COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

Hb 10, 5-10

 

1.

Este texto se encuentra en la sección central de Hebreos (7,28-10, 18), donde se desarrolla el tema más importante del escrito: la función mediadora de Cristo. En concreto se toca el tema de cómo es la causa de una salvación eterna (10, 1-18). En estos versículos explica el autor el reemplazamiento de los sacrificios antiguos por el único y definitivo de Cristo. El texto parte -como es frecuente en el escrito- de una terminología y concepciones de la liturgia judía, pero ello no debería desorientar. Precisamente se pretende notar la diferencia y mejor condición de la economía soteriológica cristiana.

Quedarse con lo superficial es no comprender el texto. Por ello ha de prescindir de la liturgia judía.

Es muy importante aplicar este principio al punto central, es decir, al del sacrificio. El autor acentúa la actitud de Cristo en los primeros versículos (5-6). Lo principal es la aceptación del plan del Padre, el cumplimiento de sus designios. Y queda muy claro que el Padre no desea sacrificios expiatorios (EXPIACIÓN), como si los necesitara para volverse benévolo hacia el hombre. Esta imagen tan extendida y que tiene un cierto fundamento en algunos textos si se interpretan superficialmente produce una concepción de Dios auténticamente nefasta. J/MU/VD:Tampoco se puede decir que la voluntad del Padre es que el Hijo muera, así sin más. El texto presente habla de la aceptación por parte de Cristo de la voluntad del Padre al entrar en el mundo.

Es decir, la voluntad de Dios es que el Hijo sea hombre y comparta el destino humano en todos los aspectos menos en el pecado personal. Este tema está enormemente subrayado en Hebreos.

Ahora bien, al hacer esto también se "pone a tiro" del mal en el mundo que le lleva a la muerte. Pero esto es como una inevitable consecuencia de su condición humana, no un designio directo y preferido por Dios. Cuenta con él, pero por amor a los hombres, para mostrar y realizar su solidaridad, no se echa para atrás, sino llega hasta el final. Así, Cristo salva al hombre: haciéndole percibir que es amado por Dios hasta en sus aspectos más oscuros.

Ni es conveniente distinguir demasiado al Padre y a Cristo hasta llegar casi a contraponerlos. Hemos de hablar de un cierto modo cuando nos referimos a Dios, pero sabiendo que nuestras palabras nunca expresan la realidad divina como es. También Cristo es Dios y la voluntad de Dios es una sola.

Lo esencial, más que especular, es darse cuenta del beneficio aportado por la acción de Dios al hombre, haciéndose El mismo hombre por nosotros con todo lo que eso significa.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1988, 4


2.

Frente a la ineficacia de los sacrificios "carnales" del A.T., sacrificios de toros y machos cabríos que no podían alcanzar el perdón de los pecados, el autor subraya una vez más la eficacia del sacrificio de Cristo por el que todos hemos sido reconciliados con Dios.

SC/AT/VICTIMA  CULTO/AT/EXTERIOR  J/CULTO/V/MU SAGRADO/PROFANO 
Los sacerdotes del A.T., no ofrecían su propia vida, sino la vida de animales; no se comprometían propiamente en su sacrificio. Y de esta manera su vida profana quedaba al margen de la víctima sacrificada o santificada. El culto, meramente exterior, no afectaba radicalmente al que lo ofrecía. Pero Cristo, siendo a la vez sacerdote y víctima, interioriza el culto y se compromete en el culto de toda su vida. En consecuencia, todo es en Cristo sagrado y profano; su culto es toda su vida, y toda su vida hasta la muerte es su único culto a Dios. Tenemos aquí la auténtica y válida desacralización; pues, cuando todo es sagrado, ya no hay distinción entre lo sagrado y lo profano.

VD/SACRIFICIO: Vivir será para Jesús ya desde el principio cumplir en todo la voluntad del Padre, y en esto consistirá el verdadero carácter sacrificial de su vida y de su muerte en la cruz. Cristo ejercerá su sacerdocio no como miembro de una clase sacerdotal; Cristo ofrecerá su vida y entregará su espíritu al Padre no en un ámbito sagrado, en el templo, sino en medio de la sociedad y fuera de la ciudad santa, elevado en la cruz, que ha sido plantada sobre una colina. Y en este ajusticiado por los romanos no se verá nada específicamente "religioso", aunque todo sea verdaderamente santo.

J/OBEDIENCIA: El autor pone en labios de Jesús, apenas nacido, las palabras del /Sal/040/07-9. En el contexto original se trata de un salmo en el que un hombre justo, después de haber experimentado en su vida la salvación de Dios, le da gracias y promete cumplir su voluntad en vez de ofrecerle sacrificios de animales y holocaustos. Pero en la boca de Jesús estas palabras son como el "introito" del sacrificio de su vida que ha de culminar en la cruz. Jesús entra en el mundo bajo el signo de la obediencia al Padre y permanece bajo este signo hasta que todo haya sido cumplido según la voluntad del Padre.

Concisamente explica el autor el sentido de su cita: los sacrificios del A.T. no agradan a Dios y son abolidos definitivamente; en su lugar, Jesús establece el único sacrificio que agrada a Dios y que consiste en cumplir su voluntad.

Participar en el sacrificio de Cristo es siempre y radicalmente cumplir, como él, la voluntad de Dios.

Si Jesús se ha ofrecido de una vez por todas, pues se ha ofrecido sin reservas al Padre, ya no tiene por qué repetir su sacrificio.

Y si él se ha ofrecido por todos los hombres, podemos confiar que por su sangre todos hemos sido salvados. La misa no es la repetición del sacrificio de Cristo, sino su memoria y representación. Y esta misa, en la que recordamos la vida y muerte de Cristo, es para nosotros una exigencia a cumplir como Cristo la voluntad del Padre. No olvidemos, por otra parte, que el reinado de Dios viene cuando los hombres cumplimos la voluntad de Dios. Por eso pedimos en el "padrenuestro" que se haga la voluntad de Dios y venga a nosotros su reino.

EUCARISTÍA 1985, 58


3. J/SACRIFICIO  J/SACERDOTE:

El autor de la carta a los Hebreos hace hoy una profunda reflexión, como interpretando el sentimiento de Cristo al entrar a este mundo. Y no halla mejor cita que la que le proporciona el salmo 39(40) según la versión de los LXX, y con la variante "me has preparado un cuerpo" en lugar de "me abriste el oído". Sin embargo, esta variante del texto griego escogida por el autor, es la mejor testificada; cuenta con el soporte de los mejores códices: Vaticano, Sinaítico, Alejandrino.

El autor cita la Escritura y él mismo la interpreta. Si por un lado testifica la encarnación (el cuerpo), por otro ya vislumbra la redención: el ritual del templo queda ya superado, no tiene ningún valor; no van a ser los holocaustos ni las víctimas del santuario lo que pacifique al hombre con Dios, sino el sacrificio de Cristo ofrecido una vez por todas. Este sacrificio perfecto es lo que nos santifica y nos salva. No es la ofrenda ritual sino la obediencia amorosa a la voluntad de Dios lo que le complace. El mundo va a ser salvado con esta actitud de obediencia, manifestada ya en la entrada de Cristo al mundo.

JM. VERNET
MISA DOMINICAL 1982, 24


4.  /Sal/040.

a) Solo se comprenderá bien este pasaje si se le relaciona con la teología del sacrificio del pobre ya elaborado por el Antiguo Testamento (cf. Dan 3, 38-40). El sufrimiento y el destierro han dado fin a los sacrificios cuantitativos del templo antiguo y los han sustituido por un tipo de sacrificio pobre, a medida de la miseria del templo, pero cargado de sentimientos de acción de gracias, de penitencia o de humildad. El contenido del sacrificio se convierte en un sentimiento y en un compromiso, ya que no se llega a Dios mediante sacrificios cruentos, sino a través de la obediencia y del amor.

Entre los salmos que se hacen eco de esta doctrina, el salmo 39/40 es uno de los más importantes. Canta el descubrimiento hecho por un anciano enfermo cuyos sacrificios en agradecimiento de su curación no atiende Dios, y solo espera de él una actitud de obediencia y fidelidad total a su ley: en adelante, la moral, para el salmista, será la materia misma de su culto: rito y vida se han fundido en él (cf. Rom 12, 1-2).

Al poner en labios de Cristo este salmo, el autor de la carta permite definir la naturaleza del sacrificio de la cruz: en principio no reside en la inmolación de una víctima, aunque sea escogida, sino en la comunión con el Padre testimoniada por Cristo (vv. 7 y 9). En lo sucesivo no habrá más que una religión "en espíritu y en verdad" (cf. Ef 5, 2). b) Queda, sin embargo, por precisar cuál era la voluntad de Dios sobre Cristo, y qué obediencia ha manifestado Este a cambio.

La voluntad del Padre no ha sido jamás la muerte de su Hijo. Tal actitud sería propia de un Dios sanguinario, apenas aplacado por la sangre de un ser querido. En realidad, el designio de Dios ha sido el hacer partícipe a su Hijo de la condición humana con el suficiente amor para que esta quedara transformada. Ahora bien, la existencia humana supone la muerte: el Padre no ha excluido esta de la suerte de su Hijo para que la fidelidad de Este a su condición de hombre no tuviera otro límite que su fidelidad al amor del Padre. Para que sea posible definir esta voluntad del Padre sobre su Hijo, el autor ha aportado algunas variantes al salmo (ha formado un cuerpo: v. 5) y lo pone en labios de Cristo en el momento mismo de su encarnación, la intención sacrificial de Cristo, lo cual valora perfectamente la voluntad de Dios y el origen profundo de la obediencia del Hijo y permite afirmar que toda la vida humana de Cristo tiene un alcance sacrificial que la cruz no ha hecho más que sellar. La asociación rito y vida, en Jesús, nunca ha dejado de existir y de producir frutos.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 152


5.

Nuestro fragmento se inscribe dentro de la sección de 10,1-18. En 5,9-10 el autor de Hebreos había anunciado tres temas: que Jesús es sacerdote según el orden de Melquisedec, que es sacerdote perfecto y que es causa de eterna salvación para los hombres. En los cc 7-9 ha desarrollado los dos primeros temas. Ahora se centra en el tercero.

Bajo el aspecto de la eficacia salvífica, el sacrificio de Cristo es más perfecto que los del AT, pues aquellos no llegaban a purificar del pecado, pues no cambiaban la conciencia del oferente; eran puramente simbólicos. El sacrificio de Cristo es radicalmente distinto pues no consiste en ofrecer cosas externas a la persona (la sangre de animales), sino en ofrecerse a sí mismo al servicio del proyecto salvífico de Dios.

Así su movimiento sacrificial parte de una actitud existencial: ponerse a disposición de Dios.

Este sacrificio llega a transformar la conciencia de aquellos que se hacen discípulos de Cristo, imitando su actitud existencial: poniéndose al servicio de Dios se restablece la comunión con él, se perdonan los pecados. Por eso afirma el autor de Hebreos: "quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Cristo".

En este clima de Adviento, el texto se centra en las palabras "cuando Cristo entró en el mundo", como anticipación de la Encarnación que celebraremos en Navidad. Toda la vida de Jesús es salvífica, desde la Encarnación a la Resurrección; pues toda ella, desde el primer momento, estuvo a disposición de Dios.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 1991, 17


6.

En el capítulo anterior (Heb 9, 24-28) el autor de la carta a los hebreos había analizado el ritual de la expiación con el fin de demostrar su cumplimiento y su superación en el sacrificio de Cristo. Ahora lo que hace es analizar toda la economía de los sacrificios del templo en función del sacrificio de Cristo.

a) No se comprenderá exactamente este pasaje si no se hace referencia a la teología del sacrificio del pobre elaborada ya por el Antiguo Testamento ( cf. Dan 3, 38-40). La prueba y el destierro pusieron fin a los sacrificios cuantitativos del templo antiguo y en su lugar surgió un tipo de sacrificio pobre, a la medida de la miseria del momento, pero cargado de sentimientos de acción de gracias, de penitencia o de humildad. El contenido del sacrificio se convierte en un sentimiento y en un compromiso; la víctima se ofrece a sí misma sin necesidad de que haya por medio un animal y Dios va apareciendo cada vez más como un Dios que no pide sacrificios sangrientos, sino obediencia y amor.

Entre los salmos que se hacen eco de esta doctrina, el salmo 39/40 es uno de los más importantes. Canta el descubrimiento hecho por un enfermo: Dios no espera de él sacrificios para darle las gracias por su curación, sino una actitud de obediencia y una fidelidad total a su ley: para este salmista, en adelante la moral será la materia misma de su culto: en él se han fundido rito y vida (cf. Rom 12, 1-2).

Por el hecho de poner este salmo en labios de Cristo, el autor de la carta permite definir la naturaleza del sacrificio de la cruz; no reside en primer término en la inmolación de una víctima, por muy selecta que sea, sino en la actitud de obediencia a la voluntad del Padre manifestada por Cristo (vv. 7 y 9). En adelante ya no hay más que una religión "en espíritu y en verdad" (cf. Ef 5, 2).

REDENCION/VD: J/muerte/vd:b) Hay que precisar, sin embargo, cuál era la voluntad de Dios respecto a Cristo y cual la obediencia con que Este respondió. La voluntad del Padre no fue nunca la muerte de su Hijo. Una actitud así sería propia de un Dios sanguinario, que no se da por satisfecho sino merced a la sangre de un ser querido. Tampoco se trata de la obediencia a la ley, puesto que esa ley es caduca (vv. 1-4). En realidad, la voluntad de Dios fue que su Hijo participara de la condición humana con el suficiente grado de amor como para que esa condición se viera transfigurada. Ahora bien: la existencia humana supone la muerte, y el Padre no la excluyó de la condición de su Hijo con el fin de que la fidelidad de Este último a esa su condición de hombre no tuviera otra limitación que su fidelidad al amor del Padre.

Para definir con mayor exactitud esa voluntad del Padre respecto a su Hijo, el autor ha introducido algunas variantes al salmo (formar un cuerpo: v.5) que ha puesto en labios de Cristo en el momento mismo de su encarnación (v.5: al entrar en el mundo). Por eso introduce en las relaciones trinitarias y preexistentes a la encarnación la intención sacrificial de Cristo, con lo que queda bien subrayada la voluntad de Dios y el manantial profundo de la obediencia del Hijo y permite afirmar que toda la vida humana de Cristo tiene un alcance sacrificial que la cruz no ha hecho sino confirmar. En Jesús nunca ha dejado de existir y de producir sus frutos la asociación rito y vida.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 105


7.

La carta a los hebreos expresa maravillosamente con ayuda del salmo 40 lo que constituye el centro de su pensamiento cristológico. El sacrificio de Jesús consiste en su donación total, en su entrega personal al Padre.

En otros lugares la carta dice que JC "se ofreció él mismo a Dios" o le ofreció un sacrificio "en su propia sangre". "Realizar el designio de Dios" y "ofrecerse a sí mismo" son la misma cosa; no en el sentido de que Dios quisiera la muerte de Jesús en la cruz sino en el sentido más radical de la entrega que Jesús hace de sí mismo al Padre con todas sus consecuencias, hasta la entrega cruenta de la propia vida.

El autor introduce las palabras del salmo 40 con una expresión iluminadora que lleve hasta el final de su concepción: JC, "al entrar en el mundo, dice: Tu no quieres sacrificios y ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el Libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad".

-¿Qué quiere decir esto? Que el sacrificio de Jesús no fue un rito externo, sino su plena entrega interior a Dios. Esta entrega a Dios, no se limitó al momento de su muerte, sino que fue la razón de ser de toda su vida.

El sacrificio de Jesús fue toda su vida porque toda su vida estuvo animada por una absoluta entrega a Dios y después, asumida, consumada, llevada a la perfección en la cruz.

Cuando el Espíritu Santo actualiza en María su capacidad femenina de ser madre, hace que se suscite en ella una humanidad a la que el Padre dice con toda verdad: "tú eres mi Hijo amado".

Podemos colocar desde este instante, en el germen de hombre suscitado en María, una respuesta: "tú eres mi Padre" "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad". En Jesús, Dios ha hecho presente en el mundo un corazón de hombre perfectamente filial, un adorador absoluto.

Sólo por él podemos llegar al Padre. Por eso, Dios ha constituido en Jesús una realidad única de relación filial perfecta con él y nos llama a la comunión con su Hijo "para que éste sea el primogénito de una multitud de hermanos (Rom 8, 29).

Nuestra vida filial será nuestra obediencia, nuestra búsqueda de la conformidad amante y fiel de la voluntad de Dios.

Porque "el que cumple la voluntad de Dios es mi hermano y mi hermana y mi madre".


8.

«Cuando Cristo entró en el mundo», todo cambia, todo es nuevo; por eso empieza el Nuevo Testamento así:

Los sacrificios y ofrendas ya no serán de animales, sino de voluntades; a la sangre de los toros y corderos sucederá la sangre del «Cordero»; al fuego de los holocaustos, el fuego del Espíritu; al olor de las grasas, el perfume del amor.

Dios no quiere nuestro sacrificio, sino nuestra obediencia; no nuestra muerte, sino nuestra liberación; no nuestra sangre, sino nuestro amor hasta la sangre. Ya los antiguos profetas anunciaron estas cosas. Ahora, con Cristo, todo se consuma.

El sacrificio debe comprometer a la persona desde dentro. Los animales, pobrecillos, no me pueden sustituir. Pero sí la Voluntad de Cristo que, en nombre de todos, se une definitivamente al Padre.

Desde ahora los sacrificios no se hacen en los templos, sino en la vida. Desde ahora cada cuerpo es un templo y lugar de sacrificio. Desde ahora cada uno puede ser su víctima y su propio sacerdote.

CARITAS
FUEGO EN LA TIERRA
ADVIENTO Y NAVIDAD 1988.Pág. 68


9. /Hb/10/01-10

La carta a los Hebreos explicita con ayuda de Sal 40 lo que constituye el centro de su pensamiento cristológico. El sacrificio de Jesús, núcleo de su misterio, consiste en su donación total, personal al Padre. En otros pasajes, Heb dice que Jesucristo «se ofreció él mismo a Dios» o le ofreció un sacrificio «en su propia sangre». «Realizar el designio de Dios» y «ofrecerse a sí mismo» son la misma cosa; no en el sentido de que Dios quisiera la muerte de Jesús en la cruz, sino en el sentido más radical de la autodonación de Jesús a Dios con todas sus consecuencias, hasta la donación cruenta de la propia vida.

El autor introduce las palabras de Sal 40 con una expresión iluminadora, que lleva hasta el final de su concepción: Jesucristo, «al entrar en el mundo, dice» (10,5a). El sacrificio de Jesús no fue un rito externo, sino su plena entrega interior a Dios; pues bien: esta entrega no se limitó al momento de su muerte, sino que fue la razón de ser de toda su vida. El sacrificio de Jesús fue toda su vida «en la carne» (5,7), animada toda ella por una absoluta entrega a Dios y, después, asumida, consumada, llevada a la perfección en la cruz. Es preciso releer toda la carta entendiendo el «sacrificio de Jesús», núcleo explicativo de todo su ser, no como un momento puntual de su vida, sino como el sentido de toda ella, consumada en la cruz. La mentalidad cultual es asumida, pero también transformada y llevada a su cumplimiento. Jesucristo es el "una vez para siempre" de la historia de los hombres.

La utilización del Sal 40, puesto en boca de Jesús para expresar el núcleo de su misterio, puede ser muy aleccionadora para nosotros. Heb no juzga en bloque lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento. Encuentra en él muchas «palabras» que anuncian algo nuevo y distinto: un nuevo sacerdote según el orden de Melquisedec (7,11.17), una alianza nueva, interior (8,7-13) y, en la raíz, un sacrificio distinto, el único válido (10,4-10). Es más: estos mismos oráculos desautorizan el sacerdocio levítico, la alianza caduca, los sacrificios de animales. Del complejo conjunto del mundo antiguo, Heb recoge aquellos oráculos proféticos que ve realizados en Cristo y rechaza el culto, incapaz de perdonar el pecado. Sin duda, la luz que le ha permitido entender el mensaje de tales oráculos y el fracaso del culto es su fe en Jesucristo muerto y consumado en Dios. La comprensión del misterio de Jesucristo le ha dado la libertad de condenar lo que era condenable de la antigüedad y, al mismo tiempo, la suprema libertad de aprobar y asumir lo que era bueno.

G. MORA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 563 s.


10.

Uno de los momentos culminantes de la carta a los Hebreos, que, leído en este último domingo de Adviento, muestra cómo la encarnación del Hijo de Dios incluye su vida entera, la realización del plan del amor de Dios que se manifestará en el amor entregado de Jesús en toda su vida hasta la muerte en cruz. Y a través de esta vida entera a nosotros se nos han abierto las puertas de la vida de Dios.

A partir de un fragmento del salmo 40 (39), el autor muestra que el camino hacia Dios no pasa por la Ley de Israel y sus prescripciones sino por una actuación en la vida (en el "cuerpo") que realice la "voluntad" de Dios, su proyecto de hombre. Jesús es el que es capaz de decir plenamente lo que Dios espera diga el hombre: "Aquí estoy para hacer tu voluntad".

Jesucristo ha realizado "la oblación de su cuerpo", es decir, ha puesto toda su vida en función del proyecto que Dios tenía: ha realizado la vida de Dios (el amor total) en una vida humana.

Este es el sentido de su encarnación. Y así todos los hombres, si se unen a él (= si creen y ponen toda la confianza en él, y si intentan vivir como él), son "santificados", se les abren las puertas de la vida divina.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 16