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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO - CICLO A
36-42
36.
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo
Nexo entre las lecturas
La liturgia del tercer domingo de Adviento subraya de modo particular la alegría
por la llegada de la época mesiánica. Se trata de una cordial y sentida
invitación para que nadie desespere de su situación, por difícil que ésta sea,
dado que la salvación se ha hecho presente en Cristo Jesús. El profeta Isaías,
en un bello poema, nos ofrece la bíblica imagen del desierto que florece y del
pueblo que canta y salta de júbilo al contemplar la Gloria del Señor. Esta
alegría se comunica especialmente al que padece tribulación y está a punto de
abandonarse a la desesperanza. El salmo 145 canta la fidelidad del Señor a sus
promesas y su cuidado por todos aquellos que sufren. Santiago, constatando que
la llegada del Señor está ya muy cerca, invita a todos a tener paciencia: así
como el labrador espera la lluvia, el alma espera al Señor que no tardará. El
Evangelio, finalmente, pone de relieve la paciencia de Juan el Bautista quien en
las oscuridades de la prisión es invitado por Jesús a permanecer fiel a su
misión hasta el fin.
Mensaje doctrinal
1. El mensaje del desierto. Cuando el Antiguo Testamento veía el desierto
como lugar geográfico, lo consideraba como la tierra que "Dios no ha bendecido",
lugar, de tentación, de aridez, de desolación. Esta concepción cambió cuando
Yahveh hizo pasar a su pueblo por el desierto antes de introducirlo en la tierra
prometida. A partir de entonces, el desierto evoca, sobre todo, una etapa
decisiva de la historia de la salvación: el nacimiento y la constitución del
pueblo de Dios. El desierto se convierte en el lugar del "tránsito", del Éxodo,
el lugar que se debe pasar cuando uno sale de la esclavitud de Egipto y se
dirige a la tierra prometida. El camino del desierto no es, en sentido estricto,
el camino más corto entre el punto de salida y el punto de llegada. Lo
importante, sin embargo, es comprender que ése es el camino de salvación que
Dios elige expresamente para su pueblo: en el desierto Yahveh lo purifica, le da
la ley, le ofrece innumerables pruebas de su amor y fidelidad. El desierto se
convierte, según el Deuteronomio (Dt 8,2ss 15-18), en el tiempo maravilloso de
la solicitud paterna de Dios. Cuando el profeta Isaías habla del desierto
florido expresa esta convicción: Dios siempre cuida de su pueblo y, en las
pruebas de este lugar desolado, lo alimenta con el maná que baja del cielo y con
el agua que brota de la roca, lo conforta con su presencia y compañía hasta tal
punto que el desierto empieza a florecer. En nuestra vida hay momentos de
desierto, momentos de desolación, de prueba de Dios, en ellos, más que nunca, el
Señor nos repite por boca del profeta Isaías: fortaleced las manos débiles,
robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón, sed
fuertes, no temáis. Mirad que vuestro Dios viene en persona.
2. Sed fuertes, no temáis. Parece ser ésta la principal recomendación de
toda la liturgia. Sed fuertes, que las manos débiles no decaigan, que las
rodillas vacilantes no cedan, que el que espera en la cárcel (Juan Bautista)
persevere pacientemente en su testimonio: Dios en persona viene, Dios es nuestra
salvación y ya está aquí. Es preciso ir al corazón de Juan Bautista para
comprender la tentación de la incertidumbre; Juan era un hombre íntegro de una
sola pieza; un hombre que nada anteponía al amor de Cristo y a su misión como
precursor; un hombre ascético, sin respetos humanos y preocupado únicamente de
la Gloria de Dios. Pues bien, Juan experimenta la terrible tentación de haber
corrido en vano, de sentir que las características mesiánicas de Jesús no
correspondían a lo que él esperaba. Experiencia tremenda que sacude los
cimientos más sólidos de aquella inconmovible personalidad. Con toda humildad
manda una legación para preguntar al Señor: ¿Eres realmente Tú el que ha de
venir? La respuesta de Jesús nos reconduce a la primera lectura. Los signos
mesiánicos están por doquier: los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen y
a los pobres se les anuncia la buena noticia. Juan entiende bien la respuesta:
¡es Él y no hay que esperar a otro! ¡Es Él! ¡El que anunciaban las profecías del
Antiguo Testamento! ¡Es Él y, por lo tanto, debe seguir dando testimonio hasta
la efusión de su sangre! ¡Y Juan Bautista es fiel! ¡Qué hermoso contemplar a
este precursor en la tentación, en el momento de la prueba, en el momento de la
lucha y de la victoria!
3. El Señor viene en persona. Éste es el motivo de la alegría, éste es el
motivo de la fortaleza. Es Dios mismo quien viene a rescatar a su pueblo. Es
Dios mismo quien se hace presente en el desierto y lo hace florecer. Es Dios
mismo quien nace en una pequeña gruta de Belén para salvar a los hombres. Es
Dios mismo quien desciende y cumple todas las esperanzas mesiánicas. Admirable
intercambio: Dios toma nuestra humana naturaleza y nos da la participación en la
naturaleza divina.
Sugerencias pastorales
1. La alegría debe ser un distintivo del cristiano. La alegría cristiana
nace de la profunda convicción de que en Cristo, el Señor, el pecado y la muerte
han sido derrotados. Por eso, al ver que El Salvador está ya muy cerca y que el
nacimiento de Jesús es ya inminente, el pueblo cristiano se regocija y no oculta
su alegría. Nos encaminamos a la Navidad y lo hacemos con un corazón lleno de
gozo. Sería excelente que nosotros recuperáramos la verdadera alegría de la
Navidad. La alegría de saber que el niño Jesús, Dios mismo, está allí por
nuestra salvación y que no hay, por muy grave que sea, causa para la
desesperación. De esta alegría del corazón nace todo lo demás. De aquí nace la
alegría de nuestros hogares. De aquí nacen la ilusión y el entusiasmo que
ponemos en la preparación del nacimiento, el gozo de los cantos natalicios tan
llenos de poesía y de encanto infantil. Es justo que estemos alegres cuando Dios
está tan cerca. Pero es necesario que nuestra alegría sea verdadera, sea
profunda, sea sincera. No son los regalos externos, no es el ruido ni la
vacación lo que nos da la verdadera alegría, sino la amistad con Dios. ¡Que esta
semana sea de una preparación espiritual, de un gozo del corazón, de una alegría
interior al saber que Dios, que es amor, ha venido para redimirnos! Esta
preparación espiritual consistirá, sobre todo, en purificar nuestro corazón de
todo pecado, en acercarnos al sacramento de la Penitencia para pedir la
misericordia de Dios, para reconocer humildemente nuestros fallos y resurgir a
una vida llena del amor de Dios
2. Salimos al encuentro de Jesús que ya llega con nuestras buenas obras.
Esta recomendación que escuchamos ya el primer domingo de adviento se repite en
este domingo de gozo. Hay que salir al encuentro con las buenas obras, sobre
todo con caridad alegre y del servicio atento a los demás. En algunos lugares
existe la tradición de hacer un calendario de adviento. Cada día se ofrece un
pequeño sacrificio al niño Jesús: ser especialmente obediente a los propios
padres, dar limosna a un pobre, hacer un acto de servicio a los parientes o a
los vecinos, renunciar a sí mismo al no tomar un caramelo, etc. En otros lugares
se prepara en casa, según la costumbre iniciada por San Francisco de Asís, el
"tradicional nacimiento". A los Reyes Magos se les coloca a una cierta
distancia, más bien lejana, de la cueva de Belén. Cada buena obra o buen
comportamiento de los niños hace adelantar un poco al Rey en su camino hacia
Jesús. Métodos sencillos, pero de un profundo valor pedagógico y catequético
para los niños en el hogar. Pero no conviene olvidar que la mejor manera de
salir al encuentro de Jesús es el amor y la caridad: el amor en casa entre los
esposos y con los hijos; el amor y la caridad con los pobres y los necesitados,
con los ancianos y los olvidados. Hay que formar un corazón sensible a las
necesidades y sufrimientos de nuestro prójimo. Es esto lo que hará florecer el
desierto. Es esto lo que hará que nuestras rodillas no vacilen en medio de las
dificultades de la vida. Nada mejor para superar los propios sufrimientos que
salir al encuentro del sufrimiento ajeno.
3. La venida de Jesús es una invitación a tomar parte en el misterio de la
redención de los hombres. El cristiano no es un espectador del mundo, él
participa de las alegrías y gozos así como de las penas y sufrimientos de los
hombres. "El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son
también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y
nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón"(Gaudium et
spes 1). El cristiano es por vocación, así como lo era Juan Bautista, uno que
prepara el camino de Cristo en las almas. Debe participar en la vida y en la
misión de la Iglesia. Debe sentir la dulce responsabilidad de hacer el bien, de
predicar a Cristo, de conducir las almas a Cristo. Si alguno dice que no tiene
tiempo para hacer apostolado es como si dijese que no tiene tiempo para ser
cristiano, porque el mensaje y la misión están en la entraña misma de la
condición cristiana. Nos conviene recuperar ese celo apostólico, nos conviene
fortalecer las manos débiles, las rodillas vacilantes y dar nuevamente al
cristianismo ese empuje y vitalidad que tenían las primeras comunidades
cristianas. Veamos cómo los primeros discípulos de Cristo rápidamente se
convertían en evangelizadores, llamaban a otros al conocimiento y al amor de
Jesús. Veamos que el mundo espera la manifestación de los Hijos de Dios (Cfr.
Rom 8,19). Espera nuestra manifestación, espera que cada uno de nosotros, desde
su propio puesto, haga todo lo que pueda para preparar la venida del Señor.
"¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un
océano inmenso en el que hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo.
El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza
también hoy su obra. Hemos de agudizar la vista para verla y, sobre todo, tener
un gran corazón para convertirnos en sus instrumentos... El Cristo contemplado y
amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: "Id pues y haced
discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo" (Mt 28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer
milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los
primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que
fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la
esperanza "que no defrauda" (Rm 5,5), (Novo Millennio Ineunte 58).
37. I.V.E. 2004
Comentarios Generales
Isaías 35, 1 6. 10:
Isaías nos presenta otra bellísima panorámica de la Era Mesiánica. El estilo
poético y los símbolos sumamente expresivos nos facilitan la interpretación de
tan rico pasaje:
Así como el pecado introdujo la maldición y convirtió la tierra en erial de
espinas, así el Mesías trae la “Bendición” y trueca la tierra en vergel. Vergel
que en las arboledas y los jardines primaverales (2), los límpidos manantiales y
los caudalosos ríos (7), deben ser interpretados y transportados a escala
espiritual y sobrenatural.
La Era Mesiánica, clara contrapartida de la Era del pecado iniciada por Adán,
nos trae también la liberación plena de nuestra vieja esclavitud. Ya no
estaremos bajo el yugo tiránico del pecado. El Mesías abre el “nuevo camino de
santidad” (8). Sus “redimidos” caminarán por esta senda amplia y libre, seguros,
puros, gozosos: “Alegría y gozo rebosan. Desaparecieron la tristeza y las
lágrimas” (10). San Juan, en el Apocalipsis, nos declara como todo esto se
cumple ya en la Iglesia peregrina. Bien que el cumplimiento pleno y definitivo
se nos dará en la Iglesia triunfante. Pero tenemos ya al presente, en virtud de
la Redención de Cristo, las primicias y el pregusto (Ap 7, 14; 7, 17).
No sería perfecta la Era Mesiánica si con el pecado no quedaran extirpadas sus
secuelas: el dolor, las enfermedades y la muerte. El Profeta describe cómo
ciegos, sordos, mudos y paralíticos (5) recobran cumplida salud. Jesús Mesías
realizará innúmeras curaciones milagrosas de ciegos, mudos, sordos, paralíticos
y hasta resurrecciones de muertos, para expresarnos la redención cumplida que Él
nos trae; y con esto nos invita a disponernos y a abrirnos a ella. La gozaremos
en la etapa final y eterna de la Era Mesiánica: Qui primo adventu in humilitate
carnis assumptae, dispositionis antiquae munus implevit, nobisque salutis
perpetuae tramitem reseravit (Pref).
Santiago 5, 7 10:
El Apóstol Santiago traza un programa de vida cristiana. El cristiano es un
peregrino que se dirige al encuentro del Señor. Un siervo siempre en vela
aguardando la llegada de su Señor:
La orientación y la tensión escatológica de la vida cristiana comporta: Una fe
serena y una esperanza firme en los bienes eternos: “El Señor está próximo”
(8b). El Advenimiento del Señor, siempre incierto cuanto a la hora y siempre
próximo e inminente por cuanto para cada uno la hora incierta de la muerte es
asimismo la del encuentro personal con el Señor, nos obliga a esperarle en
perenne vela de fervor (cfr 1 Ped 4, 7).
A la vez la vida cristiana es ejercicio continuo de paciencia, constancia,
longanimidad: “Hermanos, tened longanimidad hasta el Advenimiento del Señor
(7a). Estamos sometidos a reacias pruebas, tentaciones, seducciones,
persecuciones. Pero todo lo soportamos y superamos con la mirada fija en el
Supremo Juez: “Ved que el Juez está ya a la puerta, y va a galardonar todos
vuestros sacrificios, todas nuestras victorias: “Hermanos míos, considerad una
suprema dicha el veros envueltos en todo género de pruebas. Sabed que vuestra fe
sometida a prueba produce perseverancia. Esta perseverancia acrisolada produce
obras acabadas y os hace perfectos y consumados sin la mínima deficiencia” (Jac
1, 2 4; cfr 2 Tim 4, 8).
Santiago ilustra esta bella doctrina de la paciencia con modelos de la vida
social y de la vida religiosa. En la vida social es modelo de paciencia y
esperanza el agricultor: “Ved como el agricultor aguarda el precioso fruto de la
tierra, esperándolo pacientemente; y aguarda del cielo la lluvia temprana y la
tardía” (7b). En la vida religiosa tenemos modelos admirables en los Profetas
(10). Esperemos como ellos con fe constante la “Parusía”. La Eucaristía es a la
vez sacramento de fe y viático de vigor en nuestra vida de peregrinos.
Mateo 11, 2 11:
Pasaje evangélico sumamente interesante porque nos orienta e ilumina en la
valorización e interpretación de la persona de Cristo y de su obra:
La realidad del Mesías supera tanto cuanto los Profetas más iluminados pudieron
conocer, que incluso el Bautista, su Precursor, se halla desconcertado. En
Mateo, 3, 10 12 tenemos la presentación que el Bautista hace del Mesías. Y el
Mesías justiciero, discriminador de justos e impíos, se presenta ahora Maestro
manso y humilde, predicador del programa de las “Bienaventuranzas”, perdonador
de pecados, amigo de publicanos y pecadores, sembrador de bondad y misericordia
hasta el derroche. ¿Y por qué no protesta airado contra Herodes? ¿Y por qué no
abre las puertas de la cárcel a Juan? El mensaje de Juan a Jesús a la vez que
pide una respuesta orientadora para los discípulos de Juan, indica la pasión
espiritual, el Getsemaní, que pasa el alma del Precursor.
Jesús ilumina la noche de Juan. Él cumple las profecías Mesiánicas con una
fidelidad y a la vez con una plenitud que sobrepasa cuanto pudieron conocer los
Profetas (5). Toda la Escritura habla de Él; pero su sentido debe ser
transportado a clave espiritual y divina. Él es el Mesías Redentor Salvador. El
Bautista, heraldo de este Redentor deberá dar de Él testimonio de sangre.
Jesús nos dice el lugar que el Bautista ocupa en esta economía Mesiánica. De
entre todos los que han precedido al Mesías y han preparado sus caminos es Juan
el más noble y el más grande. Precursor inmediato del Mesías Maestro, ahora en
cárcel y muerte, va a serlo del Mesías Crucificado: Bienaventurado quien no se
escandaliza en tal Mesías (10).
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.
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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás
MISIÓN DE JUAN. TESTIMONIO DE JESÚS. CONTUMACIA DEL PUEBLO: MT, 11, 219
(Lc. 7, 1835)
Explicación. — Cuéntase con razón este episodio, que narran Mt. y Lc. con
iguales minuciosos detalles, aunque no lo emplacen en las mismas circunstancias,
entre los principales de la vida del Señor: en él convergen los esfuerzos de
Jesús y de Juan para reducir a aquel pueblo protervo a la fe en la mesianidad
del primero. Para ello envía Juan sus mensajeros, 26; Jesús hace cumplidísimo
elogio de Juan, cuyo testimonio no había querido recibir, 715.
MISIÓN DEL BAUTISTA (26). — Juan había sido recluido en prisión por Herodes
Antipas, por motivos políticos, y principalmente por la libertad y dureza con
que el Precursor condenaba la criminal conducta del reyezuelo. Hallábase Juan en
la formidable fortaleza de Maqueronte, situada al sur de la Perea, destinada a
defenderla de las incursiones de los árabes, y por este motivo convertida en
castillo inexpugnable, por la naturaleza y el arte militar. Podían los
prisioneros hablar fácilmente con sus amigos: Y contaron a Juan sus discípulos
todas estas cosas realizadas por Jesús, y el éxito clamoroso de su predicación:
Y al oír Juan, estando en la cárcel, las obras de Cristo...
Fácil es colegir los sentimientos del Bautista en la prisión: su exultación, al
conocer los crecimientos de Cristo que él había predicho, y su temor, ante la
hostilidad de los elementos directores del pueblo contra Jesús. Por ello llamó
(Juan) y envió a dos de sus discípulos a Jesús, y le dijo: ¿Eres tú el que ha de
venir, el Mesías salvador de Israel, o esperamos a otro? Juan no duda de que
Jesús es el Mesías: fue clarísima la revelación de Dios en el Jordán (Ioh. 1,
33.34). La misión obedece a una necesidad espiritual de sus discípulos, que no
tienen aún firme la fe en la mesianidad de Jesús, contra el que conservan aún
sus prejuicios (Mt. 9, 14; Ioh. 3, 26). La reclama asimismo el oficio de
Precursor que el Bautista, que prevé su próxima muerte, quiere ejercer desde la
misma cárcel, y, no pudiéndolo hacer personalmente, envía a sus discípulos para
provocar una manifestación terminante de Jesús a este respecto.
Cumplieron los discípulos de Juan la misión que les confiara el maestro desde la
cárcel: Y llegados a él (a Jesús) los hombres, le dijeron: Juan el Bautista nos
ha enviado a ti a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?, al
verdadero Mesías cuyos tiempos han llegado ya.
Llegan los enviados de Juan en hora oportunísima, cuando Jesús realizaba
numerosos milagros; si no es que, conocedor del intento de Juan y de la misión
que llevaban sus discípulos, quiso dar en su presencia testimonio copioso de su
poder y misericordia: En aquel momento curó Jesús a muchos de enfermedades, de
llagas, es decir, de dolencias gravísimas y dolorosísimas, y de malos espíritus,
y dio la vista a muchos ciegos. No necesita Jesús de complicados razonamientos
para contestar a los discípulos de Juan y demostrar su mesianidad; apela a sus
obras, que dan testimonio de ella: Y respondiendo Jesús les dijo: Id, y contad a
Juan lo que habéis oído y visto: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos
son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres les es
anunciado el Evangelio. Son las obras que debía realizar el Mesías (Is. 35, 5 ss.;
61, 1); luego él es el Mesías.
Y añade un nuevo argumento de su mesianidad. Los profetas vaticinaron que muchos
sufrirían escándalo y ruina de la humildad del futuro Mesías (Is. 8, 6.14; 53,
1.4); también esto se realizará en Jesús. Los que no sufran escándalo de su
aparente insignificancia, y sobre todo de su futura pasión y muerte, éstos serán
felices, porque pertenecerán a su reino: Y bienaventurado el que no fuere
escandalizado en mí. Quizás vaya envuelta en estas palabras una tácita
reprensión a los discípulos de Juan, que se habían escandalizado porque
conversaba con pecadores; tal vez un caritativo aviso a todos los presentes,
para que a nadie pudiese sorprender su humildad y su pasión y muerte, que no se
compadecían con el concepto que del Mesías tenían los judíos.
TESTIMONIO DE JESÚS SOBRE JUAN (715). — Así que se fueron los legados de Juan,
dirigió Jesús en forma vehemente la palabra a los presentes, haciendo un
magnífico elogio del Bautista: Y luego que ellos, los mensajeros, se fueron,
para que no se tomaran como adulación sus palabras, comenzó Jesús a hablar de
Juan a las gentes. La introducción es exabrupto: ¿Qué salisteis a ver en el
desierto? Alude a la conmoción general de la Palestina, que llevó a orillas del
Jordán a grandes multitudes para ver al profeta Juan: ¿Una caña movida por el
viento? Abundan los cañaverales a orillas de aquel río; puede tomarse la
pregunta en el sentido literal, así: ¿Acaso os tomasteis la molestia de ir al
Jordán para ver cómo el viento agita las móviles cañas? 0 en sentido figurado:
¿Pensáis que Juan es hombre movedizo y sin carácter, que no merezca crédito, o
que ahora dude de mi misión?
Sentado el hecho de la veracidad de Juan, alude Jesús a su vida austera: Mas
¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido de ropas delicadas? Para ello no
hubieseis ido al desierto, sino a los palacios de los reyes: Cierto, los que
visten ropas delicadas y viven en delicias, en casas de reyes están. No es
improbable que aludiera Cristo a la molicie de Herodes, que tenía encarcelado al
Bautista. No salieron por vana curiosidad de las ciudades arrostrando las
fatigas y peligros de los desiertos; fue la creencia de que se encontrarían con
un enviado de Dios: Mas ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Jesús confirma en
tono solemne la convicción popular, y añade a la persona de Juan una nota que le
levanta sobre todos los profetas: Ciertamente os digo: Y aún más que profeta. La
nota personal de Juan, en su misión profética, es que precede inmediatamente al
Mesías y prepara sus caminos, siendo el ángel que va ante la faz del Señor,
vaticinado por Malaquías (3, 1): Porque éste es de quien está escrito: He aquí
que yo envío mi ángel ante tu faz, que aparejará tu camino delante de ti: son
palabras de Yahvé al futuro Mesías, traducidas libremente del vaticinio por
Jesús.
No se para aquí Jesús en el elogio de Juan: con una fórmula solemne, llena de
vigor poético, le hace superior a todos los enviados de Dios: En verdad os digo:
que entre los nacidos de mujeres no se levantó mayor profeta que Juan el
Bautista. El elogio no va a la santidad personal del Bautista, sino a la
grandeza de su misión; desde que el mundo es mundo no ha suscitado Dios un
hombre entre los hombres con misión altísima y única de señalar con el dedo al
Mesías, Hijo de Dios. Pero, echando Cristo en cara a sus oyentes a la vez el que
no hayan seguido a Juan, con ser tan excelso profeta, y a Sí mismo que les
predica el reino de los cielos, añade estas estimulantes palabras, con que les
excita a seguirle: Mas el que es menor en el reino de los cielos, mayor es que
él. Contrapone Jesús en estas palabras su Iglesia a la Sinagoga: el cristiano
más humilde es más grande que los grandes personajes del Antiguo Testamento;
porque somos hechos hijos de Dios, y nos nutrimos de la misma carne de Dios. San
Pablo declarará más tarde la superioridad de la ley nueva sobre la vieja (Gal.
4, 17; 2231). (...)
Lecciones morales. — A) v. 3 — ¿Eres tú el que ha de venir...? Juan, a orillas
del Jordán, ve el Espíritu Santo venir del cielo y posarse sobre Jesús, y le
señala al pueblo como Mesías. Ahora, puesto en la cárcel, manda a sus discípulos
a preguntarle si realmente lo es. No pregunta por él, dice San Jerónimo, sino
por ellos. Morirá él dentro de poco, condenado por Herodes, y sus discípulos tal
vez tengan la desgracia de no seguir la predicación de Jesús; por ello les manda
a que pregunten a Jesús mismo, quien, con el lenguaje más persuasivo y elocuente
de sus milagros, les demostrará que realmente es el Mesías. Es el procedimiento
que hemos de seguir con nuestros administrados y discípulos: darles la doctrina,
pero al mismo tiempo suministrarles todas las pruebas de la doctrina que sean
capaces de soportar y comprender. Maestros, padres, predicadores, catequistas,
sacarán gran partido de esta sabia pedagogía.
B) v. 6 — Bienaventurado el que no fuere escandalizado en mí. Jesús crucificado
es, según San Pablo, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles. Así
la gran misericordia de Dios, que le llevó a todos los abatimientos, ha sido la
piedra de tropiezo en que han caído infinidad de hombres, que ven solamente la
parte humilde e ignominiosa de la vida de Cristo, y no saben estimar el valor
trascendental de su doctrina, la fuerza demostrativa de sus milagros, la
grandeza estupenda de su obra, la Iglesia. Nosotros no sólo no hemos de
escandalizarnos en Jesús humilde: en su humildad debemos buscar nuestra
grandeza; en su abatimiento, nuestra gloria; en su pobreza, nuestros tesoros; en
la Cruz, nuestra felicidad. Porque por todos los descensos y abatimientos de la
humanidad ha querido Dios humanado llevarnos a la misma grandeza de Dios: «Se
hizo Dios hombre, dice San Agustín, para que el hombre fuera dios.»
C) v. 11 — El que es menor en el reino de los cielos, mayor es que él (el
Bautista). — Reconozcamos nuestra dignidad de cristianos, dice San León, que nos
levanta sobre los grandes hombres de la Antigua Ley, y sea nuestra vida digna de
nuestro nombre. Mayor que todos los nacidos de mujer es quien ha sido regenerado
por el agua y el Espíritu Santo. Los antiguos justos son llamados hijos de la
carne, dice San Cirilo: nosotros llamamos Padre al Dios de todo el universo, de
quien somos hijos. Hijos predilectos, a quienes ha dado su doctrina, su gracia,
sus sacramentos, y a quienes, si no se hacen indignos de ello, hará coherederos
de su Unigénito en la gloria. (...)
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed.,
Barcelona, 1966, p. 555561)
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P. Leonardo CASTELLANI
El año litúrgico se abre con el Adviento que significa Venida o Llegada. La
Iglesia abre y cierra el ciclo litúrgico con un evangelio acerca de la Segunda
Venida de Cristo o sea la Parusía; y durante las otras tres semanas del
Advenimiento, lee tres evangelios acerca de San Juan Bautista, el nuncio de la
Primera Venida de Cristo, llamado el Precursor. Ellos contienen el primero,
tercero y cuarto testimonio que dio el Bautizador solemmente de que el Rabbí
Ieshua de Nazareth era realmente “El que había de venir”, el Esperado; en aquel
tiempo, ansiosa y nerviosamente esperado y ahora también; por los que conservan
aquella antigua fe.
Lo malo para comentarlos es que no están en ese orden, sino al revés: primero
está el último, el testimonio que dio definitivamente desde el calabozo,
licenciando a sus discípulos para que fuesen a Cristo; al cual testimonio Cristo
respondió dando testimonio a su vez de su humilde precursor con una gran
alabanza, pero no lo libró de la cárcel. Este es el evangelio de hoy. Después
viene el que dio a los fariseos; y por último el que dio ante todo el pueblo,
desde el comienzo de su predicación, anunciando que había que prepararse
enérgicamente porque había llegado el tiempo en que “toda la carne vería el
divino Salud-Dador”. Ante todo el pueblo es un decir, porque los que se
congregaban en la ribera del Jordán cerca de Bethsaida, donde el salvaje
nazareno bautizaba y clamaba, eran más bien pocos, de a grupitos; pero había
allí de todas las profesiones y clases sociales, incluso fariseos; y hasta el
mismo Herodes Antipas cayó allí una vez, por desgracia. De a grupitos pasaron
por allí, al final, muchísimos; todo, el pueblo, puede decirse (éste es el
evangelio del traspróximo Domingo).
Así, pues, mientras Jesús trabajaba con sus manos oscuramente en el taller de
Nazareth, apareció en una playita del río llena de cañas y sicomoros un
desconocido venido del desierto, que podríamos llamar ermitaño, con larga melena
nazarena, una piel de camello por vestido y un físico enjuto y quemado por el
sol y las privaciones, pero de un coraje y una potencia extraordinaria: “salvaje
magnético” lo llama Papini; “endemoniado” lo llamaron a poco andar los fariseos.
Este profeta poderoso austero humilde, que fue mártir de la moral natural, y no
hizo otra cosa en su vida que “allanar los caminos” para otro, suscitó una gran
expectación, tanto que algunos creyeron que era el Mesías; y un fuerte
movimiento religioso, del cual benefició Cristo. Antes de predicar la moral
divina, había que “enderezar los senderos” de la moral natural. El Bautista es
la rectitud moral y la humildad llevadas al heroísmo; él predica la ley natural
así como su Bautizado número uno promulgará más tarde la ley divina; los dos
luchan contra la seudo Ley anquilosada y corrompida de los fariseos. Los temas
de Juan son solamente tres: I. Haced penitencia; 2. El Tiempo de la Venida ha
llegado; 3. Vosotros “raza de víboras”, ¿qué os habéis pensado?
Lo primero que hizo Cristo después de despedirse de su madre viuda y dejar el
taller (“a su hermano Jacobo” dice Schalom Asch) fue recibir el bautismo de la
penitencia, conexión visible y solemne de su misión con la de Yohanan; y por él
con todos los antiguos profetas y todo el ANTIGUO TESTAMENTO. Como nota San
Agustín la religión (“la Ciudad de Dios”) es una sola; y se remonta hasta el
principio del mundo, conectados todos sus tramos por nexos perspicuos y
solemnes; Adán, Abraham, Moisés, Los Profetas, Juan Bautista, Cristo. Para
enseñarla hay que tener autoridad y la autoridad no se inventa, se recibe. Allí
en ese bautismo que tuvo lugar una tarde cualquiera de un día cualquiera ante un
grupo de cualesquiera, sucedió la primera revelación del último Tramo de la
Religión, el definitivo, tras el cual no hay ya que esperar otro, revelación que
el mismo Juan necesitaba, pues “Aquel sobre quien descendiere el Espíritu, Ése
es”, le había sido dicho por el Espíritu en el desierto. Y así Cristo en toda su
carrera se refiere siempre a esa primera revelación y vínculo legítimamente
(“¿Con qué autoridad dices estas cosas?”). Tú te has inventado una autoridad que
nosotros no te hemos dado. “Con la autoridad que me dio mi Padre”.
“Este es mi hijo querido en quien están todas mis complacencias. Oídle a El”,
dijo el trueno del cielo, al mismo tiempo que una luz en forma de paloma se
cernía sobre los dos humildes nazarenos, inmergidos en el agua hasta las
rodillas, como lo hemos visto tantas veces. . . gracias a los pintores.
No se entiende nada del Bautismo de Cristo si no se atiende a esta necesidad de
la autoridad religiosa.
“Yo no me he enviado, Dios me ha enviado” debe poder decir el Apóstol; y eso
significa Apóstol: Enviado. “Tú no tienes necesidad de bautismo”, dijo Juan a
Jesús; “Deja eso ahora”, le replicó éste. Necesitábamos nosotros ese nexo de la
autoridad religiosa.
No siempre que Dios envíe un hombre con una misión peligrosa avisa previamente a
las autoridades. A veces lo autoriza Él mismo, o con la santidad de su vida, o
con milagros; y las autoridades deben arreglarse con sus propios medios a
reconocerlo. Si lo desprecian, Dios permite que caigan en el peor error, y
cometan el crimen más horroroso, que es matar a un hombre de Dios —por el hecho
de ser de Dios— en nombre de Dios.
Entonces un desastre espantoso se desploma sobre esta gente y sobre el pueblo
que representan, podrido como ellos. “Los fariseos — dice el Evangelista —
despreciaron a Juan, y no recibieron el bautismo de penitencia, con lo cual se
embromaron”, y rehuyeron la sabiduría “la cual se justificó después por sus
obras”, es decir, por las obras milagrosas que hizo Cristo. Desde entonces
comenzaron las violentas imprecaciones de Juan contra los jefes espirituales de
la nación; pero no sin que antes el profeta hubiese dado llana y modestamente
cuenta y razón de sí mismo a la delegación oficial de estos jefes oficiales, que
se le aproximó cuando ya su nombre corría indetenible entre las gentes
religiosas, que lo tenían por el Mesías, unos; por Elías el segundo Precursor,
otros; y por un gran profeta, todos. La única profecía que hizo Juan fue
reconocer al Mesías como Mesías; no es poco. Es todo, si se quiere.
“Si queréis, él es ciertamente el Elías, el que ha de venir; pero esto que os
digo es misterioso” dijo Cristo como última palabra acerca de Juan; el cual ya
entonces (al fin del primer año, primera misión de Galilea, después de la
primera resurrección de un muerto) estaba en el sótano del palacio de Herodes,
sin hacerse ilusiones acerca de su futuro: “Conviene que el Otro crezca y yo
mengüe”. Juan cerró entonces su misión entregando el resto de sus discípulos —
ya había enviado a otros —, que con ansiedad en torno de él todavía se afanaban
desesperanzadamente, al Taumaturgo que desde Cafarnaum recorría el lago, las
aldeas y las colinas. Juan no había hecho ningún milagro; sus discípulos
esperaban de él que, rompiendo cerrojos y cadenas, aterrorizase a Herodes y
volviese a su puesto del río Jordán. No lo hizo. Pero el Mesías sí había de
hacer milagros; era una de las señales que había puesto acerca de Él el profeta
Isaías.
Juan se comporta siempre con una humildad conmovedora; fiero delante de los
fariseos, delante de Jesús se hace polvo: “No soy digno ni de atar las cintas de
sus sandalias”. Así en esta ocasión en vez de responder directamente a sus
confusionados secuaces, envía a dos de ellos en su nombre y en representación de
todos a Galilea a preguntar al Joven Maestro: “¿Eres Tú el que [desde hace
siglos esperamos] ha de venir, o hemos de esperar todavía a otro?”. Jesús
tampoco respondió directamente —las palabras son pequeñas en algunas ocasiones —
sino que prosiguió sin responder su predicación y sus curas delante de los dos
johannidas y finalmente dijo: “Andad y anunciad a Juan lo que habéis
presenciado: Los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los
sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados: y dichosos los
que de mí no se escandalicen” (es decir, dichosos los que en mí no tropiecen;
porque encontrando a Cristo, o se cree, o se da un encontronazo).
Cristo resumió en esta breve respuesta las profecías taumatúrgicas de Isaías de
los cantos 29, 35, 61, 13, 26 y sobre todo del canto 5: del cual dos frases
literales están aquí: “Los ciegos ven... los pobres son iluminados”. Ese es el
milagro fundamental de Cristo y de su Iglesia: iluminar. ¡Y ay de la Iglesia
cuando los pobres no son iluminados!
Apenas los dos johannidas, exultantes sin duda, zarparon, Cristo canonizó al
Bautizador, y le rindió a su vez testimonio. En la turba que lo escuchaba había
quienes escucharon antes a Juan; y a éstos se dirigió: “¿A quién fuisteis a ver
en el desierto de Besch-Zeda? ¿A una caña que el viento agita? Decidme, ¿qué
cosa fuisteis a ver...? ¿A un hombre vestido con elegancia? Los que visten fino
están en el Palacio de Gobierno, no en el desierto. Respondedme pues a quién
habéis andado a buscar. ¿A un profeta? Sí, así es, a un gran profeta y más que
profeta. Este es aquel de quien tenemos Escritura: He aquí que yo mando delante
a mi Enviado, que prepare los caminos delante de Ti...”. Es un versículo del
profeta Malaquías. Cristo alude a los hombres “influyentes” que andaban por
entonces vendiendo palabrería devota, que no tenía efecto alguno, como rumor de
cañaveral; y a los Saduceos o progresistas (la secta rival de los Fariseos o
separados) que hoy llamaríamos intelectuales que andaban en torno al diletante
Herodes Antipas — por lo cual el EVANGELIO los llama a veces “herodianos”—
discutiendo las últimas novedades de la filosofía de la Metrópoli. El ermitaño
de Besch-Zedá era otra cosa.
Cristo lo "canonizó": “Palabra de Honor [excáthedra] ningún hijo de mujer se
alzó en el mundo mayor que Juan el Bautista”, de donde algunos teólogos han
discutido verbosamente si el Bautista es un santo mayor que Abraham o mayor que
Moisés, o mayor que San José. Pero Cristo determinó claramente el sentido de sus
palabras añadiendo otra exageración — todo Cristo está lleno de exageraciones
equilibradas de a dos en dos, como los arcos góticos de una catedral — “Pero yo
os digo que el menor del Reino de los Cielos es mayor que él”: con lo cual dijo
que la preeminencia de San Juan se entiende solamente sobre todos los profetas
del ANTIGUO TESTAMENTO; en efecto, los demás vieron de lejos y entre celajes al
Mesías; y éste lo mostró con el dedo... Con Juan se cierran “la Ley y los
Profetas” —añadió Cristo— y comienza la Iglesia, no en contra sino encima. Los
judíos deberían levantarle una catedral en Jerusalén al Bautista. Y a lo mejor
se la levantan, ahora que se están reuniendo todos allá. En Jerusalén en donde
lo mataron.
Ninguna catedral mayor que la devoción del pueblo cristiano al híspido profeta
de Besch-Zedá: cosa de la mitad de los cristianos del mundo se llaman Juan, sin
contar una de las mejores provincias argentinas y contando todos los italianos
que se llaman Bachicha. El. 24 de junio es en Europa el día más largo del año
(el solsticio de verano) y los gentiles celebraban la víspera de ese día al dios
Sol, encendiendo hogueras sobre las colinas para matar la noche del todo; y con
festejos de alegría y con supersticiones pintorescas. Los cristianos
transformaron esa fiesta étnica —cuyas supersticiones no obstante han llegado
hasta nosotros— plantando al Precursor en ese día —entre nosotros el más corto
del año— y transformando las hogueras de Apolo y Osiris en las fogatas de San
Juan. Pero San Juan no fue el iluminador, no fue el sol, sino a la manera del
alba que precede brevemente al sol, en verde, oro y sangre. “No era él la luz,
sino para dar testimonio de la Luz” dice de él otro San Juan, el Evangelista.
La idea es que ese día hay que quemar todos los trastos viejos, cachivaches y
rezagos que hay en la casa y hacer limpieza de basura e inutilidades; y ése fue
justamente el fondo de la prédica del Bautista; “Poner el hacha en la raíz del
árbol muerto”. ¡Qué andáis con pamplinas, con palabras muertas, con discusiones
inútiles, con leyes nimias, con politiquerías pueriles y con pataratas de
Reforma, Reacción y Revolución en los momentos en que las bases mismas del mundo
se descompaginan todas! Quemad con la penitencia la leña muerta, si queréis
obtener luz. Cuando veáis que los comunistas queman iglesias, haced vosotros en
vuestro corazón las santas fogatas de San Juan.
Los "comunistas" queman iglesias, que les parecen inutilidades, ellos celebran a
San Juan a su manera, que no es buena. La buena es quemar las inutilidades del
corazón. Cuando los vándalos quemaban iglesias en Roma, San Cipriano escribía a
sus obispos: “No os déis afán por edificar templos materiales en los cuales al
fin y al cabo sabéis que un día se sentará el Anticristo. Edificad la fe en los
pechos, templos que nadie puede quemar".
Con esto no queremos decir que hay que dejarlos no más a los "comunistas" quemar
Iglesias. ¡Cuernos!
(P. Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Ed. Dictio, Bs. As., 1977,
pp. 406-412)
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SAn Agustín
Sermón 66,2-5
Mt 11,2-11: Mis palabras son mis obras
¿Qué dijo Cristo de Juan? Acabamos de oírlo: Comenzó a decir a las turbas acerca
de Juan: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña movida por el viento? No
por cierto; Juan no giraba según cualquier viento de doctrina. Pero ¿qué
salisteis a ver? ¿Un hombre vestido de holandas? No; Juan lleva un vestido
áspero; tenia un vestido de pelos de camello, no de plumas. Pero ¿qué salisteis
a ver? ¿Un profeta? Eso es, y más que un profeta (Mt 11,7-9). ¿Por qué más que
un profeta? Porque los profetas anunciaron al Señor, a quien deseaban ver y no
vieron, y a éste se le concedió lo que ellos codiciaron. Juan vio al Señor.
Tendió el índice hacia él y dijo: He ahí el Cordero de Dios, he aquí quien quita
los pecados del mundo (Jn 1,29). Helo ahí. Ya había venido y no lo reconocían;
por eso se engañaban con el mismo Juan. Y ahí está aquel a quien deseaban ver
los patriarcas, a quien anunciaron los profetas, a quien anticipó la ley. He ahí
el cordero de Dios, he ahí quien quita los pecados del mundo.
Él dio un excelente testimonio del Señor y el Señor de él al decir: Entre los
nacidos de mujer no surgió nadie mayor que Juan Bautista, pero el menor en el
reino de los cielos es mayor que él (Mt 11,11). Menor por el tiempo, mayor por
la majestad. Al decir eso se refería a si mismo. Muy grande ha de ser Juan entre
los hombres, cuando sólo Cristo es mayor que él entre ellos. También puede
distinguirse y resolverse el problema de este modo: Entre los nacidos de mujer
no surgió nadie mayor que Juan Bautista, pero el que es menor, en el reino de
los cielos es mayor que él. Es una solución diferente de la que antes dije. El
que es menor, en el reino de los cielos es mayor que él: Llama reino de los
cielos al lugar en que están los ángeles; el que es menor entre los ángeles es
mayor que Juan. Recomendó ese reino que hemos de desear; presentó la ciudad
cuyos ciudadanos debemos desear ser. ¿Qué ciudadanos hay allí? ¡Qué grandes
ciudadanos! El menor de ellos es mayor que Juan. ¿Qué Juan? Aquel mayor que el
cual no surgió nadie entre los nacidos de mujer.
Hemos oído el testimonio de Cristo sobre Juan y el de Juan sobre Cristo. ¿Qué
significa entonces el que Juan encarcelado y ya próximo a la muerte enviase sus
discípulos a Jesús con esta orden?: Id y preguntadle: ¿Eres tú el que ha de
venir o esperamos a otro? (Mt 11,3). ¿A eso se reduce toda la alabanza? ¿Qué
dices, Juan? ¿A quién hablas? ¿Qué hablas? Hablas al juez y hablas como
pregonero. Tú extendiste el dedo, tú lo mostraste, tú dijiste: He ahí el Cordero
de Dios; he ahí quien quita los pecados del mundo (Jn 1,29). Tú dijiste: Todos
nosotros recibimos de su plenitud (Jn 1,16). Tú dijiste: No soy digno de desatar
la correa de su calzado (Jn 1,27). ¿Y ahora preguntas: Eres tú el que vienes o
esperamos a otro? (Mt 11,3). ¿No es el mismo? ¿Y tú quién eres? ¿No eres tú su
precursor? ¿No eres tú aquel de quien se profetizó: He ahí que envío mi ángel
ante tu faz, y preparará tu camino? (ib., 10). ¿Cómo preparas el camino si te
desvías? Llegaron, pues, los discípulos de Juan y el Señor les respondió: Id y
decid a Juan: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos
curan, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados (ib., 5-6) ¿Y
preguntas si soy yo? Mis palabras, dice, son mis obras. Id y contestad. Y tras
haberse marchado ellos. Para que nadie diga quizá: Juan era antes bueno, pero el
Espíritu de Dios lo abandonó, dijo lo antes mencionado una vez que se habían ido
los discípulos enviados por Juan. Ya ausentes ellos, Cristo alabó a Juan.
¿Qué significa, entonces, este oscuro problema? Que nos alumbre el sol en que se
encendió aquella vela. De ese modo la solución resultará evidente. Juan tenía
sus propios discípulos; no estaba separado, sino que era un testigo dispuesto a
dar su testimonio. Convenía que diese testimonio de Cristo, que reunía también
sus propios discípulos; podía sentir celos, si no podía verlo. Y como los
discípulos de Juan estimaban tanto a su maestro, oían de él el testimonio sobre
Cristo y se maravillaban; a punto de morir quiso que él los confirmara. Sin duda
decían ellos dentro de sí: Juan dice de él cosas tan grandes que él no las dice
de sí mismo. Id y decidle, no porque yo dude, sino para que vosotros os
instruyáis. Id y decidle, lo que yo suelo decir, oídselo a él; habéis oído al
heraldo, oíd ahora al juez la confirmación. Id y decidle: ¿Eres tú el que vienes
o esperamos a otro? (ib., 3). Fueron y se lo preguntaron; por ellos, no por
Juan. Y por ellos contestó Cristo: Los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos
andan, los leprosos curan, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados (ib.,
5). Ya me veis, reconocedme. Veis los hechos, reconoced al hacedor. Y
bienaventurado quien no se escandalizare de mí (ib., 6). Y me refiero a
vosotros, no a Juan. Por eso, para que viéramos lo que se refería a Juan, dijo:
Tras haberse marchado ellos, comenzó a decir a las turbas acerca de Juan (ib.,
7). Y el veraz, la verdad, cantó sus alabanzas verdaderas.
Pienso que ha quedado suficientemente resuelta la dificultad. Basta, pues, haber
prolongado el discurso hasta la solución. Parad mientes en los pobres; hacedlo
los que aún no lo hicisteis. Creedme, no perderéis; o, mejor, sólo perdéis lo
que lleváis al vagón. Hay que entregar ya a los pobres lo que habéis reunido los
que lo reunisteis. Y esta vez tenemos mucho menos de la suma habitual. Sacudid
la pereza. Yo soy ahora mendigo de los mendigos, para que vosotros seáis
contados en el número de los hijos.
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Juan Pablo II
Cuando Cristo comenzó a obrar y enseñar
Ante sus conciudadanos en Nazaret, Cristo hace alusión a las palabras del
profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para
evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los
ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para
anunciar un año de gracia del Señor". Estas frases, según san Lucas, son su
primera declaración mesiánica, a la que siguen los hechos y palabras conocidos a
través del Evangelio. Mediante tales hechos y palabras, Cristo hace presente al
Padre entre los hombres. Es altamente significativo que estos hombres sean en
primer lugar los pobres, carentes de medios de subsistencia, los privados de
libertad, los ciegos que no ven la belleza de la creación, los que viven en
aflicción de corazón o sufren a causa de la injusticia social, y finalmente los
pecadores. Con relación a éstos especialmente, Cristo se convierte sobre todo en
signo legible de Dios que es amor, se hace signo del Padre. En tal signo
visible, al igual que los hombres de aquel entonces, también los hombres de
nuestros tiempos pueden ver al Padre.
El significado que, cuando los mensajeros enviados por Juan Bautista llegaron
donde estaba Jesús para preguntarle: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que
esperar a otro?". El, recordando el mismo testimonio con que había inaugurado
sus enseñanzas en Nazaret, haya respondido: "Id y comunicad a Juan lo que habéis
visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los
sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados", para concluir
diciendo: "y bienaventurado quien no se escandaliza de mí".
Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo
en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que
se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace
notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la
pobreza; en contacto con toda la "condición humana" histórica, que de distintos
modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien
sea moral. Cabalmente el modo y el ámbito en que se manifiesta el amor es
llamado "misericordia" en el lenguaje bíblico. (Dives in misericordia II, 3).
La cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre y todo lo
que el hombre - de modo especial en los momentos difíciles y dolorosos - llama
su infeliz destino. La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas
más dolorosas de la existencia terrena del hombre, es el cumplimiento, hasta el
final, del programa mesiánico que Cristo formuló una vez en la sinagoga de
Nazaret y repitió más tarde ante los enviados de Juan Bautista. Según las
palabras ya escritas en la profecía de Isaías, tal programa consistía en la
revelación del amor misericordioso a los pobres, los que sufren, los
prisioneros, los ciegos, los oprimidos y los pecadores. (Dives in misericordia
V, 8).
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Catecismo de la Iglesia Católica
San Juan Bautista
523 San Juan Bautista es el precursor inmediato del Señor, enviado para
prepararle el camino. "Profeta del Altísimo" (Lc 1,76), sobrepasa a todos los
profetas, de los que es el último, e inaugura el Evangelio; desde el seno de su
madre saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser "el amigo del
esposo" (Jn 3,29) a quien señala como "el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo" (Jn 1,29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías"
(Lc 1,17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de
conversión y finalmente con su martirio.
Juan, Precursor, Profeta y Bautista
717 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1,6). Juan fue
"lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1,15.41) por obra
del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La
"visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de Dios a su pueblo".
718 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17,10-13): El fuego del Espíritu lo
habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que viene. En Juan
el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor un pueblo
bien dispuesto" (Lc 1,17).
719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7,26). En él, el Espíritu Santo termina el
"hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por
Elías. Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la "voz" del
Consolador que llega (Jn 1,23) Como lo hará el Espíritu de Verdad, "vino como
testigo para dar testimonio de la luz" (Jn I,7). Con respecto a Juan, el
Espíritu colma así las "indagaciones de los profetas" y el ansia de los ángeles:
"Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que
bautiza con el Espíritu Santo... Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste
es el Elegido de Dios... He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1,33-36).
720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo
que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El
bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un
nuevo nacimiento.
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EJEMPLOS PREDICABLES
Predicar y vivir lo contemplado (San Luis Beltrán)
“Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído”
…una vez comprobadas las desconcertantes posibilidades misioneras del santo
fraile San Luis Beltrán, le confían sus superiores un pueblecito situado en las
estribaciones de los Andes, llamado Tubara. En aquella doctrina (poblado) hay
escuela e iglesia, y viven unos pocos españoles, en tanto que el núcleo
principal de los indios, temerosos, no vive en el pueblo, sino en la selva, en
el monte, donde en seguida va fray Luis a buscarlos. Siempre a su estilo, llega
el santo fraile misionero hasta las chozas más escondidas, y no hay camino, por
escarpado o peligroso que sea, que le arredre. A todas partes hace él que llegue
la verdad y el amor de Cristo.
En los tres años que pasó en Tubara consiguió San Luis muchas conversiones de
españoles y el bautizo de unos dos mil indios, siempre a su estilo, siempre
suicida, al modo evangélico: grano de trigo que cae en tierra, muere, da mucho
fruto (Jn 12,24). Era suicida fray Luis cuando derribaba los ídolos a patadas o
mandaba quemar las chozas que les servían de adoratorios. Era suicida cuando, al
modo de San Juan Bautista, reprobaba públicamente a un indio muy principal, que
vivía amancebado con una mujer casada.
En esta ocasión, el indio aludido le lanzó con todas sus fuerzas su macana, pero
el Señor desvió el curso mortal de su trayectoria. Y se ve, pues, que San Luis
Bertrán no hacía ningún caso de ese consejo que tantas veces suele darse y que
también a él le habrían dado: «Tiene usted, padre, que cuidarse más». San Luis,
en realidad, se cuidaba muy poco, lo mínimo exigido por la prudencia
sobrenatural, y en cambio se arriesgaba mucho, muchísimo, hasta entrar de lleno
en lo que para unos era locura y para otros escándalo (1Cor 1,23).
No tuvo San Luis gran cuidado de su propia vida cuando una vez, después de
intentar reiteradas veces desengañar a los indios de Cepecoa y Petua, que daban
culto a una arquilla que guardaba los huesos de un antiguo sacerdote, la
sustrajo de noche. Llegó a saberse su acción, y un sacerdote indio, figiéndose
amigo, le dio a beber un veneno mortal -el mismo veneno que había matado antes a
un padre carmelita, después de unas pocas horas de atroces dolores-. Cinco días
estuvo fray Luis entre la vida y la muerte, y en ellos dio claras señales de
estar tan alegre como aquellos primeros apóstoles azotados, que se fueron
«contentos porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús»
(Hch 5,41).
Ni siquiera le quedó a San Luis Bertrán en adelante un gran temor a los posibles
brebajes tóxicos, como pareciera psicológicamente inevitable. Lo vemos en
ocasiones como ésta: un cacique le dijo que creería en Cristo si era capaz de
resistir un veneno que él le prepararía. Fray Luis le tomó la palabra sin
vacilar: « ¿Mantenéis vuestra palabra de convertiros si bebo sin daño vuestro
veneno?». Y obtenida la afirmativa: «Venga ese veneno y sea lo que Dios quiera».
Hizo fray Luis la señal de la cruz sobre la copa y bebió de un trago aquel
veneno activísimo. Y a continuación pasó a ocuparse de lo que había que hacer
para bautizar unos cuantos cientos más de indios asombrados y convertidos.
En aquella primera ocasión, cuando fue envenenado por el sacerdote indio, se
supo en seguida que fray Luis no había muerto bajo la acción del veneno, y más
de trescientos indios se reunieron amenazadores y bien armados, dispuestos a
terminar la obra iniciada por el tósigo. Dos negros que se aprestaban a
defenderle, uno de ellos armado de un arcabuz, fueron apartados, y el santo
salió al encuentro de la muchedumbre amenazante sólo y sin temor alguno.
Cuenta un cronista que «entonces fray Luis les predicó con más fervorosa
exhortación y se convirtieron gran parte de aquellos indios; los cuales, después
de ser instruídos como acostumbraba el santo, fueron por él mismo bautizados».
Pero otros indios, endurecidos en su hostilidad, raptaron a Luisito, un muchacho
indio bautizado por fray Luis, y lo sacrificaron como moxa a los ídolos, lo que
apenó mucho al santo, pues le tenía en gran estima.
En todo caso, nada de esto terminaba con los métodos suicidas de San Luis
Bertrán. Poco después, tratando de persuadir a un cacique principal, éste se
resistía diciendo: «No; tu religión me gusta, pero tengo miedo a mi ídolo». Fray
Luis se mostró dispuesto a terminar con este miedo. Con el cacique se dirigió al
adoratorio, y allí, ante el pánico de todos, la emprendió a patadas con el dicho
ídolo, hasta que el cacique y los suyos se vieron libres del temor idolátrico, y
aceptaron el Evangelio.
(José María Iraburu, Hechos de los Apóstoles de América, Gratis Date, 3ª Ed.,
Pamplona, 2003, Pág. 351)
38. DOMINICOS 2004
“Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito,
estad alegres. El Señor está cerca”. Son las palabras de la antífona de entrada
de este tercer Domingo de Adviento. Una invitación a la alegría constante porque
el Señor está cerca.
Las lecturas de este domingo parecen escritas hoy, para nosotros, tantas veces
tentados a “tirar la toalla” ante la dificultad de mantener viva la esperanza
que sustenta nuestra fe. Guerras, miedos, desolación, muerte, mentiras,
confusión, son los mensajes que invaden cada día nuestra casa, nuestra vida,
nuestro corazón. Mensajes que nos hacen sentir impotencia y nos invitan a
levantar los ojos al cielo y preguntar: ¿Dónde estás? ¿No lo ves? ¿Hasta
cuándo?. Mientras tanto, un año más nos preparamos para celebrar la venida del
Señor y la liturgia nos invita a estar alegres porque el Señor está cerca.
Debemos tener paciencia, saber esperar ante el aparente silencio de Dios: como
el sembrador, nos dice la segunda lectura. Una espera que, como la del que
siembra, tiene que ser activa. Mientras las lluvias tempranas o tardías hacen
crecer, se prepara el momento de la cosecha
El Evangelio nos ofrece el camino, el modo de proceder, cuando la fe se nos pone
difícil. No se trata de llorar nuestra impotencia y lamentarnos porque nada
podemos hacer. El Precursor, ante la tentación de la desolación, va directamente
al grano, envía a preguntar a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que
esperar a otro? No debió resultarle fácil a Juan el Bautista, en la cárcel,
seguir creyendo y esperando en las palabras del profeta Isaías que, de tan bello
modo, anunciaban el cambio que, con la llegada del Mesías tendría lugar en la
historia, no sólo en la de los hombres y mujeres, también el cosmos, en toda la
creación . “El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la
estepa” cuando vean la gloria del Señor, belleza de nuestro Dios”.
Comentario Bíblico
Adviento, un tiempo de valores proféticos
Iª Lectura: Isaías (35,1-10): A la búsqueda de la alegría
I.1. La lectura de Isaías evoca una escena de imágenes creativas y creadoras: es
como una caravana de repatriados que atraviesa un desierto que se transforma en
soto y cañaveral por la abundancia de agua; sanan los mutilados, se alejan los
fieras, la caravana se convierte en procesión que lleva a la ciudad ideal del
mundo, Sión, Jerusalén: con cánticos. Es una procesión que está encabezada por
la personificación de una de las cosas más necesaria para nuestro corazón: La
Alegría. Pero no se trata de cualquier alegría, sino de una Alegría con
mayúsculas, de una alegría perpetua. Y de nuevo termina la procesión (v. 10), se
corta de raíz para que queden alejados la pena y la aflicción (que son el
desierto, la infelicidad, la opresión y la injusticia). Es decir, la procesión a
la ciudad de Sión la abre la alegría y la cierran la alegría y el gozo.
I.2. El Adviento, pues, es un tiempo para anunciar estas cosas cuando las
previsiones, a todos los niveles, son desastrosas, como puede ser el exilio o el
desierto. Quien tiene esperanza en el Señor comprenderá estos valores que son
distintos de los valores con los que se construye este mundo de producción
económica e interesada; porque el Adviento es una caravana viva a la búsqueda
del Dios con nosotros, del Enmanuel. Es un oráculo, pues, el de Isaías 35, que
no puede quedar solamente en metáforas. Estas cosas se han vivido de verdad en
la historia del pueblo de Israel y es necesario revivirlas como comunidad
cristiana, especialmente en Adviento.
IIª Lectura: Santiago (5,7-10): A la espera del Señor, con entereza
II.1. Dos elementos resuenan con fuerza en este texto de la carta de Santiago:
la venida (parousía) del Señor y la paciencia (makrothymía). Para ello se pone
el ejemplo del labrador, pues no hay nada como la paciencia del labrador
esperando las gotas de agua que vienen sobre la tierra… hasta que una día llega
y ve que se salva su cosecha. De nada vale desesperarse… porque llegará, a pesar
de las épocas de larga sequía. Pero la paciencia de que todo cambiará un día es
sinónimo de entereza y de ánimo.
II.2. El texto, pues, de la carta Santiago pretende llamar la atención sobre la
venida del Señor. El autor hablaba de una venida que se consideraba próxima,
como sucedía en los ámbitos apocalípticos del judaísmo y el cristianismo
primitivo. Pero recomienda la paciencia para que el juicio no fuera esperado
como un obstáculo o un despropósito. Es verdad que no tiene sentido esperar lo
que no merece la pena. Hoy no nos valen esas imágenes que se apoyaban en
elementos críticos de una época. Pero sí la recomendación de que en la paciencia
hay que escuchar a los profetas que son los que han sabido dar a la historia
visiones nuevas. No debemos escuchar a los catastrofistas que destruyen, sino a
los profetas que construyen.
Evangelio: Mateo (11,2-11): El reino es salvación, ¡no condenación!
III.1. El texto de hoy del evangelio viene a ser como el colofón de todos estos
planteamientos proféticos que se nos piden. Sabemos que Jesús era especialmente
aficionado al profeta Isaías; sus oráculos le gustaban y, sin duda, los usaba en
sus imágenes para hablar de la llegada del Reino de Dios. Mateo (que es el que
más cita el Antiguo Testamento), en el texto de hoy nos ofrece una cita de Is.
35,5s (primera lectura de hoy) para describir lo que Jesús hace, como
especificación de su praxis y su compromiso ante los enviados de Juan. Es muy
posible que en esta escena se refleje una historia real, no de enfrentamiento
entre Juan y Jesús, pero sí de puntos de vista distintos. El reino de Dios no
llega avasallando, sino que, como se refleja en numerosas parábolas, es como una
semilla que crece misteriosamente… pero está ahí creciendo misteriosamente. El
labrador lo sabe… y Jesús es como el “labrador” del reino que anuncia. El
evangelista Mateo ha resaltado que Juan, en la cárcel, fue informado de las
obras de Mesías (no dice sencillamente Jesús, ni el término más narrativo del
Señor, como hace Lucas 7,24). Y por eso recibe una respuesta propia del Mesías…
III.2. El Bautista, hombre de Antiguo Testamento, está desconcertado porque
tenía puestas sus esperanzas en Jesús, pero parece como si las cosas no fueran
lo deprisa que los apocalípticos desean. Jesús le dice que está llevando a cabo
lo que se anuncia en Is 35, y asimismo en Is 61,1ss. Jesús está movilizando esa
caravana por el desierto de la vida para llegar a la ciudad de Sión; está
haciendo todo lo posible para que los ciegos de todas las cegueras vean; que
todos los enfermos de todas las enfermedades contagiosas del cuerpo y el alma
queden limpios y no destruidos y abandonados a su suerte. El reino que anuncia,
y al que dedica su vida, tiene unas connotaciones muy particulares, algunas de
las cuales van más allá de lo que los profetas pidieron y anunciaron.
III.3. Finalmente añade una cosa decisiva: ¡Y dichoso el que no se escandalice
de mí! (v.6). Esta expresión ha sido muy discutida, pero gran mayoría de
intérpretes opina que se refiere concretamente al Bautista. Ésa es la diferencia
con Juan, por muy extraña que nos parezca; porque entre Jesús y Juan se dan
diferencias radicales, a pesar del elogio tan manifiesto de nuestro texto (vv.9-10):
uno anuncia el juicio que destruye el mal (como los buenos apocalípticos) y el
otro (como buen profeta) propone soluciones. Ésa es la verdad de la vida
religiosa: los apocalípticos tiene un sentido especial para detectar la crisis
de valores, pero no saben proponer soluciones. Los profetas verdaderos, y Jesús
es el modelo, no solamente detectan los males, sino que ofrecen remedios: curan,
sanan, ayudan a los desgraciados (culpables o no), dan oportunidades de
salvación. Nosotros hemos tenido la suerte de nacer después de Juan y haber
escuchado las palabras liberadoras del profeta Jesús.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
Paciencia y Esperanza
Los cristianos a los que se dirigía Santiago seguramente conocían las palabras
consoladoras del profeta Isaías: “Mirad a nuestro Dios, viene en persona,
resarcirá y os salvará…. El desierto y el yermo se regocijarán...se despejarán
los ojos del ciego, los oídos del sordo…” pero la realidad que vivían no les
ayudaba a mantenerse a la espera de una llegada del Señor que les habían
anunciado como inminente: la parusía se retrasaba, la realidad de los discípulos
era cada vez peor, persecuciones, deserciones ante lo que parece el
incumplimiento de las promesas. En esta situación, el autor invita a la
paciencia. Una paciencia como la del labrador que pone la semilla y espera que
la lluvia y el tiempo realicen su obra, hasta que un día el fruto se encuentre a
punto para la siega. Al mismo tiempo, recomienda tomar por ejemplo la vida y el
sufrimiento de los profetas. ¡Quien haya pensado que el camino cristiano es
camino de rosas, que mire a al Cruz!
La llegada del Mesías es anunciada como plenitud de vida, justicia, paz.
Celebramos con fiestas entrañables la fecha de esta venida. Unas fiestas en las
que parece que la expresión de los buenos deseos y el intercambio de gestos de
amor y amistad manifiestan esos tiempos mesiánicos que se debían inaugurar con
la llegada del Mesías. Sin embargo, después de más de dos mil años parece que
todo eso son páginas de un bello libro de poesía. Y la realidad parece que nos
transporta a situaciones similares a las que animaban la esperanza en el que
había de venir; y son muchos los que pretenden proclamarse en algo similar:
nuevos movimientos religiosos, nuevas ofertas de salvación.
La paciencia amenaza con acabársenos y la esperanza parece que no encuentra
motivos para seguir esperando, cuando cada día asistimos a la muerte de
inmigrantes que intentan alcanzar una tierra prometida donde les espera dolor,
discriminación, desprecio, miseria. O cuando, día tras día, vemos la muerte
violenta de niños o mayores, victimas de una violencia indiscriminada, el
paisaje desolador de las hambrunas en diferentes países o la normalidad con la
que las encontradas formulaciones de la realidad hacen descubrir más voluntad de
poder que de verdad.
¿Eres tú el que tenía que venir o tenemos que esperar a otro?
¿Dónde está, Señor, el Mesías que esperaban los profetas? Es la hora de hacer
como Juan el Bautista, el precursor, el mayor entre los profetas. Es la hora de
volvernos a Jesús y preguntarle: ¿Eres tú el que tenía que venir o tenemos que
esperar a otro?. Puede que la respuesta de Jesús sirviera al precursor para
relacionar las obras de Jesús con lo que del Mesías se había anunciado: “Decidle
a Juan lo que veis: los ciegos ven, los cojos andan...”. Estas palabras podrían
también estar dirigidas a nosotros. En ellas se nos invita a abrir los ojos para
descubrir que el Reino de Dios está en medio de nosotros, que se manifiesta en
la multitud de hombres y mujeres que en medio de la muerte luchan por la vida,
que hacen de la solidaridad su ideología, de la defensa de los hombres y mujeres
que sufren, sean de cualquier raza, lengua o color, el ideal de su vida.
Jesús nos responde hoy lo mismo que a Juan: ved la otra parte, esa que muchas
veces permanece en silencio y escondida, ahí yo sigo presente. No sólo a “ver”,
el Señor nos invita a hacer presente, a realizar su mesianismo; para ello nos
invita a tener paciencia, como el labrador, a poner la semilla en el surco y,
mientras las lluvias tempranas y tardías la hacen crecer, continuar realizando
las obras que nos injertan en la tradición profética y mesiánica: hacer de la
lucha por la liberación de nuestros hermanos y hermanas el motivo de nuestra
vida.
Convertir el desierto en vergel
El Señor viene, está presente y esto es motivo de alegría, cuando el desierto se
convierte en vergel, cuando el sufrimiento da lugar a la vida, cuando lo que nos
impide ver o caminar deja de ser un impedimento. El Señor vendrá, viene, ¡ya
está! en los pequeños o grandes espacios donde la muerte y el sufrimiento van
dando paso a la vida. A nosotros nos toca multiplicar estos espacios allí donde
estamos: la familia, el trabajo, la ciudad en que vivimos, nuestro mundo. Todos
y cada uno tenemos responsabilidad de hacer presente la venida del Señor.
Entonces experimentaremos la alegría mesiánica. El don de Dios presente en
nuestro mundo, a nuestro lado.
Hna Clara García, dominica de la Anunciata
clara.dacg@dominicos.org
39. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
Nos narra Gn 1,1 que al principio todo era caos, no había vida. El profeta Isaías prácticamente compara al pueblo de Israel con esa misma situación. En el momento en que Isaías escribe el horizonte de la comunidad judía era de caos, de no vida. Ante un panorama tan negativo, el profeta, hombre tocado por el Espíritu, tiene la misión de generar vida. Así como en el Génesis, del caos se va pasando a la armonía y hermosura de la creación, así el profeta va despertando el entusiasmo de los desterrados poniendo delante de ellos las imágenes más atractivas de la naturaleza. El destierro es el caos en el cual han tenido que enfrentar la realidad de muerte, y de allí volverán a salir a la vida. El Dios, que del caos creó el cosmos, volverá a actuar una nueva creación; no cabe duda de que su poder es incomparable. Tal vez el pueblo ha tenido que enfrentar el desafío de un Marduk, dios de Mesopotamia, prácticamente erigido por encima de YHWH; sin embargo, el poder del Dios de Israel no se mide por la fuerza ni por la dominación; se mide sobre todo por su amor y su misericordia. Los israelitas podrán estar tranquilos, porque en la nueva creación, quien estará el frente de todo será el mismo Dios que creó cielos y tierra y que un día hizo opción por lo más débil: los antepasados de Israel cuando estaban sometidos a la servidumbre en Egipto.
Desde la cárcel Juan envía unos mensajeros para que interroguen a Jesús: “eres tú o tenemos que esperar a otro”? La pregunta recoge no sólo la inquietud de Juan, sino también las inquietudes e interrogantes de todos los que en Israel esperaron y siguen esperando al Mesías. A lo largo del tiempo se había tejido todo tipo de descripciones y características ideales sobre el Mesías, no sólo en cuanto al evento mismo de su llegada, sino en cuanto a su misma misión. Esto dio para que muchos charlatanes se atribuyeran el título de mesías, propiciando así los naturales desconciertos entre la gente.
Muy seguramente en la mentalidad de Juan el Mesías debía ser ante el protagonista del “día de YHWH”, del “día de la ira de Dios”. Las imágenes del “bieldo en el arado”, “el hacha en los árboles” que utiliza Juan, reflejan esa expectativa o esa imagen “justiciera” que se tenía del Mesías, lo cual marca completamente la predicación joanea. Con todo, la presencia de Jesús y el estilo de llevar adelante su misión, desconciertan a Juan y sus seguidores: ¿Dónde están esos signos de Jesús que hacen sentir el “día terrible de YHWH”? ¿No tenía que estar cortando de raíz el mal y los malhechores? Consideremos también en la pregunta de Juan, la situación de sus discípulos y de los discípulos de Jesús confrontados en la primera del cristianismo.
La respuesta de Jesús da a entender hasta qué punto él ha asimilado y en qué medida asume el compromiso mesiánico. Sin nos fijamos bien, antes del relato que escuchamos hoy, están todos los presupuestos o todas las bases sobre las cuales Jesús fundamenta su misión. En el cap. 4 nos encontramos con las alternativas más tentadoras que podían haber “facilitado” su misión, es lo que llamamos “las tentaciones de Jesús”. Una vez hecho su discernimiento y haberse decidido por el camino que escogió, Jesús prefiere no estar solo; por eso se rodea de unos cuantos para que estén con él, para irlos formando, para transmitirles poco a poco el espíritu de esta su misión. Pero lo que en el engranaje narrativo de Mateo representa el punto de arranque definitivo de la misión de Jesús es justamente la explicitación pública de su programa de vida, de su proyecto como Mesías: ahí está el discurso de la montaña; en él recoge Jesús lo específico de su tarea como enviado y a ese proyecto dedica su vida, cierto que de un modo muy diverso a la manera como Juan lo estaba anunciado y como el resto de la gente lo esperaba. Luego, era apenas lógico que Juan se inquietara.
Juan sabe que estando en la cárcel cualquier cosa puede suceder. La situación en que se encuentra no es gratuita, es consecuencia de la misma actividad profética en la que ha tenido que anunciar y la mismo tiempo denunciar. ¿Será que el Mesías a quien él le ha preparado el camino estará en grado de continuar su obra? ¿Valió la pena desgastar su vida en este trabajo de precursor? ¿No habrá perdido su tiempo?
El interrogante de Juan es también para nosotros
un motivo para confrontar nuestra vida de fe y nuestra actividad evangelizadora.
“¿Eres tú”? El Jesús que nos mueve y el que anunciamos, ¿es el verdadero Jesús
del Evangelio, el Jesús-imagen del Padre? O ¿hemos concebido a Jesús como el
mesías de la “ira divina” y por lo tanto lo anunciamos como a un justiciero? Al
acercarnos a la Navidad abramos el corazón y la mente a ese Dios hecho Niño que
ya en su mismo nacimiento manifiesta el anonadamiento, el amor, la misericordia.
Para la revisión de vida
Detengámonos un momento en nuestro camino de evangelizadores y tratemos de
configurar de nuevo en nuestra vida la imagen de Jesús: ¿coincide esa imagen con
la que nos revelan los evangelios? Preguntémonos: “eres tú, o debemos
replantearnos tu imagen?
Para la reunión de grupo
- Leamos detenidamente el evangelio de hoy e intentemos hacer un esbozo de la
figura de Juan como hombre y como profeta: ¿qué puntos comunes y qué puntos
diversos tenemos nosotros con la figura de Juan?
- Retomemos la respuesta de Jesús a los mensajeros de Juan, ¿cuáles son los
signos del reino que dan sentido salvífico y liberador a nuestras obras
apostólicas?
Para la oración de los fieles
- - Por los que viven sin esperanza o en tristeza, para que la venida de Cristo
Salvador los llene de fortaleza y de alegría. Roguemos al Señor.
- - Por nuestros grupos y comunidades, para que a pesar de las dificultades e
injusticias que enfrentamos cada día, seamos capaces de sembrar esperanza y
luchar con entusiasmo evangélico por un mundo mejor. Roguemos al Señor.
- - Por los que hemos sido llamados a trabajar de manera directa en el anuncio
del Evangelio, para que el Jesús que predicamos sea el que realmente vivimos y
seguimos. Roguemos al Señor.
- - Por todas las iglesias que confiesan su fe en Jesús, para que más allá de
los intereses de grupo sepamos poner todos nuestros esfuerzos a favor de la paz,
la unidad y la fraternidad. Roguemos...
Oración comunitaria
Padre bueno, al acercarnos a la celebración de la fiesta entrañable de la
Navidad te pedimos que acrecientes nuestra esperanza, para que nunca desistamos
del esfuerzo por crear un mundo en el que el amor sea posible. Nosotros te lo
pedimos por Jesús de Nazaret, hijo tuyo y hermano nuestro, cuyo nacimiento nos
aprestamos a celebrar. Amén
40. Fray Nelson Domingo 12 de Diciembre de 2004
Temas de las lecturas: Dios mismo vendrá y nos
salvará * Manténganse firmes, porque el Señor está cerca * ¿Eres tú el que ha de
venir o tenemos que esperar a otro?.
1. Palabras de Ánimo
1.1 El tono de este tercer domingo de Adviento es de muy grande consuelo y de
especial alegría. De hecho, es conocido como el domingo del "alegraos," que en
latín se dice: Gaudete.
1.2 El Adviento es un ejercicio de esperanza, una mirada hacia el futuro, y en
ese sentido, supone el esfuerzo de ver más allá del presente. Ese esfuerzo es
necesario porque no nos gusta. Una persona plenamente feliz en su presente no
tendría cómo vivir un Adviento. Por eso el Adviento tiene una nota de dolor, una
nota que nace de la conciencia de que este momento es incompleto,
insatisfactorio, insuficiente.
1.3 Por todo ello necesitamos palabras de ánimo como las de este domingo.
2. Dios Viene en Persona a Salvar
2.1 La primera gran nota de alegría en este domingo la da Isaías, el gran
profeta del Adviento cristiano. Se resume en la expresión imponente: "Dios viene
en persona." Esto se cumplió a la letra en el Nacimiento de Cristo, en su vida
cargada de frutos de amor y sobre todo en su Pasión redentora y gloriosa
Resurrección.
2.2 Subrayemos lo que se nos está anunciando, porque no hay otro anuncio igual
en otras religiones o filosofías: he aquí a un Dios que, sin necesitarnos, nos
busca, y sin ganancia para él ofrece a su Hijo por salvarnos. ¿Tiene el Dalai
Lama algo semejante para contarnos? ¿Soñó Marx algo parecido? ¿Mahoma creyó
posible algo así?
3. El Campo y la Lluvia
3.1 La segunda lectura, del apóstol Santiago, invita a la alegría también en un
tono distinto, más discreto, si se quiere. Su frase de hoy es: "mantengan firme
el ánimo, porque la venida del Señor está cerca." Y para darle firmeza a nuestro
ánimo nos invita a mirar la obra de la lluvia en los campos. Cada gota parece
insignificante e incluso una solo aguacero es del todo insuficiente, pero la
sucesión de lluvias logra el milagro de la cosecha.
3.2 Saber valorar las gotas humildes y las lluvias breves; saber confiar en lo
que sucede en el secreto de la tierra, más allá de lo que ven nuestros ojos:
algo así es el Adviento, algo así es la vida humana misma.
4. ¿Eres Tú o Esperamos a Otro?
4.1 Si la vida humana tiene tantas cargas de insatisfacción y por consiguiente
tantas razones de búsqueda, y si viene Cristo y se presenta ante nosotros con
todo su mensaje de amor y redención, ¿cómo esquivar la pregunta que hace Juan
Bautista desde la cárcel? Hacia Cristo Señor se dirigen nuestros ojos y las
palabras sencillamente brotan: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que
esperar a otro?"
4.2 No es una pregunta retórica o de respuesta inmediata. Hoy, sobre todo en el
mundo llamado "desarrollado," muchos tienen una respuesta a esa pregunta: "hay
que esperar a otro;" o si no: "ni era Cristo ni hay que esperar a nadie." Lo
primero es el canto de la Nueva Era y el gnosticismo contemporáneo; lo segundo
es la elegía del suicidio, sea en versión romántica y existencialista o
violenta, tipo rock metálico. Así pues, es un hecho que mucha gente ha
respondido a la pregunta del Bautista en la dirección opuesta al Evangelio.
4.3 Hay que subrayar que Cristo no respondió a la pregunta con palabras sino con
obras. Las razones de esperanza que envió a Juan Bautista fueron simplemente los
hechos que estaban aconteciendo a ojos de todos: " los ciegos ven y los cojos
andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a
los pobres se les anuncia el Evangelio." Nuestra esperanza, pues, y nuestra
alegría, no nacen de discursos bien arreglados, sino de experiencias vivas y
reales de amor, de gracia y de salvación.
41. JESÚS MARTÍ BALLESTER
1. Es Pablo quien nos exhorta a la alegría en su carta a los Filipenses: "Estad
siempre alegres en el Señor, y os lo vuelvo a decir, alegraos, porque el Señor
está cerca". Las convulsiones de la sociedad, las hecatombes de la naturaleza
anuncian la venida gloriosa del Señor ante todos nosotros, la Parusía. Los
cataclismos son el traqueteo del tren, el acoplamiento del convoy a punto de dar
a luz un mundo nuevo, un orden nuevo, una sociedad nueva, donde no habrá muerte
ni dolor ni lágrimas. Sobre las ruinas de la bomba atómica sobre Nagasaki e
Hiroshima han nacido dos ciudades modernas. Del grano de trigo podrido en el
surco ha nacido una espiga. Del gusano de seda muerto, ha nacido una mariposa.
La bola de fuego que fue la tierra tras el bing-bang, engendró los ríos, los
montes y lzas praderaas. Así de un mundo en que reina el odio nacerá un mundo
nuevo de amor. Un mundo de verdad y de gracia, de paz y de alegría. "Alegraos,
el Señor esta cerca". Esta cerca el momento del encuentro definitivo de cada uno
de nosotros con el Señor. Muchos de los que hemos querido ya han llegado. El
momento está cerca, el glorioso momento de conocer al Señor cara a cara, de ver
la luz de su rostro. De contemplar la sonrisa cariñosa del Señor sobre nosotros,
que hará estallar la luz del Señor que ya llevamos escondida dentro en nuestro
corazón, que manifestará que somos hijos del Señor, después de tantas noches
oscuras. Será el momento dichoso en que nos invadirá la vida eterna que llevamos
encerrada en nuestro ser, y que esperamos y anhelamos. "El que cree en Mí tiene
vida eterna". "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna". El
Señor esta cerca, muy cerca de cada uno de nosotros. ¡"Ven, Señor Jesús"!. ¡Maranhata!.
2. Asolado constantemente por la guerra, el pueblo de Israel ha conocido derrota
tras derrota. Jerusalén ha sido destruida, el Templo profanado, y el pueblo
deportado a Babilonia, condenado a trabajos forzados. Isaías medita y ora,
escucha a Dios, e inspirado y excitado por El, invita al pueblo, desalentado y
herido, a que se ponga en camino en busca de su Dios Salvador. El libro de la
Consolación es una vigorosa predicación de esperanza: ¡Vendrá un tiempo de
felicidad total, en el que Dios salvará a su pueblo! Como el Profeta es poeta,
sus versos están llenos de imágenes. Saldrán desde Babilonia hacia Jerusalén,
como los hebreos que salieron de Egipto. Revivirán el Exodo. Atravesarán el
desierto. Y sus ojos verán con asombro la transformación de la naturaleza: El
desierto florecido, semejará una flor de narciso. Será tan verde como el Líbano,
tan hermoso como el Carmelo, tan oloroso y perfumado como el Sarón. A la belleza
del paisaje, añade Isaías, personificando el desierto, el sentimiento de alegría
de las personas que vivan esa glorificación. Pero siempre hay gente desalentada,
a quien hay que estimular. Las personas mayores dicen: Ya no tenemos fuerzas
para emprender el viaje. Estamos ya enganchados a la adicción, que forma una
segunda naturaleza en nosotros. Ella es la que nos domina,aunque sabemos que,
cuando la hayamos satisfecho, nos dará dolor. Pero no podemos vivir sin ella. Es
lo que le ocurría a San Agustín: “Me atormentaba en mi cautividad en gran parte
y con vehemencia la costumbre de saciar mi insaciable concupiscencia”
(Confesiones, VI,12,22). Y el Profeta les enardece: "Fortaleced las manos
débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes, sed fuertes,
no temáis" Isaías 35, 1.
3. La visión de Isaías, se está cumpliendo ya hoy en Jesús, según nos dice
Mateo: A Juan le llegaban noticias en la cárcel, de la predicación y de los
milagros de Jesús, y se alegraba. En el evangelio de Juan que complementa las
noticias que del Bautista nos ofrece Mateo, se manifiesta el gran
desprendimiento del Bautista: Había señalado ante sus seguidores a Jesús: “He
ahí el Cordero de Dios. Lo oyeron dos discípulos y siguieron a Jesús” (Jn 1,36).
Y sigue Juan en el capítulo 3,26: Los dicípulos de Juan le dijeron,envidiosos, a
su maestro: Jesús bautiza y todos acuden a él. Y Juan contestó: “Yo no soy el
Mesías, yo no soy el esposo, sino el amigo del esposo. Pero el amigo del esposo,
que está a su lado y lo oye, se alegra mucho con la voz del esposo. Así que mi
gozo es completo. El debe crecer y yo menguar”.
4. Dicen que el pecado nacional de España es la envidia. Y resulta que casi
nunca el que tiene envidia se da cuenta de que la tiene, o no lo quiere
reconocer, porque es un vicio muy poco elegante. Con facilidad se reconocen
otros vicios más groseros, y se tiene a gala tenerlos, y hasta se alardea de
tenerlos, pero hay mayor resistencia a confesar la envidia, porque indica
ruindad de ánimo y mezquindad. A mí siempre me pareció imposible que los de
arriba envidiaran a los inferiores, pero cuando leí a Unamuno, lo empecé a
creer. Dice Unamuno que la envidia, parece mentira, se encuentra más entre los
triunfadores. Y Quevedo escribe que la envidia va tan flaca y amarilla porque
muerde y no come. Se entiende con facilidad que el segundo envidie al de arriba.
Pero se comprende menos que el de arriba envidie al de abajo. O el superior al
inferior. Y si se observa bien, y se tiene experiencia, se comprueba que sucede
así. ¿Por qué? Porque el que está arriba no está seguro de que haya alcanzado
ese puesto con justicia; probablemente, casi siempre ha habido chanchullos. En
realidad el que envidia es que es inferior. De ahí que secretamente tema que se
descubra la menor capacidad y, que le desasosiegue la suplantación, en efectivo,
o en comparación, (el caso del rey Herodes); consiguientemente, que la
inseguridad produzca envidia. Que, a su vez, engendra tristeza de la prosperidad
de los demás. Por otra parte, la sociedad está organizada en forma de
competición, por cuya razón el otro es considerado como jugador del equipo
contrincante. Y de la envidia se pasa al resentimiento, y a encontrar siempre el
“pero”. Si, pero... La envidia pretende que la medida de los demás sea inferior
a la mía, hasta llegar a la degeneración de la raza. “El brillo sólo el mío”.
5. El envidioso no encuentra compensación en su pecado. Todos los vicios tiene
su compensación placentera. La envidia, no, sino todo lo contrario. Siempre está
desabrida, triste, macilenta. Es el pecado “amarillo”, que se ceba antes en las
propias entrañas que en la fama del vecino. “La envidia abrasa el corazón, seca
las carnes, fatiga el entendimiento, roba la paz de la conciencia, hace tristes
los días de la vida, y destierra del alma todo contentamiento y alegría” (Fray
Luís de Granada). “Ví y observé a un niño envidioso; todavía no hablaba y ya
miraba lívido y con rostro ceñudo a su hermanito de leche” (San Agustín). “La
envidia es la caries de los huesos” (Prov 14,30. Siempre recelosa. Hasta en el
terreno sobrenatural de las vocaciones. Se mira todo a nivel humano de
competencia. Me quitarán las que tengo, me disputarán las que quiero conseguir.
En la vida de San Juan de la Cruz, cuya fiesta celebraremos del martes, y en la
de tantos santos y hombres eminentes, brota fatalmente, como una serpiente
negra, la envidia, ese bicho viscoso que todo lo corrompe y emponzoña. El
tributo que la mediocridad paga al genio. Tributo tan propio de sociedades muy
jerarquizadas, que por añadidura, carecen de las preocupaciones vitales de
familia que sostener, hijos que educar, convivencia combativa que soportar,
empresa que hacer crecer y sin un amor acendrado a Cristo exigente que hay que
alimentar. Jacinto Benavente, premio Nobel de Literatura, que vivía en este
país de envidiosos donde parece que hay que pedir perdón si te ha tocado una
pizca de talento en el reparto, escribía: ¿Te acuerdas de lo que decía Jardiel?:
«La gente te perdona que seas rico con tal de que seas tonto; que seas
inteligente con tal de que estés muerto de hambre. Pero si eres rico, e
inteligente más te vale ir pregonando a los cuatro vientos que tienes úlcera de
estómago».
6. En la Escritura podemos encontrar resonantes historias de envidia y sus
consecuencias, desde el diablo en el paraíso, la de Caín contra Abel, la de los
hermanos de José, la de Saul contra David, y la de los jefes religiosos contra
Cristo. “Si un hombre reuniera la hermosura de Absalón, la fuerzas de Sansón, la
sabiduría de Salomón, las riquezas de Creso, la elocuencia de Homero, la fortuna
de Julio César, la vida de Augusto, la justicia de Trajano y el estilo de
Cicerón, téngase por seguro que no será de gracias tan dotado, cuanto será por
los envidiosos perseguido” (Antonio de Guevara). Fray Luís de León, dejó
escritos en la pared de la cárcel, unos versos, universalmente conocidos: “Aquí
la envidia y mentira / me tuvieron encerrado; / dichoso el humilde estado / del
sabio que se retira / de aqueste mundo malvado, / y con pobre mesa y casa / en
el campo deleitoso, / con solo Dios se compasa / y a solas su vida pasa, / ni
envidiado ni envioso”.
7. Apenas se comienza una obra de Dios, se moviliza en contra la envidia. Los
que menos ayudan, y más la dificultan, son los que más debieran ayudar y hacer
espaldas: La historia nos dice, que Teresa de Jesús, de quien más tuvo que
sufrir fue de los obispos: Arzobispo de Burgos, y de Sevilla, entre otros, y no
digamos de los superiores de su propia Orden.
8. En Juan no hay ni pizca de envidia. Según Aristóteles la envidia se da entre
iguales. Juan es un profeta, habla en nombre de Dios, su tema es la religión.
Llega Jesús, que es el Hombre de Dios, cuyo tema es la religión. Cuando empiece
a predicar y a hacer milagros, los hombres que manejaban la religión: los
sacerdotes, los sanedritas y rabinos, no sólo no se pondrán de su parte y le
ayudarán, sino que le perseguirán hasta crucificarle. ¡Qué diferente la conducta
de Juan!
9. Por eso su alegría es constante. Juan se alegra de las obras de Jesús. Y,
aunque siempre es doloroso que le dejen a uno sus propios discípulos, no impide,
sino que alienta a que Juan y Andrés se vayan con el Cordero de Dios
profetizado... Quiere darles oportunidad a sus discípulos de que le sigan. Ama
de veras. Los envidiosos no aman, se aman a sí mismos, o a su institución. Los
amigos verdaderos buscan el bien para sus amigos, y les ayudan a alcanzar el
triunfo, y se alegran de que lo consigan. ¡Si todos los cristianos se hubieran
portado así y viviéramos ahora así, cómo habría avanzado y crecería el Reino de
Dios! Y cuando no se obra así, es porque no hay caridad “que no es envidiosa” (1
Cor 13,4).
10. Si Juan quiere recibir una garantía que acredite que aquél de quien le
llegan noticias tan prometedoras es el Mesías esperado, es para darles seguridad
a sus discípulos y para curarles su estrechez de miras y su envidia. El sabía
que el Cordero de Dios era la culminación de la esperanza de Israel. Y les envía
a que le pregunten: ¿Eres tu el que ha de venir...? El sabe que después de
tantos siglos de espera, ha llegado ya la hora de poder decir como el anciano
Simeón, “ahora Señor, puedo morir en paz, porque mis ojos han visto al
Salvador”. Con introducción solemne («Os aseguro»), establece una
contraposición: afirma la excelencia de Juan sobre todos los personajes
históricos que lo habían precedido, pero, al mismo tiempo, afirma que el más
pequeño en el reino de Dios (alusión a los discípulos, a los que en 10,42 ha
calificado de «pequeños») es más grande que él. Marca así Jesús la diferencia
entre la época del AT y la que comienza con él. Juan estaba a la puerta del
reino de Dios como anunciador de su cercanía (3,2), pero la distancia entre el
reino y los hombres sólo puede ser salvada por la adhesión a Jesús. Por decirlo
así, Juan ve ya la tierra prometida, pero no puede entrar en ella. Con su
bautismo ha sacado a la gente de la institución judía hasta la orilla del Jordán
(3,5s), pero el paso del Jordán para entrar en la tierra está reservado a Jesús,
nuevo Josué. Los que participan del reino gozan de una realidad de la que Juan
no ha podido participar (11).
11. Jesús no responde con palabras. Responde con sus obras. Decidle a Juan lo
que estáis viendo y oyendo: sordos que oyen, ciegos que ven, cojos que caminan,
muertos que resucitan, leprosos que quedan limpios, pobres que son
evangelizados... Luego éste es el tiempo mesiánico, anunciado por los Profetas.
Yo soy el Mesías. Y dichoso el que no se sienta defraudado por Mí Mateo 11, 2.
Luego está llegando el Reino de Dios. Las grandes personalidades, conscientes de
que su mensaje y su acción son auténticos y seguros, no tienen necesidad de
hacer promesas, que después no van a cumplir. Responden con hechos, con obras,
con autenticidad. No trabajan de cara a la galería, ni para salir en la foto.
12. Dios viene en Jesús a curar, a consolar; su llegada es motivo de alegría, de
esperanza; ahí están los ciegos, con la vista recobrada, los cojos, que pueden
caminar. Los. pobres, evangelizados. Esas madres que lloran a sus pequeños hijos
muertos en el orfanato de Manila, los pobres ahogados en Guatemala y en
Honduras, en China y en Australia... Las víctimas de las Torres Gemelas, las de
los bombardeos en Afganistán. El Padre en Jesús, se compadece de los
sufrimientos de sus hijos, y está con ellos, le duelen sus fatigas, le cuesta su
muerte. Toda una situación de cambio, de salud, de depresiones aliviadas y,
sobre todo, de la liberación del pecado.
13. Consolar, alentar, animar, estimular. Esa es la misión de los que poseemos
la luz del Evangelio. Ante las dificultades de los matrimonios, tengamos
palabras de fe en Jesús, que puede hacer reverdecer la novedad. A las madres o
esposas, o padres, que lloran la desaparición de sus hijos, o esposos,
ofrezcámosles el regalo de las palabras de Isaías: "Sed fuertes, no temáis".
14. Gracias, Señor. En medio de un mundo difícil y duro, de zancadillas e
injusticias, esperamos la floración de la justicia, "el Señor hace justicia a
los oprimidos, endereza a los que ya se doblan por el peso del trabajo, de los
disgustos, de la ancianidad" Salmo 145. Señor, cumple lo que nos has prometido.
Danos fortaleza y valentía en los momentos de debilidad y de cansancio. Y te
rogamos por todos los que están desanimados y deprimidos, y te pedimos que les
robustezcas y les consueles.
15 ¡Ven, Señor, Jesús! Lo diremos con fe después de la consagración. Pongamos
toda nuestra alma en esa oración. Juan estaba en la cárcel, por su entereza.
Hoy, que la gente tiene tan poca valentía. En que la tierra que engendró el
Quijote, se ha convertido en tierra de Sancho Panza, pero sin su sensatez y
cordura. Volvamos a los orígenes de nuestro idealismo, capaz de ir a anunciar el
Evangelio a todas las gentes. Siempre los tiempos de prosperidad engendraron
molicie y tibieza. Quiera Dios que sepamos reflexionar.
16. Colaboremos con paciencia, venciendo con ella las dificultades interiores y
las exteriores, para que vaya creciendo el Reino, aunque sea a costa de nuestro
orgullo. Es necesario que yo disminuya para que él crezca, decía Juan. Es
necesario el ejercicio de la paciencia en la siembra de la semilla del reino,
como le es necesaria al labrador que aguarda paciente el fruto de la cosecha
(Santiago 5,7). Es necesaria la paciencia para no dejarse abatir por la tristeza
mientras dura el tiempo de la germinación. Tras la hibernación vendrá la
primavera de la floración, el verano de la maduración y el otoño de la lograda
cosecha. Y si los frutos no aparecen, “tomad como ejemplo de sufrimiento y de
paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor”, que habiendo
sembrado con lágrimas, murieron sin ver el fruto de su siembra. Otros cosecharán
lo que vosotros habéis sembrado. Uno es el que siembra y otro el que siega (Jn
4,37).
17. Sencillez. Humillación. Cruz. Como Jesús, su prolongación que es la Iglesia,
no puede omitir la atención a todos los marginados del mundo. Y esa será la
señal de su autenticidad. La Iglesia, como Jesús, ha de ser la más pequeña. Tan
pequeña como la eucaristía que vamos a comer. Sabiendo que “el más pequeño en el
reino de los cielos es más grande que Juan Bautista” porque más que el carisma,
vale la integración vital al Reino por la gracia de Cristo, cuya venida estamos
preparando en adviento.
42.
Adviento, hermanos, es tiempo de conversión. Es tiempo de abrir las puertas al Redentor para que Dios se encarne, se haga hombre, se haga humanidad y tu te hagas “Dios”.
Dios quiere hacerse hombre, porque lo quiere primero redimir de su pecado y después divinizar, salvándole de este modo de vida terrenal, por un nuevo modo de vivir celestial. Lo quiere redimir, lo quiere rehacer, es una “nueva creación” para engrandecerlo y glorificarlo. ¿Por qué?. No me lo preguntes. Es un misterio: ¿por qué quiere tanto Dios a esta criatura, al ser humano? Nos ha revelado que lo quiere mucho, pero no vemos claro por qué.
“Estad alegres en el Señor. Os lo vuelvo a repetir: ¡estad alegres, porque el Señor está cerca!”
Estas son las palabras de saludo, conque se abre este tercer domingo de adviento.
La Iglesia las pone a nuestra consideración. Estas palabras son como un espejo. Espejo de la alegre esperanza.
¿Cómo andas de esperanza?. Bueno, más bien, la pregunta que tú y yo y todos nosotros nos tenemos que hacer es: ¿qué esperamos? ¿por qué estamos expectantes? Y ya, en un plano más comprometido, no estaría mal que nos hiciéramos la pregunta con otra óptica: ¿qué espera la humanidad y este mundo de mi?
En medio de estas notas de alegre esperanza, me apura tener que decir en alto: ¡Hermanos, nos están matando la Navidad... nos están matando la Navidad!. Que es como decir: ¡nos están matando la alegre esperanza!...
En estos últimos días me he asomado al balcón de la publicidad y me he sentido aplastado por las campañas de promoción de todo, menos de Dios. Dios no nace ya en la Navidad; casi ha muerto en esta sociedad de la opulencia y del poder.
Nos empujan a ser más que los demás: mejores cenas y comidas, alimentos de alta calidad en un sin fin de hoteles y restaurantes y por 500 € pase una nochevieja inolvidable. Y si quiere, para ser más que sus amigos y vecinos, aproveche la ocasión en las fiestas de fin de año para hacer un crucero por alta mar, tomando las doce uvas, por tan solo 2.500 €, incluida su pareja.
Mejores y más ostentosos trajes para asistir a los espectáculos más sofisticados y excitantes. Y pasen , si quieren o evádase por el Nilo por 3.000 €, o aplaste a los demás, dando la vuelta al mundo por
18.000 € o por 90.000 € le subimos a lo más arriba de la atmósfera terrestre durante tres días.
Para qué seguir, si vosotros mismos también lo sabéis... y bastantes también lo hacéis.
Esta sociedad, que la formamos nosotros todos, ofrece de todo: comilonas, placeres excitantes, viajes de ensueño por el mundo, hoteles, ya de más de 5 estrellas. Nos viste con llamativos, cómodos y provocativos trajes, y nos ofrece todo tipo de sensaciones y placeres.
Esta es la oferta de Navidad, esta es la Navidad para el mundo. Ofrece de todo, menos a Dios. A Dios no lo necesita, no es rentable, ni cotiza en bolsa. Esta grandiosa y variada oferta es toda la Navidad, es toda la esperanza. A Dios se le silencia. Dios está de sobra. Quizás, muchas veces hasta estorba.
¿Para qué toda esta oferta? ¿Para ser feliz? ...Vosotros tenéis la respuesta, la sabéis de sobra. Todos la conocemos, también los poetas, que algunas veces no sueñan: “cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor, cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Es decir, que cuanto más experimentamos esta borágine de placeres y evasiones, nos sentimos no más felices, sino más vacíos, y añoramos los tiempos pasados, donde con menos cosas materiales, estábamos más contentos y satisfechos: “Ved de cuán poco valor – son las cosas tras que andamos – y corremos , - que en este mundo traidor – aun primero que muramos – las perdemos”. “No se engañe nadie, no – pensando que ha de durar – lo que espera – más que duró lo que vio, - porque todo ha de durar – por tal manera”.
El villancico nos lo dirá de esta manera: “La nochebuena se viene, - la Nochebuena se va, - y nosotros nos iremos, - y no volveremos más”.
Tú, cristiano de verdad, y persona responsable, no quieres que te maten la Navidad. Tu esperanza está en Dios primero, que no pasa y dura y como consecuencia de esta plenitud de Dios en tu vida la manifiestas con una sana y sólida alegría. Por eso estás adentrándote en el Adviento. Y domingo tras domingo vienes a buscar en la Palabra de Dios la luz para no extraviarte en el camino.
Y participas en la celebración de la Eucaristía para encontrar la fuerza necesaria en el alimento del Cuerpo de Cristo para que tu conversión sea sólida y sincera, como nos lo pidió San Juan Bautista el domingo pasado: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Este es el anuncio del profeta Isaías, diciendo: ”una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Dad el fruto que pide la conversión”.
A la altura del tercer domingo de adviento, tenemos que pasar los cristianos por esta prueba de la sinceridad, respondiendo a esta interpelación: ¿qué prefieres más: la diversión, el espectáculo, el buen comer y beber, los viajes de placer y de aventuras, o prefieres, en primer lugar y por encima de todo a Cristo? Porque nosotros, los que nos sentimos y decimos cristianos, con nuestra fidelidad a una práctica religiosa en todo, estamos respondiendo, no con simples palabras, sino con nuestras obras, con nuestra vida, que preferimos y optamos por Cristo y no por las orgías, que el mundo nos ofrece. ¿No es verdad?.
Pero, para que este parecer sea verdaderamente ser, tenemos que constatar, a la altura del tercer domingo de adviento, cuántos son los frutos de conversión, que hemos dado: “acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios. Estad de acuerdo entre vosotros, como es propio de cristianos”, nos decía San Pablo, el domingo pasado.
¿Arreglaste las diferencias que te separan de tu padre o de tu esposa... de tu hijo, de tu vecino o compañero de trabajo?. Y se nos pedía aún más, para que nuestra conversión sea sincera y seria y no un simple arreglo de maquillaje para pasar: “Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas, ni embriagueces”. ¿Cuánto he dado ya o voy a dar a Cáritas parroquial o a otra institución dioce-
sana para ayudar a los pobres y marginados, fruto del ahorro de mi austeridad y normalidad en el comer y en el beber o fumar?. ¿He defendido más mi dignidad, no permitiendo jugueteen con mis pasiones e instintos y conmigo mismo los medios de comunicación, cuando éstos son soeces, sensuales y chabacanos?. Porque si no estoy trabajando a fondo en todo este programa de valores cristianos, ¿dónde está la vivencia de mi adviento?. Me lo están también matando o yo mismo lo estoy perdiendo.
Manos, pues, a la obra, no nos desalentemos, ni nos desesperemos, porque parece como si cayéramos en la trampa de nuestros enemigos. Isaías nos lo ha gritado en la primera lectura: “fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, (haced, pues, más oración), decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. ¡Mirad a vuestro Dios que viene en persona!. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán...
Tus ojos verán, tus oídos oirán, tus pies harán camino, tu lengua cantará. Alegría perpetua. Estos valores y alegrías cristianas permanecen; los del mundo pasan. Hay que luchar y trabajar el adviento, no hay que dormirse.
Nos queda un poco más de una semana. No hay que perder la paciencia, ni dejarnos caer en la desesperanza: saber padecer y esperar hasta que venga el Señor, ”como el labrador que aguarda con paciencia el fruto valioso de la tierra, esperando la lluvia temprana y tardía”, nos ha dicho el apóstol Santiago.
No olvides, mi buen hermano, la maravilla de lo que eres, y lo muchísimo que vales, pues aunque te sientas pecador y un tanto avergonzado de ciertos comportamientos de tu vida, aunque te creas el más pequeño en tu gran familia, la Iglesia, que es puerta del Reino de los Cielos, al que perteneces por tu bautismo, eres el más grande que cualquier nacido de mujer, eres más grande que Juan el Bautista. “Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”.
Vuélcate, pues, en los pobres. Ayúdalos con tu dinero, con tu compasión, con tu presencia y tus palabras de buena noticia; que ahí nace Dios: en los más menesterosos y necesitados de todo: en los ciegos, en los inválidos, en los leprosos, en los que no oyen, materialmente o en su mente y en su corazón.. Ahí, seguro, que te encontrarás con esa alegría de la Navidad, que no pasa y que no te deja vacío al poco tiempo.
Busca a Dios en esta Eucaristía para que abra y ensanche tu corazón para que quepa todo el misterio de la Navidad. Porque “si tienes a Dios, qué te falta, pero si te falta Dios, qué tienes”. Así lo decía Santa Teresa de Jesús: “el que a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta!
P. Eduardo Martínez abad, escolapio
IDEAS CLAVE
1.- Dios viene a salvaros de la servidumbre.
2.- Fortaleced las manos débiles
3.- Dios trae el desquite:
. se despegarán los ojos del ciego
. saltará como un ciervo el cojo.
4.-Tened paciencia, sabed esperar. que no te maten la esperanza
5.- El Señor está cerca
6.- Ya ha llegado el que ha de venir, dando,
. la vista, haciendo caminar, curando, resucitando
. y dando una buena noticia a los pobres.
7.- En el Reino de Dios, tu eres mas grande que el mas grande, nacido de mujer.