COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
2 S 7, 1-5. 8b-11. 16

 

1. D/PEREGRINO. DIOS SE MANIFIESTA COMO EL QUE QUIERE HABITAR EN UNA TIENDA Y NO EN UNA CASA. LA HABITACIÓN DEL HOMBRE QUE ESTA DE VIAJE.

Los libros de Samuel narran el origen del reino de Israel. En la formación del reino han tenido un papel preponderante Samuel, Saúl, David. El momento clave de la tradición sobre David es la profecía de Natán que anuncia la perennidad de la casa real de David. Desde esta promesa los acontecimientos de la casa de David son interpretados como integrados en el plan de Dios. Los planes del rey coinciden con los de Dios y tienen su aprobación a través de la persona del profeta.

Hay un cambio violento en el v. 4. No es David quien va a hacer grande a Yahvé sino al contrario. Yahvé dará descendencia a la casa de David. Una referencia al NT nos muestra que la profecía se cumple en el Mesías. Él es el hijo de David y de la casa de David; sólo en el Mesías la casa de David ha recibido consistencia eterna.

En este texto Dios se manifiesta como el que quiere habitar en una tienda y no en una casa. Esto nos puede decir algo de cómo quiere ser considerado y comprendido Yahvé. La tienda es la habitación del hombre que está de viaje. Hoy se planta aquí y mañana en otro lugar y aunque no es nunca una cosa fija, la tienda es habitación, refugio y patria. La casa es habitación del hombre sedentario. En la casa todo queda fijo y determinado. Los hombres estamos en camino en una historia llena de cambios. En esta historia, Dios está con nosotros porque él no se ha encerrado en ninguna casa hecha de conceptos, imágenes, símbolos, reglas fijas de una vez para siempre. Dios se acomoda al hombre, que es tiempo. Por ello, Dios prefiere habitar en una tienda para poder encontrar a todos los hombres y llegar a ser la patria de todos.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1984/24


2.TEMPLO/RELIGION  DIOS RECHAZA LA CONCEPCIÓN RELIGIOSA DE CONVERTIR SU PRESENCIA EN FACTOR DE ESTABILIDAD. J/TEMPLO. ÚNICO TEMPLO QUE DIOS DESEA PARA SI, NO CONSTRUIDO POR MANO DE HOMBRE. SIN LA AYUDA DE VARÓN.

El capítulo 7 de este libro constituye la cumbre de toda la tradición davídica: pacificado el reino y fortalecida la monarquía, la obra de David alcanza su coronación en este último proyecto del templo para Yahvé. Es el principio de un orden nuevo y de una dinastía en cuya historia no faltará la decepción y el pecado pero en la que Dios cumplirá todas sus promesas hasta el advenimiento del Hijo de David, el Mesías. Dios mismo construirá para David una "casa" y esta "casa" será al fin el único templo que Dios desea para sí en el mundo: Jesús.

David cavila como un hombre religioso en extremo. Él se ve acomodado en un palacio de cedro, símbolo de riqueza y estabilidad; en cambio su Señor sigue como en los días del desierto, muestra su presencia en una tienda de pieles, tan pobre como ligera. Esta es una afrenta para el rey. Se comprende que su consejero, el profeta Natán, consienta en los planes del monarca.

Existen, además, otras poderosas razones de orden político que impulsan a David a realizar su proyecto: En un régimen teocrático la centralización del poder y la seguridad del reino dependen en gran medida de la centralización del culto y de la institucionalización de la experiencia religiosa. Así lo entendería más tarde Jeroboam (cf. 1 R 12. 26 ss.) y mandó construir el santuario de Betel o Casa de Dios. Es preciso que donde se construye el palacio real se alce también el templo nacional; es necesario que la Ciudad de David sea igualmente la Ciudad Santa.

D/DOMESTICO. D/EXODO. Sin embargo, no es posible que Yahvé, el Dios de los patriarcas, el Dios del éxodo, que camina siempre delante de su pueblo, se convierta en un dios doméstico y domesticado al servicio de un orden establecido.

Por eso, en los orígenes del famoso templo de Jerusalén, encontramos el primer testimonio de la oposición y la crítica de los profetas contra cualquier intento de adulterar la tradición yavista y convertir la fe de Israel en una "religión del templo".

Respondiendo a la pretensión de David, Yahvé declara por boca de su profeta Natán que, desde que camina entre los hijos de Israel, nunca ha manifestado voluntad alguna de habitar en una "casa de cedro" (vv. 6 y 7, omitidos en esta lectura). El asentamiento en un lugar y en un templo suntuoso es propio de aquellos dioses que se reparten la tierra en parcelas de dominio, de aquellos dioses territoriales que no son otra cosa que el producto del miedo y las ansias de seguridad de los pueblos. Para él, en cambio que es el Dios vivo, y el único verdadero, el modo más conveniente de mostrar su presencia es actuando en la historia de la liberación de su pueblo. Y porque no es posible encerrar a Yahvé en un lugar o en una institución, su presencia en medio de un pueblo que camina estará siempre vinculada a cierto nomadismo. Yahvé siempre es el Dios de la salida de Egipto o de Babilonia, de cualquier tipo de cautividad; por eso el símbolo de su presencia más que una "casa de cedro" es una "tienda de pieles".

Es verdad que el Arca de la Alianza, signo de su presencia en medio del pueblo, fue guardada ya antes en casas de piedra, por lo menos en Silo. De ahí que sus palabras deban entenderse más bien como la protesta profética contra lo que el templo significa, contra una concepción "religiosa" que convierte la presencia de Dios en factor de estabilidad. Contra ese peligro que supone una "religión del templo", Yahvé dice que todos los lugares de su presencia han sido y deberán seguir siendo "provisionales". Yahvé es el Dios vivo, Dios de los que le buscan y de los que caminan, Dios de la historia en la que se va operando la salvación del hombre. Su presencia nunca deberá estar desposeída de cierto nomadismo, pues no es un ídolo cananeo, sino el Dios de la Tierra Prometida. Yahvé está en medio de un pueblo que camina, no en medio de un pueblo que se establece; él da sentido a la marcha y lo conduce hacia el Futuro. Esto es lo que corresponde a un Dios único y verdadero, lo que exige una fe monoteísta que no se aviene con la multiplicación de los dioses y lugares sagrados. La presencia definitiva y exclusiva de Yahvé en un templo equivaldría al intento de reducirle al número de los dioses que se reparten la tierra en parcelas de dominio y que son producto fantástico del miedo de los hombres y de las ansias de seguridad de todos los pueblos.

En el NT continuará la crítica a toda religión del templo y llegará a su plenitud la manifestación en la historia de la presencia del Dios vivo (Jn 4. 21; Hch 7. 48 s;17. 24) Por eso Dios mismo construirá a David una "casa", una dinastía, y la casa de David llegará a ser en Jesús, su descendiente, la verdadera Casa de Dios para siempre. El que no puede encerrarse en un lugar, ha querido comprometerse con una historia de salvación. El Hijo de David heredará todas las promesas y en él se cumplirán todas las palabras de Dios: Jesús es la Palabra que se hace carne, realidad tangible, y acampa en medio de los hombres (Jn 1. 14). Es la Presencia, la Revelación definitiva de Dios en el mundo, el Rey del nuevo Israel en el que ya no hay distinción entre judíos y gentiles, y que habita en el Espíritu, que es el ámbito en donde alienta la nueva vida. Jesús es el verdadero Templo de Dios, no construido por mano de hombre y sin la ayuda de varón.

EUCARISTÍA 1972/05


3. 

El Adviento toca a su fin para desembocar en la gran celebración de la venida, de la presencia de Dios entre los hombres. El Adviento nos ha hecho saber esperar, saber encontrar otra alegría distinta y nos ha contradicho de muchas maneras. La última contradicción nos espera al reconocer en un Niño pobre la soberanía de Dios. Pero antes de llegar a este punto el cuarto domingo nos da ocasión para probar nuestra capacidad de conversión.

El diálogo entre el rey David y el profeta Natán es todo un símbolo de lo diferentes que son las promesas de Dios y nuestros deseos.

El rey David se siente conmovido, a disgusto por el hecho de que él ya está establecido en la tierra prometida, tiene paz y prosperidad y habita en "casa de cedro". Este es el símbolo de que aquel pueblo que ha caminado tanto, ha encontrado tierra y se ha instalado. El Arca, la presencia de Dios, mantiene su aire andariego y peregrino. Dios permanece en el Arca que atravesó desiertos.

Un Dios caminante y un pueblo instalado. He ahí la tensión, la exigencia y el escándalo. El buen deseo de David es contradicho y corregido. Recibe una promesa de continuidad, de triunfo frente a los enemigos, de avance de la estirpe que tiene una misión. Pero la construcción del templo es reservada a otro.

Esta narración nos hace pensar forzosamente en nuestros diálogos y en nuestras peticiones con y a Dios. Queremos, conmovidos, instalar a Dios, hacerle un templo estable. Nuestros sentimientos son buenos, pero no se ajustan al misterio del escándalo de los planes divinos. El templo será construido, pero también destruido. Y el Cuerpo de Cristo para acompañar a todos los hombres se romperá y se hará simiente de vida con su muerte. Somos contradichos y escandalizados por la realidad de Dios.

El Señor quiere seguir siendo peregrino, caminante por la tierra y por la historia. Él moviliza nuestra tendencia al inmovilismo.

Él nos muestra siempre un más allá a nuestras intenciones tan cortas. Es necesario mucho tiempo, mucha reflexión orante para ir asimilando la contradicción a que nos somete la Palabra de Dios.

El Señor no ha querido instalarse, sino ha elegido ser caminante.

CARLOS CASTRO


4. 

Durante mucho tiempo se ha considerado la profecía de Natán como una tradición basada ciertamente en un relato primitivo antiguo, pero ampliamente interpolado en el curso de los siglos, ya sea para darle una dimensión nacional y más exclusivamente real (vv 10 y 11a), ya sea para subrayar la responsabilidad de los reyes en la decadencia de la alianza (vv. 14-15), o ya para echar las bases de un determinado mesianismo (v. 16). Este despiece, todavía apreciable en la Biblia de Jerusalén, parece hoy hipotético y poco a poco se va volviendo a una concepción unitaria del relato.

a) De hecho, la tradición primitiva ha debido responder a una doble inquietud de David: el futuro de su dinastía y el futuro de su pueblo. Sabemos que David no es rey de una nación: sus sucesivas unciones en el Sur (2 S 2, 1-4) y en el Norte (2 S 5, 1-3) y después en Jerusalén (2 S 5, 6-10) ponen claramente de manifiesto que su realeza no estaba aún compuesta más que de piezas y trozos... ¿Se mantendría en pie a su muerte? Natán contesta a esta primera inquietud: David debe tener presente que, a través de todas las incidencias de su vida, Dios le ha protegido (vv. 8-9); ¿por qué no habría de ser lo mismo con su sucesor? (v. 12): el fracaso de la empresa de Saúl no repercutirá sobre la de David. La segunda inquietud de David se refería al futuro del pueblo: había ido dando tumbos durante todo el período de los Jueces y el reinado de Saúl no había sido hecho para estabilizarlo. Además, las facciones del Norte y del Sur y los partidos realistas y antirrealistas podían comprometerlo todo. A esta pregunta responde igualmente Natán con una profecía tranquilizadora (vv. 10-11a): el pueblo encontrará su estabilidad.

b) No podía esperarse otra respuesta de un profeta cortesano como Natán. Pero ¿el mensaje de este último se detiene ahí o hay que descubrir en él huellas de teología mesiánica? Parece ser que ni para el mismo Natán se presentaba un horizonte mesiánico: se limita a tranquilizar las inquietudes inmediatas del rey. Pero su profecía será progresivamente reinterpretada. Así, por influjo del Deuteronomio, se han añadido los vv. 14 y 15 (que no figuran en la lectura litúrgica), que tienden ya a hablar de perennidad de la dinastía davídica a poco que los reyes se comporten bien. Esta idea de perennidad reaparece en el v. 16, que anuncia la afirmación "para siempre" de la dinastía. Tenemos ahí evidentemente un tema a todas luces más rico que la profecía de Natán: de ahí arrancará la floritura de los salmistas (cf. Sal 88/89, 30-38 y 131/132, 11-12). Aislado, el texto de 2 S no puede interpretarse, pues, en sentido mesiánico. Basta, sin embargo, restituirle al contexto de la reflexión judía para ver en él una de las bases más importantes de la esperanza en el Mesías davídico.

c) Tal como está distribuida, la lectura litúrgica no refleja muy bien un tema importante: el de la CASA.

Para estabilizar su dinastía y dar al mismo tiempo un centro a su pueblo, David piensa construir una casa para albergar el arca de la alianza (vv. 1-3), pero Yahvé le responde que será él quien construya una casa para David (v. 11b). Esto no quiere decir que Dios rechace pura y simplemente el templo, sino que el futuro del pueblo y de la dinastía descansará más bien sobre la alianza pactada entre Yahvé y los reyes que sobre el templo mismo. La fidelidad mutua entre Dios y el rey será más importante para la historia del pueblo que los sacrificios del templo. Las relaciones personales entre Dios y su lugarteniente real son más decisivas que cualquier otra institución cultual. La tradición posterior y cristiana tendrá presente este enfoque cuando rechace el templo el día en que Cristo lleve a una perfección insospechada las relaciones de amor entre el Mesías y su Padre (cf. Is 66, 1-2; Hch 7, 48; Lc 23, 44-45; Jn 2, 19). El v. 11b es particularmente importante en la medida en que sirve de base a una reflexión sobre la importancia de la unidad entre Dios y el rey para la existencia y la salvación de su pueblo.

...................

Las primeras lecturas de este cuarto domingo de Adviento (en los tres ciclos) recuerdan las profecías sin duda más importantes de todo el A.T. Y, sin embargo, ninguno de los tres profetas evocados tenían conciencia de la envergadura de su mirada y del genio de su mensaje. Uno de ellos es un simple profeta de corte que trata de leer los acontecimientos de la forma más favorable a su amo; otro trata de engarzar la esperanza loca de un pueblo miserable a la figura del joven rey que acaba de nacer; el tercero no puede desprenderse de su amor a la tierra y a la mentalidad campesina de la que está empapado.

De hecho, cada uno se ha limitado a leer los acontecimientos presentes como signos de una presencia de Dios; han vivido simplemente la actualidad con Dios y han vislumbrado su rostro.

Ahora bien, Dios es único y, por tanto, también es única la historia de la salvación que trae. Llegar a desvelar al Dios único en el acontecimiento cargado de sentido equivale, pues, a poseer la clave de la inteligencia de la historia. La fe globaliza el acontecimiento, generaliza sus rasgos esenciales y universaliza su alcance. Lee lo absoluto en lo relativo, lo divino en lo humano, lo constante en lo transitorio.

Se necesita, pues, una total participación en el presente para conocer el futuro, un compromiso total en lo humano para captar lo divino. El profeta está encarnado, no tiene nada de un místico soñador.

Ni Natán ni tampoco los redactores que han reelaborado su texto podían prever que el cumplimiento de su profecía alcanzaría la perfección que ha alcanzado en la persona de Cristo, verdadera "casa" de Dios y garantía decisiva de la estabilidad y de la salvación del pueblo gracias a su adhesión filial al Padre.

El sacrificio eucarístico da cumplimiento a la profecía de Natán, puesto que representa la adhesión del Hijo a su Padre, garantía de la eternidad del pueblo de los hijos de Dios, por encima incluso de la muerte.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 146ss


5.DAVID.ALIANZA.

La profecía de Natán viene a ser como el refrendo divino a la institución monárquica y de una manera especialísima a la dinastía davídica.

Refiriéndose a esta permanencia eterna de su casa, a saber, de su dinastía, y a la firmeza inconmovible de su trono, el propio David pronuncia en el momento de morir estas palabras: "Firme ante Dios está mi casa, porque ha hecho conmigo un pacto sempiterno" (2 S 23, 5). Es decir, el rey David interpreta la profecía de Natán y el compromiso adquirido por Dios con relación a su dinastía como un pacto promisorio, muy similar al que Yahvé hizo con Abrahám (Gn 15).

El pacto de Yahvé con David y su dinastía es la garantía y el argumento que mantiene alta la moral y la esperanza del pueblo en los momentos difíciles. Mientras se mantenga encendida "la lámpara de David" nada hay definitivamente perdido. "En atención a David, le dio Yahvé su Dios una lámpara en Jerusalén, suscitando a sus hijos después de él y manteniendo en pie a Jerusalén (1 R 15, 4). "Yahvé no quiso destruir a Judá a causa de David su siervo según lo que le había dicho, que le daría una lámpara en su presencia para siempre" (2 R 8, 19).

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 346


6.

No se alude aquí a un pasado indefinido, sino a una situación histórica bien concreta y de gran trascendencia en la historia de Israel: este pueblo de pastores y nómadas se hallaba en trance de asentamiento en una tierra y de organizarse en consonancia con un contexto cultural agrario. Quedaba atrás el éxodo y la conquista, quedaba en la memoria el recuerdo de los caudillos carismáticos (los jueces) y había sido superada la primera experiencia de Saúl. David, un zagal que había llegado a rey o pastor de su pueblo, fija su residencia en Jerusalén y construye allí su palacio con piedras y con cedros del Líbano. Pero he aquí que Yavé seguía mostrando su presencia en una tienda de pieles, como si aún estuviera en camino... esto era una afrenta para el rey y un problema político: para consolidar el nuevo orden establecido se requería que, junto al palacio del rey, se construyera también un santuario nacional. Y en eso estaba, cuando recibió el mensaje de Yavé por boca del profeta Natán.

Según los vv.5-11 (suprimidos en la lectura litúrgica, pero que hay que tener en cuenta para comprenderla), el Señor advierte que no urge en absoluto la construcción de un santuario de piedra, de un templo, y que nunca ha pedido tal cosa. En estas palabras se encuentra la mejor tradición yavista, que conservó intacta la fe en el Dios vivo que sacó a Israel de Egipto y se opuso a la religión del templo. Lo característico de Yavé, tal y como se manifestó en la experiencia del éxodo, es caminar delante de su pueblo, sacarlo una y otra vez de todas las esclavitudes y encerronas y conducirlo a la verdadera tierra prometidA en la que, al fin, habite la justicia. Yavé, el Dios de los nómadas que no tienen ciudad permanente, nunca podrá confundirse con los dioses que consagran un territorio y un orden establecido. Por eso no será David el que construya una casa, un templo, para Yavé, sino que Yavé construirá la casa de David (v. 11b); es decir, lo hará padre de una dinastía y se comprometerá con la historia de sus descendientes.

A excepción del v.13 ("El edificará un templo en mi honor..."), que se refiere quizás solamente a Salomón, el resto de la profecía debe entenderse en general de toda la descendencia o dinastía de David. Saúl fue destituido por mandato de Yavé, pero la dinastía de David reinará "para siempre" en Israel. Dios será como un padre para los descendientes en el trono de David, los corregirá cuando haga falta pero no los abandonará. Con todo, la expresión "para siempre" o "por siempre" no se refiere de suyo a una eternidad absoluta, sino a un período de gran duración (Cfr.Ex 21,6;1 Sam 1,22;Jb 40,28;etc). De modo que esta promesa no da pie todavía para interpretar el texto en sentido mesiánico.

Sin embargo, el profeta Isaías (9,6;11,1) precisará que el Mesías ha de nacer de la casa de David y anunciará la eternidad de su reinado. Con lo que la profecía de Natán, después del exilio de Babilonia, se interpretaría también en sentido mesiánico (1 Cro 17). Teológicamente hay que subrayar que Yavé, como réplica a los reyes que quieren construirle un templo, promete vincular su presencia no a un lugar sino a una estirpe y a una historia.

Compromiso y presencia que se cumplirá de forma superior e insospechada en Jesucristo, en quien el Hijo de Dios planta su tienda en medio de nosotros (Jn 1,14). Y éste, Jesucristo, será el descendiente de David y, a la vez, su casa y su destino. Porque será también el verdadero templo de Dios no construido por manos de hombre.

EUCARISTÍA 1983/14


7.

David no llegó a entenderlo. Tampoco nosotros acabamos de entender. Dios es gratis, Dios no busca nuestros regalos ni quiere nuestras recompensas. Y Dios no quiere rivalizar con el hombre.

Gratis. No nos ama porque se lo agradezcamos ni nos regala para que se lo reintegremos. No nos ama porque nos necesite, sino que nos necesita porque nos ama. Tampoco nos ama porque seamos buenos, sino que somos buenos porque nos ama. A Dios sólo podemos pagarle con amor.

Dios no quiere rivalizar con el hombre. No quiere la casa más grande o el culto más glorioso, o las riquezas y tesoros más abundantes. No quiere apabullar al hombre, sino dignificarlo y enaltecerlo. La gloria de Dios no es que el hombre sucumba, sino que viva. Cuando Dios quiere escoger una casa, no busca templos espléndidos, sino cunas pobres y corazones humildes.

Por eso, la idea de David de construir un templo magnífico no fue aceptada. Tampoco Salomón lo entendió. Tampoco nosotros lo acabamos de entender. Es el Dios del éxodo, no de la monarquía. Es el Dios de la vida, no del culto. Es el Dios de la libertad, no el de la institución. Es el Dios del amor, no el del poder. Es Dios, no es un ídolo.

CARITAS
UNA CARGA LIGERA
ADVIENTO Y NAVIDAD 1987.Pág. 67


8.

Contexto.

-El cap. 7 constituye el núcleo central de la historia de David: su brillante carrera política y militar está subordinada, en la mentalidad del autor, a la promesa que un día el Señor le hizo al rey a través del profeta Natán (vs. 1-17).

Agradecido, David responde con una emocionada plegaria (vs. 18-29). Un texto afín con diverso sentido teológico, es I Crón. 17.

La división litúrgica, una vez más está mal hecha.

Texto

-La introducción (vs. 1-3) nos expone las circunstancias extremas del oráculo. Libre de toda preocupación militar, David puede dedicarse por completo a sus deberes religiosos, pero un grave remordimiento le asalta y no le deja vivir en paz: el contraste escandaloso entre su lujoso palacio y la pobre tienda en la que Dios mora.

Atormentado, consulta al profeta Natán (profeta que jugará un papel muy importante a favor de Salomón en la Historia de la sucesión al trono: cap. 12;1 Rey. 1), y éste da su opinión particular.

-El oráculo contrapone el parecer divino al del profeta (vs. 4-7). Todo el texto está jugando con la polisemia de los términos 'casa' (=templo y familia o dinastía y 'construir' (=edificar una casa y suscitar una posteridad). Así pues, el oráculo contiene un doble sentido:

a) Una repulsa del templo que David quiere construir en honor del Señor. Dios no se deja encerrar en lugar alguno ya que sólo él decide sus citas con los mortales en el lugar que quiere. Es muy curiosa la interpretación que el autor de Crónicas da a esta repulsa divina: David no puede construir el templo por haber derramado mucha sangre en sus innumerables batallas, (I Crón 22,7ss). El Señor no es amante de las guerras o de la violencia sino sólo de la paz.

b) La promesa de una dinastía y trono perpetuo en favor de David y los suyos. Al Señor le preocupa más la casa de materiales vivos (dinastía) que la construcción de un edificio material.

Reflexiones.

-Dios no se deja encerrar en lugar alguno por muy sacro que éste sea. Jeremías llamará al templo cueva de ladrones ya que en él tratan de esconderse los malhechores; Jesús expulsará a todos aquellos que sólo buscaban sus negocios al amparo de lo sacro. La cita de Dios con los mortales puede tener lugar en cualquier sitio. En la dimensión religiosa auténtica lo único que cuenta son los materiales vivos, la profunda vivencia religiosa, todo lo demás es tan accesorio que el mismo Jesús no era muy aficionado a acudir al Templo. El lugar sacro puede favorecer esa vivencia, ¿pero quién ha afirmado que es esencial?

-Según el autor de Crónicas la violencia guerrera está reñida con la edificación del Templo. Para que en este mundo pueda implantarse, de forma definitiva, el Reino de Dios es imprescindible la implantación de la paz. Cuando rezamos, como hermanos, el Padre Nuestro le pedimos a Dios la implantación de su reino; y en este Adviento esperamos con anhelo la paz, su paz.

-De este texto arranca la gran esperanza de Israel: el mesianismo. Pero ningún sucesor de David cumple en su persona esta profecía ni siquiera el que edificó el Templo de Jerusalén, Salomón (de hecho el pueblo nunca vio en él al nuevo David: 1 R 11,4). Sólo Jesús de Nazaret es el verdadero David que puede colmar nuestras esperanzas humanas (Lc. 1,32ss).

A. GIL MODREGO
DABAR 1993/04


9.

Una vez conquistada Jerusalén y establecido allí el centro de la monarquía, se plantean dos problemas: la necesidad de un templo como lugar de la presencia de Dios, y el anhelo de una dinastía que continúe de una manera estable el reinado iniciado por David. La escena que hoy leemos recoge los dos problemas y acaba mostrando que, de los dos, el realmente importante es el de la dinastía. Con esta profecía empieza lo que se denomina "mesianismo real", que vincula la presencia de Dios en el pueblo con la permanencia de la dinastía de David. David y Jerusalén sustituirán, por decirlo así, a Moisés y el Sinaí.

En las palabras que Dios dice a Natán en respuesta a las intenciones de David, se ve la tendencia crítica hacia el templo que se vivía en determinados ambientes proféticos de Israel. El templo tendía a convertirse en un seguro de la presencia y la posesión de Dios, como en los pueblos paganos. Por eso, muchos reivindicaban las costumbres del desierto, cuando era más palpable que a Dios no se le podía circunscribir en ningún sitio ni a nada, sino que se le hallaba en sus acciones liberadoras.

Dios, a través de Natán, promete ahora, con un tono que se asemeja mucho a las promesas hechas a Abrahán, la continuidad de su presencia a través de la dinastía de David, gracias a la cual se consolidará el reino en paz.

Esta profecía será, por un lado, un instrumento político de defensa de la monarquía ante los múltiples cuestionamientos que recibió a lo largo del tiempo en que existió, y servirá también para justificar conquistas y otras actuaciones quizá poco defendibles. Pero, con el tiempo, y a medida que se veía que la dinastía davídica no cumplía los planteamientos ideales con los que había nacido (y sobre todo a partir del exilio, cuando fue aniquilada), la profecía de Natán fue entendida más allá de la institución monárquica y se convirtió en anuncio y anhelo de un descendiente ideal de David en el que se cumplieran realmente las promesas de Dios y al que se le pudieran aplicar con verdadera propiedad aquellas palabras: "Yo seré para él padre, y él será para mí hijo".

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/16


10.

David fue, lo que se dice, un verdadero hijo de la fortuna. Triunfó en todos los campos, humano y militar, social y político: desde que mató a Goliat hasta que se casó con la hija del rey: desde que conquistó Jerusalén hasta su reconocimiento como rey por todas las tribus. Ahora, puesto que David era un hombre religioso, ¿no tendrá que ofrecer a Dios sus triunfos?: ¿no tendrá que tener Dios la casa que merece?; ¿no será la religión un baluarte de su reino?

Pero David, mas que hijo de la fortuna, es hijo de la gracia. No es cuestión de suerte, sino de favor y predilección de Dios. Dios le ha colmado a David de sus bendiciones y no pide a cambio recompensa alguna, sino que continuará favoreciéndole "gracia sobre gracia".

David quiere levantar una casa para Dios; es lo propio del hombre "religioso", que busca, con sus ofrendas y sacrificios, tener a Dios siempre favorable. Pero Dios no se deja domesticar. No quiere templos fríos, sino templos vivos: no es el Dios del culto, sino el Dios de la vida -o su culto es la vida-: no es el Dios de la "institución", sino el Dios del éxodo. Y, a cambio, nuevas bendiciones y promesas para David. "No me construirás tú una casa, sino que yo te daré a ti una casa...". En verdad que la generosidad de Dios no tiene limites. Y David es el nuevo pueblo de Dios, eres también tú.

CARITAS
UN AMOR ASI DE GRANDE
ADVIENTO Y NAVIDAD 1990.Págs. 77


11. /2S/07/01-25

La profecía de Natán, que hoy leemos, es el punto más importante doctrinalmente de toda la historia de David y de toda la historia de la realeza, por ser el punto de partida del mesianismo. Que la variedad de las anécdotas y la violencia de las luchas no distraigan nuestra atención de aquello que realmente es lo más importante.

A diferencia de Mical, que pensaba que David perdía autoridad si se humillaba ante Yahvé, el rey, consciente de que si algo ha llegado a ser se lo debe al Señor, cree firmemente que su fuerza le vendrá de someterse plenamente a Dios y ponerse confiadamente en sus manos. David es el hombre de las corazonadas. Con el mismo entusiasmo con que se había puesto a danzar ante el arca, un día, cuando «se instaló en su casa y Yahvé le dio paz con sus enemigos de alrededor» (v 1), no sabiendo qué hacer para expresar a Dios el agradecimiento que le rebosa del corazón, toma una decisión: no puede ser que mientras él se ha hecho un palacio, more Yahvé en una tienda de campaña, la tienda en la que había hecho instalar el arca de la alianza.

Expone su propósito al profeta Natán, para consultar la voluntad divina, y Natán se entusiasma: "Anda, haz lo que tienes pensado, pues Yahvé está contigo" (3). Mas a veces confunden los profetas sus propios pensamientos con los de Dios. Aquella noche -en un sueño seguramente- llega a Natán la palabra auténtica de Dios y al día siguiente ha de anunciar a David que Yahvé no quiere que le edifique el templo proyectado. No obstante, ha agradado a Dios la generosidad del rey, y se la quiere recompensar. El oráculo lo expresa con un juego de palabras por el doble sentido de la palabra casa, que tanto quiere decir edificio como linaje o descendencia. ¿Tú me querías edificar una casa a mí? ¡Soy yo quien te la edificaré a ti! Y Dios promete a David que su realeza, a diferencia de la de Saúl, será hereditaria, y se transmitirá a sus descendientes por siempre; si obran mal, los castigará, pero su trono se mantendrá por siempre (5-16).

Este capítulo, según algún exegeta, está inspirado en la parte más antigua del salmo 89 (vv 2-5.20-38), que sería el primer testimonio de la profecía de Natán. Se trataría de un salmo, probablemente del tiempo de la crisis del comienzo del reinado de Roboán, hijo de Salomón, destinado a hacer aceptar la dinastía davídica cuando el principio hereditario no se había consolidado todavía en Israel. Se trata de una verdadera alianza, no entre iguales, sino manifestación de los grandes favores y la fidelidad de Yahvé para con David y su descendencia, que hallará su pleno cumplimiento en la realeza de Jesús, de quien el ángel anunció a María que recibiría "el trono de David, su padre", y que su reino no tendría fin (Lc 1,32-33).

H. RAGUER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 682 s.