31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO
CICLO B
24-31

24.Autor: Neptalí Díaz Villán, CSsR - Fuente: www.scalando.com

DAVID EL REY, MARÍA LA LLENA DE GRACIA

El “santo” rey David fue un hombre sagaz, que se la jugó toda por conseguir el poder. Perteneció primero a un grupo de mercenarios que prestaban sus servicios al mejor postor, hasta que logró meterse en el ejército de Saúl, primer rey de Israel. Fue un guerrero fiel y utilizó muy bien su cualidad de persuasión para hacerse amigo del rey y casarse con su hija Mikol (1Sam 18,19s).

Por las rivalidades con Saúl empezó a ser perseguido y tuvo que huir al desierto donde cuidó el ganado de los adinerados de su tiempo. Como llegó Saúl a su escondrijo, tuvo que huir y refugiarse donde los filisteos (1Sam. 22). Se hizo amigo de los filisteos y aprendió de ellos la estrategia militar. Los Filisteos, sin David, atacaron a Saúl, lo vencieron y Saúl, dominado por la frustración se suicidó. Le tocaba el turno a David, quien atacó a los amanesitas, los venció, repartió el botín entre los Filisteos y la tribu de Judá (en Israel) para ganar terreno con ellos y mostrarse bondadoso, mientras que a los filisteos les dijo que había atacado a Judá, para ganar más su confianza.

Una vez hecho su camino con los filisteos los traicionó, se enfrentó a ellos, asaltó las ciudades vecinas y se fue al desierto donde se entregó al rey Akis (1Sam 27). Se fue a Ebrón, se hizo consagrar Rey (2Sam 2) y mandó eliminar a Isbal y a Acner, para que las tribus del norte quedaran solas y así despejar el camino hacia la toma del poder en todo Israel; lo consiguió con la conquista de Jerusalén.

No tenía la fe en Yahvé Dios de Israel, pero la adoptó como una estrategia política e impuso a Jerusalén como centro de culto para tener el control de lo religioso y manejarlo a su conveniencia, con la ayuda de Melquisedec quien tampoco era Yavista. Después nombró a Sadoc como Sumo Sacerdote y mandó traer el Arca de la Alianza que antes del centralismo impuesto por David, iba de tribu en tribu y de tienda en tienda. Con el Arca de la Alianza en Jerusalén esta ciudad se convirtió en marco de referencia político-religiosa.

Quiso construir el templo pero no lo logró debido a la fuerte resistencia por parte de los defensores de la fe abierta, sencilla y participativa. Eliminó a todos sus opositores y consolidó más su poder dominando aún a otros pueblos vecinos a los que cobró impuestos. A sangre y fuego logró un poder absoluto y un buen nivel de vida para su pueblo, al que después, con la propaganda política real, no le importó el proyecto de Yahvé sino su propio bienestar a expensas de la explotación a los pueblos vecinos.

Con la ayuda de los historiadores reales que lavaron su imagen, quedó como un rey bueno: el conocido “santo” Rey David. El pueblo siempre recordaba el reinado próspero y el bienestar que representó; por eso sus esperanzas estaban puestas en un Nuevo David. La primera lectura (2Sam 7) plasma los deseos del pueblo porque vuelva al trono un rey davídico: No porque esa “joyita” realmente represente un paradigma de persona entregada a la construcción del proyecto de Yahvé, sino por el esplendor que mostró su reinado.

Contrasta con David la figura de María, la llena de gracia. Aquí sí es cierto que Dios no ve las apariencias sino que mira la calidad de la persona. No se fijó en una mujer de las altas esferas de la sociedad romana, pulcramente vestida y con todas las comodidades: de la cama a la mesa, al gimnasio, a las piscinas, a los baños, los masajes, las comidas, la etiqueta, los manjares, el circo y los versos que elaboraban para matar el tiempo; alimentada con lo que robaban a las colonias, residente en sus lujosas mansiones y con muchos esclavos a su servicio; con muchas riquezas, pero tan pobre humanamente que lo único que tenía era dinero para el hedonismo individualista, y poder para extraer la riqueza aplastando la dignidad humana.

Este texto contrasta igualmente con el anuncio del ángel a Zacarías, sacerdote de Jerusalén. (Lc 1,5-23). Anciano al igual que su esposa Isabel, quien, según la mentalidad de época, no le había dado hijos por su esterilidad. Cuando el mensajero de Dios le anunció a Zacarías que a pesar de su ancianidad tendría un hijo, este no creyó…

En un pueblo patriarcal y androcéntrico (centrado en el varón), María era una mujer. En un pueblo que valoraba más la ancianidad, María era joven. En un pueblo, que como toda la humanidad, valoraba por encima de todo el dinero y la posición social, María era una mujer pobre, de la periferia. Pero Dios se “escapó” del templo donde intentó secuestrarlo el rey David y donde querían mantenerlo los simoniacos jerarcas de Jerusalén y se fue a un pueblo "insignificante” al norte de Palestina, en la llamada región Galilea de los gentiles, al encuentro de María tres veces marginada: por mujer, por pobre y por joven, pero con un alma grande, bendita entre las mujeres y entre toda la humanidad. Esta mujer, María (que significa la bien amada de Dios), la llena de gracia, “cautivó” a Dios con su sencillez y calidad humana.

Y Él, que no impone nada a nadie, en su infinita misericordia y respeto por la libertad humana, la invitó a formar parte de su plan realizador para el ser humano, sin el cual no podría lograrlo, pues como dijo S. Agustín: “Dios que te creó sin ti, no podrá salvarte sin tu ayuda”. Dios creyó en ella y le reveló el plan en el cual su trabajo sería definitivo; ella, después de pensarlo muy bien y aclarar las cosas, creyó en Dios y aceptó declarándose su sierva, como así lo hizo hasta el final.

Dios quiso tomar forma humana en la humanidad de esta mujer, y en su vientre puro se fue gestando el Emmanuel (Dios con nosotros), el creador de la nueva humanidad, el Nuevo Adán, el hombre de quien nos vino la salvación pues en él se manifestó de manera plena la misericordia de Dios.

“Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos” (Sal 88). Gracias Señor por el hermoso testimonio de María y por su entrega generosa a tu plan de salvación. Con y ella y como ella, queremos decirte Sí hasta el final.
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Monición de entrada:

Buenas noches (días, tardes) hermanos en Cristo. Entramos ya al último domingo de Adviento. La esperanza, por tanto, se realiza en el “SI” de la Virgen en la Anunciación. Celebremos con alegría el misterio de Dios que se nos revelará en la Liturgia de la Palabra y en la acción eucarística de hoy. De pie, por favor, para comenzar la celebración de estos misterios, con el canto de entrada.

Primera lectura: 2 Sam 7, 1-5. 8b-11.16 (El reino de David durará por siempre)

Esta lectura tomada del segundo libro de Samuel, el Rey David expresa su deseo de construir una casa para Dios. Dios, sin embargo, rechaza la oferta. Promete a David una descendencia real y duradera, de la cual vendrá el Salvador. Los descendientes de David serán la casa en que Dios viva y El mismo la edificará. Escuchemos.

Segunda lectura: Rom 16-27 (Revelación del misterio de salvación)

La segunda lectura que escucharemos a continuación nos presenta la Revelación del misterio de Jesucristo, manifestado en las Escrituras. Este misterio es el plan divino de salvación universal, manifestado ahora en la Encarnación del Hijo de Dios. Jesús es la sabiduría de Dios revelada y en Él damos gloria a Dios.

Tercera lectura: Mc 13, 33-37 (Anuncio del ángel a María)

Nuestra preparación y espera gozosa de Adviento no está completa sin María, la Madre de Dios. El Evangelio de san Lucas nos presenta a la Virgen en la Anunciación. Con sencillez y humildad María dijo: “SI” a Dios. Desde este momento el Verbo se encarna en nuestra humanidad; Jesucristo es el Hijo de David, pero también nuestro Hermano. Nos ponemos de pie, para escuchar esta Buena Nueva, pero antes entonemos el Aleluya.


Oraciones de los fieles:

1. Por el Papa, los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas y todos los ministros de la Iglesia, para que siempre nos celebren los misterios de Dios contenidos en las Sagradas Escrituras. Roguemos al Señor.

2. Por nuestras, familias para que den importancia al diálogo, a la concordia y al apoyo mutuo entre sus miembros. Roguemos al Señor.

3. Por los grupos sociales y políticos, para que, lejos de buscar sus propios intereses tengan el sentido y el coraje del bien común. Roguemos al Señor.

4. Por (aquí se pone el nombre de tu país), especialmente nuestro pueblo de (donde está ubicada tu parroquia), para que estos días sean de paz, de tranquilidad y preparación espiritual. Roguemos al Señor.

5. Por todos nosotros reunidos aquí alrededor del altar, para que a ejemplo de María contestemos sí a las llamadas diarias que Dios nos hace y sepamos hacer realidad en nuestras vidas los contenidos de nuestra fe. Roguemos al Señor.


Exhortación Final

Jesús
La pena que la tierra soportaba
a causa del pecado, se ha trocado
en el canto que brota jubiloso,
en labios de María pronunciado.

El sí de las promesas ha llegado,
La alianza se cumple, poderosa;
el Verbo eterno baja de los cielos,
con nuestra débil se desposa.

Oh misterio que sólo la fe alcanza.
María es nuestro templo de gloria,
rocío matinal, nube que pasa,
luz nueva en su presencia misteriosa.

A Dios sea la gloria eternamente,
y al Hijo suyo amado Jesucristo,
el que quiso nacer para nosotros
para darnos su Espíritu divino.

Amén.

(Liturgia de las Horas. Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 227)


25. Comentario: Fray Josep Mª Massana i Mola (Barcelona, España)

«Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús»

Hoy, el Evangelio tiene el tono de un cuento popular. Las rondallas empiezan así: «Había una vez...», se presentan los personajes, la época, el lugar y el tema. Ésta llegará al punto álgido con el nudo de la narración; finalmente, hay el desenlace.

San Lucas, de modo semejante, nos cuenta, con tono popular y asequible, la historia más grande. Presenta, no una narración creada por la imaginación, sino una realidad tejida por el mismo Dios con colaboración humana. El punto álgido es: «Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,31).

Este mensaje nos dice que la Navidad está ya cercana. María nos abrirá la puerta con su colaboración en la obra de Dios. La humilde doncella de Nazaret escucha sorprendida el anuncio del Ángel. Precisamente rogaba que Dios enviara pronto al Ungido, para salvar el mundo. Poco se imaginaba, en su modesto entendimiento, que Dios la escogía justamente a Ella para realizar sus planes.

María vive unos momentos tensos, dramáticos, en su corazón: era y quería permanecer virgen; Dios ahora le propone una maternidad. María no lo entiende: «¿Cómo se hará eso?» (Lc 1,34), pregunta. El Ángel le dice que virginidad y maternidad no se contradicen, sino que, por la fuerza del Espíritu Santo, se integran perfectamente. No es que Ella ahora lo entienda mejor. Pero ya le es suficiente, pues el prodigio será obra de Dios: «A Dios nada le es imposible» (Lc 1,38). Por eso responde: «Que se cumplan en mi tus palabras» (Lc 1,38). ¡Que se cumplan! ¡Que se haga! Fiat! Sí. Total aceptación de la Voluntad de Dios, medio a tientas, pero sin condiciones.

En aquel mismo instante, «la Palabra se hizo Carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Aquel cuento popular deviene a un mismo tiempo la realidad más divina y más humana. Pablo VI escribió el año 1974: «En María vemos la respuesta que Dios da al misterio del hombre; y la pregunta que el hombre hace sobre Dios y la propia vida».


26.

El tiempo de adviento es un tiempo donde recordamos a María.

Pocas veces la palabra de Dios describe con tanta hondura el encuentro de una persona con Dios. Lo hace con realismo, al detalle.

Veamos el mensaje del ángel, un mensaje que conmovió los cimientos de la humanidad entera y confrontemos nuestra realidad con la de la Virgen:

Los católicos recordamos a María porque ella no es sólo bendita, sino una fuente de bendición.

El Espíritu Santo hace su obra interior en ella.

El primer milagro de Dios es el propio nacimiento de Jesús.

* * *

  1. ¿Qué papel representa María en mi fe?

  2. ¿Cuándo somos de verdad disponibles a Dios?

  3. ¿Qué aspectos de la Virgen son los más alentadores para nosotros hoy?

  4. ¿Qué es la humildad?

  5. ¿Qué es ser "esclavo de Dios"?

Mario Santana Bueno.


27. La Anunciación - Lucas 1,26-38

Oración inicial

Shadai, Dios de la montaña,
que haces de nuestra frágil vida
la roca de tu morada,
conduce nuestra mente
a golpear la roca del desierto,
para que brote el agua para nuestra sed.
La pobreza de nuestro sentir
nos cubra como un manto en la oscuridad de la noche
y abra el corazón, para acoger el eco del Silencio
y así el alba,
envolviéndonos en la nueva luz matutina,
nos lleve
con las cenizas consumadas por el fuego de los pastores del Absoluto,
que han vigilado por nosotros junto al Divino Maestro,
al sabor de la santa memoria. 

1. LECTIO

a) Texto: Lucas 1,26-38

Lucas 1,26-3826 Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. 28 Y, entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» 29 Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo. 30 El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; 31 vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. 32 Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» 34 María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» 35 El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios. 36 Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril, 37 porque no hay nada imposible para Dios.» 38 Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue.

b) Momento de silencio:

Dejamos que la voz del Verbo resuene en nosotros. 

2. MEDITATIO 

a) algunas preguntas: 

- En el sexto mes: ¿Ven mis ojos a los ángeles con los que Dios quiere visitarme?
- No temas: ¿Nacen nuestros temores del miedo o de la angustia o más bien de la percepción de un misterio que nos sobrepasa y envuelve personalmente?
- Nada es imposible para Dios: Crear es obra de Dios; acoger, deber del hombre. ¿Hago posible en mi vida la concepción de una vida que viene del Espíritu de Dios?

b) Clave de lectura:

v. 26-27. Al sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
En el sexto mes. Un tiempo definido para el que ha leído la página precedente, el encuentro del ángel Gabriel con Zacarías en el templo. Pero, para María, que no lo sabe, este sexto mes es su “hoy”. Como para ella, también para nosotros es un hoy que es único. El lugar de la invitación a entrar en un proyecto pensado para nosotros. Pero este “hoy” no está aislado, está ligado a los tiempos de otros, cada uno único e irrepetible, un hoy para engarzarlo junto a otros hoy hasta que no se cumpla la Palabra de Dios. Es muy lineal el recorrido de la gracia. Hay un sujeto y es Dios. Un término de referencia: una virgen. Un mensajero: el ángel Gabriel. Un tiempo: el sexto mes. Un lugar: una ciudad de Galilea. Todo tiene un nombre: la ciudad se llama Nazareth. La virgen: María. El hombre con quien está desposada: José Todo tiene una colocación histórica bien precisa. El sexto mes es el de la preñez de Isabel. La virgen es esposa prometida. José es de la casa de David. Dios no se introduce nunca al acaso, entra con los parámetros ya existentes, que son aquellos parámetros humanos, trazados por personas que tienen un nombre.

v. 28. Y, entrando, le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.”
La palabra evangélica: entrar junto a ella, puede esconder dos significados. Uno: entrando en su casa. Otro: entrando en ella. Entonces María ¿ha visto al ángel o a lo mejor no? Lo ha visto y lo ha escuchado. Y esto es verdadero porque luego todo se realizará. ¿Con cuales ojos lo ha visto? ¿Con los del cuerpo o con los de su espíritu?. El misterio del encuentro entre el hombre y Dios no se puede explicar. Sucede y basta. Es un encuentro que deja la señal, y aquí está la grandeza del acontecimiento. La llena de gracia no tiene otros ojos que lo del espíritu, por lo que para ella existe una sola mirada, la del espíritu, la mirada transparente del corazón puro que puede ver a Dios sin morir.

v. 29. Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo.
Es lícita la turbación de María. La percepción de su ser, si bien entretejido de gracia, no le consiente discriminar juicios entre sí y los otros, por tanto ella no sabe que está llena de gracia, para ella es natural ser como es, adherirse al bien siempre y en cualquier lugar, a aquella atracción que la transporta a lo alto.

v. 30. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios.
El temor de María es el retroceder de los pequeños que se sorprenden de ser objetos de atención por parte de alguien muy importante. Y si este alguien es Dios ¿como puede ser de grande el temor? Tanto de darse cuenta de toda la propia pequeñez y que todo lo que se posee es por un don gratuito de amor.

v. 31. Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús.
El proyecto divino queda al descubierto. Concebir, dar a luz, llamarlo. El Salvador ya está ahí, en las palabras del ángel. ¡Qué maravilla! Siglos y siglos de espera se encuentran en pocas sílabas: Jesús.

v. 32-33. Él será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”.
Cuando el Señor se acerca al hombre para llamarlo a formar parte de sus pensamientos de redención, se dice íntegramente. Lo que queda en oscuridad es la modalidad de la cooperación humana. Porque al hombre le queda la libertad de concretizar lo que es el cumplimiento de su pensamiento. Se parte de aquí: un hijo “imprevisto”. Se llega hasta aquí: el Hijo del Altísimo, que se sentará sobre el trono de David y reinará por siempre. Estos son los medios: tu persona. Ahora te toca a ti convertirte en protagonista.

v. 34. María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?
Y María pregunta al ángel el cómo se realizará la voluntad de Dios. No duda de Dios, sabe que la Palabra pronunciada por Dios es siempre posible. El cómo le interesa a ella, lo que ella será llamada a ser. Está cierta que su deseo y propósito de no “conocer varón” quedará tal, porque Dios no anula los planes de sus hijos, trazados por los deseos más auténticos. Sabe que este su plan estará al servicio de aquel proyecto apenas escuchado. Pero no consigue entender cómo sucederá. Y entonces pregunta, simplemente pregunta, para entender exactamente lo que se le está pidiendo.

v. 35. El ángel respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios”.
El ángel le explica. María deberá sencillamente acoger: porque será el Espíritu el que descienda sobre ella, el Altísimo será el que le cubra con su sombra, y el Santo nacerá.

v. 36-37. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía estéril: porque no hay nada imposible para Dios”.
La experiencia de Isabel, referida por el ángel a María, no es otra cosa que una ocasión de empalme con la historia. María debía saber de Isabel, porque ambas estaban preparando el camino para el cumplimiento de las promesas de Israel. Juan la voz, Jesús el Esposo. El plan es el mismo.

v. 38. Entonces María dijo: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel, dejándola, se fue.
La respuesta de María es esencial: He aquí la sierva.... La atención a la Palabra pronunciada sobre ella es de tal dimensión que puede sentirse únicamente “sierva”: instrumento útil para la realización concreta del querer del Padre. Suceda en mí:...un sí que no tiene nada de pasivo, un sí consciente de la grandeza del compromiso, un sí hecho seno tal de poder convertirse fecundo del rostro de Dios en rasgos humanos.

c) Reflexión:

¡He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra! He aquí... ¿Qué palabra puede ser más esencial y llena de vida?. No hay palabras que obligue más al hombre que este estar ahí, vigilante, para contener el respiro para no dejar ir nada de cuanto el Misterio está participando de Sí. Suceda... la elección de Dios es digna de acogida, pero requiere el silencio profundo de todo el propio ser: suceda en mí.. María sabe que no es la protagonista, sino sierva de la voluntad divina; pertenece a aquella escuadra de siervos que Jesús llamará amigos: un siervo no sabe lo que hace su señor. Pero quien es amigo sí. Todo lo que he oído del Padre os lo hecho conocer. La sombra del Espíritu que extiende la tienda de la presencia sobre una criatura tan bella por su disponibilidad , oirá los secretos arcanos del Eterno. Y el tiempo que seguirá andando para trazar siempre nuevos recorridos de gracia se llenará hasta derramarse cuando el Hijo de Dios vea la luz de un espacio infinitamente pequeño para su poder, el espacio del límite y de la contingencia. María la primera cuna de la Palabra inefable, primer abrazo de la luz que llega, no posee otro tesoro que su humildad: cavidad que recoge la plenitud, pequeñez que reclama lo infinito, límite amado que requiere un abrazo de infinito.

3. ORATIO

1 Samuel 2,1-10:

«Mi corazón exulta en Yahvé,
mi fuerza se apoya en Dios,
mi boca se burla de mis enemigos,
porque he gozado de tu socorro.
No hay Santo como Yahvé,
ni roca como nuestro Dios.
El arco de los fuertes se ha quebrado,
los que tambalean se ciñen de fuerza.
Los hartos se contratan por pan,
los hambrientos dejan su trabajo.
Yahvé juzga los confines de la tierra,
da pujanza a su Rey,
exalta el poder de su Ungido.»

4. CONTEMPLATIO

Señor, que la brisa suave del silencio, como viento de gracia, se lleve fuera todas las voces y los rumores que poco a poco me alejan del corazón de mi existir. La huella luminosa de tu paso llene de perfume el aire en que vivo habitualmente para que no busque a otro que a ti. Y cuando las sílabas rumiadas de la Escritura, junto con los acontecimientos traídos como memoria de encuentro, se conviertan en fibras de mi carne, el mundo te verá todavía, verá tu rostro en las facciones de la carne que yo te daré. Los confines de mi ser contarán los prodigios de tu poder, si no intento inútilmente alejarlos, sino que los amaré como definición de mi unicidad humana. Entonces llegaré a pensar tus palabras, a hablar tus palabras, porque no huyendo de mi mismo, te habré encontrado donde estás: en la profundidad de mi límite humano, en mi interioridad y soledad existencial, allí donde el amor donado genera amor y crea puentes de comunión.


28.

LA "QUEJARITOMENE", MUJER LLENA DE GRACIA, ES LA MADRE DEL HIJO DE DIOS Y DEL HIJO DE DAVID.

1. La solemne doxología, o Himno de Alabanza, con que San Pablo termina su carta a los Romanos, la más elaborada y extensa, es un canto a la omnipotencia y a la sabiduría de Dios, que resume el plan divino de salvación: "Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos"... Romanos 16, 25. “Misterio” que estaba oculto en el silencio de la eternidad; aunque había sido anunciado por los profetas; realizado por Jesucristo, y proclamado por los apóstoles a todas las naciones. Dios había anunciado el misterio oscuramente, a los primeros padres: "Una mujer aplastará la cabeza de la serpiente. Pondré enemistades entre tu descendencia y la suya" (Gn 3, 15). Este fue el primer anuncio del Mesías. Después se le anunciará a Abraham: "Sara te dará un hijo, Isaac. Yo estableceré con él mi alianza perpetua para ser su Dios y el de su descendencia" (Gn 17, 16). "¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer, cuando ha de convertirse en un pueblo grande y fuerte por el que serán bendecidas todas las naciones de la tierra?" (Gn 18,17). Todo misterioso... También a David se le anunció, cuando Israel había dejado de ser un pueblo seminómada, y el rey vivía en su palacio, mientras el arca estaba depositada en una tienda de campaña. David piensa construir un templo para el Señor. Le confía al profeta Natán su plan. Natán lo aprueba. Aquella noche tiene el profeta una revelación celeste. Dile a David que no. Pero, por su generosidad, le promete que su pueblo se afincará definitivamente en Palestina, donde echará raices y vivirá en paz y prosperidad. Y afirmará la continuidad y perpetuidad de su reino 2 Samuel 7,14. Es todavía el anuncio. Natán le comunica que no será él quien le edificará una casa-templo, sino que será el Señor quien edificará a David una casa-dinastía: “Te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durará para siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”. La antigua promesa hecha a Abraham: “Por tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra” (Gn 22,18), la realizará un hijo de David que perpetuará su reino y lo transformará en un reino espiritual y universal.

2. Es como si un rey, conocedor de las vicisitudes de la historia, testigo de tantas dinastías extinguidas, dudase de la permanencia de la suya: "No quiero ser Isabel la última", dice a su hijo Carlos la Reina de Inglaterra. ¡Cuántos imperios fastuosos y poderosos, se han derrumbado: el babilónico, el seléucida, el persa, el Sacro Imperio Romano Germánico, el bizantino, el Romano, el austrohúngaro, el alemán, el del III Reich!. Tu dinastía, David, no se acabará nunca. Reinará eternamente. Tu trono durará por siempre.

3. A esa dinastía prometida a David se refiere el Salmo 88: "Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono por todas las edades". "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre": "Yo seré para él padre, y él será para mí Hijo". Los dos hemistiquios anteriores, expresan en lenguaje poético, lo que se lee en 2 Sam 7,14 y en el que consta que a pesar de las infidelidades de David, el Señor mantiene la alianza y las promesas. Le humilla, pero le levanta, porque su misericordia es eterna y su bondad y fidelidad tiene en cuenta que somos de barro. Barro cocido y amasado por sus manos de padre, sabio y amoroso

4. El pasaje de Lucas es como la obertura de una gran sinfonía, armonía solemne y serena, que inicia los temas que van a ser desarrollados. Algo parecido al «prólogo» del evangelio de Juan. Primero, la anunciación a María, preludio del nacimiento del Mesías, momento central de la historia: después, la entrada de Dios en el mundo de los hombres, espectacular en su silencio; soberanamente respetuoso con la libertad de su criatura; y por fin, la llegada del amor compasivo que rompe las distancias. Los filósofos hablan de trascendencia, grandeza que separa; el evangelio, de «encarnación», que es cercanía e identificación con la naturaleza humana, sin perder su grandeza. “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo. No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob, y su reino no tendrá fin”. La primera palabra del ángel, es ¡Jaire! ¡ Alégrate! Como un vuelo de campanas, anunciando la inauguración de la era mesiánica.

5. Los profetas anuncian los tiempos mesiánicos, invitando al júbílo y a la alegría desbordante: "¡Alégrate, hija de Sión: alégrate y exulta de todo corazón, Jerusalén! No temas. El Señor, el rey de Israel, está en medio de ti” (Sof 3,14). “Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén: mira a tu rey que viene a ti. Es justo y salvador” (Zac 9,9).

6. Cuando María, en el asombroso y bellísimo diálogo, núcleo del evangelio por su riqueza teológica, ha expuesto al ángel con suma delicadeza, su pasmo y extrañeza, escucha el mensaje: "Darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. El Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin" Lucas 1,26.

7. Este es el "misterio mantenido en secreto durante siglos" de que habla san Pablo, en el que aparece el maremoto de la acción de Dios, actuando desde la profundidad de su Sabiduría. Abraham y David lo veían en una nube llena de oscuridad. También los Profetas. Los anuncios del misterio mesiánico eran eso, misterio. Pero no podían imaginar, que el mismo Dios llegara a la "locura" de hacerse hombre. Pero Dios no es un espectador insensible, que contempla inactivo el devenir de la historia, sino el Dios-Amor, cuyo dinamismo está atento a la decisión de la virgen elegida para Madre de su Hijo Redentor, en quien se van a cumplir las esperanzas de Israel. Esperando la respuesta de la humanidad, se abre el diálogo entre el ángel Gabriel, y María, llena de gracia: "Jaire", María, has encontrado gracia ante Dios", en el que se decide la entrega entre personas. -Si tú quieres, yo quiero. Si me haces un sitio en tu seno, me quedo. Habla el ángel, en nombre de Dios. María acepta la Palabra, el Espíritu la cubre con su sombra, y el Verbo se hace carne en sus entrañas, "porque para Dios no hay imposibles". El Espíritu que al comienzo de la creación, flotaba sobre las aguas fecundándolas (Gn 1,2), desciende sobre las aguas vírgenes de una doncella para iniciar la nueva creación, haciéndola fecunda. El que desde la creación ha ido conduciendo a los hombres hacia Cristo, ha tomado posesión de María para convertirla en su madre y ofrecernos su misericordia y su salvación. Dios ha actuado creadoramente por el Espíritu Santo; y se ha hecho presente en el Hijo que va a nacer de María, en quien se concentra toda la espera de Israel, que en ella es bendecido. María, es la figura del Adviento, en quien Dios se hace cercano, vecino nuestro: "Emmanuel". La historia del hombre ha sido alterada cualitativamente. La infinita soledad cósmica se ha roto y el muro de la muerte ha sido derribado. El saludo a María no es una fórmula de cortesía, como un “Dios te guarde”, sino un "Jaire" griego, que invita a la alegría mesiánica. Con él, el ángel nos introduce en el misterio de la encarnación: el hijo de María será hijo de David e Hijo del Altísimo. El Dios trascendente se hará inmanente. El totalmente Otro, se hará cercano: un niño en brazos de una doncella colmada de gracia. Esta es la gran noticia que celebraremos con alegría en Navidad.

8. María, familiarizada con la Sagrada Escritura, entrevió en seguida que se la llamaba a colaborar en la venida al mundo del Mesías Salvador. Comprendemos, pues, su turbación y que pida aclaración sobre el cómo, dado que, si bien está desposada con José, de la estirpe de David, no conviven bajo el mismo techo, ya que no se ha celebrado todavía la boda (Mt 1,18). Por eso pide comprender mejor, para obedecer mejor. El ángel le hace saber que concebirá por obra del Espíritu Santo. Pero María no ha de ser un instrumento pasivo en la realización del plan de Dios, sino consciente y libre. La virgen de Nazaret, de unos dieciséis años, es inteligente y reflexiva. Se le ha hecho una proposición, y va a responder. Consciente de la trascendencia del momento, toma su decisión personal y libre: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Lo decimos de rutina, y nos quedamos tan anchos. Tan seguros. Tan convencidos de que nuestra voluntad coincide con la de Dios. Estoy haciendo la voluntad de Dios, pero iré donde quiera. Volveré cuando quiera. Haré lo que me plazca. Saldré, en el diálogo, con la mía. Pondrá razones. Buscaré excusas. Gastaré lo que quiera. Elegiré a los que quiera o me convengan, según mis planes, sin investigar si son los planes de Dios. Seguiré mi camino, seguro, y ni por un momento me pararé a pensar si estoy haciendo la voluntad de Dios, o haciendo trampas. Rechazaré lo que no me guste. Iré con quien me guste. El sacrificio, no es para mí. ¿Voluntad de Dios, o subjetivismo?. ¿Castillos en el aire o casa sobre roca? Calculo, planeo, decido. Estoy haciendo mi capricho y realizando mis planes y además, convencido de que estoy dentro de la órbita de la Voluntad de Dios. Santa Teresa da una importancia capitalísima a la obediencia. ¿Obediencia de qué? Obedeceré cuando me guste, o lo que me guste. Dios y los demás, que se aguanten, que yo soy el primero y el único. Mi yo, mis criterios, mis manías, mis complejos, mi vanidad. Siempre encuentra razones para saltarse a la torera lo que claramente es voluntad de Dios, lo que se que no le gusta. Y los demás que se lo tomen a risa, que yo dormiré tranquilo. Y si soy el capitán de la obediencia, porque tengo a todos en mis manos, exigiré a otros la obediencia para que se haga mi voluntad, camuflada como voluntad de Dios, que tendrá que hacer malabarismos, que siempre serán luminosos y gloriosos, porque el Artista Soberano, sabe y puede enderezar lo torcido, para el cumplimiento de sus designios, que siempre son de justicia. Conciencia de manga tan ancha como el cauce del río y no como tan estrecha como la cueva de Belén, ni como la huída a Egipto. Con los demás, que se aguanten, que se cuiden, pero por mi parte no les voy a ahorrar ni un sólo sinsabor, ni disgusto que les acorte la vida. La que cuenta es la mía. Puro egoismo, con la pantalla de una consagración a Dios. Un mensajero de Dios viene a una joven casi anónima, en una ciudad casi desconocida, con un mensaje divino de alcance inimaginable. Me aturde pensar las vueltas que Lucas le daría al lenguaje, él era griego, y sobre todo, al mensaje trascendente e incomprensible, que tiene que transmitir: Que el Dios Altísimo, se va a hacer pequeñísimo, en el seno de una virgen, que no conoce varón. Le resultaría eso más difícil que transmitir hoy la noticia de que tantas jóvenes que lo conocen, no dan fruto.

9. Cuatro veces se nombra a María y una sola a Jesús. Aunque es Jesús quien viene a salvar, en las leyes biológicas, la madre siempre es antes que el hijo, y consiguientemente el proyecto de Dios no se cumple sin la fe y aceptación libre de María, porque Dios nunca coacciona, no impone nada ni siquiera cuando se trata, como aquí, de la salvación del mundo. Dios quiere colaboradores perfectamente libres. Atrae, pide, quiere. Pero no impone. Respeta la libertad que nos ha regalado.

10. Y, repitámoslo por su trascendencia, como María no es ciega ni sorda; no se precipita ni se bloquea o se cierra en banda. María reflexiona sorprendida, inquiere, se informa y acepta: todo esto es necesario en una decisión libre. «Así se convierte en portavoz y modelo de todos los que en todos los tiempos aceptan ser salvados por Dios» (Rahner). Dice sí a un proyecto y a un camino que no sabe con detalle a dónde la conduce, da un paso, sin saber dónde pondrá el otro, pero se confía a Dios que sabe comenzar y llevar a feliz término lo que él empieza. «Hay aquí algo más grande que Abrahán, más que Moisés, más que David y más que Juan Bautista, más que Pablo y más que toda la Iglesia cristiana; se trata aquí de la historia de la Madre del Señor, Madre de Dios mismo. Se trata de un acontecimiento único, sin precedente ni semejante, que aparece en la serie de acontecimientos del adviento como figura señera que lo llena todo» (K. Barth)

11. Y llena de paz, se entrega confiadamente a la voluntad de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Las grandes decisiones vienen del corazón. Y una vez dado su libre consentimiento, se realiza el milagro más asombroso que han visto los siglos. San Juan lo expresará admirablemente en el Prólogo de su evangelio: “El que es la Palabra se hizo hombre y puso su tienda entre nosotros” (Jn 1,14). Desde ya, María es a la vez Parthénos y Theotókos, Virgen y Madre-de-Dios.

12. La inspiración de los artistas se ha disparado ante el relato transido de belleza, armonía y hondura soberana. Los italianos del renacimiento pintan la escena en palacios lujosos; los flamencos del siglo XV la esmaltan con ricos tapices; los orientales la imaginan en el interior de un templo, o al aire libre, o junto a la fuente con el cántaro sobre la cabeza, como las mujeres nazarenas. La fe y la piedad de muchos fieles de todos los tiempos ha sido inspirada y alimentada por estas obras, cargadas de unción e iluminadas con colores de primorosa suavidad.

13. Todo el texto de Lucas está traspasado de emoción, belleza, armonía trascendente y abismal profundidad. ¿Cómo se habrá enterado de este sublime misterio que un día se desveló en aquella aldea de unas veinte casas y en la intimidad de una muchacha desconocida? El caso es que Lucas ha tenido que enfrentarse con un enorme problema de lenguaje para expresar y transmitir al mundo el mensaje y la alegría de un misterio inefable: ¡La encarnación del Hijo de Dios en las entrañas de una jovencita! Y quiere que sus lectores sepan desde el primer momento que Jesús, es un hombre con todas las consecuencias; pero al mismo tiempo, es Dios. Lo balbucea con la cascada de títulos que le atribuye: grande, hijo del Altísimo, heredero del trono de David, rey con un reinado sin fin, santo, e hijo de Dios. Y todo, bajo la fuerza del Altísimo, que te cubrirá con su sombra, símbolo de la presencia y la gloria de Dios. María envuelta y penetrada por la nube, se convierte en casa, torre, trono y madre de Dios.

14. Con el laconismo del intelectual y conceptual del médico, que es Lucas, dice con precisión topográfica que sucedió: en una ciudad de Galilea llamada Nazaret: y nos da los datos de la ficha de la joven: virgen, de la estirpe de David, y su nombre, María, "quejaritomene", llena de gracia. El relato no es una transcripción literal "off the record" del diálogo de María con el Angel recogido en video o en cinta magnetofónica. Lucas lo escribió setenta años más tarde, pero se ha informado muy bien antes de escribirlo. ¿Y de quién pudo informarse sino de la misma María?

15. El relato puede tener varias lecturas: desde la psicología, o la sociología, o el agnosticismo, y también desde la sencillez de la fe. Cada uno lo entenderá según el color del cristal con que lo mire, y llegará a conclusiones que pueden ser contradictorias.

Un sociólogo podrá pensar que Lucas trasmite unas confidencias y pretende poner al niño que va a nacer en la cima del prestigio ante los ojos judíos, presentándolo como hijo de David. Y nosotros le daríamos la razón. Los «maestros de la sospecha» podrían pensar que Lucas intentó crear un mundo irreal de fantasía y apariciones de ángeles y espíritus frente al mundo real de la miseria y sufrimiento de los hombres, para consolar a los pobres y a los que sufren. Pero esto es una interpretación subjetiva y falsa.

Pero Lucas escribió lo que oyó contar a María. "Quise escribir un relato importante y trascendente para vuestra vida. Igual que yo me informé de María, vosotros podéis recibir también la palabra y el Espíritu del Señor y convertir en fruto ese mensaje. Podéis recibir a Jesús para vosotros y para llevarlo al mundo. Dios está también con vosotros, os ofrece llenaros de gracia, y lo que quiere hacer por vosotros no es cosa vuestra sino de él, con la única condición de que le deis un sí sin condiciones".

María nos enseña que nuestra actitud ante la llamada de la Palabra de Dios ha de ser de disponibilidad incondicional. Navidad es por excelencia la fiesta de la alegría. Pronto oiremos este mensaje a los pastores: “No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”. La nota característica del cristiano es la alegría que nace de la misma esencia del Evangelio, la jubilosa noticia de que, en Cristo, ya es posible vencer el pecado y la muerte.

16. Cuando nazca Juan, su padre, Zacarías, cantará al Dios que mantiene la promesa: "Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo, y nos ha suscitado un poderoso salvador, en la casa de David" (Lc 1, 68).

17. "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!", gritaba a Jesús el ciego de Jericó (l Lc 18, 38). Como "Hijo de David" (Mt 21, 9), le aclamarán el domingo de Ramos. El mismo Jesús confirma su relación con David: "¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David?" (Mt 22, 45).. "El mismo David dijo, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor, siéntate a mi derecha... ¿Cómo puede ser hijo suyo si le llama Señor?" (Mc 12, 36). La gente que le oía, gustaba de que se le recordase todo el mesianismo davídico, en una dimensión nueva, que no podían entender: Que fuera hijo y a la vez su Señor. Dijo el Señor, el Padre, a mi Señor, mi hijo, es decir, un hijo mayor que su padre David (Mt 22, 43). También Pablo en el libro de los Hechos, rememorando las palabras de Zacarías, habla en Antioquía: "De la descendencia de David, Dios, según la Promesa, ha suscitado para Israel un Salvador, Jesús" (Hch 13, 23).

18. Gracias. Señor, porque la mujer que tú has elegido para traerte al mundo, fue fiel y dijo que sí. Digamos también nosotros: hágase, nazca en mí... Va a nacer sobre el altar. Venid, adorémosle y comámosle para la vida eterna.

JESÚS MARTÍ BALLESTER


29.

Crepúsculo vespertino del Adviento y alborada matinal de la Navidad. Cuarto domingo y cuarta vela encendida en el breve lampadario de la Corona de Adviento. ¡Álzate, Iglesia del Señor, que llega el Esposo! ¡Aviva tus lámparas y sal a su encuentro! Descubrirás, de entrada, a María de Nazaret, estrella hermosa que anuncia el día, aurora luciente del amanecer de Cristo.

Hoy entra María, por derecho propio y por la puerta grande, en las celebraciones de la Iglesia, de la mano de san Lucas, cronista exquisito del Evangelio de la Infancia, que descorre el velo del Misterio para mostrarnos el retablo viviente de Nazaret: anunciación de Gabriel, consentimiento de María, bajada del Espíritu, concepción virginal del Verbo encarnado. Lucas ambienta todo esto con trazos certeros y finas pinceladas, tales como el anuncio y el nacimiento de Juan el Bautista, con el himno mesiánico de su padre Zacarías; más el encuentro sublime entre María y su prima Isabel, con el broche asombroso del Magnificat.

El alborozo mariano de estas antevísperas navideñas quedó plasmado, hace más de trece siglos, en la fiesta de María, Madre del Señor, instituida por el X Concilio de Toledo, en el primero de sus cánones: «… declaramos y mandamos que el octavo día, antes del nacimiento del Señor, se consagra con toda solemnidad al honor de su Madre. De esta manera, así como la natividad del Hijo se celebra durante ocho días seguidos del mismo mes, podrá tener una Octava la festividad sagrada de María».

Afincada en la liturgia visigótica y mozárabe, en el día dieciocho de diciembre, esta fiesta de María, Madre del Señor, ha tenido en España, hasta hace poco, un arraigo singular, con dos nombres, a cual más sugerente, no sé si sucesivos o alternativos: La Expectación del parto de Nuestra Señora y Santa María de la O.

Tres vocablos castellanos se cruzan en el corazón humano, la espera, la esperanza y la expectación. La espera, interpretada magistralmente por Samuel Beckett en su obra teatral Esperando a Godot, consiste en aguardar a una persona o acontecimiento, ignorando si vendrá o no vendrá, en una inercia indefinida y borrosa, sin hacer nada por cuenta propia. En contraste con la esperanza, sabiamente estudiado por Laín Entralgo; ésta sabe muy bien lo que quiere, lo desea con ardor, lo prepara activa-mente y está segura de que llegará. En cristiano, es virtud teologal que tiene a Dios como impulso y como destino.

Por expectación se entiende una tensión alegre del espíritu ante un acontecimiento grande e inminente; tiene mucho de deseo ardiente y de impaciencia anhelante. Es lo que experimentaron el anciano Simeón y la profetisa Ana, antes de tener en sus brazos al Salvador; y, de otra manera, lo que vivieron José y María, buscan-do ya sitio en Belén, desde la adoración confiada de los designios de Dios. La sien-ten asimismo muchas almas santas, que buscan insistentes al Señor, con el corazón de par en par: ¡Ven, Señor Jesús!

La expectación está muy cerca del asombro, que es precisamente lo que indica la exclamación ¡Oh!, que en latín no lleva h, y abre el canto gozoso de las antífonas del Oficio de Vísperas en los siete días anteriores a la Navidad. Ejemplo: «¡Oh, Sol que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!» María de la O, María del asombro, del estupor sagrado y de la contemplación extática del misterio de Cristo. ¡Oh, clemente; oh, piadosa; oh, dulce Virgen María.

+Antonio Montero Moreno
arzobispo emérito de Mérida-Badajoz


30. Fray Nelson Domingo 18 de Diciembre de 2005
Temas de las lecturas: El reino de David durará por siempre en la presencia del Señor * El misterio, mantenido en secreto durante siglos, ahora se ha manifestado * Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo

1. Hagamos una Casa
1.1 En un arranque de piedad David quiere hacerle una casa al arca de la alianza; una casa para Dios. Le parece poca cosa una tienda de campaña, sobre todo si la compara con la casa de cedro que él mismo habita. De algún modo David se siente fuerte en su magnífica casa y quiere darle de su fortaleza y esplendor a la humilde casa de la alianza. Humanamente este proyecto le suena de lo más razonable a Natán, pero no es ese el pensamiento del Espíritu, y Natán tiene que retractarse.

1.2 Hay una hermosa lógica en el nuevo mensaje que Natán tiene que darle a su rey. Es Dios quien ha guardado a David y David debe recordarlo hasta el final de sus días. " Yo te daré una casa a ti", le dice el Señor, y así brota por primera vez la maravillosa promesa davídica que marca toda la historia de Judá hasta Cristo mismo. En el fondo el mensaje dice: "¿quién da la fortaleza?". El mensaje honra la soberanía de Dios y canta su fidelidad y su gracia a la vez.

1.3 Puede entenderse de otro modo, sin embargo. Las tiendas de campaña son la vivienda propia del desierto. En el desierto no se construye con cedro porque hay que permanecer en camino. David ya se estableció, Dios no. Dios sigue en camino, Él es el Eterno Peregrino.

1.4 Además, el desierto es el gran lugar de la alianza, como lo proclama sobre todo Oseas (cf. Os 2,14). Allí, sin la estorbosa competencia de los ídolos, sin la prepotencia que dan las riquezas, sin la suficiencia que da el poder, David fue más David que nunca, y Dios no olvida eso ni quiere que David lo olvide.

2. La estirpe de David
2.1 La promesa pronunciada por Natán atraviesa la esperanza de todo el Antiguo Testamento y finalmente desemboca, de modo inesperado y maravilloso, en otra promesa, la del ángel Gabriel a la Santa Virgen María: "Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús... el Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,31-32). ¡Qué maravillosa unidad, qué magnífica belleza toma la historia humana leída a la luz de esta promesa, que tensa nuestro adviento hasta darle música y encanto de cielo!

2.2 En la primera lectura vemos cómo Dios rechaza que se le haga una casa. Después, es Él mismo quien dispone cómo se ha de edificar el templo, a cuidado del gran Salomón. Pero el templo verdadero no lo hará Salomón, sino el Espíritu Santo, y no en Jerusalén, sino en María. "El templo era su cuerpo...", anota Juan refiriéndose a Cristo (Jn 2,21). Y este es principio que podemos aplicar a tantas cosas: sólo Dios hace obras dignas de Dios; sólo Dios sabe cómo se alaba a Dios, cómo se sirve a Dios, cómo se ama a Dios. Nada somos, nada podemos en su honor si Él mismo no viene con su Espíritu ha darnos la luz, la voluntad y la constancia.

2.3 El templo era su Cuerpo. El templo es su Cuerpo. Ese Cuerpo bendito, ese Cuerpo glorioso que contempla nuestra fe en los altares, que come nuestra boca en cada Eucaristía. El Cuerpo tejido de amores en María; el Cuerpo y Templo y Casa que David hubiera querido ver, ese es el Cuerpo que comulgamos, esa es la verdad que nos sacia, ese es el Amor que nos colma de alegría y de gozo.


31.Predicador del Papa: Creer para hacer una verdadera Navidad
El padre Raniero Cantalamessa comenta el Evangelio del próximo domingo

ROMA, domingo, 18 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia— al Evangelio de este domingo, IV de Adviento (Lucas, 1,26-38).

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Creer para hacer una verdadera Navidad

El pasaje del Evangelio del IV domingo de Adviento comienza con las familiares palabras: «Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret». Es el relato de la Anunciación. Como de costumbre, sin embargo, nosotros debemos concentrarnos en un punto, y este punto son las palabras de María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Con estas palabras María hizo su acto de fe. Acogió a Dios en su vida, se confió a Dios. Con aquella respuesta suya al ángel es como si María hubiera dicho: «Heme aquí, soy como una tablilla encerada: que Dios escriba en mí todo lo que quiera». En la antigüedad se escribía en tablillas enceradas; nosotros ahora diríamos: «Soy un papel en blanco: que Dios escriba en mí todo lo que desee».

Se podría pensar que la de María fue una fe fácil. Convertirse en la madre del Mesías: ¿no era éste el sueño de toda muchacha hebrea? Pero nos equivocamos de medio a medio. Aquél fue el acto de fe más difícil de la historia. ¿A quién puede explicar María lo que ha ocurrido en ella? ¿Quién le creerá cuando diga que el niño que lleva en su seno es «obra del Espíritu Santo»? Esto no había sucedido jamás antes de ella, ni sucederá nunca después de ella. María conocía bien lo que estaba escrito en la ley mosaica: una joven que el día de las nupcias no fuera hallada en estado de virginidad, debía ser llevada inmediatamente ante la puerta de la casa paterna y lapidada (Cf. Dt 22,20ss). ¡María sí que conoció «el riesgo de la fe»!

La fe de María no consistió en el hecho de que dio su asentimiento a un cierto número de verdades, sino en el hecho de que se fió de Dios; pronuncio su «fiat» a ojos cerrados, creyendo que «nada es imposible para Dios».

En verdad María nunca dijo «fiat» porque no hablaba latín, ni siquiera griego. Lo que con toda probabilidad salió de sus labios es una palabra que todos conocemos y repetimos frecuentemente. Dijo «¡Amen!». Esta era la palabra con la que un hebreo expresaba su asentimiento a Dios, la plena adhesión a su plan.

María no dio su consentimiento con triste resignación, como quien dice para sí: «Si es que no se puede evitar, pues bien, que se haga la voluntad de Dios». El verbo puesto en boca de la Virgen por el evangelista (genoito) está en el optativo, un modo que, en griego, se utiliza para expresar gozo, deseo, impaciencia de que una determinada cosa ocurra. El amen de María fue como el «sí» total y gozoso que la esposa dice al esposo el día de la boda. Que haya sido el momento más feliz de la vida de María lo deducimos también del hecho de que, pensando en aquel momento, ella entona poco después el Magnificat, que es todo un canto de exultación y de alegría. La fe hace felices, ¡creer es bello! Es el momento en el cual la criatura realiza el objetivo para el que ha sido creada libre e inteligente.

La fe es el secreto para hacer una verdadera Navidad; expliquemos en qué sentido. San Agustín dijo que «María concibió por fe y dio a luz por fe»; más aún, que «concibió a Cristo antes en el corazón que en el cuerpo». Nosotros no podemos imitar a María en concebir y dar a luz físicamente a Jesús; podemos y debemos, en cambio, imitarla en concebirle y darle a luz espiritualmente, mediante la fe. Creer es «concebir», es dar carne a la palabra. Lo asegura Jesús mismo diciendo que quien acoge su palabra se convierte para él en «hermano, hermana y madre» (Cf. Marcos 3,33).

Vemos por lo tanto cómo se hace para concebir y dar a luz a Cristo. Concibe a Cristo la persona que toma la decisión de cambiar de conducta, de dar un vuelco a su vida. Da a luz a Jesús la persona que, después de haber adoptado esa resolución, la traduce en acto con alguna modificación concreta y visible en su vida y en sus costumbres. Por ejemplo, si blasfemaba, ya no lo hace; si tenía una relación ilícita, la corta; se cultivaba un rencor, hace la paz; si no se acercaba nunca a los sacramentos, vuelve a ellos; si era impaciente en casa, busca mostrarse más comprensiva, y así sucesivamente.

¿Qué llevaremos de regalo este año al Niño que nace? Sería raro que hiciéramos regalos a todos, excepto al festejado. Una oración de la liturgia ortodoxa nos sugiere una idea maravillosa: «¿Qué te podemos ofrecer, oh Cristo, a cambio de que te hayas hecho hombre por nosotros? Toda criatura te da testimonio de su gratitud: los ángeles su canto, los cielos la estrella, los Magos los regalos, los pastores la adoración, la tierra una gruta, el desierto un pesebre. Pero nosotros, ¡nosotros te ofrecemos una Madre Virgen!». ¡Nosotros –esto es, la humanidad entera-- te ofrecemos a María!

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]