PRIMERA LECTURA

Entre los desterrados, mordidos por la desesperanza irrumpe una buena noticia, un evangelio. Es el anuncio gozoso de la liberación. El pregonero trae la noticia desde la infinitud. Grita desde la altura, para que todos oigan que la culpa tiene perdón, que Dios está ya en camino con su pueblo, como en un nuevo éxodo de servidumbre a libertad, y que está mostrando su fuerza salvadora reuniendo a los dispersos. Su presencia se siente en el anuncio (Is 52,1-12).


Lectura del Profeta Isaías 40, 1-5. 9-11.

Consolad, consolad a mi pueblo,
dice vuestro Dios;
hablad al corazón de Jerusalén,
gritadle:
que se ha cumplido su servicio,
y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor ha recibido
doble paga por sus pecados.

Una voz grita:
En el desierto preparadle
un camino al Señor;
allanad en la estepa
una calzada para nuestro Dios;
que los valles se levanten,
que los montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se iguale.

Se revelará la gloria del Señor,
y la verán todos los hombres juntos
—ha hablado la boca del Señor—.

Súbete a lo alto de un monte,
heraldo de Sión,
alza con fuerza la voz,
heraldo de Jerusalén,
álzala, no temas,
di a las ciudades de Judá:
aquí está vuestro Dios.

Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza,
su brazo domina.

Mirad: le acompaña el salario,
la recompensa le precede.

Como un pastor apacienta el rebaño,
su mano los reúne.

Lleva en brazos los corderos,
cuida de las madres.