35 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO - CICLO A
1-8

1. MIEDO/SEGUIMIENTO 

A lo largo de la historia de la salvación, repetidas veces se ha acercado Dios a los hombres, a un hombre, para decirles que no tuvieran miedo. El evangelio de hoy es un ejemplo de ello. Ya el ángel había dicho a María: ¡No tengas miedo! ¿QUÉ SIGNIFICAN ESOS MIEDOS? Miedo de Dios y miedo de los hombres, miedo de un peligro y miedo de un exceso de esperanza, miedo de sentirse solo y miedo de saberse demasiado amado. Miedo es una sensación que tenemos ante cualquier cosa que haga peligrar nuestro equilibrio, exterior o interior. El miedo viene de una causa externa, pero en último término siempre es de mí y por mí por lo que tengo miedo: temo no estar a la altura de lo que se me pide, o temo tener que ponerme a esa altura. El miedo es algo así como una compasión propia.

-El miedo de José.

José no se atreve a tomar a María como esposa. Es un hombre justo, intuye un misterio y tiene miedo de entrar en él. Miedo del misterio. ¿Miedo también de las responsabilidades? Dios se nos manifiesta por caminos inéditos. Dios es indomesticable. Permitir la entrada de Dios con todo su misterio en nuestras vidas SIGNIFICA EXPONERNOS a sorpresas continuas, renunciar a nuestras seguridades, tener que cambiar nuestra tendencia a la táctica por el don gratuíto de la esperanza. Significa dejar nuestras pequeñas pero palpables riquezas y ponernos pobres y sin experiencia a merced del Señor, que es libertad suprema.

José había hecho sus planes. Siendo hombre justo, se imaginaba seguir caminos de justicia y de amor. Como cualquier joven, había escogido una esposa. Sin ambición de ningún tipo, veía la vida en Nazaret con una serena tranquilidad: trabajar y amar, formar una familia en el temor de Dios y en la práctica de la Ley, llegar a una vejez venerable y, bendecido por Dios y por los hombres, volver al lugar de sus padres. Hijos y nietos bendecirían su memoria y perpetuarían a lo largo de las generaciones sus nombres. En María ocurre algo que no comprende. Y tiene miedo, porque ve la mano de Dios demasiado próxima. Instintivamente quiere volverse atrás, para bien de María y suyo propio. Hasta que el Señor le aclara lo que está ocurriendo y, destruido el miedo, le prepara para INTRODUCIRSE EN EL MISTERIO.

-El miedo de la Navidad ¿No hemos sentido nunca miedo ante una de esas interrupciones de Dios en nuestras vidas? Cada Navidad puede ser una. Hablamos mucho de la alegría de la Navidad, de su ternura significada por el niño que nace. ¿Hemos pensado nunca que todo niño que nace, gozo y ternura, es también motivo de miedo para los padres? Todo niño es un MISTERIO y comporta unas RESPONSABILIDADES y no permite que nos tracemos caminos demasiado fáciles, No sería nada malo hablar del miedo de la Navidad. Porque la Navidad es el primer paso en el camino que nos debe conducir a una participación activa en la historia de salvación. El niño que vemos nacer es el hombre que veremos morir. En la Navidad, los ángeles cantan la gloria de Dios; luego la tierra se resquebrajará en protesta por el gran ultraje. Si estamos atentos, Navidad significaría cargar con unas responsabilidades y entrar en un misterio indescifrable. Dejarnos penetrar por la Navidad significa entrar de lleno en la lucha por la justicia. Y eso da miedo.

Pero ahí es cuando aparece la palabra que hemos oído en el evangelio: José, hijo de David, no tengas reparo... José, hijo de David, ¡no tengas miedo! La razón para no tener miedo nace del misterio mismo de la Navidad. El niño que nos ha de nacer llevará el nombre de Emmanuel, que significa: DIOS-CON-NOSOTROS. Y Dios-con-nosotros siempre es prenda de salvación. Una salvación que nos llegará por caminos inéditos, que deberemos trabajar con nuestro esfuerzo, siempre sometidos a sorpresas. "No tengas miedo" es un grito de esperanza, de esa esperanza que, por venir de Dios y por aferrarse como un ancla al misterio de su amor, nunca nos engaña.

MIQEL ESTRADE
MISA DOMINICAL 1974/06


2. M/FE JOSE/FE.

Nos hallamos ya a las puertas de la Navidad. El ambiente respira ya todo lo bueno y lo menos bueno que los hombres hacemos para celebrar este día gozoso. Y las lecturas de hoy, en este cuarto domingo de Adviento, acabamos de escuchar, nos invitan también a gustar ya el gozo de la fiesta, el gozo de la venida de aquél que es una gran noticia para todo el mundo. Celebremos, pues, con toda alegría este domingo, y preparémonos para las fiestas que se acercan.

(...) El segundo personaje es María, la que será la madre de Jesús. ¿Os habéis fijado que en el evangelio que acabamos de escuchar María no dice nada, y casi parece que no intervenga? Y a pesar de eso, a pesar de este silencio, el papel de María es grande, es decisivo: María es la que trae a Jesús al mundo, Jesús viene al mundo a través de María. Porque ella fue capaz de aceptar humildemente que el Espíritu Santo, que la fuerza del Espíritu Santo, actuara sobre ella y la fecundase e hiciera nacer dentro de ella al Mesías, al Salvador.

¿No os parece que eso que hizo María es también lo que le corresponde hacer a la Iglesia y a cada cristiano? La Iglesia, y cada uno de nosotros, debemos dejar actuar al Espíritu Santo para que nos fecunde y nos haga capaces de ser testigos transparentes de la salvación que viene por Jesús. ¡Y cuántas veces la Iglesia pone barreras y no permite que el Espíritu Santo la fecunde! ¡Y cuántas veces nosotros también preferimos agarrarnos a nuestras rutinas, a nuestros temores y prejuicios, y no vamos con el corazón limpio y abierto, y no sabemos mostrar a JC a los hombres! Y entonces, en lugar de darles a JC, les damos nuestras formas de pensar, o nuestras manías, o nuestras cobardías... Durante estos días de Navidad deberíamos pedir la ayuda de María, para que aprendamos a obrar como ella.

Y llegamos al tercer personaje, a José. Podría decirse -o por lo menos eso me parece- que es el protagonista del evangelio de hoy. José, que normalmente tiene la imagen de un personaje de segunda fila, aparece hoy como el hombre que tiene la fortaleza y la confianza necesarias para aceptar el inesperado plan de Dios, y actuar decididamente según la voluntad del Señor en cuanto la ha descubierto. Y así, él hará posible que alcancen su cumplimiento las promesas que Dios había hecho al pueblo de Israel. Él es el hijo de David -con este título le saluda el ángel-, y él es el que supo responder a la llamada de Dios con una fe firme como la de los patriarcas. Una fe que se apoya en la palabra de Dios, una fe que se fía de lo que Dios ha dicho, y que cree que Dios no deja nunca de cumplir lo que ha prometido. Y que así es capaz de caminar por el camino del Señor. Aunque sea a tientas, a oscuras.

Y ésa creo que es también la llamada más importante que nos hace el evangelio de hoy, a las puertas de la Navidad. Una llamada a creer en la palabra del Señor, en las promesas del Señor. Él viene, él está aquí, y nos asegura su fuerza de salvación. Él, que viene para hacerse uno de los nuestros. Y que sólo nos pide que humildemente, con el corazón limpio, sepamos escucharlo para descubrir cada uno cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida, cuál es el camino que cada día debemos emprender. Como José. Como María.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1980/24


3. FE/SIGNOS  PRESENCIA-D/HOY:

Los humanos tendemos a creer ingenuamente que la salvación está en nosotros mismos. Acaz es una buena muestra de esta creencia, pidiendo la ayuda de los asirios y rehusando la de Dios. El rey, hombre práctico, no puede esperar la salvación divina. ¿Por qué una liberación de las alturas? Acaz no sabía ver; nunca comprendió que Dios se acomoda siempre al modo de actuar humano.

El Señor, como en otros momentos de la historia, quería salvar a través del propio hombre. Dios se hará humano. De este modo los hombres deberán aprender, con mayor razón aún, que la salvación está en manos del Altísimo.

No se puede olvidar la relación de los "prodigios" ("maravillas", "signos" y "señales") con la historia humana. Una "señal" -hay que señalarlo- es la prueba visible de la presencia y del propósito de Dios. Una "señal", coincidiendo con la cotidianidad de un acontecimiento, manifiesta la potencia salvadora, muestra que el Señor no es ajeno a la vida humana, ni lejano ni extranjero. La "señal" se mueve en la ambigüedad: no es prueba evidente, sino que reclama la fe. Sólo llega a captar su profundidad el que cree que lo cotidiano envuelve la presencia divina. Sólo el que posee esperanza sabe darse cuenta de lo positivo de la ambigüedad.

En nuestro caso, en el hecho de la Navidad, también el "prodigio" y la "señal" llegan a través de acontecimientos aparentemente sin color: de una muchacha, obediente y libre, nacerá un niño que será el Dios-con-nosotros.

El evangelio destaca aún más lo que llevamos dicho sobre la "señal". Incluso la admiración de José lo refuerza. También es Dios el que salva: la génesis de Jesús es clara y su nombre -impuesto por el ángel- significa salvación. Otro detalle: ahora, en el nacimiento de Jesús, las profecías llegan a su término.

Insisto: todo sucede por gracia y don, todo es maravilloso. Si existe la duda -la señales nunca son evidentes-, puede más la fe, la admiración y la confianza. Sería interesante, sin que ello ocupe el centro de la homilía, destacar la figura de José como hombre que acepta "la señal", clara y oscura a un tiempo.

Para la vida cristiana: no centrarnos sólo en nosotros mismos y en nuestras fuerzas humanas; saber ver la señal divina en todo cuanto sucede; la salvación presentada como gratuidad; consideración en estos días del significado del "Dios-con-nosotros"; sentido de confianza en Dios; oración pidiendo la salvación.

JUAN GUITERAS
MISA DOMINICAL 1974/02


4. 

Época conflictiva (cuál no?) la del rey Acaz. Amenazan guerra e invasión los reinos vecinos. ¿Estará el reino de Judá condenado a desaparecer, pese a las promesas de Dios? Sueña el rey con alianzas militares y ayudas de potencias extranjeras. No cree en las promesas de Yahvéh. Una buena alianza con Asiria es más rentable, realista y eficaz que la vaga esperanza en su Dios. Y a pesar de las palabras de Isaías "si no os afirmáis en mí, no seréis firmes", Acaz piensa afirmar su seguridad en Asiria; y como signo gráfico de tal decisión, toma los tesoros del templo y se los envía como presente a su rey. El profeta insiste en llamar al rey a conversión:

-Pide una señal al Señor tu Dios.

Pero el rey de Judá no está por angelismos, sino por alianzas que se contabilicen en armas y soldados que puedan aportar victorias reales. Y con suficiencia sutilmente irónica de hombre agnóstico, responde:

-No la pido. No quiero tentar al Señor.

Y dice Dios: Pues el mismo Señor os va a dar una señal: la Virgen da a luz un Hijo, y se llama Emmanuel="Dios-con-nosotros".

La solemnidad del oráculo y el significado estricto del nombre del niño, Dios-con-nosotros, hacen que la profecía del Emmanuel rebase el momento histórico, de modo que la tradición judía lea aquí un anuncio mesiánico, y la tradición cristiana vea, desde el evangelio de hoy, el anuncio de la concepción virginal de Cristo. Sabrosa lectura de Adviento, destinada a hacerse carne y cobrar vida en el hoy concreto de una Asamblea de cristianos que celebra la Eucaristía. Cristianos con frecuencia aturdidos por el momento histórico. Parece el momento (¿cuál no?) de la amenaza de los valores anticristianos. Ateísmo, agnosticismo, secularismo, hedonismo, parecen amenazar con el aniquilamiento del Reino de Dios. Abundan adultos con complejo de "los últimos de Filipinas" y jóvenes tocados por el enemigo. El Matrimonio -Sacramento-Alianza que permanece-, parece dejar lugar al valor pagano de la pareja, estable o inestable, como lugar de satisfacción afectiva y erótica. Se pierde el sentido del pecado, y lógicamente la fiesta del perdón. Y no quiero seguir con dibujos calamitosos, que por otra parte podrían adscribirse posiblemente a todos los períodos de la historia.

No está el drama en que esto suceda. No era más risueño el panorama en los días del nacimiento de la Iglesia. El drama comienza cuando los cristianos, en la base o en la dirección, no buscan la Nueva Alianza en la Gratuidad de Dios, y comienzan a levantar sus ojos a los montes en busca de auxilio. El drama se masca cuando Adviento y anuncio del Salvador comienzan a parecer angelismos, y hay que traducirlos por la espera de alianzas con el poder, la ciencia, la organización, la política...

-Pide una señal al Señor tu Dios.

-¿Cómo pedir señales en estos tiempos? ¡Esto es tentar a Dios! Pues el mismo Dios os dará la señal. Exhortaba recientemente Juan Pablo II a los obispos europeos a estar atentos: "Mirad y observad dónde nace la vida". Dios sigue actuando: el Dios que eligió a Abrahán anciano y a Sara estéril para padres de muchedumbres, al derrotado Jacob para "Fuerte-con-Dios", a un pueblo de esclavos para romper el cerco de esclavitud del todopoderoso Faraón. El Dios que, a lo largo de la Escritura, se empeña en que mujeres estériles alimenten con sus hijos la esperanza de Israel.

Como el humilde José, esté atenta la Iglesia para ver dónde surge la vida. No se asusten el teólogo, el sociólogo, el jerarca, el sabio o el líder, si Dios provoca vida sin su intervención. La vida viene de Dios, y surge dónde y cuando él quiere. Atentos a la voz del ángel que dice a cualquier José desconcertado:

La vida que ves nacer, viene del Espíritu Santo. No tengas miedo si Dios quiere hacer brillar su poder y manifestar así su gloria. La palabra, acogida, se hace carne en el seno virginal de María, y genera el Hombre Nuevo sin obra de varón. La virginidad sigue siendo signo maravilloso para una Iglesia que no necesita casarse con nadie ni con nada, para que Dios -EL QUE ES- re-cree hombres nuevos, anuncio del Reino que viene.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO A
DESCLÉE DE BROUWER/BILBAO 1989 .Pág. 24


5.

La cadena de generaciones con la que Mateo abre su evangelio (1, 1-17) se rompe al final: "Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob, Jacob engendró a José y...". No, José no engendró a Jesús; él es solamente el esposo de María, "de la que fue engendrado Jesús". Fue engendrado: forma verbal pasiva que en la biblia sirve para evocar respetuosamente la acción directa de Dios.

Sin embargo, Mateo destaca vigorosamente a José de entre las sombras. Para conocer "el origen terreno de Jesucristo" (tendremos que descubrir su origen celestial), hay que considerar a María, desde luego; pero también a José.

D-CON-NOSOTROS: "El niño que va a nacer será el Emmanuel, es decir Dios con nosotros". La increíble decisión de Dios se revela en tres palabras nuestras: Dios-con-nosotros. Una mujer de la tierra va a traer al mundo a un niño que es Dios. Si habéis intentado explicar esto a alguien no-creyente, si os habéis atrevido a hablar de esto con los judíos o los musulmanes, habréis percibido mejor lo que hay de insondable en este "comienzo" que Mateo nos quiere explicar: "Este fue el origen de Jesucristo". Lo que ha sido engendrado en María viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo que será Dios mismo, que ha venido a vivir entre nosotros, Dios con nosotros.

En los evangelios, el anuncio de este misterio inaudito se hace de dos maneras diferentes. Lucas enfoca el proyector hacia María: en la anunciación, ella se entera de que va a dar a luz permaneciendo virgen, pero sin embargo el niño será el heredero del rey David. Mateo lo enfoca sobre José: precisamente para iluminar ese aspecto del "origen" tan misterioso: ¿cómo es que Jesús, si nace tan sólo de María, será descendiente de David? Meditar en estas "generaciones" es intentar acercarse lo más posible al misterio de la encarnación. El niño que va a nacer en navidad trae consigo dos mundos: el mundo de Dios y el mundo de los hombres con su ya larga historia, sus esperas, su madurez.

Jesús es el hijo de la historia sagrada ("hijo de David, hijo de Abrahán", subraya Mateo), el fruto de una ascensión humana y de una promesa de Dios que convergen en este prodigio: hijo de David e Hijo de Dios. El Hijo de Dios toma carne en el linaje humano más religiosamente significativo: el del rey David. Evangelista de la continuidad, Mateo quería ante todo ligar la antigua relación de Dios con los hombres a su nueva presencia entre ellos: Jesús, nacido en la carne de los hombres ha nacido también de su historia. Aquí es donde hay que situar el papel de José: en las inmensas perspectivas de la encarnación. Se corre el peligro de perderlas de vista cuando se queda uno en ciertos detalles en los que no hay nada seguro: lo que ocurrió en la cabeza y en el corazón del joven esposo. Personalmente, creo que José no tuvo que dudar ni un minuto de María. Se querían. ¿Cómo lo iba a dejar sufrir ella inútilmente con su silencio? El sabe y es "justo". En la biblia, esta palabra designa a una persona que se ha vuelto a Dios y que anhela ardientemente cumplir su voluntad.

Al no ser el padre carnal de aquel niño, no acaba de ver cuál es la conducta que ha de observar. Ante todo, no usurpar aquella paternidad insólita. Por eso, lo más discretamente posible - ¡pero con qué desgarro de su corazón! - renunciará a la vida en común con María.

Y entonces interviene el ángel del Señor. He aquí cómo los exégetas nos ayudan a leer el mensaje que quiso transmitirnos el evangelista: "No temas, José, hijo de David, aceptar a María en tu casa. Es verdad que el niño viene del poder del Espíritu Santo, pero tú eres el que vas a darle nombre, ya que serás su padre". En efecto, el papel de padre consiste en dar el nombre.

El saludo del ángel a José "hijo de David", señala el lugar capital de José en la encarnación: "Recibiendo a María contigo, adoptando al niño, lo haces entrar en tu linaje, lo haces entrar en la historia que va desde Adán hasta ti, pasando por Abrahán y por David. Por ti, él será hijo de David".

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 11


6.

Dios entre nosotros. Este ha sido el deseo de Dios. La mayoría de los profesionales de lo religioso han dicho siempre que la mayor aspiración del hombre debía ser subir al cielo. Y, mientras tanto, Dios ha decidido bajar a la tierra. Pero..., a pesar de que celebremos cada año el nacimiento del Emmanuel, Dios-con/entre-nosotros, cada vez resulta más difícil comprender que Dios habite en este mundo.

¡ALEGRÍA! ¿ALEGRÍA?

Dentro de unos días vamos a celebrar la Navidad, el nacimiento del hombre en el que Dios se hace presente en el mundo de los hombres. Un año más, villancicos, regalos, fiesta, alegría... ¿Alegría? ¿Realmente lo que sentimos en estos días es alegría, o todo se reduce a unos días de juerga en los que nos olvidamos de los problemas, de las angustias, de las insatisfacciones del resto del año? ¿Y los que no pueden celebrar nada estos días? Según ponen de manifiesto las estadísticas, en estas fechas aumenta el número de suicidios. Y la explicación que dan los entendidos a este hecho es que los que tienen algún problema lo sufren con mayor intensidad ahora, cuando el ambiente es -en realidad o en apariencia- más alegre.

Porque... también se sufre en Navidad. Sí, los que sufren hambre, la sufren también en Navidad, los presos siguen en las cárceles, los desaparecidos no aparecen tampoco en estas fechas, las fábricas de armas siguen construyendo sus productos para la muerte, los traficantes de droga siguen enriqueciéndose a costa de la vida de los jóvenes, los marginados siguen olvidados de nuestra sociedad, los opulentos derrochan aún con más descaro... Y la soledad es más soledad, el miedo más hondo y la necesidad de amor se siente a flor de piel...

¿Dios entre nosotros?

Dios-entre-nosotros... ¡eso es mentira! A Dios lo hemos expulsado o quizá ni siquiera lo hemos dejado entrar en nuestro mundo. Porque si Dios habitara en esta tierra, esta tierra sería el cielo. ¡Y si esto es el cielo...! Dios-entre-nosotros... ¡eso es mentira! ¡Si los países que se llaman cristianos están entre los más injustos de la tierra!

JESÚS (=SALVADOR) "Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo". José debía estar aturdido. ¿Cómo estaba su mujer encinta si no habían mantenido relaciones? ¿Que era cosa de Dios? Y entonces, ¿qué pintaba él en todo aquello? Y quiso salirse de escena: "Su esposo, José, que era justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en secreto". Pero Dios le había reservado una tarea.

Y él aceptó colaborar para que se hiciera realidad la utopía de que estuviera Dios entre nosotros.

La tarea que Dios le encomendó fue darle nombre a su Hijo: "Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados."

Hasta entonces había habido muchos salvadores en Israel: Moisés, Josué (el que introdujo al pueblo en la tierra prometida, y que se llamaba casi igual que el que iba a nacer)... y tantos otros. Pero el pueblo estaba todavía necesitado de salvación porque vivía en una sociedad injusta (pecadora) y necesitaba salir (salvarse) de esa injusticia que tanto sufrimiento producía. Para ello no bastaba con cambiar a los dirigentes, aunque fueran ellos los máximos culpables de esa situación. Ya habían cambiado muchas veces, pero todo volvía a ser igual. Y es que, en mayor o menor medida, todos eran o culpables o cómplices de la injusticia; todos aceptaban como buenos los valores de aquella sociedad y aspiraban a conseguirlos: el dinero, el poder, los honores. Y cuando se buscan estos valores, la injusticia sólo estorba al que la sufre en carne propia. De esos pecados nos viene a salvar Jesús ofreciéndonos otros valores que nos permitirán vivir como hermanos.

DIOS-ENTRE-NOSOTROS

De nosotros depende. Dios ya ha bajado. Pero sólo se queda allí donde lo dejen estar, esto es, allí donde lo importante es el hombre y no el poder, compartir en lugar de acumular, construir la fraternidad en vez del ansia de subir y escalar puestos; allí está Dios-entre-nosotros, allí cada día es Navidad, y volverán a realizarse las palabras del profeta: "Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá de nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros".

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO A
EDIC. EL ALMENDRO CORDOBA 1989.Pág. 28ss.


7. EMMANUEL

Enmanuel, Dios-con-nosotros

La gran profecía que se dijo ocho siglos antes de Cristo tuvo una realización sorprendente. «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo... Dios-con-nosotros...». No podía sospechar Isaías cuánta verdad encerraban sus palabras. Ahora las celebramos, palabras hechas carne de niño, misterios de Encarnación y Navidad. Y siempre las celebramos, misterio de un Dios que se ha quedado con nosotros.

La verdad del Enmanuel es una de las cosas que más identifican al cristiano. A nosotros no nos basta creer en Dios que dialoga con el hombre. Nosotros hemos de creer en un Dios que se hace hombre y se queda con el hombre. Un Dios que ama tanto al hombre, que nos entrega a su Hijo y se mete de lleno en nuestra historia. Un Dios que ha establecido tal relación, tal alianza con el hombre, que ya no pueden separarse ni entenderse el uno sin el otro. Dios es ya algo más que su divinidad, es también humanidad. Y el hombre ya es o está llamado a ser algo más que su humanidad, es también divinidad. En el hombre Cristo Jesús esto es realidad; en nosotros es, al menos, vocación y esperanza.

-¿Dios, rival del hombre?

Este misterio debería llenarnos de emoción y asombro constantes. A veces hemos pensado, o han querido hacernos ver, que Dios era rival del hombre, como si nos exigiera estar de rodillas ante El, como si nos obligara a entregarle nuestros mejores talentos y nuestros más hermosos frutos, como si no nos dejara libertad y nos prohibiera crecer. Y resulta que es todo lo contrario. Dios se acerca a nosotros, no para humillarnos, sino para levantarnos. Dios no sólo no nos exige el sacrificio de nuestros valores o nuestros hijos, sino que nos regala a su propio Hijo. Dios no sólo no nos quita libertad, sino que nos hace verdaderamente libres. Dios y el hombre no se restan, sino que se suman y complementan, al menos desde la vertiente humana. Dios hace crecer al hombre hasta límites insospechados, la trascendencia. Cuanto más se llena el hombre de lo divino, no sólo crece, sino que se hace más humano.

Dios viene para eso, para salvar al hombre y devolverle su dignidad. ¡Qué ridículos aquellos reyes y gobernadores que temían que Jesucristo venía a quitarles sus tronos y sus poderes! El no venía a quitar nada, sino a dárnoslo todo. Venía a quitar, si acaso, los impedimentos que nos esclavizaban y no nos dejaban ser reyes.

Creer en Dios nos obliga también a creer en el hombre. Si Dios ha optado por él, abrazándolo en su raíz personal -hipostáticamente-, es que se puede confiar en el hombre y se puede esperar todo del hombre. El hombre puede tener muchas llagas, pero Dios ya las ha besado, y todas pueden curarse. El hombre corre todos los peligros, pero Dios ya lo ha redimido, y al final todo será gracia. Dios ha dinamizado, ha puesto un germen de vida eterna en el hombre. Así, desde que Dios está con nosotros, el hombre tiene más dignidad, más capacidad, mayores posibilidades. El hombre puede llegar a ser «dios»; su historia será sagrada; él puede hacer posible la venida del Reino de Dios.

-Dios-con-nosotros

El ha puesto su tienda en el centro de nuestra historia y en lo más íntimo de nuestro corazón. Ya no tienes que subir a la montaña para encontrarle, ni salir «fuera del campamento». «Ni en Jerusalén ni en Garicín, sino en espíritu y en verdad». Ya lo sabes, Dios te acompaña. Está cerca de ti y está dentro de ti. ¿No serás capaz de descubrirlo? Hay muchas presencias y muchos sacramentos de Cristo.

Si Dios está con nosotros, ¿quién puede sentirse solo? No hay soledad posible para el que tiene fe. Podemos estar con Dios en una conversación gozosa, ininterrumpida. No necesitas otras diversiones o entretenimientos. El Amigo te acompaña y te llena.

Si Dios está con nosotros, ¿qué se puede temer? Como retaba Pablo: «¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, ¿la muerte o la vida?...» (/Rm/08/35-38). O como decía San Basilio al emperador: No temo tus amenazas, ni la confiscación, porque nada tengo; ni el destierro, porque encuentro a Dios en todas partes; ni la muerte, porque me lleva a Dios, lo que más deseo. Teniendo a Dios tenemos nuestra riqueza, nuestra fuerza, nuestro gozo, nuestra vida. Lo único que realmente tendríamos que temer es perder a Dios.

-Todos nos envidiarían

Dios-con-nosotros. Es la prueba más grande de su amor. Podía habernos salvado desde lejos. Podía haberlo hecho con sólo su palabra o alguno de sus mensajeros. Podía incluso haberse acercado a nosotros, pero en visita, como de paso. Y no fue así. Nos regaló «su tiempo» y su amistad, vino a nosotros como Salvador y amigo para quedarse definitivamente en nuestra casa. Yo no sé si habrá otros planetas habitados -lo más probable-, ni cuál será su historia, pero seguro que todos nos envidiarían si se enteraran de lo nuestro.

Dios-con-nosotros. A veces lo vemos tan admirable y tan hermoso, que nos parece mentira. ¿Cómo puede ser verdad tanta belleza? Otras veces, al examinar de cerca nuestra historia, decimos que no puede ser, que no se nota la presencia de Dios en nosotros. ¿Cómo es posible tanta miseria? Después de dos mil años de la venida de Cristo, ¿en qué se nota que está entre nosotros? Siguen las guerras, las injusticias, los vicios, las divisiones, las cegueras, los innumerables sufrimientos humanos. Entonces, ¿está o no está Dios con nosotros?

-Un aliento de vida

Es una gran tentación, como la de los israelitas, cuando sufrían en el desierto (cf. /Ex/17/07). O como la de los discípulos y contemporáneos de Jesús, cuando le vieron doliente y derrotado. Habrá que aclarar algunas cosas. Que la presencia de Dios es humilde y paciente; que se parece al fermento y al grano de mostaza; que respeta nuestra libertad; que no es un padrino que nos solucione los problemas, aunque sí es verdad que los ilumina y los comparte; que no es un «supermán» prodigioso, sino un amigo que acompaña; que no es un terremoto que desbarata o un fuego que castiga, sino un aliento de vida.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Págs. 82-85)


8.

"¡José, hijo de David, no temas!". Pero ¿qué podría temer aquel "justo"? No vamos a imaginar que desconfiara de su esposa y sospechara quién sabe qué infidelidad suya... José es un justo, es decir, un hombre que lleva consigo el pensamiento de Dios, la fidelidad de Dios. Lo único que teme es ocupar, junto a María y Jesús, un lugar que sólo correspondería a Dios. El niño viene del Espíritu Santo, pero la fidelidad de Dios exige que sea también "hijo de David"... "¡No temas, José! ¡Emprende tu vida al lado de María! ¡Impón un nombre al niño y sé un padre para él!".

¿Qué es un padre para un niño, sino una relación vivida día a día, una adopción mutua nunca terminada, un amor en el que pacientemente se forja la libertad del futuro adulto? Jesús experimentó esta relación. Y su nombre mismo la implica: Jesús quiere decir "Dios-salva", o también Emmanuel, es decir, "Dios-con-nosotros". Entonces, ¿cuándo acabaremos de pensar que Dios podría estar con nosotros y salvarnos sin pasar por nuestra historia y por nuestras vicisitudes? Jesús no es salvador a golpe de milagro; lo es por su verdadera humanidad. Y, a ese nivel, el lugar de José es insustituible en la historia de la salvación.

José... el hombre que adoptó al Hijo de Dios. Esta es su justicia. Esta será también la nuestra cuando, en el corazón mismo de nuestros amores y de nuestra dudas, vivamos la historia de Dios-con-nosotros, Emmanuel.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 58