COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Rm 5. 12-19

Ver también comentarios a la 2ª lectura del Domingo 12A

 

1. J/OBEDIENCIA:

La palabra obediencia expresa la adhesión a Dios traducida en una vida conforme a su palabra. Designa por tanto lo que se suele llamar fe viva. Adán es presentado como prototipo de la desobediencia que escucha otras "palabras" que no son la de Dios. También el viejo Israel aparece como rebelde y desafecto a su Dios, pudiéndosele comparar a una esposa adúltera. Cristo es, por el contrario, la obediencia perfecta al Padre: "He aquí que vengo para hacer tu voluntad: (Heb 10,7). La comunidad de los que participan del Espíritu de Jesús encuentra en él la única ley (1 Cor 9, 21) y ha de manifestarse siempre dispuesta a "obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 4, 19). En Cristo se prueba que el amor de Dios es más fuerte que el pecado y la infidelidad del hombre.

EUCARISTÍA 1990/11


2. P-O.

Es muy importante subrayar el contexto de toda la perícopa de Rom. 5, 12-21, porque si no se hace no se entiende la intención de Pablo al hablar del pecado original. No quiere, en efecto, el apóstol destacar la negatividad de la condición humana, sino tomarla como punto de partida muy real para destacar, en cambio, la acción salvadora de Dios que supera muchísimo esa negatividad. Por eso, en toda la perícopa se repiten constantemente las expresiones "así como... mucho más" y parecidas. El paralelismo entre el pecado de Adán y la obra de Cristo es para subrayar que esta última es mucho, infinitamente en sentido literal, mayor, más importante.

Por tanto no sería acertado, conforme al texto, quedarse con la simple doctrina del primer pecado, o transgresión, conforme se entienda, sino es lo justo apreciar la llamada de optimismo que a partir de los puntos negros de la existencia humana hace Pablo a sus lectores. Hablar del pesimismo paulino es no entender una palabra de la mente de Pablo. Asentado esto, y prescindiendo de otros detalles que se debaten en otras ocasiones, parece lo esencial hacer ver que las expresiones paulinas van más allá de una concepción mágica por la cual todos hubiéramos pecado sin mas en Adán, nadie sabe bien cómo. Parece más acertado pensar que aquí se quiere presentar una situación humana negativa supraindividual, pero con origen humano, que en cada individuo se encuentra cuando nace y que le va influyendo independientemente de sus opciones conscientes. Algunos efectos de esa situación, por ejemplo, le pueden afectar aun antes de nacer, mientras está siendo concebido a lo largo de los meses previos al nacimiento.

Situación, por otro lado, que una simple buena voluntad no puede cambiar, porque gran parte de ella sobrepasa los límites de la conciencia y decisiones individuales, aunque tenga ciertamente un origen humano. Pero aquí la suma es mayor que los sumandos. La situación de mal, de muerte, de "hamartia", es más que la mera adición de los actos responsables pecaminosos individuales. Mucho de ella proviene de los "flecos" imprevistos e imprevisibles de esos actos. Pero la situación negativa existe.

Con la comparación, Pablo quiere decir que tal situación, por fuerte que sea, siempre es menor que la salvación que Cristo nos ha traído. Se puede insistir cuanto se quiera en el "pecado original" siempre que se insista "mucho más" en el don de la salvación que Cristo mismo es.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1990/17


3. JUSTIFICACIÓN.

Se recordará que en su carta a los romanos procede Pablo sucesivamente mediante proclamaciones de tipo kerigmático y mediante análisis de tipo escriturístico y dialéctico. Con el capítulo 5, Pablo vuelve a una nueva exposición kerigmática.

La justificación, de la que Pablo está hablando a sus lectores desde el capitulo 3, aparece ya en los primeros versículos del capítulo 5, como una reconciliación (vv. 10-11), para dejar bien sentado que no solo no tiene el hombre derecho a la justicia, sino que ni siquiera cuenta con una sola obra válida en qué apoyarse, puesto que es radicalmente pecador ("débiles", "pecadores" y "enemigos": vv. 6, 8 y 10).

Esta justificación-reconciliación se ha operado en Jesucristo (vv. 2, 6b, 8, 10). Pablo va a mostrar cómo la iniciativa divina de justificación y la respuesta de la humanidad a esa iniciativa está contenida en Jesús antes incluso de todo acto de fe por parte de los cristianos.

* * * *

a) La primera cuestión se refiere a la inteligencia del v. 12 en particular, en torno al pecado original al que parece hacer alusión Pablo. El estilo de Pablo (que dictaba sus cartas) es bastante oscuro: el v. 12 comienza por una conjunción (día touto: "he ahí por qué") y una comparación (ôs ei: "como") que quedan en suspenso. No sabe después si la muerte -personalizada en un estilo próximo al mito- de que se habla es la muerte física o espiritual (lo mismo sucede en los vv. 13-14), no se sabe tampoco si el relativo eph'ô puede traducirse por "en quien todos han pecado" (concepción agustiniana del pecado original), o "porque todos han pecado" (alusión tan solo a los pecados personales), o también "desde el momento en que todos han pecado" (cada uno ratifica en cierto modo y acrecienta, pecando personalmente, la solidaridad de toda una humanidad, repitiendo o enseñando de una generación a otra la rebelión fundamental del hombre contra Dios hasta el punto de colocar al mismo tiempo la generación que sube en una situación debilitada y casi impotente).

Por otro lado, no se sabe si cuando Pablo dice que todos han pecado (anastein) entiende esa palabra en el sentido clásico (acto de pecar) o en sentido pasivo, tal como la encontramos a veces en la Setenta (estado de culpable: Is. 24, 5-6). La investigación exegética anda todavía demasiado indecisa en torno a estas delicadas cuestiones como para que se pueda extraer de este solo versículo una doctrina sobre el pecado original. Finalmente, no hay que olvidar que, como lo ha hecho en el capítulo anterior, a propósito de Abraham, Pablo reflexiona sobre Adán más como teólogo que como historiador (cf. también Rom. 7): anda buscando las estructuras fundamentales de la existencia humana y descubre al menos una responsabilidad colectiva y un dominio de la "muerte" sobre toda la humanidad.

b) Los vv. 13-14 suponen que, tras el pecado consciente de Adán, la voluntad de Dios no se ha vuelto a dar a conocer hasta la revelación de la Ley del Sinaí (situación que se prolonga fuera del judaísmo, entre las naciones, en donde la ley no es conocida). A los miembros de esa humanidad sin ley, atea en cierto modo (v. 13b), no se les imputa ningún pecado personal, y, sin embargo, la muerte cae sobre esos hombres aun cuando sean ignorantes de su pecado (v. 14).

Para comprender cómo ha podido Pablo escribir estos versículos hay que representarse la concepción bíblica respecto a las faltas conscientes o inconscientes. Los pasajes de Núm. 15, 22-31 y de Núm. 16 son muy esclarecedores a este respecto: el pecador que actúa deliberadamente (v. 30) y con conocimiento de causa debe ser exterminado sin remisión posible. La multitud que comparte su falta, pero por inconsciencia o inadvertencia, sufre igualmente la muerte, pero puede librarse de ella ofreciendo un sacrificio por el pecado (cf. Lev. 4).

El episodio de Coré ilustra perfectamente esta legislación: es exterminado junto con su familia (Nm/16/31-34), pero se perdona a la "comunidad" que le ha seguido en el mal (Núm. 16, 22).

FIESTA/EXPIACION.Volvamos a los hombres que no han conocido la ley y pecan sin saberlo, arrastrados por la solidaridad humana. Mueren ciertamente (con una muerte natural o espiritual)..., mientras no ofrezca el "sacrificio por el pecado" ofrecido por Cristo en la cruz (Rom. 5, 6, 8, 11). La fiesta de la Expiación se estableció en Israel precisamente para borrar la falta personal cometida por error y la ampliación comunitaria de la falta de uno solo (/Lv/04/01-03), y después el Siervo paciente ha sustituido ese ritual en su propia persona (/Is/53/10); finalmente, Cristo lo ha cumplido en la cruz, verdadero "sacrificio por el pecado" de los que participan más o menos inconscientemente de la falta de uno solo. El ritual de la expiación, con tanta frecuencia utilizado en el Nuevo Testamento para presentar el sacrificio de la cruz, sería, pues, el trasfondo del pasaje de San Pablo y permitiría distinguir dos tipos de pecado: el pecado formal personal de uno solo (aquí, Adán) que lleva a la muerte sin remisión y el pecado por ignorancia o por solidaridad que sí puede ser remitido por la expiación y sus sacrificios y por el Siervo paciente.

No hay que pedir al apóstol la razón de esa solidaridad entre Adán y el pueblo: para él y dentro del ambiente judío del ritual de la expiación no necesita justificación. Pero la originalidad de su pensamiento apunta hacia la proclamación de la remisión de ese pecado colectivo por el sacrificio de la cruz.

c) J/ADAN.La continuación del pasaje está montada en forma de antítesis entre Adán y Cristo. Este paralelismo entre Adán y Cristo no atribuye, sin embargo, la misma magnitud a los dos personajes. Hay que comenzar por guardarse de ver en Cristo tan solo a quien ha podido reorientar a una humanidad sin brújula por culpa de Adán: la obediencia y el sacrificio de Cristo no borran tan solo la desobediencia y la falta de Adán y de la multitud; Cristo se ha convertido en el Señor de la vida escatológica (cf. el "cuanto más" del v. 17): se produce algo más que una simple reparación o que una simple expiación; se produce una entrada efectiva en un terreno nuevo.

d) Esta última observación es capital para la antropología cristiana. Si Cristo ha reparado simplemente el desastre cometido por Adán, Adán es el primero, porque no podemos comprender a Cristo sino a partir de Adán. Pero si lo que trae Cristo (la "vida") es radicalmente diferente de lo que podía aportar Adán dejado a sí mismo, entonces hemos de entender a Adán a partir de Cristo y no a la inversa, y "Adán no es más que la figura del que había de venir" (v. 14b). Adán y Cristo no están, pues, uno frente a otro como dos hombres de igual dignidad, como si el pecado del uno y la justicia del otro se equilibraran. Esto equivale a decir que la antropología cristiana está esencialmente basada sobre el hombre en Jesucristo, prometido a la "vida", y Adán no es más que el objeto de una mirada hacia atrás, hacia un pasado antiguo, simple imagen de la realidad: Adán no tiene título alguno para definir la humanidad tal como la ve un cristiano: sólo Cristo -y no sólo el de la cruz, sino también el que se ha hecho Señor- posee la clave del misterio del hombre.

* * * *

Este texto, el más difícil de la carta a los romanos, es también uno de los más importantes de su teología: existe, sin duda alguna, una similitud entre Cristo y Adán: ambos mantienen una estrecha vinculación con la multitud. Pero no hay ni antiguo ni nuevo, ni primero ni segundo. Está tan solo Jesucristo y sus figuras, figuras que, en cuanto tales, no adquieren su sentido hasta tanto no ha llegado lo que anuncian. Los dos términos de la antítesis Adán-Cristo son tan desiguales, incluso en su fraternidad, que al fin de cuentas a la fe cristiana le importa muy poco que la ciencia pruebe un día el poligenismo o desvele el clima presuntamente mítico en que se habría sumergido San Pablo cuando hablaba de Adán. Lo único importante es que la humanidad no puede desvelar por sí misma el sentido de su existencia sino a la luz de la soberanía de Cristo. ¡Poco importa de dónde viene la humanidad si al menos sabe adónde va!

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 16 ss


4.

El viejo Adán se siente un fracaso. El ha iniciado la historia triste del pecado, con una fuerza expansiva imparable y un poder demoledor que asusta.

Hay una desviación de origen que no hay manera de reparar. Un pecado engendra a otro y otro y otro. ¡Qué poder de contagio! Aquella maldita manzana, ¡cuántos y qué amargos gusanos tenía! Dentro de cada manzana se esconden el dolor y las lágrimas, y la sangre y la muerte. ¿Quién podrá consolar al vieJo Adán?

El Evangelio de Pablo nos ofrece la respuesta desbordante. Porque Dios no ha dicho la última palabra; sería un fracaso también para El.

Dios jugará la baza de «la gracia», porque la «benevolencia y el don de Dios desbordaron» «a raudales». Esta gracia, benevolencia, don de Dios, tienen un nombre Jesucristo, que llegará a ser el nuevo Adán. Que se consuele el viejo. Jesucristo dará una vuelta total a la partida: su gracia es tan poderosa y desbordante, que la condena se convertirá en amnistía, la culpa en gracia y la muerte en vida. Que no llore ya el viejo Adán.

CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
CUARESMA Y PASCUA 1990.Pág. 37


5.

Sigue la reflexión sobre el pecado y sus consecuencias. ¿Es un fracaso para Dios? La fuerza expansiva del pecado y su poder demoledor es pavoroso. Todos, todos pecaron. Todos, todos murieron. Es como una reacción en cadena interminable. Un pecado engendra otro y otro y otro... y la muerte en sus vientres inmundos.

Pero Dios no ha dicho la última palabra. Jugará otra carta: la de «su benevolencia y su don desbordante». Entra en escena la gracia, que es perdón, indulto, amnistía, justicia regalada, vida. Toda esta gracia se concentra y personifica en Jesucristo. Y Jesucristo da una vuelta total a la partida: la culpa se transforma en justificación, la condena en indulto, la muerte en vida. ¡Oh feliz culpa!

CARITAS
UN CAMINO MEJOR
CUARESMA 1987


6.

«Todos pecaron». Desde el principio todos pecaron. Entró el pecado en el mundo -¡vaya gol que entre unos y otros metieron a Dios!-, y como una mancha de aceite el pecado fue creciendo y creciendo, y el pecado, ya sabemos, encierra en sus entrañas semillas de dolor y de muerte. ¡Mala noticia!

Pero la buena noticia es que el pecado no es la última palabra. El pecado, y sus tristes consecuencias, va a posibilitar una sobreabundancia de gracia, hasta el «desbordamiento». Habrá amnistía y gracia «a raudales». «Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia». Y esta abundancia de gracia nos vendrá por nuestro Señor Jesucristo, nuestra verdadera Buena Noticia. El es el nuevo Adán, el anti-Adán, el que soluciona con creces el patinazo del desobediente Adán con su obediencia.

Dios no podía perder la partida. Terminará venciendo por goleada «¡Oh feliz culpa. . . ! ». ¡Oh Cristo, qué buen jugador!

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Págs. 42 s.