31 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DE ADVIENTO
(1-9)
 

1.

EN EL AÑO QUINCE

El texto evangélico sitúa la escena en unas coordenadas de espacio y tiempo muy concretas. Se describen con minuciosidad los datos históricos y políticos del momento. ¿Significa esta obertura que lo que acontece sólo sirve en aquel contexto? ¿Nos tenemos que conformar con recordarlo como algo pasado? Muy al contrario, se nos quiere decir que la Palabra de Dios nunca es abstracta, no hace teorías atemporales, interpela a la comunidad de creyentes en su situación concreta. En Adviento de 19.. debemos recibir la Palabra en -y no al margen de- nuestras circunstancias. En el año sexto del gobierno socialista, bajo el pontificado de Juan Pablo II, a pocos meses quizá de haber encontrado un trabajo eventual, en plena búsqueda de piso, sin que los palestinos ni los negros sudafricanos hayan visto reconocidos sus derechos... ¿Cómo tomaríamos conciencia de los rasgos principales de nuestra situación hoy? Porque es en ella, con las frustraciones y esperanzas que la caracterizan, donde viene la Palabra de Dios sobre Juan -o nuestra comunidad precursora- en el desierto.

PONTE EN PIE

La primera lectura de hoy nos habla de un ponerse en pie. La liturgia del domingo pasado nos hablaba de un "vigilad", "estad despiertos", "velad". Es una actitud de gozosa esperanza. ¡En nuestras concretas circunstancias podemos esperar algo! No tiene la victoria la frustración, sino la esperanza. Veremos hoy la salvación de Dios. Una salvación tampoco abstracta, sino vinculada a la persona y a la venida de Jesús. Nuestra esperanza vuelve a concentrarse en lo nuclear, en lo fundamental. Puede ser mejor o peor el momento del mundo, podemos encontrarnos más o menos a gusto en el talante eclesial por el que atravesamos, hemos medido la debilidad de nuestras fuerzas para llevar adelante un proyecto.

Pero lo único que nos puede hacer poner en pie, estar en vela, declarar la esperanza en todo el ámbito de nuestro ser, es la renovada presencia de Jesús. Adviento es ante todo y sobre todo el anuncio gozoso de la venida de Jesús. Pero -hoy nos lo anuncia Juan- esa esperanza vigilante o esa vigilia animosa debe ser activa. Debemos esperar actuar vigilando. La liturgia del domingo pasado insistía en la gratuidad de la salvación. Hoy, dando por supuesto esto, se acentúa la llamada a colaborar. ¿Por qué? Porque la experiencia mas profunda de la gracia es no sólo la gracia ofrecida por Dios, sino la gracia realizada por el hombre (J. Sobrino). Lo absolutamente gratuito, inédito, no es tanto recibir la amistad de Dios como un don (eso me habla de la ternura de Dios y de su fidelidad), sino que sea capaz de mover la debilidad de hombres sencillos y pobres para que la gracia-amistad recibida se convierta en historia realizada. ¡Esto es lo auténticamente asombroso! Cuando contemplamos las maravillas que son capaces de hacer en nuestra historia y en circunstancias muy adversas sencillos creyentes tenemos la experiencia más profunda de la gracia.

EL BAUTISMO DE CONVERSIÓN

Por eso Jesús no es solamente aquél a quien esperamos, sino -y esto es la mayor obra de la gracia- quien espera algo de nosotros. A través de su precursor Juan y por medio de bellas metáforas se nos pide una conversión, un cambio de mentalidad.

No sabemos qué puede sorprendernos más: que Dios nos ofrezca su amistad salvadora o que El espere de nosotros un cambio en profundidad. No se trata de actos aislados que por costosos que sean cabe esperar de nosotros si existe, como es de suponer, buena voluntad. Se trata de que hábitos largamente adquiridos, escalas de valores ampliamente compartidas por la sociedad, actitudes fuertemente enraizadas, dejen lugar a aquella mentalidad que Jesús tiene, anuncia y practica: la mentalidad de los constructores del Reino. ¿No es la más grande de las confianzas aceptar que la gracia puede así llegar a ser realizada históricamente en nosotros? Dejemos espacio a la Palabra que nos ofrece la salvación de Dios.

Pero convirtámonos a lo más gratuito de esa salvación: que podemos actuar de manera diferente, que puede cambiar algo profundo en nuestra vida.

TODOS VERÁN LA SALVACIÓN

Es precisamente esta gracia realizada en las circunstancias concretas de nuestra historia la que se convierte ante todos los hombres en signo de la salvación universal de Dios.

Cuando los cristianos no sólo recibimos la amistad de Dios, sino que difundimos amistad.

Cuando no sólo agradecemos la justificación gratuita, sino que nos esforzamos por una justicia más humana.

Cuando no sólo recobramos el ánimo y la esperanza, sino que buscamos pequeños signos de esperanza para todos. Cuando todo esto se realice, será una explosión de gracia realizada tan sorprendente, que todos verán la salvación de Dios. Y se sentirán libremente convocados por ella.

JESÚS MARÍA ALEMANY
DABAR 1988, 1


2.

¡ANIMO! Este parece ser el sentimiento que predomina en la primera lectura de este segundo domingo de Adviento.

Una lectura preciosa, en la que se muestra con trazos vigorosos el contraste entre el dolor de una Jerusalén que ve partir a sus hijos hacia el destierro y la alegría de una Jerusalén alborozada que los ve retornar con gloria; el contraste entre la tristeza de una Jerusalén que ve partir a sus hijos a pie y los ve regresar en carroza, guiados por la mano de Dios.

Es esta mano de Dios y su proximidad la que cambia la tristeza en gozo. Debiera ser la proximidad de Cristo que se anuncia la que verificase en nosotros y en nuestro entorno este mismo milagro. Y sería milagro estupendo convertir tanta lamentación y tanto mal augurio como estamos oyendo constantemente en una alegría razonada, serena y confiada.

Para un cristiano, en una alegría cimentada en la próxima y tantas veces reiterada venida del Señor.

Juan gritó en su momento que el Esperado se acercaba, que estaba a punto de cumplirse la espera del mundo, que comenzaba la era nueva, que se iba a instaurar un orden nuevo, que -en una palabra- venía Cristo. Pero Juan, precavido, advirtió -con su tono desgarrado y solemne- que para que el paso del Señor fuera fecundo era necesario convertirse.

CV/QUE-ES  CV/ENGAÑOSA. Era necesario convertirse en tiempos de Juan y es necesario convertirse veinte siglos después para captar con "éxito" la venida de Cristo. Y no es cosa fácil ésa de convertirse. Recuerdo que no hace mucho oí a un padre de "personaje famoso", al que habían secuestrado, que el nefasto acontecimiento le había servido para "convertirse y que desde entonces iba a ir a Misa"... ¡Me quedé de una pieza!

Pues bien, con el Evangelio en la mano, tengo la sensación de que convertirse es algo mas que "ir a Misa", porque si así fuera seríamos legión los convertidos... y a los hechos me remito. Convertirse, con el Evangelio en la mano, es algo "radical" y profundamente serio.

Es ver la vida con los ojos de Cristo, esfuerzo que nos exigirá, sin duda, y tal como comentábamos el domingo anterior, "desembotar la mente y permanecer despiertos".

Convertirse es mirar a cuantos nos rodean como si fueran hermanos, por encima de posiciones, ideas o estilos; convertirse es vivir abierto a todos y a cada uno de los problemas de la sociedad a la que pertenecemos, de modo que nada nos resulte indiferente y ajeno y en todo intentemos poner un acento de sinceridad, de justicia y de concordia; convertirse es no creer que tenemos la exclusiva y el monopolio de la verdad y conceder al "otro" la posibilidad de que disienta sin condenarlo, despreciarlo o minusvalorarlo.

Convertirse es no confundir, en el cristianismo, lo esencial con lo accesorio, haciendo de esto último una carrera insalvable de obstáculos por la que se pierde el hombre sin encontrarse con Dios, al que convertimos en un ser lejano, extraño y pequeño, hecho a medida de nuestra propia estrechez; un Dios preocupado de modas, ropajes y modos cambiantes con el tiempo y que nada tienen que ver con el mensaje de liberación que Cristo trajo a la tierra y con el rostro de Dios que quiso desvelar ante los hombres.

Convertirse es vivir contando con la Providencia, sin que esto quiera decir que seamos tontos, sino, sencillamente, que vivimos sabiendo que un día sigue al otro y que puede el granero lleno ser no para nosotros, sino para "nuestro sucesor".

Convertirse es ser un buen profesional, un padre espléndido, un hijo bueno, un esposo fiel en los momentos gozosos y en los que no lo sean tanto; es ser amigo verdadero; es pasar por la vida siendo eco, aunque palidísimo, de Aquel de quien se dijo que "pasó haciendo el bien".

Convertirse es ser un honesto hombre de negocios, es dar a todos los que en justicia corresponde, es ver en los que trabajan hombres y mujeres concretos y no piezas al servicio de un plan de producción.

Convertirse es apostar por la realidad del Reino de Dios, un Reino que está dentro de nosotros mismos, pero no en el sentido de que tiene que ser un Reino de intimidad, sino en el que debe abarcar nuestra vida entera, comprometiéndonos totalmente, sin dicotomías entre religión y vida.

Eso y mucho más es convertirse con el Evangelio en la mano. Es muy difícil conseguirlo, sinceramente. Pero habrá que intentarlo si no queremos, un año más, pasar de largo junto a ese Cristo que se anuncia y que es capaz de convertir el destierro en gozo.

DABAR 1982, 2


3. PD/SERVIRLA

-Vino la palabra de Dios: La palabra de Dios no es el mundo, ni algo de este mundo, sino la Palabra que vino sobre Juan en el desierto. Es la Palabra que era ya en el principio y por la que fueron creadas todas las cosas. Es Palabra de Dios, no la palabra de Juan o de alguno de los profetas. Por eso vino sobre Juan.

Como viene también sobre la iglesia. Nadie puede disponer de la Palabra de Dios. También la iglesia está bajo la Palabra de Dios, para servirla, no para servirse de ella.

Esto quiere decir que todo el que predica ha de escuchar antes de ponerse a hablar.

Quiere decir que todos, antes que otra cosa y sin excepción alguna, somos en la iglesia creyentes, fieles, y porque creemos hablamos. La Palabra de Dios nos hace hablar.

Todos participamos del mismo misterio profético, del servicio a la Palabra.

Incluso después de haberla escuchado, la Palabra de Dios sigue siendo palabra de Dios.

No podemos apropiárnosla, no podemos disponer de ella como si fuera nuestra, no podemos hablar a los hombres como si nosotros fuéramos dioses. Tampoco podemos retenerla. La Palabra que viene sobre Juan es el principio de la evangelización. Habida cuenta de que todo el que evangeliza está por ello dispensado de escuchar, sino todo lo contrario, pues ha de hablar como quien está escuchando. No ha de dogmatizar, sino confesar y estar siempre dispuesto a escuchar también la confesión de los otros. Porque la Palabra que vino sobre Juan, el hijo de Zacarías, puede venir también sobre cualquier otro, sobre sacerdotes y sacristanes, sobre el Papa y los monaguillos, sobre el último de los fieles.

-En el desierto: El desierto es la soledad en la que se encuentra consigo mismo, en la que no puede perderse entre la multitud de la gente. El desierto es la posibilidad que no podemos eludir. La Palabra vino sobre Juan en el desierto. La Palabra viene sobre nosotros cuando somos responsables, cuando estamos dispuestos a escuchar, cuando no abandonamos el lugar que nos corresponde y no tratamos de escurrir el bulto. La Palabra de Dios viene sobre nosotros en el desierto, de modo que no podemos excusarnos diciendo que va para otros.

PD/TRASFORMA.-Preparad el camino del Señor: Dios no habla para que todo siga igual sino para que todo cambie, para que cambie el hombre y el mundo. Para que el hombre se convierta, para que el mundo se transforme. Dios habla para que el hombre vire en redondo, vuelva su rostro a la Promesa, se oriente hacia el reinado de Dios que se acerca, que está viniendo cuando el hombre escucha.

Donde hay una promesa nace una esperanza. Donde Dios pronuncia su Palabra, que es promesa, nace la esperanza contra toda esperanza humana, la esperanza que no defrauda.

Y la esperanza se hace camino, eleva los valles, allana los montes, endereza lo que está torcido, vence las dificultades. La Palabra de Dios, la Promesa, tiene una gran fuerza de movilización.

CV/FUTURO. La conversión, como conversión que es a la Promesa, es conversión hacia delante. No lamento del pasado, no resignación en el presente, no fijación estéril en nuestra miseria y en nuestras lágrimas. Es cambio. El que tenga dos túnicas que dé una, el que cobra los impuestos que cobre sólo lo justo, el soldado que se contente con su soldada y no haga extorsión a nadie...

Convertirse es pasar a la acción para que todo sea y se haga como debe hacerse. Para que haya igualdad, para que haya justicia, para que desaparezca la violencia en el mundo.

Porque todas estas cosas es preparar los caminos a lo que ha de venir, al cumplimiento de la Promesa, al reinado de Dios que se acerca.

La esperanza cristiana, como respuesta a la Promesa de Dios, no consiste en estar a la espera, con los brazos cruzados o las manos juntas creyendo que el reinado de Dios es una bicoca caída del cielo. No tendría sentido que Dios nos hablara como si nosotros no tuviéramos ya nada que hacer con su Palabra.

EUCARISTÍA 1982, 55


4.

Como el domingo pasado, también hoy las lecturas nos han hecho escuchar un anuncio gozoso.

La primera describía la alegría que Dios quiere para su pueblo, con diademas en la cabeza, con el rostro en alto por la ilusión, con la fiesta que El piensa organizar, con los caminos que prepara para la liberación de su pueblo... Como dice el salmo, "estamos alegres: el Señor ha estado grande con nosotros".

El pueblo de Israel podía decir eso con verdad, aún en medio de una experiencia dolorosa de ruina y fracaso. Entendieron el pregón de alegría: "Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria".

Nosotros tenemos todavía más motivos para creer en estos planes optimistas de Dios. A no ser que seamos ciegos o hayamos optado por entender sólo palabras tristes, y no el programa de fiesta que ha preparado Dios.

La salvación de Dios, la gracia que nos quiere comunicar en esta Navidad próxima, nos alcanza exactamente en medio de la historia que estemos viviendo, buena o mala, triste o gloriosa. A alguno le llega el Adviento en una crisis de cansancio o desilusión. A otro, en momentos de euforia y serenidad. Es igual: la convocatoria que hoy ha sonado es una garantía de que Dios nos quiere, que nos prepara caminos de gracia y fiesta. Como en el caso de la Virgen, cuya fiesta nos hablará dentro de pocos días de un "sí" total que Dios le dio aun antes de que ella existiera, y en ella, a toda la humanidad. Dejarnos convencer de este plan salvador de Dios y alegrarnos, es uno de los "éxitos pastorales" de las celebraciones de Adviento y Navidad: cantos, moniciones, oraciones, lecturas, homilías...

UNA FIESTA EXIGENTE

La salvación es don de Dios, no conquista nuestra: es un don gratuito. Pero a la vez exige una respuesta activa.

Si en la primera lectura era Dios mismo el que preparaba los caminos para su Pueblo, en el evangelio, por la voz del Bautista, se nos proclama una urgente llamada a que cada uno acepte la salvación de Dios (al Salvador enviado por El) con una clara opción, con un compromiso de cambio de mentalidad. Somos invitados a allanar caminos, enderezar senderos. No porque necesariamente seamos grandes pecadores. También la pereza, la mediocridad, la falta de esperanza, la conformidad autosuficiente, merecen este toque despertador del Adviento. Si escuchamos esta llamada, entonces sí que "todos verán la salvación de Dios".

Pablo nos ha presentado un programa exigente: llevar adelante la obra iniciada, seguir creciendo más y más en sensibilidad cristiana, apreciando los valores verdaderos, para que el día del Señor (¿la Navidad?, ¿el momento de nuestra muerte?, ¿el final de la historia?, ¿cada día porque siempre podemos encontrarnos con Dios?) nos encuentre limpios, irreprochables, cargados de frutos de justicia.

El Adviento y la Navidad no nos pueden dejar igual. Algo tiene que cambiar en nuestra esfera personal y en la comunitaria. En algo se tiene que notar que estamos madurando y creciendo en esos valores cristianos. Que es lo que siempre la Eucaristía, con su doble mesa de la Palabra y el Cuerpo y Sangre del Señor, nos quiere ayudar a conseguir.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1988, 23)


5.

1. TODOS NECESITAMOS SER LIBERADOS. LBC/NECESIDAD

El domingo pasado -en el primer domingo de Adviento- escuchábamos un anuncio de esperanza, UN ANUNCIO DE LIBERACIÓN. Hoy de nuevo se nos ha proclamado este anuncio en las lecturas de la Palabra de Dios. Pero, ante todo, quizás nosotros deberíamos PREGUNTARNOS: ¿queremos, deseamos, ansiamos esta liberación que Dios nos anuncia? O, quizás, ya nos encontramos bien con nuestra situación, estamos "instalados" en ella o resignados a ella, sin grandes esperanzas, y por ello no halla respuesta en nuestro corazón este anuncio de liberación. ¿Liberarnos de qué? Hagamos un salto atrás en la historia. Recordemos la situación del pueblo judío -siglos antes de JC-, la situación que nos ha recordado la 1. lectura. Entonces el pueblo de Israel, el pueblo judío, vivía en el destierro, pobre y oprimido, suspirando por volver a su patria, a su ciudad santa Jerusalén.

Su situación era semejante a la realidad actual no del pueblo judío sino del pueblo palestino: millares de palestinos (en su mayoría árabes pobres) hace años que viven expulsados de su tierra, en campos de refugiados, víctimas de los intereses de naciones más poderosas (las aún recientes matanzas realizadas en el Líbano son un hecho horrible, pero la situación de abandono y persecución dura ya desde atrás). Es fácil comprender que siglos atrás el pueblo judío, hoy el pueblo palestino -o tantos pueblos y grupos humanos oprimidos hoy en muchos lugares de nuestro mundo-, suspiraran y suspiren por su liberación, acojan con esperanza -porque otra cosa no les queda- cualquier anuncio de liberación, cualquier propuesta de lucha por conseguir una vida mejor. 

Pero la Palabra de Dios que hoy hemos escuchado va mas allá: TODOS, todos, sea cual sea nuestra situación, NECESITAMOS SER LIBERADOS. Si nos parece que ya vivimos bien, o si hemos perdido la esperanza en una vida mejor, es que nos equivocamos. Si quedamos encerrados -agobiados- en el pequeño mundo de nuestros intereses inmediatos, difícilmente podremos escuchar el gran anuncio de esperanza que nos ofrece el Señor. El mensaje de Adviento, el mensaje de Navidad, no hallará un eco real en nuestra vida.

2. PREPARAR EL CAMINO TAREA DE TODOS

El evangelio nos ha recordado que -en un momento concreto de la historia humana- "vino la palabra de Dios sobre Juan". ¿Para qué? Para anunciar un bautismo de CONVERSIÓN, que significaba PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR. ¿Para qué? Para que todos se abrieran a la SALVACIÓN DE DIOS, a la liberación de todo mal para avanzar por un camino de más justicia, más amor, más bondad, más libertad. Es decir, más y mejor vida para todos.

JBTA, el precursor, es -como María de Nazaret- una figura propia y clave en este tiempo de Adviento, como preparación a la venida constante de Jesús, a esta venida actual -de hoy, a nuestra vida de hoy- que significará la celebración de NAVIDAD. También nosotros necesitamos -y lo necesitamos con urgencia- ACOGER SU LLAMADA a la conversión, su llamada a preparar el camino del Señor. Para que "lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale". Para que todos nos abramos a "la salvación de Dios". 

Pero permitid que insista en lo que decía antes: ¿ANHELAMOS NOSOTROS esta salvación, esta liberación? ¿RECONOCEMOS que en nuestra sociedad y en nuestra vida personal hay una realidad de injusticia -unos tienen mucho y otros casi nada-, una desigualdad inaceptable cristianamente en oportunidades de educación, de vida agradable, de trabajo? ¿Nos RESIGNAMOS a vivir en una sociedad que valora más el éxito social que no el servicio a los demás? 

San Pablo nos ha dicho que su oración era: "que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores" VALOR/APRECIAR. ¿CRECE nuestra comunidad de amor, apreciamos cada vez más los valores evangélicos? Todo ello debería ser hoy objeto de nuestra reflexión sincera y motivo de oración esperanzada. SOLO SI RECONOCEMOS que -también nosotros- vivimos en el "destierro", es decir, lejos de una vida personal y social como debería ser, como Dios quiere que sea, podremos anhelar la venida salvadora y liberadora de Jesucristo.

Sólo si lo reconocemos y estamos dispuestos a luchar por MEJORARLO TODO -todo: nuestra vida personal, nuestra sociedad, nuestra Iglesia- prepararemos el camino del Señor, allanaremos sus senderos. Para que "lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale".

Termino: abrámonos, hermanos, a la venida del Señor, preparemos sus caminos. Que cada uno se pregunte qué puede y debe hacer. Que todos confiemos en la gracia de la salvación y liberación que Dios nos comunica. En la gran esperanza que puede renovar nuestra vida. Esta esperanza que proclamamos y celebramos en la Eucaristía, que alimenta nuestra comunión con Cristo.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1982, 23


6.

-COMO ISRAEL, EL PUEBLO QUE DIOS RECONSTRUYO 

Israel, seis siglos antes de Jesucristo, fue atacado por un gran imperio, el imperio de Babilonia. Aquella guerra desigual terminó con la derrota de los israelitas: Jerusalén, su capital, fue destruida, y sus habitantes fueron deportados al país de los conquistadores. Israel, aquella pequeña nación, quedó deshecha.

En este tiempo de Adviento es importante recordar la historia de aquel pueblo. Porque todos sabemos que Israel es la patria de Jesús, y cuanto le ocurrió a lo largo de los siglos ILUMINA, TAMBIÉN AHORA, NUESTRA FE. Y en este tiempo de esperanza, las esperanzas que Israel alimentó en medio de su ajetreada historia marcan también nuestro camino.

La primera lectura que hoy hemos escuchado se refiere precisamente a la guerra que contaba al principio. La escribe uno de los hombres que fue deportado a Babilonia, un profeta de nombre raro, Baruc. Sus palabras son, en medio de la desolación de aquellos exiliados, UNA LLAMADA A LA ESPERANZA. Y una llamada llena de entusiasmo, gozosa, viva. Una llamada que, en el ambiente en que aquella gente vivía -nos lo podemos imaginar: alejados de su tierra, tristes, sin saber cómo iba a acabar todo-, no debía resultar muy comprensible.

Ya lo hemos oído. Dice el profeta: "Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria. ¡Ponte en la cabeza la diadema de la gloria perpetua! ¡Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura...!". 

¿Por qué habla de ese modo Baruc? Leamos de nuevo: "Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo. Contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente, gozosos porque Dios se acuerda de ti. A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria. Dios guiará a Israel entre fiestas". El profeta anuncia a los desterrados EL MAYOR GOZO que podían anhelar: les anuncia que VOLVERÁN A SU PATRIA, a Jerusalén.

Y les anuncia todavía algo más grande: este retorno, el fin de la esclavitud, será OBRA DEL PROPIO DIOS: "Dios te lo traerá, Dios guiará a Israel". Dios en persona se compromete con la historia de su pueblo. Dios marcha junto a sus hijos oprimidos por los imperios vecinos. Dios lucha al lado de su pueblo y lo conduce a la libertad.

-EL ANUNCIO DE JUAN: TODOS VERÁN LA SALVACIÓN DE DIOS

Pero a Dios no le basta esto. A Dios no le basta mostrar su presencia en Israel, en su liberación de quienes lo oprimen. La acción victoriosa de Dios en Israel era señal de algo más grande, porque la salvación de Dios no podía quedar encerrada en un solo pueblo, sino que debía LLEGAR A TODOS LOS HOMBRES.

Este es el mensaje que hemos escuchado en el evangelio. Juan, aquel profeta sorprendente que bautiza en el Jordán, es el hombre llamado a dar a conocer la llegada de aquel que traerá la liberación de Dios para todos. Todas las barreras que oprimen a los hombres, todo lo que cierra, que impide ser libre, que rompe la justicia y el amor... todo eso Dios quiere que sea destruido para siempre. Y Juan anuncia a los que le escuchan -nos anuncia a nosotros- que esta esperanza ya ha llegado a su término. Por eso repite las palabras proféticas: AHORA, "TODOS VERÁN LA SALVACIÓN DE DIOS". 

En este tiempo de Adviento celebramos la venida de Jesús. Celebramos que lo que Israel vivió se está cumpliendo ya definitivamente y para todos los hombres. Celebramos que también nosotros estamos en el camino de la salvación de Dios, de la vida del Padre.

Pero al tiempo que celebramos el don de vida que se nos ofrece, es necesario que también respondamos a ese don. Por eso Juan nos recuerda que debemos convertirnos.

Que tenemos que preparar el camino del Señor, que allanar sus senderos. COMO ISRAEL ANHELABA librarse de la esclavitud y volver a su tierra, también nosotros debemos tener NUESTRA VIDA DIRIGIDA HACIA todo lo que está de acuerdo con la libertad que Dios quiere darnos.

-CELEBREMOS AL DIOS LIBERADOR

Hagamos con alegría nuestra ACCIÓN DE GRACIAS al Padre. El se ha manifestado a lo largo de la historia de Israel como el Dios que salva a los pobres y los libera de los poderosos. Y él mismo, para que su salvación llegase a todos, nos ha enviado a su Hijo Jesucristo. Al compartir el pan y el vino de la Eucaristía, los signos de la presencia entre nosotros de la salvación que Jesucristo nos ha alcanzado, reafirmamos una vez más EL ANHELO DE SU VENIDA: que su Reino de libertad y de justicia, de paz y de amor, venga para siempre entre los hombres.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1976, 22


7.

Ver la salvación de Dios, envolverse en el manto de justicia, ponerse la diadema de la gloria de Dios

Al leer los textos que nos son propuestos para este 2.° domingo de Adviento C, fácilmente tiene uno la impresión de que se trata de una literatura atractiva que nos forja ilusiones y adormece nuestro infortunio quitando dureza a nuestro sufrimiento. Y, sin embargo, aceptar esta impresión sería blasfemo. Nos cuesta creer lo que se nos tiene reservado. Todo hombre verá la salvación de Dios, cuando hayan sido allanados los senderos. Pero la profecía de Baruc nos sitúa a un nivel que nos deja estupefactos. La Iglesia, pueblo de rescatados, se presenta en ella, al final de los tiempos, vistiendo las galas de la gloria de Dios, envuelta en el manto de la justicia de Dios, llevando en la cabeza la diadema de la gloria perpetua. Jerusalén es invitada a contemplar a sus hijos reunidos de oriente a occidente, a la voz del Espíritu.

Hay que leer entero este poema de Baruc, consagrado al triunfo de Jerusalén y de Israel.

Da muchos ánimos. Podríamos temer que nos incline hacia un cierto triunfalismo y sabemos que la Iglesia no ha resistido siempre a esta tentación. Sin embargo, ceder significa no haber entendido nada del difícil camino del pueblo de Dios hacia el Día de Cristo. San Pablo, al dirigirse a los Filipenses y hoy a nosotros, no disimula los problemas y dificultades. Pero no es pesimista y cree que Dios ha inaugurado una empresa buena y la llevará adelante. Pero cada uno de nosotros debe crecer más y más en penetración y en sensibilidad "para apreciar los valores".

Es impresionante comprobar la actualidad de esta exigencia expresada por San Pablo a los Filipenses. En estos momentos de renovación del mundo, en estos años en que termina una civilización y parece que comienza una nueva época, sabemos que, en nuestro caminar hacia adelante, no es sencillo discernir qué es lo más importante. Sin embargo, he aquí una condición indispensable: caminar limpios e irreprochables hacia el día de Cristo. Una visión exacta de las cosas, ir a lo esencial, pero no poniéndolo en peligro al despreciar lo secundario. Este es el problema más interesante en nuestros días y el catolicismo debe situarse hoy en el centro de esta tarea. Echarse atrás ante ella sería instalarse en la mediocridad, incluso morir. La crisis de las instituciones se reduce a la elección de lo que es más importante. Nuestro trabajo hoy es renunciar a estancarse en el pasado e intentar no renunciar a algo secundario que estuviera tan unido a lo esencial que fuese imposible separarlo sin una paciencia infinita. Las experiencias nos han mostrado ya que las impaciencias y los atolladeros son fruto de la falta de fe profunda y de una ceguera que rechaza el considerar que, en esta tierra, todo, incluso las instituciones más tradicionales, sólo tienen significado referidas a lo que debe subsistir en el Día de Cristo.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO 
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 116 s.


8.

1. El punto de partida El domingo pasado tratamos de ver el adviento desde la perspectiva personal, considerando la existencia humana como el constante nacimiento del Hijo del Hombre, el hombre que trata de encontrarse con la respuesta a su único interrogante: Qué significa vivir como hombre...

La palabra de Dios de este segundo domingo de adviento relaciona, a su vez, este tiempo de expectativa con el caminar de la gran caravana de los pueblos, de la Iglesia y de cada comunidad en particular.

El capitulo tres del Evangelio de Lucas se abre con una solemne y detallada introducción que sitúa a Jesús en el marco concreto y preciso de la historia, como si este simple hecho literario nos tuviera que mover a la concreción de un punto de partida imprescindible para comprender el gran acontecimiento llamado Jesús.

Efectivamente, Lucas tiene un gran sentido de la historia y en todos los acontecimientos humanos sabe descubrir la mano de Dios que teje calladamente los hilos de la liberación del hombre. Lucas no hace una teología abstracta ni se detiene en fórmulas esotéricas para comprender el misterio de Jesús; simplemente lo sitúa en la real y concreta historia de los hombres porque es en esa historia «real y concreta» donde Dios habla a los hombres y donde realiza la liberación de los pueblos, convocados -como lo recuerda la primera lectura de hoy- de oriente a occidente por la voz del Espíritu bajo el lema: «Paz en la justicia».

Sabido es que los cristianos a lo largo de los siglos han intentado acceder a la comprensión de Jesús desde diversos ángulos o puntos de vista, todos ellos válidos desde cierta perspectiva, pero nunca suficientemente adecuados para comprender el hecho mismo de Jesús a la "palabra de Dios encarnada" en la historia humana.

Así, por ejemplo:

--Se ha querido acercarse a Jesús desde los conceptos abstractos de la teología y de un catecismo que transformaban a Jesús en un enunciado de fórmulas que muy poco tenían que ver con la vida de la gente. Esta tendencia tan acentuada durante los últimos siglos y vigente hasta hace muy poco «desencarnó» al Cristo encarnado de los evangelios asumiendo una postura casi contraria al adviento, que es la presencia histórica del Dios hecho hombre. No estamos contra la reflexión teológica, siempre que ésta se elabore desde la realidad del hombre, desde la praxis de la fe y desde la vida de la comunidad.

--También se nos ha querido acercar a Jesús desde la práctica del culto y de la liturgia, muchas veces transformados en una simple obligación jurídica y moral. Pero se olvidó que un culto que no sea la expresión de una comunidad inserta en la historia es un culto muerto, tal como los profetas y el mismo Jesús lo recordaron con constante insistencia.

--Están también los que ponen el acento en la experiencia mística interior, con fuertes acentos subjetivistas, no siempre claramente deslindados del sentimentalismo. Fue entre los corintios donde se dio por primera vez este fenómeno que constantemente reverdece a lo largo de la historia cristiana, con el riesgo de hacer de la experiencia de fe una evasión más de una vida históricamente comprometida.

Estos puntos de partida y otros más, como el Jesús de la moral o el Jesús de las enseñanzas, o simplemente el acceso de Jesucristo a través de la erudición y meditación de la Biblia..., decimos que estos puntos de partida pueden ser complementación de aquel punto de partida que los evangelios consideran fundamental: la Palabra de Dios se ha encarnado en la historia de los hombres.

Aun la vivencia de la resurrección de Cristo pierde su valor si ese Cristo resucitado no tuviese carácter histórico; y todas las palabras del vocabulario cristiano, tales como salvación, redención, gracia, etc., se transforman automáticamente en huecas para el hombre si no están sostenidas por una experiencia que haga visible al Dios invisible.

Precisamente esta experiencia se llama Jesús y esta experiencia se llama cristianismo. Cuando subrayamos el carácter histórico de Jesucristo queremos, entre otras cosas, poner de relieve dos puntos fundamentales:

Primero: Que Jesús es un personaje histórico y que todo el cristianismo se basa en este hecho: el Hijo del Hombre vivió realmente entre los hombres toda la experiencia humana.

Segundo: Que la fe cristiana es esencialmente un hecho de vida, una experiencia, una praxis que involucra a todo el ser en cada una de sus circunstancias. Siguiendo el evangelio de hoy, corroborado por las otras dos lecturas, reflexionemos brevemente sobre estos dos puntos.

2. Jesús, encarnado en la historia

Si el domingo pasado veíamos la actitud ambivalente y contradictoria del hombre que busca su identidad de hombre, no menos ambivalente y angustiante era la situación histórica que fue el marco espacio-temporal de la vida de Jesús. Lucas nos da el nombre de los grandes personajes que pretendían tejer en aquellos momentos la historia del pueblo elegido: por un lado, los dominadores romanos que habían privado de libertad a la nación hebrea; por otro, los usurpadores idumeos, la familia de los Herodes, que tan tristes acontecimientos protagonizaron con los judíos, y con Jesús y Juan el Bautista en particular; finalmente, las clases dominantes internas, las grandes tendencias saduceas y fariseas, que acaparaban el sacerdocio y la dirección espiritual del pueblo.

Pues bien: en ese marco histórico nació, vivió, predicó, actuó y murió Jesús. Los cristianos no seguimos a un fantasma; tampoco somos los seguidores de una idea romántica, teológica, moralizante o revolucionaria. Simplemente, seguimos a ese Jesús que un día preguntó a los apóstoles: ¿Quién creéis que soy yo? Y si toda vida humana es de por sí la tensión entre el pesimismo y la esperanza, Jesús no sólo no escapó a esta regla general, sino que la vivió con total intensidad como lo prueban las persecuciones de que fue objeto, las traiciones, el abandono del pueblo, el grito casi desesperado de la cruz: «Padre, ¿por qué me has abandonado?», como asimismo su constante oración de confianza en Dios, el testimonio de su integridad, su valor hasta el último momento, su fe en el amor y en la justicia, su acercamiento a los pobres y marginados, etc. Tampoco escapó a la tensión política, tentado permanentemente por los zelotes revolucionarios, espiado por los saduceos y herodianos, vigilado por los romanos; en fin, acusado finalmente de conspirador y enemigo del César.

No nos interesa ahora precisar cada uno de estos aspectos ni discutir sobre la actitud política o religiosa de Jesús. Solamente queremos subrayar su carácter histórico porque es ese carácter histórico el sello distintivo del cristianismo, capaz de valer para cada hombre como experiencia de vida, pero también capaz de valer para cualquier cultura de ayer, de hoy o de mañana.

Sólo este Cristo históricamente encarnado es capaz de suscitar la fe y la esperanza de los pueblos, que desde Jesús pueden comprender a un Dios que no está lejos de los hombres, sino que compromete con su problemática hasta las últimas consecuencias.

Ciertamente que hoy vivimos circunstancias muy distintas y que sería ridículo pretender siquiera comparaciones superficiales entre aquella época y la nuestra. Lo importante es comprender el hecho global en sí mismo, el hecho de que Dios se hace Palabra de salvación y de justicia allí donde está el pueblo, allí donde hay opresión, allí donde los hombres trabajan por algo durable y trascendente.

Partir de la experiencia histórica de Jesús no significa ciertamente contentarnos con conocer la historia o la vida de Jesús para extraer después conclusiones moralizantes o mágicas recetas para solucionar nuestros problemas. Esto solamente sería pereza disfrazada de piedad.

Es comprender -y toda la temática del Adviento gira alrededor de esto- que siempre Dios y su Palabra se encarnan vivamente en la historia de los hombres, es decir, en los reales acontecimientos que están viviendo. Por eso los evangelios subrayan el compromiso histórico de Jesús, porque los cristianos no pueden vivir una fe o una religión ni de espaldas al mundo, como tantas sectas mistico-esotéricas, ni sobre el mundo, en un esquema religioso de poder teocrático. Son dos constantes tentaciones de la Iglesia y de los cristianos en general: o aislarse en una mística desencarnada y pretendidamente angelista, o subyugar a los hombres en nombre del servicio de Dios.

3. La fe como praxis

El carácter histórico de Jesús pone de relieve, en segundo lugar, que la fe cristiana es esencialmente un hecho de vida, una praxis. Es el mismo evangelio de hoy -que continuará el domingo próximo con ideas similares- el que se encarga de quitarnos toda duda al respecto: tanto Jesús como Juan el Bautista predican la conversión del corazón y un bautismo de conversión tendentes a cambiar la vida de los hombres. Porque la fe cristiana es esencialmente histórica, postula como primera medida el esfuerzo del hombre para que, con la fuerza del Espíritu, cambie su interior, como asimismo las condiciones externas relacionadas con su vida. Nuestra fe consiste en vivir total e intensamente las exigencias de una existencia auténticamente humana.

No basta colorearnos o taparnos con un léxico más o menos pietista o religioso, no bastan las instituciones religiosas, ni siquiera basta la eucaristía por más participada que sea... Necesitamos replantearnos nuestro modo de vida.

Ni siquiera todo se resuelve imitando a Jesús o recordando alguna frase suya para tratar de ponerla hoy en práctica... Se trata de encontrar el modo de vida que hoy consideramos más justo y razonable. Vivimos en una sociedad distinta, en cambio constante, con problemas y preocupaciones propios; por otro lado, ha crecido enormemente la conciencia que el hombre tiene de sí mismo, se han modificado las escalas de valores y se han producido notables cambios culturales y sociales como para que nos preguntemos hoy y aquí, en nuestro encuadre histórico, "qué significa vivir como hombre".

El tiempo no nos permite analizar algunas de estas modificaciones, pero basta echar una ojeada general a nuestro mundo moderno para comprender, por ejemplo, el alcance social del amor al prójimo, las formas solapadas de injusticia social, las mil variadas maneras que tiene el hombre de alienarse con la consiguiente sofocación de su espíritu, las nuevas condiciones creadas por regímenes políticos hasta ayer desconocidos, el avance constante de las ciencias, la conciencia de libertad y de autonomía, etc., etc., para que este evangelio tantas veces escuchado cobre de pronto inusitado relieve de actualidad.

Por eso, como apunta Lucas, la Palabra de Dios descendió en el desierto..., esa tierra estéril en la que sólo cuenta el hombre para caminar o para morirse de sed. Vivir en el desierto es la constante del cristiano y de la Iglesia: nunca podemos declararnos definitivamente instalados, porque cada día -según la típica imagen de Isaías- podremos encontrar un camino torcido, un valle que rellenar o un terreno escabroso que rebajar.

Al fin y al cabo, es ésta la experiencia del hombre que puede detenerse un momento a reflexionar: cada día nuevo, cada año, cada etapa de la vida plantea nuevos interrogantes como si la perfección siempre estuviese un poco más allá de nuestros esfuerzos. Es el hombre del desierto, que se encandila e ilusiona con el agua y que, después de cada nueva desilusión, sigue adelante con esperanza.

La praxis cristiana es la de un constante movimiento hacia adelante, como dice Pablo en la segunda lectura de hoy: «Que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo.» En conclusión: la reflexión de este domingo pretende que no nos defendamos detrás de las palabras, por más evangélicas o religiosas que sean, porque si las palabras pueden ser repetidas, la vida, en cambio, nunca puede ser repetida. Cada hombre tiene una experiencia de vida propia y distinta, de la misma forma que cada pueblo tiene derecho a vivir su propia experiencia cultural sin atarse al pasado ni hipotecarse para el futuro.

Las cuatro versiones de los evangelios son un patente ejemplo de cuanto vamos diciendo: cada uno de ellos tiene su propia manera de interpretar al mismo Jesús, porque cada evangelista responde a experiencias de comunidades distintas. Pero más allá de tantas diferencias, hay algo común que une a todas las experiencias cristianas: todas ellas tienden a encarnar la Palabra de Dios en el marco histórico concreto de cada uno teniendo como referencia fundamental la experiencia vital de Jesús.

Por lo tanto, este tiempo de Adviento no es un tiempo de pasivo quietismo para «ver si llega la salvación de Dios». La Palabra de Dios ya ha llegado, ya está en medio de nosotros; se encarnó de una vez y para siempre.

Corresponde a cada uno escucharla desde su yo-verdadero para que esa Palabra tenga forma humana. Este es nuestro bautismo de conversión: sentir que la salvación de Dios ha llegado, porque sentimos que cada día algo nuevo se está produciendo en nosotros.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C. 1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 32 ss.


9.

-La obra de Dios y la respuesta del creyente

Cuando se celebra una ordenación de sacerdote o de diácono el obispo, después del interrogatorio previo, acaba con unas palabras que hallamos en la segunda lectura de hoy.

Dice al que ha de ser ordenado: "El que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús". Creo que este deseo nos lo podemos aplicar todos y nos puede ayudar a centrar el sentido de este tiempo de Adviento.

Como en todo momento importante de la vida cristiana, encontramos dos realidades que hacen una combinación magnífica: en primer lugar la iniciativa y la acción eficaz de Dios que no para hasta llevar a buen término su propósito de salvación. Y también descubrimos qué capacidad de respuesta crea en la humanidad esta actuación de Dios.

Durante el Adviento lo veremos en dos personajes que las lecturas nos presentan con un relieve especial: Juan Bautista y María. Ambos son también figura de la acción de la Iglesia que en cada generación debe preparar los caminos del Señor y debe como darlo a luz, hacerlo presente en medio de la humanidad.

-Dios levanta a la humanidad caída

"Dios actúa con su justicia y su misericordia", nos decía el profeta Baruc. Es la misma certeza y confianza que como un pregón de todo el Adviento escuchábamos el domingo pasado. No hay ninguna situación por desesperada que parezca que no pueda invertirse.

Las lágrimas pueden trocarse en cánticos de júbilo y bienaventuranza. Puede parecer un sueño, pero es una realidad muy firme y esperanzada. Lo que parece imposible para los hombres no lo es para Dios.

La ciudad de Jerusalén recuperándose del exilio es un símbolo de toda la humanidad hundida y sufriente por tantos desastres pero que ahora ve esta promesa de restauración: ¡levántate, levántate!, ¡anda!

-También nuestra vida ha de levantarse

Pero Dios no actúa de una manera mágica, al margen de nuestra responsabilidad. También nuestra propia vida en este Adviento de 1994 siente la proximidad y la invitación del Espíritu de Dios a seguir avanzando, a crecer en el camino cristiano que un día iniciamos. La iniciativa de Dios no se detiene ni se echa atrás. El mismo convencimiento que con tanto afecto expresaba san Pablo a los Filipenses vale para nuestra parroquia de .......... "El que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús". Y vale la pena que nos fijemos en qué consiste esta empresa buena y hacia qué término apunta: en primer lugar es un crecimiento en el amor, siempre más y más. Es la dirección permanente e ilimitada de la vida cristiana. Con imaginación, con eficacia. No quedándonos en unos buenos sentimientos, sino descubriendo el amplio abanico del servicio y del amor: desde las formas más simples, inmediatas y valiosas de la asistencia y el voluntariado hasta las formas más amplias, complejas y también tan valiosas del trabajo social o político, o de la vocación a consagrar toda la vida al servicio del Evangelio. San Pablo habla de aumentar la penetración y la sensibilidad para apreciar los valores auténticos. Saber ver, escoger, juzgar, decir oportunamente sí y no para no equivocarse, para avanzar seguros hacia el día de Cristo Jesús, el gran Adviento definitivo.

-Juan Bautista prepara el día de Cristo Jesús

El evangelio de hoy nos presenta a Juan Bautista. Aquel que permitió que Dios llevara adelante la empresa buena en él. Es una prueba viviente del impulso imparable del Espíritu; el evangelio nos lo presenta bien definido históricamente. Reducido a un período corto de tiempo, situado entre las tensiones de un grupo de pequeños personajes poderosos, actuando en una comarca alejada y, en cambio, su misión tiene una proyección inmensa: él es el que cumple la antigua profecía: "Preparad el camino del Señor", el que da curso a la gran esperanza de los pobres de Israel. Una esperanza que deviene universal: todos verán la salvación de Dios.

Juan Bautista es estímulo para cada uno de nosotros y figura para toda la Iglesia. Preparando la Navidad aprendamos de él a recibir verdaderamente la Palabra de Dios, a experimentar la conversión, a vivir con sencillez y coherencia, a ser testigos valientes del Evangelio.

La Eucaristía que celebramos es anuncio de la obra universal de salvación y alimento para que Dios vaya completando su trabajo, para que vaya haciendo Adviento en nuestras vidas.

JOSEP M. DOMINGO
MISA DOMINICAL1994, 15