35 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO - CICLO A
9-14

 

9.

1. La identidad de Jesús

En nuestras anteriores reflexiones consideramos la tensión permanente de este tiempo hacia un futuro que nos impulsa a crecer como individuos y como pueblo. El cristiano, comprometiéndose con la historia, hace posible la presencia del Reino de Dios, presencia que se manifiesta fundamentalmente como una liberación total del hombre.

Precisamente hoy trataremos de ahondar en ese aspecto específico del Reino: todo él se hace presencia por medio de Jesús, el Salvador.

Adviento sin Cristo es un tiempo vacío; o para ser más exactos, un tiempo que soportaría una sola tensión: la del futuro. Sin embargo, si nuestra esperanza es mirar hacia adelante, también es cierto que es reconocer que ya en el presente, aquí y ahora, algo está sucediendo, algo que cambia nuestra situación.

Adviento, sobre todo a una semana de Navidad, es colocar los ojos en Jesucristo. Pero, ¿qué significa Jesús en la historia humana?

Tal es la pregunta que el evangelista Mateo trata de responder someramente al iniciar su evangelio, relacionando a Jesús con el pasado y con el futuro, en el centro mismo de la historia. Poco importan a Mateo ciertos datos de curiosidad acerca del origen de Jesús y sus primeros años de vida; le preocupa, en cambio, encontrar el sentido último y el significado de esa presencia que había terminado por escandalizar a su propio pueblo y que entonces llamaba ya la atención del mismo imperio romano.

¿Nos interesa a nosotros responder a esa pregunta o nos contentaremos con un Jesús inofensivo, vivo en el recuerdo de nuestra cultura y tradición, recordado en los belenes, pero sin mayor significación para este momento del siglo veinte?

Una lectura superficial de los textos evangélicos puede encantarnos por ciertas anécdotas o por aquella ternura que siempre inspira un niño recién nacido o una mujer a punto de dar a luz. Pero Navidad, ¿es algo más que este dulce romanticismo? Es importante al respecto tener en cuenta lo siguiente: durante los primeros cuarenta o cincuenta años del cristianismo primitivo, el nacimiento de Jesús casi no ocupaba lugar alguno dentro de la predicación de los apóstoles, y nunca será un dato esencial en el contenido del mensaje evangélico. Sólo Lucas, y en menor grado Mateo, se ocuparán más tarde de mirar la vida de Jesús y su repercusión entre los hombres desde el nacimiento, a partir de su origen. Los relatos del nacimiento y de la infancia son como una síntesis de toda la trayectoria y misión de Jesús; más como una tesis que se desea desarrollar a lo largo del libro que como un primer capítulo de una cronología. Para entenderlo mejor: es exactamente al revés de lo que hemos hecho nosotros: miramos Navidad como un primer dato, una primera secuencia a la que se agregarían otras a lo largo de la película. No: los textos relativos al nacimiento de Jesús son mucho más que eso. Los autores evangélicos procuran ver al Cristo total, a ese Cristo que saben muerto y resucitado, anunciado a judíos y paganos, como el Cristo que se manifiesta en Belén. Era lógico pensar que Jesús había nacido como nace todo hombre, que había tenido padres y una infancia similar a la de cualquier recién nacido.

Pero en esto no se distinguía de los demás mortales. Lo que distingue fundamentalmente a un hombre de otro es su propia identidad, caracterizada no tanto por los rasgos físicos, cuanto por la manera de asumir la vida, por la forma de sentirse persona con las demás personas, por la misión que se ejerce en la historia, por la proyección que sus actos tienen en los acontecimientos que se desarrollan. Este es el planteamiento de Mateo, como también el de Lucas: descubrir la identidad de Jesucristo, su originalidad, su trascendencia en la historia.

¿Qué papel juega Jesús desde la perspectiva del Reino de Dios, que debe manifestarse como proceso liberador del hombre?

2. Jesús es el Dios-con-nosotros

Siempre es difícil hablar de Dios y siempre corremos el riesgo de terminar hablando de nosotros como si fuéramos dioses, o como si Dios fuese igual que un hombre. El Nuevo Testamento no dedica grandes reflexiones al problema de Dios, de su existencia, de su esencia o de su forma de vida. Sabe muy poco de Dios... Pero lo suficiente como para no perder el tiempo en discusiones inútiles para la existencia del hombre. Sabe lo suficiente como para que el hombre descubra en sí mismo aquella fuerza que lo debe impulsar a realizar esta gran obra que es su propia historia.

Y esto tan poco que se nos dice de Dios, esto que alimenta nuestra esperanza, es que El se ha hecho totalmente presente en Jesucristo el Salvador. La frase, como tantas otras, puede ser convencional y puede sonarnos a cosa ya sabida y repetida. Haremos, pues, el gran esfuerzo de descubrir algo más y algo nuevo en esta expresión.

Es muy cierto que la liturgia de Adviento y Navidad todos los años repite prácticamente los mismos textos, que casi los sabemos de memoria, y esto entraña una seria dificultad: la repetición de los mismos textos nos deja la impresión de cierta pobreza de ideas, como si los cristianos no supiéramos más que repetir viejas frases y viejos ritos, careciendo ahora de originalidad. Es así como Navidad pasa como una fiesta más sin repercusión histórica o social, y lo que es más triste desde cierto punto de vista, hasta sin repercusión religiosa en los mismos creyentes.

ENMANUEL: Un posible error de perspectiva de la teología ha sido el de haber acentuado el valor y significado de Jesucristo, pero aislándolo de los hombres, presentándolo como un caso excepcional y sobrehumano, un ser lleno de privilegios, desde su nacimiento hasta su muerte. Algo similar sucedió con María, su madre.

Sin embargo, leyendo atentamente los textos de hoy, particularmente los de Isaías y los de Mateo, tan íntimamente relacionados, podemos descubrir que la importancia de Jesús radica precisamente en su significado para los hombres. El es llamado Emmanuel, es decir: Dios-con-nosotros. Dios no está en Jesús para él o para otorgarle ciertos privilegios, sino para-nosotros. Jesús es la manifestación de que el Reino de Dios llega para todos los hombres, y que en todos los hombres Dios se manifiesta como liberación y salvación. Jesús, desde esta perspectiva, es, al fin y al cabo, todo hombre en quien el Reino se interna como una semilla para producir el fruto de la vida nueva.

Todo cuanto los textos digan de Jesús lo están diciendo, de una forma o de otra, de todos los hombres, cuyo prototipo es Cristo, el nuevo hombre, creado a total semejanza con Dios.

Por lo tanto, cuando se afirma que Jesús es el Emmanuel, se está afirmando algo de valor para los hombres: que no estamos solos, que la energía de Dios, la fuerza de su Espíritu, están dentro mismo de esta real y concreta historia que se está realizando. Afirmar que Jesús es el Emmanuel, fue una gran novedad en su momento, y hoy lo es en la misma medida si queremos ver todo el alcance de la expresión.

En efecto, en la antigüedad cada pueblo pretendía tener un Dios a su solo servicio. La divinidad era siempre el protector de un pequeño pueblo que con su ayuda podía imponerse a los demás. Expresado esto mismo en forma un tanto psicológica, diríamos que la ambición de poder de los pueblos se revestía con la forma de divinidad como para legitimar todas sus ambiciones. Así los mismos hebreos, nada afectos al universalismo, consideraban a Dios, a Yavé, como el Dios de los judíos, el Dios de Sión, el monte santo, desde donde resplandecería la gloria, política por cierto, del pueblo, confundida con la gloria de Dios. Por esto ellos esperaban un Mesías al servicio de su afán imperialista. Jamás podían pensar que su Dios era también el Dios de los paganos o gentiles. Era el Dios del «ghetto», del pequeño círculo de los privilegiados.

Cuando Mateo escribe su evangelio, es evidente que le da a su expresión un sentido totalmente distinto, aleccionado por cierto por la historia del cristianismo, ya abierto a los pueblos paganos. Jesús no es el judío piadoso que atrae para su pueblo el apoyo de Dios; Jesús es el hombre, cualquiera que sea su raza o nación, que ahora cuenta con el Dios de la total liberación.

Desde esta perspectiva, cobra nuevo sentido el hecho mismo de la concepción virginal de María: con ello Mateo, pretende darnos a entender, como también lo hará Juan en el prólogo de su evangelio, que Jesús es mucho más que la herencia racial del pueblo judío. Si bien era judío, por haber nacido de padres judíos, su verdadero Padre es Dios, que, al igual que hizo con Adán, crea una nueva raza de hombres donde los vínculos de la sangre poca importancia tienen. El papel poco grato que en el simbólico relato juega José es, nada más y nada menos, que la expresión parabólica de la desilusión del pueblo judío (para quien el padre otorgaba la nacionalidad al hijo) al encontrarse con un Jesús que no le pertenecía como cosa propia y exclusiva, pues con él Dios introducía la gran revolución racial de la historia: termina con Jesús el dominio de una raza sobre otra, de una cultura sobre otra, de un pueblo sobre otro. A partir de Jesús, todos adquirimos la ciudadanía humana como primera y esencial, ciudadanía que, automáticamente, nos hace reconocer una sola fuente y origen de vida: Dios.

¿Por qué afirmamos que es éste un concepto revolucionario? Porque así lo enseña la misma historia. Fueron los apóstoles y los primeros cristianos judíos los primeros reacios al Emmanuel al oponerse al ingreso indiscriminado de los paganos en la Iglesia, exigiéndoles, al contrario, la previa circuncisión. Su Jesús era un Emmanuel recortado; era, sí, Dios-con-nosotros, pero ese «nosotros» no llegaba más allá de las fronteras de Judea y Galilea.

En cambio el Emmanuel del Evangelio, como lo pondrá de relieve el mismo Mateo con el relato de los Magos que adoran al niño, es la manifestación de la presencia de Dios en todos los hombres, sin importar su origen, credo o cultura.

¿Es éste el Jesús al que nosotros veneramos hoy? ¿No hemos recortado también al Emmanuel encerrándolo en Occidente o en los círculos intelectuales o en cierta clase social? ¿No hemos hecho de la Iglesia un nuevo Israel, mirando siempre hacia dentro y cerrando las fronteras a los de fuera, considerados más bien como objetos de dominio? ¿Hemos comprendido que el gran signo de Dios, dado siglos antes al rey Acaz y dado a todos nosotros en Belén, es la contradicción a nuestro afán de tener un Dios a nuestra medida y a los solos efectos de que realice nuestros planes? Este es el cambio radical que introduce Navidad en el mundo: Dios no es el Dios de una religión, o de una raza, o de una cultura, ni siquiera de una Iglesia... Dios es el Dios de los hombres. Es el «con-nosotros» sin limitación alguna.

Esto es lo poco que nos dice de Dios el Evangelio; tan poco que aún no lo hemos comprendido, y hasta es muy posible que tardemos mucho en comprenderlo. Por eso Jesús fue rechazado por sus paisanos: era un traidor a la causa de la raza judía, un traidor a las ambiciones nacionales, un traidor al «ghetto». Y al encontrarnos nosotros hoy con el mismo texto de Mateo, ¿qué interpretación le damos? Acostumbrados a que Jesús es «nuestro» (un «nuestro» pequeño y cerrado), ¿estamos dispuestos a compartirlo con los otros? En realidad, el problema es distinto: no necesitamos querer compartirlo. Jesús es de todos... Está en todos los hombres que se abren al Reino de paz y de justicia. Más que compartirlo o llevarlo a los demás pueblos, como tan generosamente intentaron hacer los misioneros, hoy quizá debamos descubrirlo en los otros.

Ninguno de nosotros puede asumir la paternidad de Jesús... El es la novedad absoluta: llamada a descubrir el rostro de Dios en cada hombre que pasa a nuestro lado. Alguien dirá: Si esto es así, ¿para qué somos cristianos? Precisamente para esto: para luchar por esta real igualdad de los hombres; para ayudar a los hombres a descubrir la energía divina que ya está obrando en ellos. Para combatir contra todo afán de dominio de unos sobre otros. Somos los mensajeros del Emmanuel. Debemos ser los primeros en decir: "Nosotros... los hombres". Un Nosotros grande, con mayúscula, universal, sin fronteras.

¿Estamos dispuestos a aceptar a este Emmanuel...?

3. Emmanuel es el Salvador

Ya en la reflexión anterior meditamos lo suficiente como para descubrir el sentido liberador del Reino, hecho presente ahora por medio de Cristo, en su misma persona. Agreguemos algunas breves ideas más.

El niño que va a nacer debe ser llamado «Jesús», es decir, Yavé nos salva...  Ahora bien: muchas veces se nos ha dicho que Jesús nos salvó... como si en la cruz hubiese realizado solo toda la gesta salvadora del hombre. Pero considerando que Jesús es la permanente presencia de Dios en medio de los hombres y dentro de su historia, y que esa presencia siempre es liberadora, ¿no será más preciso y exacto afirmar que Jesús es el símbolo de esa salvación que día a día, año a año, siglo a siglo se va realizando en un proceso lento que incorpora el esfuerzo de todos los hombres? El concepto puede ser confuso. Expliquémoslo un poco mejor: ¿no tenemos la sensación los cristianos de que, al hablar de Jesús, solamente hablamos de Jesús como individuo que cargó sobre sus hombros todo el pecado del mundo? ¿No es más exacto descubrir en él al prototipo de un hombre que nace con él y en el cual siempre Dios se ha de manifestar como salvador? Alguien preguntará: ¿Y qué cambia con esto? Posiblemente cambie nuestra perspectiva cristiana. Ya no miraremos tanto al pasado, al Jesús de la cronología, a los hechos que él mismo realizó como individuo, cuanto al Jesús siempre presente y actuante en el hombre que ha superado las contradicciones de la raza, como asimismo otras barreras levantadas a lo largo de la historia.

Celebrar Navidad, desde esta perspectiva, es bastante más que mirar al Belén del pasado y al niño nacido hace casi dos milenios. Es descubrir que este tiempo, este real tiempo que estamos viviendo en el siglo veinte, es Navidad: es el nacimiento permanente del hombre Emmanuel, del hombre cuyo nombre original es Jesús, el que salva. El concepto no es tan nuevo ni extraño: en esta misma línea, san Pablo hablaba de la comunidad cristiana como el Cuerpo de Cristo, unido a Jesús, la cabeza, como los miembros que se integran en una nueva humanidad que ha roto las barreras que los separaban.

¿Dejaremos, entonces, de mirar a Belén y de contemplar al Jesús histórico? De ninguna forma: necesitamos verlo para encontrar allí el fundamento mismo de nuestro ser de hombres y de cristianos. Pero lo veremos sin dar las espaldas al presente o al futuro. Lo miraremos como quien mira al modelo a cuya imagen debe modelarse una nueva figura: la «nuestra», que más allá de su originalidad e individualidad, será siempre, a partir de Jesús, un hombre "Dios-con-nosotros", un hombre «Dios-nos-salva». Por esto decíamos que Jesús es el símbolo, la encarnación primera y última de nuestro proyecto de hombre y de historia. Jesús es la respuesta a la gran pregunta del tiempo-de-adviento: ¿Cuál es nuestro proyecto? Nuestro proyecto se llama Jesús. E insistimos en seguida: el Jesús total, cabeza y miembros; el hijo de María y nosotros todos los hijos de mujer.

Ahora comprendemos por qué está bien que la Iglesia nos repita cada año los mismos textos, porque ellos aluden a nuestra única y misma esencia, que debe encarnarse aquí y ahora como presencia salvadora de Dios, según las nuevas circunstancias y según la perspectiva histórica cada vez más amplia.

Está bien y es necesario que cada año nos hagamos un replanteamiento de nuestro ser de hombres que-siguen-a-Cristo. Este replanteamiento supone dos momentos: Primero: mirar a Cristo para ver quién es y cómo entendió su vida.

Segundo: mirarnos a nosotros, Cuerpo de Cristo, para ver quiénes somos y cómo hoy y aquí debemos entender y realizar nuestra vida, que, desde aquel hermoso día del Belén de Judá, es vida que expresa y realiza la obra del Dios-con-nosotros, del Dios-que-nos-salva. Navidad es, entonces, el nacimiento de Jesús y es nuestro nacimiento como cristianos, como personas que entendemos la vida como la entendió Jesús.

Navidad es mirar la historia desde el ángulo de Dios: como la irrupción del Reino en un presente continuo hacia un futuro cada vez más maduro, más pleno de humanidad y de dignidad.

Navidad es afirmarnos en nuestro origen histórico, en nuestra raíz, en el fundamento de nuestra tradición, para que el árbol no se detenga en el crecimiento. Ahondar en la raíz es fortalecer el tronco y es proyectarse hacia la copa y los frutos.

Pero también Navidad es sentir la paradoja: a pesar de los dos milenios desde el nacimiento de Jesús, el Hombre Nuevo, sentimos la sensación de que todavía no ha nacido del todo, todavía el niño está por llegar; aún el pecado sigue clavado en nuestra realidad como una fuerza que intenta quebrar la dirección trascendente del hombre y de la historia. Celebrar Navidad es alegrarnos por el hoy de la salvación; pero también, y en la misma medida, comprometernos con el mañana de una salvación más plena y universal.

En síntesis: cada año se nos anuncia como un hecho actual el anuncio de Isaías que en su momento Mateo actualizó: Dios está con nosotros como salvador... Hoy se nos ha anunciado el texto de Mateo: hoy debemos actualizarlo. Hoy se nos dice que el Espíritu está obrando en el seno de la humanidad como en su hora obró en el de María.

Hoy ese mismo Espíritu, viento impetuoso de Dios, quiere dar a luz al hombre-Jesús, a la humanidad sobre la cual nadie tiene el derecho de ejercer la "paternidad"... Nuestro padre es el Espíritu de la libertad.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A. 1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 82 ss.


10.

Este texto evangélico es la respuesta al interrogante que surge al final de la genealogía de Jesús (Mt 1,1-17), al privar a José de la paternidad carnal de Jesús. ¿Cuál es el origen de Jesús?

El Mesías nace por una intervención directa de Dios en la historia humana. Jesús no es un hombre cualquiera. Su nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo, hace aparecer la acción divina como una segunda creación, que supera a la primera. En la primera, el Espíritu actuaba sobre el mundo; ahora, en Jesús, lleva a la plenitud la creación del hombre. A esta plenitud no se llega por un mero desarrollo o evolución del hombre: podrían ser más los que llegaran a ella y ser Hijos de Dios. A esta plenitud únicamente puede llegarse mediante una intervención del mismo Dios. Y sólo se da en Jesús; sólo El es el Hijo.

Jesús es mucho más que la herencia racial de un pueblo. Aunque era judío por serlo sus padres, su verdadero padre es Dios.

Con El nace una nueva raza de hombres, en la que los vínculos de la sangre tienen poca importancia, termina el dominio de una raza sobre otra, de una cultura o pueblo sobre los demás. A partir de Jesús, todos adquirimos la ciudadanía humana como primera y esencial, cuyo único origen es Dios.

Las ilusiones del hombre de fe no son una comedia o una fantasía. Las de los cristianos parten de un hombre -Jesús de Nazaret-, que nació y vivió en Palestina, que murió y resucitó y que llegó a la plenitud humana; que hizo realidad en su vida esas aspiraciones de plenitud y eternidad que llevamos todos los hombres en lo más profundo de nuestro corazón. Jesús, su Persona, es el punto de referencia de nuestra fe, de nuestro quehacer, del camino que hemos de recorrer si queremos vivir como cristianos y hombres verdaderos.

Aunque tengamos este punto de referencia en Jesús, nuestra fe está de algún modo en el vacío: creemos porque tiene profunda relación con nuestra vida, porque queremos creer, porque sentimos esta fe dentro de nosotros. Pero no tenemos ninguna demostración palpable de lo que creemos. Por eso nuestra fe es también una esperanza.

1. El desconcierto de un hombre justo

La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel. Sólo al final se nombra, como de pasada, a Jesús. De José sabemos muy poco, ya que incluso lo que el evangelio de Mateo nos cuenta con cierto detalle hemos de interpretarlo como un intento de la primera comunidad cristiana por transmitir el misterio de la irrupción de Dios en la historia humana. De hecho, lo que se nos dice es simplemente que un hombre llamado José, de profesión artesano, aunque fuera descendiente del rey David, con domicilio en un pequeño pueblo de Galilea, casado con una mujer tan sencilla como él, por nombre María, era considerado como el padre de aquel joven judío, llamado Jesús, que se presentaba con la extraña pretensión de ser el Mesías de Dios esperado.

La figura de José ha ido clarificándose con el paso de los años. Del hombre viejo, con barbas largas, protector de María más que esposo, se va pasando a un hombre joven, de una edad parecida a la de su esposa, como corresponde normalmente a un matrimonio. Aunque los evangelistas nos dicen muy pocas cosas de él, sí son suficientes para comprender la grandeza de su vocación y su fidelidad a ella en el silencio.

En José y María se vislumbra un misterio profundo: son dos jóvenes desposados que no consuman su matrimonio. De otra forma, María no sería virgen. Ya señalé en páginas anteriores que este matrimonio excepcional es signo del reino de Dios.

Mateo afirma el hecho de la concepción extraordinaria y misteriosa de Jesús. El misterio se comunica, se experimenta, se cree, pero no se explica. María estaba ya desposada con José, pero aún no cohabitaban: les faltaba la ceremonia de la boda. La fidelidad que se debían los desposados era la misma de personas casadas, de modo que la infidelidad se consideraba adulterio. La ley judía no consideraba pecado serio la relación sexual habida entre los desposados en el tiempo intermedio hasta la boda. Más aún, en caso de que naciese un hijo en ese tiempo intermedio, era considerado por la ley como hijo legítimo.

El Padre de Jesús es el Espíritu Santo. Su concepción y nacimiento no son casuales; tienen lugar por voluntad y obra de Dios. Así expresa el evangelista la elección de Jesús para su misión mesiánica y la novedad absoluta que supone este nacimiento en la historia humana.

La figura de José se presenta en primer plano. Todo se contempla desde la posición que él ocupa. Su desconcierto es natural: el estado de María es incomprensible. José es "bueno", es prototipo del israelita fiel a los mandamientos de Dios, que cree en los anuncios proféticos y espera su cumplimiento. Es "justo", palabra que expresa la mayor alabanza bíblica de una persona: justo es el que busca a Dios y adecúa su vida a la voluntad divina, el que cumple la ley con todo su corazón y con intensa alegría, el hombre prudente y bondadoso en cuya vida se han unido de un modo singular la propia madurez humana y la experiencia de Dios, la figura ideal en quien Dios se complace, el que acepta el plan de Dios incluso cuando desconcierta el propio. José manifiesta su fidelidad a Dios queriendo cumplir la ley, que lo obligaba a repudiar a María, a la que todos los indicios hacían culpable de adulterio; a la vez, su amor y su fe en ella le impedían difamarla y creer tal cosa. De ahí su decisión de "repudiarla en secreto" y no exponerla a la vergüenza pública. Pero estando desposado con María no podía romper el compromiso sin un repudio legal -público-; por lo que es difícil comprender que le fuera posible hacerlo en secreto. Situación difícil y dolorosa de la que no sale sino por intervención de Dios, al que vive abierto.

En María ocurre algo que no entiende. Reflexionando en las profecías del Antiguo Testamento y rezando, intuye un misterio en María y tiene miedo de entrar en él, porque ve la mano de Dios demasiado cerca. Y eso es muy peligroso, porque Dios cuanto más próximo está pide más para poder dar más. Es la poda a los sarmientos de la vid que están dando fruto para que den más fruto (Jn 15,2).

No se decide a tomar a María como esposa. Instintivamente quiere volverse atrás, para bien de María y suyo propio. También puede ser que no se encontrara digno de seguir adelante, o no viera el papel que le correspondía a él en todo aquello. No tuvo que ser fácil encontrar solución. ¿Cómo aplicar, sin más, a María el nacimiento virginal del Mesías, por obra del Espíritu Santo, indicado en el Antiguo Testamento?

Pienso que la duda sobre la fidelidad o no de María se desvanecería pronto. De otra forma su amor no estaría a la altura requerida en un hombre justo. Además, es difícil pensar que María no le hubiera dicho nada.

Cuando Dios se acerca a una persona, la desconcierta. Entrar en el Misterio es dejar de tener en nuestras manos las riendas de nuestra pequeña vida y de nuestro mundo familiar y social; es aceptar que "el Otro" nos envuelva y nos guíe.

Dios se nos manifiesta siempre por caminos inauditos. Es indomesticable: Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes.(Is 55,8-9)

Dejar entrar a Dios en nuestras vidas significa exponernos a constantes sobresaltos, a tener que renunciar a nuestras seguridades y abrirnos a la esperanza, a dejar nuestras míseras pero palpables riquezas, a dejarnos a merced del Padre, a prescindir de nuestra voluntad personal y de nuestras propias ideas y planes de futuro. Curiosamente, la religión se ha vivido -y se vive en gran parte- como un seguro que nos permite dominar lo imprevisto.

Tendría que ser lo contrario: Dios es aquel que rompe nuestros planes y nuestras defensas. José había hecho sus planes, como cualquier joven. Había elegido esposa, y ve con evidencia que sus planes de matrimonio han sido desbaratados. Se imaginaba seguir caminos de justicia y amor; sin ambiciones mundanas -por ser hombre justo-, trabaja y ama, desea formar una familia en el temor de Dios y en la práctica de la ley..., y de pronto...

2. Dios habla en la oración silenciosa

Interviene "un ángel del Señor" que le aclara lo que está ocurriendo y le prepara para introducirle en el misterio, en la vocación que Dios le tiene preparada. Y José, que encarna al "resto de Israel", es dócil a sus palabras; comprende que la espera ha llegado a su término: se va a cumplir lo anunciado por los profetas.

El ángel se le aparece a José siempre en sueños. Es un modo de indicarnos el evangelista que no quiere subrayar su realidad. Las apariciones de ángeles en sueños son un modo de presentar las propias reflexiones y decisiones sobre los acontecimientos de nuestra vida. ¿No hemos sentido miedo alguna vez ante una de esas irrupciones de Dios en nuestra vida? ¿O es que no tenemos el silencio suficiente y la oración necesaria para escuchar sus susurros? Porque todos tenemos, lo mismo que José, una vocación, una llamada a realizar algo concreto en nuestra vida. Algo que si nosotros no hacemos quedará sin hacer. Quizá en el mundo haya más problemas de la cuenta debido a la cantidad enorme de personas que se desentienden de su quehacer.

El ángel le llama "hijo de David". El derecho a la realeza le viene a Jesús por la línea del rey David. José no debe temer llevarse a su casa a María, acogerla como su mujer, porque en ella ha tenido lugar un milagro de Dios. Con profunda delicadeza y respeto se indica el misterio. Sólo se nombra un hecho que puede servir de explicación: la actuación del Espíritu Santo. Es el Espíritu que guía a los profetas y a los santos, pero también es el Espíritu que actúa en el silencio y sin ruido.

Jesús "viene del Espíritu Santo"; lo envía Dios, su Padre y nuestro Padre, con una misión muy concreta, que solamente El puede realizar: traernos toda la palabra de Dios, el punto de vista de Dios sobre el hombre y sobre el mundo.

Según la interpretación más tradicional, la misión del ángel no tiene como objeto principal anunciar a José la concepción virginal, que éste ya sabría por María, y que era el motivo por el que pensaba permanecer en la sombra, sino el de disiparle las dudas que pudiera tener y aclararle su papel en todo aquello: imponer el nombre al Niño y asumir su paternidad legal. Conocida su misión en aquel matrimonio, cesa su turbación o desconcierto.

3. Su misión se va aclarando

"Tú le pondrás por nombre Jesús". El nombre revela su misión: "Salvará a su pueblo de los pecados". El nombre se imponía en la ceremonia de la circuncisión, que incorporaba al niño al pueblo de la alianza.

La palabra "pecado" designa todo aquello de lo que debe ser liberado el hombre y la humanidad: opresión, egoísmo, odio, explotación, guerra... Esta palabra expresa la total oposición a lo que es y quiere Dios para el hombre. Significa toda forma de mal que esclaviza al género humano de todas las épocas y lugares.

PERDON/P:Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la expresión "perdón de los pecados" no significa el perdón de una falta concreta, sino que es el resumen de toda la acción salvadora de Dios. Quiere decir que, con la aparición de Jesús, ha sido superada la separación entre Dios y el hombre; que, imitando a Jesús, el hombre puede ser verdaderamente hombre. Jesús es el "Dios-con-nosotros" para nuestra salvación. Decir Jesús o Salvador es exactamente lo mismo.

Jesús va a salvar no del yugo de los enemigos o del poder extranjero -como creían los que esperaban un mesías político-, sino "de los pecados", de un pasado de injusticia. "Salvar" significa hacer pasar de un estado de mal a otro de bien. El mal del pueblo está principalmente en "sus pecados", en la injusticia radical de la sociedad, a la que todos contribuimos. Salvar del pecado incluye salvar de todo lo que nos oprime e impide llegar a ser en plenitud la imagen y semejanza de Dios, que es nuestra principal vocación y destino.

Con Jesús, Dios se acerca al hombre, le visita, le habla, le escucha. No es un Dios lejano, tremendo, aislado en su poder, como lo representan la mayoría de las religiones. Es un Dios familiar, sencillo, pobre. Es "nuestro" Dios.

La mayoría de las religiones primitivas situaban a Dios lejos de la vida humana, casi despreocupado de los hombres, que utilizaba intermediarios para comunicarse con ellos en determinados lugares y tiempos. Un Dios terrible al que había que aplacar frecuentemente para evitar sus castigos.

El Dios cristiano no está lejos ni ausente: es un Dios humano, el "Dios-con-nosotros", que se ha dado a conocer en un Niño, en un Hombre crucificado y resucitado. Un Dios para todos los hombres, que nos invita a vivir como hermanos. No es el Dios de una religión, o de una raza, o de una cultura, o de una Iglesia...

Es el Dios de los hombres, de todos sin limitación. Jesús no viene a recibir honores, a triunfar. Quiere sacarnos de una vida rutinaria, torcida, vacía, llena de sombras, sin futuro. Viene para que aprendamos a ser hombres auténticos, para que crezcamos día a día y nos transformemos en hombres nuevos.

Viene para que descubramos que solamente seremos hombres verdaderos cuando lo sean también todos los demás.

El evangelista comenta el hecho y lo considera cumplimiento de una profecía (Is 7,14). Mientras por un lado el nacimiento de Jesús es un nuevo punto de partida en la historia, por otro es el punto de llegada de un largo y atormentado proceso. Con el término "Emmanuel" da la clave para interpretar la obra de Jesús.

No es éste un mero enviado divino en paralelo con los del Antiguo Testamento. Representa una novedad radical. El que nace sin padre humano, sin modelo humano al que ajustarse, es el que puede ser, y de hecho va a ser, la presencia de Dios en la tierra, y por eso será el Salvador.

Jesús ha nacido del Espíritu, de lo alto (Jn 3,13). Viene de David, pero a través de una línea de elección que supera la sangre.

Cuando decimos que Jesús es el Emmanuel, estamos afirmando algo muy importante: que no estamos solos, que la fuerza del Espíritu de Dios está dentro de cada hombre y de la historia, empujándola hacia adelante.

Jesús es la realidad, la encarnación primera y última de nuestro proyecto de hombre y de historia. Es la respuesta a la gran pregunta: ¿qué es ser hombre y humanidad? Nuestro proyecto humano se llama Jesús; el de la humanidad: Cristo total, místico: El y todos los hombres viviendo sus mismos ideales.

4. Cuando el amor es verdadero

José se lleva a María como esposa. Sus planes se deshacen. Su fe se traduce en fidelidad. Realiza lo que el "ángel" le había mandado. Acoge con confianza la llamada de Dios y empieza a seguir con generosidad los caminos que Dios le señala. Acepta la misión que Dios le da y la cumple sin ruido. No se pierde en discursos y palabras. Habla el lenguaje que mejor conoce, el que en definitiva importa: el lenguaje de los hechos. Su grandeza está en esta vida anónima y entregada, de trabajo y preocupación por la familia; una vida vivida como respuesta fiel y generosa a la llamada de Dios.

Aceptó a María, convencido de que lo concebido en ella no podía ser fruto de un engaño. Amaba a María por encima de toda sospecha de infidelidad. Y llegó a creer lo increíble. Las Escrituras se le irían aclarando poco a poco. Llevó a la práctica lo que más tarde escribiría san Pablo a los cristianos de Corinto sobre la hondura del verdadero amor:

"El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin limites, cree sin limites, espera sin limites, aguanta sin limites. El amor no pasa nunca. ( I Cor 13,4-8)

5. Jesús, vida humana hasta el fondo "Dio a luz un hijo; y él le puso por nombre Jesús". Dios está con nosotros en Jesucristo. Nunca más estaremos solos ni perdidos, lanzados a una existencia sin sentido. El aislamiento se ha roto: la familia humana es familia de Dios.

El Niño de Belén desarrollará su personalidad, como todos nosotros, con el paso de los años. Y el Espíritu, que está en sus orígenes, le llevará a la resurrección. Entonces el hijo de David será Hijo de Dios en plenitud. La venida de Jesús al mundo es una gran noticia para todo el pueblo. Por fin, los ciegos podrán ver, los sordos oír, los mudos hablar, los inválidos andar y los pobres abrirse a la esperanza de un futuro mejor (Lc 4,18-21).

Este Niño marcará con su vida, con su palabra, con su amor, nuestro mundo con algo que nunca más va a borrarse. Abrirá un camino para que todo aquel que quiera seguirlo llegue a vivir en plenitud el ser hombre. Porque El, Jesús, vivirá la vida humana hasta el fondo, del modo más verdadero y lleno que se puede vivir. De una profundidad como sólo la puede vivir Dios; como sólo podría enseñarnos a vivirla el propio Dios.

Dios está con nosotros, Dios se injerta en la historia humana para salvar, para llevar a su cumplimiento lo que el hombre anhela en lo más profundo de su corazón. Esta realidad lo transforma todo; ya puede ser posible lo que humanamente parece irrealizable: la fraternidad universal. Por medio de sus padres, Jesús ha recibido toda la fe acumulada por generaciones de creyentes en Israel. Lo han llevado a la búsqueda incesante del Dios de las promesas, viviéndola ellos mismos. Todos sabemos que, normalmente, el hijo aprende lo que la familia vive, que la paternidad es algo más importante que un mero hecho físico: es contagiar día a día, en la convivencia cotidiana, lo que se valora, lo que se vive. Los padres de Jesús son un buen ejemplo para todos los que tienen vocación de fecundidad.

Todo es radicalmente nuevo cuando el Hijo de Dios toma carne humana. Puede comenzar ya la Historia de la Salvación.

6. José, patrono de la Iglesia universal

José confió en la palabra de Dios; aceptó el riesgo que supone siempre la fe, sin verlo todo claro de una vez, asumiendo con coraje las dificultades y las oscuridades del camino que emprendía. Su confianza, su disponibilidad, su actitud de dejarse guiar por Dios, lo convierte en modelo para nosotros.

Ante Jesús, los hombres llenos de sí mismos, demasiado confiados en sus posturas, en sus tradiciones, en su religiosidad..., se vuelven de espaldas. Los hombres de corazón sencillo, abierto, disponible, pobre..., lo acogieron. El ejemplo de José es una invitación para todos nosotros ¿por qué no escuchar las llamadas a romper las seguridades ficticias que nos rodean y abrirnos a lo desconocido? Abrirnos al otro -inesperado, desconcertante, quizá molesto- es abrirnos a Dios. Dios se aproxima a nosotros y nos invita a entrar en comunión con El. Dios ha dado ya su paso. El encuentro ya es posible, a condición de que nosotros demos también el nuestro. Sin nuestra colaboración no será posible el encuentro.

Todos estamos invitados a vivir en plenitud. Todos tenemos que cumplir en la vida una misión irreemplazable, misión que quedará sin hacer si nos evadimos. Todos necesitamos saber descubrir en nuestro trabajo y en nuestro ambiente familiar y comunitario las llamadas que Dios nos dirige a asumir nuestras responsabilidades y nuestros compromisos. Para ello necesitamos un corazón generoso que nos lance con decisión a hacer de nuestra vida una respuesta fiel y generosa a la llamada de Dios.

En José tenemos el modelo del cristianismo -de Iglesia- que se perfila, de pasar inadvertido, de la fidelidad a las cosas de cada día, de cada momento. Fue un hombre anónimo al servicio de los demás. Permanece oculto y desaparece pronto de la vida de Jesús; siempre es presentado con relación a otra persona: esposo de María o padre legal de Jesús. Su vida es un constante servicio.

Esta actitud de servicio tiene que nacer de su gran capacidad de amor. José es un hombre que sabe amar, que se embarca en un matrimonio único, incomprensible para los hombres. Es un creyente que se mantiene en su fe a pesar de pasarlo mal y de correr grandes riesgos.

Caminamos hacia una Iglesia anónima. No acabamos de saber si es porque nos estamos convirtiendo al evangelio o porque nos lo impone el estilo de nuestra sociedad, cada vez más secularizada.

Ha nacido un estilo de comunidad cristiana sin poder. sin prestigio, sin maridajes. No la sostiene el poder de la institución eclesial -más bien le es contrario-, ni el dinero..., sino la fuerza y la fe que engendran la comunión fraternal entre sus miembros. Caminamos hacia un tipo de cristiano anónimo. Tenemos que superar ese cristianismo triunfalista tan extendido. Nadie tiene derecho a "exhibir" su fe, y menos a provocar con ella, aunque siempre debamos dar humilde testimonio de nuestras creencias a través de las obras.

Nos deben reconocer cristianos por el estilo de nuestra vida de servicio y de fidelidad. Nuestro proyecto es ser hombres como los demás, trabajando por realizar el plan de Dios en el mundo. Tenemos que saber reconocer que llegar a ser hombres sin tocar la trompeta es deseo de Dios, y lo mismo cristianos. No hacen falta ni rótulos católicos, ni colegios católicos, ni partidos ni sindicatos católicos. ni nuncios... para vivir la fe y dar testimonio. Más bien estorban, sobre todo si tenemos en cuenta que son títulos que acapara la burguesía.

El Hijo de Dios, a quien José cuidó, no fue un Mesías fulgurante y triunfador, sino un fracasado, reducido al anonimato y ajusticiado. Jesús de Nazaret es hijo del pueblo, y hoy -después de casi dos mil años- es en el pueblo donde tenemos que buscarlo. Un pueblo que sigue oprimido, perseguido, torturado, amordazado, alienado con los medios de comunicación y de propaganda, asesinado. Compartir la suerte de este pueblo es la misión irrenunciable de la Iglesia de Jesús, de la que José de Nazaret es el patrono universal. Una Iglesia en la que actualmente podríamos distinguir tres posturas: Una parte está con el pueblo, lucha junto a él, porque es pueblo, y es perseguida. El ejemplo más luminoso es gran parte de la Iglesia latinoamericana. Hay que callar su voz porque es la voz de la justicia y de la libertad, la voz de la esperanza para los pobres... Una voz que hay que silenciar como sea, porque denuncia muchas injusticias y opresiones. En esta Iglesia del pueblo deben estar las comunidades cristianas si no quieren traicionar el evangelio.

Otra gran parte de ¿Iglesia? se siente más a gusto en la seguridad. Marchando del brazo de los poderosos sabe que no hay problemas. Es la Iglesia pasiva ante el dolor, la del silencio cómplice, la que en la práctica está de acuerdo y acepta la situación de explotación.

Otra parte de la Iglesia intenta "ayudar", pero en el fondo actúa como tranquilizante de las gentes. No libera ni lucha por el desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre. En vez de trabajar por arrancar de raíz la opresión, contribuye a tranquilizar las conciencias de los que se enriquecen a costa de los pueblos. Ha cambiado únicamente el lenguaje, las celebraciones litúrgicas.

Los dos últimos grupos en el fondo están muy relacionados y llevan a lo mismo. ¿Qué adelantamos con hablar si los hechos son contrarios? Pero es -si cabe- más peligrosa la última, porque engaña al que no ahonda en sus planteamientos. La reforma del Concilio se ha quedado en una reforma superficial de hacer cosas, de entretener, de adormecer conciencias.

Concretar dónde se encuentran estos tipos de Iglesia no creo sea difícil. Que cada uno saque las conclusiones. Y si duda, que se ponga a defender de verdad al pueblo y tendrá pronto la respuesta: es muy probable que lo "jubilen" antes de tiempo si es sacerdote. Hay que trabajar por construir la Iglesia del pueblo, de los explotados, de los que creen y esperan en la liberación desde la pobreza del evangelio. Una Iglesia que trabaje cada vez más con el pueblo pobre y haga tomar conciencia a todos de lo que les aplasta. Una Iglesia organizada en comunidades del pueblo y que vivirá en conflicto en la medida que intente llevar adelante la palabra de Dios. Una Iglesia que levante su voz de denuncia de las injusticias unánime y públicamente. Que condene las torturas, los negocios de armas, los encarcelamientos, las desapariciones y todas las formas de matar al pueblo. Una Iglesia que trabaje por la justicia en la solidaridad con todos los explotados y que colabore con todos los que persigan el mismo fin, aunque sus puntos de partida sean distintos. Esta tarea es aún más acuciante en Europa y en los Estados Unidos que en Latinoamérica, porque la opresión que sufren estos últimos países se engendra en los primeros.

¿Será todo esto un sueño? Confío en que no. Es lucha diaria para llevar a lo concreto de cada situación la palabra de Dios y confianza en que con ella podemos liberar al mundo. Es hora de definirnos, de optar. La verdadera solidaridad no consiste sólo en estar informado. La Iglesia no vive para sí misma, sino para el pueblo, para los hombres. La Iglesia cerrada en sí misma no tiene sentido. La Iglesia sólo puede ser construida a partir de los que necesitan y quieren ser liberados.

No es la Iglesia unida a los poderes la que puede salvar. Cerrada sobre sí y con la confortable tranquilidad que le garantiza el estar al lado del poder, no arriesgará su posición adquirida por la liberación de los explotados.

Es la Iglesia pobre, la de Jesús y la del pueblo, fundada en la comunión de todos los creyentes en Cristo, la que, trabajando realmente y en lo concreto de la historia, podrá salvar al hombre.

Esta es la Iglesia que queremos las comunidades cristianas. Esta es la Iglesia que comenzó a ser realidad en una casita humilde de Nazaret. Realizar esta Iglesia es misión de cada creyente, de cada comunidad.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 69-81


11.

-La Virgen de la Esperanza: Por una feliz coincidencia celebramos hoy también la fiesta de la Virgen de la esperanza, a la que el pueblo le ha dado el nombre castizo de María de la O, aludiendo a las antífonas del breviario que en estos últimos días de adviento comienzan con dicha exclamación. Por lo demás, las lecturas de este domingo están llenas de textos referentes a María, la madre del Emmanuel. La Virgen María es la figura más representativa del adviento, mucho más que el gran profeta Isaías o Juan Bautista que ha sido llamado el Precursor. Todas las esperanzas de Israel y todas las promesas de Dios fueron a parar a las entrañas de esta muchacha de Nazaret y en ella se cumplieron todas las palabras al hacerse carne la Palabra de Dios. María, la Virgen de la Esperanza, es la figura más hermosa de la Iglesia en la que continúa el misterio de la encarnación y de la expectación del parto hasta que llegue la venida del Señor.

Esta festividad nos trae muchas enseñanzas y está cargada de significado. Pero hay una que vamos a destacar, y es que Dios salva a los hombres contando únicamente con una mujer hija del pueblo, con una muchacha que sólo puede ofrecer una gran disponibilidad. -José, el varón justo:

María concibe un hijo sin obra de varón, sin arte ni parte de José, que era su esposo. Y dice el evangelista Mateo que José no quiso denunciar a su esposa y prefirió dejarla en secreto. José no podía comprender lo que veía con sus propios ojos, pero tampoco podía dudar de la honestidad de su esposa y mucho menos condenarla. La conocía bien, la amaba. José era un hombre justo; es decir, un hombre que no sospecha de todos y de todo, que no juzga lo que no comprende en los demás, que respeta, que deja vivir y no se mete en lo que no le llaman. Por eso se retira en silencio y da lugar al misterio, no interviene y aguarda hasta que sea llamado.

-A veces la vida nace al margen de la ley: José era el cabeza de familia, en cierto modo la autoridad de la casa; María, en cambio, ocupaba el lugar que el pueblo sencillo ocupa siempre en la sociedad. y sucedió allí lo que sucede aquí tantas veces: que la esperanza trabaja sin que la autoridad se entere, que la promesa discurre al margen de la ley, que la vida se engendra en las entrañas del pueblo y nace el Deseado por pura gracia de Dios y sin obra de varón. Lo cual vale también para la iglesia de todos los tiempos, cuyo prototipo es la Virgen de la Esperanza, y en la que el espíritu nos sorprende actuando en medio de los humildes y a veces en contra de los planes de la propia jerarquía.

-La autoridad y la ley deben estar al servicio de la vida: Los que tienen autoridad parece que están convencidos de que ellos son los artífices de la salvación del pueblo. Se resisten a aceptar lo que nace en la base sin su iniciativa. Con lo cual siguen muchas veces el ejemplo de Herodes, en vez de seguir el ejemplo de José. Ahogan la esperanza en vez de secundarla. Ocurre también que se apropian los hijos que no han parido ni engendrado y capitalizan -¡qué palabra tan horrible!- la esperanza que trabaja en las entrañas del pueblo. Todo esto lleva a una desnaturalización, a una tergiversación de esta esperanza.

José, el hombre justo, se comporta de muy distinta manera. Primero respeta lo que no comprende y después protege la vida que ha nacido en María sin su cooperación. Después da nombre al hijo de su esposa, no el que a él le apetece, sino que le llama Jesús, como le había sido revelado. José se pone enteramente al servicio de la salvación que Dios opera en María.

El servicio de la autoridad y de la ley respecto a lo que nace en el pueblo sin su ayuda es semejante al de José respecto al hijo de María: ponerse a su servicio, darle nombre, legalizarlo, pero nunca apropiarse de lo que no es obra suya ni desnaturalizado. No llamarlo, por ejemplo, "Dios está conmigo" sino "Emmanuel", que significa "Dios está con nosotros" en medio de todo el pueblo, o Jesús, que significa "Dios salva".

EUCARISTÍA 1977/60


12.

-PONER NOMBRE AL QUE NO TIENE NOMBRE Cualquiera que acomete la tarea de profundizar en el conocimiento de la Biblia descubre la importancia de la "teología del nombre". Saber el nombre de alguien, pronunciarlo, dan al que lo hace un cierto predominio sobre la persona nombrada. Por eso Dios no tiene nombre: "Yo soy el que soy" (YHWH): "Yo soy me envía".

Ahora las cosas han cambiado tanto que un mortal le va a poner nombre al innombrable, a Dios: "le pondrás por nombre Emmanuel". José se ve comprometido en esta tarea y le da miedo. Es algo nuevo, inaudito, inconcebible, totalmente opuesto a sus convicciones religiosas, a sus ideas, a sus principios. Y se asusta. Y decide poner tierra por medio, al amparo del recurso legal del repudio, entre Dios y él. No se siente digno de vivir bajo el mismo techo que aquella mujer en la que Dios ha obrado maravillas.

En un primer momento sus creencias religiosas le llevan a apartarse de una acción de Dios que le resulta incomprensible.

-JOSÉ SE ABRE A DIOS

Pero José es verdaderamente un hombre de Dios. Por eso, cuando Dios le ayuda a superar su miedo religioso, su conciencia de indignidad y pequeñez, José se abre a Dios, acepta su plan y hace lo que Dios le había mandado.

Así, en este último domingo de adviento, José se nos convierte en modelo de creyente. Cualquier hombre con sensibilidad religiosa tiene que recorrer el mismo camino que ha recorrido José: el camino del temor y la confianza.

-TEMOR A DIOS

Hasta que Jesús nos revela el rostro paternal de Dios (o hasta que cada creyente llega a tener la experiencia personal de un Dios Padre), es lógico sentir temor ante Dios. El Otro, el Creador, el Todopoderoso, el Señor, el Dador de vida... es demasiado para el ser humano. Sentir temor es la actitud primera, natural, espontánea. Las religiones formularán y vertebrarán este temor y esta distancia entre Dios y el hombre de mil maneras (v. gr., Dios sin nombre). Pero Dios tiene otros planes al respecto. Y el hombre va a tener que aprender la lección a contrapelo, incluso, de sus convicciones religiosas.

-Y CONFIANZA EN EL

Si Dios le tiende la mano al hombre, el hombre tendrá que terminar por tenderle a Dios la suya. Y darse un fuerte apretón. Un abrazo, como el padre y el hijo de la parábola. La confianza no va a surgir por un ejercicio de comprensión. Para el hombre siempre será un Misterio este empeño divino de proximidad, de cercanía, más aún: de Encarnación. La lógica siempre se quedará corta ante el Misterio que se hace carne y hueso. Siempre habrá un rincón para el temor y el temblor, aunque la confianza lo harán cada vez más pequeño. Pero nunca desaparecerá. ¿O sí?

-NO TOMARAS EL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS EN VANO

Mirando alrededor, viendo todo lo que los hombres hemos preparado para celebrar la ya cercana Navidad, ¿qué pensar de nuestra actitud ante tal acontecimiento? ¿Queda espacio para la admiración? ¿O la hemos domesticado? Las expresiones de alegría son fabulosas: ¿qué esperamos?, ¿qué o quien viene? Para muchos viene la fiesta, la cena, los regalos, las vacaciones extras, el aumento de ventas: turrones, juguetes, comidas, regalos... ¿Y el Niño? Para la mayoría, una tierna figura de barro (o quizá de marfil, que aún hay clases). Y todo esto, más un árbol, unas guirnaldas y adornos varios, ¿a quién le va a producir temor, o admiración, o confianza? Hemos tomado el Nacimiento de Dios en vano; lo hemos convertido en excusa para una cena familiar (algo es algo) o para consumir (¡). El último domingo de adviento nos ofrece, todavía, la posibilidad de prepararnos a la Navidad: ¡aún estamos a tiempo!, ¡todavía no es tarde!

Aún podemos pararnos a pensar:

-que el misterio de Dios irrumpe en la historia humano;

-que es un acontecimiento que debe conmocionarnos;

-que si, al tomar conciencia de lo que es la Natividad, nos sentimos sobrecogidos, es perfectamente lógico y natural;

-que Dios viene a poner su casa entre nosotros para traernos la Buena Noticia;

-que bien podemos confiar en El;

-que, por fin, si descubrimos en todo esto el amor que El nos tiene, bien podemos empezar a "respirar tranquilos", a confiar aunque no acabemos de entender, a sentir que nuestra vida y nuestra historia ya no son lo mismo, porque la humanidad ya no camina sola.

-¡GRACIAS, JOSÉ!

Gracias a José porque él aceptó el desafío y le puso nombre a Dios. Ahora Dios es uno con nosotros, uno entre nosotros, uno de nosotros. Dios ha entrado en la historia. Dios sigue queriendo entrar en la historia. La historia y los hombres necesitamos que Dios siga teniendo nombre propio.

Algunos de esos nombres propios nos lo enseñó el mismo Jesús: pobre, enfermo, discípulo, comunidad, marginado, Eucaristía... Hay variedad; incluso diversidad. Hay que revitalizar todos esos nombres. Quizá también encontrarle nuevos: liberación, tercer mundo, paro, mártires... Dios no se agota. Sus nombres -para seguir presente y actual entre nosotros- tampoco. Adviento también puede ser ocasión para ejercer la creatividad en este terreno.

UNA NUEVA NAVIDAD

Pedir una nueva Navidad no es nada original. Pero es de primera necesidad. ¿En qué porcentaje tendríamos que tirar a la basura nuestra navidad tópica y típica? ¿Qué pueden -y deben- hacer nuestras comunidades para librarse de esta comedia que nos preparamos a celebrar? ¿Qué podemos hacer para recorrer juntos el camino de temor, confianza y admiración que recorrió José? Quizá estemos tan al principio del camino que nos bastase con un minuto, sesenta simples segundos de silencio empleados en contestarnos a esta pregunta: ¿Para qué nos hemos preparado durante estas cuatro semanas del Adviento 1992? ¿Servirían igual otras variaciones como ¿qué es Navidad?, ¿qué voy a celebrar?, ¿cuántas veces en mi vida me ha parado a pensar el significado de esta frase que me sé de memoria: "Dios se hace hombre"?).

L. GRACIETA
DABAR 1992/04


13.

MARÍA Y JOSÉ

Hoy la imagen de María, -y también la fe de José- tendrían que presentarse especialmente a los fieles: iluminadas, con flores... Son los dos protagonistas "humanos" de la gran esperanza: el ejemplo de su fe nos ayuda también a nosotros a acoger a Jesús. José tiene fe y cree sin pedir signos, en contraposición a Acaz. María es la joven virgen que da a luz al Hijo que tiene todo el poder de Dios: es "Dios-con-nosotros", el que lleva a término la voluntad de salvación de Dios.

Con todo no hay que caer en la trampa de reducir la celebración de hoy a una especie de domingo "mariano" antes de Navidad pero separado del camino de Adviento (centrado siempre en Cristo). Conviene mantener la tradición de las iglesias (en la antigüedad Roma y las hispánicas) que en los días cercanos a navidad veneraban de una manera especial la memoria de la Madre de Dios. Conviene recordar lo que decíamos el día de la Inmaculada Concepción apoyándonos en la "Marialis Cultus" de Pablo VI. Adviento, también este domingo en concreto, nos hace celebrar la participación de María en la obra salvadora de Jesús: su culto está indisolublemente unido al de su Hijo. El culto a María nació precisamente unido a las grandes celebraciones cristianas: Anunciación del Señor, Navidad, Presentación...

EL DOMINGO DEL ENMANUEL

A partir de la lectura de Isaías y del evangelio de Mateo podríamos decir que hoy es el domingo, el día que celebra al Señor como el "Dios-con-nosotros". La presencia salvadora de Jesús (el que salva), el enviado de Dios, es lo que más se ha de subrayar en el inmediato ciclo de Navidad. El niño que ha de nacer es Dios presente, Dios cercano, que se hace uno de nosotros, como un hombre cualquiera (nos dirá Pablo). Pero él está con nosotros como el que salva, el que lleva a término el designio salvador del Padre.

LA VIRGINIDAD DE MARÍA

A partir del evangelio de Mateo, ya preparado en la primera lectura, sale el tema de la que es la Madre-Virgen del "Dios-con-nosotros". Conviene explicar el sentido de la virginidad aceptando la fe de la Tradición que viene de la Iglesia, expresada hoy en el evangelio, mostrándola en su significado teológico: el Hijo de Dios se hace hombre y nace más allá de toda expectativa humana. No nace de la carne y de la sangre, ni del deseo de la carne ni del deseo del hombre, sino que nace de Dios (cfr. Jo 1, 13): por pura iniciativa de Dios. En este punto conviene no dejarse llevar por la última especulación aparecida en la última revista leída... cosa que no hace más que perturbar a los fieles, si "dogmáticamente" se expone en la homilía o en la celebración de hoy. En la eucaristía celebramos la fe de la Iglesia: "Se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre". Que el Emmanuel nazca de la muchacha virgen de Nazaret es un signo, querido por Dios, de la filiación divina exclusiva de Jesús, el que clamará y nos hará clamar a nosotros: ¡Abba! ¡Padre!

EL EVANGELIO DE MATEO

Si no se hizo el II domingo de Adviento, hoy podría presentarse brevemente el evangelio que nos guiará durante este ciclo. Dos ideas: el Jesús del evangelio de Mateo viene a cumplir las promesas de Dios hechas a Israel: "Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el profeta...". Con estas palabras u otras semejantes, Mateo introduce muchos de los hechos y palabras del Mesías Jesús. Otra idea a proponer: la línea de fuerza eclesial de Mateo. Jesús es el Hijo de Dios presente: "Dios-con-nosotros". Así resuena en el capítulo primero del evangelio, proclamado hoy. Al final de Mateo, el Resucitado prometerá: "Yo estaré con vosotros", es decir, con la iglesia.

Jesús viene a reunir a la comunidad de los discípulos, la Iglesia, porque él es el Dios que está presente en los hombres, entre ellos (como Yavhé habitaba en la asamblea de Israel). El nuevo Israel de Dios es la iglesia donde siempre está presente el Dios Salvador, Jesús.

LA FE DE MARÍA Y JOSÉ, LA NUESTRA

Al principio de la carta a los Romanos, que leemos como segunda lectura, Pablo introduce ya el tema central del escrito: La fe. La Buena Nueva de Jesús, hijo de David, Hijo de Dios, es anunciada para obtener la fe (que es obediencia) de todos los hombres.

En medio del bullicio de las fiestas que se acercan, es bueno reclamar hoy la atención de los fieles para centrarlos en la Navidad, celebrada a partir de la fe (se entiende para nosotros, los cristianos "amados de Dios"). Sólo por la fe podemos captar el misterio, el acontecimiento salvador que celebramos en la Iglesia. El ejemplo de la fe de María: "Soy la esclava del Señor" (la fe es obediencia), de José: "Hizo lo que le había mandado el ángel del Señor", nos estimulan a acoger la Navidad como celebración de la fe.

Y también en medio del bullicio de las fiestas, no está de más espolear la conciencia misionera de los cristianos: como Pablo, somos misioneros "de su nombre a gentes de todos los pueblos".. de todas las condiciones (pobres, marginados, solitarios, los alienados por el consumismo,...) que encontraremos en esta fiestas navideñas.

P. LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1989/24


14.

ORIENTACIONES GENERALES

1. El Adviento llega a su término. Ahora sí que la Navidad (que el domingo pasado se hacía presente en la colecta y la oración conclusiva) penetra nuestra celebración y se convierte en su tema único. También penetra por los cuatro costados en nuestra vida corriente: todo habla de la Navidad.

2. Navidad se nos presenta, en los textos de hoy, bajo el signo del Enmanuel: "La Virgen da a luz un hijo y le pone por nombre Dios-con-nosotros"; María ha concebido por obra del Espíritu Santo: ésta es la señal que el propio Dios nos da; en este niño nos viene su salvación. Más que entrar en polémicas de cualquier signo sobre la "concepción virginal" de María, se nos invita, como José, a acoger el misterio. Por María, Jesús penetra en nuestras historias; y con María lo contemplamos en estas fiestas de Navidad.

3. El texto del Evangelio proyecta su luz sobre las parejas creyentes. Los interrogantes, los temores, nadie los para; la imaginación construye todo tipo de problemas: ¿cuántos vuelcos puede dar la vida? ¿quién se atreverá; pues, a comprometerse? Acoger amorosamente a la persona del otro, saltando por encima de dificultades y de oscuridades, es dejar penetrar en nuestra vida íntima el misterio de Dios.

INDICACIONES CONCRETAS

1. El Señor, por su cuenta, os dará una señal. A cuatro días de la Navidad, este texto de Isaías nos recuerda que Jesús -el Dios con nosotros- es el último eslabón de una larga historia de fidelidad de Dios a Israel y de infidelidades de Israel a Dios. Acaz no quiere pedirle ninguna señal que le obligue a cambiar de planteamientos, sino que quiere tirar adelante su política confiando en que su destreza y la fuerza de que nos da una señal: otra, la decisiva. Por mucho que Acaz crea no necesitarla, él no abandona el terreno: la historia de Dios-con-nosotros prosigue y "la virgen da a luz un hijo". En más de una ocasión, también nosotros, como Acaz, quisiéramos prescindir de la fidelidad de Dios y llevar nuestra propia vida. La Navidad vuelve a presentársenos de nuevo, como una llamada: ¿por qué no miramos frente a frente a esta señal de Dios que se llama Jesús?

2. Dios con nosotros. Definitivamente, decisivamente. El no nos abandona, sino que asume nuestra suerte. Nuestro Dios no es distante, lejano, inaccesible, indiferente; es el Dios-con-nosotros. El enlace se realiza y se concreta en una unión personal. Creer que "la virgen da a luz un hijo" es creer, también, en una humanidad entrelazada, solidaria. No podemos vivir lejanos, distantes, indiferentes unos respecto a otros. El aislamiento se ha roto: la familia humana es familia de Dios. pero no parecemos muy habitados por esta presencia y tendemos a reducir nuestra familia. la Navidad que tenemos a la vuelta de la esquina no es tal si no es una Navidad para todos. Y no la celebraremos realmente si no nos abrimos a la fraternidad universal: al "Dios con nosotros" debe responder, como responde precisamente en Jesús, nuestro "hombre con los hombres".

3. De la estirpe de David. Constituido Hijo de Dios con pleno poder por su resurrección de la muerte. Hijo de David e Hijo de Dios; estirpe humana y Espíritu que santifica. El niño de Belén desarrollará su humanidad, como todos nosotros, con el paso de los años. Y el Espíritu, que está en sus orígenes. desarrollará también su fuerza hasta la Resurrección: entonces el Hijo de David será Hijo de Dios en plenitud. Toda la historia y la vida de Jesús es asumida en un proceso de crecimiento, de "divinización". No hay nada estático, inmutable, dado una vez por todas de modo tal que baste con conservarlo y repetirlo. También nuestra condición de hijos (que se halla en el inicio de nuestra vocación cristiana) está llamada a vivir un crecimiento, un desarrollo constante. ¿No es eso también, una buena noticia?

4. José, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer. También José (como María) experimenta turbación y temor ante el misterio: cuando Dios se acerca, desconcierta. Por eso también escucha esta llamada a abandonar los temores. Entrar en el Misterio es dejar de tener todas las llaves de un pequeño mundo familiar y al alcance, y aceptar que otro nos envuelva y nos preceda. Curiosamente, la religión se ha vivido más de cuatro veces como un seguro que permite dominar lo imprevisto y poseer sus llaves. Tendría que ser precisamente lo contrario: el Dios-con-nosotros es precisamente aquel que rompe la malla continua de nuestros planes y nuestras argucias para poseer el futuro. El futuro es de Dios (recordemos: yo soy el que será, el que me iré manifestando). Acaz quiere llevar adelante su política y rehúsa pedir ninguna señal a Yavhé. El resultado es la derrota, porque sólo confía en el hombre. José, por el contrario, se lleva a María como esposa. Sus planes para "repudiarla en secreto" se deshacen. Pero acoge a aquel que "salvará a su pueblo de los pecados". Una invitación que se nos dirige a nosotros. ¿Por qué no escuchamos aquellas llamadas que nos invitan a romper las mallas de nuestras construcciones y abrirnos a lo desconocido? Abrirnos al otro -inesperado, desconcertante, quizá molesto- es abrirnos a Dios.

JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1980/24