COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 11, 2-11

Paralelo: Lc 7, 18-28

 

1. JBTA/DUDAS FE/ESCANDALO

Juan el Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando un "bautismo de penitencia para la remisión de los pecados". Fue un predicador penitencial. Esto ya lo sabe el lector del evangelio. Pero la razón última de su misión estaba en anunciar "al que había de venir", el que era más fuerte que él y a quien él no era digno de desatar la correa de su sandalia. Juan había tenido ya algún contacto con Jesús. Más aún, según el cuarto evangelio, le había presentado oficialmente como "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo". No obstante, en la misma mentalidad de Juan, ¿hasta qué punto realizaba Jesús aquello que los judíos esperaban del Mesías? La actividad de Jesús ¿se identificaba con la figura del Mesías tal como el Bautista se lo imaginaba? Hay razones serias para dudarlo y una de ellas la tenemos en la embajada que, desde la prisión, hace llegar a Jesús a través de sus discípulos.

¿Eres el que había de venir? Para nosotros, la expresión indica evidentemente la culminación de todas las esperanzas en la persona del Mesías. Se había convertido en frase técnica para describir el tiempo mesiánico y designaría o bien "el profeta" que había de venir (Deut 18, 15) o al Mesías en persona. Los judíos no habían vinculado a esta expresión un significado tan denso, aunque la idea de su venida "en el nombre del Señor" era una convicción generalizada.

Jesús, en su respuesta, se limita a citar la Escritura (Is 35, 5-6; 61, 1). Una respuesta excesivamente concentrada y que nosotros explicitaríamos así: todas estas cosas estaban anunciadas en el Antiguo Testamento para los días del Mesías; todas estas cosas están siendo realizadas por Jesús; luego, han llegado los días mesiánicos en la persona de Jesús.

Efectivamente, él es el que había de venir. Es la conclusión lógica que debía deducir el Bautista.

Por si el texto no tuviese la suficiente claridad Jesús añade: dichoso aquél que no se escandalice de mí. ¿Por qué? Probablemente por el contraste entre lo que se esperaba -mucho más en la línea del sensacionalismo- y lo que veían realizándose en su persona. La advertencia de Jesús está en la línea de la identificación entre su persona y su palabra. La palabra de Jesús no puede separarse de su persona ni la persona de su palabra. Por algo es la Palabra (Jn 1, 1). Sólo quien comprende su palabra comprenderá su persona y viceversa. Quien no lo entiende así, permanecerá a oscuras ante el misterio de la persona de Jesús. La razón de escandalizarse de él está en su humildad. ¿Es éste el camino hacia Dios?, ¿un camino de sufrimiento y de cruz? El mismo Pedro se escandalizó y, con su escándalo, escandalizó a Jesús (/Mc/08/31ss). El mismo escándalo ante el que sucumbieron sus paisanos de Nazaret (Mc 6,3) y sus mismos discípulos ante la pasión (Mc 14, 27); el escándalo de la cruz del que nos habla San Pablo (1 Cor 1, 23; Gál 5,1). Terminada su respuesta, Jesús hace la presentación del Bautista.

Cuantos salieron al desierto atraídos por su predicación no vieron en él una caña agitada por el viento, es decir, Juan no era de esas personas que se doblegan fácilmente ante amenazas o promesas. Era un hombre íntegro e inflexible ante el mal. El caso de Herodes Antipas lo pone bien de manifiesto (14, 1ss). Tampoco se presentó Juan como una figura celeste con atuendo regio al estilo de lo que esperaban los judíos para cuando llegasen los días mesiánicos. Juan era un profeta. Pero un profeta singular.

Era el mensajero, el heraldo que había de venir a anunciar la presencia del Mesías y a preparar sus caminos (Mal 3, 1). Era el precursor del Mesías. Todo esto quería decir que, efectivamente, había llegado el que tenía que venir. Que había sido inaugurada la era mesiánica, el mundo nuevo creado por Dios por su última y definitiva intervención en la historia.

Juan era el precursor del que había de venir. En ser precursor estaba su grandeza y su pequeñez. ¿Cómo explicar que el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que Juan? Por supuesto, que no desde la categoría personal de cada uno. Aquí se nos está diciendo que el reino de Dios pertenece a un nivel distinto al nuestro. Para pertenecer a él, a ese mundo nuevo, el nuevo eón, es necesaria una nueva intervención de Dios en el hombre, un nuevo nacimiento (Jn 3. 3ss). Esto nadie, ni el más grande de los hombres -como nos es descrito Juan-, puede lograrlo por sí mismo. Sin embargo, el más pequeño e insignificante a los ojos humanos, en quien se haya realizado este nuevo nacimiento, esta nueva existencia, es mayor que la personalidad más destacada -como era la de Juan.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 998


2.

Este Evangelio se compone de dos partes muy distintas: el relato de la embajada de los discípulos de Juan Bautista (vv. 2-6) y el elogio de este último por el mismo Cristo (vv.7-10).

a) La embajada de los discípulos del Bautista lleva el encargo de investigar si Cristo es realmente "el que tiene que venir". Hay que comprender esta última expresión en el sentido que le da Juan Bautista. Está tomada de Is 40, 10 (pasaje que el Precursor conoce bien, puesto que cita ya el v. 3 en Mt 3, 3), en donde la venida del Mesías va acompañada de fuerza y de violencia. Ahora bien, para Juan Bautista no hay lugar a duda de que el Mesías que él anuncia será particularmente violento (Mt 3, 11). El Mesías, en efecto, debe hacer su aparición dentro del aparato terrible de un día de Yahvé.

Pues bien, Cristo desmiente esa espera poniendo de relieve que sus obras mesiánicas están todas ellas hechas de dulzura y de salvación: en lugar de juzgar y de condenar, cura y libera.

Aunque, por otro lado, en todo eso no hay nada que no esté previsto por la Escrituras y esté en conformidad igualmente con la esperanza mesiánica (cf. Is 61, 1; 35, 5-8). Pero hay dos conceptos opuestos del mesianismo que en aquella época se repartían al pueblo elegido: los unos esperaban los últimos tiempos como tiempos de poder y de violencia; los otros, como tiempos de liberación y de felicidad. Oponiéndose a los discípulos de Juan, Cristo revela un estilo de vida que constituye un problema para ellos y que no dejará de producir escándalo hasta tanto no se penetre en el misterio del Hombre-Dios sobre la cruz. Eso es precisamente el alcance del v. 6 (cf. Mt 13, 54-57; 16, 20-23; 26, 31-33, y , sobre todo, 1 Cor 1, 17; 2, 5). Si se produce el escándalo a causa de Cristo, aun comprendiendo que da cumplimiento a tal o cual profecía, es porque en El se ha producido algo inesperado, algo que ninguna profecía podía prever: el misterio del Hombre-Dios.

b) Ni el mismo Juan Bautista ha podido prever este aspecto inesperado de la personalidad de Cristo. Y precisamente Jesús consagra su elogio del Precursor a demostrarlo.

Para preparar a su auditorio a la idea de que el Bautista es un profeta, Jesús utiliza una serie de imágenes: el contraste entre gentes bien vestidas y el hombre vestido de pelos de camello (Mt 3, 4; 2 Re 1-8), entre el profeta que no tiembla y la caña frágil (Jer 1, 17-19). Juan es incluso más que un profeta: es el mayor de los profetas: citando Mal 3,1 y Ex 23, 20, Jesús define, en efecto, la misión del precursor como la de un servidor que conduce al pueblo de Dios hacia la tierra tanto tiempo prometida. Y, sin embargo (v. 11), Juan es el personaje más pequeño del reino. Esta observación es capital para la comprensión del verdadero alcance del Evangelio. Juan es el mayor del Antiguo Testamento, pero, en cuanto tal, se mueve aún dentro de una interpretación demasiado humana y demasiado específicamente judía de las profecías. Por eso es el más pequeño en el reino: le falta, en efecto, la inteligencia del estilo absolutamente inesperado que Cristo introduce con su existencia de Hombre-Dios.

Las dos partes del Evangelio, por tanto, se complementan: no basta con comprender que Cristo y su Precursor dan cumplimiento a las Escrituras, ni con definirlas partiendo de las profecías antiguas. Y se es el más pequeño en el Reino cuando uno se detiene ahí, sin llegar a penetrar en el misterio de la personalidad de Cristo. Este no es tan solo el final de una cadena de pobres espirituales, de la que Juan sería el penúltimo eslabón (vv. 8-9); Jesús es "ontológicamente" pobre por su obediencia humana y divina al Padre, y su pobreza hasta la cruz no es más que la repercusión terrestre de su situación eterna de absoluta dependencia de Hijo respecto al Padre.

Después de Cristo, los hombres pueden alcanzar esa pobreza de los hijos de Dios merced a su dependencia del Padre, y la Eucaristía que celebran, proponiéndoles que se dejen guiar por la iniciativa del Padre, les capacita para esa aventura.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 111


3.

Juan, el gran profeta, estando en la cárcel, entró en crisis, como si también se pusiera nervioso. ¿Qué pasa con el Mesías? ¿Será el que yo bauticé en el Jordán? Pero no parece dar señales. Todo sigue igual. No hay manifestaciones gloriosas, ni castigos ejemplares. Ni siquiera mueve un dedo para sacarme de la cárcel.

La respuesta de Jesús es convincente. Le explica las señales del Reino, como anunciaron los profetas. Ya han empezado a cumplirse. Pero de otra manera a como espera Juan: el Reino es una semilla pequeña, un fermento escondido. El Mesías actúa desde dentro.

Esta respuesta fue un rayo de luz en la noche de Juan. El estaba acostumbrado a interpretar los signos desde el seno de su madre o en el Jordán. Sentía enseguida la presencia de lo divino. Jesús hará de él cumplido elogio. Y lo mejor que hizo fue callar a tiempo, para que hablara la Palabra.

Y no extrañarse que también nosotros podamos dudar sobre la presencia de Dios en nuestra vida o de Cristo en la Iglesia. Habrá que orar, dialogar y estar atentos a los signos.

LA MANO AMIGA DE DIOS
ADVIENTO Y NAVIDAD 1989.Págs. 56


4.

Texto. El domingo pasado escuchábamos a Juan hablar del que viene detrás de él con el poder y el derecho. En el texto de hoy, Mateo igual que Lucas, recoge una tradición sobre la perplejidad de ese mismo Juan ante la actuación del Mesías. El término Cristo, empleado en la traducción litúrgica deriva del griego y es traducción del hebreo Mesías. En este texto Cristo no es nombre propio sino título.

Jesús reivindica su condición de Mesías, entendiendo ésta no en la línea de los apocalípticos, sino en la de diversos profetas agrupados bajo el nombre de Isaías. El v. 5 del texto es una refundición de Is. 29, 18-19; 35, 5-6 y 61, 1. en línea con estos profetas la actuación de Jesús no es destructora, sino reparadora de los desajustes existentes.

La reivindicación de Jesús se cierra con una bienaventuranza. Sería incorrecta interpretarla como advertencia o llamada de atención a Juan. Es más bien una declaración a favor de los que no ven en Jesús un motivo de escándalo.

La segunda parte del texto se centra en Juan y en su papel dentro de la historia de la salvación. La interpelación y la pregunta retórica dan a esta parte viveza y fuerza. El desierto del que se habla es la misma falla geológica del domingo pasado, paisaje árido y tórrido, salpicado en algunos lugares por matorrales, arbustos y cañaverales. Siguiendo la margen occidental del Mar Muerto, se llega a la altiplinicie rocosa, rodeada de barrancos. Su nombre actual es Masada, que significa fortaleza. Se trata, en efecto, de una fantástica fortaleza inexpugnable, donde, entre los años 37 a 31 a. de C., Herodes había construido un palacio dotado de todos los lujos y comodidades. Un palacio proverbial, del que todo el mundo contaba mil maravillas.

Jesús rinde a Juan tributo de admiración por su entereza y austeridad. Sus referencias a las cañas y a los palacios se explican y comprenden a la luz de lo mencionado en el párrafo anterior.

Pero la verdadera grandeza de Juan reside en su función de mensajero inmediato del Mesías. Esta grandeza, sin embargo, palidece ante la realidad del reino de los cielos traída por el Mesías. La llegada del reino de los cielos hace realmente grandes a las personas. Comentario. Dos son las ideas matrices del texto. Primera: El reino de los cielos es ya una realidad en nuestro mundo. Segunda: este reino no destruye el mundo, sino repara lo desajustado en él existente.

Síntomas de este desajuste son la enfermedad y la marginación de los pobres. La primera es un misterio; la segunda, una injusticia intolerable. La enfermedad debe ser combatida como desajuste y aceptada como misterio; la marginación de los pobres debe sólo ser combatida, nunca aceptada.

A pesar de todo hay que seguir afirmando la realidad del reino de los cielos en nuestro mundo. Mucho, sin embargo, nos queda aún por aprender del mensajero, Juan. Existente entre nosotros demasiado arribismo y búsqueda del sol que más calienta; existe demasiado despilfarro. Entereza y austeridad: dos grandes olvidadas.

ALBERTO BENITO
DABAR 1992/03


5.

El texto del domingo pasado terminaba con el anuncio-amenaza de Juan a fariseos y saduceos con uno que está al llegar. Literalmente: el que viene, el que llega. Una de las expresiones utilizadas por los judíos para designar al Mesías, el personaje que inauguraría el nuevo estado de cosas o Reino de los cielos, circunlocución esta última para designar a Dios, ya que los judíos no pronunciaban jamás su nombre por respeto. El texto de hoy comienza con esta misma expresión. ¿Eres tú ese personaje? ¿Estamos ya en el nuevo estado de cosas o Reino de los cielos? La pregunta la hace el propio Juan. Pero entre la pregunta de hoy y el anuncio del domingo pasado median ocho capítulos en los que Mateo ha ido moldeando dichos y hechos de Jesús.

-Versículos 4-6. La respuesta es del que ha llegado y Mateo la concibe como cita y como recuento. Recuento de los ocho capítulos anteriores. Cita de textos de Isaías que hablan de un futuro maravilloso, del día de Yavé. Se trata en concreto de Is. 29, 18-19 y 35, 5-6. Mejor leer ambos capítulos en su totalidad. Son fascinantes. Pero la respuesta no es sólo esto. Es también promesa de alegría y de dicha. Dichoso el que no se escandalice por causa mía. La intención del evangelista parece muy clara: nos hallamos en el nuevo estado de cosas o Reino de los cielos. Pero alberga la sospecha de que esto se lo creen muy pocos. A éstos va dirigidos la bienaventuranza.

-Versículos 7-11. La liturgia ha cortado las palabras de Jesús en el momento tal vez más aclarador de las mismas. En su estado litúrgico se trata de palabras sobre Juan, cuando en realidad no es de Juan de quien Mateo quiere hablar aquí, y ni siquiera de Jesús. Obsérvese como en su respuesta Jesús no habla de él, sino de la situación en torno a él. Mateo quiere hablar del Reino de los cielos que ya ha llegado. Juan es la recta final que precede a la meta, su precursor, su heraldo, ascético, duro, recio, admirable. Pero no es la meta. Esta la constituye el Reino de los cielos. Este Reino es lo central, lo verdaderamente importante. Su presencia lo eclipsa todo.

-Comentario. El interés absorbente de la mayor parte de los comentaristas ha enfocado la problemática de este texto hacia las disposiciones psicológico-religiosas por las que el bautista prisionero se decidió a enviar su embajada. Estado de duda, de impaciencia, estrategia pedagógica para fomentar y favorecer la fe en Jesús. Todo esto puede tener su razón de ser a nivel de pre-texto, pero en absoluto la tiene a nivel de texto. El centro de interés del texto, ya lo hemos visto, no es Juan. El centro es la utopía. Sí, eso que todos anhelamos y que todos andamos buscando. Eso mismo de lo que nadie tenemos la osadía de decir que exista y de lo que, a lo sumo y con mucho escepticismo, decimos que puede que a lo mejor alguna vez exista.

Un visionario judío llamado Isaías dijo una vez lo siguiente: En aquel día oirán los sordos las palabras del libro y, libres de las tinieblas y la oscuridad, los ojos de los ciegos verán. Así imaginaba él lo que nosotros denominamos utopía y que él denominaba día de Yavé. Siglos más tarde, un judío llamado Mateo cayó en la cuenta de que esto era precisamente lo que había sucedido en torno a Jesús. Es entonces cuando tiene la osadía de escribir lo que hoy hemos leído y escuchado. Que no es otra cosa que lo siguiente: el Reino de los cielos existe ya. Dichoso el que crea y acepte esto de corazón. Es el mayor acontecimiento y la mayor grandeza que pueda darse.

ALBERTO BENITO
MISA DOMINICAL


6.

-"Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo!..": Juan aparece encarcelado por Herodes, pero como era habitual en las personas del mundo antiguo no pierde el contacto con el exterior. Conoce la actividad de Jesús y le envía a sus discípulos. Los discípulos de Juan subsistirán después de su muerte y algunos mantendrán polémica con la comunidad cristiana primitiva sobre la mesianidad de Jesús. Por eso el texto evangélico pone sobre la mesa las dudas del Bautista a fin de darles respuesta.

-"¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?": La acción y la predicación de Jesús no han encontrado acogida en Galilea. Mateo subrayará en los textos que vienen a continuación de esta perícopa el carácter escondido del Reino. No es extraño que Juan manifieste también su desconcierto: él esperaba al Mesías juez poderoso de la apocalíptica judía de su tiempo y, en cambio, ve en Jesús otro tipo de actuación bien diferente y él mismo está encarcelado. ¡El Mesías no actúa como liberador!

-"Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo..": La respuesta de Jesús a las dudas de Juan remite de nuevo a las obras que hace y que ilustra con el texto de Isaías leído en la primera lectura y que recibe el complemento de una referencia a los leprosos y a los muertos. Los signos que realiza Jesús no se imponen por su evidencia abrumadora ante la gente, sino que piden siempre la fe.

-"¿Qué salisteis a contemplar en el desierto...?": Seguidamente Jesús expresa su pensamiento sobre la figura de Juan, y lo hace interrogando a los oyentes con tres cuestiones que tiene una progresión impresionante: ¿una caña? ¿un hombre bien vestido? (notemos la ironía al contrastar el vestido de Juan con la corte de Herodes?, ¿un profeta? La figura de Juan sólo se puede entender con relación a Jesús, por eso es más que un profeta: "él es de quien está escrito: Yo envío mi mensajero delante de ti...".

-"El más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él...": La relación de Juan con Jesús es lo que le da su grandeza, aunque ésta se mide sobre todo por la participación en el Reino de Dios. Juan está a las puertas del Reino; en cambio, los discípulos de Jesús ya participan plenamente de la realidad del Reino.

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1989/24