el horizonte que siempre está delante. Penetrar en él es desprenderse de un mundo hecho para aventurarse por lo inseguro, lo deforme, lo inacabado.
Entrar, pues, al desierto de esta cuaresma, guiados por el Espíritu, es penetrar en un tiempo interior de búsqueda sincera y valiente de nuestro propio camino de hombres -de cristianos creyentes-. Es inútil pretender el camino o la respuesta ya elaborados, o señales taxativas que nos digan qué tenemos que hacer o cómo decidir.
Es un tipo de preguntas que han de ser respondidas desde el interior de nosotros mismos: ¿Quién soy? ¿Qué busco? ¿Cuál es el objeto de mi vida? ¿Qué significa para mí vivir como cristiano? Hoy la Palabra de Dios nos insinúa que solamente en el desierto podremos encontrar el camino de Dios, que se ha de cruzar con nuestro camino. Así sucedió con Abraham, que no tuvo respuestas dadas de antemano, que tuvo que abandonar su mundo para descubrir trabajosamente el nuevo mundo al que era llamado. Bien lo dice la primera lectura refiriéndose a la experiencia de Abraham y de todo el pueblo hebreo: «Mi padre fue un arameo errante.» Y sólo cruzando el desierto pudo el pueblo ser introducido hasta "esta tierra que mana leche y miel".
No nos extrañe, por lo tanto, que en el desierto Moisés descubriera su vocación de liberador; que allí los profetas encontraran el sentido de la historia de salvación; que en el desierto Juan se preparase para su misión y allí mismo Jesús tuviera que afrontar el más grande de sus interrogantes: ¿Qué quiere de mí el Padre? Caminar por el desierto es la pedagogía de Dios, que lejos de obligarnos a enderezar nuestros pasos por esa o aquella dirección, nos impone el esfuerzo de buscar cada uno su propio camino y dar su auténtica y sincera respuesta.
El desierto subraya nuestra opción libre, y sólo así podremos -como los hebreos- acercarnos al altar y ofrecer «las primicias de los frutos del suelo», suelo que Dios nos ha dado pero que nosotros debemos cultivar.
2.DESIERTO/DPT:El desierto, tiempo de desprendimiento
Jesús tenia treinta años cuando el Espíritu lo urgió a abandonar su familia, su pueblo, su comodidad, sus esquemas... para descubrir lo nuevo de una misión a la que era llamado. Penetrar en el desierto significa, en efecto, desprendernos de todos los esquemas en los que nos hemos «fijado y anclado»; es reconocer que eso pertenece a un mundo viejo y caduco. El desierto desnudo apela a nuestra total desnudez y pobreza interior. No basta decir: «Ya soy cristiano, ya tengo aprendidos los elementos básicos, conozco el catecismo...», etc. Ahora debemos dejar al borde del arenal nuestras respuestas hechas y... huecas, tantos lugares comunes, esos ritos vacíos, aquel modo rutinario y convencional de hacer la cosas.
Dejar al borde del desierto tantas mentiras e hipocresías, una vida aburguesada y autosatisfecha. Dejar esas trampas sutiles con las que pretendemos autoconvencernos, llegando incluso a torcer el sentido de las frases bíblicas para rehuir el cambio y demostrar que Dios piensa exactamente igual que nosotros (de la misma forma que lo hizo el diablo al tentar a Jesús) Al desierto hemos de entrar desnudos, para descubrir nuestra «aridez interior», para tener el coraje de mirarnos tal cual somos, sin las vestiduras que cubren la vergüenza, las llagas o la suciedad.
También esta comunidad, nuestra diócesis, la Iglesia toda ha de desnudarse hoy si quiere comenzar la Cuaresma siguiendo los pasos de Jesús. Como Abraham, que debió abandonar su casa, su país y su comodidad. Como el pueblo hebreo, que dejó el Egipto de las ollas y del conformismo.
¡Qué necesidad tiene nuestra «sociedad cristiana» de despojarse de tantos esquemas y modos de ser como ocultan lo vacío de un cristianismo sin espíritu! Sólo al fina] del desierto están las aguas del Jordán, en las que hemos de sumergirnos para que el Espíritu de Dios nos engendre como nuevas criaturas...
Cuidado con entrar al desierto de esta cuaresma bien situados en nuestro carro -muchas veces un carro blindado- sobre el cual rebotará la Palabra exigente de Dios. Caminemos, en cambio, en la pobreza y el silencio interior, para llenarnos con la riqueza del Evangelio y con la Palabra del Señor, que nos invita a derribar los ídolos para revestirnos de Cristo vivo. Dejemos también los cómodos bastones y la pesada mochila. Apoyémonos en un Dios que nos ha de guiar por el camino de la libertad, cuya primera etapa es mirarnos y reconocernos tal cual somos...
3. El desierto, tiempo de prueba
Ya entrados en el desierto y pasados los primeros fervores, pronto surge la crisis. «Es duro este Evangelio», decimos. «Hagámosle algún retoque, suavicemos sus exigencias...» El desierto -símbolo de toda la vida del hombre caminante- pone, entonces, a prueba el valor de nuestras convicciones. Así fue como los hebreos fueron tentados de abandonar a Yavé para volver a los ídolos de Egipto, y así Jesús sintió permanentemente la gran tentación de desviarse de la cruz para tergiversar el significado de su mesianismo. Todas las tentaciones de Jesús se resumen en una sola: abandonar el modo de Dios de liberar al hombre para amoldarse a las exigencias y criterios del mundo.
Hacer trizas el evangelio de la búsqueda, de la renuncia, de la entrega, para adoptar el «evangelio» de los eslóganes fáciles y de la vida conformista.
Y allí estamos todos con nuestra crisis a cuestas, dispuestos a fabricar los nuevos ídolos que nos seducen: el dinero, el poder, el sexo, la buena vida.
SV/COMODA:Como Jesús, sentimos hambre, es decir, nos sentimos privados de eso mismo que hemos dejado al borde del desierto. «¿No será posible una componenda?», decimos. "¿Hace falta abandonar el egoísmo tan radicalmente?" Sentimos hambre del pasado, de una religión cómoda, de una salvación «asegurada» con algunos rezos y dos o tres limosnas.
Y hambre de poder, de influencias sociales, de prestigio. ¿Para qué la cruz si, con la espada en la mano, todos se nos rinden? ¿Para qué apoyarnos en la pobreza del evangelio, si escudados en el poder político y en el prestigio del dinero, podemos ahorrar energías y adueñarnos más fácilmente del mundo? Y damos un paso más: ¿No podremos usar a Dios -tentarlo- para que El también esté a nuestro servicio? Si nosotros somos su pueblo, sus fieles, sus hombres honestos, ¿por qué no nos ayuda en esta empresa, en aquella guerra, en ese negocio, en el litigio contra nuestro hermano? Al fin y al cabo, ya bastante hacemos por El..., y El... ¿qué hace por nosotros? Lucas nos señala las tres típicas tentaciones de Jesús, todas ellas encaminadas a desviar a Jesús del trance de la cruz. La historia nos muestra, a su vez, las numerosas tentaciones de la Iglesia, atraída por el Espíritu, pero también zarandeada por las riquezas, el poder político y el abuso del prestigio religioso.
Mas ¿cuáles son hoy "nuestras" tentaciones? ¿De qué subterfugios nos valemos para excusarnos ante esta o aquella página molesta del Evangelio? El cristiano del siglo veinte quizá soporte una tentación más dura aún que la de otros siglos: la total y radical rebeldía contra todo orden trascendente que fundamente un estilo de vida religioso. ¿No se basta el hombre a sí mismo? ¿Qué necesidad tenemos de Dios? ¿Para qué atravesar el desierto de la renuncia si podemos ser felices sin evangelio ni cruz ni norma alguna que regule nuestro camino? He ahí nuestra encrucijada... Lo cierto es que, ineludiblemente, tenemos que dar una respuesta.
El desierto, tiempo de fidelidad
Acorralado en la dura crisis, Jesús respondió al Padre haciendo profesión de la misma
Palabra del Padre.
Hizo suyas y aceptó en su corazón esas Palabras, transformándolas en su norma de conducta. No las tergiversó ni las suavizó ni las distorsionó como hizo el tentador. Bien cumplió lo que dice la segunda lectura: "La Palabra está cerca de ti; la tienes en los labios y en el corazón... Por la fe del corazón llegamos a la justicia y por la profesión de los labios, a la salvación".
El cristiano que hoy con sinceridad se pregunta por su camino, confía en que la Palabra de Dios es ese camino de auténtica liberación interior. Sabe que Dios no es un déspota, sino un Padre cuya palabra es siempre alimento, pan, agua y luz.
Quizá hoy el mayor pecado de nuestro cristianismo no está en ignorar la Palabra de Dios sino en tergiversarla o manipularla para ponerla al servicio de tal filosofía o ideología política, para que encaje en tal esquema que no estamos dispuestos a abandonar, pero que debemos o necesitamos disfrazar de «evangélico» para que la conciencia duerma tranquila.
No otra es la intención del evangelio de hoy cuando nos hace descubrir la sutil tentación del hombre-Cristo (del cristiano) invitado a apartarse de Dios con las mismas palabras de Dios...
¿No se justificó, por ejemplo, la esclavitud o la segregación racial o los salarios de hambre con frases bíblicas? ¿No usamos el mismo método para negarnos al diálogo con los no cristianos o para no aceptar el proyecto de cambio dentro de la Iglesia? Por esto, en el mismo desierto somos juzgados. Ahí se hace el juicio del hombre en el tamiz de la sinceridad.
El cristiano enfrentado a la Palabra divina sólo tiene dos alternativas: aceptarla tal cual es y seguirla, o pretender «sobornar» a Dios para vivir en la trampa.
He aquí la encrucijada de esta cuaresma. He aquí el drama de nuestro cristianismo que pretende "servir a dos señores", que escamotea el precio duro de la salvación humana.
Concluyendo...
Jesús en el desierto se miró a sí mismo desde el punto de vista de Dios. Dejó a un lado sus intereses, su comodidad, su egoísmo, y se preguntó sinceramente por el camino a seguir. Su pregunta fue limpia, sin doble intención; como limpia, sincera, transparente fue su respuesta...
Hoy todos estamos caminando en el desierto de una sociedad convulsionada. Y sentimos que la vida se transforma en un campo de batalla entre la verdad y la mentira, entre el amor y el egoísmo. Y las preguntas: ¿Sigo luchando por este ideal? ¿Qué gano con ser honesto, fiel, justo, sincero? Y las excusas: "Se hace lo que se puede... No hay que exagerar... Con probar, nada se pierde..." Esto es d desierto... Los hombres, caminando... y un Dios fiel, que no nos abandona, pero que tampoco apela a espejismos ni a promesas falsas. Un Dios que nos obliga a ir hasta el fondo de nosotros mismos para dar respuesta a los grandes interrogantes de la vida. Pero El no impone su respuesta. «Si eres hijo de Dios -nos dice-, mira en tu corazón y responde.» Esa respuesta sincera es tu culto y tu ofrenda. El culto de la Iglesia del desierto.
SANTOS
BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 9 ss.
21. 2003
El tiempo de cuaresma siempre nos plantea en su primer domingo este tema importante de las tentaciones. Un tema -con su correlativo, el pecado- siempre apto para movernos hacia la conversión.
El libro del Deuteronomio nos está haciendo un recuento de la historia del pueblo de Israel. Esta Historia de la Salvación, expresada en una profesión de fe en los versículos 5-9, está centrada en el acontecimiento de la liberación de Egipto.
El pequeño pueblo llega a Egipto con el peso de su tradición y su cultura, cargadas de politeísmo, un politeísmo que justificaba la opresión, la muerte y la violencia entre los hermanos. Pero ahí le toca enfrentarse al gran imperio, a Egipto, que dominaba en la escena histórica, y bajo este imperio cayó en la esclavitud. La esclavitud no es en realidad sino una forma extrema de dominación de un pueblo cultural, religiosa y militarmente más poderoso sobre otro. Esta dominación es introyectada también por el pueblo dominado; este pueblo puede repetir lo asimilado y reproducir la esclavitud dentro de su mismo pueblo.
Por eso, la única manera como el pueblo puede llegar a aquella tierra que mana "leche y miel" es pasando por el horrible desierto (Dt 1,19). Este recorrido se convierte en tiempo de prueba, pero sobre todo en tiempo de conversión, de vuelta al camino de aquel que le ha llamado, de vuelta al camino de Dios. El desierto se convierte así en un tiempo y un lugar simbólicos para cambiar en el Antiguo Testamento los caminos que se han ido construyendo lejos de Dios, que es el verdadero camino para conseguir la justicia, la paz, el derecho y la perfecta humanidad. Por eso los profetas y todos los del Pueblo, cada vez que era necesario, cada vez que se perdía el rumbo, hacían un llamado a "volver a pasar por el desierto", para cambiar el propio esquema simbólico y así volver a ser constructores de una nueva realidad de vida.
El Evangelio de Lucas nos presenta hoy el pasaje de la tentación de Jesús, una tentación ubicada dentro de la estadía de Jesús en el desierto. Lucas toma del relato de Marcos (cuarenta días) y del de Mateo (tres tentaciones) datos que introduce en el suyo para enriquecer su perícopa.
Jesús en el desierto vive la confrontación del ser humano con su instinto de acaparamiento, con su egoísmo y sus deseos de poder. Allí Jesús supera las tentaciones y se compromete en la línea de la perfecta humanización. El evangelio nos narrará la escena para ponernos como ejemplo la actitud de Jesús, para anunciarnos que sí es posible superar la tentación, y que podremos hacerlo mejor si estamos unidos a Dios y tenemos en mente el ejemplo de Jesús.
Este relato de los cuarenta días en el desierto es un llamado a la primitiva Iglesia, que también sufre la tentación del poder y del autoritarismo, para que se renueve a la luz del Evangelio y siempre se confronte con el testimonio que la Escritura da acerca de Jesús de Nazaret. El fue capaz de optar por el bien que humaniza y superar el mal que nos degrada; fue diferente en ese sentido. La Iglesia también necesita pasar por ese desierto y ser diferente. Tanto sus miembros individuales como la comunidad en cuanto tal deben pasar por esa purificación, para que se realice una verdadera conversión. Un cambio de mente, un cambio de estructuras, un cambio de cosmovisión.
¿No sería necesario en estos momentos históricos que nuestras comunidades eclesiales pasaran por un momento fuerte "de desierto", para empezar una nueva realidad y para asumir un nuevo compromiso a la luz de la Palabra de Dios, que es la regla de la vida cristiana?
El sentido común nos invita a aprovechar el aniversario del tercer milenio como una ocasión de conversión y renovación. Se concreta esta renovación cada vez que individual o colectivamente surgen compromisos para construir una Iglesia donde todos tengamos cabida, y donde todos tengamos iguales derechos, donde sea claro que la tentación del poder y de la exclusión hayan sido superadas.
La predicación sobre las tentaciones puede hacerse de un modo más o menos aplicado, manteniéndose en la teología de la tentación y en una exhortación genérica a su superación, o bien descendiendo hasta nombrar y describir las tentaciones más comunes o las más profundas de entre las que nos rodean. Según la conciencia que tenga la comunidad a la que nos dirigimos, se puede traer al discurso la situación local, nacional, continental o mundial... y se puede hacer un elenco de las "tentaciones" que nos acechan en nuestra situación concreta. [El Concilio Vaticano II habla de un principio orientativo sobre la predicación: (los presbíteros) "no deben exponer la palabra de Dios sólo de un modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio" (PO 4; cf también GS 43, 44, 76; ChD 13; AA 24; OT 16)]. Podemos ubicarnos en una perspectiva más bien concreta y realista, o en una perspectiva más fundamental y englobante. De esta última perspectiva indicamos un ejemplo en el texto de Pedro Casaldáliga sobre "Las tentaciones de hoy", en la Agenda Latinoamericana'96, pág 194.
Oración comunitaria (2):
-Oh Dios, Padre y Madre de todos los seres humanos, que no ahorraste a tu Hijo -hecho hombre- el paso por la tentación, para que fuera enteramente igual a nosotros; haz que nosotros nos asemejemos a él en el modo de combatir y superar el mal en todas sus formas. Por el mismo Jesucristo, tu Hijo...
-Al iniciar este tiempo de cuaresma te pedimos, Dios nuestro, nos ayudes a "con-vertirnos", esto es: a salir de nosotros mismos, y a "volvernos-conmovidamente" hacia ti y hacia nuestros hermanos, para encontrarnos más en profundidad con nosotros mismos, y crecer así cada día hacia la meta de la humanización perfecta que se nos ha propuesto en Jesús, tu Hijo, que contigo vive y reina...
Para la oración de los fieles:
-Para que a pesar de todas las tentaciones, o incluso por medio de ellas, el Espíritu conduzca a tu Iglesia como condujo a Jesús por el desierto, roguemos al Señor... -Por las sociedades del Norte, que parecieran "vivir sólo de pan" (economía, mercado, intereses de la bolsa, control de la inflación...) para que vivan también "de toda palabra que sale de la boca de Dios" (amor, gratuidad, solidaridad, justicia, belleza, cuidado de la creación...)
-Por esta cuaresma que ahora comienza, para que la aprovechemos desde el primer momento...
-Para que la cuaresma de nuestra comunidad cristiana no se reduzca a un ejercicio devocional interno, sino un examen y una renovación esforzada de nuestro esfuerzo concreto por construir y facilitar el Reinado de Dios...
-Por todos los cristianos y cristianas que en este tiempo cuaresmal van a practicar retiros y diversos ejercicios espirituales de renovación cristiana, para que tu Espíritu se derrame ampliamente sobre tus Iglesias...
-Por todos los que van a seguir obligados a hacer un ayuno involuntario, por todos los malnutridos en el mundo, para que sean para nosotros un recuerdo permanente de nuestra obligada solidaridad...
Para la reunión de grupo bíblico:
-Las tres tentaciones que aparecen en el evangelio son tentaciones que ya el pueblo de Dios pasó y que Jesús supera (de ahí que Lucas pone en boca de Jesús palabras del Deuteronomio al contestar a Satán. Especifiquen en grupo cuál es la diferencia entre la respuesta que dio el pueblo de Israel y la que da Jesús.
-Pero el relato concreto de las tentaciones de Jesús no lo escribe Lucas tanto para recordar una historia pasada cuanto para dar un mensaje de fe en primer lugar a quienes son los destinatarios inmediatos del evangelio: la primitiva comunidad cristiana. ¿Qué les está diciendo Lucas?
-Este relato también se dirige a nosotros. Es un símbolo abierto, susceptible de una relectura, de una reinterpretación actualizada. En la situación actual de América Latina, ¿cuáles son las tres más grandes tentaciones con las que se encuentra todo ser humano y todo cristiano?
Para la revisión de vida
Examinar muy concretamente la presencia, en mi vida personal, de esas tres grandes tentaciones: la del interés material egoísta, la del poder, la del exhibicionismo y la manipulación del poder religioso...
¿Qué voy a hacer concretamente en esta cuaresma? Hacerme un "programa" no sólo de actividades, sino de "planteamientos".
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
22. 2004
LA TENTACION DE LA IDOLATRIA
1. Prólogo. Inaugurada la Cuaresma el miércoles de Ceniza, meditamos hoy las tentaciones de Jesús. Con la Cuaresma los cristianos entramos en Ejercicios Espirituales, con abundancia de Palabra y reflexión. "A tu alcance está la palabra, en tus labios y en tu corazón" Romanos 10,8. Nos examinamos para conocer dónde están los bacilos, la infección. No sólo para conocerla, sino para corregirla, a fin de llegar a la Pascua reonciliados y limpios y curados. Tomamos a Jesús por modelo, pues El también hizo su Cuaresma y esa es la razón por la que la hacemos nosotros. Los cuarenta días de Jesús en el desierto son nuestra Cuaresma.
2. "Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios" Deuteronomio 26, 4. El libro del Deuteronomio posee una gran riqueza teológica, nacida de una preocupación pastoral por inculcar en el pueblo de Israel la fidelidad al Señor. Para ello narra la historia de la salvación vivida desde el Sinaí, con el Señor y el pueblo como protagonistas. El Señor ha estado superactivo con su pueblo aliméntandole, "haciéndole caminar sobre áspides y víboras, y pisotear leones y dragones", cubriéndole con su sombra, defendiéndole y dándole esperanza siempre por medio de Moisés, que no llegará a cruzar el Jordán, pues morirá en la cima del Pasga, en el Monte Nebo, frente a Jericó, con los brazos extendidos hacia la tierra prometida, que él no ha de pisar. "Ahí tienes la tierra que juré dar a Abraham, a Isaac y a Jacob. Te la hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella"
3. La historia de la salvación va a continuar después de Moisés con Josué, por voluntad del Señor. Moisés, antes de desaparecer de la historia, escribe y lee su testamento sagrado al pueblo para afianzar el concepto de su identidad como pueblo de Dios, al que por Creador y libertador, debe fidelidad, adoración y cumplimiento de sus mandatos.
4. El Deutoronomio dice más que lo que el pueblo es, lo que el pueblo debe ser, un pueblo que teme y ama a Dios. Todas sus leyes se concentran en el mandamiento principal del amor a Dios y al prójimo; eso les hace un pueblo de hermanos, fieles al cumplimiento del amor, como respuesta al Dios que les ha prometido una tierra que mana leche y miel y se la va a entregar, no por sus méritos, sino por pura gracia. Si el pueblo es fiel al compromiso de adoración y de justicia social, Dios le bendecirá. El Deuteronomio, pues, no es un retrato, sino un programa: una visión de futuro, del esfuerzo de un pueblo por hacerse digno de ser propiedad de Dios, predilecto suyo, como medio de extender el servicio a Dios, que quiere salvar a toda la tierra.
5. Hoy leemos el cumpliento del mandato de la ofrenda de las primicias. Mientras el israelita hace la ofrenda, recita una profesión de fe en Dios que les sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, y narra los principales episodios de la acción salvífica de Dios. Termina con el mandato de postrarse en la presencia del Señor, que en el hoy de Cristo, enlaza con la respuesta al tentador: "Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo darás culto".
6. El Salmo 90 ha sido elegido, más que como eco del Deuteronomio, como texto citado por el tentador: "Porque ha dado órdenes a sus ángeles para que te lleven en sus palmas y para que tu pie no tropiece en la piedra". Con todo, el pueblo de Israel, y el Israel nuevo, que es la Iglesia, nosotros, que vivimos al amparo del Altísimo y a la sombra del Omnipotente, digamos al Señor: "Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti".
7. "Está mandado: No tentarás al Señor, tu Dios". Lucas 4, 1. Lucas, después del bautismo de Jesús, intencionadamente nos relata su genealogía humana, y nos dice que tenía treinta años cuando fue llevado por el Espíritu mientras era tentado por el diablo. Es un resorte sutil para probar que Jesús es hombre, "hecho en todo semejante a los hombres, menos en el pecado" y que, como todos los hombres mientras peregrinan por el desierto de esta vida terrena, sufre la tentación. Ni las tentaciones de Jesús son especiales, ni éstas del desierto son las únicas que ha tenido que padecer. Resuenan en todo el evangelio.
Lucas sitúa las tentaciones en el momento en que Jesús se prepara con soledad, oración y ayuno, a enfrentarse con el demonio, y a declararle la guerra para desposeerle de su reino en el mundo: El diablo se presenta ante Jesús y "Llevándolo a una altura, le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: todo ese poder y esa gloria son míos, porque me han sido entregados y los doy a quien quiero".
8. No se los ha dado el Creador, sino las criaturas, que viviendo prácticamente sin Dios, se han entregado al diablo, que las tiene atadas con fuertes cadenas, que Cristo viene a romper. La lucha ha de ser fiera, porque Satanás no entregará su reino fácilmente. Por eso las tentaciones del diablo durarán toda la vida de Cristo. Le acechará siempre que pueda, o directa o indirectamente a través de los criterios de los hombres: "Apártate, Satanás, eres un diablo para mí, porque piensas como los hombres, y no como Dios", dirá a Pedro. Y termina Lucas diciéndonos claramente que "el demonio se marchó hasta otra ocasión".
9. "Que la piedra se convierta en pan". "Te daré el poder y la gloria". Y "tírate de aquí abajo", para que vean el espectáculo. Para aparentar, para ser más que los otros...En "otra ocasión", clavado ya en la cruz y desangrándose, le desafían los sacerdotes: "Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos en él". Son las tentaciones ordinarias. Pan y dinero, poder y mando, vanidad, ostentación y protagonismo y huída del dolor. "Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida". El diablo quiere inducirle a que escoja un mesianismo falso, triunfalista y humano; terreno. Así hubiera sido mejor aceptado, pero no era ese el camino del Padre. Se quiere convertir a Dios en garantía de prosperidad material y seguridad económica. Jesús opone al pan, la palabra de Dios, según Mateo. Al poder y la gloria a cambio de postrarse ante el diablo, la adoración a Dios, como manda el Deuteronomio. Al poder y la soberbia, a la apetencia de mandar y de ordenar las estructuras de este mundo utilizando los poderes de Satán, según el principio de "el fin justifica los medios", de Maquiavelo, la humildad y la humillación de la cruz, a la que se somete para redimir a los hombres, obedeciendo al Padre en vez de tentarle. Ese es el camino, por el cual será enaltecido con la resurrección y ascensión al cielo. Y con el que nos comprará con su sangre.
10 En un mundo en que mueren de hambre millones ¿no debería la Iglesia convertir las piedras en pan? En un mundo oprimido por tiranos, ¿no debería Cristo y la iglesia convertirse en un centro de poder, de presión, garantía de un mundo de paz? En un mundo que no es capaz de llegar a la verdad, ¿no debería la Iglesia hacer milagros para que todos crean, dispensándonos del humilde esfuerzo de la fe de cada día? No. Porque el hombre es más que la comida. La palabra del evangelio debe conseguir que los hombres compartan sus bienes. Lo que Jesús ofrece es la obediencia a Dios y la exigencia del servicio fraterno. Dios habita en la fe y no en los prodigios espectaculares. Jesús no sucumbió a la tentación, como Israel en el desierto.
11. Al acercarnos a recibir la eucaristía, pidamos hoy al Dios que está actuando en nosotros y en el mundo, que venciendo las tentaciones, su redención alcance a todos los hombres.
J. MARTI BALLESTER
23.COMENTARIO 1
TRES VECES NO
El evangelio tiene escenas que resultan extrañas. Sus autores hablan
frecuentemente en un lenguaje altamente simbólico y enigmático, lleno de
incoherencias y detalles inexplicables para nuestra mentalidad occidental, si se
toman al pie de la letra. Con una escena de éstas, la liturgia inicia la
cuaresma: el relato de las tentaciones de Jesús, referidas por el evangelista
Lucas (4,1-13).
Puesto a prueba durante cuarenta días por el diablo, y tras un largo ayuno,
Jesús es sometido a diversas y variopintas propuestas diabólicas, como convertir
una piedra en pan, hacerse con el dominio del mundo tras habérsele mostrado
desde una altura todos los reinos de la tierra o superar la barrera de lo
imposible, protagonizando un aterrizaje sin paracaídas desde el alero del templo
al torrente Cedrón, precipicio de más de cien metros de altura.
Poco entendemos de este relato si nos quedamos en su letra. Su significado es
más profundo. Se narra aquí en qué consistieron las tentaciones que tuvo que
soportar Jesús durante toda su vida por parte de sus enemigos, verdadera
encarnación del diablo. Tentaciones en las que Iglesia y cristianos han
sucumbido con frecuencia.
Fue un triple asalto diabólico:
«Si eres hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.» Tras
cuarenta días de ayuno, al estilo de Moisés o Elías, Jesús sintió hambre. En su
mano estaba satisfacer la necesidad. Bastaría con utilizar el poder divino en
provecho propio. Pero a Jesús no le pareció lícito. El había venido para
implantar el reinado de Dios -ese nuevo orden donde impera la fraternidad entre
los hombres-, pero el reinado de Dios no puede ser fruto de malabarismo
milagrero, ni Jesús se consideraba un prestidigitador de turno. «No sólo de pan
vive el hombre», respondió al tentador. El hombre encuentra la vida verdadera
cumpliendo lo que Dios manda, y Dios prohíbe terminantemente estos métodos
inusitados...
«Llevándolo a una altura, el diablo le mostró en un instante todos los reinos
del mundo y le dijo: Te daré todo ese poder y esa gloria porque me lo han dado a
mí y yo lo doy a quien quiero; si me rindes homenaje todo será tuyo...» Tampoco
estaba Jesús de acuerdo con la segunda propuesta. Escalar el poder,
concentrándolo en una persona, no es el camino para hacer un mundo de hermanos.
El poder, antes o después, produce esclavos en serie, engendra la dominación de
unos sobre otros. Por otra parte, lo de Jesús no era mandar, sino servir...
«Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en el alero del templo y le dijo: -Si
eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: 'Encargará a sus
ángeles que cuiden de ti y te guarden', y también: 'Te llevarán en volandas para
que tu pie no tropiece con piedras'.» Acción espectacular que Jesús no realizó,
pues a nada habría conducido. Dios no es amigo de espectáculos baldíos, ni está
por quien hace de la vida un ejercicio circense.
Jesús venció la triple prueba: ni utilizó a Dios en provecho propio, ni luchó
por conseguir el poder al que siempre renunció, ni buscó lo espectacular, antes
bien huyó y desconfió del ruido de las multitudes que querían hacerlo rey...
Para Jesús, la vida era más que el pan, a nadie -debajo de Dios- hay que prestar
pleitesía, ni hay que atreverse a tentar a Dios pidiéndole espectáculos
gratuitos... Con nada de eso se libera al pueblo oprimido. Dios no reina entre
tanto fuego de artificio.
Para cumplir la tarea de implantar el reinado de Dios aquí abajo sólo hay un
duro pero gratificante camino: amar y servir sin aspavientos. Lo demás huelga.
24.
COMENTARIO 2
DIFÍCIL CAMINO EL DE LA LIBERTAD
Es largo el camino hacia la libertad: cuarenta años, toda una generación, toda
una vida. Y encierra dificultades, y se siente a veces la tentación de abandonar
la empresa, o de cortar por un –falso- atajo. Pero también es el momento en que
se siente más cerca a Dios; y esa presencia puede hacer más fácil superar las
dificultades.
EL SEÑOR ESCUCHO NUESTRA VOZ
Todo comenzó cuando los israelitas consiguieron la libertad de la esclavitud a
la que estaban sometidos en la tierra de Egipto y, con los ojos de la fe,
comprendieron que Dios, el Señor, no había sido ajeno a aquel acontecimiento:
«Gritamos al Señor... y el Señor escuchó nuestra voz... El Señor nos sacó de
Egipto con mano fuerte...» (primera lectura).
Entonces, a través del desierto, empezó un largo camino que duró cuarenta años.
Durante aquel tiempo los israelitas pasaron por momentos difíciles y por
experiencias que ya no serían olvidadas ni por quienes las vivieron
personalmente ni por sus descendientes. El momento más importante de aquel
camino hacia la libertad fue cuando Dios quiso, en el monte Sinaí, dejar clara
su participación en aquella aventura e hizo experimentar su presencia a los
esclavos recién liberados, a los que ofreció las normas mínimas que, si las
respetaban, garantizarían para siempre la libertad para los miembros de aquel
pueblo (Ex 19-20). En aquellos días, las relaciones del Dios liberador con el
pueblo que él había liberado fueron mejores que nunca (Is 63,7-14; Jr 2,1-3; Os
2,17).
Pero también hubo tentaciones: hubo momentos en que algunos, asustados por las
dificultades propias de la lucha para conquistar en plenitud la libertad,
sintieron nostalgia por las ollas siempre llenas de Egipto, alimento seguro,
aunque amargo, del tiempo de la esclavitud (Ex 16,1-3; Nm 11,4-7).
Y hubo también traiciones. Sobre todo estando ya en la tierra de Canaán, en la
que crearon una nación que, por volver una y otra vez la espalda a su Liberador,
no estuvo constituida prácticamente nunca por un pueblo verdaderamente libre (Is
1,2-8; Am 2,4-16).
LAS TENTACIONES
Esas traiciones, especialmente graves en los dirigentes, que hicieron olvidar a
las gentes la presencia de Dios en medio de su pueblo, hicieron necesario un
nuevo proceso de liberación, un nuevo éxodo, abierto ahora a judíos y griegos,
esto es, a todos los hombres, que Jesús inicia y que habrán de continuar los que
se pongan de su parte. Para ellos resume el evangelista las principales
dificultades -tentaciones- que tuvo que superar Jesús a lo largo de toda su vida
y que los grupos y comunidades que intentan seguir sus pasos se van a encontrar.
Se propone a Jesús en esas tentaciones que prescinda del proyecto de Dios, que
abandone el compromiso en favor de la liberación de los hombres asumido por él
en su bautismo, y que los sustituya por un proyecto distinto en el que,
utilizando el nombre del mismo Dios, se justificaría el poder, la riqueza, los
honores: acabar con el hambre de uno o de unos pocos, olvidándose del hambre de
muchos y, naturalmente, dejando atrás la práctica de compartir para que todos
puedan comer (Si eres Hijo de Dios, dile a esa piedra que se convierta en pan);
sacrificar a la ambición y al deseo de conseguir el poder, demoníaco y
libertario, el proyecto liberador de Dios, esto es, construir un mundo de
iguales que sólo a Dios rinde homenaje (Te daré toda esa autoridad y su gloria,
porque me la han dado a mí y yo la doy a quien quiero; si tú me rindes homenaje,
será toda tuya); manipular a Dios y utilizar los sentimientos religiosos de la
gente sencilla para dominar a las masas, negando y renegando del único Dios y de
la única Verdad, el Dios liberador, la Verdad que hace libres a quienes
responsablemente la aceptan (Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque
está escrito: «Dará órdenes a sus ángeles para que te guarden», y también: «Te
llevarán en volandas, para que tu pie no tropiece con piedras»).
DE NUEVO AL DESIERTO
Necesitamos volver de nuevo al desierto, tomar un poco de distancia de nuestra
realidad, hacer examen de conciencia y analizar en qué tentaciones hemos caído a
lo largo de la historia y cuáles son las que nos acechan en el presente con más
peligro.
La comunidad de los seguidores de Jesús no puede acoger sin más a los que,
satisfechos, se niegan a compartir sus bienes y a comprometerse en la lucha por
un mundo en el que desaparezcan el hambre, la pobreza y sus causas (Está escrito
que «no sólo de pan vivirá el hombre»); ni puede estar organizada como
estructura de poder ni establecer entre sus miembros diferencias en cuanto a
dignidad ni rendir homenaje a alguien distinto al Padre que nos hace hermanos
(Está escrito: «Al Señor tu Dios rendirás homenaje y a él sólo prestarás
servicio»); la comunidad de Jesús no debe permitir que se piense que ese Padre
es algo así como un mago que puede resolver cualquier problema, pero que,
caprichoso, soluciona sólo los que arbitrariamiente decide o los que le pueden
proporcionar una gloria mayor (Está mandado: «No tentarás al Señor tu Dios»).
Aunque se pierdan adeptos, aunque se sienta más intensamente la incomodidad del
camino...
Volvamos al desierto; hagámoslo, como Jesús, empujados por el Espíritu -el que
dice San Pablo que no puede estar donde no hay libertad- (2 Cor 3,17), y con la
fuerza de ese Espíritu venzamos las tentaciones que nos puedan desviar –o que
nos hayan desviado, si ése es el caso- del proyecto liberador de Dios.
25.
COMENTARIO 3
«ESPÍRITU SANTO» ES SINONIMO DE LIBERTAD;
«DIABLO», DE FANATISMO
Mal habituados a leer las escenas del Evangelio como quien lee una historieta o
el relato de un héroe, estamos prácticamente incapacitados para interpretar
correctamente determinadas escenas. La escena de las tentaciones de Jesús es
una de las más elocuentes. La interpretación literalista ha introducido una
serie de categorías más bien propias de la ciencia-ficción, desplazando unos
contenidos que tenían vigencia en la realidad humana a la esfera del
sobrenaturalismo que vive en las nubes. Con el Evangelio obramos de la misma
manera que haría un ignorante que interpretase al pie de la letra los
jeroglíficos egipcios.
Lucas emplea el lenguaje de los símbolos para expresar realidades que
dificilmente podrían describirse con un lenguaje sencillo. La escena de la
prueba a la que es sometido Jesús inmediatamente después de su unción como
Mesías describe anticipadamente todas las tentaciones de liderazgo, poder
despótico o milagrero que le sobrevendrán a partir de este momento y hasta la
muerte en cruz; la triple prueba las engloba todas. El «diablo» es el adversario
por antonomasia del plan de Dios sobre la humanidad, ya que justifica el fin con
medios que niegan y avasallan la libertad del hombre, poseyéndolo y
fanatizándolo.
Los «cuarenta días» que duraron las tentaciones reducen a escala individual los
cuarenta años que, según el relato del Exodo, pasó el pueblo de Israel en el
desierto: representan el tiempo de la actividad de Jesús. El empuje de la
fortísima experiencia interior que ha tenido Jesús en el Jordán lo llevará a
enfrentarse sin desfallecer a todas las falsas expectativas que la sociedad
judía había ido depositando en torno a la figura del Mesías:
«Jesús, lleno de Espíritu Santo, regresó del Jordán, y el Espíritu lo fue
llevando por el desierto durante cuarenta días, mientras el diablo lo tentaba»
(4,ls). Experiencia del Espíritu y lucha interior contra toda especie de
escapismo (primera tentación), de mesianismo político dominador (segunda
tentación) o de provocación providencialista de Dios (tercera tentación) son
concomitantes.
«El diablo» no es otro que el espíritu de poder y dominio vigente en la
sociedad, indiferente a las desastrosas consecuencias que acarrea el abuso de
poder para la humanidad. Contra Jesús no ha tenido éxito: «Acabadas todas sus
tentaciones, el diablo se alejó de él por un tiempo» (4,13). No desiste del
todo, sin embargo, de salirse con la suya: la expresión «por un tiempo» comporta
que volverá a la carga, si bien ya no directamente contra Jesús; intentará hacer
fracasar su plan a través de sus discípulos. De hecho lo conseguirá, en parte,
haciendo prevaricar a «Judas Iscariote, que pertenecía al grupo de los Doce»
(22,3.47), y a Simón Pedro / «el Piedra», cabeza del grupo (22,31 s): «Judas» /
judaísmo le «traicionará» (22,4-6.47s), Simón «Pedro» / El-dispuesto-a-todo
«renegará» de él (22,33s.55-62). «Satanás» (22,3.31) hará caer al primero y al
último de la lista de los Doce, es decir, a todo el Nuevo Israel.
26.
COMENTARIO 4
El libro del Deuteronomio nos está haciendo un recuento de la historia del
pueblo de Israel. Esta Historia de la Salvación, expresada en una profesión de
fe en los versículos 5-9, está centrada en el acontecimiento de la liberación de
Egipto.
La esclavitud no es en realidad sino una forma extrema de dominación de un
pueblo cultural, religiosa y militarmente más poderoso sobre otro. Esta
dominación es introyectada también por el pueblo dominado; este pueblo puede
repetir lo asimilado y reproducir la esclavitud dentro de su mismo pueblo.
Por eso, la única manera como el pueblo puede llegar a aquella tierra que mana
"leche y miel" es pasando por el horrible desierto (Dt 1,19). Este recorrido se
convierte en tiempo de prueba, pero sobre todo en tiempo de conversión, de
vuelta al camino de aquel que le ha llamado, de vuelta al camino de Dios.
El Evangelio de Lucas nos presenta hoy el pasaje de la tentación de Jesús, una
tentación ubicada dentro de la estadía de Jesús en el desierto. Lucas toma del
relato de Marcos (cuarenta días) y del de Mateo (tres tentaciones) datos que
introduce en el suyo para enriquecer su perícopa.
Jesús en el desierto vive la confrontación del ser humano con su instinto de
acaparamiento, con su egoísmo y sus deseos de poder. Allí Jesús supera las
tentaciones y se compromete en la línea de la perfecta humanización. El
evangelio nos narrará la escena para ponernos como ejemplo la actitud de Jesús,
para anunciarnos que sí es posible superar la tentación, y que podremos hacerlo
mejor si estamos unidos a Dios y tenemos en mente el ejemplo de Jesús.
Este relato de los cuarenta días en el desierto es un llamado a la primitiva
Iglesia, que también sufre la tentación del poder y del autoritarismo, para que
se renueve a la luz del Evangelio y siempre se confronte con el testimonio que
la Escritura da acerca de Jesús de Nazaret. El fue capaz de optar por el bien
que humaniza y superar el mal que nos degrada; fue diferente en ese sentido. La
Iglesia también necesita pasar por ese desierto y ser diferente. Tanto sus
miembros individuales como la comunidad en cuanto tal deben pasar por esa
purificación, para que se realice una verdadera conversión. Un cambio de mente,
un cambio de estructuras, un cambio de cosmovisión.
¿No sería necesario en estos momentos históricos que nuestras comunidades
eclesiales pasaran por un momento fuerte "de desierto", para empezar una nueva
realidad y para asumir un nuevo compromiso a la luz de la Palabra de Dios, que
es la regla de la vida cristiana?
COMENTARIOS
1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El
Almendro, Córdoba
2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C.
Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones
Cristiandad Madrid.
4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de
Latinoamérica).
27.
Un combate de santidad
Fuente: Cristiandad.org
Autor: Homilía I en la Cuaresma de San León Magno (440-461)
Entramos, amadísimos, en la Cuaresma, es decir, en
una fidelidad mayor al servicio del Señor. Viene a ser como si entrásemos en un
combate de santidad. Por tanto, preparemos nuestras almas a las embestidas de
las tentaciones, sabiendo que cuanto más celosos nos mostremos de nuestra
salvación, más violentamente nos atacarán nuestros adversarios.
Pero el que habita en medio de nosotros es más fuerte que quien lucha contra
nosotros. Nuestra fortaleza viene de Él, en cuyo poder hemos puesto nuestra
confianza. El Señor permitió que le visitase el tentador, para que nosotros
recibiésemos, además de la fuerza de su socorro, la enseñanza de su ejemplo.
Acabáis de oírlo: venció a su adversario con las palabras de la Ley, no con el
vigor de su brazo. Sin duda, su Humanidad obtuvo más gloria y fue mayor el
castigo del adversario, al triunfar del enemigo de los hombres como mortal, en
vez de como Dios. Ha combatido para enseñarnos a pelear en pos de El. Ha vencido
para que nosotros del mismo modo seamos también vencedores. Pues no hay,
amadísimos, actos de virtud sin la experiencia de las tentaciones, ni fe sin
prueba, ni combate sin enemigo, ni victoria sin batalla.
La vida transcurre en medio de emboscadas, en medio de sobresaltos. Si no
queremos vernos sorprendidos, debemos vigilar. Si pretendemos vencer, hemos de
luchar. Por eso dijo Salomón cuando era sabio: "hijo, si entras a servir al
Señor, prepara tu alma para la tentación" (Sir 2, 1). Lleno de la ciencia de
Dios, sabía que no hay fervor sin trabajos y combates. Y previendo los peligros,
los advierte a fin de que estemos preparados para rechazar los ataques del
tentador.
Instruidos por la enseñanza divina, amadísimos, entremos en el estadio
escuchando lo que el Apóstol nos dice sobre esta pelea: "no es nuestra lucha
contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades,
contra los dominadores de este mundo tenebroso" (Ef 6, 12). No nos hagamos
ilusiones. Estos enemigos, que desean perdernos, entienden bien que contra ellos
se encamina todo lo que intentamos en favor de nuestra salvación. Por eso, cada
vez que deseamos algún bien, provocamos al adversario. Entre ellos y nosotros
existe una oposición inveterada, fomentada por el diablo, porque, habiendo sido
ellos despojados de los bienes que nos alcanza la gracia de Dios, nuestra
justificación les tortura. Cuando nosotros nos levantamos, ellos se hunden.
Cuando volvemos a reponer nuestras fuerzas, ellos pierden la suya. Nuestros
remedios son sus llagas, pues la curación de nuestras heridas los lastima: "estad,
pues, alerta, dice el Apóstol; ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida
la coraza de la justicia, y calzados los pies, prontos para anunciar el
Evangelio de la paz. Embrazad en todo momento el escudo de la fe, conque podáis
hacer inútiles los encendidos dardos del maligno. Tomad el yelmo de la salud y
la espada del espíritu, que es la palabra de Dios" (Ef 6, 14-17).
Mirad, amadísimos, con qué dardos tan poderosos, con qué defensas tan
insuperables nos arma este jefe insigne por tantos triunfos, este maestro
invencible de la milicia cristiana. Nos ha ceñido con el cinturón de la
castidad, ha calzado nuestros pies con las sandalias de la paz. En efecto, un
soldado que no tenga ceñidos los lomos es pronto derrotado por el instigador de
la impureza, y el que carece de calzado es fácilmente mordido por la serpiente.
Nos ha dado el escudo de la fe para proteger todo el cuerpo, ha colocado en
nuestra cabeza el casco de la salvación, ha puesto en nuestras manos la espada,
es decir, la palabra de verdad. Así, el héroe de las luchas del espíritu no sólo
está resguardado de las heridas, sino que puede dañar también a quien le ataca.
Confiando en estas armas, entremos sin pereza y sin temor en la lucha que se nos
propone, y, en este estadio en que se combate por el ayuno, no nos contentemos
con abstenernos de la comida. De nada sirve que se debilite la fuerza del cuerpo
si no se alimenta el vigor del alma. Mortifiquemos algo al hombre exterior, y
restauremos al interior. Privemos a la carne de su alimento corporal, y
adquiramos fuerzas en el alma con las delicias espirituales. Que todo cristiano
se observe detenidamente y, con un severo examen, escudriñe el fondo de su
corazón. Vea que no haya allí alguna discordia o se haya instalado alguna
concupiscencia. Mediante la castidad arroje lejos la incontinencia, mediante la
luz de la verdad disipe las tinieblas de la mentira. Desinfle el orgullo,
apacigüe la ira, rompa los dardos nocivos, ponga un freno a la denigración de la
lengua, cese en las venganzas y olvídese de las injurias; brevemente: "toda
planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada" (Mt 15, 13). Pues,
cuando las simientes extrañas hayan sido arrancadas del campo de nuestro
corazón, entonces serán alimentadas en nosotros las semillas de la virtud.
Acordándonos de nuestras debilidades, que nos han hecho caer fácilmente en toda
clase de faltas, no descuidemos este remedio primordial y este medio tan eficaz
en la curación de nuestras heridas: perdonemos, para que se nos perdone;
concedamos la gracia que nosotros pedimos. No busquemos la venganza, ya que
nosotros mismos suplicamos el perdón. No nos hagamos sordos a los gemidos de los
pobres; otorguemos con diligente benignidad la misericordia a los indigentes,
para que podamos encontrar también nosotros misericordia el día del juicio.
El que, ayudado por la gracia de Dios, tienda con todo su corazón a esta
perfección, cumple fielmente el santo ayuno y, ajeno a la levadura de la antigua
malicia, llegará a la bienaventurada Pascua con los ácimos de pureza y
sinceridad (cfr. l Cor 5, 8). Participando de una vida nueva (cfr. Rm 6, 4),
merecerá gustar la alegría en el misterio de la regeneración humana. Por Cristo
nuestro Señor, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos
de los siglos. Amén.