40 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO I DE CUARESMA
32-40


32. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios Generales

Génesis 2, 7-9; 3, 1-7

La narración bíblica que describe el “Pecado” del Paraíso suscita un interés siempre creciente:

— Narración cargada de ingente valor teológico y expresada en una escenificación de un dramatismo insuperable. Actúan como protagonistas-antagonistas el Hombre (Adán-Eva) y Satán (Serpiente). Y el escenario es el Paraíso con sus dos “Árboles” simbólicos: Árbol de la Ciencia-Árbol de la Vida. El Árbol de la Ciencia significa la Trascendencia Divina, los Poderes Divinos. El Árbol de la Vida simboliza la Inmortalidad. Dios hace de ella gracia al hombre a condición de que el hombre viva en dependencia y amor filial de Dios. El Paraíso simboliza el estado feliz en que Dios y el hombre viven. Los antropomorfismos quieren indicar las relaciones de un amor íntimo, filial.

— Se interpone Satanás, enemigo a la vez de Dios y del hombre. La Biblia le presenta bajo el disfraz de “Serpiente”. En Canaán la “Serpiente” era objeto de culto idolátrico. Simbolizaba la vida, la fecundidad. El Pecado que la Serpiente insinúa al hombre (Eva-Adán) es una especie de idolatría. El Autor Sagrado retrotrae a los principios el pecado más grave que Él conoce: el culto idolátrico. En Canaán eran la peor tentación para Israel aquellos cultos naturalistas con que los iniciados pretendían arrancar a sus dioses poderes divinos sobre la fecundidad y sobre la vida. Jeremías nos lo dice con realismo y crudeza: “¿Ves lo que hace la rebelde Israel? Va a toda alta montaña bajo todo árbol frondoso; y allí se prostituye o idolatra” (Jer 3, 6). En el Pecado del Paraíso se ve este trasfondo de malicia: un afán de compartir los poderes de Dios; una autonomía total; una autodivinización del hombre frente a Dios. Y el hombre, al emanciparse de Dios, pierde a Dios y da con el dolor y la muerte.

— La Biblia no es Historia Universal, sino: “Historia de la Salvación”, o si preferimos: “Teología de la historia humana”. En estos primeros capítulos nos enseña: Dios creó al hombre con destino a Vida Inmortal. Lo creó libre. La “libertad”, corona de gloria del hombre, tiene tanto de dignidad como de riesgo. El hombre puede ir a Dios e ir contra Dios. El hombre con abuso de su libertad, bajo el influjo de Satanás que le ataca por el punto más vulnerable, el orgullo, se independiza de Dios. Ahora frente a esta maldita cadena: Pecado-Castigo-Dolor-Muerte, Dios Misericordioso inicia la que llamamos “Historia Salvífica”: Promesa-Encarnación-Redención-Salvación. Y si una solidaridad de pecado nos anega a todos los hombres, también una solidaridad de gracia nos purifica y nos salva: la solidaridad, por la fe, con nuestro Redentor Jesucristo.

Romanos 5, 12-19:

San Pablo desentraña los riquísimos valores teológicos de la narración del Génesis:

— Para iluminar cómo Cristo nos libra del “Pecado”, pone frente a frente al primer Adán, cuyo delito nos trae la “Muerte”, y a Cristo, cuya “Redención” nos trae la Vida. Por Adán perdimos el acceso al Árbol de la Vida; por Cristo recobramos la Vida. El pecado es rompimiento con Dios. Por eso es muerte. Adán, al abrir la puerta al “Pecado” la abrió a la “Muerte”. Por Adán reinan sobre todos los hombres el “Pecado” y la “Muerte”. La Escritura entiende por “Muerte” no sólo la física o corporal, sino sobre todo la espiritual y eterna. La muerte física es “signo” y consecuencia de la espiritual (Sap 2, 24). Dios es Vida. Quien rompe con Dios queda en zona de muerte. Quien conecta con Dios tiene la Vida de Dios. Cristo, que nos trae la justificación (= Redención del “Pecado” y recuperación de la Gracia = Vida de Dios), nos trae también la Resurrección (vv 12-14).

— Nuestra solidaridad con Adán y con Cristo queda iluminada por Pablo en este ramillete de contrastes: Entre la obra nefasta de Adán que inficiona de pecado a toda la Humanidad y la obra redentora de Cristo que a todos nos revitaliza de gracia (16); entre el “Pecado”, rey universal por culpa de Adán, y el Reino de la Gracia = Reino de la Vida, al que por Cristo tenemos todos libre acceso (17); entre el influjo universal que para condenación tiene el delito de Adán y el influjo universal que para justificación y salvación tiene la Redención de Cristo (18). Por fin, en el v 18 se acentúa el contraste, entre la que podríamos llamar causa formal o esencial que diversifica las dos situaciones contrapuestas: la “Desobediencia” de Adán contra Dios desata en cadena las calamidades de la historia humana; historia de dolor y muerte porque lo es de pecado. Y la “Obediencia” de Cristo, Hijo de Dios Encarnado, nos entra de nuevo a todos en la órbita de Dios, y trueca todos los dolores y todos los esfuerzos humanos en Historia de Salvación.

— Ahora basta que con fe y amor nos asociemos al Adán Nuevo: Cristo. “Al que quede vencedor le daré a comer del Árbol de la Vida que está en el Paraíso de mi Dios” (Ap 2, 7; 22, 2. 14). En la Eucaristía tenemos ya el pregusto del Árbol de la Vida. La Liturgia cuaresmal nos llama a conversión y a vigorizar la gracia bautismal comiendo el Pan de Vida.

Mateo 4, 1-11:

El Evangelio nos narra en estilo catequístico las tentaciones de Satán a Cristo: Al Adán desobediente se contrapone el Adán Nuevo. Siervo Obediente:

— En la tentación del Paraíso Satanás seduce al hombre. Le excita a gula y sensualidad, y sobre todo a ambición, autonomía y orgullo. Estas mismas tentaciones presenta a Cristo.

— Vencidos en Adán, y ya sin moral ni posibilidades de victoria, el linaje de Adán se hunde todo él en el pecado. Cristo, Adán Nuevo, vence a Satanás. Los cristianos, vencedores en Cristo, recuperada la moral de la victoria, vencemos personalmente, con la gracia de Cristo, al pecado y a Satanás.

— Las tentaciones que Satanás presentará a los cristianos coinciden con la que presentó a Jesús:

a) Traducir el Reino de Dios en soluciones inmediatas, utilitarias, tangibles. Debemos purificar este concepto del Reino. Debemos adorar la presencia y el poder de Dios en la continuidad del dolor, de la pobreza, del fracaso: de la cruz. El Reino trasciende todos los esquemas terrenos.

b) Otra tentación es el exhibicionismo. Igualmente querer presentar la credibilidad de la Iglesia, o apoyar nuestra fe en milagrismos; o empeñarse en racionalizar el Evangelio y presentarlo a gusto del mundo: “Los judíos piden milagros y los griegos sabiduría; nosotros, empero, predicamos a Jesús- Mesías Crucificado” (1 Cor. 1, 23).

c) Cierto, no adoramos al demonio, pero nos acechan idolatrías no menos peligrosas: egolatría, cosmolatría, cronolatría, tecnolatría. Ese secularismo y desacralización que marginan a Dios. Ese poner el paraíso en la tierra. Esa autosuficiencia de quienes nunca oran. Esa crítica acre e inmisericorde de la Iglesia tradicional unida a la autopropaganda de los métodos propios, o con un eufemismo más disimulado de la adaptación a los hombres de nuestro tiempo. El Diablo nos envuelve en las redes sutiles de orgullo, ambición, egoísmo. Le venceremos con la pobreza y mortificación, la humildad y obediencia, la fe y esperanza. Nuestro alimento y vigor es la Palabra de Dios (4). Y nuestro premio, la Vida de Dios (Ap 2, 7).

— Apropiémonos este programa cuaresmal empapado de tensión pascual:

…Quia fidelibus tuis dignanter concedis quotannis paschalia sacramenta in gaudio purificatis mentibus expectare: ut, pietatis officia et opera caritatis propensius exequentes, frequentatione mysteriorum, quipus renati sunt, ad gratiae filiorum plenitudinem perducantur (Praef.)

(José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.)


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Dr. D. isidro Gomá y Tomás

AYUNO Y TENTACIONES DE JESÚS

Explicación. Todavía, a pesar de la consagración oficial de su misión, Jesús se oculta de nuevo. Primero, en Egipto; luego, en Nazaret, ahora, en un desierto: a cada manifestación de su gloria sucede una ocultación. Mientras esté en el desierto, hará su camino en la masa del pueblo la glorificación del Jordán, y el pueblo se irá disponiendo para el gran día de la predicación, a plena luz, del reino de Dios. Sólo que la humillación de Cristo en este momento nos aturde. Es pleno invierno, durante los meses de diciembre y enero, cuando se retira al desierto, cuando las noches largas, y el clima implacable, y la esterilidad de la naturaleza harán más difícil la vida. Se priva de todo alimento por espacio de cuarenta días y cuarenta noches. Y, lo que es más, el santísimo Jesús deja que se le acerque y se ponga en contacto con él el diablo inmundo. Hecho hombre, y a semejanza de pecador, quiere pasar por todo, menos por el pecado.

¿Cuál es la naturaleza de las tentaciones de Jesús? ¿Fue una simple sugestión interna, como quisieron algunos Padres, o tuvo carácter objetivo y externo? Debe desecharse, por contraria a la exégesis tradicional y a la verdad histórica, la opinión de unos pocos que quisieron que las tentaciones de Jesús fueran simbólicas, no reales, y propuestas solamente como ejemplar y tipo de las tentaciones que suelen probar a los hombres; ¿a qué vendría la narración de un hambre simbólica o de un Satanás simbólico? Algunos intérpretes católicos han querido que las tentaciones de Jesús fueran solamente internas: no que en Jesús, como en nosotros, hubiera un germen de concupiscencia que en aquellos momentos se levantara contra la razón, que ello sería error manifiesto, por cuanto en Jesús, por su unión hipostática con el Verbo y la plenitud de santificación, no pudo haber principio alguno de desorden; sino que fue tentado por sugestión interna por un agente externo del mal, que es el demonio, que indudablemente puede producir impresiones fantasmáticas en la región sensitiva del hombre. No creemos aceptable esta opinión, contra la cual militan los caracteres absolutamente históricos del relato evangélico y el común sentir de los intérpretes.

Jesucristo fue tentado como nosotros, en todo, pero sin pecado, dice el Apóstol (Hebr. 4, 15). Permaneciendo impecable, quiso ser probado para adiestrarnos a nosotros a la lucha. Ni hay repugnancia alguna en que le tomara el espíritu inmundo, que se le presentaría en forma humana y con voz humana le hablaría, por cuanto en forma corporal venció al primer Adán, y en la misma forma debía ser vencido por el segundo. Instrumentos del diablo fueron, absolutamente históricos, los sayones que en la pasión le flagelaron, escupieron y abofetearon, y Jesús les dio potestad sobre su cuerpo.

PRIMERA TENTACIÓN (1-4)

La primera tentación es de gula, y va directamente contra la mesianidad de Jesús. Ha sospechado el diablo, a la vista de la teofanía del Jordán, que Jesús es el Mesías: le ve hambriento; le juzga pecador como todo hombre; le inducirá a comer, y así empezará su misión con un acto contrario a la voluntad de Dios.

Entonces, cuando se hubo alzado de las aguas del Jordán, inmediatamente Jesús, lleno del Espíritu Santo, fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Es enérgica la acción del Espíritu de Dios cuando se apodera con plenitud de su criatura. Empujado por Él, sube Jesús desde las profundidades del Jordán a un monte. La prisa que lleva es señal de su deseo de entrar en liza con el enemigo a quien ha venido a perder. Con esta ansia sube al monte, créese que el llamado hoy de la Cuarentena, al oeste de Jericó, no lejos del lugar del bautismo y a unos 500 metros sobre el nivel del Mar Muerto y poco menos de un centenar sobre el Mediterráneo. Hórrido lugar, lleno de precipicios y cavernas. Y estuvo en el desierto cuarenta días y cuarenta noches, sufriendo muchos embates de Satanás antes de la lucha culminante en que nos le presentan Mateo y Lucas: y era tentado por Satanás, y moraba con las fieras, chacales, leoncejos y leopardos, que iban a buscar su presa en los valles del Jordán.

Sometióse Jesús en aquel lugar a un ayuno espantoso. Como Moisés, antes de recibir la ley, ayunó cuarenta días, así también Jesús antes de promulgar la ley nueva. No ayunó, como solían hacerlo los hebreos, solamente de sol a sol, sino que no comió nada durante aquellos días, dice Lucas: Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, después tuvo hambre. No la tuvo mientras ayunó, dicen los intérpretes, sino después: levantado su espíritu en altísima contemplación y como en éxtasis, en que trataba con el Padre el negocio futuro de su predicación y de su Iglesia, no sintió el estímulo del hambre hasta acabados aquellos días.

El hambre de Jesús acreció la audacia de Satanás. Espíritu sutilísimo, el ángel del mal barruntaba la divinidad de Jesús: el había oído la voz del Padre y la predicación del Bautista; en su estancia en el desierto habría visto en Él algo extraordinario. Y tomando forma visible, seguramente humana, se presenta a Jesús escuálido, hambriento, no ofreciéndole suculentos manjares, sino induciéndole simplemente a que manifieste su divinidad, convirtiendo en pan las piedras del desierto: Y acercándosele el tentador, le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se hagan panes. Es tentación de desobediencia en el fondo, como la del paraíso. El Padre te manda al desierto para que ayunes: ni un esclavo se obliga a esto; ya que eres Hijo del Padre, rompe con tu propia voluntad una condición que te rebaja.

Jesús defrauda a Satanás en sus esperanzas: ni le revela su divinidad, ni siquiera entra en sus intenciones de desviarle de la voluntad del Padre: El cual le respondió y dijo: Escrito está: No de sólo pan vive el hombre, más de toda palabra que sale de la boca de Dios. Es un pasaje del Deuteronomio (8, 3) el que alega Jesús, en el que Moisés dice al pueblo que cuando le afligió la penuria, no le faltó el sustento, porque Dios le proveyó con el maná. El sentido es: la vida del hombre no se conserva únicamente con el pan, sino que puede sustentarse el hombre en cualquier forma que Dios quiera; por consiguiente, si Dios quiere que sufra hambre y viva, viviré sin pan, como Dios lo quiera. Hacer un milagro para procurarme qué comer, sería contrariar la voluntad de Dios.

SEGUNDA TENTACIÓN (5-7)

Es de orgullo y vanidad. Jesús había demostrado suma confianza en Dios en la tentación primera: ahora es tentado para que se exceda ilegítimamente en esta misma confianza. Usando, con permisión de Dios, del poder que tienen los espíritus sobre los cuerpos, toma a Jesús y lo lleva por los aires a la parte más elevada del templo de Jerusalén, probablemente la más alta cima del pórtico real, sobre el abismo del torrente Cedrón: Entonces le tomó el diablo, y le llevó a la santa ciudad, Jerusalén, y le puso sobre la almena del templo; es la ciudad santa porque es centro de la teocracia y del culto del pueblo judío.

Y como Jesús se había valido de la Escritura para vencerle en la primera tentación, así el diablo, falseando otro texto de la misma Escritura (Ps. 90, 11.12), en que promete Dios su especial asistencia a los justos en las circunstancias peligrosas en que pueden ponerles sus deberes de estado: Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo, porque escrito está: Que mandó a sus ángeles acerca de ti, y te tomarán en palmas, porque no tropieces en piedra por tu pie. Es el diablo mal intérprete de las Escrituras, dice San Jerónimo: interpreta mal aquí el texto del salmista, porque le da el sentido absoluto de la protección milagrosa de Dios, incluso en caso de temeridad en los peligros; quizá se lo aplica a Jesús como una profecía mesiánica. De todas maneras sería ruidosísimo el milagro, porque se realizaría en forma ostentosa, en el centro de la teocracía, en los comienzos del ministerio.

El P. L. Fonck da otra bella razón de esta tentación segunda. Según opinión de los judíos, que consigna el comentario Yalkut sobre Isaías (60, 1), cuando vendrá el Mesías subirá a lo alto del templo y dirá: “Los que andáis agobiados, sabed que esta próxima la hora de vuestra redención”. A esta señal del cielo provoca Satanás a Jesús para demostrar su mesianidad, diciéndole que se eche de lo alto del templo. Dios quiere que el Mesías cumpla su misión en medio de dolores y desprecios; si logra vencer a Jesús, le hará contrario a los designios de Dios (Verbum Domini, 1 (1921), 14).

Jesús con el escudo de la Escritura rechaza los dardos que de la Escritura falseada le vienen; Jesús le dijo: También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios. Tienta a Dios quien confía en la divina Providencia más allá de lo debido y justo, o de ella indebidamente desconfía: son los pecados de presunción y pusilanimidad. Echarse abajo del pináculo del templo es presunción manifiesta. Ni quiere el Padre que por esta vía clamorosa entre Jesús en su ministerio. La alegación es del Deuteronomio (6, 16), cuando los israelitas en el desierto, faltos de agua, murmuraron de Dios y le exigieron un milagro.

TERCERA TENTACIÓN (8-11)

Dios había prometido al Mesías la posesión de todos los reinos de la tierra (Ps. 2, 8; 71, 8, 11, etc.); pero debía conquistarlos a fuerza de dolores y abatimientos (Is. 49, 4; 50, 4-10, etc.). El diablo intentará persuadirle que invierta el orden de la Providencia, llegando al dominio del mundo con un pacto con el mal: así comprometerá de nuevo su misión mesiánica. Para ello, de nuevo le subió el diablo a un monte muy alto. No puede determinarse cuál fuese el monte, si el Tabor, el Nebo, el de la Cuarentena, u otro: Y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos. No hay monte alguno desde el que se domine toda la tierra: por ello niegan algunos la realidad objetiva de la tentación; pero tampoco pudo ser puramente subjetiva, porque el diablo no tenía poder sobre el interior de Jesús. Fue como por arte de magia, y en virtud del poder diabólico, que se formó ante los ojos de Jesús, en un instante de tiempo, una representación fantástica de la magnitud, riquezas, fausto, etc., de los mismos reinos del mundo. Para dar más verosimilitud a la visión le ha transportado a un alto monte.

Realizado el engaño óptico, propone el diablo a Jesús otro mayor, horrendo: se hace Dios: Y le dijo: Te daré todas estas cosas y todo el imperio y la gloria de ellas. Le promete el dominio y el régimen de toda la tierra y el honor que de ello deriva. Y en una afirmación mentirosa de su orgullo, que suplanta a Dios, Dominador y Dueño de todo, añade: Porque me han sido dadas, y las doy a quien quiero. El diablo es dueño del mundo: el Mesías también debe serlo; lo que debe lograr por el dolor, trabajos y muerte, lo tendrá en un momento sin pena: Por lo mismo, si tú, postrándote, me adorares, te las daré todas.

Jesús rechaza con indignación la sugestión infame, sin descubrirse al diablo y sin caer ante su hinchada soberbia: Entonces le dijo Jesús: Vete, Satanás. Le llama Satanás, que significa adversario, para demostrarle que le conoce y que es el reino de Dios el que viene a fundar, no el del diablo, como lo hubiese hecho adorándole. Le repudia y le manda huir, lo que no hizo en las dos anteriores tentaciones, para demostrar que es el vindicador de la gloria de Dios. Y le rebate con otra alegación bíblica: Porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a Él sólo servirás (Deut. 6, 13). Quien buscaba adoraciones oye la palabra que le condena al eterno reconocimiento de la superioridad de Dios; y buscando desviar a Jesús de la voluntad divina, recibe la lección de la absoluta sujeción que el mismo diablo debe a ella.

Entonces, acabada toda tentación, le dejó el diablo. Vergonzosamente derrotado, se retiró el diablo, no definitivamente, sino por algún tiempo, hasta que se presente ocasión oportuna para volver al ataque. Las tres tentaciones son toda tentación, porque la gula, la soberbia y la avaricia, que fueron su objeto directo, aunque en el fondo se vio la intención antimesiana del diablo, son como las tres cabezas y las tres semillas de toda tentación. Representan las tres concupiscencias, la de la carne, la de los ojos y la soberbia de la vida, que son las tres fuentes del pecado de los hombres. Pero más tarde se presentará otra vez el demonio para dar a Jesús la batalla definitiva; especialmente de Getsemaní al Calvario, desencadenará contra él todas sus furias; logrará una victoria aparente con la muerte de Jesús, pero ésta será la ruina definitiva del reino del diablo.

En el mismo campo de batalla recibió Jesús las coronas del triunfo. Confió en Dios, y Dios le socorre solemne y generosamente en su necesidad, por el ministerio de sus Ángeles: Y he aquí que los ángeles se acercaron y le servían. No uno solo, que hubiese bastado, sino muchos, que así convenía a la victoria de su Señor, le sirvieron de comer y en cuanto le plugo mandarles. Ello hizo al diablo mas cruel su derrota.

Lecciones morales

— A) v. 1. —Fue llevado al desierto... para ser tentado del diablo... — El diablo es nuestro encarnizado enemigo, como lo fue de Jesús; contra él debemos sostener lucha tremenda y oculta, como el Señor la sostuvo. Por lo mismo, debemos prepararnos como el se preparó para el combate: con la oración y el ayuno; la oración nos da firmeza al atarnos a Dios, y multiplica nuestras fuerzas, por el socorro que de Dios nos logra; por ello nos manda Jesús que le pidamos: «No nos dejes caer en la tentación». El ayuno, por una eficacia hasta de orden fisiológico, mitiga el ardor de las concupiscencias, a mas de que purifica el alma y es obra meritoria de mayores gracias ante Dios. Por esto los siervos de Dios han sido siempre amigos de ambas prácticas. Nuestra Cuaresma nos introduce en la imitación de Jesús en este punto: es tiempo de oración y mortificación.

— B) v. 4. — No de solo pan vive el hombre, mas de toda palabra que sale de la boca de Dios. — Es la respuesta que da Jesús al diablo en la primera tentación. Tomando estas palabras en su sentido moral, debemos persuadimos que la vida del hombre, como tal, exige mucho mas que la sola satisfacci6n de sus apetitos. El que así obra es un hombre mutilado, y llega a menos que los mismos irracionales, porque hace servir la fuerza de su espíritu para el logro de las cosas bajas de la vida: «Vinieron a ser como el caballo y el mulo, que no tienen entendimiento» (Ps. 31, 9). La parte espiritual del hombre, que debe predominar, tiene también sus exigencias: el pensamiento debe nutrirse de verdad; la voluntad, de legitimo y casto amor. Pero, sobre todo, hay la vida sobrenatural, que importa el conocimiento de las verdades reveladas, el amor de Dios y del prójimo y el cumplimiento de todos nuestros deberes religiosos. Debemos siempre vivir de Dios y en Dios, aun en las mismas cosas que como hombres y en un orden inferior estamos obligados a hacer y tratar.

c) v. 7. —También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios. — Jesús es nuestro modelo en la manera de vencer las tentaciones, sean las que fueren. En dejarnos arrastrar al mal, imitamos a nuestros primeros padres, que fueron precisamente vencidos en las tres tentaciones de gula, soberbia y avaricia, que abrieron en nosotros las tres llagas de la concupiscencia. En la lucha contra el mal debemos imitar a Jesús: las lecciones que nos da son, a mas de la oración y mortificación, una confianza ilimitada en Dios, que no consentirá que seamos tentados sobre nuestras fuerzas; una firme voluntad de no sucumbir; la palabra de Dios, que es tremenda para el diablo; y sobre todo, la gracia, que Jesús tendrá en toda su plenitud y que le haría impecable, y que nos mereció a nosotros con su victoria.

D) v. 11. — Y he aquí que los ángeles se acercaron y le servían. Después de la tentación, si vencemos, tendremos el gozo del triunfo, el premio de la victoria y un acrecimiento de fuerzas y de experiencia para luchar en lo sucesivo con mayor ventaja. Los ángeles nos asistirán porque verán nuestra pericia y nuestra decisión en lograr nuevos triunfos.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 348-354)


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Fulton Sheen

TRES ATAJOS QUE ELUDEN LA CRUZ

Inmediatamente después del bautismo, nuestro Señor se retiró de entre la gente. El desierto sería su escuela tal como había sido la escuela de Moisés y de Elías. El retiro es preparación para la acción. Más tarde serviría a Pablo para el mismo propósito. Quedó atrás toda humana consolación cuando “moró con las bestias”. Y durante cuarenta días no comió nada.

Comoquiera que el objeto de su venida era luchar contra las fuerzas del mal, su primer encuentro no había de ser una discusión con un maestro humano, sino un debate con el mismo príncipe del mal.

Entonces Jesús fue conducido
por el Espíritu al desierto,
para ser tentado por el diablo.
Mt 4, 1.

La tentación era una preparación negativa para su ministerio, así como el bautismo había sido una preparación positiva. En su bautismo había recibido el Espíritu y una confirmación de su misión; en sus tentaciones recibió la fortaleza que proviene directamente de la prueba. Existe una ley en todo el universo según la cual nadie puede ser coronado a menos que haya luchado. Ninguna aureola de mérito brilla en torno a la cabeza de aquellos que no combaten. Los icebergs que flotan en las frías corrientes del Norte no despiertan nuestra atención respetuosa precisamente porque son icebergs, pero si en las cálidas aguas de la corriente del Golfo flotaran sin disolverse suscitarían nuestra admiración y asombro. Incluso cabría decir de ellos que eran icebergs con carácter si hubieran logrado subsistir en virtud de un acto deliberado.

La única manera con que uno puede demostrar que ama es realizando un acto de elección; las simples palabras no bastan. De ahí que la prueba original propuesta al hombre ha sido propuesta de nuevo a todos los hombres; incluso los ángeles han pasado por una prueba. El hielo no merece consideración por ser frío, ni el fuego por ser caliente; solo aquellos que tienen la posibilidad de elegir pueden ser alabados por sus actos. Mediante la tentación y su resistencia frente a ella se revela la hondura de carácter de un hombre. Dice la Escritura:

Bienaventurado aquel que soporta la tentación;
porque cuando haya sido probado,
recibirá la corona de vida,
que ha prometido el Señor a los que le aman.
Iac 1, 12.

Cuando más fuertes se revelan las defensas del alma es cuando fuerte es también el mal que se ha resistido. La presencia de la tentación no implica necesariamente imperfección moral por parte de la persona tentada. En tal caso, nuestro Señor no habría podido ser tentado en modo alguno. Una inclinación interna al mal, como la que siente el hombre, no es condición necesaria para un asalto de la tentación. La tentación de nuestro Señor provenía únicamente de fuera, y no de dentro, como ocurre frecuentemente en nosotros. De lo que se trataba en la prueba sufrida por nuestro Señor no era de la perversión de los apetitos naturales, por los que son tentadas las demás personas; más bien era una sugestión para que dejara de lado su divina misión y su obra mesiánica. La tentación que viene de fuera no debilita necesariamente el carácter; en realidad, cuando ha sido vencida, procura una oportunidad para que la santidad aumente. Si había de ser el hombre modelo, tenía que enseñarnos el modo de alcanzar la santidad venciendo la tentación.

Por lo mismo que Él ha padecido
siendo tentado,
es capaz de acudir en ayuda
de los que son tentados.
Hebr 2, 18.

Esto viene ilustrado también en la obra de Shakespeare, Medida por medida, en el carácter de Isabel:

Una cosa es ser tentado,
y otra sucumbir a la tentación.

El tentador era pecaminoso, pero el tentado era inocente. Toda la historia del mundo gira alrededor de dos personas: Adán y Cristo. A Adán se le dio una posición para que se mantuviera en ella, y cayó. Por lo tanto, su pérdida fue una pérdida de la humanidad, ya que era cabeza del linaje humano. Cuando un gobernante declara la guerra, también la declaran los ciudadanos, aunque no lo hagan de una manera explícita. Cuando Adán declaró la guerra a Dios, la humanidad la declaró también.

Ahora, con Cristo, todo volvía a estar en juego. Se repetía la tentación de Adán. Si Dios no hubiera tomado una naturaleza humana, no habría podido ser tentado. Aunque su naturaleza divina y su naturaleza humana estaban unidas en una sola persona, la divina no estaba disminuida por la humana, ni su humanidad se hallaba desproporcionada debido a su unión con su divinidad. Puesto que tenía una naturaleza humana, podía ser tentado. Si había de hacerse igual que nosotros en todas las cosas, había de someterse a la experiencia humana de resistir la tentación. Tal es la razón por la cual en la Epístola a los hebreos se nos recuerda cuán estrechamente unido se hallaba a la humanidad por medio de sus tentaciones:

Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz
de compadecerse de nuestras flaquezas,
sino uno que ha sido tentado en todo,
así como nosotros, fuera del pecado.
Hebr 4, 15.

Forma parte de la disciplina de Dios hacer perfectos a los que ama por medio de las pruebas y los sufrimientos. Sólo llevando la cruz puede uno alcanzar la resurrección, y fue precisamente esta parte de la misión de nuestro Señor la que atacó el diablo. Las tentaciones estaban encaminadas a apartar a nuestro Señor de su tarea de salvación mediante el sacrificio. En vez de la cruz como medio para ganar las almas de los hombres, Satán sugirió tres atajos para alcanzar la popularidad: uno económico, otro basado en prodigios y uno tercero de carácter político. Muy pocas personas creen en el diablo en estos días, lo cual va muy bien para los propósitos de Satán. Siempre contribuye a hacer circular las noticias referentes a su propia muerte. La esencia de Dios es la existencia, y Él mismo se define como: “Yo soy el que soy”. La esencia del diablo es la mentira, y se define así mismo como: “Yo soy el que no soy”. Satán se preocupa muy poco de los que no creen en él, pues esos están ya de su lado.

Las tentaciones del hombre son bastante fáciles de analizar, porque siempre caen dentro de una de las tres categorías siguientes: el de la carne (lujuria y gula), del entendimiento (orgullo y envidia) o de la concupiscencia de las cosas (avaricia). Aunque el hombre recibe durante su vida la acometida de estas tres clases de tentación, varían en intensidad según los años. Durante la juventud, el hombre se siente más a menudo tentado contra la pureza e inclinado a los pecados de la carne; hacia la edad madura la carne es menos insistente y empiezan a predominar las tentaciones de la mente, por ejemplo, el orgullo y el afán de poder; en el otoño de la vida es probable que se intensifiquen las tentaciones de avaricia. Al ver que se acerca el fin de la vida, el hombre se esfuerza en desvanecer las dudas acerca de la seguridad de su eterna salvación amontonando bienes terrenales y aumentando su seguridad económica. Es una experiencia psicológica corriente que aquellos que en la juventud habían dado rienda suelta a la lujuria suelen pecar por avaricia en su ancianidad.

Las personas buenas no son tentadas de la misma manera que las personas malas, y el Hijo de Dios, que se hizo hombre, ni siquiera fue tentado del mismo modo que un hombre bueno. Las tentaciones de un alcohólico a “volver a su vómito”, según expresión de la Biblia, no son las mismas que las tentaciones de orgullo que puede experimentar un santo, aunque, naturalmente, no son menos reales unas que otras.

A fin de comprender las tentaciones de Cristo, debemos recordar que al ser bautizado por Juan, cuando aquel que no tenía pecado alguno se identificó con los pecadores, los cielos se abrieron y el Padre celestial declaró que Cristo era su Hijo muy amado. Entonces nuestro Seor subió a la montaña y ayuno durante cuarenta días, después de lo cual dice el evangelio que “tuvo hambre”, forma típicamente bíblica de decir menos de lo que es la realidad. Satán le tentó pretendiendo ayudarle a encontrar una respuesta a la pregunta: ¿De qué mejor manera podía cumplir su elevado destino entre los hombres? El problema consistía en ganar a los hombres. Pero ¿cómo? Satán tuvo una sugestión verdaderamente “satánica”: soslayar el problema moral de la culpa y su necesidad de expiación y concentrarse puramente en los factores mundanos. Las tres tentaciones trataban de apartar a nuestro Señor de la cruz y, por tanto, de la redención. Más adelante, Pedro tentaría a nuestro Señor de la misma manera, y por esta razón sería llamado “Satán”.

La carne humana que Él había asumido no era para regalo propio, sino para la lucha. Satán vio en Jesús un ser humano extraordinario, que él suponía era el Mesías e Hijo de Dios. De ahí que precediera a cada una de sus tentaciones la partícula condicional “si”. Si hubiera estado seguro de que estaba hablando a Dios, ciertamente no habría intentado ponerle a prueba mediante la tentación. Pero si nuestro Señor hubiera sido simplemente un hombre al que Dios había escogido para la obra de la salvación, entonces el diablo hubiera puesto en juego todo su poder para conducirlo a maneras de actuar distintas de las que Dios mismo escogería.

La primera tentación

Conociendo que nuestro Señor tenía hambre, Satán señaló unas piedras pequeñas y oscuras que parecían panes redondos y le dijo: Si eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se cambien en pan. Mt 4, 3.

La primera tentación de nuestro Señor fue la de convertirse en una especie de reformador social y dar pan a las multitudes del desierto que no pudieran encontrar en él más que piedras. La visión del mejoramiento social sin una regeneración espiritual ha constituido una tentación a la que han sucumbido por completo muchos hombres importantes de la historia. Mas, tratándose de Él, esto no habría sido un sacrificio adecuado para el Padre; el hombre tiene necesidades más profundas que la del trigo convertido en pan. Y existen gozos más grandes que el del estómago repleto.

El maligno espíritu le estaba diciendo: “¡Empieza con la primacía de lo económico! ¡Olvida todo lo referente al pecado!” Todavía sigue diciendo lo mismo con diferentes palabras: “Mi comisario entra en la escuela y ordena a los niños que recen a Dios pidiéndole pan. Y, al no ser atendidas las oraciones, entonces mi comisario alimenta a los niños. El dictador da pan; Dios no lo da, porque Dios no existe, no existe el alma; sólo hay cuerpo, el placer, el sexo, el animal y, cuando morimos, todo ha terminado”. Satán estaba tratando de hacer que nuestro Señor sintiera el horrible contraste entre la divina grandeza que Él pretendía y su abandono y privaciones actuales. Estaba tentándole para que rechazara las ignominias de la naturaleza humana, las pruebas y el hambre, y usara su divino poder, si es que realmente lo poseía, para salvar su naturaleza humana y, de esta manera, conquistar también a la plebe. Así, estaba diciendo a nuestro Señor que dejara de obrar como hombre y en nombre de los hombres, y empleara sus poderes sobrenaturales para dar a su naturaleza humana la tranquilidad, la comodidad y la exención de las pruebas, ¿Qué cosa podía haber más necia que el que Dios tuviera hambre, cuando en cierta ocasión había extendido una mesa milagrosa para Moisés y su pueblo en el desierto? Juan había dicho que Él podía levantar hijos a Abraham de las mismas piedras; ¿por qué, entonces, no podía hacer de ellas pan para sí mismo? La necesidad era real; real era también el poder, si es que era Dios; ¿por qué, entonces, estaba sometiendo su naturaleza humana a todos los males y sufrimientos que constituyen la herencia de la raza humana? ¿Por qué aceptaba Dios tal humillación precisamente para redimir a sus propias criaturas? “Si eres el Hijo de Dios, como pretendes, y estas aquí para deshacer la destrucción obrada por el pecado, sálvate entonces a ti mismo”. Era exactamente la misma clase de tentación que los hombres le echarían en cara en el momento de la crucifixión.

Si eres Hijo de Dios,
desciende de la cruz.
Mt 27, 40.

La respuesta de nuestro Señor fue que, aun aceptando la naturaleza humana con todas sus flaquezas, pruebas y abnegaciones, nunca se hallaba sin la ayuda divina.

Escrito está: No con solo el pan vivirá el hombre,
sino con toda palabra que sale de la boca de Dios.
Mt 4, 4.

Las palabras citadas estaban tomadas del relato que en el Antiguo Testamento se hace de la manera milagrosa como los judíos fueron alimentados en el desierto cuando cayó el maná del cielo. Se negó a satisfacer la ardiente curiosidad de Satán acerca de si era o no era Hijo de Dios, pero afirmó que Dios puede alimentar a los hombres con algo más grande que el pan. Nuestro Señor no recurriría a poderes milagrosos para procurarse alimento para sí mismo, de la misma manera que no recurriría a poderes milagrosos, más adelante, para bajar de la cruz. Los hombres en todas las épocas padecerían hambre, y Él no habría de apartarse de sus hermanos hambrientos. Estaba dispuesto a someterse a todos los males del hombre pasta que por fin llegara el momento de su gloria.

Nuestro Señor no estaba negando que los hombres deben ser alimentados, o que deba predicarse la justicia social, sino que aseguraba que estas cosas no son lo primero de todo. En realidad, estaba diciendo a Satán: “Me estas tentando para que establezca una religión que suprima las necesidades; tú quieres que yo sea un panadero en vez de un salvador; un reformador social en vez de un redentor. Me estás tentando para que me aleje de mi cruz, sugiriéndome que yo sea un caudillo barato del pueblo, llenando sus vientres en vez de llenar sus almas. Quisieras que yo comenzara con la seguridad en vez de terminar con ella; quisieras que yo trajera la abundancia externa en vez de la santidad interior. Tú y tus materialistas seguidores decís: “El hombre vive sólo del pan”, mas yo digo: “No sólo de pan”. Es preciso que haya pan, pero recuerda que incluso el pan recibe de mí su poder de alimentar a la humanidad. El pan sin mí puede dañar al hombre; y no existe verdadera seguridad fuera de la palabra de Dios. Si yo doy solamente pan, entonces el hombre no es nada más que un animal, y los perros podrían ser los primeros en acudir a mi banquete. Aquellos que creen en mí han de adherirse a esta fe, aun cuando pasaran hambre y privaciones, aun cuando fueran encarcelados y sufrieran azotes.

“¡Yo se que es el hambre humana! Yo mismo he pasado cuarenta días sin comer nada. Pero rehúso convertirme en un mero reformador social que se limita a abastecer el vientre. No puedes decir que me desentienda de la justicia social, porque en este momento estoy sintiendo el hambre del mundo. Yo mismo soy uno con todos los pobres y hambrientos miembros de la raza humana. Por ello es que he ayunado: para que nunca puedan decir que Dios no conoce lo que es el hambre. ¡Apártate, Satán! Yo no soy como un obrero social que nunca ha sentido hambre él mismo, sino uno que dice: “¡Yo rechazo cualquier plan que prometa hacer más ricos a los hombres sin hacerlos más santos!” ¡Recuérdalo! Yo, que digo: “¡No sólo de pan!”, ¡no he probado el pan desde hace cuarenta días!”.

La segunda tentación

Habiendo fracasado Satán en cuanto a apartar a nuestro Señor de su cruz y de la redención por medio de convertirle en un “comisario comunista” que no promete más que pan, volvía ahora a la carga, pero dirigiendo el ataque directamente contra su alma. Viendo que nuestro Señor se negaba a comulgar con la creencia de que el hombre es un animal o un simple estómago, Satán tentaba ahora el orgullo y el egotismo. Satán desplegaba ante sus ojos la propia clase de vanidad que poseía, al llevarle a un elevado e impresionante pináculo del templo y decirle:

Échate de aquí abajo. Porque escrito está:
A sus Ángeles mandará por ti,
Luego continuó citando las Escrituras:
y con sus manos te llevarán,
para que no tropieces con tu pie en alguna piedra.
Mt 4,6.

Satán le estaba diciendo con ello: “¿Por qué has de emprender el largo y fastidioso camino de ganar a los hombres con el derramamiento de tu sangre y siendo elevado en una cruz, despreciado y rechazado, cuando puedes tomar un atajo realizando un prodigio? Tú mismo has afirmado ya la confianza que tienes en Dios. ¡Muy bien! Si realmente confías en Dios, ¡me atrevo a proponerte que hagas algo heroico! Prueba tu fe, no subiendo penosamente al Calvario en obediencia a la voluntad de Dios, sino echándote desde aquí arriba. Nunca ganarás a la gente predicándole sublimes verdades desde los pináculos, los campanarios y los crucifijos. Las masas no pueden seguirte; están demasiado bajas. En vez de esto, vístete de milagros. Arrójate desde el pináculo, y luego te paras antes de llegar al suelo; esto es algo que ellos sí son capaces de apreciar. Lo que la gente quiere es lo espectacular, no lo divino. La gente se cansa de todo. Alivia la monotonía de su vida y estimula sus fatigados espíritus, ¡pero déjales su conciencia culpable!”

La segunda tentación era olvidar la cruz y substituirla por un despliegue, sin esfuerzo, de poder; que hiciera fácil a todo el mundo creer en Él. Habiendo oído el diablo que nuestro Señor citaba las Escrituras, él también las citó. En respuesta a la primera tentación, el Salvador le dijo que Dios podía darle pan si se lo pedía, pero que no se lo pediría si ello había de significar renunciar a su divina fisión. Satán replicó que, si nuestro Señor confiaba realmente en el Padre, debía demostrarlo realizando una proeza y dando al Padre una oportunidad de protegerle. En el desierto no había nadie que pudiera ver cómo obraba el milagro de convertir las piedras en pan; pero en la gran ciudad habría multitud de espectadores. Si había de haber un Mesías, era preciso que conquistase al pueblo para su causa, y ¿qué manera más rápida para conquistarlo que una exhibición de milagros?

La verdad que respondería a esta tentación era la de que la fe en Dios nunca contradice a la razón. La temeridad irrazonable jamás tiene seguridad de que contará con la protección divina. Satán quería que Dios, el Padre, hiciera algo por nuestro Señor que éste rehusaba hacer para sí mismo; es decir, hacer de Él un objeto de solicitud especial, exento de la obediencia a las leyes naturales, que eran ya las leyes de Dios. Pero nuestro Señor, que vino para mostrarnos el Padre, sabía que el Padre no era ninguna providencia mecánica, impersonal, que hubiera de proteger a uno que renunciara a una misión divina por ganar a la muchedumbre. La respuesta de nuestro Señor a la segunda tentación fue la siguiente:

También está escrito:
No tentarás al Señor tu Dios.
Mt 4, 7.

Nuestro Señor había de ser tentado más adelante de la misma manera cuando un numeroso grupo de personas le pedirían que hiciera un milagro, un milagro cualquiera, sólo para demostrar su poder y hacerles más fácil creer en Él.

Como las multitudes se apiñaran en torno de Él,
comenzó a decir:
Ésta es una generación mala;
busca una señal.
Lc 11, 29.

Si hiciera tales señas, tendría ciertamente a la gente corriendo tras Él; pero ¿de qué les aprovecharía, si el pecado permanecía en su alma?

En respuesta a la tendencia moderna a pedir señales y milagros, nuestro Señor podría decir: “Estáis repitiendo la tentación de Satán cada vez que admiráis las maravillas de la ciencia y os olvidáis de que yo soy el autor del universo y su ciencia. Vosotros sois los correctores de pruebas, pero no los autores del libro de la naturaleza; podéis ver y examinar la obra de mis manos, pero no podéis crear un sólo átomo por vosotros mismos. Quisierais tentarme para que demostrara mi omnipotencia por medio de pruebas que nada significan; incluso habéis sacado del bolsillo un reloj y habéis dicho: “¡Te desafío a que me fulmines dentro de cinco minutos!” ¿No sabéis que me dan lastima los locos? Me tentáis después de haber destruido voluntariamente vuestras ciudades con bombas, mientras gritabais: “¿Por qué no impide Dios esta guerra?” Me tentáis diciendo que no tengo poder, a menos que no os lo demuestre obedeciendo a vuestras indicaciones y palabras imperativas. Si recordáis, es exactamente la misma manera con que Satán me tentó en el desierto.

“Nunca he tenido muchos seguidores en las elevadas cumbres de las verdades divinas, lo sé; por ejemplo, he contado muy poco con “los intelectuales” Me niego a realizar actos portentosos para conquistarlos porque, en realidad, no se dejarían convencer. Únicamente cuando los hombres me ven en la cruz es cuando atraigo realmente a los hombres hacia mí; mi llamamiento he de hacerlo por mediación del sacrificio, no por medio de prodigios. He de ganar a los seguidores no con tubos de ensayo, sino con mi sangre; no con poder material, sino con amor; no con celestiales fuegos de artificio, sino con el recto uso de la razón y la libre voluntad. A esta generación no se le dará ninguna otra señal más que la de Jonás, a saber, la señal de uno que se levanta desde abajo, no de uno que se arroje de lo alto de los pináculos.

“Quiero personas que crean en mí aun cuando yo no las proteja; no abriré las puertas de la prisión en que mis hermanos se hallan encerrados; no detendré la asesina hoz roja o los leones imperiales de Roma, no detendré el rojo martillo que golpea las puertas de mi tabernáculo; quiero que mis misioneros y mártires me amen en la prisión y la muerte tal como yo los amé en mi propio sufrimiento. Nunca obré ningún milagro con objeto de salvarme. Obraré pocos milagros incluso para mis santos. ¡Apártate, Satán! No tentarás al Señor tu Dios”.

La tercera tentación

El asalto final tuvo efecto en lo alto de la montaña. Fue el tercer intento de apartarle de su cruz, esta vez por medio de una proposición de coexistencia entre el bien y el mal. Había venido a este mundo a establecer un reino sobre la tierra actuando como el Cordero que va al sacrificio. ¿Por qué no podía escoger un medio mucho más rápido de establecer su reino concertando un tratado que le diera todo lo que deseaba, o sea el mundo, pero sin la cruz?

Y, habiéndolo subido más alto,
el diablo le hizo ver en un instante
todos los reinos del universo, y le dijo:
“Yo te daré toda la potestad,
y la gloria de estos reinos,
porque a mí me ha sido entregada,
y se la doy a quien yo quiera.
Si, por tanto, tú te prosternares delante de mí,
todo ello será tuyo.
Lc 4, 5-7.

Las palabras de Satán parecían indudablemente muy jactanciosas. ¿Es que los reinos del mundo le habían sido realmente entregados? Nuestro Señor llamó a Satán “príncipe de este mundo”, pero no era Dios quien le había entregado los reinos de este mundo, sino la humanidad, por medio del pecado. Pero incluso en el caso de que Satán, por decirlo así, gobernara los reinos de la tierra por consentimiento popular, no estaba realmente en su poder entregarlos a quien él quisiera. Satán estaba mintiendo con objeto de apartar nuevamente a nuestro Señor de la cruz por medio de un atajo. Estaba ofreciendo a nuestro Señor el mundo con una condición: la de que adorara a Satán. La adoración, como es natural, implicaría servicio. El servicio sería éste: que en tanto el reino del mundo estuviera bajo el poder del pecado, el nuevo reino que nuestro Señor venía a establecer había de ser solamente una continuación del antiguo. En suma, Él podría tener el dominio de la tierra con tal de que prometiera no cambiarla. Podría tener al género humano en tanto prometiera que no había de redimirlo. Fue una clase de tentación con la que más adelante habría de enfrentarse nuestro Señor cuando el pueblo trató de hacer de él un rey terreno.

Y entendiendo Jesús que iban a venir
a arrebatarle para hacerle rey,
partió otra vez a la montaña, Él sólo.
Ioh 6, 15.

Y ante Pilato dijo que establecería otro reino, pero que no sería ninguno de los reinos que Satán podía ofrecerle. Cuando Pilato le preguntó: “¿Eres rey?”, contestóle:

Mi reino no es de este mundo.
Si mi reino fuera de este mundo,
los míos habrían combatido
para que yo no fuese entregado a los judíos
mas mi reino no es de aquí.
Ioh 18, 36.

El reino que Satán ofrecía era del mundo, y no del Espíritu. Sería todavía un reino del mal, y los corazones de sus súbditos no serían regenerados.

Satán le estaba diciendo en realidad: “Tú has venido, oh Cristo, para ganar este mundo, pero el mundo ya es mío; yo te lo daré si tú conciertas conmigo un compromiso y me adoras. Olvida tu cruz, tu reino de los cielos. Si quieres el mundo, lo tienes ahí a tus pies. Serás aclamado con más estruendosos hosannas que los que nunca entonó Jerusalén en loor de sus reyes; y te evitarás los dolores y sufrimientos de la cruz de contradicción”.

Conociendo nuestro Señor que estos reinos sólo podían ganarse mediante su sufrimiento y muerte, dijo a Satán:

¡Apártate, Satán! , porque está escrito:
Adorarás al Señor tu Dios,
y a Él solamente servirás.
Mt 4, 10.

Podemos imaginarnos el efecto que a Satán debieron de causarle estas palabras tan claras y decididas. “Satán, lo que tú quieres es adoración; pero adorarte a ti es servirte a ti, y servirte a ti es ser esclavo. Yo no quiero tu mundo, en tanto se halle bajo el peso del pecado. En todos los reinos que tú pretendes que son tuyos, los corazones de sus habitantes siguen anhelando algo que tú no puedes darles: la paz del alma y el amor desinteresado. No quiero tu mundo, el mundo de ti, que ni siquiera te perteneces a ti mismo.

“Yo también soy revolucionario, como cantó mi madre en el Magnificat. Estoy en rebeldía contra ti, príncipe de este mundo. Pero mi revolución no se hace por la espada lanzada hacia fuera para vencer por la violencia, sino que se lanza hacia dentro, contra el pecado y todas las cosas que suscitan la guerra entre ellos. Primero venceré el mal en el corazón de los hombres, y luego venceré el mundo. Venceré tu mundo porque entraré en el corazón de tus publicanos, de tus falsos jueces, de tus comisarios, y los rescataré de la culpa y del pecado, y los enviaré, limpios, otra vez a sus ocupaciones. Les diré que de nada aprovecha ganar todo el mundo si pierden su alma inmortal. Puedes guardarte tus reinos. ¡Más vale perder todos tus reinos, el mundo entero, que perder una sola alma! Los reinos del mundo deben ser elevados hasta el reino de Dios: el reino de Dios no será rebajado al nivel de los reinos de este mundo. Todo cuanto ahora quiero de esta tierra es un sitio suficiente para levantar una cruz; allí dejaré que me extiendas delante de las encrucijadas de tu mundo. Te dejaré clavarme en nombre de las ciudades de Jerusalén, Atenas y Roma, pero resucitaré de entre los muertos, y entonces descubrirás que tú, que parecías vencer, has sido aplastado, mientras yo camino victorioso en alas de la mañana. Satán, tú me estás pidiendo que me convierta en un Anticristo. Ante esta petición blasfema, la paciencia ha de ceder paso a la justa ira. ¡Atrás, Satán!”.

Nuestro Señor descendió de aquella montaña tan pobre como había subido a ella. Cuando hubiera terminado su vida terrena y resucitado de entre los muertos, hablaría a los apóstoles en la cima de otra montaña:

Y los once discípulos
se fueron a Galilea,
a la montaña en que Jesús les había citado.
Y cuando le vieron,
se prosternaron...
Acercándose a ellos Jesús, les dijo:
Toda potestad me ha sido dada
en el cielo y la tierra.
Id, pues, y haced discípulos
entre todas las naciones,
y bautizadlos en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu santo,
enseñándoles a que guarden
las cosas que os he mandado.
Y he aquí que estoy siempre con vosotros,
hasta la consumación del mundo.
Mt 28, 16-20.

(Fulton J. Sheen, Vida de Cristo, Ed. Herder, Barcelona, 1968, cap. 3, pp. 60-70)


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San Agustín

«Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigos y de tentaciones...

« Cristo nos incluyó en Sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo, nuestro Señor, se dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que Cristo tentado por el diablo! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de Él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para Él, y de Él para ti la vida; de ti para Él los ultrajes, y de Él para ti los honores; en definitiva, de ti para Él la tentación y de Él para ti la victoria. Si hemos sido tentados en Él, también en Él vencemos al diablo.

«¿Te fijas en que Cristo fue tentado y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en Él, reconócete también vencedor en Él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado no te habría aleccionado para la victoria, cuando tú fueras tentado»

(Comentario sobre los Salmos, salmo 60,2-3).


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Juan Pablo II

La doctrina bíblica sobre la triple concupiscencia

Catequesis del Papa en la audiencia general del miércoles, 30 de abril de 1980

La teología del cuerpo

Durante nuestra última reflexión hemos dicho que las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña hacen referencia directamente al "deseo" que nace inmediatamente en el corazón humano; indirectamente, en cambio, esas palabras nos orientan a comprender una verdad sobre el hombre, que es de importancia universal

Esta verdad sobre el hombre "histórico", de importancia universal, hacia la que nos dirigen las palabras de Cristo tomadas de Mt 5, 27-28, parece que se expresa en la doctrina bíblica sobre la triple concupiscencia. Nos referimos aquí a la concisa fórmula de la primera Carta de San Juan 2, 16-17: "Todo lo que hay en el mundo, concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre". Es obvio que para entender estas palabras hay que tener muy en cuenta el contexto en el que se insertan, es decir, el contexto de toda la "teología de San Juan", sobre la que se ha escrito tanto 1. Sin embargo, las mismas palabras se insertan, a la vez, en el contexto de toda la Biblia; pertenecen al conjunto de la verdad revelada sobre el hombre, y son importantes para la teología del cuerpo. No explican la concupiscencia misma en su triple forma, porque parecen presuponer que "la concupiscencia del cuerpo, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida" sean, de cualquier modo, un concepto claro y conocido. En cambio, explican la génesis de la triple concupiscencia al indicar su proveniencia no "del Padre", sino "del mundo".

El misterio del pecado

La concupiscencia de la carne y, junto con ella, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida está "en el mundo" y, a la vez, "viene del mundo", no como fruto del misterio de la creación, sino como fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (cf. Gén 2, 17) en el corazón del hombre. Lo que fructifica en la triple concupiscencia no es el "mundo" creado por Dios para el hombre, cuya "bondad" fundamental hemos leído más veces en Gén 1: "Vio Dios que era bueno... era muy bueno". En cambio, en la triple concupiscencia fructifica la ruptura de la primera Alianza con el Creador, con Dios-Elohim, con Dios-Yahvé. Esta Alianza se rompió en el corazón del hombre. Sería necesario hacer aquí un análisis cuidadoso de los acontecimientos descritos en Gén 3, 1-6. Sin embargo, nos referimos sólo en general al misterio del pecado, en los comienzos de la historia humana. Efectivamente, sólo como consecuencia del pecado, como fruto de la ruptura de la Alianza con Dios en el corazón humano -en lo íntimo del hombre-, el "mundo" del libro del Génesis se ha convertido en el "mundo" de las palabras de San Juan (1, 2, 15-16): lugar y fuente de concupiscencia.

Así, pues, la fórmula según la cual, la concupiscencia "no viene del Padre, sino del mundo" parece dirigirse una vez más hacia el "principio" bíblico. La génesis de la triple concupiscencia, presentada por Juan, encuentra en este principio su primera y fundamental dilucidación, una explicación que es esencial para la teología del cuerpo. Para entender esa verdad de importancia universal sobre el hombre "histórico" contenida en las palabras de Cristo durante el sermón de la montaña (cf. Mt 5, 27-28), debemos volver una vez más al libro del Génesis, detenernos una vez más "en el umbral" de la revelación del hombre "histórico". Esto es tanto más necesario cuanto que este umbral de la historia de la salvación es, al mismo tiempo, umbral de auténticas experiencias humanas, como comprobaremos en los análisis sucesivos. Allí revivirán los mismos significados fundamentales que hemos obtenido de los análisis precedentes, como elementos constitutivos de una antropología adecuada y substrato profundo de la teología del cuerpo.

Las palabras del Génesis y el sermón de la montaña

Puede surgir aún la pregunta de si es lícito trasladar los contenidos típicos de la teología de San Juan, que se encuentra en toda la primera Carta (especialmente en 1-2, 15-16), al terreno del sermón de la montaña según Mateo, y precisamente de la afirmación de Cristo tomada de Mt 5, 27-28 ("Habéis oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón"). Volveremos a tocar este tema más veces: a pesar de esto, hacemos referencia desde ahora al contenido bíblico general, al conjunto de la verdad sobre el hombre, revelada y expresada en ella. Precisamente, en virtud de esta verdad, tratamos de captar hasta el fondo al hombre que indica Cristo en el texto de Mt 5, 27-28, es decir, al hombre que "mira" la mujer "deseándola". Esta mirada, en definitiva, ¿no se explica acaso por el hecho de que el hombre es precisamente un "hombre de deseo", en el sentido de la primera carta de San Juan; más aún, que ambos, esto es, el hombre que mira para desear a la mujer que es objeto de tal mirada, se encuentran en la dimensión de la triple concupiscencia, que "no viene del Padre, sino del mundo"? Es necesario, pues, entender lo que es esa concupiscencia, o mejor, lo que es ese bíblico "hombre de deseo", para descubrir la profundidad de las palabras de Cristo según Mt 5, 27-28, y para explicar lo que signifique su referencia, tan importante para la teología del cuerpo, al "corazón" humano.

Lo que viene de Dios

Volvamos de nuevo al relato yahvista, en el que el mismo hombre, varón y mujer, aparece al principio como hombre de inocencia originaria -antes del pecado original- y luego como aquel que ha perdido esta inocencia, quebrantando la alianza originaria con su Creador. No intentamos hacer aquí un análisis completo de la tentación y del pecado, según el mismo texto de Gén 3, 15, la correspondiente doctrina de la Iglesia y la teología.

Solamente conviene observar que la misma descripción bíblica parece poner en evidencia especialmente el momento clave, en que en el corazón del hombre se puso en duda el don. El hombre que toma el fruto del "árbol de la ciencia del bien y del mal" hace, al mismo tiempo, una opción fundamental y la realiza contra la voluntad del Creador, Dios Yahvé, aceptando la motivación que le sugiere el tentador: "No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis, se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal"; según traducciones antiguas: "seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" 2. En esta motivación se encierra claramente la puesta en duda del don y del amor, de quien trae origen la creación como donación. Por lo que al hombre se refiere, él recibe en don "al mundo" y, a la vez, la "imagen de Dios", es decir, la humanidad misma en toda la verdad de su duplicidad masculina y femenina. Basta leer cuidadosamente todo el pasaje del Gén 3, 15 para determinar allí el misterio del hombre que vuelve las espaldas al "Padre" (aun cuando en el relato no encontremos este apelativo de Dios). Al poner en duda, dentro de su corazón, el significado más profundo de la donación, esto es, el amor como motivo específico de la creación y de la Alianza originaria (cf. especialmente Gén 3, 5), el hombre vuelve las espaldas al Dios-Amor, al "Padre". En cierto sentido lo rechaza de su corazón. Al mismo tiempo, pues, aparta su corazón y como si lo cortase de aquello que "viene del Padre": así, queda en él lo que "viene del mundo".

Lo que viene del mundo

"Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores (Gén 3, 7). Esta es la primera frase del relato yahvista que se refiere a la "situación" del hombre después del pecado y muestra el nuevo estado de la naturaleza humana. ¿Acaso no sugiere también esta frase el comienzo de la "concupiscencia" en el corazón del hombre? Para dar una respuesta más profunda a esta pregunta, no podemos quedarnos en esa primera frase, sino que es necesario volver a leer todo el texto. Sin embargo, vale la pena recordar aquí lo que se dijo en los primeros análisis sobre el tema de la vergüenza como experiencia "del límite" 3. El libro del Génesis se refiere a esta experiencia para demostrar la "línea divisoria" que existe entre el estado de inocencia originaria (cf. especialmente Gén 2, 25 al que hemos dedicado mucha atención en los análisis precedentes) y el estado de situación de pecado del hombre al "principio" mismo. Mientras el Génesis 2, 25 subraya que "estaban desnudos... sin avergonzarse de ello", el Génesis 3, 6 habla explícitamente del nacimiento de la vergüenza en conexión con el pecado. Esa vergüenza es como la fuente primera del manifestarse en el hombre -en ambos, varón y mujer-, lo que "no viene del Padre, sino del mundo".


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Catecismo de la Iglesia Católica

Las Tentaciones de Jesús

Los evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu" al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían. Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él "hasta el tiempo determinado" (Lc 4,13).

Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto, Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle de lo que se había apropiado. La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre.

La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al Tentador en beneficio nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4,15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto.


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EJEMPLOS PREDICABLES

Las Tentaciones de Santa Catalina

“El maligno espíritu obtuvo consentimiento de Dios para poner a prueba el pudor de la santa virgen, empleando para ello el mayor encono de que es capaz, con tal de que no le causara daño alguno. Le hizo, pues, toda suerte de impúdicas sugestiones, y, para incitarla más al mal, se le presentaba con otros compañeros en forma de hombres y mujeres, mostrándole escenas lúbricas y deshonestas y profiriendo multitudes de frases obscenas; aunque todas estas cosas eran exteriores, por medio de los sentidos, penetraban muy adentro del corazón de la virgen, el cual, como aseguraba después ella, se vio colmado de tales imágenes, quedándole solamente la voluntad superior libre de aquellas vilezas y carnales deleitaciones. Esto duró largo tiempo, hasta que un día Nuestro Señor se le apareció, a quien ella dijo: “¿Dónde estabas, dulce Señor, mientras mi corazón se veía en tantas tinieblas y suciedades?” A lo cual Él respondió: “Yo estaba dentro de tu corazón, hija mía”. “Y ¿cómo –replicó la virgen- podías vivir en medio de tanta inmundicia?” Y el Señor: “Dime, ¿esos pensamientos deshonestos te causaban placer o tristeza, amargura o deleite?” Y la Santa: “Extrema amargura y tristeza”. Él continuó: “Y ¿quién infundía esa amargura y tristeza en tu corazón sino yo, que estaba oculto en tu alma? Créeme, hija mía, que, si yo no hubiese estado presente, los pensamientos que asediaban tu voluntad, sin poder doblegarla, habríanla vencido seguramente y se hubieran señoreado de su interior, aceptados con gozo por tu libre albedrío, con lo cual habría dado la muerte a tu espíritu; mas, por lo mismo que yo estaba allí, ponía ese disgusto y esa resistencia en tu corazón; así él rechazaba cuanto estaba de su parte la tentación, y, no pudiendo llegar hasta donde era su deseo, sentía gran sosiego y odio contra la tentación y contra sí mismo, y estos padecimientos constituían un gran mérito y una gran ganancia para ti, sirviendo, además, de fomento a tu virtud y fortaleza”.

(Verbum Vitae, t. III, B.A.C., Madrid, 1954, p. 127-128)


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Contra la concupiscencia y la soberbia de la vida

Sobre San Bernardo

“Tuvo grandes tentaciones del enemigo, y algunas mujeres lascivas le armaron lazos y molestaron para que perdiese la preciosa joya de la castidad; mas, con el favor del Señor, todas las venció y conservó aquel don de la pureza celestial que, una vez perdida, no se puede cobrar. Una vez se descuidó un poco y puso sus ojos en una mujer hermosa sin advertir lo que hacía, y, cuando cayó en la cuenta, quedó tan corrido y avergonzado de sí mismo, que, por tomar venganza de sí y pagar con la pena de aquella culpa, se arrojó desnudo en un estanque de agua helada (porque era invierno) que estaba allí cerca, hasta la garganta; y estuvo allí tanto tiempo, que con el gran frío casi se extinguió el calor natural y le sacaron medio muerto. Pero con aquel acto tan fervoroso mereció que Dios con su gracia le mortificase la concupiscencia de la carne y apagase las llamas del fuego infernal que reina en nuestros miembros. Viendo, pues, el santo mozo los grandes peligros en que estaba, comenzó a pensar cómo se libraría de ellos y se acogería a alguna religión como a puerto seguro. Estando deliberando esto, tuvo grandes tentaciones y asaltos del enemigo y de sus ministros. Hacíale guerra la flor de su edad, proponiéndole los deleites sensuales y exhortándole a no dejar lo presente por lo porvenir. El demonio le representaba que, aunque cayese en algún pecado, podría en la vejez hacer penitencia de él y que Dios es clemente y misericordioso, como quien también sabe nuestra flaqueza y dio su sangre por nosotros en la cruz. No faltaban otros amigos y compañeros que, habiendo entrado por el camino ancho de la perdición, le exhortaban con sus palabras y con sus ejemplos a hacer lo que ellos hacían. El mundo le ofrecía grandes esperanzas de honra y hacienda, fundadas en su grande ingenio, letras y gentil disposición; y sus mismos hermanos y deudos (que en semejantes deliberaciones son los más crueles y peligrosos enemigos) eran los que más atizaban aquel fuego, alegando su delicada complexión para llevar la austera y áspera vida de religión y que por otro camino más blando podía servir a Dios y aprovechar a las almas sin enterrar los talentos que le habían dado; con los cuales, siguiendo el curso de las buenas letras que había comenzado, podría alcanzar el premio debido a la excelente ciencia y virtud y honrar su casa e ilustrar su patria y aprovechar el mundo. Hallase turbado y afligido el virtuoso mozo con la confusión de tan varios pensamientos, y entendió la cautela con que las cosas de Dios de deben tratar y que no se ha de descubrir la vocación de Dios, cuando llama a la perfección, sino a muy pocas personas, espirituales y escogidas, como lo hizo aquel mercader evangélico que, habiendo hallado el tesoro en el campo, lo escondió y vendió cuanto tenía para comprar aquel campo y gozar del tesoro que en él había. Mas aunque San Bernardo, por tantas partes combatido, estuvo vacilante, pero al fin, favorecido del Señor, rompió las cadenas y salió vencedor, porque, estando en una iglesia llorando muchas lágrimas y derramando su angustiado corazón, con grandes suspiros, en el acatamiento del Señor y suplicándole que le encaminase en lo que habría de ser para su mayor servicio, fue alumbrado con la lumbre del cielo, y, fortalecido con su gracia, se determinó a militar bajo el estandarte de la cruz como valeroso soldado y a llamar y llevar consigo todos los que pudiese para aquella gloriosa conquista”.

(Verbum Vitae, t. IV, B.A.C., Madrid, 1954, p. 829-830)


33. COMENTARIO 1

¿EL SEÑOR DE LOS SEÑORES?

Un título que con cierta frecuencia se da a Dios en el Anti­guo Testamento es el de «El Señor de los Señores», indicando que él está por encima de todos los poderes y de todos los po­derosos de la tierra. Desde un cierto punto de vista, esto es y seguirá siendo cierto: nadie es más grande en amor que el Pa­dre de Jesús. Ahora bien: si con esa expresión alguien quiere divinizar el poder en su origen o en su ejercicio..., pues resulta que, ya desde el principio de su actividad, el Espíritu empuja a Jesús para que deje claro que el poder humano, en su triple manifestación (riqueza, honores y dominio), no procede ni pertenece a Dios, sino a su adversario. Por eso, ni poseer el poder ni coquetear con los poderosos favorece la expansión del evangelio. ¿Lo acabaremos de entender alguna vez?



UN RELATO EJEMPLAR

El relato de las tentaciones es un relato ejemplar, esto es, está hecho para que sirva de ejemplo a los seguidores de Jesús. El evangelista reúne en una única narración los obstáculos más importantes que todos aquellos que no van a aceptar el modo de ser Mesías de Jesús van a ponerle en el desarrollo de su mi­sión, y la correspondiente reacción de Jesús; las tentaciones, presentes a lo largo de toda su actividad pública, son todos los intentos de desviar a Jesús del camino indicado por el Padre; son, pues, las resistencias que encuentra el mensaje de Jesús: las que se le opusieron cuando lo proclamó por primera vez y las que encuentra cada vez que alguien se plantea la posibilidad de aceptarlo y de vivirlo.

El propósito del evangelista al construir este relato y colo­carlo al principio del evangelio es advertir a los que se sientan atraídos por el proyecto de Jesús que, para seguirlo, hay que romper con ciertos valores, propios de este mundo, pero total­mente incompatibles con Dios y con el mundo que él quiere. Por eso presentan a Jesús despreciando, desde el principio, el atractivo que pudieran tener esos valores: para que sirva de ejemplo a sus seguidores.



CONVERTIR LAS PIEDRAS EN PAN...

«Si eres hijo de Dios, di que las piedras estas se conviertan en panes».



Primera prueba: el Adversario (eso es lo que significan las palabras diablo y Satanás, el Adversario, el enemigo del hom­bre, el enemigo de Dios) propone a Jesús que use su fuerza de Hijo de Dios para satisfacer su hambre; que utilice a Dios en su propio beneficio, y que olvide la Palabra de Dios, según la cual el hambre se saciará definitivamente cuando haya solida­ridad. La abundancia ha de ser consecuencia del compartir lo que se tiene, la satisfacción plena de las necesidades del hom­bre -la paz- queda garantizada por el Padre y la seguridad del hombre reside en su fidelidad al plan de Dios.

Una tentación que se ha presentado repetidamente a lo largo de la historia y a la que, personal y colectivamente, he­mos sucumbido una y otra vez: siempre que hemos usado a Dios para saciar mi hambre, para llenar mi bolsillo o, quizá con más frecuencia, para hinchar mi vanidad. Una tentación a la que hemos sucumbido cada vez que hemos utilizado a Dios olvidándonos de Dios.



Y A DIOS EN UN MAGO

«Si eres hijo de Dios, tírate abajo; porque está escrito: 'A sus ánge­les ha dado órdenes para que cuiden de ti'; y también: 'te llevarán en volandas, para que tu pie no tropiece con piedras'».



Esta es la segunda. Ya que no quiere usar a Dios en bene­ficio propio, que presente una imagen falseada de Dios: un Dios que se dedica a hacer milagritos espectaculares como si de un prestidigitador se tratara; un Dios al que le interesa más su éxito que la felicidad de sus criaturas. Y, por eso, un Dios al que se puede manejar, al que se le puede obligar a rea­lizar hechos portentosos porque sí, aunque estos no tengan nada que ver con su plan de liberación. Se propone a Jesús que acepte sin espíritu crítico alguno las costumbres, las tra­diciones, que, aunque se llamen populares, están fomentadas por las clases privilegiadas (según una tradición judía, el Me­sías tenía que aparecer espectacularmente en el patio del tem­plo de Jerusalén).

¿Verdad que esta tentación también ha sido un peligro constante en nuestra historia? Determinados modos de enten­der y presentar la realeza de Dios, la religiosidad popular basada en apariciones, milagros... Así, si no se solucionaban los problemas de este mundo, a nadie se le ocurriría buscar a los responsables de tejas abajo; y si de camino se podía participar del triunfo de Dios... Por supuesto, el prestigio conseguido se utilizaría en favor de Dios, para favorecer la expansión de su Reino...

«No tentarás al Señor tu Dios».



TODO TE LO DARE

«Te daré todo eso si te postras y me rindes homenaje».



Esta es la más grave lo que el Adversario propone a Jesús es que utilice el poder -«le mostró todos los reinos del mun­do con su esplendor... te daré todo eso...»- como medio para instaurar y propagar el reinado de Dios. Le propone que en lugar del camino del servicio hasta la muerte, escoja el del triunfo; en lugar de la fraternidad, el dominio; en lugar de la solidaridad con los pobres, la riqueza. Otra vez el «seréis como dioses» (Gn 3,5).

Lo más sorprendente de esta tentación -sobre todo des­pués de casi dos mil años de cristianismo- es descubrir que el poder no pertenece a Dios, sino al Adversario, y que, por tanto, el poder no sirve para extender el reinado de Dios, sino para todo lo contrario. Y que el señor de los señores de este mundo no es el Padre de Jesús, sino su Adversario, al que hay que estar dispuesto a rendir culto si se quiere poseer el poder: «Te daré todo eso si te postras y me rindes homenaje».

Y es que deberíamos tenerlo claro desde que tomó par­tido en favor de un pueblo de esclavos- Dios no está con los señores, sino con el servicio.



34. COMENTARIO 2

v. 1 La narración de la tentación está íntimamente ligada a la del bautismo, como lo muestra la repetición de la partícula tem­poral entonces (3,13; 4,1.5.10.11). El Espíritu conduce a Jesús a un desierto determinado (el desierto), pero cuya localización no se especifica, al contrario del caso de Juan Bautista (3,1: el desierto de Judea). El desierto adonde es conducido recuerda el del éxodo de Israel, donde el pueblo fue infiel a Dios (Ex 17,1-7); adquiere así un valor teológico. El objetivo del Espíritu es que Jesús sea ten­tado. Se trata, pues, de una confrontación entre el Espíritu de Dios en Jesús y Satanás, para demostrar la fuerza del Mesías. Queda así claro desde el principio que Jesús no va a sucumbir a esas tentaciones. El relato de éstas pretende demostrar solamente cuáles han sido y son las tentaciones propias de los que se arrogan un me­sianismo y a las cuales otros hombres han sucumbido. Jesús, sin embargo, no es un Mesías cualquiera (cf. 24,23s), sino el Mesías de Dios. Las tres tentaciones anticipan las propuestas contrarias a su mesianismo que Jesús irá rechazando a lo largo de su vida.

v. 2 El ayuno de Jesús, «cuarenta días y cuarenta noches», no es ritual o devocional; éste cesaba a la puesta del sol. Es un ayuno ininterrumpido. Mc 1,12s no lo menciona; Lc 4,2 evita el término «ayuno». Alude a los ayunos de Moisés (Ex 34,28; Dt 9,9-11) y de Elías (1 Re 19,8), las dos figuras que resumen el AT (la Ley y los Profetas). Dada, sin embargo, la total diversidad de circunstancias, el paralelo subraya únicamente que Jesús no es inferior a las grandes figuras del pasado. Aun físicamente exhausto, vence sin dificultad a Satanás; tal es la fuerza que le ha comunicado el Espíritu.

El ayuno de Jesús no es preparatorio ni pretende obtener do­nes divinos. El don por excelencia, el Espíritu de Dios, le ha sido comunicado antes. Representa, en cambio, la absoluta fidelidad a su misión incluso en circunstancias extremas.

v. 3 El tentador es llamado antes «el diablo» y más tarde «Sa­tanás». El significado de ambos términos, griego y hebreo, es el mismo: «el adversario», el enemigo del hombre y, en consecuen­cia, de Jesús, el Salvador (1,23). Su propósito es, por tanto, desviar a Jesús de su misión, inducirlo a cambiar el carácter de su me­sianismo, expuesto en 3,16s, impidiendo así que la obra salvadora se lleve a efecto. El tentador se dirige a Jesús dando por supuesto (si = ya que) que es el Hijo de Dios, es decir, el Mesías. Lo invita a dar una orden: «que estas piedras se conviertan en panes». Su intención es que Jesús utilice la fuerza que le confiere su condición y remedie su propia necesidad con un milagro.

La mención de los panes relaciona este texto con los dos epi­sodios donde Jesús alimenta a una multitud compartiendo el pan después de bendecir a Dios o darle gracias (14,l7ss; 15,34ss). La abundancia de pan, implícita en la propuesta del tentador (estas piedras) no será efecto de un despliegue de poder; se obtendrá continuando en el compartir la generosidad divina (cf. 14,l7ss).

La tentación quiere inducir a Jesús a obrar en propio beneficio sin contar con el plan de Dios. Sería un ateísmo práctico y una adopción del egoísmo como norma de vida, que destruiría su com­promiso de entregar incluso su vida para salvar el hombre (3,15; cf. 26,53).

v. 4 Para responder al tentador usa Jesús un texto de la Escri­tura (Dt 8,3). El texto indica que el alimento no es lo único que mantiene la vida del hombre. También la palabra de Dios es para él alimento, pues la vida física no adquiere sentido más que poten­ciada por la que Dios comunica. En Dt 8,2s la palabra de Dios que alimenta se pone en relación con el maná; quiere decir que Dios no abandona nunca a sus fieles ni los deja sucumbir en la necesi­dad. Jesús sabe, por tanto, que Dios le ha de proporcionar alimento y no teme por su vida. En la fidelidad al plan de Dios está su seguridad.

vv. 5-6 Para tentarlo de nuevo, el Adversario se lleva a Jesús a la «ciudad santa», denominación que designa a Jerusalén en cuanto sede del templo, lugar de la presencia divina. Coloca a Jesús en el ale­ro del templo, saliente que dominaba los patios del gran recinto. En la creencia judía éste era el lugar donde había de manifestarse el Mesías y hacer su proclama a Israel (S.-B. IV, 873). El había de derrotar inmediatamente a los paganos y restaurar la gloria del pueblo elegido. La tentación es, por tanto, una invitación a acomodarse a las doctrinas mesiánicas en vigor en su tiempo. No solamente lo invita a encarnar la figura del Mesías triunfador, sino, además, a tirarse desde aquella altura, para cumplir un hecho pro­digioso que probase al pueblo que Dios estaba con él. Se apoya en un texto de la Escritura (Sal 91,11s). El texto del salmo se refiere a la protección que Dios dispensa a sus fieles, amparándo­los de toda desgracia. El tentador propone a Jesús, en cambio, que provoque él mismo la situación de peligro, forzando la acción de Dios. Así como en la anterior lo incitaba a un ateísmo práctico, desentendiéndose del plan de Dios, en ésta lo invita a un provi­dencialismo literalista e irresponsable. También de este modo se contradice al plan de Dios, que colabora con el hombre según las circunstancias que se presentan, pero no ha prometido apoyar su temeridad.

v. 7 La respuesta de Jesús, que reproduce el texto de Dt 6,16, considera que aceptar la propuesta del tentador significa tentar a Dios, es decir, forzar su acción sin motivo. El texto del Dt 6,16 re­mite al episodio relatado en Ex 17,1-7, donde los israelitas desafían a Dios a probar que realmente está con ellos. Jesús no necesita tal testimonio extraordinario. La presencia de Dios en él se manifestará con otras señales.

La tentación siguiente está estrechamente unida a la anterior. Al ver que Jesús ha rechazado la gloria del Mesías de Israel, el tentador le propone la última y definitiva tentación. El monte altísimo indi­ca, en primer lugar, la suprema condición divina, según el simbolis­mo del monte como lugar de Dios o de los dioses (cf. Ex 13,3; 24,9-11: el Sinaí; Dt 11,29; 27,12s; Jos 8,33: los montes Ebal y Garizín, desde donde se pronuncian las bendiciones y maldiciones divinas; 1 Re 18,42: Elías ora en la cima del Carmelo; Sal 2,6; 43,3; 74,2: el monte Sión; Is 65,7; Jr 3,6.23; Os 4,13, etc.: cultos paganos en montes o colinas). Desde allí domina todos los reinos del mundo. Satanás saca, por tanto, a Jesús de la estrechez de la nación judía, para ofre­cerle el imperio universal. Nótese que en aquel tiempo los emperado­res romanos se atribuían la condición divina. Satanás ofrece a Jesús el poder en su triple dimensión de riqueza, prestigio y dominio (la gloria del mundo). Puede darlo porque le pertenece. El evangelista califica así de satánicos el poder y la gloria del mundo. La única condición que pone el tentador a Jesús consiste en que le rinda homenaje a él como a su propio soberano. Aquí descubre su juego. Pretende que en lugar de salvar a la humanidad se haga súbdito y agente del enemigo del hombre, frustrando para siempre el designio de Dios. El pasaje enseña que utilizar el poder, con sus presupuestos de riqueza y prestigio, para propagar el reinado de Dios significa traicionar el designio divino que pretende salvar al hombre. El único verdadero salvador es el que, lejos de dominar al hombre, da su vida por él (3,13-17). La pretensión del diablo de ser reconocido por Jesús como soberano indica que la ambición de poder hace al hombre idólatra, pues sustituye al verdadero Dios por otro. La figura de «Satanás», el adversario, encarna el poder que tienta la ambición del hombre y lo convierte en enemi­go del género humano.

vv. 10-11. La respuesta de Jesús está de algún modo separada de esta última tentación y unida estrechamente a la derrota de Sata­nás (4,10.11: repetición de «entonces»).

Jesús da una orden a Satanás, llamándolo por su designación hebrea, término teológico. Su respuesta es tan definitiva como la tentación misma y ocasiona la derrota del tentador. Aduce Jesús un texto del AT (Dt 6,13), situado en el mismo contexto del anterior:

Dios es único y, por tanto, exclusivo. No se puede servir a dos señores (cf. 6,24). Esta fidelidad a Dios solo y, en consecuencia, a su voluntad produce la derrota del adversario. En cambio, Jesús recibe la ayuda de «los ángeles», cuyo significado se irá viendo a lo largo del evangelio.

Es de notar que ninguno de los tres textos del Deuteronomio usados por Jesús para responder a las tentaciones tiene carácter mesiánico; se aplican por el contrario, a todo israelita y, más en general, a todo hombre. La razón es que la misión mesiánica de Jesús no es exclusiva suya; se extiende a todos sus seguidores. El Mesías es el modelo de Hombre (el Hijo del hombre). Sus actitudes y conducta son las que hacen llegar al hombre a su plenitud.



34. COMENTARIO 3

La búsqueda desenfrenada del poder, aun la originada en la buena intención, conduce a los seres humanos por caminos extraviados. Ningún fin puede justificar la maldad de los medios. El texto de las tentaciones debe ser leído teniendo presente las actitudes adoptadas frente al poder por los seres humanos, los de la época de Jesús primeramente, pero también los de la nuestra.

La realización de la justicia del Reino exige una metodología en consonancia con dicha justicia. Un medio distinto al adecuado es la propuesta del Tentador para Jesús y para toda vida cristiana.

Por ello, la tentación de Jesús es una advertencia que todos debemos tener en cuenta. Típica de un momento posterior de su actuación, ha sido, con toda probabilidad, anticipada a un momento inmediatamente posterior al bautismo, en orden a subrayar las exigencias que tienen los nuevos bautizados de contar con las dificultades que les acechan en su nueva vida.

El texto se separa notablemente del relato transmitido por Marcos, aunque está situado en el mismo orden del desarrollo de la actividad del Mesías. Se presenta al Espíritu conduciendo a Jesús al desierto para ser tentado por el diablo. Mucho más explícitamente que en el segundo evangelio se describe una situación semejante a la de Israel durante su camino por el desierto, descrito en el Pentateuco. Y se tiene cuidado de consignar que mientras Israel debió sufrir las dolorosas consecuencias de su defección, Jesús ha triunfado sobre la triple tentación.

La sucesión de Mateo es diferente de la transmitida por Lucas. El lugar de la última tentación no es Jerusalén sino en la montaña. Y el tema culminante, conexo con este desplazamiento, reside en la promesa del poder sobre todos los reinos del mundo y de su gloria. Este cambio de escenario refleja la importancia que asigna Mateo a la montaña, pero más allá de ese dato, conecta el relato con otras dos epifanías: Transfiguración (17, 1-9) y aparición del Resucitado (28, 16-20). El poder universal rechazado en la montaña de la Tentación, es asumido en la montaña de la Galilea del capítulo final. Entre estas dos montañas, y luego del primer anuncio de la Pasión (16, 21), la voz celeste presenta de nuevo a Jesús con las características del servidor sufriente de Isaías (Mt 17, 5; cf Is 42 ,1).

Las dos primeras tentaciones tienen el mismo esquema. “Si eres Hijo de Dios...” y la propuesta de una acción. De esta forma el demonio anticipa la actitud de los adversarios de Jesús en su pasión: “Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz” (27, 40).

A este esquema de base, en la segunda se añade una justificación de la obra a realizar a partir de un “está escrito” seguido de una cita del Antiguo Testamento. En el primer caso se intenta que Jesús salga al paso de las consecuencias del ayuno, en el segundo se pretende la salvaguardia de la vida propia mediante un acto espectacular. La primera acontece en el desierto, la segunda en la parte más alta del templo.

En la tercera, se cambia levemente el esquema. El diablo, sobre la montaña, promete todo el poder y la gloria de los reinos del mundo a cambio de un acto de Jesús que revele su sumisión al Maligno. Jesús, en todos los casos, responde al Tentador desde una recta comprensión de tres pasajes del libro del Deuteronomio: 8,3; 6,16 y 6,13.

La tentación reviste dos aspectos fundamentales. El primero consiste en que Jesús debe colocar su interés propio como centro de su vida. Algunos han señalado claramente la intención diabólica de desolidarizar al Mesías de su pueblo. Los actos que se intentan no son intrínsecamente malos. A lo largo del evangelio, Mateo consigna que la acción de Jesús alcanza los ámbitos intentados por el Tentador. Dos veces se narra la multiplicación del pan (14,13-21 y 15,32-38), se presenta la anulación de los efectos de las leyes de la gravedad en el caminar sobre las aguas (14,25-33), y se muestra a Jesús consciente de la posesión de un poder universal. Sin embargo a ellos llega no por egoísmo sino por la compasión ante el hambre de la multitud, buscando ayudar la fe vacilante del discípulo, y por su obediencia incondicional a Dios y a su designio salvífico.

El segundo aspecto que se desprende del relato, ligado al anterior, reside en la convicción de que la consecución del Reino está ligado a una metodología en consonancia con sus fines. La estrategia propuesta por el diablo para la consecución del poder tiene muchos de los rasgos de la estrategia del zelotismo de la época que se presentaba como un camino a recorrer visto el rechazo de la propuesta del Reino por parte de las autoridades y del abandono de algunos discípulos temerosos de ellas. Esta tentación del zelotismo no podía estar ausente en el círculo de los íntimos de Jesús en que al menos, uno, Simón el Cananeo, parece ser originario del grupo zelota. Por su parte, el otro Simón, Pedro, pretende disuadir a Jesús del camino de la Pasión y, por ello, recibe el calificativo de Satanás (Mt 16, 21-23).

La comunidad cristiana debe tener la suficiente lucidez para rechazar la tentación del poder demoníaco desde el recurso a la Escritura, único lugar donde puede encontrar el designio de la voluntad divina y la fuerza para asumirla con una obediencia incondicional.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).


35.

El mayor obstáculo para vivir una Cuaresma cristiana es el orgullo del hombre, siempre dispuesto a desentenderse de Dios y de su voluntad amorosa, para autodivinizarse y determinar por sí mismo la ley del bien y del mal. La liturgia de hoy nos enseña a tomar el camino recto.

Génesis 2,7-5–3,1-7: Creación y pecado de nuestros primeros padres.  Fuimos creados, por amor de Dios, para glorificar al Creador a través de las cosas creadas. Pero el pecado original, la soberbia de Adán y Eva, trajo la degradación de la naturaleza humana. Comenta San Agustín:

«Se pasó por alto la amenaza de Dios y se prestó atención a la promesa del diablo. Pero la amenaza de Dios resultó ser verdadera y falso el engaño del diablo. ¿De qué le sirvió –os pregunto– de qué le sirvió a la mujer decir: “la serpiente me indujo”, y al varón: “la mujer que me diste como compañera me dio y comí“? ¿Acaso les valió la excusa y evitaron la condena?» (Sermón 224).

–Seguimos pidiendo perdón al Señor con el Salmo 50, que ya comentamos el miércoles de Ceniza.

Romanos 5,12-19: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Para regenerarnos, el amor de Dios nos ofreció la redención en Cristo, el nuevo Adán. Todos hemos de convertirnos a Cristo para nuestra salvación. Comenta San Agustín:

«Ved lo que nos dio a beber el hombre, ved lo que bebimos de aquel progenitor, que apenas pudimos digerir. Si esto nos vino por medio del hombre, ¿qué nos llegó a través del Hijo del Hombre? (Rom 5,12-19)... Por aquél el pecado, por Cristo la justicia. Por tanto, todos los pecadores pertenecemos al hombre y todos los justos al Hijo del Hombre (Sermón 255,4). Como dice el Señor por el profeta Isaías: «Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma; vuestra fuerza está en confiar y en estar tranquilos. Pero el Señor espera para apiadarse, aguanta para compadecerse; porque el Señor es un Dios recto: dichosos los que esperan en Él» (Is 30,15.18).

Mateo 4,1-11: Jesús ayuna durante cuarenta días y es tentado. Jesús no sólo es el Salvador, en quien podemos confiar, sino también el modelo que nos enseña a vencer en nosotros mismos toda tentación degradante. San Agustín dice:

«Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni  vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigos y de tentaciones...

« Cristo nos incluyó en Sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo, nuestro Señor, se dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que Cristo tentado por el diablo! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de Él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para Él, y de Él para ti la vida; de ti para Él los ultrajes, y de Él para ti los honores; en definitiva, de ti para Él la tentación y de Él para ti la victoria. Si hemos sido tentados en Él, también en Él vencemos al diablo.

«¿Te fijas en que Cristo fue tentado y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en Él, reconócete también vencedor en Él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado no te habría aleccionado para la victoria, cuando tú fueras tentado» (Comentario sobre los Salmos, salmo 60,2-3).

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.


36. Autor: P. Cipriano Sánchez

La primera tentación de Cristo, tal cómo nos la narra el Evangelio es la tentación de los panes. Cristo ha ido a hacer ayuno, un ayuno que realmente le prepare para su misión. Cristo ha ido a ejercitarse, por así decir, al desierto, y el demonio le llega con la tentación de los panes, que no era otra cosa sino decirle: déjate de cosas raras, se más realista, baja un poquito a la vida cotidiana. Es decir, materialízate, no seas tan espiritual. Es una tentación, que nosotros podemos tener en nuestra vida cuando llegamos a perder toda dimensión sobrenatural de nuestro ser cristianos. Es la tentación del querer hacer las cosas sin preocuparme si le interesan o no a Dios. Tengo un problema, y me digo: lo arreglo porque lo arreglo, y a veces olvidamos de la dimensión sobrenatural que tienen las dificultades.

Cristo ayuna y siente hambre como nos dice el Evangelio, y Cristo tiene que transformar el hambre en una palanca espiritual, en un momento de crecimiento interior. Ahí Cristo es tentado para decirle: No busques eso, no hace falta ese tipo de cosas, mejor dedícate a comer, mejor dedícate a trabajar. Es la tentación de querer arreglar yo todos los problemas.

Hay situaciones en las que no queda otro remedio sino ofrecer al Señor la propia impotencia por el sacrificio personal; hay situaciones en las que no hay otra salida más que la de decir: aquí está la impotencia, podríamos decir la impotencia santificadora. Cuando en nuestro trabajo personal sentimos una lucha tremenda en el alma, un desgarrón interior por tratar de vivir con autenticidad la vida cristiana, en esos momentos en los que a veces el alma no puede hacer otra cosa sino simplemente sufrir y yo me quiero sacudir eso, y no acepto esa impotencia y no la quiero ver, y no quiero tener ese“sintió hambre” en la propia vida, es donde aparece la necesidad de acordarse de que Cristo dijo: No sólo de pan, no sólo de los éxitos, no sólo de los triunfos, no sólo de consuelos, no sólo de ayudas vive el hombre, sobre todo vive de la Palabra que sale de la boca de Dios.

Tenemos que aprender como lección básica de la vida a iluminar todas nuestras dificultades con la Palabra de Dios, sobre todo aquellas que no podemos resolver, porque a veces podríamos olvidar que Dios Nuestro Señor va a permitir muchas dificultades, muchas piedras en la vida precisamente para que recordemos que la Palabra de Dios es la fuente de nuestra vida espiritual. No los consuelos humanos, no los éxitos de los hombres. A veces Dios nos habla en la oscuridad, a veces en la luz, pero lo importante es la vida del Espíritu Santo en mi alma. En ocasiones puede venir la tentación de querer suplir con mi actividad la eficacia de la fe en Dios, y podríamos pensar que lo que hacemos es lo que Dios quiere, cuando en realidad lo que Dios quiere es que en esos momentos esta situación no vaya por donde tu estás pensando que debe de ir, Yo me pregunto: una dificultad, un problema ¿lo transformamos a base de fe en un reto que verdaderamente se convierta en eficacia para el reino de Cristo? No pretendamos arreglar los problemas por nosotros mismos, preguntemos a Dios. ¿Sé yo vencer con la Palabra de Dios? ¿O caigo en la tentación?

Después, dice el Evangelio, lo llevó a un monte alto donde se veía todos los reinos de la tierra. Cristo es tentado por segunda vez para que su misión se vea reconocida por los hombres para que obtenga un éxito humano y todos vean su poder. Sin embargo el poder que les es ofrecido no es el que tiene Dios sobre la Creación, sino es el poder que viene de haber vendido la propia conciencia y la propia vida al enemigo de Dios. “Todo esto lo tendrás si postrándote me adoras”, no es el poder que nace de haber conquistado el reino de Cristo, es el poder que nace de haberse vendido. A veces este poder se puede meter sutilmente en el alma cuando pierdes tu conciencia en aras de un supuesto éxito. Es el poder que viene de haber puesto la propia vida en adoración a los que desvían de Dios el final total de las cosas, el uso de las criaturas para la propia gloria y no para la gloria de Dios. La tentación de querer usar las cosas para nuestra propia gloria y no para la gloria de Dios es sumamente peligrosa, porque además de que nuestro comportamiento puede ser incoherente son lo que Dios quiere para nosotros, lo primero que te desaparece es el sentido crítico ante las situaciones. ¿Por qué? Porque estas vendido a los criterios de la sensualidad, y quien está vendido no critica.

Cuando nuestra conciencia se vende, cuando nuestra inteligencia y nuestra voluntad se vende dejan de criticar y todo lo que les den les parece bueno. ¿A quién me estoy vendiendo? Cada uno recibe su vida, sus amistades, sus personas, su corazón, su conciencia. ¿Dónde me encuentro sin el suficiente sentido crítico, para salir de una situación cuando contradices mi identidad cristiana?, porque ahí me estoy vendiendo, ahí estoy postrándome a Satanás aunque sean cosas pequeñas. ¿Dónde me he encadenado? ¿Hay en mi vida alguna tentación que no sólo me despoja del necesario sentido crítico ante las situaciones para juzgarlas sólo y nada más según Dios, sino que acaban sometiendo mis criterios a los criterios del mundo y por lo tanto, acaba cuestionando los rasgos de mi identidad cristiana?

Cuántas veces cuando vienen las crisis a la fe son por esta tentación; cuando nos vienen los problemas de que si estaré bien donde estoy o estaría mejor en otra parte, es por venderse a una situación más cómoda, aun lugar que no te exija tanto, un lugar donde puedas adorarte a ti mismo. Es triste cuando uno lo descubre en su propia alma y es triste cuando uno lo descubre en el alma de los demás.

Muchas veces es imposible penetrar en el alma porque ha perdido toda brújula, ha perdido todo el sentido crítico, ha perdido la capacidad de romper con el dinamismo del egoísmo, de la soberbia, de la sensualidad. Cuántos cambios podríamos tener de los que pensamos que ya no tenemos vuelta.

Por último, el demonio lleva a Cristo. La tentación del templo es en la que Cristo desenmascara con la autenticidad de su vida, con la rectitud de intención, con la claridad de su conciencia la argucia del tentador. Esta tentación tiene un particular peligro. Los comentaristas que han siempre enfrentado esta tentación piensan: qué gracia tendría el de tirarse del pináculo del templo y que los ángeles te agarrasen. La idea central de esto es una exhibición milagrosa. Un señor se sube a la punta del templo y lo están viendo abajo, se tira y de pronto unos ángeles le cogen y lo depositaren el suelo. Todo mundo daría gloria a Dios, todos se convertirían inmediatamente. Es la tentación que tiene un particular delito porque ofrece la conciliación entre las pasiones humanas de mi yo con el servicio a Dios, con la gloria que se debe al Creador.

Esta tentación que podríamos llamar de orgullo militantes es quizá la más sutil de todas. Es también la tentación que Cristo desenmascara en los fariseos cuando les dice: “les gusta ser vistos y admirados de la gente y que la gente les llame maestros... cuando oren no lo hagan como los hipócritas que oran en medio de las plazas para ser vistos por la gente, cuando oren enciérrate que tu Padre que ve en lo secreto te recompensará”. Con qué perspicacia Nuestro Señor conocía el corazón humano que se puede enredar perfectamente, incluso en medio de la vida de oración, con el


37.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Octavio Ortíz

Nexo entre las lecturas

La "tentación" parece ser la palabra clave que unifica las lecturas de este primer domingo de Cuaresma. Sin embargo no es la única palabra. Junto a ella deberíamos colocar otra muy importante: "combate espiritual" y derrota de la tentación. En este sentido es el evangelio el que nos ofrece el tema central: Jesucristo es tentado en el desierto y vence la tentación (EV). Muy distinto de Adán que sucumbe ante el tentador en los albores de la humanidad (1L). Así como por un sólo hombre entra el pecado y la muerte en el mundo, por un solo hombre, Jesucristo, Verbo encarnado, entra la gracia y la benevolencia de Dios. La tentación vencida en Cristo con la ayuda de la gracia es fuente de crecimiento espiritual y felicidad verdadera.


Mensaje doctrinal

1. La condición humana. El texto yavhista del Génesis sobre la creación y la primera caída subraya de modo especial la "centralidad del hombre", del ser humano en la obra creadora. El Señor "modela al hombre de arcilla e infunde en él el espíritu de vida". El resto del relato coloca toda la creación en función del hombre y le sirve de escenario. Esta centralidad se expresa de modo elocuente cuando Dios conduce al hombre para que dé "nombre a todos los animales del campo y a las aves del cielo". Sin embargo, a pesar de esta situación de privilegio en el jardín del Edén, tiene lugar un drama de insospechadas consecuencias. El hombre, tentado por la serpiente, quiere decidir por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo, prerrogativa que corresponde sólo a Dios, pues el hombre, no obstante su dignidad, sigue siendo una creatura dependiente de Dios. En este sentido, lo primero que define al hombre no es su libertad, sino su dependencia de Dios. El texto bíblico expone acertadamente la naturaleza de la tentación. La presenta atractiva: "el árbol era apetitoso y agradable", pero dicha tentación esconde un engaño, una mentira: "seréis como dioses". La tentación parece que dice al hombre: "consiente y experimentarás felicidad"; "no resistas y serás dichoso"; "no te queda otro camino mas que abandonarte a la tentación"; "no tienes suficiente fuerza para resistir". En todo caso la tentación pone a prueba al hombre, lo pone en estado de combate.

2. Las consecuencias de la caída de nuestros primeros padres son dramáticas: entra el pecado y la muerte en el mundo. El hombre se descubre desnudo, incapaz de dominar sus tendencias desordenadas ni el mal que se anida en el interior y no puede tener su origen en Dios, su creador. El hombre ha caído en un abismo que no parece conocer fin. Jesucristo, hombre y Dios verdadero, experimenta en el desierto la tentación del demonio a no seguir la voluntad del Padre y a ceder a las propuestas de un mesianismo distinto del que el Padre le indicaba. Sin duda esta página del evangelio es una de las más altas, porque demuestra la plena humanidad de Cristo que sufre la tentación. "El ser tentado es parte de su ser hombre, de su descender en la comunión con nosotros, en el abismo de nuestra miseria". Al mismo tiempo demuestra la derrota del enemigo. "El pasaje de la tentaciones resume en síntesis toda la lucha de Jesús: aquí se pone a prueba la esencia de su misión, pero al mismo tiempo se pone a prueba el justo orden de la vida humana, el camino del ser humano, el camino de la historia. Se trata en última instancia de destacar aquello que tiene importancia en la vida, que es el "primado de Dios". El corazón de toda tentación es dejar de lado a Dios que, junto a todas las cosas que urgen en nuestra vida, aparece como algo secundario (Card. Joseph Ratzinger L’Osservatore Romano 7 de marzo de 1997 p.6).


Sugerencias pastorales

1. La utilidad de la tentación. Por experiencia sabemos lo que es la tentación: una prueba, un momento de riesgo en el que podemos salir victoriosos, pero también podemos ser derrotados. Se pone a prueba nuestra adhesión a Dios. Por ello, la tentación se nos presenta como un cierto sufrimiento, como un tiempo de lucha y combate espiritual. Así, quisiéramos estar exentos de la tentación y en el sentir popular, se la considera como un mal. Sin embargo, si miramos más a fondo, la tentación nos ofrece una ocasión para manifestar el amor, es un momento de lucha por el amado. El hombre tiene la oportunidad de demostrar su adhesión incondicional a Dios por encima de los sufrimientos, expresa su condición de creatura ante Dios creador y se somete humildemente a su voluntad. Quizá ningún momento es más alto en la vida como cuando el hombre, haciendo oídos sordos a las tentaciones del demonio, se adhiere incondicionalmente a su creador. Aquello que se ofrecía en un principio como ocasión de ruina espiritual, se ha convertido, con la ayuda de la gracia y de la firme resolución del hombre, en motivo de crecimiento espiritual. El hombre realmente se abandona en las manos de Dios con un acto de fe, amor y esperanza sin límites. Quien vence la tentación dice a Dios: "Señor, Tú ere mi único bien" "Para mí lo bueno es estar junto a Dios". San Agustín en una altísima página escribía: "Si en Él fuimos tentados, en Él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado en Él, y reconócete a ti mismo victorioso en Él. Hubiera podido impedir la acción tentadora del diablo; pero entonces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras aprendido de Él a vencerla".

2. La tentación de ver a Dios como enemigo. Esta tentación es más común de lo que podría parecer a primera vista. Es la tentación de ver la norma moral como un obstáculo a la felicidad humana. Como si Dios fuese celoso de la felicidad humana. Este mismo pensamiento lo sugirió ya en el paraíso el demonio. Muchos fieles piensan que las normas de la Iglesia sobre la vida conyugal, sobre la disciplina eclesiástica, sobre las relaciones prematrimoniales y la anticoncepción, sobre el respeto de la vida desde el momento de su concepción hasta el de su término natural son una especie de imposición que impide al hombre vivir y realizarse en felicidad. Esta es una gran tentación. Es un gran desafío de nuestra pastoral mostrar a todos la belleza del Plan de Dios y hacer ver que en una vida centrada en la ley de Cristo el hombre encuentra su plenitud.


38. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2005

El texto del Génesis que leemos hoy, el inicio de las relaciones con Dios en la historia humana, que llamamos también “Historia de Salvación”, nos presenta una situación de tentación en la que “Adán y Eva”, “primer hombre y primera mujer”, representantes de todos los seres humanos, hombres y mujeres, ceden a la tentación del Maligno. Este trozo de la Biblia es conocido muy bien y lo llamamos simplemente “la Historia de la Caída” o “el pecado de Adán y Eva”

Esa historia de la caída es confrontada litúrgicamente con la lectura del “Evangelio de las Tentaciones”, donde encontramos a Jesús, “el nuevo Adán” que también nos representa a todos, cristianos y cristianas, en una situación parecida a la que se encontraron nuestros ancestrales padres. Pero ambas historias tienen un final diferente. Vamos por pasos:

Tenemos en las dos historias un personaje nefasto y misterioso, en Génesis “la serpiente”, uno de los seres creados por Dios (cfr. Gen 3,1), con un peso determinante en la suerte religiosa de toda la humanidad, que siente envidia de la felicidad de los seres humanos (Sab 2,24) y que será capaz de desbaratar los planes divinos, rompiendo la amistad entre los seres humanos y Dios. Es un ser astuto y mentiroso (San Juan lo llama “homicida y mentiroso desde los orígenes”, Jn 8,44). Y en el evangelio, lo volvemos a encontrar, también en una escena dramática (como lo era la del paraíso y como lo fue en la historia de Job), pero esta vez en un duelo “cara a cara”, Satanás enfrentado a Jesús, que como habíamos dicho al inicio, representa también toda la humanidad.

De este personaje hubo un momento de la vida de la Iglesia que se predicó a más no poder, se hablaba de él con énfasis, se lo personificaba en el arte, se usaba para asustar y para “mantenernos” en las filas de la Iglesia, para que se sintiera el miedo y no lo enfrentáramos... Pero llegó otro tiempo, como en un movimiento pendular, en el que se dejó de hablar de él. El Diablo, Satanás, parece que había desaparecido de nuestra vida, solamente porque había desaparecido del lenguaje.

En la victoria que Jesús logra sobre Satanás está todo el sentido de su misión: venía a volver impotente al que tenía el dominio sobre el mundo, a destruir sus obras, a sacarnos de su poder. Por primera vez en la Historia de la Salvación, después de lo que había sucedido en el Paraíso, un “Hijo del Hombre” le ha movido el piso a Satanás, lo ha hecho recurriendo a la Palabra de Dios, a la Biblia que ha escuchado en la Sinagoga, la Palabra que ha rumiado en el silencio de la oración, con la que le ha hablado el Padre y que se esforzará por anunciar a todos de ahí en adelante.

Satanás en un momento de la historia había podido atraer para sí a los seres humanos, pero ahora sentía que algo nuevo se le venía con este personaje lleno del Espíritu Santo y que encontraba solo en el desierto, algo que estaba poniendo en peligro su señorío en el mundo y se acerca con astucia y mentiras para averiguar qué era ese nuevo acontecimiento. Esta vez quiere también, a la nueva humanidad, representada en Jesús, alejarla de los planes de Dios, por eso trata de convencer a Jesús con propuestas de un mesianismo humano o terreno: pan, gloria y poder en un primer momento, y finalmente el reconocimiento, la adoración de un ser que no es Dios, a lo cual responde Jesús, reafirmando el gran principio del monoteísmo hebreo: “Al Señor tu Dios adorarás, y a El solo servirás”.

La escena es programática en la vida de Jesús. Después de su Bautismo es movido por el Espíritu que ha recibido a retirarse al desierto y allí se ha dado el primer acto de una lucha sin cuartel, que entre otras cosas, no terminará ahí, serán muchos los momentos en que Jesús sentirá la voz de Satanás, sentirá la tentación en el Huerto de los Olivos y en la misma cruz, pero al final como siempre en la vida de Jesús, será su confianza en el Padre y la palabra de Dios la que le ayudarán a hacer la elección.

En resumen podemos parafrasear lo que le escuchamos a San Pablo para recordar mejor el tema de este primer domingo de Cuaresma: “Como por un ser humano entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, así también por un ser humano, Jesús, entro la posibilidad de la vida, de la salvación, del triunfo sobre Satanás”.

Recordar esta historia de la caída al iniciar este período de Cuaresma es para nosotros un pequeño proyecto de vida para este tiempo, los cristianos y cristianas somos colocados por la liturgia en el mismo plano del “primer hombre” y de la “primera mujer” y en el mismo plano de Jesús, nos tocará a cada uno decidir cuál de los dos comportamientos vamos a imitar.

Para la revisión de vida
Comienza uno de los llamados «tiempos fuertes» del año litúrgico. No precisamente un tiempo «light», ni siquiera un tiempo cualquiera. ¿Qué voy a hacer para que esta Cuaresma no se me pase sin darme cuenta, sino viviéndola a fondo? La Cuaresma es una «cuenta regresiva» de 40 días hasta la Pascua… El objetivo que se vive desde el principio es la Pascua misma…

Para la reunión de grupo
- El objetivo del relato del pecado de Adán y Eva es contar un pecado concreto, por muy importante que pudiera ser; el texto es un «mito» bíblico para algo más profundo: «explicar» la presencia del mal en el mundo. ¿Por qué hay mal? ¿Por qué el dolor? ¿Por qué la muerte?… De eso es de lo que el relato bíblico está hablando, a su manera «mítica». ¿Podemos expresar nosotros su mensaje de una forma más “racional” o “teológica”? O sea: ¿cuál es el mensaje teológico del mito del pecado original?
- Con el relato de las tentaciones de Jesús ocurre algo parecido: no es la crónica o el reportaje periodístico de algo que le pasó a Jesús, sino una composición simbólica que quiere darnos un mensaje teológico. Las tres tentaciones que se dice que sufre Jesús corresponden a tres grandes dimensiones de la respuesta de fe del pueblo de Israel (de ahí su correspondencia con el Primer [o Antiguo] Testamento) y de todo ser humano. ¿Cuáles son esas grandes dimensiones? ¿Estamos de acuerdo con esa teología? Veinte siglos más tarde, ¿lo expresaríamos nosotros igualmente o con alguna variante añadida?

Para la oración de los fieles
- Para que la Iglesia confíe siempre y por encima de todo en la Palabra de Dios y en su fuerza liberadora. Roguemos al Señor...
- Para que hagamos caso a las voces que nos llaman a buscar una sociedad más justa y un ser humano más fraterno. Roguemos...
- Para que nos reafirmemos cada día en nuestra fe en un Dios de vida y de vivos. Roguemos...
- Para que, frente al individualismo y el egoísmo, nosotros pongamos el valor de la solidaridad entre las personas. Roguemos...
- Para que seamos conscientes de que Dios está siempre a nuestro lado, aunque a veces no lo parezca, en la tentación y en las dificultades. Roguemos...
- Para que la Eucaristía que celebra nuestra comunidad nos anime a ser más consecuentes con nuestra fe y nuestra esperanza. Roguemos...

Oración comunitaria
Oh Dios que sabes que nuestra vida humana está sometida a tantos influjos, presiones, tentaciones, repulsiones… y también a tantos estímulos, inspiraciones y buenos ejemplos; te pedimos que la atracción y el influjo del bien sea mucho más fuerte en nuestra vida que la tentación y la fuerza del mal, y que el ejemplo modélico de Jesús nos ayude a seguirle por el camino del amor y del bien. Te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.

Señor, tú que animas nuestra fe, consolidas nuestra esperanza y fortaleces nuestro amor, haz que apostemos siempre por el bien, la justicia y la paz, de modo que tu Reino crezca siempre, superando toda tentación de construir este mundo y esta sociedad sin contar contigo en nuestra vida. Te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.


39.

Fuente: www.buzoncatolico.com
Autor: Padre Mario Santana Bueno, sacerdote católico de la diócesis de Canarias, Islas Canarias, España.

13 de febrero de 2005.

Mt 4, 1-11: "Jesús ayuna durante cuarenta días y es tentado."

Empezamos la cuaresma y recordamos nuestra débil realidad humana. Intentamos estar cerca de Dios pero vivimos una fe llena de tentaciones. Queremos seguir las huellas de Jesús pero caemos con una cierta facilidad en nuestros propios errores. ¿Qué hacer? ¿Tiene solución nuestro peregrinar mundano hacia Dios?

El Evangelio de hoy nos narra la solución que Jesús da a las tentaciones que aparecieron en su vida. No hay que confundir el pecado con la tentación. Son dos cosas distintas. Jesús no tuvo pecados pero sí tentaciones. Tuvo, como cualquier otro ser humano, esa invitación al mal, a alejarse de Dios.

Al Señor se le promete en sus tentaciones ambiciones humanas. La persona que espiritualmente es rica puede caer en las tentaciones que nos ofrece la miseria de nuestro yo. No es que nos despreciemos humanamente y no nos valoremos. Tenemos que valorar nuestros progresos y el amor que Dios nos tiene, desde ahí es donde podemos hacer una fuerte defensa ante las tentaciones que la vida nos pueda ofrecer.

Las tentaciones de Jesús son las mismas tentaciones a las que había sucumbido el pueblo de Israel en el desierto. Jesús no se deja engañar y no cae en lo que había caído el pueblo elegido. Su actitud es segura y vigilante , es rápido en la respuesta, sabe lo que quiere.

¿Cuáles son algunas de las tentaciones para los cristianos de hoy?

- El eclipse de Dios:
Tenemos que estar vigilantes en este mundo donde la técnica y la ciencia van al origen de la creación. La obra de Dios es buena, los intentos del ser humano para crear no sabemos hasta dónde nos puede llevar. No es que los católicos estemos contra la ciencia o el progreso. Lo que sí tenemos claro es que todo ello tiene que estar al servicio del ser humano y no contra él. La tentación es que podemos creer que Dios ha perdido presencia en nuestro mundo, que se ha desentendido de él.

- Una espiritualidad sin Dios:
Hoy se habla mucho de espiritualidad pero de manera desencarnada. Es una espiritualidad abstracta, polimorfa, a la medida que queramos ... La gente no quiere ni oír hablar de las exigencias de Dios en nuestra vida; prefieren la espiritualidad anónima que pronunciar el nombre de Jesús como su salvador.

- La ausencia del prójimo:

Vivimos rodeados de personas pero no las identificamos como tales. Muchas veces vamos a nuestros asuntos sin percibir la presencia del otro, en especial de los más débiles y necesitados de nuestra sociedad. Cuando Dios se oculta en la existencia del ser humano los otros se convierten simplemente en sombras que rozan nuestra vida. La gente termina hartándose de los demás y van desde el odio hasta el indiferentismo absoluto. Esta tentación nos lleva a olvidar el latido del corazón del otro, nos lleva a descuidar la misericordia.

- Un mundo provisional:
La provisionalidad es una de las características de nuestro tiempo. Provisionalidad que se contrapone a la eternidad que Dios nos ofrece. Antes, hace años, la gente estaba más preocupado de lo eterno que lo pasajero. Hoy las cosas son justo al revés: lo provisional, lo efímero, lo inmediato es lo que prevalece; de esta manera el paso de la eternidad de Dios es simplemente ignorado.

- La contaminación de los ídolos:
La adoración que muchas personas profesan no está destinada en este tiempo a Dios y su presencia en nuestra realidad concreta. Muchas personas han sucumbido a la tentación de los ídolos. Palabras tales como suerte, destino, predestinación, ocupan más
espacio que gracia, amor, Dios.

- El desánimo como espacio vital:
Vemos a muchas personas sumidas en terribles depresiones e impresiones. La cultura de la depresión va emergiendo con fuerza en nuestras sociedades. El abatimiento general, la falta de lucha y de compromiso por altos ideales se han trocado ahora en un mínimo nivel de exigencia personal. Muchos tienen la impresión que nada tiene sentido, que por mucho que se haga las cosas nunca van a cambiar...

Los cristianos tenemos que estar atentos para no caer en estas y otras muchas tentaciones que aparecen una y otra vez en nuestras vidas. La respuesta de Jesús ante estas propuestas fue tajante:

* Respondió con claridad y rotundidad a la tentación que se le presentaba.
* No entró en el juego que la tentación le ofrecía. Dialogaba con el tentador no con la tentación en sí misma. No le dio a la tentación ni la posibilidad de que entrara en su mente.
* Fundamentó su respuesta en la fuerza de la Palabra.
* Fue capaz de apartar a Satanás ordenándole que se marchara.

Ante nuestras tentaciones ¿Seremos capaces de actuar con la misma firmeza?

* * *

1. ¿Cuáles son las tentaciones más peligrosas en tu vida? ¿Por qué?
2. ¿Qué situaciones son las que te pueden apartar de Dios?
3. ¿Cómo combates habitualmente las tentaciones?
4. ¿Qué papel juegan los sacramentos en el combate de las tentaciones?
5. ¿Cuál es tu postura ante las tentaciones que te ofrecen los demás?


40. Fray Nelson Domingo 13 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Creación y pecado de nuestros primeros padres * El don de Dios supera con mucho al delito * El ayuno y las tentaciones de Jesús.

1. Vamos a Recuperar Nuestro Bautismo
1.1 Este año leemos en las misas del domingo textos del Evangelio según san Mateo. Este apóstol será entonces nuestro maestro particular durante el recorrido de la Cuaresma. Sin embargo, ya para el tercer domingo de este tiempo litúrgico intervendrá otro apóstol, Juan, que nos ofrecerá algunos pasajes de su Evangelio.

1.2 ¿Cuál es el tema que da unidad a esta Cuaresma? Sabemos que la conversión y la penitencia son parte esencial de la espiritualidad cuaresmal; sabemos también que el ayuno, la oración y la limosna son nuestras armas espirituales para este tiempo; sabemos en fin, que como todos los años, también ahora estamos avanzando hacia un punto focal: la pascua de Cristo. Pero ello no excluye preguntar cuál es la particularidad de esta Cuaresma en que Mateo y Juan nos van a enseñar tantas cosas.

1.3 El énfasis de este año puede sintetizarse en la expresión: "un camino de luz;" o también diciendo: "vamos a recuperar nuestro bautismo." De lo que se va a tratar, en realidad, a lo largo de estas lecturas y en el conjunto de estos domingos, es de ese sacramento, el del bautismo, que en tiempos antiguos fue llamado precisamente "la iluminación." Se trata de un recorrido desde las tinieblas hacia la plenitud de claridad y gloria que vendrán con la Pascua del Señor Jesús.

2. Venciendo al Príncipe de las Tinieblas
2.1 Y como se trata de un camino que comienza en la oscuridad, las lecturas de este primer domingo nos presentan el poder del príncipe de las tinieblas. En la primera lectura, del Génesis, y en el texto del evangelio aparece expresamente la acción seductora y perturbadora del enemigo malo.

2.2 Con una diferencia radical: si en el texto del Génesis este enemigo logró lo que quería, es decir, engendrar desobediencia, sembrar orgullo y producir muerte, en el texto de san Mateo es él quien resulta vencido. Sus tentaciones fueron incapaces de confundir, doblegar o derrotar a Cristo.

2.3 La enseñanza más obvia entonces es que admitimos que hay oscuridad y pecado; reconocemos que como seres humanos podemos caer y caemos, pero vemos también con alegría que hay uno que ha salido vencedor y en su victoria hay un germen de esperanza y también de victoria para nosotros.

3. Transmitiendo Vida
3.1 El apóstol san Pablo resume el estado de cosas en la segunda lectura de hoy: "así como por el pecado de un solo hambre, Adán, vino la condenación para todos, así por la justicia de un solo hombre, Jesucristo, ha venido para todos la justificación que da la vida. Y así como por la desobediencia de uno, todos fueron hechos pecadores, así como por la obediencia de uno, todos serán hecho justos."

3.2 El contraste es completo: desobediencia que produce condenación y luego muerte, por un lado; obediencia que trae justificación y luego vida, por el otro. Todos somos hijos de Adán, todos pertenecemos a la especie humana y participamos de la debilidad y estamos en el esquema de la rebeldía y la desobediencia. Pero hay un nuevo Adán que transmite vida, y quienes se unen a él participan de su fortaleza y entran en nuevo esquema de amistad y paz y salvo con Dios: esto es en últimas lo que quiere decir la palabra "justificación."

3.3 Así pues, apenas iniciada esta Cuaresma, alabemos a Dios por su victoria en la carne santísima de su Hijo Jesucristo, que padeció tentación sin pecar para que nosotros los pecadores pudiéramos vencer a la tentación y, unidos a él, recibir de su vida perdurable.