39 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO - CICLO B
1-8


1. SOBRE LA PRIMERA LECTURA. 
MAL/OMNIPOTENCIA-D  D/DEBILIDAD LA DEBILIDAD DEL DIOS-AMOR NOS RESULTA INCOMPRENSIBLE. ¿POR QUÉ NO ARREGLA DIOS DE UNA VEZ ESTE MUNDO SI TODO LO PUEDE?::

La pregunta que se plantea el profeta, en la primera lectura, una vez vuelve del exilio y contempla la ciudad y el templo en ruinas, a buen seguro que nosotros también nos la hemos hecho en más de una ocasión, ante diferentes hechos, en nuestra vida. ¿Por qué permites que nos desviemos de tus caminos? ¿Por qué permites, Señor, tanta injusticia, que siempre acaba recayendo sobre los mismos, los pobres? ¿Por qué no arreglas de una vez este mundo, si todo lo puedes? A veces una concepción falsa de la omnipotencia de Dios nos puede conducir a un callejón sin salida.

Por un lado, la fuerza infinita del amor y la vida de Dios tiene una potencia sin límites, y en este sentido se puede decir que es omnipotente. Pero, por otro lado, el amor sólo tiene efecto si es aceptado. El amor es oferta, no imposición. Querer forzar una respuesta de amor es hacerlo imposible, porque el amor supone la libertad de respuesta. Una persona puede amar a otra, pero si la otra permanece indiferente, el amor no puede realizarse. El amor comporta el posible fracaso, y ante el rechazo experimenta la impotencia. Y esta debilidad del

Dios-Amor ante el rechazo, es lo que resulta incomprensible a los adversarios de Jesús, y a los mismos apóstoles, educados en un Dios todopoderoso. Y a nosotros, ¿no nos puede pasar igual? Un Dios-Amor no puede ser responsable de los males de la humanidad, muchos de los cuales son responsabilidad de los hombres, que no respondemos a este amor que nos viene. Por eso el mismo Isaías reconoce el pecado del pueblo (nuestra responsabilidad en el mal) y, por tanto, el disgusto de Dios.

Ahora bien, al final de la lectura, el profeta nos recuerda a todos que Dios es nuestro Padre, el alfarero, y que somos todos obra de sus manos. Es decir, nos recuerda que Dios es todo perdón que es el ÚNICO Salvador y no hay otro; que Él es el que hemos de esperar.

Por eso en medio de nuestras oscuridades, depresiones, angustias, hundimientos en la culpa... Él nos ofrece nuevamente la recuperación, la paz, la reconciliación. Porque Dios es Padre de JC tal como nos lo indica la carta de san Pablo a los corintios, es fiel, y nos ha enriquecido ya con su amor.

-Hay que velar y abrirse al sentir de Dios y de los hombres

Viviendo como personas que nos sentimos perdonadas por Dios, viviendo como personas acompañadas por JC en todo lo que nos sucede cada día, y animadas por su Espíritu de amor, podremos descubrir así aquella dimensión, aquel aspecto, aquella manera de acercarse a Dios en cada acontecimiento, en cada hecho, grande o pequeño, proclamado por la televisión y los periódicos o apenas conocido por unos pocos. Cada momento, si vigilamos como el criado esperando al dueño, puede ser un momento decisivo.

Pidámosle, pues, al Señor, en esta eucaristía, que nos conceda la lucidez para ser críticos con lo que acontece, para que sepamos descubrir las llamadas y las venidas de Dios en el interior de cada acontecimiento, y nos dé disponibilidad para estar abiertos a cualquier cambio personal, familiar o social. A cualquier cambio, aunque implique movida, es siempre una ocasión más favorable para que Dios entre en nuestras vidas. Un cambio comporta debilidad, presencia de los errores y, por tanto, más humildad y pobreza en la persona, lo que permite una mejor disposición para acoger la obra del Bien que nos hace Dios, agradecérselo y continuar haciendo avanzar en la historia.

JOAQUÍN M. CERVERA
MIsa dominical 1990/22


2. ADV/VIGILANCIA:

Jesús insiste mucho en la necesidad de estar en vela. "¡Que no os encuentren dormidos!" ¿Qué es exactamente lo que nos pide? ¿Estar siempre en estado de alerta? ¿Ser porteros que no tienen nunca derecho a dormir? El portero de esta parábola tiene que estar, efectivamente, en estado de alerta "al anochecer, a media noche, al canto del gallo y al amanecer". En tiempos de Jesús, esta enumeración de las cuatro vigilias romanas de la noche era una manera de decir: "Toda la noche". ¿Sospecha de nuestras noches? De día podríamos vivir tranquilos, pero ¿habrá que estar aguardando desde el atardecer hasta el amanecer? ¿Aguardar, qué? ¿Nuestra muerte? ¿El fin del mundo? ¿Su vuelta final?

-"Jesús hablaba a sus discípulos de su venida".

Realmente es todo esto lo que hay que aguardar, según el sentido del período litúrgico en que entramos: el adviento es la celebración de las venidas de Cristo, a nuestra vida y al mundo, desde su primera venida en navidad hasta la última, la "parusía", su venida triunfal al final de los tiempos. El adviento es una letanía de los tiempos: ha venido, va a venir, viene.

Viene en este momento, donde estoy, en lo que hago, si mi corazón está dispuesto a acoger su manera de venir. El cristiano está al acecho de una visita personal de Jesús, pero atento también a los signos de los tiempos, al avance del mundo hacia el gran día; es un hombre en estado de alerta.

-¿Incluso de noche?

-Bien, volvamos a la noche. NOCHE/SIMBOLO: En la Biblia, la noche simboliza a este mundo en contraste con el mundo venidero, que será un mundo de luz. Decir que hemos de velar de noche significa que toda nuestra existencia en la tierra se va desarrollando en una especie de noche.

-Pero en Navidad oiremos este bello texto de Isaías: "El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz".

-Es verdad, Jesús es nuestra luz; ha venido para hacernos vivir en la luz. "El que me sigue -afirmó- no camina en tinieblas" (/Jn/08/12). Esta frase es de las más hermosas y de las más fuertes del evangelio. Jesús nos libera de la noche. ¡Pero si le seguimos! Y por eso precisamente es por lo que no hay que dormir. DORMIR/SIMBOLO Dormimos, en sentido espiritual, cuando perdemos poco a poco nuestros reflejos de cristianos. Vemos muy bien que tendríamos que comprometernos en eso, negarnos a que nos arrastraran hasta allí, pero nos dejamos llevar, cedemos a las ideas superficiales, a los rumores, al qué dirán. (...). Poco a poco se apaga la luz del evangelio y empezamos a vivir "como todo el mundo", en la noche, como si no hubiera venido Cristo.

¡Como si él no viniera continuamente! Esta llamada a amar, a ayudar, a luchar por la justicia, es él. Esta invitación a reavivar nuestra fe para vivirla mejor y transmitirla, es él. Esta fuerza para soportar la enfermedad sólo la puede dar él. Sólo él puede hacer de nuestra ancianidad una "vida ascendente". Todas sus venidas son ofrecimientos de vida. Por eso insiste tanto: "Velad. No os durmáis. No tendréis dos vidas".

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 110


3. REINO DE DIOS/VIGILANCIA: JESÚS NO ESTABA OBSESIONADO EN EL "NEGOCIO DE LA PROPIA SALVACIÓN" NI POR EL TEMA DE LA MUERTE. LO ESTABA POR LA VIDA/POR EL DIOS DE LA VIDA/POR SU REINADO.

Es bueno quizá recordar de vez en cuando cómo veíamos las cosas antes para, por contraste afirmarnos en el modo de ver que tenemos ahora. ¿Cómo entendíamos y cómo veíamos ese mandato del Señor a la vigilancia, mandato que nos refiere el evangelio de hoy? Recordemos.

Se entendía que Jesús había hablado en el evangelio fundamentalmente del fin del mundo; este final del mundo quedaba para nosotros muy lejano e improbable; por eso, lo que Jesús refería al fin del mundo nosotros lo aplicábamos a nuestro "fin del mundo particular", a nuestra muerte. El mundo acaba para nosotros en nuestra propia muerte. Ese es el día en que caen sobre nosotros apocalípticamente todas las estrellas del firmamento. La muerte es la que puede venir en cualquier momento, a la hora en que menos pensemos, como el ladrón ante el que hay que estar prevenido.

En definitiva, lo peor de la muerte era -según se entendía- que nos podía enviar a otro mundo en el que nos podía caber la desgracia de nuestra condenación eterna. Esta condenación eterna excedía con creces la comparación con cualquier realidad de este mundo. Las "verdades eternas" se resumían sabiamente, en definitiva, en el negocio de nuestra propia salvación: al final el que se salva sabe y el que no, no sabe nada. Toda la sabiduría cristiana se venía a reducir al arte de "estar preparado". "Que Dios nos coja confesados". Lo importante era la coincidencia de nuestra muerte con el estado de gracia; todo lo demás, propio y ajeno, en realidad, ya no tenía importancia.

Así estar vigilantes venía a significar, de hecho, estar pendientes del otro mundo (salvación o condenación), estar pendientes de la muerte (las verdades eternas). Este tema venía a expresar una dimensión central de la vida cristiana.

-Jesús invita a estar en vela

En realidad, toda esa forma de pensar no procede de Jesús. Ahí hay un buen conjunto de elementos no cristianos, y lo que es peor, los elementos cristianos más importante quedan en esa visión oscurecidos o incluso desaparecen. Porque es claro que Jesús no pensó nunca en "verdades eternas" -ni predicó sobre ellas- ni tenía su obsesión puesta en el "negocio de la propia salvación", ni vivía pensando en el otro mundo ni tampoco obsesionado por el tema de la muerte. Más bien él vivía obsesionado por la vida, y por el Dios de la Vida, por su reinado en este mundo, porque llegara el Reino. ¿Estar despiertos a qué? ¿al fin del mundo? ¿a la muerte? ¿a la posibilidad de una condenación? En realidad, para Jesús está muy claro: se trata de estar atentos al Reino. El tema del Reino se expresa en el evangelio unas veces en clave mesiánica (y entonces el instaurador será el Hijo de David) y otras veces en clave apocalíptica (en cuyo caso el instaurador será el Hijo del Hombre); pero en todo caso el Reino sigue siendo el centro de la vida, de la predicación, de la práctica de Jesús. Y el centro de su mensaje. El centro también de la vigilancia que nos recomienda.

-Despiertos por la fe FE/VIGILANCIA:

No es el miedo a la muerte ni a la condenación, ni la meditación de las verdades eternas, ni la confesión frecuente... lo que nos hace vivir en vigilancia, sino la fe. Estar vigilantes es vivir en fe.

FE/MIRADA: La fe nos hace mirar el mundo con una mirada penetrante. La fe es la que nos da una visión contemplativa de la realidad: nos hace discernir la presencia (y la ausencia) del Reino de Dios en la realidad, en la vida, en la sociedad, en la historia. Por la fe estamos atentos al desarrollo de los intereses de Dios en este mundo, al cumplimiento de sus promesas, a la lucha contra los enemigos de Dios, a lo que hacemos y debemos hacer para que "venga a nosotros su Reino".

Esa es la vigilancia que Él tuvo toda su vida. Jesús vivió atento permanentemente, sin bajar la guardia nunca, pendiente de los avances y retrocesos del Reino. Toda "otra" vigilancia no es cristiana; y todo lo bueno y justo de cualquier otra vigilancia está incluido aquí.

-Vigilantes hoy...

El Reino de Dios -ante el que Jesús nos manda estar vigilantes- no es algo estático. No es otro mundo, ni un territorio espiritual. Es algo presente y dinámico. Misterioso. En crecimiento. Es la transformación, la purificación, la renovación de este mundo. Dios se comprometió por él ya desde los principios mismos de su revelación. Se comprometió definitivamente con Jesús, y ahora nos encargó a nosotros su desarrollo. Y sigue luchando en nuestro mundo, sufriendo y esperando y anhelando con nosotros el triunfo de su plan...

RD/CREER: Se puede creer en todos los artículos de fe del catecismo -incluso el Reino de Dios, del que casi no hablaba el catecismo- y estar en realidad medio dormidos -o incluso profundamente dormidos- ante el Reino de Dios. Hay quiénes llevan una vida cristiana "normal" sin sufrir, ni llorar, ni esperar, ni tener nostalgia del Reino. No sienten como suyos los dolores de parto de la Historia. No están apasionadamente atentos -despiertos- a las primeras luces de esa aurora real que es el amanecer del Reino. No viven en la "historia"; simplemente están encerrados en las dimensiones recortadas de su vida diaria. No siguen con pasión la pista de los que poco a poco se van configurando como los nuevos sujetos protagonistas históricos de la transformación del mundo (¡hacia el Reino!). No se sacuden a sí mismos para abrir mejor los ojos, para situarse en el punto de vista privilegiado, aquel punto de vista desde el que mejor se observan los pliegues y repliegues del itinerario de la historia (¡el punto de vista de los pobres!). Hay muchos cristianos que no están atentos, que están dormidos, aunque puedan creer fríamente en el Día de Yahvé. ¿Cómo se traduce esto hoy? ¿Cómo se verifica? ¿Qué gestos concretos están al alcance de nuestra mano? ¿Qué podemos hacer en nuestra comunidad? ¿Qué puedo hacer yo? Son preguntas a resolver más concretamente para que, efectivamente, estemos atentos y vigilantes al Reino que viene, incontenible como una marea que sube arrolladora historia adentro...

JOSÉ MARÍA VIGIL
DABAR 1987/01


4.

No nos resulta cómodo que nos despierten y nos inviten a velar. Y eso es lo que ha hecho Cristo con nosotros. Miles y miles de comunidades cristianas han escuchado la llamada inicial del Adviento. La consigna de Xto: "lo digo a todos: velad", es un toque de atención. Porque nuestra tendencia, con el correr de los días y de los meses, es quedarnos un poco dormidos, perezosamente instalados en lo que ya tenemos, distraídos de los valores fundamentales, entretenidos en otros muchos valores intermedios. A pesar de que somos cristianos, fácilmente perdemos contacto con lo esencial. Y hoy, el primer día de Adviento, somos convocados a una vigilancia dinámica. Eso es lo contrario de la tranquilidad estática. Claro que todos somos conscientes de que Dios nos ha llenado de sus gracias y dones, como nos ha dicho Pablo, pero tenemos que seguir caminando. Esos dones no se nos dan de una vez para siempre. Tenemos que crecer, progresar.

El Adviento nos urge a no quedarnos demasiado satisfechos con lo ya conseguido, sino a mirar adelante con valentía, a seguir caminando, porque hay mucho que conquistar todavía. Lo que Xto Jesús inauguró con su venida, hace veinte siglos, todavía está sin realizarse del todo. Es un programa vivo, más que historia. Y ese programa cada año lo iniciamos de nuevo con esperanza y energía.

¡Y si nuestro único mal fuera la pereza! Pero es que empezamos el Adviento desde una situación negativa, de pecado.

Isaías ha hablado también en nombre nuestro cuando decía: "nos hemos extraviado de tus caminos, Señor. Todos somos impuros. Nuestra justicia es como un paño manchado..." Estamos en déficit, tanto a nivel mundial, como en nuestra sociedad más cercana y en nuestra historia personal. Realmente tenemos que dirigirnos a Dios con una conciencia humilde de pobreza y de pecado.

Pues bien: precisamente a nosotros, tan imperfectos y limitados, la Palabra de Dios nos ha llamado a la confianza. Porque a pesar de que nosotros fallamos tantas veces, Él sigue siendo el "Dios fiel", "nuestro Padre y redentor", "el que sale al encuentro": así nos lo ha presentado Isaías. Nuestra oración, al comienzo del Adviento, puede ser la misma de él: que se abran los cielos y que podamos gozar de ese Dios fiel, el Dios salvador. Porque somos su pueblo. Porque en medio de las propagandas y confusiones de nuestro mundo, reconocemos que sólo en Él está la auténtica salvación. Las "seguridades" que nos ofrece el dinero, o las promesas de los numerosos "mesías" que van pidiendo nuestra adhesión, son efímeras, interesadas. La salvación sólo nos viene desde más allá de la materia, de la técnica y del hombre.

El Adviento significa despertar. Abrir los ojos para descubrir a ese Dios cercano: a ese Jesús, el Mesías, que está en lo más íntimo de nosotros mismos, en la historia de cada día, en los nuevos rumbos de la Iglesia... No es que Xto tenga que "venir". Él "está" siempre ahí. Los que "no estamos" somos nosotros, distraídos por mil cosas. Descubrirle presente, encontrarnos verdaderamente con Él: ese es el programa, gozoso y comprometedor a la vez, del Adviento. Un programa que afecta a toda nuestra vida, que puede revolucionar nuestros proyectos y que nos pone en actitud de búsqueda, de atención y de marcha. Cada vez que celebramos la Eucaristía miramos hacia el pasado: porque es el memorial de la Muerte del Señor. Pero también miramos hacia adelante: "mientras aguardamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, JC". Y en el centro de cada Eucaristía proclamamos: "Ven, Señor Jesús".

En estas cuatro semanas nuestra celebración tendrá un color más claro de espera y de vigilancia. No porque veamos próximo el fin del mundo. Sino porque el Mesías, Xto Jesús, vive, y "viene" continuamente a nosotros. Las 24 horas del día. Él nos invade, nos rodea, es el Señor Glorioso que vive y que se nos hace presente de mil modos.

Su presencia en la Eucaristía es el signo más concreto y eficaz de su presencia salvadora en toda nuestra existencia. Que estos domingos de Adviento nos ayuden a descubrir al Señor Jesús en nuestra vida. Eso es lo que dará confianza y ánimos a nuestro camino de cada día.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1978/22


5.

-LLAMADA A LA VIGILANCIA

Es insistente en el evangelio de hoy el aviso de Jesús: velad, vigilad. No nos resulta cómodo que nos despierten y nos inviten a velar. Y sin embargo ésta es la llamada inicial del Adviento: un toque de atención. Nuestra tendencia, con el correr de los días y los meses, aunque intentemos ser buenos cristianos, es quedarnos un poco dormidos, perezosamente instalados en lo que ya tenemos, entretenidos en muchos valores intermedios y distraídos de los que deberían ser fundamentales.

Y si sólo fuera nuestra pereza... Nuestra situación de pecado nos hace estar en déficit: Isaías hablaba de que «nos hemos extraviado de tus caminos, Señor, todos somos impuros, nuestra justicia es como un paño manchado...». Tanto en el nivel social como en el personal, es bueno que empecemos el camino de la Navidad con una confesión de humildad. Somos débiles. Necesitamos ser salvados. No nos salvarán las ideologías o las estructuras o los ídolos que se nos ofrecen como mesías en este mundo.

-SALIR AL ENCUENTRO DEL SEÑOR QUE VIENE

Vigilar significa estar atentos, salir al encuentro del Señor, que quiere entrar, este año más que el pasado, en nuestra existencia, para darle sentido total y salvarnos. Isaías nos ha presentado a Dios como "Dios fiel», «nuestro Padre y redentor", «el que sale al encuentro».

En medio de las propagandas y confusiones de nuestro mundo, vivir el Adviento es reconocer que sólo en Dios está la salvación. Las «seguridades» que nos ofrece el dinero, o el placer, o el éxito social, son efímeras.

Deberíamos hacer nuestro el eslogan de Israel: «Ojalá rasgases el cielo y bajases».Cada año somos convocados a creer de veras que en Dios está la respuesta a nuestras preguntas y la salvación de nuestros males. Y esa respuesta se llama Cristo Jesús. Vivir Adviento-Navidad-Epifanía es esperar y celebrar gozosamente la cercanía de Dios, su venida continua a nuestra historia.

-PREGONEROS DE LA ESPERANZA

De tanto repetir las lecturas y los cantos del Adviento, tal vez nos pasa que no tomamos en serio lo que decimos: no nos sale desde dentro el «ven, Señor Jesús», «ven a visitar tu viña... no nos alejaremos de ti». Tendríamos que «descongelar» estas palabras y decirlas creyéndolas desde nuestra historia concreta. Adviento es un tiempo de espera gozosa y exigente. La espera activa de los que hacen una opción por la esperanza, por la mejora de nuestro mundo, por la confianza en que es posible lo imposible, porque Dios puede hacer milagros y puede cambiar nuestra vida, y la de la comunidad, y la de la Iglesia. Él quiere reconstruir unos cielos nuevos y una tierra nueva, cada año: si le dejamos. En Adviento debemos dejarnos llenar de esperanza, sabiendo ver los muchos signos de la cercanía de Dios a nuestro mundo, y convertirnos después en pregoneros de esa esperanza, más con nuestros hechos que con nuestras palabras. Está bien que cantemos aquí «ven, Salvador, ven sin tardar», pero luego, en nuestro modo de tratar a las personas y de trabajar, se tiene que notar que lo hemos pedido en serio.

Cada vez que celebramos la Eucaristía miramos hacia el pasado, porque es el memorial de la Muerte salvadora de Jesús. Pero también miramos hacia delante: «Mientras aguardamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, Jesucristo». Y en el centro de cada Eucaristía proclamamos: «Ven, Señor Jesús». En estas semanas de Adviento debemos dejarnos invadir de esta confianza. La Eucaristía es el signo más concreto y eficaz de la presencia salvadora del Señor en nuestra vida: anticipo de la salvación definitiva final.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993/15


6.

-Empezar de nuevo

Al leer los textos litúrgicos de este domingo no podemos olvidar que hoy comienza el año litúrgico. Es fácil que nos suceda lo mismo al predicar.

Tiempo de Adviento en el que celebramos la venida de Dios al hombre. Y, por otra parte, tiempo de lejanía de Dios y de increencia como todos podemos ver en nuestro entorno. ¿Qué hacer para que Dios venga y se haga presente al hombre de hoy? Pregunta demasiado grave para querer darle una respuesta en los humildes y estrechos límites de estas notas para la homilía. Al menos que se nos plantee como inquietud pastoral en este tiempo fuerte de la liturgia. Al empezar no está mal echar una mirada al panorama y, si se puede atisbar algo, también al fin.

Comenzamos a leer el Evangelio de Marcos y podemos decir que por el fin. El texto de hoy está sacado del discurso escatológico. Por eso digo que es comenzar por el fin. Y en ese discurso lo central es la venida del Hijo del Hombre. Jesús es el centro del Evangelio de Marcos. Jesús es la última y definitiva postrimería del hombre y de la historia. Este es el fin que se nos da ya para empezar.

Adviento es la venida de Dios en Jesús para el hombre de hoy y de todos los tiempos. «Sales al encuentro del que practica la justicia. Y se acuerda de tus caminos» (Is. 64, 4)

La pregunta del hombre suele ser concreta y práctica: «¿Cómo hacer para que Dios venga o nazca en mí?» Practicar la justicia, se nos dice, y acordarnos de sus caminos. Lo de practicar la justicia puede ser buen comienzo para los más despistados, aquéllos que andan muy lejos de Dios perdidos en la increencia, que son multitud en nuestros días, y que no se cierran a los caminos de Dios, la verdad, la rectitud, la justicia... son valores a afianzar en nuestra sociedad perdida en el consumismo y en un hedonismo corto. Estos son los presagios de la luz de Dios y hay que cultivarlos como valores o virtudes de todo tiempo de Adviento.

Hay que decir, ya al principio para que nadie se pueda llevar a engaño, que Dios no es cosa de justicia, sino de Gracia, ya que no se merece, sino que se pide e invoca. La actitud más conveniente en el hombre es la de pedir que rasgue el cielo y baje a mostrarnos su misericordia y salvación.

-«De hecho no carecéis de ningún don» (1 Cor. 1, 7)

Adviento es esperanza, venida de Dios, pero también es presencia y don, como nos dice San Pablo en la persona de Jesús que ya ha venido. Tenemos la fe, los sacramentos, la liturgia y, sobre todo, a Jesús, que no es un mesías esperado, sino presente. No hay que extraviarse buscando por otros caminos la salvación de Dios.

En estos días la Palabra de Dios tiene un acento y resonancia especial en los textos litúrgicos de la Iglesia. Pongámonos en actitud de escucha. Es tiempo de conversión, de reconciliarnos con Dios y los hermanos a través del sacramento. Tiempo de oración personal y comunitaria. Tiempo de acercarnos al hermano necesitado con una sensibilidad mayor. Frente a la indiferencia religiosa del hombre actual hay que saber aprovechar bien los recursos que nos presenta nuestra fe, esos dones de que nos habla la segunda lectura, y especialmente el don que es Jesús ya presente en la historia y entre nosotros. Vivimos la esperanza de una venida que en lo sustancial ya ha tenido lugar. Vivamos la liturgia de Adviento con toda su riqueza y actualidad.

-"Mirad, vigilad" (Mc. 13, 33)

La vigilancia es una actitud muy cristiana. El Evangelio nos la recomienda repetidas veces y también la Iglesia en este tiempo litúrgico. Hay que estar despiertos, con los ojos bien abiertos, lúcidos ante los acontecimientos que nos rodean y que pueden oscurecer la venida del Señor. Este es el mensaje que se desprende del Evangelio de Marcos.

Esa vigilancia consiste en hacer bien nuestras tareas, como gráficamente expresa la parábola. Se insinúa una distinción entre la tarea del portero y de los criados. A éstos se les recomienda dedicarse cada uno a su tarea asignada, y al portero la vigilancia o responsabilidad general, tarea que requiere, sin duda, una vigilancia mejor. La razón que se da para estimular la vigilancia es que no se sabe la hora en que puede volver el dueño de la casa. Palabras que tienen un sentido escatológico, ya que se refieren a la venida última de Dios al final de los tiempos, pero que también se pueden referir a la destrucción de Jerusalén, a la muerte o final de cada hombre y a cualquier venida de Dios.

La aplicación a la vida del mensaje de la parábola es que hay que estar en vela, vigilantes, y haciendo bien nuestras tareas.

MARTÍNEZ DE VADILLO
DABAR 1993/01


7. ADV/ESPERANZA:

El Adviento. Son cuatro semanas para abrirnos definitivamente a la Esperanza. La Esperanza se llama Jesús y es Dios con nosotros. Es la respuesta rotunda y resonante a este mundo roto, desasistido y vacilante; a esta escalada ininterrumpida de violencias, odios e impotencias. Aunque nos cueste, nos duela volver a empezar -comenzar siempre desde dentro de nosotros mismos-, al final vislumbraremos el triunfo que nos mueve a prepararnos para depositar en nuestro corazón la Esperanza.

Pero, en la práctica, ¿cómo podrán ser diferentes a las otras estas cuatro semanas que preceden a la Navidad, si resulta que en la vida diaria, en la fábrica, en la oficina, en nuestra casa, los días se suceden tan parecidos unos a otros? La Iglesia, afincada en el tiempo, vive y ora según un ritmo que diversifica nuestra vida con Dios. Cada tiempo tiene su significación particular, su mensaje concreto. Hoy, desde nuestras desesperanzas, debemos vivir el Misterio del Adviento, sin el cual no hay Navidad posible.

-ADVIENTO SE LLAMA ESPERANZA

El Adviento debe despertar nuestra espera de Cristo. Es, pues, el momento de preguntarnos: ¿Esperamos verdaderamente al Señor? ¿Lo esperamos no con un egoísmo posesivo, sino también para nuestros hermanos, para el mundo? De generación en generación, trabajosa, dolorosamente, la Humanidad busca su felicidad. Nosotros, que sabemos dónde está la verdadera felicidad del hombre y de quién hay que esperarla, ¿qué hacemos para que nuestros hermanos vuelvan sus ojos y sus corazones al Dios que viene a nosotros en Navidad, cuyo retorno al fin de los tiempos colmará toda nuestra espera y dará a la Historia humana su coronamiento y plenitud?

¡Si tuviéramos respuestas de vida abundantes a este inmenso clamor de los hombres! En medio de tantas insatisfacciones personales y sociales, poner la realidad Esperanza como principio activo para alcanzar unos valores que transporten y clarifiquen el sentido de nuestra vida. Abrirse a un futuro de esperanza.

¿Y cómo obrar para que nazca en el hombre la esperanza? Adviento debería ser como el despertar a una fuerza interior capaz de transformar el sentimiento del mero pasar el tiempo a una actitud liberadora. El auténtico Adviento procede del interior.

Muy cerca de nosotros, muchos hombres no esperan a Aquél a quien nosotros esperamos y, sin embargo, esperan al menos un poco de alegría y paz. La espera está inscrita en el fondo de nuestro ser. Puede que el primer paso hacia ellos, la primera manera de amarlos, sea estar atentos a su espera; compartir su espera para hacerles partícipes de la buena noticia. Un clamor de esperanza recorre todo nuestro tiempo, aun cuando muchas de las veces no se concrete el objeto de la esperanza. A nuestro lado, una inmensa mayoría de personas que siguen buscando entre la niebla y el boscaje razones para poder luchar por algo o alguien que sea el sentido de su existencia.

Si nosotros hemos encontrado la esperanza, hemos de ayudar a los demás a que puedan descubrir el mismo camino.

Los cristianos necesitamos en este camino del Adviento dirigirnos al Padre, gritar con un grito desgarrador y sincero, para que se abran de nuevo los cielos y el Justo aparezca como el resplandor y el camino de toda la humanidad.

«Que los cielos lluevan su justicia, pero que la lluvia venga bien cargada de Esperanza. Es nuestro grito del Adviento».

FELIPE BORAU
DABAR/93/01


8. ADV/SENTIDO VIGILANCIA/QUE-ES VENIDA/HOY

Comienza el Año Litúrgico con este tiempo que llamamos Adviento, que significa Venida. Esperamos la venida del Señor. Pero hay una paradoja, y es que el Señor a quien esperamos, ya vino y está entre nosotros. Hasta la Encarnación era la Humanidad quien esperaba a Dios. Desde entonces, es Dios quien espera al hombre. Porque Dios se ha hecho don, presencia, intimidad.

La esperanza del Adviento tiene, por eso, un sentido especial, puesto que esperamos lo que ya poseemos, lo mismo que la madre espera el nacimiento del hijo a quien ya posee. El evangelio de Marcos, que leeremos durante este ciclo nos habla de la vigilancia.

¿Qué es la vigilancia? No es aguardar la venida de Jesús al final de los tiempos, en poder y gloria, para ser juez de los hombres. La vigilancia cristiana es la facultad de leer profundamente en los acontecimientos de cada día, para descubrir en ellos la venida del Señor.

El Adviento significa "despertar". Abrir los ojos para descubrir a ese Dios cercano, a ese Jesús que está en lo más íntimo de nosotros mismos, en la historia nuestra de cada día, por muy vulgar o muy dolorosa que sea. Aunque creamos que estamos completamente solos, él está con nosotros, vive con nosotros.

No es que Cristo tenga que venir. Él está siempre aquí. El evangelista san Mateo nos dice que las última palabras pronunciadas por Jesús son éstas: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Los que no estamos somos nosotros, distraídos por mil cosas. Descubrirle presente, encontrarnos verdaderamente con Él, ése es el programa, gozoso y comprometedor, del Adviento. Un programa de toda nuestra vida. Si hacemos del Adviento solamente una preparación de la Navidad, pervertimos su verdadero sentido. Adviento debe ser el tiempo de toda la vida cristiana, que nos pone en actitud de búsqueda continua, de atención amorosa que nos lleve a descubrir su incesante venida a nuestro corazón y a nuestro mundo.

ADV/ENEMIGOS  Los dos enemigos del Adviento son el pasado y el futuro: creer solamente que vino o creer solamente que vendrá. Tenemos que descubrir que está viniendo en cada momento presente de nuestra vida. El descubrimiento del momento presente. Sin escapar con proyectos hacia el futuro o con nostalgias hacia el pasado. La salvación está sucediendo HOY y aquí. No tenemos sino el presente y casi siempre lo desperdiciamos distraídos tontamente con el pasado o el futuro. PRESENTE/ETERNIDAD La importancia decisiva del presente deriva de su conexión con la eternidad. La eternidad no es algo que vendrá después del tiempo, no está en el futuro, es un "hoy permanente", un presente sin sucesión debajo de todos los presentes sucesivos. Cada día encierra en sí la eternidad para quien lo vive en unión con Dios.

VD/PRESENTE: El momento presente es el sacramento de la voluntad de Dios aquí y ahora. Por eso, ser santo es acoger a Dios que viene en cada instante. En sentido espiritual deberíamos ser hombres sin pasado ni futuro. Viviendo sólo el actual momento de gracia. Bendiciendo siempre a Dios en esta minúscula fracción de eternidad que se me concede en este instante. La palabra INSTANTE como sustantivo es una fracción mínima de tiempo, pero como participio significa aquello que insta o apremia, lo que no admite demora. Es una constante invitación a descubrir lo que está ocurriendo en mi vida y en mi mundo.

Porque vivimos siempre alienados. Fuera de nuestro mundo: de lo único que tenemos, que es el presente. Siempre estamos viviendo en el recuerdo o en la esperanza. Solamente es real el presente. Solamente el presente contiene la voluntad de Dios.

Cada vez que celebramos la Eucaristía, miramos hacia el pasado: porque es el memorial de la muerte del Señor. Pero también miramos hacia adelante: "mientras aguardamos la gloriosa venida de nuestro Salvador JC". Y en el centro de cada eucaristía proclamamos: "Ven, Señor Jesús".

Esta es la sorprendente perspectiva bíblica interesante y concreta. La mirada hacia el futuro (esto es, la revelación de lo que será el futuro) hace importante al "presente" y ofrece un criterio de opción y de valorización. La atención en el fondo se dirige al presente. El futuro ofrece un criterio de orientación en el presente, pero es en el tiempo presente donde se está jugando el futuro. Esta es la posición, por ejemplo, frente a Jesús: él es el Hijo del Hombre que habrá de volver, pero lo decisivo es la actitud que hoy asumimos frente a su anuncio.

C/CAMBIOS: ·Benito-SAN penetró como pocos en el mundo complicado del alma humana. En ella vio no sólo inclinaciones al mal, sino además una indiscutible aspiración al bien. Pero era una aspiración que estaba frecuentemente mezclada de acción diabólica, dañada en las raíces. El deseo de encontrar un clima totalmente sano donde poder vivir como cristiano. La tentación, en definitiva, de soñar en la santidad sin comenzar nunca la santificación; ansiar un mundo distinto al que se vive como condición para poder ser feliz.

Para alejar esta tentación de sus monjes, S. Benito introdujo para su Orden el voto de estabilidad. Cada monje, a la vez que obediencia, pobreza y castidad, promete permanecer toda su vida en el monasterio en que ha profesado. Esto supone una perfecta renuncia a la capacidad de soñar. Esto supone la íntima penitencia de convivir para siempre con unos hombres que él no ha buscado; de gustos tal vez muy distintos a los suyos; de estar sometido a un padre, a un Abad, que él no ha elegido, de temperamento demasiado dulce o excesivamente severo. Esto supone -sobre todo- un inmenso acto de fe: creer que cualquiera que sea el Abad y los miembros de la Comunidad, cualquiera que sea el nivel de perfección que exista en el Convento, todo monje, puede llegar al límite de santidad que Dios le ha fijado. No vale pensar en un monasterio ideal. Primero, porque el monje que se ha abrazado con el cuarto voto, no podrá instalarse nunca en ese monasterio. Y segundo, porque ese monasterio no existe. Ni ha existido nunca ni existirá jamás. San Benito les hizo un gran bien a sus monjes quitándoles la posibilidad de engañarse falsamente pensando en otros hermanos, en otro Abad, en otro monasterio. Porque este es el engaño en el que nosotros caemos con frecuencia: soñamos siempre en una situación o en una persona distinta como condición para poder ser feliz: en otro marido, en otra mujer, otros padres, otros hijos, otro trabajo, otro grupo, otra comunidad, otras circunstancias. Siempre deseamos algo distinto de lo que somos o tenemos y desaprovechamos como inaceptable la circunstancia actual que es, precisamente, en cada momento, la única oportunidad, siempre suficiente, que se nos ofrece.