30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO
CICLO B
7-13

7.

DIOS TAMBIÉN SABE ARRIESGAR 

Cuando de amor se trata, a Dios le gusta tomar la delantera. Él es quien da el primer paso  para el encuentro; y no le faltan recursos, a la hora de la crisis, para buscar caminos que lo  salven todo, que a nadie dejen sin su oportunidad. Por eso, cuando el hombre cometió la  torpeza de pecar, Dios no paró hasta encontrar un camino que enderezase tanto entuerto; y  -más difícil todavía- descubrió la manera de hacerlo sin tener que estropear el invento  maravilloso que había provocado tanto desastre: la libertad.

Fue una iniciativa arriesgada. Para no salvar desde arriba, cómodamente instalado en su  verdad indiscutible y en su bondad sin sombra, Dios decide echarle imaginación al asunto. Y  se mete, indefenso, en nuestro tiempo, en nuestro pequeño mundo, en la limitación de  nuestra carne.

Arriesgándolo todo: corriendo el riesgo de que no le abriésemos la puerta -María se  encargó de hacerlo-; y el riesgo de que no lo reconociéramos -como de hecho ocurrió-; y el  riesgo de que no nos dejásemos salvar... Son las cosas del amor. Añadir disparate al  disparate. Saltarse a la torera los cálculos, las leyes, los derechos. Salir al encuentro del que  se fue lejos. Buscar la oveja que se perdió. Fracasar, como la semilla, para que haya vida  mañana. Dejarse quemar para dar luz. Morir para dar sabor... Cosas del amor.

Y tiene la delicadeza de preguntar a una joven sencilla y pura que si quiere ser su Madre.  Y en ese clima maravilloso -absurdo, dirán algunos- de un dueño pidiendo permiso, de la  eternidad dejándose atrapar por el tiempo, de quien todo lo puede llamando a una puerta, de  quien lo sabe todo dando explicaciones... se produce el milagro. María da su "sí" a algo que  tardará en comprender, y que acabará trayendo cola. Y Dios toma carne, y tiempo, y  posibilidad de sufrir, y de morir, en el vientre purísimo de una muchacha de Galilea.

Así empieza la otra mitad de la historia del hombre; la mitad más limpia, más llena de  esperanza. «El misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora».  Se abren para nosotros unas reservas insospechadas de caminos de salvación. Dios, con su  sabiduría, su poder y su cariño, ha hecho posible lo imposible. Y en los labios, casi apagados  ya, de los hombres ha vuelto a encenderse la sonrisa.

Casi a las puertas ya de la Navidad, en este cuarto domingo de la espera, asistimos en  silencio a estos misterios que se fraguan. Muy grande tiene que ser un amor que tanto afina.  Muy ciegos tendríamos que estar para no ver esa luz, tan grande, que se nos entra por la  puerta abierta de María.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 18 s.


8.

-AMBIENTE SOCIAL Y FE CRISTIANA 

Después de tres semanas de Adviento, la comunidad cristiana se dispone a celebrar esta semana el Nacimiento del Señor. Estos días, en la sociedad en que vivimos, se nota el afán  de preparar las fiestas, las vacaciones, las compras, los regalos. Nosotros, que también nos  disponemos a pasar esos días con alegría, queremos además celebrarlos con profundidad,  desde la fe. Más que preparar las cosas, queremos prepararnos a nosotros mismos.

Por eso es muy oportuno que en este cuarto domingo de Adviento los textos pongan cada  año en primera línea la figura entrañable de María de Nazaret, la muchacha elegida por Dios  para ser la madre del Mesías Salvador. Ella, la que mejor vivió en su propia existencia el  Adviento, la Navidad y la Epifanía, es cada año nuestra mejor maestra para la vivencia de  este misterio.

-VA DE ANUNCIOS 

Como nos dice el Leccionario, en este domingo recordamos a los acontecimientos que  prepararon de cerca el nacimiento del Señor» (OLM 93). Y en efecto, escuchamos cómo el  profeta anuncia a David lo que Dios va a hacer con su descendencia, cómo Pablo nos habla  sobre el misterio escondido que ahora se revela, y cómo el ángel anuncia a María que ella  será la madre del Mesías.

El anuncio a David nos ayuda a entender luego lo que el ángel le dirá a María. No va a ser  David el que construya una casa para Dios, sino Dios el que le promete a él una dinastía  eterna: «Tu casa...tu trono durará por siempre». Nosotros entendemos estas palabras desde  Jesús, en quien vemos cumplidas las promesas del profeta: a él le dará Dios para siempre el  trono de David.

Este es el plan de Dios: Jesús ha querido nacer de una familia humana, la de David, en su  último eslabón de José y María. Tiene raíces humanas, nombre y apellido. Es hermano  nuestro, metido en nuestra historia. El hijo de María es a la vez hijo de David, o sea, miembro  de la humanidad, e Hijo de Dios, que se hace hombre para salvarnos.

El salmo, que como siempre hace eco a la primera lectura, insiste en hablar del linaje  perpetuo y pone en boca del descendiente de David: «Tú eres mi padre, mi Dios...», como ya  anunciaba el profeta de parte de Dios: «Yo seré para él padre y él será para mí hijo». Por  eso repetimos la alabanza: «Cantaré eternamente las misericordias del Señor». Pablo  prorrumpe en una gozosa aclamación, porque el misterio de la salvación, que se mantenía  secreto durante siglos, ahora se ha manifestado en Cristo Jesús.

-EL SI DE MARÍA ES NUESTRO SI 

La que primero escuchó esta Buena Noticia -desde la más profunda admiración, alegría y  gratitud- fue María de Nazaret, una humilde muchacha de un pueblo insignificante, Nazaret. Y su respuesta fue de acogida abierta: «Hágase en mí según tu palabra». Sería bueno  que hoy proclamáramos el cuarto prefacio del Adviento, «María, nueva Eva»: si el «no» de  Eva tuvo las consecuencias que tuvo, el «sí» de María nos abrió la puerta a la venida del  Salvador. Ella aparece hoy como la mejor representante de todos los que en el A.T.  esperaron al Mesías -la verdadera «hija de Sión»- y de todos los que en el N.T. acogieron al  enviado de Dios -la primera cristiana, miembro de la Iglesia de Jesús.

Este ejemplo nos estimula a que también nosotros respondamos a la venida del Señor con  la apertura de puertas y corazones. Muchos, en este mundo, no saben por qué hacen fiesta  o por qué se hacen regalos en la Navidad. Nosotros, los cristianos, sí, y nos disponemos a  celebrarla desde un nivel humano, y a la vez de fe, por la renovada gracia de la venida del  Señor. Y lo hacemos con las mismas actitudes que vemos en María: confianza, humilde  agradecimiento, total apertura a su voluntad, alegría por la venida de Dios a nuestra historia  y convicción de que desde entonces, hace dos mil años, Cristo Jesús, aunque no le veamos,  está muy activamente presente en nuestra vida. Lo demás es consecuencia: porque ésta es  una Buena Noticia como para hacer fiesta y alegrarse y reunirse en familia y felicitarse.

Cuando celebramos la Eucaristía es siempre Navidad. Porque el Señor, ahora Resucitado,  se nos hace realmente presente en nuestra comunidad, en la Palabra que se nos proclama,  en el pan y el vino. Lo que pasó en María el día de la Anunciación -Cristo se hizo presente  en ella por obra del Espíritu- es lo que pasa en nuestro altar, cuando el pan y el vino se  conviertan por obra del mismo Espíritu en el Cuerpo y Sangre salvadores de Cristo Jesús,  que se nos da como alimento. Por eso la Eucaristía es la mejor preparación y la mejor  celebración de la Navidad.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993/16


9.

-La joya y su estuche 

En la primera lectura de hoy se nos hablaba del arca de la Alianza que, como se sabe,  contenía unos recuerdos muy valiosos de la historia del pueblo de Dios: las tablas de la Ley,  el maná, la vara de Moisés... Era un símbolo de la presencia de Dios entre los suyos. Se  guardaba en el interior de una tienda, recuerdo del tiempo del Éxodo por el desierto. Pero  ahora, durante el reinado del rey David, tiempo de paz y estabilidad, se podía pensar en  construir un templo, una casa digna de aquel tesoro.

El profeta anuncia al rey que de su dinastía saldrá aquel que será rey por siempre y eso  se realizará por obra del mismo Dios. Esta dinastía será mucho más importante que todos los  templos que David o sus descendientes puedan construir.

-María, estuche de Dios 

Cuando llegó el tiempo en que el plan de Dios, escondido en el silencio de los siglos, salió  a la luz, el ángel Gabriel saludó a María, prometida con un descendiente de David,  diciéndole: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". Este es el plan de Dios:  "Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande,  se llamará Hijo del Altísimo, el Señor le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la  casa de Jacob por siempre, y su reino no tendrá fin". Esta es la grandeza del Hijo de María.  No puede nacer únicamente de la carne y la sangre, sino de Dios mismo. En consecuencia,  el ángel añade: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su  sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios".

María se convierte en la nueva arca de la Alianza, como decimos en las letanías del  rosario, el estuche que guarda la joya. Y, aunque la joya sea mucho más importante que su  estuche y el cuadro de muchísimo más valor que el marco que lo recubre, no obstante, uno y  otro deben guardar una cierta proporción. Una joya tan preciada como el mismo Hijo de Dios  hecho hombre, necesitaba un estuche santo, inmaculado, lleno de gracia.

Durante todos estos días de Navidad, nos será difícil separar a Jesús de María. Los  hallaremos siempre juntos. Durante aquellos nueve meses de gravidez antes de nacer Jesús,  para acercarnos a él hemos de acercarnos a María. Sólo podemos contemplar a Jesús  mirando a María (como cuando miramos la puerta del sagrario con la certeza de que él está  allí). Una vez nacido Jesús, lo encontramos siempre en brazos de María.

-Nosotros también somos templos del Espíritu  Todas estas maravillas no son únicamente para recordar lo que ocurrió o para contemplar  algo externo a nosotros. Dios ha querido hacernos hijos suyos por el bautismo y nos ha dado  también su Espíritu. ¿Lo vivimos en profundidad? 

Pero los demás también son templos del Espíritu Santo. ¿Lo sabemos ver siempre?  ¿Cómo les tratamos? Sí que a veces contemplando un recién nacido, un minusválido, un  anciano, experimentamos un sentimiento religioso, una presencia de Dios en ellos. Pero con  otras personas se nos hace muy difícil descubrirla. Más bien vemos en ellas la ausencia. En  este caso, hemos de pensar que Dios también quiere estar allí y que quizá dependerá de  nosotros, de nuestro testimonio, de nuestra palabra, que esté más pronto. Deberíamos  acostumbrarnos a ver todo lo que nos rodea, personas y cosas, a través de estas  coordenadas: Dios ya está en ellas; o bien, Dios quiere estar en ellas. E intentar provocar  este otro nacimiento, esta otra Navidad.

Cada vez que comulgamos, y dentro de unos momentos volveremos a hacerlo, nos  sumergimos en este misterio de amor, de presencia, de Emmanuel: Dios-con-nosotros.

ALBERTO TAULÉ
MISA DOMINICAL 1993/16


10. 2 S/7/1-5/8-11/16 

1.Una Casa para Dios 

«Cuando el rey David se estableció en su palacio», quiso construir también un templo para  Dios. Parece una idea santa, ¿quién lo va a dudar? David era un hombre piadoso y era un  rey justo. Pues no era piadoso ni justo que él viviera «en casa de cedro» y «el arca del  Señor viviera en una tienda». David era persona agradecida, y de algún modo quería  corresponder al Dios que tanto le había bendecido. Dios es, naturalmente, lo primero. Para  El las primicias y las primogenituras; para El la belleza y los tesoros; para El la música y los  aromas; para El una casa espléndida.

Al obrar así, David actuaba como un hombre enteramente religioso. «En mi amor por la  Casa de mi Dios, doy a la Casa de mi Dios el oro y la plata que poseo, además de todo lo  que tengo preparado para la Casa del santuario: tres mil talentos de oro, del oro de Ofir, y  siete mil talentos de plata acrisolada para recubrir las paredes de los edificios»  (/1Cro/29/03-04). ¿Quién podría reprocharle algo a este rey tan generoso? Ni siquiera su  profeta y consejero, el propio Natán, a bote pronto, le puso pega alguna. «Ve y haz cuanto  piensas, pues el Señor está contigo».

Intentos como los de David no sólo se dieron en el pasado, sino que llegan hasta nuestros  días. Es piadoso, conveniente y hasta bonito, construir para Dios templos magníficos. En la  Edad Media, las ciudades, aun las pequeñas, rivalizaban por levantar las más grandes y más  bellas catedrales. El pueblo entero participaba en la obra, con su ayuda, su esfuerzo y su  fervor. Hasta se ganaban indulgencias. Los papas del Renacimiento lo hicieron mejor  todavía, porque disponían de más medios materiales y «espirituales». También construían  para la mayor gloria de Dios y de la Iglesia, que así sería reconocida y aceptada. La gente  sencilla, se decían, confirmaba su fe al contemplar estas obras admirables. En pleno siglo XX  ha habido algún personaje megalómano que ha llegado a construir una copia de la basílica  del Vaticano en un pueblo enteramente pobre. Y, sin llegar a tanto, a veces parecemos más  celosos del templo material que de otro tipo de templos.

-Desazón 

Y, sin embargo, algo hay en todo este esfuerzo religioso que nos produce desazón. Las  motivaciones, por ejemplo, de David, no debían ser tan limpias. Cuando anteriormente hizo  trasladar el arca a su ciudad, pensaba obtener de aquella presencia notables beneficios.  «Se hizo saber al rey David: "Yahveh ha bendecido la casa de Obededom y todas sus cosas  a causa del arca de Dios". Fue David y subió el arca de Dios de casa de Obededom a la  Ciudad de David» (2 Sm 6,12).

-¿Un Dios a nuestra medida? 

Por otra parte, en todo este deseo de los templos hay como un afán de asegurarse la  presencia protectora de Dios, de fijar su residencia, de regular sus encuentros. Se trataría  de hacer a Dios algo asequible, concreto, limitado, doméstico, casi domesticado. Es un Dios  hecho a nuestra medida, familiarizado con nosotros, cuyos gustos y reglas conocemos. Por eso, cuando Natán se lo pensó mejor, y cuando Natán recibió la Palabra de Dios, corre  hacia David para poner las cosas en su punto:

¿Un templo para Dios? No, gracias. Dios no quiere palacios. No le metas en una casa, que  Dios quiere estar en todas las casas y en el corazón de todas las cosas. Dios «no habita en  casas hechas por manos de hombre», que diría Esteban (Hch 7, 48) -¡y fue apedreado por  ello!-. Dios no es sedentario, prefiere ser peregrino, el Dios del éxodo. Dios es libre e  imprevisible. Las casas que Dios quiere son de otro tipo.

Esta crítica del templo se encuentra ya en los profetas, y con qué fuerza a veces. «Así dice  el Señor: el cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué templo podréis  construirme, o qué lugar para mi descanso?... En ése pondré mis ojos: en el humilde y el  abatido que se estremece ante mis palabras» (/Is/66/01-02. Cf. Is 56, 7; Jr 7,1-15). Asimismo,  Jesús anuncia un culto que no será ni en Jerusalén ni en Garizim, sino en espíritu y en  verdad, y alude al verdadero templo, que es su cuerpo. ¡Y pensar que hoy todavía seguimos  con ideas sobre los templos muy cercanas a David! 

-¿Pagar a Dios? 

Hay otra vertiente que Natán hace saber al rey. David quería pagar de algún modo a Dios  los dones recibidos. Y Dios no quiere que le paguemos ni con templos ni con ofrendas ni con  sacrificios. «El sacrificio que Dios quiere es un corazón contrito». La ofrenda que Dios quiere  es nuestra misericordia. El templo que Dios quiere es el de nuestra alma. Dios es amor  generoso y gratuito. ¿No acabamos de aceptar y vivir la gratuidad? Sigue habiendo rasgos  en nuestro culto cristiano con «bastante sabor mercantilista». La gratuidad que debemos a  Dios no debe ir por el camino de los nueve leprosos, que se fueron al templo, sino por el del  leproso samaritano, que volvió hasta Jesús con gritos, canciones y alabanzas.

No es cuestión de decir como David o Salomón: mira cuántas cosas he preparado para ti,  mira cuántas cosas te ofrezco en acción de gracias, sino: aquí me tienes, Señor, ¡cuánto te  quiero! 

2.Otra casa para Dios 

Ahora es Dios mismo el que quiere construirse un templo. Lo va a ir preparando en la  propia dinastía de David. «Te daré una dinastía». Por ahí van los gustos de Dios: templos  vivos. Pero el templo perfecto que Dios quiere tardará muchos años en formarse, no  «cuarenta y seis», como el de Jerusalén, sino mil años. Será una casa pequeña, pero  preciosa, transparente, palpitante. Y el templo se llamaba MARÍA.

Era una mujer desconocida, humilde como violeta, pero embelesaba al mismo cielo. Era  como la hija de Sión, pobre y sencilla, pero que enamoraba a Dios. La verdadera «humilde y  abatida que se estremece ante mis palabras». ¡Y de qué manera! 

-Los templos que Dios quiere 

No se trata de colocar a Dios en un espacio externo, en un lugar grandioso pero frío. Se  trata de ofrecer a Dios un espacio íntimo, cálido y palpitante, un lugar secreto del corazón.  ¡Qué deseos tiene Dios de vivir en estos templos! ¡Cómo busca personas que le abran las  puertas del alma, que estén siempre dispuestas a la escucha y la acogida! ¡Qué bien se  encuentra Dios en el corazón de los humildes y creyentes! ¡Cuánto nos ama Dios! Es decir,  que el templo-catedral le viene estrecho, pero en el templo-corazón puede residir su gloria. Pero el templo de María iba a ser algo más divino y verdadero. Tendría una doble función:  acoger a Dios en el alma y acoger al Hijo de Dios en el vientre. Su alma preciosa ya estaba  llena de Dios, rebosante de su gracia. Dios moraba en ella en intimidad y compenetración  perfecta. Era la esposa del Espíritu.

Ahora, este divino Esposo, el Espíritu vivificante, fecundaría sus entrañas y su vientre  quedaría convertido en una nueva casa para el Hijo de Dios. La pequeña hija de Dios será  también su madre, la esclava será señora, la desconocida será por todos bendecida. ¡Oh, qué casa se ha preparado Dios! El cielo se ha trasladado a la tierra. María es un piso  alquilado por Dios durante nueve meses. ¿Qué cobró María por este alquiler? Es una  pregunta tonta, sabiendo que en las cosas de Dios todo es gratuito. Pero podríamos hablar  de una factura extraordinaria. María cobró la dicha más grande y el sufrimiento más grande.  María cobró los derechos de la maternidad universal. ¡Madre de Dios y de los hombres! 

-Templos vivos de Dios 

Pero no sé si hemos aprendido la lección de los templos. Dios quiere templos,  naturalmente, pero no como los de David y Salomón, sino que sean los más parecidos al  templo que es María. Nosotros, todavía, venga a construir catedrales y Dios venga a plantar  tiendas. Nosotros venga a embellecer las casas de culto y Dios venga a embellecer a las  personas. Nosotros venga a llenar las iglesias de tesoros y adornar con joyas las imágenes,  y Dios venga a enriquecer a los pobres y adornar a los humildes. Nosotros venga a enaltecer  a Dios y Dios venga a empequeñecerse.

No sé si acabamos de entender. Nuestros templos tienen más de judaico que de cristiano.  No sé qué diría Jesús de nuestro culto; no sé qué diría Esteban de nuestros templos. A ver si  aprendemos de una vez cuáles son los templos que Dios quiere y qué significa adorar a Dios  en espíritu y en verdad. Vamos a tomar conciencia de que Dios mora en nosotros y nos  acompaña en cada instante. Vamos a esforzarnos por abrir a Dios las puertas de nuestra  casa y por convertirnos cada uno en el más hermoso templo de Dios. Vamos a permanecer  en oración constante con El. Y vamos también a preocuparnos por todos los templos vivos  de Dios, a respetarlos, defenderlos y dignificarlos. Hay tantos templos deteriorados y  profanados.

-El culto que Dios quiere 

El culto que Dios quiere, el culto en espíritu y en verdad, no es el de largos rezos, bellas  melodías, hermosas ofrendas y ritos bien calculados, sino el culto del amor y de la entrega,  el servicio a los pobres, el lavar los pies de los hermanos, la defensa del oprimido y el estar  cerca de los que sufren. Lo demás, es decir, las oraciones, los cantos, las ofrendas y los  ritos, están bien, pero por añadidura, como expresión y complemento del culto que brota en  el corazón, o como fuente en la que bebemos mayor capacidad para el amor y la entrega.  Todo puede estar bien, pero importa el espíritu y la motivación, importa saber dónde  ponemos el acento.

CARITAS
VEN...
ADVIENTO Y NAVIDAD 1993.Págs. 94-98


11.

Frase evangélica: «Hágase en mi según tu palabra» 

Tema de predicación: EL ANUNCIO DEL SALVADOR 

1. «Ángel» significa «mensajero». Los ángeles de Dios, enviados por Él, anuncian la  presencia divina en todo el mundo para hacer su voluntad. Representan asimismo el éxtasis  místico, la voz de Dios. Tanto María como José escuchan a los mensajeros de Dios. Hablan  con ellos como si hablasen con Dios. El esquema del «anuncio» a María es semejante a los  anuncios del Antiguo Testamento relativos a Ismael, Isaac, Sansón y Samuel. Según Lucas,  María es la "Hija de Sión".

2. «Encarnarse» significa que algo espiritual toma carne en una realidad material, de  ordinario frágil y aun pecaminosa. La encarnación cristiana indica que Dios asume la  condición humana, a saber: comparte nuestra pobreza y acepta nuestra miseria para  elevarnos a su propia vida. Dios se encarna silenciosamente en el seno de María, mujer  sencilla, perteneciente a una aldea desconocida, contrapunto de Jerusalén y del templo  judío. María es invitada por Dios a estar alegre «en el Salvador»; es la «privilegiada», la  favorecida, la bienaventurada, porque es creyente y está abierta a la voluntad de Dios.

3. El cometido de la vida cristiana es dejarse fecundar por el Espíritu, escuchando la  palabra de Dios que llega por medio de mensajeros; teniendo en cuenta nuestra situación y  nuestras fuerzas, pero respondiendo a Dios con confianza y entereza. El creyente debe  dejarse encarnar por la palabra de Dios; la Iglesia -con el Espíritu de Dios- debe encarnarse  más y mejor en el pueblo. Así se recibe el anuncio y se anuncia el evangelio.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Escuchamos la voz de Dios? 

¿Se encarna la Iglesia en nuestro pueblo? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 172 s.


12.

TEMA: EL PORVENIR DEL PUEBLO.

FIN: 

Hacer una reflexión cristiana sobre el futuro de nuestro pueblo, tratando de superar la  actitud de esperar las soluciones de los problemas por los líderes, olvidando que la base del  futuro está en la conciencia y maduración del pueblo.

DESARROLLO:

1. Situación de un pueblo lanzado hacia el futuro, bajo signo de la sucesión.

2. La esperanza de David y Natán 

3. Las perspectivas de un Salvador, enraizado en el pueblo 

4. Lecciones del universalismo de la fe.

TEXTO:

1. Situación de un pueblo.

El Adviento es un tiempo que alienta la esperanza y evoca nuestras esperas más  inmediatas: personales, sociales y políticas. Por ello, es una ocasión única en el año para  analizar nuestras esperas y esperanzas, en tanto que miembros de un pueblo concreto que  camina en historia.

Si algún pueblo está lanzado hacia el futuro, al menos como «slogan», es el nuestro. En  muchas gentes anida una esperanza grande, ingenua a veces, en lo por venir. En ciertas  capas de la sociedad se descubre por otro lado, una fuerte crítica por lo que se vive y hasta  por lo que se espera. Esta espera colectiva, en unos desbordante y superficial y en otros  reducida a desconfiada expectación, viene envuelta para casi todos con un sentimiento de  miedo y de zozobra, de inquietud e inseguridad. El futuro es una incógnita amenazante. Hoy  nuestro pueblo está abocado constitucionalmente al futuro, bajo el signo de la sucesión  monárquica.

Al abordar este tema quiero hacer constancia de que lo toco bajo un punto de vista  cristiano. Por tanto, me coloco más allá de la política y no pretendo «hacer política», aunque  el anuncio del Evangelio es siempre ineludiblemente político. Esta reflexión está encaminada  a los que estamos aquí reunidos y solamente intenta iluminar nuestras actitudes cristianas,  ante este hecho importante, en nuestra condición de ciudadanos creyentes.

Nos preguntamos, ¿es una evasión el modo como nosotros esperamos el futuro de  nuestro pueblo? ¿Cómo podemos beber de la misma Palabra de Dios una actitud cristiana y  verdadera? ¿Cómo podemos afrontar el futuro con responsabilidad? 

2. La esperanza de David y Natán.

--Una situación: La profecía de Natán es muy aleccionadora. Responde a una inquietud y  esperanza de David: el porvenir de lo que él había conseguido, lo cual dependía del futuro  de la dinastía y del pueblo.

David tiene un gran miedo -como hoy nosotros- porque su reino -como nuestro país- es un  conjunto de piezas frágilmente unidas. Israel no es una unidad uniformada: por un lado está  el reino del Norte y, por otro, el del Sur; en su seno se enfrentan el partido del rey y el de la  oposición. Las semejanzas no hay que inventarlas: pueblos muy diversos como el castellano,  el vasco, el gallego, el catalán... pueblan nuestra geografía. En medio de estas tensiones,  David anda seriamente preocupado: ¿subsistirá todo esto después de su muerte?  El rey piensa en su sucesor. Pero, ¿será ayudado por Dios como él lo ha sido?  ¿Concurrirán en el reino de su sucesor las mismas circunstancias propicias que le ayudaron  a él? ¿Se repetirá después de él el fracaso estrepitoso que sucedió a Saúl? 

--Una voz aquietante: Para calmar las dudas del rey se levanta la voz de un profeta: Natán.  Este es un profeta cortesano, inscrito en las listas de los que sirven al rey. Su oráculo busca  agradar al rey y aplacar sus inquietudes. David no ha de temer el futuro, Dios mantendrá la  unidad del pueblo y le dará sucesores firmes que consolidarán su obra. La historia se  encargará de demostrar la banalidad de estas palabras que, sin embargo, serán  aprovechadas por los teólogos posteriores para darles un sentido mesiánico.

Nos preguntamos: ¿Son auténticas las esperas de David y de Natán? ¿No ponen  demasiada esperanza en una persona determinada? ¿Podemos tener criterios cristianos  para cifrar nuestras esperanzas en algo más real y estable? El Evangelio de hoy nos ayuda a  reflexionar y a descubrir que, por don de Dios, la gracia está en el pueblo y la esperanza hay  que cifrarla en la maduración de este pueblo y en sus obras, en los hijos del pueblo. 

3 Un Salvador enraizado en el pueblo.

El Evangelio que hemos escuchado (Lc 1, 26-38), tiene la preocupación de hacer  descender a Jesús de David. Según algunos intérpretes de la Escritura, por medio de este  artificio literario, los tres primeros evangelios pretenden demostrar a los judíos que Jesús es  el Mesías pues en El se han cumplido las profecías del Antiguo Testamento. Al Mesías se le  esperaba como hijo de David y de esta manera es presentado Jesús. Pero en el Evangelio  de hoy hay una lección más profunda.

-- La esperanza de llegar a alcanzar un futuro cuajado de realidad no puede reducirse a  esperar en la gestión de una sola persona sino en la educación, maduración y participación  del pueblo. María, cuya figura ocupa el centro de este Evangelio, es para el Nuevo  Testamento la heredera de un símbolo del Antiguo: «el resto» o el pueblo de los creyentes y  de los que esperan. Este resto fiel es comparado con una mujer, la Hija de Sión, que por la  acción de Dios da a luz un pueblo nuevo (Sof 3, 14-17; Zac 9, 9; Miq 4, 10; Is 62, 11). A  María, personificación de este pueblo nuevo, llama el Evangelio «llena de gracia», llena de  promesa de futuro. Este pueblo de creyentes, adulto, es el descendiente de una dinastía  instaurada por Dios en el mundo y que durará para siempre. Siguiendo sus huellas, de  servicio y de justicia, podemos tener la garantía de una convivencia respetuosa. Este estilo  de pueblo, es «el pueblo bendito entre todos los pueblos».

--Este pueblo, realizado según el plan de Dios, lleno de gracia y bendito por la Palabra, da  su fruto, alumbra su salvación, camina hacia la realización de la promesa. A la manera que a  los creyentes se les llama el pueblo de Abraham, igualmente se les puede considerar  descendientes de David. El Mesías nace del pueblo, de María, lleno de gracia, esforzado,  madurado en el sufrimiento, con conciencia de sí mismo y de su destino. Jesús es un hombre  nacido en el pueblo, en Nazaret. Esto escandaliza a sus contemporáneos, que esperaban un  salvador fuera del pueblo (Jo 1, 46; 7, 41-42). Jesús no tiene otra dinastía que la de María,  ese pueblo de creyentes culminado en ella por la gracia de Dios. Jesús no nace de una  estirpe aparte, sino de las mismas entrañas de la humanidad y de Dios mismo. Esto nos  obliga a dejar de poner nuestras esperanzas en las altas, lejanas y separadas  superestructuras, que se aplican a sí mismas el titulo de Salvadoras, para volver nuestros  ojos a lo fundamental, al pueblo, fuente de toda garantía y de paz justa.

4.Lecciones del universalismo de la fe

La Palabra nos ayuda a descubrir el camino para superar la evasión de David y de Natán.  De la expresión: "Rey, por la gracia de Dios", hemos de pasar al descubrimiento realista que  nos sugiere el Evangelio: «pueblo lleno de gracia de Dios» tal y como se ha manifestado en  María y en Jesús.

Según la carta a los Romanos, la salvación nos ha sido ofrecida a todos, es universal. No  se les ha ofrecido a unos pocos, a las cabezas de los pueblos -emperadores, presidentes,  reyes, generales, Papas...-; la salvación tampoco ha sido dada en exclusiva a un solo  pueblo, Israel, para que luego la dé él a los demás; es universal, no pertenece a las  oligarquías, ni a las jerarquías, proclives a considerarse padres del pueblo. La salvación ha  sido dada a todos, a los paganos también. El fundamento de la esperanza de un pueblo  debe reposar en la responsabilidad y madurez del mismo pueblo.

La acción de Dios tiende a esta promoción de todos. De tal manera que, tanto en la  sociedad civil, como en el seno de la misma Iglesia, el foco de todo fracaso desintegrador  está en la inmadurez del pueblo.

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO B
PPC/MADRID 1972.Págs. 23-26


13.

Mensaje actual 

Con el evangelio de la anunciación, se acentúa la figura y misterio de María en vísperas ya  de navidad. Dios cumple sus promesas, y el principio del acontecimiento íntimo de una  maternidad se hace en cierto sentido confidencia pública para edificación de todos. Lucas,  autor del relato, asegura haberse informado cuidadosamente de cuanto escribe (Lc 1, 3)  ¿De quién? En este caso, del único testigo posible que es la misma madre de Jesús, sin  peligro de deformación, porque ella conservaba y meditaba todos sus recuerdos en su  corazón (Lc 2, 19.51). Pudo también adquirir información de Juan, a quien María quedó  encomendada (Jn 19, 27).

La escenificación dialogada de esta íntima vivencia personal y única es una necesidad del  lenguaje siguiendo una larga tradición bíblica. El arte ha representado la escena según los  detalles que a cada artista ha sugerido su imaginaci_n: lujosos palacios, ricos tapizados  interiores, en una iglesia, al aire libre, camino de la fuente en busca de agua... Lucas nombra  sólo a Nazaret, al ángel Gabriel, a María, su estado de virginidad y su estirpe de David. Hay un saludo con invitación a la alegría, una garantía de las complacencias de Dios y una  afirmación de la eficacia de la asistencia divina. Hay un diálogo, una propuesta para aceptar  ser madre del redentor, una ilustración y una aceptación libre y sin condiciones. Si ante una  visión, Eva se exaltó en un vano sueño de grandeza, María, por el contrario, se turba ante el  anuncio de las complacencias divinas y acepta con humildad. El Espíritu que, en el origen del  mundo, se cernía sobre las aguas y es origen de vida, va a intervenir en María para la  concepción del nuevo Adán que, como el primero, no tiene más padre que a Dios. María  entra a formar parte de la familia divina, tiene un Hijo común con el Padre, queda  soberanamente ensalzada y juntamente con ella todos sus hermanos de naturaleza.

El relato expresa ante todo una íntima realidad interior. Dios no introduce a María en el  mundo de las responsabilidades redentoras sin informarle y consultar su libertad  previamente por respeto a su personalidad libre y para hacer de ella una colaboradora  esclarecida y consciente. En su humilde aceptación, que es un acto de fe total, María hace  un acto de confianza ilimitada en la palabra creadora de Dios. Ella acepta y se somete a su  plan salvífico. Ella es la primera en aceptar la buena noticia, que es la venida de Jesús a  nosotros, y la primera en comprometerse con el plan de redención. Su actitud de humildad  es, ante todo, una profunda actitud de fe y una disponibilidad incondicional en manos de  Dios. En todo el Antiguo Testamento, el siervo del Señor es el que acepta fielmente la  voluntad de Dios y colabora con él (Is 42-53).

Como fiel esclava del Señor, es María el modelo perfecto de quien acoge el plan salvífico  de Dios en la fe y en la esperanza. Ella es en ese momento representante de la humanidad  que acepta la salvación de Dios (K. Rahner). Al aceptar ser madre del rey y de su reino, se  convierte por ello mismo en madre de la iglesia.

Aunque no comprendiera todo («ellos no comprendieron»: Lc 2, 50), su aceptación  incondicionada y libre es expresi6n de un conocimiento suficiente. Cada día le traerá una  oportunidad de hacer concreta la fidelidad de su aceptaci6n hasta culminarla en la suprema  entrega de su Hijo al Padre en el calvario.

Dios y el hombre se encuentran en María. Ella nos estimula a mantener viva la esperanza.  Si nuestras esperanzas nos desilusionan y degeneran en fracasos, es porque no esperamos  en Dios, que es fiel en cumplir sus promesas. Y él sigue buscando entre los hombres  colaboradores libres y fieles para hacer a Dios presente entre los hombres.

GUILLERMO GUTIERREZ
PALABRAS PARA EL CAMINO
NUEVAS HOMILIAS/B
EDIT. VERBO DIVIN0 ESTELLA 1987.págs. 21 s.