37 HOMILÍAS MÁS PARA ESTE DOMINGO
(9-15)

 

9.

El evangelio que leemos este domingo de Adviento es continuación de otro texto que se leerá mucho más tarde en este ciclo, el 33º domingo ordinario. En este otro texto, san Lucas quiere decir a los cristianos el sentido divino de los acontecimientos por los que atraviesan sus comunidades; se dedica a explicar un presente rudo y turbador y a afirmar que en la entraña de una coyuntura difícil, trágica tal vez -¿no se habla de ejecución de algunos discípulos?-, a su Iglesia dolorosa no le faltará en absoluto la asistencia del Señor.

Jesús está ahí, dando a todos los que sufren "a causa de su Nombre", "unas palabras y una sabiduría a las que nadie podrá hacer frente, e impidiendo que "caiga un solo cabello de sus cabezas" (21, 12-19).

En el fragmento de este domingo no es la dificultad de la historia cotidiana lo que se considera, sino el término de esa historia, el momento último en que se acabará el curso del tiempo, con la gloriosa venida del Hijo del hombre que aparecerá "en una nube, con poder y gran gloria". Así, a pesar de la importancia que concede al presente, un presente en el que cada uno debe asumir sus responsabilidades (la parábola de los Talentos), y especialmente sus responsabilidades apostólicas (el discurso a los discípulos de Jesús además del de los ángeles, en el día de la Ascensión del Señor, Hech 1, 7-11), Lucas no se olvida de dirigir la mirada de los cristianos hacia el futuro grandioso en el que el reino del Hijo del hombre quedará por fin y definitivamente establecido.

FUTURO/HOY.Lección útil... capital. Pensar la vida cristianamente, concediendo al presente y al futuro la importancia que respectivamente merecen, sabiendo que la vida humana es más que una vida "hoy... ahora" -palabras queridas a san Lucas- y que ese ahora, ese hoy no reciben su significación total más que en función del futuro, de la esperada venida del Hijo del hombre... ¿no es algo esencial? Es cierto que Lucas es más propenso a subrayar la importancia del presente que la urgencia del futuro. El cuidado que pone en referir este presente al futuro es, por eso mismo, más interesante. Así como es también muy interesante la convicción que brota de estas líneas: a través de las opciones hechas hoy, gracias a la vigilancia manifestada hoy, debido a la oración hoy hecha, es como el cristiano prepara el misterioso encuentro, a la vez turbador y tranquilizante, del Hijo del hombre en que se resume el futuro del cristiano. A la distinción presente/futuro, Lucas añade otra, no menos situada en el centro de nuestras reflexiones contemporáneas.

Evoca alternativamente lo que ocurre en la tierra y en el cielo, para llegar a una especie de irrupción de lo celeste (el Hijo del hombre, la nube, el poder, la gloria) en lo terrestre, que será, de algún modo, asumido. Podría decirse que, para Lucas, sólo cuentan, en definitiva, las realidades celestes, pero a condición de subrayar que los hombres no se preparan a la posesión de estas cosas de arriba más que aplicándose a vivir de una determinada manera con las de abajo.

El lector de Lucas adquiere pronto la convicción de que los evangelistas ignoraban las oposiciones que nosotros ponemos en el corazón de las cosas: el presente y el futuro, la tierra y el cielo no les parecían opuestos, sino estrechamente unidos. Quizá fuera necesario reencontrar el sentido de esta unidad.

El fragmento de Jeremías que constituye la primera lectura es muy enteco; pero dice cosas que no dejarán indiferente a ningún oyente que crea; para quien Derecho y Justicia, Paz y Seguridad sean palabras cargadas de sentido. Promesas que versan sobre realidades tales, deberían estimular la esperanza... nuestra esperanza. Jesús, "Germen de Justicia" nacido de David, es aquel cuya última venida asegurará por fin el triunfo de estos valores divinos. Jesús, "Germen de Justicia", venido ya, nos impulsa a colaborar en su obra de Paz.

En la segunda lectura, san Pablo nos habla precisamente de la parte que nosotros tenemos que asumir en la construcción del reino que el Hijo del hombre establecerá un día.

Progresad en el amor, pide; un amor mutuo: amor comunitario, primero, que se prolongue luego en amor universal... un amor de las dimensiones del que Pablo ha ofrecido a todos: esa es la actitud primordial a través de la cual los discípulos de Jesús sirven eficazmente a la venida del Reino.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 297


10.

LA GRAN BESTIA

Existió, aunque no se le ha llamado así, un primer Adviento, o más claro, una primera esperanza. Fue un largo y difícil peregrinaje hacia lo que terminó siendo Jesucristo. Esta esperanza fue vivida por un pueblo, y para ellos tenía un nombre: "El Mesías"; y tenía un lugar: "Belén de Judá".

Sabiéndolo o no, en esa dirección miraron y miran todos los que alguna vez necesitaron o necesitan tener una esperanza suficiente. Aquella esperanza y todas las esperanzas recibieron un nombre: "Jesús de Nazaret". Pero la esperanza en Él no termina con su venida; la esperanza puesta en Él comienza con su llegada.

El pone en marcha un segundo Adviento. El no trae nada hecho; con su llegada se va a hacer todo nuevo. Parece que hay gentes, cuesta creerlo, que ya no esperan nada. Hay gentes que, quizá por miedo al compromiso, repiten inútilmente lo que ya fue y no tiene repetición posible. Y hay, lo decimos con temor y temblor, los que, recordando lo que fue, nos cargamos de esperanza y vamos hacia otro cielo y hacia otra tierra. La Navidad no es nuestra esperanza; la Navidad es nuestra fuerza.

Pero también es verdad que la Navidad además de un suceso allí y entonces es un acontecimiento humano al que muchos no han llegado, hacia el que muchos no han comenzado a caminar, inacabado en nosotros en multitud de actitudes.

Los que de alguna manera hemos creído ya no vamos hacia Belén. Nuestro Adviento no es hacia Cristo, sino con Cristo hacia la vida, hacia una esperanza nueva.

La Palabra de este primer domingo de Adviento nos recuerda algo que, no por sabido, es menos necesario: La esperanza arranca de nuestra propia caducidad. Todo se disuelve. Es necesario buscar algo en alguna parte.

Hay en esta historia una gran bestia: el poder blasfemo y corruptor. Todas sus soluciones empeoran y aceleran la caducidad del hombre, eliminándolo antes del camino, en el camino o al final del camino. Mucha gente, lo dice hoy Jesús, se consuela embotando su mente con el vicio o el dinero, pero tampoco sirve. ADV/CAMINO. Quedamos los cristianos y los que de alguna manera rastrearon el rostro de alguien al que han sabido llamar "Señor y Santo". Para los cristianos hay también en la Palabra de hoy dos claras advertencias: Adviento es camino, desinstalación, provisionalidad, libertad, lucha contra la bestia. El Mesías, Cristo está en nosotros, somos todo lo que El necesita para que la esperanza que Él pueda dar llegue a todos. Hay que arrebatar a los que están bajo el dominio de la gran bestia, expulsarla y que todos sepan que hay una gran esperanza, que esto es caduco pero no definitivo.

EV/CURIOSIDAD.A los que son amigos del reporterismo y de los horóscopos hay que disuadirles de que el Evangelio no satisface curiosidades; en cualquier caso, habría que decirles que todo está sin decidir y que todo se decide en la manea de vivir cada instante.

Lo único que se puede saber se sabe leyendo la historia con claves de esperanza, como la que nos da Cristo.

JAIME CEIDE
ABC/DIARIO 1-12-91/Pág. 96


11.

Estamos en adviento, es decir en actitud de espera y de responsabilidad. De una parte, vamos a conmemorar el nacimiento de Jesús, que ya vino y posibilitó la salvación. De otra parte, no podemos perder de vista el retorno prometido de Jesús, que ha de venir a culminar la salvación. Entre ese principio, que es Jesús, Dios-con-nosotros y el final, que también será Jesús, nosotros-con-Dios, está enmarcada toda la existencia cristiana.

El fin del mundo no será su terminación -no necesariamente- sino su destino. Y ese destino, providencial, es el reinado de Dios.

-Esperanza: "Levantaos y alzad la cabeza...". Ante ese día, ante lo que nos espera, caben dos actitudes: una de miedo ante lo que se nos puede venir encima, otra de esperanza ante el cumplimiento de nuestra esperanza. Porque lo que esperamos no es el fin, sino el principio de una tierra nueva y nuevos cielos. El cielo resume y expresa todas nuestras aspiraciones humanas: la justicia, la verdad, la libertad, la igualdad, la felicidad...

Pero el cielo no es el país de Jauja. Quiere decir que el cielo no es como una lotería, que nos puede tocar o no, sino la culminación de todos nuestros esfuerzos con la sorprendente gracia de Dios. La esperanza cristiana no se hace ilusiones, sino que da sentido y coraje a nuestros trabajos. Esperar no es cruzarse de brazos a verlas venir, sino trabajar para que venga ya el reino de Dios, hacer ya la voluntad de Dios en la tierra como se hace en el cielo.

-Vigilancia: "Estad siempre dispuestos...". El mayor peligro de la esperanza consiste en hacerse ilusiones, bajando la guardia, en la vana idea de que venga Dios a sacarnos las castañas del fuego. Por eso, Jesús nos alerta en el evangelio de hoy, al comenzar el tiempo de adviento, contra la pretensión de establecer ya aquí y ahora un paraíso terrenal. La idea de ese paraíso artificial viene gráficamente descrita en Lucas: el deseo, el vino, el dinero, o sea, los paraísos de las drogas, de los placeres y comodidades, de la riqueza alcanzada sin esfuerzo, por azar. También nos lo recordaba el papa en su última encíclica, al señalar y denunciar los efectos del fácil enriquecimiento, el consumismo desorbitado, o toda suerte de drogas, legales o no, pero embotadoras de la mente y de la fe. La vigilancia evangélica nos exhorta a vivir conscientemente y con responsabilidad, con solidaridad y con respeto a las exigencias de la ética. Ciertamente no hay razón para que el mundo sea un valle de lágrimas, aunque no sobran motivos, dada la injusticia y la pobreza existentes en todas partes. Pero tampoco la hay para empeñarse en vivir en paraísos privados, indiferentes a la suerte de los pobres y marginados de la tierra.

-Perseverancia: "Pues proceded así y seguid adelante". En todo caso, lo importante es no cansarse, no darse por vencido, no ceder a la rutina, ni al desánimo, sino perseverar. Así lo recomienda Pablo a los cristianos de Tesalónica. Y así nos lo encomienda hoy la palabra de Dios. El adviento, al que nos invita el año litúrgico, debe ser un acicate que nos estimule en los trabajos de cada día del año civil. De esta suerte la fe se acreditará en las obras, la esperanza se hará palpable en la transformación de este mundo, y la caridad se hará presente en el amor a los hermanos, en la práctica de la justicia, en la lucha por la libertad y la liberación, en la solidaridad con los desfavorecidos y marginados, en la unión con todos por la paz y el bienestar de todos. Si así lo hacemos, el adviento cristiano será también adviento, es decir esperanza, para todos los hombres.

EUCARISTÍA 1991, 54


12.

No son teorías de los pensadores. Lo sienten así las gentes de los países más desarrollados. Las grandes palabras del siglo xx, «libertad», «justicia», «felicidad», están hoy en crisis. La fe en el progreso comienza a ser sustituida por el pesimismo. ¿Qué nos espera en el futuro?

Por otra parte, la fe cristiana parece haber perdido su fuerza para dar sentido y aliento al ser humano. No son pocos los que consideran la religión como una fase ya superada dentro del desarrollo de la humanidad.

Entre los mismos cristianos, las cosas han cambiado profundamente en pocos años. Crece la indiferencia, el abandono y la «apostasía silenciosa». Se difunde en no pocos un «desafecto interior» hacía la Iglesia. Quizás por vez primera amplios sectores de gentes que se dicen cristianas perciben de manera difusa, a niveles profundos de su conciencia, una especie de inseguridad o desasosiego en torno a su fe.

Son tiempos en los que la humanidad anda buscando un mensaje de esperanza. Una experiencia nueva capaz de liberar al hombre contemporáneo del escepticismo, el cansancio y la indiferencia.

Lo más importante en estos momentos no es potenciar la autoridad religiosa para imponer desde fuera una seguridad. Como dice H. Zahrnt, la renovación no llegará «administrando burocráticamente los residuos de fe» de la sociedad contemporánea.

TEOLOGIA/PELIGRO:Lo más importante no es tampoco el desarrollo de la teología especializada. Alguien ha dicho con ironía que «primeramente se hablada con Dios, luego se comenzó a hablar de Dios, más tarde se pasó a hablar del problema de Dios y se ha terminado hablando de la posibilidad de hablar acerca de Dios». La teología es necesaria, pero lo cierto es que la esperanza sólo puede venir de un Dios que es más grande que todas nuestras discusiones doctrinales.

Lo que el hombre de hoy necesita es que alguien le ayude a encontrarse con «el Dios de la esperanza». Un Dios en el que se pueda creer, no por tradición, no por miedo al infierno, no porque alguien lo ordena así, no porque alguno lo explica brillantemente, sino porque puede ser experimentado como fundamento sólido de esperanza para el ser humano.

Ese Dios sólo puede ser anunciado por creyentes que vivan ellos mismos radicalmente animados por la esperanza. El testimonio de «una esperanza vivida» es la mejor respuesta a todos los escepticismos, indiferencias y abandonos.

El Adviento es una llamada a despertar la esperanza. Si el cristianismo pierde la esperanza, lo ha perdido todo. Cristianos «habituados a creer desde siempre», ¿qué hemos hecho de la esperanza cristiana?

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 9 s.


13.

MATAR LA ESPERANZA

Tened cuidado: no se os embote la mente...

Jesús fue un creador incansable de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza que él mismo vivía desde lo más hondo de su ser.

Hoy escuchamos su grito de alerta: "Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Pero tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero".

Las palabras de Jesús no han perdido actualidad pues los hombres seguimos matando la esperanza y «embotando» nuestra existencia de muchas maneras. Y no pensemos sólo en aquellos que, al margen de toda fe, viven según aquello de «comamos y bebamos, que mañana moriremos», sino en quienes, llamándonos cristianos, podemos caer en una actitud no muy diferente: «Comamos y bebamos, que mañana vendrá el mesías».

Cuando en una sociedad los hombres tienen como objetivo casi único de su vida la satisfacción ciega de sus apetencias y se encierran cada uno en su propio disfrute, allí muere la esperanza. Los hombres satisfechos no desean nada realmente nuevo. No quieren cambiar el mundo. No les interesa esperar una vida futura mejor. El presente les satisface y les basta.

No se rebelan frente a las injusticias, sufrimientos y absurdos del mundo presente. En realidad, este mundo es para ellos «el cielo» al que se apuntarían para siempre. Pueden permitirse el lujo de no esperar nada mejor.

Qué tentador resulta siempre adaptarnos a la situación, instalarnos confortablemente en nuestro pequeño mundo y vivir tranquilos y cómodos, sin mayores aspiraciones.

Casi inconscientemente anida en bastantes la ilusión de poder conseguir la propia felicidad sin cambiar para nada el mundo. Pero no lo olvidemos. «Solamente aquellos que cierran sus ojos y sus oídos, solamente aquellos que se han insensibilizado, pueden sentirse a gusto en un mundo como éste» (R. A. Alves). Quien ama de verdad la vida y se siente solidario de todo hombre, sufre el desasosiego y la intranquilidad de comprobar que todavía no podemos disfrutar de la felicidad a que estamos llamados.

Este sufrimiento alcanza su verdadero sentido cuando nace de la esperanza y nos impulsa a actuar de manera creadora. Es signo de que aún seguimos vivos, de que todavía somos conscientes de que algo no está bien en este orden de cosas y de que nuestro corazón sigue anhelando algo más.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 251 s.


14.

1. Pesimismo y Esperanza

Como todos los años, el Adviento se inicia bajo el doble signo del pesimismo y de la esperanza. Pesimismo y esperanza que están presentes en el interior de cada hombre y en el extenso panorama de la historia. ¿Se trata de dos momentos o de dos facetas de la vida humana? Aparentemente los textos bíblicos darían la impresión de que se trata de dos momentos: el uno anterior a la llegada del Mesías; el otro posterior. Sin embargo, una lectura más profunda de la Biblia y el aval de la experiencia humana nos hacen caer en la cuenta de que el pesimismo y la esperanza son como la luz y la sombra de una sola imagen: el hombre; como si en la íntima raíz de donde surgimos estuvieran ya las dos grandes potencias que tratarán de hacerse con el campo de batalla de quienes tienen el destino de caminar por el desierto, entre la arena y el agua, entre la muerte y la vida.

Es cierto que el profeta Jeremías -primera lectura- nos anuncia un vástago de David que hará justicia y derecho en la tierra para que todos vivan tranquilos, en cumplimiento de una promesa personal del Señor Yavé. Pero la llegada del Salvador no es solamente un acontecimiento que sucede en un momento dado de la historia, sino que se trata -como pone de relieve Pablo en sus cartas a los tesalonicenses- de un encuentro de cada hombre con el Cristo viviente, encuentro que es el punto de llegada de la existencia, encuentro personal y libre del que nadie puede eximirse por razones de tiempo, de espacio o de cualquier otra coyuntura.

El adviento litúrgico de este año se inicia, pues, bajo el doble signo de la existencia de todo hombre: un largo camino que va y viene entre el pesimismo y la esperanza, entre la esperanza y el pesimismo, como una rueda que gira ansiosa buscando aquel reposo anunciado al comienzo del recorrido pero que jamás puede adelantarse ni superarse de un salto.

El adviento litúrgico es el símbolo de la larga historia humana y de la trayectoria personal de cada uno de nosotros, que debe transitar por un desierto deshumanizado, en continua tensión entre la angustia y el miedo, pero al fin... desierto que florece en la justicia por la permanente llegada del «Hijo del Hombre», de todo hombre que permanezca «despierto» en su conciencia de transformarse simplemente en «el Hombre», el hombre nuevo, el hombre que respira de lo alto, el que tiene el poder de ser él mismo.

En este domingo procuraremos ver el adviento desde una perspectiva personal o individual, a pesar de que nuestras reflexiones valdrán sin duda alguna para que podamos comprender un poco más el sentimiento de la gran caravana humana que lleva ya miles de años desfilando por la arena, siempre bebiendo y siempre con sed.

2. Vivir como hombre H/CONTRADICCION:

Si siguiéramos a un hombre cualquiera con una máquina filmadora durante toda su vida, y en una grabadora registráramos todas sus conversaciones y pensamientos, llegaríamos a conclusiones interesantísimas.

Lo veríamos como un ser capaz de hacer las cosas más inverosímiles y contradictorias, con toda clase de sentimientos y pasiones, actuando en miles de campos, desarrollando quién sabe cuántas profesiones y oficios.

Desde que nace hasta que muere, cualquier cosa puede pasar en su vida: escucha y lee, grita y se rebela, estudia y trabaja, ama y odia, lucha y se desalienta, se entrega a gestos heroicos y de pronto cae en actitudes villanas y cobardes.

Se encandila con el dinero, se ofusca con el poder, se entrega al placer; después encuentra una causa noble por la que combatir, y lo vemos transformado, distinto.

Se casa, cría hijos, establece un hogar. Se interesa por la política, se afilia y vota a sus líderes. Se hace masa en un estadio y vibra ante sus ídolos.

Canta y ríe, llora y se aísla. Parece descansar y no descansa; quisiera acabar con todo y termina siendo uno más; hoy dice «basta» y mañana recomienza algo nuevo. Cuando todo le va bien, enferma o le engañan, sufre un desfalco o una misteriosa angustia le brota como una nube dentro del pecho. Cuando todo parece perdido, una mano salvadora se le extiende, y lo que ayer creía una montaña insalvable ahora le parece una simple piedra que supera de un salto.

De pronto se detiene y piensa; minutos después parece tragado por una máquina infernal que lo vapulea y tritura como un cascote. Joven, quiere ser adulto. Adulto, pretende alejar la ancianidad. Anciano, añora su infancia. Impotente, lucha como un torrente por desbordar ese abismo que pretende devorarlo para siempre...

Sin tiempo para nada, tiene tiempo para preguntarse qué hace y por qué lo hace; quién es él y quiénes son los demás; de dónde viene y adónde va. Cada día una nueva pregunta, cada año un nuevo planteamiento. Mira hacia atrás y piensa: ¿Por qué hice todo eso? Mira adelante y grita: ¡Cuánto me queda por hacer!

Todo pasa delante de la filmadora, rápida y fugazmente: como un manojo de contradicciones, como un camino que busca una salida, como un fuego insaciable... ¿Por qué no se detiene? ¿Por qué no dice «basta»?

Es un hombre... Uno de tantos. Soy yo; es mi vecino. Y dice: Quiero ser libre, quiero ser alguien. Y por ser alguien es capaz de pisotear a su compañero, de mentir, de aplastar al que tiene menos... ¿Por qué? Si está abajo, lucha por la justicia; cuando está arriba, defiende sus intereses. Todo lo ambiciona y nada lo sacia. Ama la vida y corre hacia la muerte.

Y más preguntas: ¿Soy feliz? ¿Por qué el dolor? ¿Qué busco, al fin y al cabo? Quizá esas preguntas se las hizo hace veinte años y hoy las vuelve a formular como si nunca hubiera encontrado la respuesta...

H/MISTERIO: Es que es un hombre... Es un misterio. Es blanco o negro, rico o pobre, joven o anciano, varón o mujer. Es un individuo, es una familia, es un pueblo, es un mundo. Y más allá de tantas cosas intrascendentes, de tantos detalles sin sentido, de tanto tiempo transcurrido, algo queda en claro: quiere vivir como hombre. Exactamente eso: vivir como hombre. El no quiere solamente durar como una piedra empujada desde la montaña; tampoco piensa únicamente en respirar hasta el último aliento; ni quiere ser como un árbol que depende totalmente del sol, de la tierra y del agua. El hombre quiere dominar la tierra, el agua y el sol. Tampoco se resigna a vivir bajo el peso de las circunstancias. Vivir es mucho más que eso. Es tener la fuerza en sí mismo para ser alguien y hacer lo que quiere. No basta que los demás lo hagan por él. ¡No! Quiere hacerlo él. El debe pensar, ver los pros y los contras, decidir. Decidir él; sólo él.

Pero se encuentra con enemigos y dificultades. Entonces piensa: la vida es una lucha, un duro combate, un drama. Y se defiende y ataca. ¡Hay que ver al hombre que se enfurece, que grita por sus derechos, que toma un arma! Si todo eso es necesario para vivir, lo hará; lo hará de cualquier forma, pero lo hará.

Es hombre, y nadie puede quitarle el derecho a vivir. No solamente a «no morir», sino a vivir como hombre... Pero, ¿qué significa vivir como hombre? A primera vista le parece la pregunta más fácil y tonta del mundo: Si soy hombre, ¿cómo no voy a saber qué significa vivir como hombre? Pero al preguntarse por segunda vez, ya duda y se queda pensativo. «Si soy hombre...» Es que todavía no lo soy del todo; estoy tratando de serlo. Más bien procuro crecer como hombre. Y si estoy creciendo, es que todavía no lo soy del todo. Estoy tratando de ser hombre; me estoy haciendo hombre. Algún día espero pensar, hablar y actuar como auténtico hombre. Pero ahora soy un hombre a medias y aún me falta mucho que andar.

Y vuelve a la segunda parte de la pregunta: "¿Qué significa vivir como hombre?" Ahora sí que se vuelve pensativo, porque descubre que en su vida hace cosas de lo más contradictorias y opuestas. Entonces..., ¿cuándo obra realmente como hombre y cuándo no? Y se va dando ejemplos: hoy soy sincero y mañana miento; hoy me preocupa la justicia y mañana el dinero; hoy amo a mi prójimo y mañana lo exploto; hoy cobro un salario y mañana me despiden; hoy hago la paz y mañana declaro la guerra... Hoy-mañana..., hoy-mañana...

Así descubre que la vida es un camino. Un camino bastante mal trazado y oscuro. Un camino que se entrecruza con otros caminos, con otra gente que piensa de otra forma. Y todos «quieren vivir como hombres», y, sin embargo, no se entienden. Todos hablan de sus derechos, de amigos y de enemigos. Todos quieren crecer. Y, a veces, este hombre es obstáculo para que el otro crezca. Entonces el hombre se detiene. Está entrando en el adviento. Es su tiempo. Es el tiempo del hombre. Es el nacimiento del «Hijo del Hombre».

3. El Hijo del Hombre

Y Jesús dijo: «Entonces verán al Hijo del Hombre... Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente... Estad siempre despiertos... y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.»

Detrás de su coreografía apocalíptica, el evangelio de hoy, apertura del adviento litúrgico, aparece entroncado al gran problema de todo hombre y de cada uno de nosotros: ponernos de pie, levantar la cabeza porque en esta contradictoria existencia, señalada según el evangelio de hoy por la angustia y por el miedo, todavía queda un lugar para la esperanza de nuestra liberación, una liberación que coincide con el nacimiento dentro de uno mismo de ese misterioso personaje, el Hijo del Hombre, que no es otro que el Cristo hecho carne en nuestra propia carne. Adviento no pasa por delante ni por detrás de nosotros; pasa por dentro. El nacimiento del Hijo del Hombre se hace Belén en la cueva de nuestro corazón: allí donde cada uno lucha a su manera por vivir como hombre, como hombre integral, trascendente, total, pleno; apretado entre las paredes del pesimismo y de la angustia, achicado por el miedo, pero empujando con esperanza hacia arriba, hacia adelante.

Es un hombre que debe mantenerse de pie, a pesar del cansancio y de la falta de aliento; un hombre que debe permanecer con la mente despierta a pesar del embotamiento del vicio, de las diarias preocupaciones y del dinero. Un hombre que no puede dejar de pensar y sentirse llamado a ser un hombre nuevo a pesar de una vida aplastada por la angustia y el enloquecimiento de una civilización que lo aturde con el estruendo de sus aguas desbordadas.

Todas estas imágenes del Evangelio apuntan en una sola dirección: Jesucristo es algo más que una anécdota en la Palestina del siglo primero; algo más que el sentimental recuerdo bajo la estrella del belén. Es adviento: se nos está llamando para que todo el poder y la energía divina escondida dentro de cada uno emerja con fuerza para hacer de nosotros una tierra de paz y de justicia.

Adviento es la expectativa del Hijo del Hombre. ¿Quién es este misterioso personaje? Jesús no nos dio una respuesta, porque si el Hijo del Hombre crecía en él con el poder y la gloria de Dios, nadie lo puede descubrir si no lo deja nacer y crecer desde dentro de sí mismo. El Hijo del Hombre es el resultado de una profunda experiencia humana y religiosa: es la vivencia del hombre abierto a la trascendencia (por eso el Hijo del Hombre viene de lo alto), una trascendencia que lo empuja a ser más cada día, porque siempre nos sentiremos lejos de ese ideal sembrado como una semilla y que sólo será fruto en el último día...

Entretanto, sólo una constante vigilancia impedirá que el pesimismo de la muerte ahogue el nacimiento de este Hijo del Hombre, hijo de cada uno de nosotros porque él no proviene de la sangre ni de la raza sino de la fuerza de Dios, que ya está obrando en el aquí y ahora de este adviento que es nuestro tiempo de vivir como hombres...

Hoy iniciamos el año litúrgico, símbolo de la larga caminata del hombre sobre la tierra. El Evangelio, feliz noticia de Dios al hombre, nos señala con absoluta claridad el destino y la clave de este tiempo misterioso y contradictorio: es la búsqueda de nuestra identidad: simplemente «ser hombres»...

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C, 1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 8 ss.


H-15.

El caos fantástico del final de la Historia nos remite al caos fantástico de los comienzos (Gn 1, 2), cuando la Palabra de Dios introdujo armonía, belleza, bondad. Al final de la Historia volverá a resonar esa misma Palabra poderosa, pero entonces será la Palabra encarnada, Jesús de Nazaret. Y se producirá armonía y bondad: lo que Lc llama liberación.

La humanidad dejará de caminar bajo el yugo de sus propias creaciones injustas, esclavizantes y angustiadoras. Será la nueva creación. Entonces brillará en todo su esplendor el mundo creado por Dios.

"Y vio Dios que todo era bueno". No se trata, por tanto, del fin del mundo, sino del final de una manera de ser del mundo, puesto bajo el dominio del pecado, del egoísmo, de la injusticia y de la muerte. Este es el mundo que aparecerá completamente aniquilado, porque ya ha sido destruido en la muerte de Cristo; en la cual se dieron ya las señales de ese cataclismo cósmico que precederá al fin del mundo.

Sobre todo con la venida del Hijo del Hombre, o, mejor, como dice S. Pablo, con la "manifestación del gran Dios y Salvador JC., aparecerá claramente descubierta la verdadera finalidad de toda la existencia humana.

Por eso es muy oportuno el aviso de Lc: "Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero". Quiere decir: procurad vivir siempre de manera que no se os oculte el horizonte de vuestra existencia. Que vuestra vida no produzca la niebla que oculte ese horizonte. Porque un hombre con la mente embotada es un auténtico incapaz para descubrir esa finalidad de la existencia del mundo. No discierne el horizonte, no ve más allá de sus narices. El cristiano de mente embotada no puede esperar ese mundo nuevo. Se agarra a lo que ve.

Y dice S. Lucas que los agentes embotadores de la mente humana son: el vicio, la bebida y la preocupación del dinero. (Las tres G: ganar-gastar-gozar). Vivimos en un tiempo en el que estos agentes embotadores están haciendo de las suyas: el hombre ha puesto como valor absoluto de la vida el dinero y Jesús nos dice que ser cristiano es estar dispuesto a prestar un servicio gratuito y desinteresado.

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Y otra condición: estar siempre despiertos.

La esperanza del cristiano, la que pide S. Lucas en el evangelio de hoy, no es una esperanza quietista y piadosa, sino activa, como activa es la vida del hombre que está despierto.

"La esperanza cristiana sobrenada por encima de todas las tragedias humanas. Los cristianos deberían saber interpretar los momentos más negros de la historia como signos de liberación. Y tras esta interpretación optimista, deberían apuntarse rápidamente al primer programa de liberación que intenten construir los hombres".

No nos convence el hombre que dice esperar algo mejor y no pone su esfuerzo para lograrlo. En la vida cristiana debe ser igual. Desgraciadamente, somos muchos los cristianos que esperamos al Señor durmiendo. Somos muchos los cristianos piadosísimos pero ineficaces, buenísimos pero incapaces de transformar el mundo, ausentes de los acontecimientos históricos que nos toca vivir, incapaces de dar una respuesta adecuada a tanto problema de nuestro mundo, de resolver con agilidad una situación injusta, de hacer sentir, aunque sea ligeramente, el paso del Señor a nuestro paso.

-Lo que esperamos es lo que tenemos que ir haciendo, porque esperar que el mundo cambie no es cristiano. Esperar cristianamente es cambiar el mundo. Al levantarnos esta mañana, la Iglesia nos ha pedido en la lectura de Laudes: "Ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz" (/Rm/13/11-12).