35 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO III DE ADVIENTO
11-17

11.

-LUCAS YA NOS DA HECHA LA HOMILÍA DE HOY 

Si la homilía es proclamación actualizada de la Palabra de Dios, dirigida a la asamblea litúrgica y a cada uno de los que la integran, la de este domingo nos la da ya hecha el propio evangelista. El Vaticano II nos enseña que los autores de los evangelios adaptaron a las situaciones de las diversas iglesias a las que se dirigían los datos de la tradición oral o escrita de todo lo que Jesús había dicho o hecho (Dei Verbum 19). Entre los evangelistas seguramente es san Lucas quien de un modo más original y directo se dirige a la asamblea litúrgica, destinataria de su evangelio, el cual manteniéndose, fiel a la tradición sobre Jesús, es al mismo tiempo una homilía sobre ella. Lo veremos con frecuencia en el curso de este año, en que nos acompañará el evangelio de Lucas.

-UNA HOMILÍA DIALOGADA: REACCIONES DEL AUDITORIO DEL BAUTISTA 

La predicación del Bautista no era en modo alguno un monólogo desde lo alto del púlpito. El evangelio del domingo pasado nos evocaba la solemne predicación de la inminente venida del reino de Dios, según el oráculo del profeta Isaias, y la necesidad de conversión del pueblo para obtener el perdón de los pecados; el evangelio de hoy nos describe las reacciones de quienes le escuchaban, y pone en boca de Juan Bautista unas exhortaciones muy concretas de cómo debe ser la conversión, según las diversas situaciones. La necesaria conversión para recibir el reino de Dios no es mero sentimiento, sino cambio real, y por esto no puede ser igual para todos.

Si yo, que os estoy predicando, no preciso un poco, vuestra conversión de Adviento para recibir al Señor que viene, será sólo pensamientos y sentimientos. Si habéis tomado con seriedad la proclamación del Adviento y creéis de veras que "el Señor viene", cada uno de vosotros se hará personalísimamemte la misma pregunta que dirigía a Juan Bautista cada uno de los que a él acudían y le pedían el bautismo de conversión y perdón de los pecados: "Y yo, ¿qué debo hacer?". No dudan de que no basta con pensar o sentir, ni basta tampoco con el simple bautismo: hay que OBRAR. Si TU no te haces esta pregunta, ni mi homilía de ahora, ni la celebración dominical de hoy, ni este Adviento, ni la ya cercana Navidad -"el Señor está cerca" nos ha dicho San Pablo- serán para ti palabra de salvación sino como suele decirse "música celestial".

-TRES CATEGORÍAS DE PERSONAS: TRES CAMPOS DE CONVERSIÓN 

La pregunta personal da lugar a una respuesta personal. Lucas, en su "homilía dialogada" agrupa la problemática del auditorio del Bautista en tres categorías de personas que históricamente se encontraban entre la multitud que había a orillas del Jordán, alrededor del Bautista, y que se repetían más o menos en las asambleas cristianas a las que Lucas dirigía su evangelio, y también entre vosotros, que hoy, por mi predicación, escucháis la proclamación del evangelio. Tres categorías de personas, que son también tres campos de necesaria conversión: después de la predicación del Bautista y del Bautismo de Jesús, vienen inmediatamente las tres tentaciones de Jesús, que ofrecen un cierto paralelismo -sin forzar excesivamente las cosas- con aquellos tres grupos de penitentes.

Los que tengan -comida, vestidos- que lo compartan con aquellos que no tienen. La multitud del Jordán es, para Lucas, una anticipación de aquella "multitud de creyentes" que en Jerusalén, después de Pentecostés, lo tenían todo en común, según el mismo evangelista explica en el segundo volumen de su obra: los Hechos de los Apóstoles. Lucas, compañero de Pablo, sabía que éste no veía con buenos ojos que cuando los corintios se reunían para celebrar la Cena del Señor "cada uno se adelanta a comerse su propia cena, y mientras uno pasa hambre, el otro está borracho" (1 Cor 11,21).

Jesús exhorta a no vivir angustiados por la comida ni por el vestido (Lc 12,22). Existe una preocupación legítima, que se traduce en esfuerzo humano, pero sobre todo en confianza en el Padre. Cuando esta preocupación es excesiva, del deseo normal de tener las cosas necesarias para vivir, se pasa a la ambición del dinero, que no sólo procura lo necesario sino que nunca se cree tener bastante: comer tiene un límite, ser rico no, sino todo lo contrario. Y de la ambición de ser rico se pasa a la ambición de ser poderoso, porque son los poderosos quienes se enriquecerán no por el trabajo honrado, sino por su situación privilegiada. Y ya tenemos la triple exhortación del Bautista: compartid lo necesario, no queráis enriqueceros a costa de los demás (un sistema fiscal debería distribuir en forma de servicios gratuitos a los pobres las riquezas excesivas), y no uséis la fuerza de la autoridad que os ha sido confiada para oprimir a los desvalidos y extorsionados.

-...."OS RESULTA IMPOSIBLE COMER LA CENA DEL SEÑOR"; /1CO/11/20 San Pablo decía a los corintios que acudían a la asamblea eucarística sin sentido de solidaridad que lo que hacían no era ya celebrar la cena del Señor. No creo que se planteara la presencia real o la validez sacramental, pero quería decir que JC no había instituido la Eucaristía con aquella intención. En cambio, si reina la solidaridad y la justicia, el Señor estará plenamente presente.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1979, 23


12.

TIEMPO DE ESPERA ACTIVA

Se ha repetido hasta la saciedad que el Adviento es tiempo de espera. Estamos esperando, una vez más, que el Señor venga, que venga para bautizarnos con Espíritu Santo, tal como anuncia hoy Juan a los que le escuchaban. Es un tiempo espléndido y de gran belleza dentro del año litúrgico. Pero entraña un peligro: que sea un tiempo de paralización, de expectación, de inacción, en una palabra. Y no es ése el auténtico sentido del Adviento.

Quizá la imagen más adecuada para el tiempo de Adviento sea la de la madre en la espera tensa, dulce y entrañable del hijo que lleva dentro de sí misma. La madre que espera a su hijo lo hace activamente. Ella misma se va preparando físicamente para el acontecimiento y lo hace también respecto a todo cuanto el pequeño que viene puede necesitar. A medida que se va acercando el momento, va apareciendo el equipo, se va adecuando la casa. No está ociosa la madre. Sus manos, su mente, su corazón, todo su ser está actuando para que la venida del nuevo ser no la coja desprevenida y para que éste no sienta la carencia de nada de lo que pueda necesitar. Todo esto, naturalmente, cuando la madre puede hacerlo, cuando está a su alcance preparar el equipo y adecuar la estancia. Pues algo así es el Adviento para un cristiano. El Señor que llega, que se anuncia por el mensaje urgente y majestuoso del Bautista no puede sorprendernos en una espera absurda ni sorprenderse de que, al llegar, no estábamos preparados para recibirlo como El quiere y merece. Y es interesante pensar que el que viene lo hace, como hoy recalca el Evangelio, "con la mano en la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se acaba". La lectura sosegada de este párrafo no deja dudas respecto al talante del que viene. El que viene no es precisamente un ser pasivo, tranquilo e indiferente que no pretende alterar el biorritmo de los que lo esperan, sino todo lo contrario. El que viene, viene a bautizar con fuego y necesita encontrar un material dispuesto a la combustión.

Prepararse para este bautismo de fuego, de exigencia y de sencillez, de contundencia y de resolución, es la gran tarea del Adviento. Porque el Dios que comienza su andadura en la tierra, el Dios con nosotros es un Dios que lo quiere todo y que no se conforma con parcelas fragmentadas del hombre. Por eso la espera tiene que ser activa, por eso hay que preguntarse sinceramente, como lo hacen hoy los que se acercan al Bautista, qué tenemos que hacer para que cuando venga nos encuentre, porque de verdad lo estábamos esperando.

Y que cada unos de nosotros, en el silencio de su intimidad y en el clima de recogimiento que es tan propio del Adviento, piense como puede encontrarse con Jesús cuando abra sus ojos, una vez más, en la tierra. Estoy segura de que todos sabemos cómo debiéramos ser; segura de que todos sabemos cómo quiere Jesús que sean los cristianos. ¿Quiere que sean avaros, frívolos, egoístas, injustos, farsantes, indiferentes respecto a quienes les rodean? ¿O quiere que sean dignos, generosos, justos; hombres y mujeres de cuerpo entero, de una sola palabra? Ciertamente todos sabríamos dibujar el perfil del cristiano. Y cada uno sabríamos dibujar el nuestro. Posiblemente entre uno y otro la diferencia sea apreciable. Pues aproximar ambos perfiles es la tarea que constituye la espera activa del Adviento. Tenemos que darnos prisa porque el Señor se va acercando rápidamente.

ANA Mª CORTÉS
DABAR 1991, 03


13.

-El Dios de la Danza 

El anuncio que domina en este domingo es el de la alegría. Está bien que la Palabra y la liturgia nos recuerden frecuentemente esta necesidad tan humana y tan cristiana, ya que no hay documentos oficiales de la Iglesia que hablen sobre el tema. Hoy, además de la invitación paulina, hay un mensaje espléndido del profeta Sofonías.

-Dios es alegre D/ALEGRIA/DANZA 

Ya estamos superando la idea de un Dios triste y aburrido. Dios no es un viejo en decadencia. Dios es la plenitud de la vida. «Al principio fue la Palabra». Está bien. Pero enseguida, no, al mismo tiempo, fue el Amor y la Pasión y la Alegría y la Danza ininterrumpida.

El Espíritu es el éxtasis, el exceso que se produce eternamente en las Personas divinas. El toque del Espíritu produce siempre embriaguez e inspiración. Dios es excesivo. El Espíritu es la Danza de Dios. «Yahveh tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! El exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta» (So/03/17) Haz un esfuerzo, por favor. Imagínate a Dios danzando y dando gritos de júbilo por ti.

Es una hermosa revelación: Dios es el autor de la Danza. Dios danza y comunica su júbilo. Dios danza por ti y danza en ti. Dios te comunica la capacidad para la alegría y el entusiasmo. Dios quiere seguir danzando a través de todo tu cuerpo. Dios te da capacidad para vibrar y para emocionar. Dios es el que mueve el mundo de entusiasmo. La revelación de Jesucristo no contradice esta imagen del Dios exultante, sino que la aclara y profundiza. El Dios de Jesucristo es el Dios del Amor gratificante, el Dios de la Alegría perfecta, el Dios de las Bienaventuranzas completas, el Dios de la Pascua victoriosa. Es el Dios que colma de gozo, que embriaga de Espíritu, que deleita y entusiasma en la oración y en el canto, que inunda de una paz que sobrepasa todo juicio".

-«En presencia de Yahveh danzaré yo»

Esta fue la respuesta que dio David a su esposa, cuando le recriminó que se pusiera a danzar como «un cualquiera». «David danzaba con todas sus fuerzas ante Yahveh, vestido sólo con un roquete de lino» (2S/06/14-21).

Nosotros, más que reprender a David, tendríamos que reprendernos a nosotros mismos, porque no danzamos en presencia de Yahveh. Nos ponemos ante El con demasiada seriedad y formulismo; mucha rúbrica y poca fiesta, mucha palabra y poca emoción, mucha rutina y poca pasión.

Lo mismo nos pasa en nuestra vida. Hay cargas necesarias, las del amor. Pero hay cargas que nos echamos encima innecesariamente para merecer, para cumplir, para ganar, para triunfar. Soltemos todas nuestras cargas y pongámoslas sobre el Señor (Mt. Il, 28-29). Libérate de angustias y preocupaciones. Vive confiado y jubiloso. Convierte tu vida en un canto para el Señor.

Cuando Jerusalén tenía sobradas razones para el miedo y la tristeza, escucha una palabra profética que le llega al alma y le llena de alegría el corazón «No temas... El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva... Alégrate y gózate de todo corazón». Cuando Pablo, vencido y encadenado, tenía poderosas razones para sentirse agobiado y deprimido, lanza este pregón desconcertante: «Estad siempre alegres en el Señor».

El mismo, encarcelado en Filipos, «en el calabozo interior y sujetos sus pies con grillos», con las espaldas sangrantes «por los muchos azotes», se pone a medianoche «a cantar himnos a Dios», llegando a conmover el edificio por la fuerte vibración del Espíritu. FE/FT: Sus queridos filipenses habían aprendido que la fe era una fiesta. Es el caso de Lidia y el carcelero, que "se alegró con toda su familia por haber creído en Dios" (/Hch/16/15-34). Cuando los habitantes de Samaria escucharon el Evangelio de Felipe, «hubo una gran alegría en aquella ciudad» (/Hch/08/08).

Dicen que los primeros cristianos se apartaban de fiestas oficiales y de espectáculos públicos. ¿Sabéis por qué? Porque no los necesitaban, porque la fiesta la llevaban dentro. «El cristiano está siempre alegre en el Señor», siempre.

-El porqué de nuestra alegría

La fuente de nuestra alegría es más bien secreta y misteriosa. No viene, desde luego, de este mundo. El cristiano se goza más en el servicio que en el poder, más en la pobreza que en el confort, más en el anonimato que en el éxito. No es una alegría que tenga relación directa con el placer o la comodidad o la fortuna. Tampoco es cuestión de temperamento o de receta psicológica o de terapia vitalista. Está en las antípodas de la diversión prefabricada o del fármaco hedonista o de las euforias del alcohol.

La alegría cristiana viene del Señor. Es un don o fruto del Espíritu.

-10 razones para la alegría ALEGRIA/10RAZONES:

El cristiano se alegra:

1. Porque se siente inmensamente amado.

2. Porque ha dado sentido a su vida, que no es otro que el amor.

3. Porque nunca se siente solo. Vive siempre el gozo de la comunión, tanto hacia dentro -íntima comunión divina- como hacia fuera -gozosa comunión con los hermanos-.

4. Porque ya no teme nada. Sabe que está en buenas manos, y se siente enteramente y constantemente protegido.

5. Porque asegura el cumplimiento de su esperanza y deseos. Sabe de quién se fía.

6. Porque se siente salvado. Posee ya las arras del Espíritu, «que a vida eterna sabe».

7. Porque convierte su trabajo en vocación.

8. Porque puede iluminar sus realidades oscuras, como el sufrimiento, la limitación y el fracaso. Todo lo relativiza, con gran sentido del humor.

9. Porque está seguro que nada, ni sus pecados, le apartarán de su AbsoIuto, de su Amor. Por eso, sabe reírse de sí mismo.

10. Porque, gracias a Cristo, incluso la muerte se le convierte en Pascua. Es por eso el hombre de la mayor esperanza.

-Por el amor

Todas las razones vienen a resumirse en una: el amor. Sólo el que se siente amado y el que ama, puede vivir la intensa y grande alegría. Adán, por ejemplo, no se entusiasmó con las maravillas del paraíso terrenal, ni con todos los bienes que poseía, hasta que no encontró a la mujer y nació en su corazón herido -por lo de la costilla- el amor. Entonces dio un grito, danzó de entusiasmo.

Cuando amamos a una persona, ella es la fuente de nuestro gozo. Cuando nos sentimos amados, una seguridad y satisfacción enormes nos invaden. El amor da ritmo y color a la vida.

Ahora volvemos al mensaje de Sofonías. ¿Por qué danza Dios? Porque "te ama", porque eres su novia, «El se goza y se complace en ti». Pero ¿cómo me puede amar Dios de esa manera? Yo comprendo que ame a la Iglesia, incluso que me ame a mí, pero compasivamente, que me ame como la madre al niño más débil y enfermo. Pero ¿cómo se puede enamorar Dios de mí?, ¿cómo me puede amar con pasión? Conoce Dios mi barro perfectamente: mis caídas, mis olvidos, mis cansancios, mis rutinas, mis traiciones. ¡Si hasta me avergüenzo yo de mí mismo!

Lo que pasa es que no conozco nada del amor, y menos aún del amor de Dios. El amor no busca motivos para amar. El amor de Dios siempre es gratuito. La belleza y la perfección nunca es la causa del amor de Dios, sino el efecto. Su amor nos crea, nos recrea, nos deleita y nos santifica.

1ª Conclusión. Si Dios te ama y se entusiasma contigo, tú también debes amarte y alegrarte en ti. No le ofendas a Dios con tu tristeza y tu falta de aceptación. Dios no sólo te acepta, sino que se maravilla contigo. No vas a tener tú mejor gusto que Dios.

2ª Conclusión. Tú debes mirar y amar a los hermanos de la misma manera que Dios te mira y te ama a ti. Debes compenetrarte con la mirada y con los sentimientos de Dios. Dios también ama al hermano con pasión e ilusión. Y que este amor no sea algo forzado, con cara de fastidio y perdonavidas. Debes amar a los demás, hasta el entusiasmo, si es que participas del amor de Dios.

3ª Conclusión. Amando al hermano, gozosa y gratuitamente, te conviertes en Dios para el hermano. En tu amor él verá presencia y manifestación del amor de Dios.

4ª Conclusión. La mejor manera de amar y agradar a Dios es amar al hermano con El. Si tu amas al hermano, redoblarás el entusiasmo de Dios. Dios quiere tanto al hermano, que lo ve como algo suyo.

5ª Conclusión. El amor más perfecto es cuando todos los hermanos se unen. Cuando Dios ve a sus hijos compenetrados y con un amor así de grande, el entusiasmo de Dios no tiene límites; en el cielo se inicia una danza sin fin.

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
ADVIENTO Y NAVIDAD 1991.Págs. 55-59


14.

1. Qué hacer

El domingo pasado comentábamos que la fe cristiana es, ante todo, una praxis encarnada en el tiempo y en el espacio que nos toca vivir. Por si aún quedaran dudas, el evangelio de hoy desarrolla ampliamente este tema.

Con Jesús llega el Reino de Dios a los hombres. El Reino es don de Dios, es fruto de su amor generoso. Pero los hombres deben abrirse a él con una actitud especial llamada «conversión» o cambio de vida. La predicación de esta actitud conforma el meollo de la actividad de Juan el Bautista, el precursor.

Juan conocía perfectamente la observancia estricta de la Ley por parte de los fariseos, el contenido de la liturgia de la sinagoga, el apego del pueblo a sus tradiciones religiosas, el aprecio por el Templo y su culto; sin embargo, exige a todos la conversión. El Reino irrumpe como la absoluta novedad de Dios, novedad que no es una simple adaptación o reforma de lo antiguo sino un cambio interior que recrea todo de nuevo. Juan sabe que será inútil la predicación de Jesús y sus milagros, que será inútil el esfuerzo por crear una sociedad mejor, si los hombres no cambian interiormente. ACTO/ACTITUD: Por eso insiste en la revolución del corazón y de la mente: allí donde se anidan las actitudes. Sabemos que no es lo mismo acto que actitud. Por medio de los actos el hombre se pone en contacto con el mundo exterior; los actos en sí mismos son un simple movimiento de energía. Las actitudes, en cambio, constituyen la intencionalidad interna, el sentido de los actos, el contexto de valores desde donde son realizados.

Así la ley nos señala los actos que debemos hacer para no caer en infracción; de por sí no nos hacen ni mejores ni peores. Pero son las actitudes las que dan significado ético a lo que hacemos.

Como bien lo comprendía Juan y mejor lo explicitó Jesús, ni siquiera la religión es garantía de pureza de corazón. Tras sus actos puede esconderse la hipocresía, el afán de lucro, la prepotencia y el ansia de poder.

Muy distinta es la «religiosidad» o el sentido religioso que nace de un corazón puro y sincero, pobre y justo.

Estas eran las ideas que desarrollaba Juan en las riberas del Jordán. Todo lo que decía era muy interesante, pero al pueblo le faltaba algo... ¿No se iba a caer en una nueva palabrería que dejaría las cosas como estaban? Fue entonces cuando guiados por su sentido común le hicieron una pregunta fundamental:

--Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Es la misma pregunta que los judíos le hicieron a Pedro el día de Pentecostés después de su discurso programático: Todo esto del Espíritu y de Jesucristo resucitado es muy interesante, pero... ¿qué hay que hacer? Ya estamos un poco cansados de discursos, profecías, promesas y explicaciones. Qué tenemos que hacer...

Está muy bien hecha la pregunta. No dijeron: qué tenemos que recordar, o aprender de memoria, o reflexionar. Qué tenemos que hacer. Porque la conversión es un proceso interno, no sólo no está desligada de la praxis sino que implica siempre una praxis. Sólo así se puede saber si la conversión es sincera o sólo un juego de fantasía.

Y preguntaron: Qué tenemos que hacer... nosotros, cada uno de nosotros. No los de al lado, los del otro barrio, los de arriba o los de abajo. El cambio es algo que implica a cada uno, es una exigencia hacia dentro de uno mismo.

También hoy los cristianos preguntamos por el cambio que tenemos que procurar nosotros; no los musulmanes o los ateos; no los vecinos que nos fastidian, los hijos que nos dan preocupaciones... Nosotros. Con harta frecuencia hemos dedicado mucho tiempo a procurar el cambio de los otros, a elaborar proyectos que otros deben cumplir, a dar indicaciones y normas para todo el mundo, con lo cual ya damos la impresión de hipocresía, pues así pretendemos que los demás cambien según nuestras necesidades.

Muchos problemas internos de la Iglesia hubieran sido mejor resueltos si se hubiera hecho esta pregunta a tiempo: frente a la Palabra de Dios, qué tenemos que hacer nosotros para que el Reino de Dios se haga realidad.

Por lo tanto, nadie está eximido de hacerse esta pregunta: sea sacerdote o laico, teólogo o aprendiz de catecismo. El adviento llega como una exigencia para toda la Iglesia sin distinción alguna; llega, según dice el mismo Juan, como un juicio interior en el fuego del Espíritu, que ha de quemar todo lo impuro y corrompido.

Qué hacer... Si Jesús es antes que nada un acontecimiento histórico, también la fe cristiana es antes que nada un acontecer en la historia. Este hacer del hombre no es la simple suma de ciertos actos que cumplir; es su quehacer como hombre: pensar, decidir, obrar, planificar, crecer, esperar, comprender, amar...

El hombre siempre hace algo, aun cuando parece que no hace nada. También el no-hacer es una forma de existir, una manera de afrontar la vida, una forma de compromiso. Por no-hacer se perdieron muchas batallas, por no-hacer dejamos pasar muchos trenes; por no-hacer podemos tener Ia sensación de que la vida no tiene sentido.

¿Qué hacer, pues? La respuesta de Juan se resume en una idea general: proyectar el cambio interior en la sociedad sobre la base del amor y de la justicia.

Si Dios es amor, vivir su Palabra es hacer lo mismo: acabemos con la mezquindad, con la avaricia, con el apetito desmedido de poder. El que tenga, que dé al que no tiene; el que detenta un puesto de poder, que lo haga con mesura para el bien de la comunidad. A pesar de la sencillez de la respuesta, cómo cambiaría nuestra comunidad si cada uno se preguntara qué tiene que hacer para que el otro sea un poco más feliz.

La respuesta de Juan pudo y puede dejar desilusionados a más de uno. Hubiéramos quizá deseado un discurso revolucionario, social, con verdades gruesas, con palabras duras. Al menos nos hubiera encantado una denuncia más clara de las grandes injusticias sociales y una masiva convocatoria del pueblo. Pero no fue así.

Sin embargo, la respuesta de Juan pone el dedo en la llaga de la famosa cuestión social y de muchas cosas más. Desde la perspectiva del Evangelio, más que una cuestión de dinero, de capital y de trabajo, etc., es una cuestión de corazón. El que realmente ama a su prójimo ya sabrá buscar los medios para aminorar las injusticias.

Y un amor que no llegue hasta allí, no puede preciarse de sincero. El amor es más fuerte que la peor indigencia. A menudo los cristianos -particularmente la jerarquía- nos hemos ocupado en este asunto más de la ortodoxia que de la praxis del Evangelio. Así, por ejemplo, nos preocupamos por saber si tal ideología social o política está de acuerdo con nuestros dogmas para apoyarlos o condenarlos, sin caer en la cuenta de que otros pueden vivir mejor el espíritu del Evangelio aun estando en la heterodoxia, y de que nosotros podremos ser dogmáticamente muy ortodoxos, sin que ello sea óbice para que nuestros actos estén en flagrante contradicción con el Evangelio de la justicia.

El mismo Juan no se cuestiona si los publicanos -funcionarios al servicio de Roma- o los soldados tenían derecho a la existencia o no, si eran dignos de ser escuchados o si merecían el repudio. Pero sí les exige justicia en su forma de proceder, más allá de las connotaciones políticas del caso.

La sola ortodoxia desligada de la praxis desemboca inexorablemente en una rigidez de ideas y en posturas tan injustas y violentas, que muchos de los males de nuestra sociedad actual y de la Iglesia en particular tienen su origen en esta postura.

¡Cuánto tiempo se ha perdido y se pierde en discusiones interminables por cuestiones de ortodoxia, y cómo se llega hasta el odio por este motivo, como si no fuese mucho más provechoso para todos y mucho más evangélico el preguntarse por el bien de la comunidad! -- Por otra parte, y el evangelio de hoy es un claro testimonio de ello, la fe cristiana no implica necesariamente tomar partido por un sistema social o por otro; ni siquiera se casa con una filosofía de la vida desechando a las demás. Exige, sí, una postura interior tal, que se traduzca siempre en un compromiso de amor y de justicia con los demás.

En síntesis: si el punto de partida de una comprensión de Jesús es su inserción y compromiso históricos, la fe cristiana -o sea, el seguimiento de Jesús es siempre y antes que nada una praxis, un compromiso de vida, tanto a nivel interno personal como a nivel social. No hace falta que nos preguntemos por todo lo que implica esto, ya que a lo largo de todo un año el mismo Evangelio se encargará de llamarnos la atención sobre un aspecto de la vida u otro; lo que importa es que en este adviento nos acerquemos a Jesucristo, en primer lugar desde nuestra vida. Es allí donde la Palabra se encarna y donde la fe debe testimoniarse.

2. Fuego y viento

La Palabra de Dios que se encarna en la historia por medio de Jesús y que exige una respuesta de vida, se presenta ante nuestros ojos como un auténtico juicio interior. El Bautista, en consonancia con una vieja tipología profética, presenta al Mesías como a un segador que recoge en su granero el trigo bueno y quema la paja inútil sin contemplación alguna.

Juan sólo bautiza con agua, ya que el suyo es un bautismo de purificación y de cambio interior, necesario para que el Mesías tenga el terreno preparado. En cambio Jesús, impulsado por el Espíritu de Dios, escrutará los corazones y hará el juicio de discernimiento.

Detrás de estas imágenes, hoy un tanto anacrónicas, es importante recoger el mensaje: la salvación de Dios llega como viento y como fuego. Como viento, es fuerza que empuja a vivir de una manera nueva y distinta; como fuego, destruye el pecado hasta su misma raíz. Vemos, pues, que la conversión cristiana tiene dos aspectos o fases:

--la negativa: es la destrucción del egoísmo, del mal interior, de la envidia, de la voracidad entre los hombres. El pecado debe ser borrado o quitado, como quien erradica la mala hierba de un trigal. Pero junto a este proceso se halla el otro:

--el positivo: dejarse arrastrar por el viento y por la fuerza de Dios que nos impulsa a crecer hasta dimensiones insospechadas.

A menudo la enseñanza y la pedagogía cristianas han insistido unilateralmente en el primer aspecto: eliminar el pecado; o, para ser más preciso, evitar el pecado, lo que evidentemente no es exactamente lo mismo. El Evangelio habla de "quitar el pecado" del mundo, de luchar contra toda forma de odio, injusticia o egoísmo. La actitud evitativa, en cambio, es mucho más negativa y evasionista. El cristiano no tiene que huir de la sociedad para evitar el pecado, como un niño que se aleja de una zona de peligro, sino que tiene que insertarse en la sociedad para cambiar su estructura injusta.

Jesús no fue un anacoreta ni un esenio escondido entre las cuevas del desierto; al contrario, fue acusado de compartir la vida de los pecadores, de tratar con publicanos y mujeres de vida poco recomendable, de mezclarse con la gente inculta, etc., porque como buen médico debía estar entre los enfermos para poder curarlos.

No es huyendo de las enfermedades como se las combate sino aplicando los remedios oportunos allí donde existe y actúa el germen patógeno. Una educación cristiana que sólo insista en evitar el pecado crea a la larga una generación de hombres y mujeres inútiles y carentes de responsabilidad, una raza de cobardes o al menos de débiles, que llegan a creerse virtuosos porque no tienen el coraje de enfrentarse con la vida.

Por otra parte, el pecado al que aluden los evangelios, más que fuera del hombre está en su propio interior. Lo que debe ser erradicado es el pecado como actitud, como postura o forma de vida. ¡Cuántos se han equivocado creyendo vivir la santidad por el simple hecho de recluirse en un convento o de rodearse de prácticas religiosas, como si estas circunstancias externas bastaran para eliminar del corazón el orgullo, la envidia, la hipocresía o las mil formas de egoísmo! Por todo ello, la actitud evangélica de quitar el pecado implica necesariamente la edificación del corazón y del hombre nuevo empujado por el espíritu de Dios. Si la educación cristiana se planteara desde este criterio, no sólo no sería objeto de la despiadada crítica de los hombres que quieren vivir, sino que sería una verdadera iniciación a la vida.

El alto grado de conciencia de sí mismo que vive el hombre moderno, particularmente los jóvenes, exige una educación cada vez más de cara a los problemas de hoy, a los conflictos de nuestra cultura y a una asunción de responsabilidades en el campo cultural, político y social.

El segador viene a recoger su trigo, trigo cargado de espigas... Sembrar el trigo, regarlo y hacerlo madurar es el objetivo de la tarea evangelizadora de los educadores. No basta que el campo esté limpio; lo importante es su rendimiento...

Concluyendo:

A pesar de todas las exigencias del mensaje evangélico, el cristiano no solamente no es un hombre angustiado por su responsabilidad, sino que es invitado tanto por Pablo como por el profeta Sofonías a permanecer en la alegría. Es la alegría del Señor: la que nace de un hombre que crece, que supera sus crisis, que aun con todos los riesgos de cometer muchos errores sabe hacer algo por sí mismo y por los demás. Vivir la conversión evangélica es arriesgar muchos fracasos pero con el ojo puesto en un gran objetivo: dar paso a la fuerza del Espíritu.

También a nosotros, los timoratos cristianos de este siglo de tremendas conmociones y de serias responsabilidades históricas, nos dice el profeta: "No temáis; no desfallezcáis: el Señor vuestro Dios está en medio de vosotros; El se goza y complace en vosotros, os ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta...»

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C. 1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 46 ss.


15.

-Una gran pregunta

Vamos avanzando por el camino del Adviento. Esta semana hemos celebrado la fiesta de la Inmaculada. El ambiente en las calles y a nuestro alrededor, con sus manifestaciones contradictorias, se va haciendo cada día más cercano a la Navidad.

Hoy, una vez más, la Palabra de Dios nos quiere ayudar a vivir más auténticamente, con mayor profundidad este tiempo de preparación. Y lo hace planteándonos una pregunta. La pregunta que hemos escuchado que la gente hacía a Juan Bautista "¿qué hacemos nosotros?" es también la pregunta que nos formulamos nosotros mismos: ¿cómo he de vivir? ¿qué hemos de hacer para acoger realmente la venida y la presencia de Jesús en medio de nuestra vida y de nuestro mundo? Antes de apresurarnos a dar una respuesta quizá un tanto precipitada, quizá demasiado sabida, vale la pena que nos detengamos en la pregunta y en la actitud que encierra.

Preguntarnos sinceramente qué hemos de hacer comporta una gran disponibilidad, un estar dispuesto a rectificar, a cambiar, a dar algún paso nuevo en nuestra vida. Comporta también una gran confianza en la respuesta y en el que responde. Creer que Jesús, el que esperamos, realmente puede dar respuesta a nuestras inquietudes y expectativas. Son unas buenas actitudes para el Adviento y a todos nos ponen en disposición de cambiar y aprender.

-La respuesta de Juan Bautista

La respuesta que daba Juan Bautista a la gente tiene un doble contenido. A unos les responde en la línea del compartir, de la caridad y del amor. A otros, a los grupos más especiales que le pedían qué tenían que hacer los exhorta a practicar la justicia, al recto y honesto ejercicio de su trabajo. No son respuestas contradictorias, sino que tienen en cuenta la complejidad de la vida y la situación de cada uno. La acogida de Juan a aquellos guardias y aquellos publicanos -habitualmente despreciados por los bienpensantes- es un preludio de la acogida y la salvación que Jesús traerá a la casa del centurión de Cafarnaún, a casa de Leví y de Zaqueo. "No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores, para que se conviertan", dirá Jesús. Y eso empieza a cumplirse ya desde la predicación de Juan.

También nosotros que nos reconocemos necesitados de conversión acogemos las respuestas del Bautista. Actuar con rectitud y justicia en todos los ámbitos de nuestra vida, ¿no es un criterio que debemos hacer muy presente en nuestra sociedad? En el trabajo profesional, en la vida económica y política, en los grupos humanos en que participamos. No actuar en beneficio propio sino al servicio del bien común. No ser oportunistas insolidarios sino respetar con valentía la verdad y la honestidad en todas las relaciones sociales. Y hacer lo posible para que sea así en todos los ámbitos de la convivencia pública de nuestro país. Y como criterio supremo, en todo aquello que dependa de nosotros, actuar con generosidad eficaz. Dar al que no tiene, compartir con el que lo necesita, éstas son las instrucciones concretas del Bautista. También para nosotros éstos son los nombres del amor: verdad, justicia, generosidad.

-El motivo, la presencia del Señor. Una gran alegría de vivir

Y estas normas de actuación nunca son consignas frías sino que tienen un cálido fundamento: la presencia del Señor en el corazón de su pueblo: "El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva... te ama y se alegra con júbilo", nos decía el profeta Sofonías. Y Juan comunicaba la buena noticia al pueblo: "El os bautizará con Espíritu Santo y fuego". Para saber qué hemos de hacer en nuestra vida y para llevarlo a término no contamos únicamente con nuestro sentido común y nuestras pobres fuerzas. Contamos con la luz, la fuerza del Espíritu del Señor plantado en nuestros corazones el día del bautismo y que constantemente quiere renovar y guiar nuestra vida.

De aquí viene también el estilo que ha de tener nuestra vida: una gran alegría y una gran confianza. Las lecturas de hoy, en la expectación de la Navidad, nos llevan a calificar este domingo como el del gozo, aunque éste debe irradiar siempre, en todos los momentos: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres", nos decía san Pablo.

Aunque haya tantos motivos de inquietud y de angustia, hay una alegría profunda que nadie nos puede arrebatar y ésta ha de ser también la nota distintiva de nuestra vida cristiana: "Que vuestra mesura la conozca todo el mundo".

Juan Bautista, María, nos acompañan en este tiempo de preparación. Su sencillez, su fiarse del Señor, su esperanza alegre, su aspiración a la justicia y al amor por los pobres y los pequeños, son nuestra mejor guía en el camino del Adviento.

Ahora, en la Eucaristía, celebraremos una vez más la certeza de la presencia renovadora de Dios en medio de su pueblo.

JOSEP M. DOMINGO
MISA DOMINICAL 1994, 16


16. CV/COSTUMBRE:

INTENTAR EL CAMBIO Entonces, ¿qué hacemos?

Es aleccionadora la actitud de las multitudes que escuchan al Bautista. Son hombres y mujeres que se atreven a enfrentarse a su propia verdad y están dispuestos a transformar sus vidas. Así responden al profeta: «¿Entonces, qué debemos hacer?».

Asistimos hoy a un fenómeno bastante generalizado. Se escuchan llamadas al cambio y a la conversión, pero nadie se da por aludido. Todos seguimos caminando tranquilos, sin cuestionarnos nuestra propia conducta.

Naturalmente, la conversión es imposible cuando se la da ya por supuesta. Se diría que el catolicismo ha venido a ser, con frecuencia, una teoría vacía de exigencia práctica. Una religión cultural, incapaz de provocar una transformación y reorientación nueva de nuestra existencia.

Son bastantes los que se preocupan de las «fórmulas de fe» del catecismo, pero no se plantean nunca la necesidad de una ruptura y una nueva dirección de su vida concreta. Siempre resulta más fácil «creer» las verdades recogidas en el Astete que esforzarnos por escuchar las exigencias de conversión que se nos gritan desde el evangelio.

Por eso es bueno también hoy escuchar la voz lúcida de quienes cuestionan ciertos fenómenos de fervor religioso que parecen conmover hoy a las multitudes, sin lograr una conversión real a la solidaridad y la fraternidad.

Un hombre tan equilibrado como K. Rahner, hablando de las masas que aclaman al actual Papa, piensa que conviene preguntar a todas esas personas: «¿Rezáis cuando estáis solos?, ¿lleváis vuestra cruz en la vida real?, ¿pensáis en los pobres de nuestro entorno y en el Tercer Mundo?» (País, 5-12-82).

Sin duda, son preguntas que debemos hacernos todos los que hemos aclamado con entusiasmo al Santo Padre. ¿Qué sentido podría tener aclamar a Juan el Bautista y no escuchar sus palabras: «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo»?

Y ¿qué sentido puede tener aplaudir enfervorizadamente a Juan Pablo II y no oir sus repetidos gritos: «Pensad en los más pobres. Pensad en los que no tienen lo suficiente... Distribuid vuestros bienes con ellos... Dadles parte de forma programada y sistemática... Mirad un poco alrededor...? ¿No sentís remordimiento de conciencia a causa de vuestra riqueza y abundancia» (Discurso en Río de Janeiro 2-7- 80).

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 255 s.


17.

Los grandes medios de comunicación, que tanto airean y ridiculizan algunos discursos del Papa, han silenciado de manera injusta e interesada la encíclica «Sollicitudo rei socialis», sin duda, su mejor y más moderno documento social.

En ella Juan Pablo II propone la solidaridad como el camino necesario hacia la paz y el desarrollo de los pueblos. Una solidaridad que exige «la superación de la política de bloques», «la renuncia a toda forma de imperialismo económico, militar o político», «la reforma del sistema internacional de comercio», «la reforma del sistema monetario y financiero mundial».

La pregunta surge en nosotros de manera espontánea: ¿Qué puedo hacer yo ante problemas mundiales que desbordan totalmente mis posibilidades? ¿Cómo puedo colaborar yo a que también entre los pueblos de la tierra se cumpla la invitación del Bautista: «El que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo»?

Antes que nada, hemos de tomar conciencia de que, detrás de esa política insolidaria y competitiva que rige hoy el mundo, hay una forma de vivir, de satisfacer las necesidades y de desarrollar egoístamente nuestros propios intereses, que estamos alimentando entre todos. No hemos de olvidar que la actuación de los dirigentes políticos suele reflejar casi siempre a los pueblos a los que sirven, y responde, de alguna manera, a los deseos y aspiraciones de sus ciudadanos. Por eso, son bastantes las preguntas que podemos hacernos todos y cada uno de nosotros.

¿Queremos seguir satisfaciendo nuestras necesidades y desarrollando nuestro bienestar en un proceso que no tiene fin, sin preguntarnos nunca a costa de quién lo estamos haciendo?

¿Estamos dispuestos a comprar más caros los artículos importados de los países más pobres para remunerar de manera más justa a los que los producen? ¿Estamos dispuestos a pagar impuestos más elevados para que los poderes públicos puedan desarrollar una política más eficaz al servicio de los más necesitados?

¿Estamos dispuestos a vivir de manera más austera, no para tener más y ahorrar en previsión de que puedan llegar tiempos peores, sino para que pueda avanzarse hacia un nuevo orden internacional más solidario?

¿Estamos dispuestos a sostener con nuestro dinero y nuestra participación activa aquellas instituciones e iniciativas que cooperan hoy de diversas manera en favor de los pueblos más oprimidos de la tierra?

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944Pág. 13 s.