29 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO - CICLO A
24-29

24. DOMINICOS 2004

Con este domingo comienza el adviento cristiano. El de los grandes almacenes comenzó hace unos días; porque además del “adviento” hay otros “advientos”.

Hay “advientos” cuando, por ejemplo, esperamos y preparamos acontecimientos altamente deseados, que sospechamos nos hagan felices, como el matrimonio que espera su primer hijo. También hay “advientos puramente humanos” cuando lo que esperamos es algo que tememos y nos gustaría evitar, como el matrimonio que espera poder evitar el comienzo de una crisis en sus relaciones de pareja.

Hay “advientos religiosos”, propios de las personas creyentes y practicantes que, cuando oran, piden “venga a nosotros tu reino”. Y así lo esperan y para ello se preparan.

Y hay “el adviento” distinto; porque, aunque todas las religiones tienen el suyo, nosotros esperamos y preparamos el advenimiento de Dios. Y, como en una primavera o en un noviazgo, preparamos, esperamos y soñamos la llegada de alguien que marque un antes y un después. Nosotros ya sabemos a quién esperamos y cómo debemos esperarlo porque, como cristianos, confesamos que Jesús de Nazaret es el Hijo del Padre, enviado por él como el Mesías esperado. Y, al confesarlo, aceptamos que este Mesías vino y se vistió de nuestra naturaleza y, así, se hizo apto para amar, sentir, sufrir, reír, llorar... como nosotros.

Este es nuestro adviento:

Como tiempo, prepararnos para recordar y celebrar que hace 2004 años Jesús vino a nosotros.

Como actitud, renovar, cortar, ampliar, cambiar... lo que cada uno necesite ante lo que esperamos en Navidad. La liturgia nos lo irá recordando.


Comentario Bíblico
Renovemos nuestra esperanza desde la justicia y la paz
Iª Lectura: Jeremías (33,14-15): El Señor es nuestra justicia
Iª Lectura. Isaías (2,1-5): De las espadas, arados; de las lanzas, podaderas
I.1. En este Primer Domingo de Adviento, todo impresiona; no obstante, esta lectura del Profeta Isaías es uno de los oráculos más característicos del gran maestro del siglo VIII a. C. Isaías era un hombre de Jerusalén, de familia acomodada, sacerdotal quizás, de cultura refinada. Su pasión por Jerusalén es, en el fondo, una pasión por Dios; el Dios que se adora en el templo. Cuando el profeta habla del templo, de los sacrificios, de las ofrendas… entiende que eso ante Dios no vale apenas nada.¡Y eso que no era un irreverente, y su vocación la describe en el templo (Is 6)!. Pero Isaías no está convencido que sus paisanos hayan entendido adecuadamente la presencia de Dios en Sión. Su oráculo es muy parecido al de su contemporáneo Miqueas (cf. 4,1-3). Para el profeta, Jerusalén debe ser la ciudad de la paz, de la justicia. De esa forma sí acontece una presencia viva de Dios en Sión y en cualquier parte del mundo. De sus resortes culturales hará una profecía crítica contra Jerusalén y contra los dirigentes políticos y los responsables religiosos. Y por eso nos habla (sueña más bien) de una Jerusalén que debe ser sabia: la que se atreva a hacer de las espadas arados y de las lanzas podaderas. Esta opción por la paz y no por la guerra es, para el profeta, una opción divina ¡no hay duda!

I.2. Probablemente éste era un cántico que circulaba en ambientes de la escuela de Isaías (o de algún círculo profético desconocido ahora para nosotros) y que ha venido a ser santo y seña de este hombre que representa la edad de oro del profetismo. Jerusalén no será la ciudad de Dios y de su presencia, sin justicia y paz, los bienes más anhelados de la humanidad. Y éste sigue siendo el reto de la Jerusalén actual. Esta lectura, pues, de Isaías, es una portada extraordinaria, la más adecuada sin duda, para comenzar este Adviento: porque en el mundo de hoy, nacionalismos, fundamentalismos religiosos, xenofobias y rencores, anidan y reverdecen en los corazones de los hombres, ¡y eso que estamos en el tercer milenio! No es posible que dejemos de sentir y de anhelar que necesitamos rehacer esta “historia” de aquí, como algo nuevo y profético. Es eso lo que cambiará el mundo ya no de espadas y lanzas, sino de cañones y tecnología maldita a punto para aniquilar a los pueblos y a la misma humanidad.


IIª Lectura: Romanos (13,11-14): Llenarse del evangelio, llenarse de Cristo
II.1. Dentro de la sección parenética o exhortativa de la carta a los Romanos (12,1-15,13) no podía faltar un apunte sustancial a la dimensión escatológica de la vida cristiana, poniendo en guardia sobre la espera del día del Señor que fue algo imprescindible en la experiencia de la salvación de Dios. El apóstol describe en antítesis lo que se vive en este mundo y lo que debe ser el anhelo y la esperanza de los que, sintiendo la salvación de Dios en Cristo, todavía deben hacer historia en este mundo. Con las metáforas de contraste entre la noche y el día o entre la luz y las tinieblas, se expresan esas radicalidades escatológicas. ¿Qué hay que hacer? El apóstol lo expresa con una imagen sin precedentes: “revestirse del Señor Jesús” (13,14). No es algo insustancial o externo como pudiera parecer. Más bien es colmar nuestra interioridad de la vida del Señor Jesús. Así se debe vivir en la historia.

II.2. El texto, pues, es una llamada de Pablo a salir de la vida sin sentido que vivimos tantas veces. Diríamos que las armas de la luz, en este caso, son la justicia y la paz. Y revestirse del Señor Jesús es vivir en el proyecto del evangelio. La carta más importante de Pablo, por muchos motivos, nos ofrece los elementos éticos de la vida cristiana. Pero no es solamente una exhortación moralizante, sino una invitación a una vida más radicalmente cristiana (revestirse de Cristo es toda una expresión teológica): cambiar de rumbo en la existencia, de planteamientos. Pablo pretende que los más fuertes de la comunidad busquen un tipo de experiencia que solamente encuentra su razón de ser en Jesús, es decir, en su evangelio. No olvidemos que éstas fueron las palabras que leyó San Agustín, cuando tomó el libro que había en la casa, en el que se había fijado Ponticiano, el narrador de la vida eremítica de Antonio en el desierto; pero Agustín y Alipio todavía seguían planteándose muchas cosas y buscaban…; el libro en cuestión no versaba sobre retórica o gramática… Finalmente Agustín escuchó esas voces misteriosas que decían “toma y lee”. Era exactamente el texto de nuestra carta con las palabras de Pablo “revestíos del Señor Jesús”. Son palabras que bien merecen una conversión. Ni la retórica ni los cultos mistéricos pudieron llenar su corazón. Fue Cristo Jesús, en esa experiencia de “interioridad”, quien cambió una vida sin sentido.


Evangelio: Mateo (24,37-44): Vigilancia y discernimiento
III.1. El evangelio del día (en el ciclo de Mateo que comienza hoy) nos ofrece un pasaje del último discurso de este evangelista, de los cinco que estructuran su obra (5-7; 10; 13; 18; 24-25), que en realidad es el equivalente de Mc 13, conocido como discurso apocalíptico. De alguna manera se quiere hacer una unión con el penúltimo domingo del año litúrgico. Y es que el Adviento parte de la experiencia de una historia gastada, agotada, y apunta a una esperanza nueva e inaudita: la esperanza de un salvador que traiga luz, justicia y paz a los hombres. Un juicio sobre nuestras acciones, un discernimiento más bien, es algo que está presente en la proclamación profética y que cobra tintes más dramáticos en los profetas de tendencia apocalíptica. Este mundo, piensan, no puede seguir así y Dios tiene que tomar las riendas de la historia humana, como en el tiempo de Noé y el diluvio. Sobre esta comparación está montada la parte del discurso que quiere trasmitir a los cristianos, en nombre de palabras de Jesús, la necesidad de la “vigilancia”.

III.2. En la prehistoria de Israel, el diluvio universal es todo un mito simbólico que prepara adecuadamente la aparición de un tiempo nuevo: la llamada de Abrahán, el padre del pueblo, el creyente que confía en Dios. Los once primeros capítulos del Génesis narran cómo la humanidad busca su identidad al margen de su creador y está a punto de perderse por la maldad y la arrogancia. Parece como si la obra que había salido de las manos de Dios hubiera perdido su sentido. Los hermanos no se respetan, se matan y la humanidad se pervierte perdiendo su chispa divina. La “historia” o narración del diluvio, no obstante, pone como símbolo un “resto” que pueda garantizar un futuro mejor. Es evidente que la historia, nuestra historia, necesita ser siempre renovada. Eso es lo que buscan los hombres de todas las religiones y tendencias. Y eso es lo que se propone también con este tipo de discurso, producto de una mentalidad apocalíptica, que no es lo más característico de Jesús, sino más bien de una comunidad, como la de Mateo, en la que permanecen muchas concepciones del judaísmo.

III.3. Llamada, pues, a convertirse; llamada de recomenzar, porque siempre es posible “recomenzar” para el ser humano. Los animales u otros seres vivientes no pueden nunca “recomenzar”, les es imposible, pero el ser humano sí. Esa es nuestra grandeza y nuestro reto. Es algo que Dios ha puesto en la entraña misma del ser humano que sacó de la nada, o de la tierra, si queremos usar el símil bíblico de Gn 2. Así sucedió en tiempos de Noé después del diluvio; así sucedió también en tiempos de Abrahán tras lo de la torre de Babel. Esto será todo lo mítico que queramos, pero es muy elocuente para desentrañar el sentido de estas palabras “escatológicas” del discurso que inaugura el Adviento. “Estad preparados”, en el lenguaje apocalíptico, puede sonar a algo poco agradable; pero desde la lectura profética de la acción y las palabras de Jesús es una llamada exhortativa a vivir en concordia, en paz, en justicia… y en alegría. Es verdad que estas palabras no están presentes en esta parte del discurso mateano, pero si en el “espíritu” del Adviento. No se pueden cambiar, tienen que sonar como están escritas, pero debemos interiorizarlas con el talante de que podemos comenzar una etapa nueva, un momento nuevo, una actitud nueva… por la llegada del “Hijo del Hombre”. El Hijo del hombre, en la interpretación cristiana es Jesús de Nazaret, el Señor, quien comenzó, de parte de Dios, una “historia” radicalmente nueva para que podamos vivir con dignidad en el temor o la confianza en Dios, sin miedo a ser destruidos, sino con discernimiento. Discernimiento de lo que no tiene sentido y de lo que hay que arrancar, si fuera posible de raíz; pero aún no siendo posible, siempre es maravilloso que se nos de la ocasión o la oportunidad, si queremos la terapia, para que nuestra historia personal no tenga por qué estar envejecida para siempre. Dios, el Dios de Jesús, siempre tendrá un proyecto de salvación con la humanidad.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org


Pautas para la homilía

Tres ideas nos pueden ayudar a entrar con más seguridad en el adviento.


Vigilancia

“Estad en vela... Estad también vosotros preparados”. La generación del diluvio pasó a la historia como una generación corrompida. Pero, Jesús no trae hoy su recuerdo a causa de su maldad, sino para indicarnos su vivir despreocupados de lo fundamental, de Dios y de los valores espirituales. “Antes del diluvio la gente hacía una vida normal. Comía, bebía y se casaba...” La vida se juega casi siempre en esos momentos normales, cotidianos, de cada día. Normalmente todos sabemos aprovechar las oportunidades; pero el peligro está en esperarlas sin hacer nada hasta tenerlas. Con demasiada frecuencia llegan tarde o no llegan o no lo hacen como nosotros esperábamos.

Pero hay que tomar decisiones, y hay que tomarlas en la vida corriente de cada día, la única que tenemos. Tenemos que pensar en lo fundamental. Tenemos que pararnos a decidir. Tenemos que echar un vistazo a las entradas y salidas en el libro de contabilidad de nuestra vida. No podemos ser como los contemporáneos de Noé, absorbidos sólo en las preocupaciones cotidianas, despreocupados de lo importante y sin reflexionar sobre lo fundamental. Jesús nos dice que “si nos encuentra así cuando llegue” nos sucederá lo mismo que a los que perecieron en el diluvio.

La actitud de Noé es el modelo a imitar. Imaginaos con qué datos podía contar para verificar la palabra que se le daba sobre aquella catástrofe temporal. Noé se fía de Dios y de su palabra. Y puede que, soportando las burlas de cuantos le vieran, obedeció a Dios y construyó aquella embarcación. Como Abraham, el padre y modelo de todos los creyentes. Así, aunque “cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos”, Noé y los suyos se salvaron.

Vigilancia, fe, confianza en Dios que nos ayude a distinguir lo que va a acontecer y a prepararnos.


Esperanza

Esperar, lo que se dice esperar, todo el mundo espera. Monseñor Iniesta solía distinguir:

La buena gente, la gran mayoría, que vive con esperanzas: un viaje, una fiesta, una boda, un trabajo, curarse de una enfermedad o el gordo de la primitiva.

La gente buena, una gran minoría, que vive de la esperanza, trabajando y luchando por una causa noble, de solidaridad, ecología, justicia y paz, cultura, libertad, democracia, etc.

En el fondo todos buscan lo mismo, pero los matices marcan toda la diferencia. La búsqueda del bien y de la felicidad nos une a todos, pero los caminos, acertados o desorientados para conseguirlo, nos distinguen

Hoy la liturgia adviental proclama entre nosotros su mensaje de esperanza; la esperanza de un Dios que vino, a quien recordamos y celebramos, y que viene, para el que nos preparamos. Y, junto a esta gran esperanza, el adviento es también un canto a nuestras pequeñas y legítimas esperanzas, que arropan la grande y la colocan en el pedestal que le corresponde.

Buen momento para reflexionar sobre la incidencia o no de lo que esperamos en nuestra vida práctica, para ver si nos mueve a “conducirnos como en pleno día, con dignidad..., sin comilonas ni borracheras, lujuria, desenfreno, riñas o pendencias”.


Autenticidad

Ya se oyen villancicos; empiezan a prepararse los “nacimientos”; y seguro que ya os habrá llegado alguna felicitación tempranera de Navidad. Pero, ¿qué sucede? Pues que hay villancicos en la iglesia y en los grandes almacenes, y el reclamo de los mismos es distinto; hay nacimientos en las plazas y en las iglesias, y el sentido de los mismos puede que no sea el mismo; y todos apreciamos y distinguimos las felicitaciones auténticas y personales de las puramente oficiales y burocráticas. Pasará lo mismo más tarde con el carnaval y la cuaresma.

Lo contrario de la autenticidad es la chapuza y, lo que es más grave todavía, el fraude. El adviento, con todos sus signos y manifestaciones, es un tiempo de sementera, plagado de las mejores intenciones y esperanzas. Pero, que nadie nos engañe; que nadie se engañe quedándose en el signo o, lo que sería peor, sirviéndose del signo para llegar a un fin distinto del protagonizado por el adviento litúrgico y cristiano.

Adviento es ponerse en camino, a cara descubierta, al encuentro del Señor. Como Natanael, cuando le hace decir a Jesús: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño”. Jesús nunca pudo aguantar el engaño, el fraude, llegando a decir de sí mismo que era “la verdad y la vida”, todo lo contrario de la apariencia.

Adviento, tiempo propicio para que la fuerza de lo que esperamos nos ayude a ser la imagen misma de lo que decimos, de lo que parecemos y de lo que predicamos, según aquello de Shakespeare en la conversación entre el Rey Lear y el Conde de Kent disfrazado:

Rey Lear: “¿Quién eres tú?”
Conde de Kent: “Un hombre, Señor”
Rey Lear: “¿En qué te ocupas?”
Conde de Kent: “En no ser menos de lo que parezco”

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez, O.P.
hfernandez@dominicos.org


25.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo

Nexo entre las lecturas

Hay que salir al encuentro del Señor que se acerca; hay que hacerlo acompañado de las buenas obras. Este es el punto central que unifica las lecturas de este primer domingo de adviento. El Señor volverá, esto es una certeza que nace de las palabras mismas de Cristo en el Evangelio. Sin embargo, no conocemos ni la hora ni el día de su llegada, por eso la actitud propia del cristiano es la de una amorosa vigilancia (EV. Más aún, ante el Señor que se avecina hay que salir a su encuentro llenos de entusiasmo, hay que despertarse del sueño y ver que el día está por despuntar. Así como al amanecer todo se despierta y se llena de nueva esperanza, así la vida del cristiano es un continuo renacer a una nueva vida en la luz. (2L). La visión del profeta Isaías (1L) resume espléndidamente la actitud propia para este adviento: estamos invitados a salir al encuentro del Señor que nos instruye en sus caminos. Salir a su encuentro iluminados por la luz que irradia el amor de Dios por cada uno de nosotros los hombres.


Mensaje doctrinal

1. La gozosa expectación por la venida del Señor. El adviento es un tiempo muy rico en la vida de la Iglesia que desea prepararnos para el nacimiento de Jesucristo en Belén. Nos invita a comprender el amor de Dios que se decide a entrar en la historia humana de un modo tan humilde y misterioso. Simultáneamente, el adviento llama nuestra atención sobre la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, cuando vendrá a juzgar a vivos y muertos. Este mismo Cristo que nace de María Virgen en la pequeñez de un recién nacido, vendrá al final de los tiempos en la majestad de su gloria para juzgarnos según nuestras obras. Este primer domingo de Adviento subraya, sobre todo, la preparación de la segunda venida y nos invita a estar alertas y vigilar, porque no sabemos el día, ni la hora de la llegada.

La visión del Profeta Isaías nos presenta "el final de los días" como una explosión gozosa de la esperanza mesiánica. Todos los pueblos, todos los hombres están invitados a subir al monte del Señor, a la casa de Dios. Es difícil imaginar una esperanza mesiánica en medio de los días aciagos en tiempos del profeta, sin embargo la Palabra de Dios es eficaz y no defrauda. Dios es fiel a sus promesas. El Señor mismo será quien nos instruirá por sus caminos y a una época de guerra y desazón, sucederá una época de paz y concordia. Al final de los tiempos el Señor reinará como soberano. Al final de los tiempos vencerá el bien sobre el mal; el amor sobre el odio; la luz sobre las tinieblas. Dios mismo será el árbitro y juez de las naciones. Maravillosa visión del futuro que posee una garantía divina. Habrá que caminar a la luz del Señor hacia esta patria celeste con el corazón henchido de esperanza: Venid subamos al monte del Señor.

2. La humanidad entera camina hacia "el día del Señor", hacia la casa de Dios. No se puede caminar de cualquier modo cuando hacia Dios se va. No se puede seguir un camino distraído cuando al final del sendero se nos juzgará sobre el amor. El Salmo 121 expresa adecuadamente los sentimientos del pueblo que va al encuentro del Señor: ¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor! Nuestro caminar, pues, será un caminar en la luz, un caminar en el que nos revistamos de las armas de la luz. La antítesis luz-tinieblas es una metáfora común en el Antiguo Testamento: las tinieblas son el símbolo de la incontinencia, de la debilidad de alma, de la falta de esperanza; el día, por el contrario, simboliza la toma de conciencia, la posibilidad de avanzar y el inicio de una nueva situación que vendrá a culminar en el éxito. No podemos seguir viviendo en las tinieblas del pecado de la lujuria y desenfreno, nos repite San Pablo. Caminar en la luz es caminar en la nueva vida que nos ofrece el Señor por la redención de nuestros pecados. Habrá que revestirse de Cristo Jesús, en el corazón y en las obras, revestirse de Cristo Jesús para poder caminar como en pleno día.

3. El día de su venida está cercano. Es una afirmación que se desprende de la carta de San Pablo a los romanos: la noche está avanzada, el día está por despuntar. Por eso, la actitud propia del cristiano es la del centinela que espera la aurora. Como el centinela espera la aurora, así mi alma espera al Señor. La misma certeza que tiene el vigía nocturno de que el día llegará, la tiene el cristiano de que el Señor volverá y no tardará. Cada momento que pasa nos acerca más al encuentro con "el sol de justicia", con la luz indefectible", con "el día que no conoce ocaso". Es decir, cada vez estamos más cerca de la salvación. La vigilia que nos corresponde es una vigilia llena de esperanza, no de temores y angustias, no de desesperación y desconcierto; sino la vigilia de la laboriosidad como Noé en su tiempo; la vigilia de la fortaleza de ánimo en medio de las dificultades del mundo. El verdadero peligro no se encuentra en las dificultades y tentaciones de este mundo, sino en el vivir como si el Señor no hubiese de venir, como si la eternidad fuese un sueño, una quimera.

La imagen del ladrón que llega de noche a una hora inesperada influyó poderosamente en los primeros cristianos como se deduce de los textos de Pedro y Pablo respectivamente (2 Pt 3, 10 y 1 Ts 5,2) y creó en las primeras comunidades una gozosa espera del Señor. Sin embargo, esta imagen no significa que el Señor viene con tono amenazante a robar nuestras posesiones, sino más bien subraya que no tenemos certeza de la hora en que vendrá y que, por tanto, hay que estar siempre preparados para salir a su encuentro.


Sugerencias pastorales

1. La belleza y el valor de la vida presente. El mundo agitado que nos ha tocado vivir invita, no pocas veces, a la tristeza y al pesimismo. El cúmulo de noticias de guerra, muertes, violaciones crean en el ánimo no sólo un desencanto, sino un verdadero decaimiento anímico y espiritual. La contemplación serena y profunda del adviento del Señor es una invitación a no dejarnos llevar por esta tentación. Por encima de las apariencias de este mundo y de sus miserias está la promesa y el amor de Dios, por encima de la noche obscura que nos rodea está el amanecer de un nuevo día y una nueva esperanza. Dios no abandona al hombre en sus tinieblas y en su obscuridad, Dios no se desentiende de un mundo en peligro. Él mismo viene a rescatarnos porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo Unigénito. No miremos ya más las tinieblas pues nada bueno de ellas obtendremos, volvamos nuestra mirada al rostro de Cristo, revistámonos en nuestro ser y en nuestras obras de Cristo el Señor. La vida presente tiene un valor de redención, en ella vamos construyendo la parte que nos corresponde en la obra de la salvación. Esta vida mortal es, a pesar de sus vicisitudes y sus oscuros misterios, su sufrimiento, su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con gozo y con gloria: ¡la vida, la vida del hombre! (Pablo VI).

2. Caminar en la luz. Para nosotros caminar en la luz significa vivir en gracia, despojarnos del pecado, iniciar un camino de conversión del corazón hacia el Padre de las misericordias. El adviento tiene también su cariz penitencial como camino de purificación para llegar al encuentro con el niño de Belén. Los puros de corazón verán a Dios. Acudamos pues al trono de la gracia en el sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía. Vivamos en la luz, armémonos de las armas de la luz.


26. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

La liturgia de este domingo primero de Adviento se enfoca toda ella a plasmar en nosotros la idea de la celebración; más aún, a darnos de una vez los elementos por medio de los cuales podremos, si queremos, prepararnos de la manera más adecuada para vivir con verdadero sentido religioso y cristiano la venida de esa venida primera del Verbo hecho carne. El misterio de la Encarnación es grande en verdad, pero también es verdad que iluminados por la misma Palabra, podremos penetrarlo cada vez más, y sobre todo, podremos “explotarlo” cada vez más si tenemos en cuenta que su finalidad es la transformación de nuestra vida, humanizándola siempre más, y empujándola con nuevas energías hacia la meta trazada por el Padre: la felicidad total, completa de sus criaturas.

Se abre, pues, este tiempo de Adviento con una visión del profeta Isaías (2, 1-5) que alcanza a entrever en medio de la turbulencia política, económica, social y religiosa que le tocó vivir. La voz del profeta, de algún modo, tiene que despertar en el pueblo sencillo la esperanza de tiempos nuevos y mejores. Los pueblos todos tendrán como lugar de encuentro con su Dios, el monte del Señor; es decir, el templo de Jerusalén. Ya no será necesario que cada pueblo se erija lugares o templos distintos. La figura del templo de Jerusalén sirve al profeta para trabajar la idea de la paternidad universal de Dios que no excluye a ninguno, y que a todos ama con entrañas de misericordia (vv. 1-4a).

Pero esta época hermosa, marcada por la unidad ideal del profeta, donde Dios será Padre y Juez de todos, no vendrá por “generación espontánea”. El profeta pone también los elementos en torno a los cuales la división, los odios y la violencia tienen que ceder para dar espacio al inicio de ese futuro que espera ahí la iniciativa humana. Tenemos entonces la superación de la violencia armada convirtiendo las armas (lanzas) en podaderas o herramientas de trabajo (v. 4b). Signo claro de que el trabajo, las oportunidades iguales para todos, no puede más que redundar en paz y bienestar, donde nadie tendrá que preocuparse por adiestrarse para la guerra (v. 5). La imagen del tiempo nuevo, motivo de esperanza, pero también de esfuerzo humano, queda completada: no basta con que todos los pueblos acudan al mismo monte, al mismo templo, también tienen que esforzarse por generar un tipo de relaciones óptimas para todos. Ese es el signo de que todos caminan bajo la misma “legislación” divina o, mejor, bajo su misma paternidad, lo cual tiene que producir ese gran gozo que proclama el salmo: ¡qué alegría poder estar en la casa del Señor... ya están pisando nuestros pies...!

El mensaje de Pablo se orienta también de alguna manera a despertar aquella actitud que va de la mano con la esperanza. No se puede permanecer siempre pasivos como en una noche de sueño, es necesario empezar a mostrar frutos de esperanza, o de dignidad, los cuales contrapone el apóstol a los frutos de las tinieblas.

El evangelio que nos presenta la liturgia este domingo está tomado del “discurso escatológico” de Mateo. Se trata de una colección de dichos y sentencias de Jesús referentes a su segunda venida. Jesús enseña que su presencia es confirmación y realización de las promesas salvíficas del Padre, pero también apunta a que dicha salvación tiene que empezar a fructificar de alguna forma en sus seguidores, y que en ese empeño debe permanecer la comunidad de sus discípulos hasta que él vuelva. No se trata por tanto únicamente de ser concientes de que ya hemos recibido en Jesús el don de la salvación. Con este conocimiento y esta convicción se inicia el camino lento y, a veces difícil para el cristiano, de mantenerse en guardia, en continua actitud de manifestar en su vida los signos de la salvación.

Jesús, que conoce profundamente la mentalidad de su pueblo, previene a sus seguidores para que no repitan las mismas actitudes de la gente del tiempo de Noé. El pueblo se confió demasiado sintiéndose depositario de las promesas de Dios; saberse pueblo de la elección y de la alianza lo inflaron talvez mucho, pero no supo dar los frutos que dicho don implica. Del mismo modo, Jesús quiere que sus seguidores estén atentos y vigilantes para que no caigan en la misma tentación. Su segunda venida será primordialmente para recoger esos frutos propios de quienes viven y sienten en sus propias vidas los efectos reales de la salvación.

Así, pues, todas las lecturas de hoy, nos motivan para que revisemos la virtud de la esperanza, y al mismo tiempo nos ponen en guardia contra aquella actitud de simple “espera”. En la espera no necesariamente tengo que implicar mis energías o esfuerzos personales, pues lo que generalmente esperamos son eventos, personas o cosas que se pueden presentar o no, lo cual casi nunca depende de mí; la esperanza, por el contrario, implica todo mi empeño. Yo estoy seguro desde mi fe que el objeto de mi esperanza se realizará, y que mientras ello sucede yo debo estar en tónica de vigilancia manifiesta en mis obras.

Queda pues abierto el panorama de nuestra esperanza desde este primer domingo de adviento, y yo diría, queda abierto el interrogante sobre la calidad de mi esperanza y de la esperanza que debo sembrar en el ambiente propio donde estoy inserto.

Para la revisión de vida
Hago un examen personal sobre las implicaciones de la espera y de la esperanza, y hago aplicaciones concretas a mi vida.
Al iniciar el tiempo de adviento, intento reconstruir mi vivencia del adviento anterior y elaboro un balance de mis avances y retrocesos durante el año, proponiéndome superar este año aquello que considero como estancamiento o retroceso.

Para la reunión de grupo
- Isaías hoy nos pone a soñar en una época nueva, pero implícitamente nos exige unos cambios que se convierten en signos de esperanza, ¿cuáles son los signos prácticos de esperanza en nuestra(s) comunidad(es).
- Detengámonos en esos signos o actitudes de esperanza y preguntémonos: ¿qué valor les damos? ¿cómo los potenciamos? ¿cómo los defendemos?
- Hablemos también de anti-signos o situaciones desesperanzadoras: ¿cómo las asumimos? ¿cómo las desenmascaramos y cómo las vamos erradicando poco a poco a través de nuestra tarea evangelizadora?

Para la oración de los fieles
- Para en cada comunidad sepamos despertar llenos de gozo y de esperanza a la luz de un nuevo día iluminados por la luz de Cristo. Llénanos de esperanza, Señor.
- Por todos aquellos que viven en desilusión y desesperanza, para contemplando en nosotros las actitudes de una esperanza firme, lleguen también a experimentar el gozo del evangelio. Llénanos...
- Por todos nosotros para que sepamos mantener la actitud de la vigilancia esperando activamente tu regreso. Llénanos...
- Por nuestra comunidad para que cada día sea más fiel a su vocación de ser signo de esperanza entre los hombres y mujeres que están con nosotros. Llénanos...

Oración comunitaria
Padre de bondad y de amor, tú nos has prometido una vida llena de felicidad. Aumenta en nosotros la fe y haz que animados por la esperanza de recibir lo prometido, sepamos mantenernos siempre activos y dispuestos a trabajar contigo en el cumplimiento de tus promesas. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo, nuestro hermano y maestro.


27. I.V.E. 2004

Comentarios Generales

Isaías 2,1-5:

Isaías nos habla del Reino Mesiánico. Y acentúa tres características del mismo:

- Reino de luz: Presenta a Jerusalén-Sión, como sol en el cenit: Centro de iluminación de todos los pueblos. A la luz de su doctrina religiosa y moral caminan todas las gentes. Es el indiscutible y único centro de la religión verdadera. Su elevación, más alto que todos los montes, indica la visibilidad. Y “hacia Sión fluyen todas las naciones. Porque de Sión proviene la luz y de Jerusalén la palabra de Yahvé” (3). Esta profecía queda colmadamente cumplida cuando Jesús-Mesías proclamó en Jerusalén: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). Y, ciertamente, de la luz de su doctrina se nutren todas las gentes. La Luz-Ley de la Era Mesiánica no viene ya del Sinaí (Moisés), sino de Sión. El Mesías, El mismo, será Luz y Verdad, Palabra y Vida.

-Reino de paz. Los vv 4-5 nos presentan el Reino Mesiánico regido por Yahvé y gozando de absoluta paz. Tanto, que se desconocen las armas (espadas y lanzas). En la proporción que Reina Cristo entre los hombres queda asegurada la verdadera paz. “¡Paz a los hombres¡” es el mensaje de su entrada en el mundo. “La paz os dejo. Mi paz os doy” (Jn 14,27), es su mensaje de despedida.

-Reino universal: Isaías en éste y en varios de sus cuadros mesiánicos da singular relieve al universalismo: “A Sión afluyen todas las naciones”. Y los pueblos unos a otros se contagian el entusiasmo: “Venid, subamos al Monte de Yahvé, a la Casa del Dios de Jacob; Él nos enseñará sus caminos y nosotros caminaremos por sus sendas” (3). La profecía la vemos magníficamente cumplida cuando el Rey-Mesías, desde su alto trono, el trono de su cruz, atrae a sí a todos los hombres: “Y Yo cuando fuere levantado de la tierra atraeré a todos” (Jn 12,32).

Tenemos, por tanto, en esta profecía de Isaías un esbozo muy logrado de la Iglesia Una-Santa-Católica: Cristiana. Todos los hombres forman un única pueblo: el Israel de Dios.

Romanos 13,11-14:

Esta perícopa de la Carta a los Romanos armoniza muy bien con el pasaje anterior de Isaías y con el tiempo litúrgico de Adviento. Los cristianos por el Bautismo han entrado ya en el Reino Mesiánico. Mientras esperan la Salvación cumplida deben vivir conforme a su vocación y destino: en actitud de fe y fervor, de conversión y fidelidad.

-“Conscientes del tiempo en que estamos, hora es ya de que nos levantemos del sueño” (11). El precioso tiempo que media entre el Bautismo y nuestro encuentro con Cristo no podemos perecear. Es tiempo que se nos da para negociar y granjear (Lc 19,13).

-Si por el Bautismo somos ciudadanos del Reino Mesiánico, que es Reino de Luz, nuestras obras deber ser obras de luz y no de tinieblas: “Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistámonos de las armas de la luz” (12). El mismo Pablo nos enumera de estas obras de tinieblas que nunca puede permitirse un cristiano: Comilonas y borracheras; impureza y fornicación; envidias y enemistades (13). El programa del cristiano es: templanza y austeridad; pureza y castidad; caridad y bondad.

-Y a todo bautizado presenta Pablo como ideal y consigna: “¡Revestíos del Señor Jesucristo¡” (14). Dado que el Bautismo imprime carácter, carácter que nos deja configurados íntimamente con Cristo. Toda la vida del cristiano y todo su ser y obrar han de quedar “cristianizados”. De ahí que para Pablo todo cristiano es “aroma de Cristo” (II Cor 2,14). “luz de Cristo” (Ef 5,9), imagen de Cristo (R 8,29). Cada bautizado debería ser como un sacramento de salvación para los no cristianos.

Mateo 24,37-44:

La Liturgia de Adviento nos trae a la memoria unos versículos del Discurso Escatológico de Cristo. Bien que el lenguaje es enigmático, la lección es muy clara. Jesús nos exhorta a vivir siempre en fe, esperanza y fervor de caridad: “¡Estad siempre en vela¡” (42).

-Está en vela el que vive en fe y de la fe. Desgraciadamente, no obstante la luz que irradia Cristo, muchos, a causa de su entrega a las cosas terrenas y frívolas, serán sorprendidos por la muerte sin haber entrado en el Reino, sin haber aceptado el mensaje de fe y salvación (37-42).

-Está en vela el que vive en espera del Señor. “Siempre dispuesto, porque a la hora que no sospecháis vendrá el Hijo del hombre” (44). Para cada uno la hora de la muerte es la hora del encuentro con Cristo. Y lo será para todos la hora de su Parusía como Juez. Lo esperamos, pues, siempre y nos disponemos. El Adviento es una llamada que la Iglesia nos hace a disponernos. Y la Eucaristía es la Salvación que irrumpe en nosotros.

-Está en vela el que vive en fervor de caridad. “El peligro de hoy es el cansancio de los buenos”, lamentaba Pío XII en la alocución pascual de 5 de abril de 1953. Y Paulo VI nos avisa: “No es el momento de los tímidos, de los perezosos, de los ausentes, sino de los generosos, de los fuertes, de los puros, de los convencidos; de quien cree, espera y ama; de quien está pronto a pagar con su persona la extensión del Reino de Cristo, el advenimiento de tiempos mejores”. Oportuno programa de Adviento: ¡No tímidos, ni perezosos, ni ausentes¡ ¡Cristianos generosos y fuertes, puros y convencidos¡

Y no sólo gozamos las riquezas de la vida cristiana opulentamente, sino que nos convertimos en mensajeros del Evangelio; y sembramos en todos los corazones humanos, con nuestro ejemplo, nuestra entrega y nuestra palabra, los tesoros del Reino.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.


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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

TIEMPO DE LA RUINA DEL TEMPLO
Y DEL MUNDO: Mt. 24. 32-41
(Mc. 13, 28; Lc. 21, 29-33)

Explicación. — En este fragmento, final de la primera parte discurso escatológico, responde Jesús a la tercera pregunta de sus discípulos: ¿Cuándo sucederá esto?, refiriéndose a la ruina ciudad y a la del mundo. La destrucción de la capital judía ocurrirá antes que pase la generación contemporánea de Jesús (vv.32-35); la destrucción del mundo llegará de improviso, sin que nadie sepa la hora, sino Dios (vv. 36-41).

Tiempo de la Ruina del Mundo (36-41). - Ha predicho Jesús de un modo parecido el tiempo de la destrucción de la ciudad. Cuanto a la destrucción del mundo, nadie sabe cuándo sucederá: Mas de aquel día, ni de aquella hora, nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, porque aunque lo sepa como Dios y como hombre, por la plenitud de su ciencia, no lo sabe como legado del Padre a los hombres, y por lo mismo no se lo puede revelar: sino sólo el Padre, y como es obvio, el Hijo y el Espíritu Santo, consubstanciales con el Padre.

Tan ignorado es aquel día, que vendrá de improviso, como vino el diluvio en los días de Noé: Y como en los días de. Noé, así será también la venida del Hijo del hombre. Para hacer más gráfica la descripción de lo subitáneo de la llegada de aquella hora, propone unos ejemplos sacados de la vida ordinaria de los judíos: Porque así como en los días antes del diluvio continuaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, completamente despreocupados de la catástrofe que amagaba, hasta el día en que entró Noé en el arca; y no lo entendieron hasta que vino el diluvio, porque no había señales de él, y los llevó a todos: así será también la venida del Hijo del hombre. Al ejemplo de la historia añade los de la vida casera: Y entonces estarán dos en el campo, ocupados en el mismo trabajo: el uno será tomado, por los ángeles, que reunirán a los elegidos para el Reino de Dios (v. 31), y el otro será dejado, excluido del reino y destinado a la condenación. Dos mujeres molerán en un molino: la una será tomada, y la otra será dejada.

Nótese que en ninguna ocasión de este discurso escatológico hace Jesús alusión a la muerte de los contemporáneos de los acontecimientos del fin del mundo. ¿Morirán todos los hombres de aquellos días, aunque no sea más que por un instante, para resucitar luego y comparecer con los demás a juicio, como han pretendido algunos intérpretes? Ningún pasaje de la Escritura nos impone la creencia de la muerte universal de los hombres antes del juicio: tomando este pasaje en un sentido literal, y concordando con otros de la Escritura, una regla elemental de exégesis nos induce a admitir que no morirán los hombres de la última generación (cf. 1 Thess. 4, 14-17; 2 Cor. 5, 2-5).

Lecciones morales. v. 39.—Y no lo entendieron hasta que vino el diluvio... —El diluvio es aquí el símbolo de la muerte, que abre las cataratas del cielo sobre el infeliz mortal. Cataratas de luz y de bendiciones, si muerte es la del justo; de terrores y de maldición y de tormento eterno, si el que muere es pecador. Feliz el que, como Noé, con la mente puesta en el diluvio que se aproxima, labra el arca de su vida en forma que en ella pueda seguramente cobijarse a la hora improvisa de la muerte. Loco y digno de lástima el que no entiende el problema de la vida, que se reduce a resolver bien el problema e la muerte. Vendrá el diluvio y, sin albergue de buenas obras donde se ampare, perecerá en las aguas de la indignación de Dios.

v. 40.—El uno será tomado, y el otro será dejado. — El campo en que será uno tomado y el otro dejado, dice San Jerónimo, representa la igualdad de ocupaciones y profesiones y la desigualdad de suerte definitiva. Mientras unos se santifican y lucran el cielo en una labor, otros atesoran en el mismo trabajo la ira de Dios que un día les condenará. Es que no es la profesión la que hace santos, aunque sea santa, sino las condiciones de los que en ella se ocupan. Todos los estados son buenos, y todos pueden ser camino del cielo, si es que los abrazamos con vocación; pero todos los estados pueden ocasionar nuestra ruina si no cumplimos los deberes que nos imponen.

SEGUNDA PARTE: EXHORTACIÓN A LA VIGILANCIA
Y TRABAJO: A) LA VIGILANCIA: PARÁBOLAS DEL LAZO
Y DEL LADRÓN: Mt. 24, 42-44; Lc 21, 34-36
(Mc. 13, 33)

Explicación. — Los terribles e imprevistos acontecimientos predichos por el Señor en la primera parte del discurso escatológico, reclaman vigilancia asidua y trabajo, de lo contrario vendrá Señor y nos encontrará desprevenidos y con las manos vacías buenas obras. Es la tesis de esta segunda parte, que ilustra Jesús con las parábolas del ladrón, del lazo, de los siervos, de las vírgenes y de los talentos. Las dos primeras son objeto de este número.

Hay que vigilar: Parábola del ladrón (Mt. vv. 42-44). — Si el advenimiento del Hijo del hombre ha de ser rápido e imprevisto como vino la inundación del diluvio, la consecuencia es natural: hay que estar en vela: Mirad, pues, velad y orad. No quiere el Señor que sus discípulos sepan el tiempo ni la hora del advenimiento para que estén siempre sus ánimos en suspenso, esperándole: que no sabéis cuándo será el tiempo, a qué hora ha de venir vuestro Señor.

Ilústrase esta tesis, primero con la parábola del padre de familias y el ladrón, clásica en el Nuevo Testamento para concretar esta verdad (cf. 1 Thess. 5, 2; 2 Petr. 3, 10; Apoc. 3, 3). Jesús reclama la atención de sus discípulos: Mas entended, que... Un jefe de casa que sabe ha de venir el ladrón, no duerme, sino que hace todo ojos y oídos para advertir su llegada: Si el padre familias supiese a qué hora ha de venir el ladrón, velaría sin duda. Solían en la Palestina construirse las casas con muros de adobe o barro apisonado, o con ladrillos crudos; no era difícil abrir de noche un boquete por el exterior sin que lo advirtiesen los moradores: en este caso, el padre de familias evitaría la intrusión de la gente maleante: Y no dejaría que fuera minada su casa. Como él deben estar en vela los discípulos de Cristo, porque el Hijo del hombre vendrá impensadamente como ladrón, de noche: Por tanto, estad apercibidos también vosotros: porque a la hora que menos penséis, ha de venir el Hijo del hombre.

Parábola del lazo (Lc. vv. 34-36). — Nuestro interés personal, pues en ello van envueltos nuestros destinos eternos, exige que evitemos todo aquello que pueda embotar este agudo sentido de la vigilancia: lo que adormece nuestro espíritu es la sensualidad en todas sus formas y la absorción de los negocios mundanos: ¡Mirad por vosotros!, no sea que vuestros corazones se emboten con la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida. ¡Ay de aquellos que se entreguen a la crápula y a la disipación, que verán precipitarse sobre ellos el día tremendo!: Y os sobrevenga de repente aquel día...

El lazo (35.36).— Los peces son cogidos en la red y las aves en trampas y lazos cuando menos advertidos están; así serán cogidos de improviso todos los hombres en la gran redada del último día: Porque como un lazo vendrá sobre todos los que están sobre la tierra (cf. Eccl. 9, 12; Is. 8, 14.15; 24, 17).

Como consecuencia de ello, incúlcase otra vez la idea de la vigilancia: Velad, pues... A los obstáculos de la vigilancia, la sensualidad y la disipación, se contrapone el espíritu y la práctica de la oración: Orando en todo tiempo. De esta suerte se evitarán los grandes males de aquel último día, que fatalmente deben venir, el juicio adverso y la condenación: para que seáis dignos de evitar todas estas cosas, que han de venir: y podremos presentarnos sin temor de reprobación ante el tribunal del Señor: y de estar en pie delante del Hijo del hombre, no sucumbiendo en juicio, en aquel día de su venida.

Lecciones morales. — A) M. v. 42. — Mirad, pues, velad... — Está en vela, dice San Gregorio, quien tiene los ojos abiertos para ver toda luz verdadera que ante ellos brille; está en vela quien practica aquello que cree; está en vela quien ahuyenta de sí las tinieblas de la pereza y de la negligencia. Y esta palabra, añade San Agustín, la dijo Jesús no sólo para los discípulos a quienes hablaba, sino para cuantos nos precedieron, y para nosotros mismos, Y para cuantos vivirán después de nosotros hasta el día de su advenimiento final, que será el día de todos. Porque entonces viene para nosotros aquel día, cuando viene «nuestro» día, pues tales seremos juzgados el último día del mundo cuales salgamos de esta vida el día último de la nuestra. Por esto debe estar en vela todo cristiano, para que no lo halle mal dispuesto el día del advenimiento del Señor; sin preparación hallará aquel día a quien sin preparación cogió su último día.

B) vv. 43.44. — Ha de venir el ladrón... a la hora que menos pensáis... — Guardamos celosamente las riquezas para que no caigan en manos de ladrones, y dejamos abierta la casa de nuestra alma para que penetren en ella los ladrones de las verdaderas riquezas, que son las de nuestro espíritu, dice el Crisóstomo. ¡Peligro tremendo el que corren nuestros destinos eternos! Porque a la hora que menos pensemos vendrá el Hijo del hombre. Vendrá la muerte, en la que nadie piensa, porque hasta los que piensan morir, o no piensan en el advenimiento de quien les ha de juzgar, o piensan que aún tienen tiempo de más vivir. Y el día del Señor es inexorable; nos cogerá cuales seamos y como estemos: vigilantes y llenos de buenas obras en el Señor, o descuidados y con nuestra alma en posesión del infernal ladrón, para quien el último día del pecador es el día del dominio definitivo y eterno sobre él mismo.

C) Lc. v. 34.—Mirad por vosotros!... — No dice Jesús: Mirad por lo vuestro, o por los vuestros, o por los que tenéis a vuestro rededor; sino: «Mirad por vosotros», dice Teofilacto: y nosotros somos nuestro entendimiento y nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestros sentidos; así como lo nuestro es las posesiones, riquezas, etc., sobre las que no nos advierte cuidemos. Nosotros somos los que debemos evitar la sensualidad y el vértigo que dan las cosas de la vida, para que no nos aturdamos y seamos cogidos en el lazo cuando menos pensemos. En esto son más prudentes los irracionales que nosotros; por cuanto ellos escogen por instinto aquello que les conviene, dejando lo que les es nocivo; mientras nosotros hacemos servir nuestra razón y nuestros sentidos para nuestra ruina.

D) v. 36.—Y de estar en pie delante del Hijo del hombre.- No estar en pie ante el Hijo del hombre es sucumbir en el último juicio que El hará de los actos de nuestra vida. Es, además, caer de nuestro destino eterno, que no es otro que ver a nuestro Dios cara a cara en el cielo, por los siglos de los siglos. Pero, ¿quién, Dios mío, podrá no sucumbir ante Vos, Juez santísimo y justísimo? ¿Quién será capaz de ver vuestra cara y no morir? Nosotros; podemos decir confiados en la gracia de Jesucristo. Si le seguimos imitándole, nos llamará en su mismo tribunal «benditos de su Padre», y nos introducirá El mismo en el reino que se nos ha preparado desde el principio del mundo. Como Dios nos da su gracia en este mundo para que seamos santos y podamos presentarnos ante el tremendo Juez y ser colocados a su diestra, así nos dará en el cielo una gracia especialísima, que los teólogos llaman «luz de la gloria», para que podamos verle cara a cara, tal como es. La visión de la esencia de Dios y el gozo que la acompaña es el fin de nuestra vocación y de nuestra vida de cristianos.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., 1967, p. 440-446)


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P. Juan de Maldonado

Sermón Escatológico de Jesús

37. Entonces dirán los justos: "¿.Cuándo te vimos hambriento...?"—Piensan Orígenes y el autor de la Obra imperfecta que los justos dirán esto por humildad, como si no reconociesen en sí la virtud de la caridad por que son alabados. Más bien creo que la respuesta indica no haber entendido la afirmación de Cristo. No ignoraban ellos, sin duda, que alimentaron al pobre por amor de Cristo; pero como él, lejos de decir: "Tuvieron hambre los pobres y les disteis de comer", afirma en primera persona: Tuve yo hambre..., y saben que nunca alimentaron a Cristo en persona, por eso le preguntan: "¿Cuándo hicimos tal cosa?" Y la respuesta de Cristo no da lugar a duda (v. 40).

41. Apartaos de mí. —Esto es, idos lejos; ya no tendréis que ver conmigo, no os conozco, como dijo a las vírgenes necias (v. 12).

Malditos. —Observan Crisóstomo y Orígenes que no se dice malditos de mi Padre, análogamente a como había dicho a los justos; porque Dios no es autor de maldición, sino de bendición; no de penas, sino de premios. Entendámonos: no es autor de la pena en cuanto que premia con mayor gusto y propensión de ánimo y castiga contra su voluntad, como quien dice, y para satisfacer a su justicia.

Al fuego eterno. —Refútase con estas palabras el error de los origenistas, que negaban la eternidad de las penas. Disputan los teólogos si es verdadero aquel fuego. En este punto hay dos cosas ciertas: Una, enseñada por la fe: que hay verdaderos suplicios que no sólo se aprehenden con la imaginación, sino con el sentido y el tacto... Otra, no tan cierta, porque no la enseña la fe, pero todos los autores la atestiguan: que aquel fuego no es de la misma naturaleza que el nuestro (Orígenes, Ambrosio, Jerónimo, Damasceno). No se sigue de aquí, sin embargo, que no sea verdadero fuego; pues, aunque algunos lo niegan, es con verdadera temeridad, porque en todos los pasajes de la Escritura se llama fuego. Y si esta vez fuera metáfora, alguna vez se denominaría de otra suerte, y no precisamente fuego y tantas veces.

Que fue preparado para el diablo y sus ángeles. —No dice para vosotros, como del cielo había afirmado, porque Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Tim. 2, 4) ; y porque no hizo él la muerte, sino que hizo al hombre recto y él se mezcló en infinitas cuestiones (Sab. 1, 13; Ecle. 7, 30).

Luego el reino de los cielos desde toda la eternidad está preparado para todos los hombres que quieran salvarse, pero el fuego eterno lo preparó como a la fuerza y para castigar la audacia de los ángeles (Orígenes, Crisóstomo, Teofilacto y Eutimio). Tal vez fue ésta la razón por la cual no dijo que estaba preparado desde la creación del mundo, como el reino de los cielos. Es a saber: lo que hizo espontáneamente y para los hombres, hízolo desde la creación del mundo, es decir, antes que hiciese a los hombres mismos; pero el fuego y el castigo los creó obligado por el pecado, y, consiguientemente, no desde la creación del mundo, sino después de ella y luego que se cometió la primera culpa.

(P. Juan de Maldonado, Comentarios a San Mateo, BAC, Madrid, 1950, p. 853-854)


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San Juan Crisóstomo

Vigilancia esperanzada:

«En medio de la oscuridad no puedes distinguir al amigo del enemigo. No distinguimos de noche los metales preciosos de las meras piedras. Del mismo modo, el avaro y el licencioso no distinguen la verdad y el valor de la virtud.

«Así como el que camina de noche va muerto de miedo, de igual modo los pecadores andan continuamente atormentados por el miedo de perder sus bienes y por el remordimiento de su conciencia.

«Ea, pues, dejemos una vida tan penosa. Ya sabéis que después de tantas calamidades viene la muerte... Creen los pecadores ser ricos, y no lo son. Creen vivir entre delicias, y no gozan de ellas... Nosotros vivamos sobrios y vigilantes, como quiere Cristo. “Andemos decentemente y como de día” (Rom 13,13). Abramos las puertas para que aquella Luz nos ilumine con sus rayos y gocemos siempre de la benignidad de nuestro Señor Jesucristo» (Comentario al Evang. Juan, hom. 5).

El presente material está tomado de Bonaño Manuel Garrido, O.S.B. Año Litúrgico patrístico, Fundación Gratis Date, Navarra, España 2002, 94.


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Juan Pablo II

La Vigilancia

Sobre la tentación y las tentaciones el mismo Señor Jesús, hijo de Dios, "probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado", quiso ser tentado por el maligno, para indicar que, como El, también los suyos serían sometidos a la tentación, así como para mostrar cómo conviene comportarse en la tentación. Para quien pide al Padre no ser tentado por encima de sus propias fuerzas y no sucumbir a la tentación, para quien no se expone a las ocasiones, el ser sometido a tentación no significa haber pecado, sino que es más bien ocasión para crecer en la fidelidad y en la coherencia mediante la humildad y la vigilancia. (recontiliatio et Paenitentia III, I, 26).

Una espera activa: compromiso y vigilancia

«¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20). Esta espera es lo más opuesto a la inercia: aunque dirigida al Reino futuro, se traduce en trabajo y misión, para que el Reino se haga presente ya ahora mediante la instauración del espíritu de las Bienaventuranzas, capaz de suscitar también en la sociedad humana actitudes eficaces de justicia, paz, solidaridad y perdón.

Esto lo ha demostrado ampliamente la historia de la vida consagrada, que siempre ha producido frutos abundantes también para el mundo. Con sus carismas las personas consagradas llegan a ser un signo del Espíritu para un futuro nuevo, iluminado por la fe y por la esperanza cristiana. La tensión escatológica se convierte en misión, para que el Reino se afirme de modo creciente aquí y ahora. A la súplica: «¡Ven, Señor Jesús!», se une otra invocación: «¡Venga tu Reino!» (Mt 6, 10).

Quien espera vigilante el cumplimiento de las promesas de Cristo es capaz de infundir también esperanza entre sus hermanos y hermanas, con frecuencia desconfiados y pesimistas respecto al futuro. Su esperanza está fundada sobre la promesa de Dios contenida en la Palabra revelada: la historia de los hombres camina hacia «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21, 1), en los que el Señor «enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado» (Ap 21, 4).

La vida consagrada está al servicio de esta definitiva irradiación de la gloria divina, cuando toda carne verá la salvación de Dios (cf. Lc 3, 6; Is 40, 5). El Oriente cristiano destaca esta dimensión cuando considera a los monjes como ángeles de Dios sobre la tierra, que anuncian la renovación del mundo en Cristo. En Occidente el monacato es celebración de memoria y vigilia: memoria de las maravillas obradas por Dios, vigilia del cumplimiento último de la esperanza. El mensaje del monacato y de la vida contemplativa repite incesantemente que la primacía de Dios es plenitud de sentido y de alegría para la existencia humana, porque el hombre ha sido hecho para Dios y su corazón estará inquieto hasta que descanse en El. (Vita Consacrata 27).


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Catecismo de la Iglesia Católica

¡Velad!

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7,13-14):

Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con El en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde «habrá llanto y rechinar de dientes». [LG 48]

1809 La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar "para seguir la pasión de su corazón" (Si 5,2). La templanza es a menudo alabada en el Antiguo Testamento: "No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena" (Si 18,30). En el Nuevo Testamento es llamada "moderación" o "sobriedad". Debemos "vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo presente" (Tt 2,12).

Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a El (lo cual pertenece a la justicia), quien vela para discernir todas las cosas por miedo a dejarse sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a la prudencia), le entrega un amor entero (por la templanza), que ninguna desgracia puede derribar (lo cual pertenece a la fortaleza). [San Agustín]

1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman y hacen su voluntad. En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, "perseverar hasta el fin" y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que "todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:

Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin. [Santa Teresa de Jesús]

2088 El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella. Hay diversas maneras de pecar contra la fe:

La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer. La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la duda se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.

2612 En Jesús "el Reino de Dios está próximo", llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que "es y que viene", en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria. En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación.

2621 En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un corazón purificado, una fe viva y perseverante, una audacia filial. Les insta a la vigilancia y les invita a presentar sus peticiones a Dios en su Nombre. El mismo escucha las plegarias que se le dirigen.

NECESIDAD DE UNA HUMILDE VIGILANCIA

Frente a las dificultades de la oración

2729 La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas. La distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquél al que oramos, tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en la oración contemplativa. Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir.

2730 Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a El, a su Venida, al último día y al "hoy". El esposo viene en mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: "Dice de ti mi corazón: busca su rostro" (Sal 27,8).

2731 Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad. Forma parte de la contemplación en la que el corazón está seco, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. "El grano de trigo, si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión.

Frente a las tentaciones en la oración

2732 La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: "Sin mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5).

2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedía. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil" (Mt 26,41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.

2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía. En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya. La vigilancia es "guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre". El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia. Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Ap 16,15).

2863 Al decir: "No nos dejes caer en la tentación ", pedimos a Dios que no nos permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia y la perseverancia final.


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EJEMPLOS PREDICABLES

Vigilar… en lo más importante

No olvides lo principal

Cuenta la leyenda que una mujer pobre con un niño en los brazos, pasando delante de una caverna escuchó una voz misteriosa que allá adentro le decía: “Entra y toma todo lo que desees, pero no te olvides de lo principal. Y recuerda que después que salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo principal”. La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas. Fascinada por el oro y por las joyas, puso al niño en el suelo y empezó a juntar, ansiosamente, todo lo que podía en su delantal. La voz misteriosa habló nuevamente. “Te quedan sólo ocho minutos”. Agotados los ocho minutos, la mujer cargada de oro y piedras preciosas, corrió hacía afuera de la caverna y la puerta se cerró. Recordó, entonces, que el niño había quedado dentro y la puerta estaba cerrada para siempre. La riqueza duró poco y la desesperación, siempre. Lo mismo ocurre, a veces, con nosotros mismos. Tenemos muchos años para vivir en este mundo, y una voz siempre nos advierte: “No te olvides de lo principal”. Y lo principal son los valores espirituales, la familia, la vida, la vida eterna. Pero la ganancia, la riqueza, los placeres materiales, nos fascinan tanto que a veces lo principal se queda a un lado.

(Tomado de www.interrogantes.net)


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¿Por qué me aparté?

Un noble, avanzado en años, sentía acercarse el fin de su vida. Al revisar sus papeles para ver si había algún asunto para arreglar, dio con una hoja que contenía los propósitos hechos y realizados en su juventud: “Cada día 15 días me confesaré y comulgaré; todos los domingos y días de fiesta asistiré a la Misa con Sermón; todas las noches antes de dormir haré examen de conciencia de rodillas cada día rezaré el santo rosario y recitaré el Oficio de la Virgen María; todos los sábados ayunaré en honor de la Virgen; del dinero que disponga daré la décima a los pobres”. Al leer el anciano estos propósitos, se puso triste, reflexionó seriamente sobre su vida y escribió en su diario: “Si en mi juventud, cuando las tentaciones eran más fuertes, podía vivir así, ¿por qué me aparté más tarde de mis propósitos? ¿Por qué no puedo cumplirlos ahora? ¿No me acusará este papel un día no lejano ante mi Supremo Juez?”.

(P.S. Lichius, S. V. D, Nuestros muchachos son buenos, Ed. Guadalupe, Bs. As., 1955, relato nº 49, pp. 58)


28. 28 noviembre  2004                          

Cuando estrenamos algo ¿qué nos ocu­rre a todos?.  Estreno por ejemplo, un vestido, un traje, mi bicicleta, mi muñeca, un coche.. ¿qué nos pasa?  Que todos estamos contentos y que todos ponemos cuidado, mucho cuida­do para no estropear lo que estreno.

Hoy, los cristianos del mundo entero, estrenamos un nuevo año de santidad.  Nos tenemos que llenar de alegría.  Una oportu­nidad, que de nuevo se nos ofrece, para cre­cer, para madurar, para ser mejores, dando buenos frutos, y sentirme feliz, muy feliz, sembrando y repartiendo bondades, las de mi corazón: a mis hijos, a mi esposa, a mi espo­so, a mis padres, sobre todo si son ya ancia­nos y los he tenido un poco olvidados. A to­dos, cercanos o lejanos.

Gozo y alegría, pues, al estrenar este nuevo año.  Pero, también, cuidado para no estropearlo, como quizás lo hice con el año pasado, de noviembre a noviembre, que es el ciclo de un año litúrgico cristiano. Quizás fui impaciente, no construí la paz ni en mi ho­gar, ni en mi lugar de trabajo o de estudios, ni con los compañeros y amigos, ni en mi ba­rrio.

La estrategia para este nuevo año es que todos seamos constructores de la paz.  Nos lo ha dicho el profeta Isaías en la prime­ra lectura, de manera concreta y simbólica a la vez: "De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.  No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra". Al final nos invita a todos, el profeta Isaias, en nombre de Dios, a esta tarea: "Casa de Jacob, ven" Es decir: Cris­tiano, ven!. "Caminemos a la luz del Señor".

Mientras en el corazón del hombre no haya paz, en el mundo habrá guerras.  Mien­tras en tu corazón no haya paz, tu casa no se­rá un hogar, sino más bien un purgatorio o un infierno.

        Al comenzar el nuevo año vale la pe­na examinar tu corazón para no estropear el año. ¿Cómo anda tu corazón? ¿Cuáles son sus sentimientos? ¿Cuáles son sus obras? ¿Son obras de las tinieblas?... porque enton­ces no tendrás paz.

          San Pablo en la segunda lectura nos ha enumerado algunas obras de las tinieblas y nos ha invitado, más aún, nos ha ordenado salir de ellas: cambiar, convertir nuestro co­razón para no estropear el año: "Dejemos las actividades de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz.  Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad.  Nada, pues, de comilonas, ni borracheras".

¿No comes y bebes quizás con exce­so, aunque no te emborraches?.  "Comemos para vivir; no vivimos para comer", como si fuéramos nada más que animales. Nos reunimos a comer, no para “tragar”, sino para encontrarnos con alegría y el gozo de comer.  ¿Quieres tener tu corazón con paz y en paz?.  Por aquí empieza tu estrategia para no mal­gastar un año, que hoy estrenas.  Lo tienes nuevo y limpio, como el cuaderno del estu­diante al comenzar su año escolar. ¡Ten cui­dado!.  No lo ensucies con excesos en el co­mer o beber.

San Pablo sigue: "Nada de lujuria y desenfreno". Hoy la lujuria desborda y ani­maliza nuestro corazón y endurece nuestros sentimientos.  La sexualidad, algo noble e íntimo de la persona humana, que Dios nos diera, queda degradada por este mundo per­misivo, materialista, lascivo y explotador.

Tus relaciones afectivas, sentimenta­les, sexuales ¿te hacen crecer como persona? ¿te ennoblecen? ¿te pacifican? ¿te abren ge­nerosamente a los demás?, o ¿te sientes en tu intimidad profunda, degradado, envilecido, avergonzado, porque llegas en esas relaciones a la perversidad, en tus pensamientos, que frecuentemente acaban en tus realizaciones obscenas, cosa, que no cabe en los animales, porque no tienen el privilegio de tener tu racionalidad y tu libertad?

¿Estás cerrado en ti mismo, siendo egoísta, porque nada más piensas en tu satisfacción, sea como sea?. 

"Nada de comilonas, ni borracheras, nada de lujuria, ni desenfreno; nada de riñas, ni rivalidades; y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos de­seos".

Fuera, pues, el exhibicionismo y el culto al cuerpo, como si fuera un ídolo, como esas pasarelas de moda, que en lugar de vestir con arte y elegancia a la mujer la desnudan de una manera ridícula y bufona.

Cuidar el cuerpo, sí. Es la base de la buena funcionalidad racional. Darle culto, no. Tiene poco sentido. ¿Verdad que tú nunca te has besado en el espejo? ¡Qué guapo que soy!... de manicomio...

Todo un programa para comenzar con un corazón nuevo, un nuevo año: con estra­tegias, luchas yesperanzas.

Y todo este programa de esfuerzos, (con lo poco que nos gusta hoy día hacer es­fuerzos) ¿por qué y para qué?.  PORQUE EL SEÑOR VIENE!.  Hoy, en el tiempo de tu vida.  Así, volvemos a revivir el Misterio de la Encarnación.  La Navidad es el recuerdo de su venida histórica.  Pero el Nacimiento del Hijo de Dios en Belén no es el final del Misterio de la Encarnación, es el "comien­zo", según San Ireneo. Es un Dios enamora­do de la Humanidad que quiere hacerse carne en toda carne humana: en el sediento, en el hambriento, en el desnudo, en el malhechor que está en la cárcel, en el enfermo del hos­pital, en el santo y en el... pecador.

        La Navidad nos ha abierto las puertas a la esperanza y al amor.  Nos lo ha recordado San Pablo: "Daos cuenta del momento en que vivís", nos dice.  Si tu quieres, ya tienes la posibilidad de triunfar en tu vida para siempre, porque el Señor con su venida his­tórica te ha traído su gracia de salvación y su amor. "Ya es hora de despertar de salir de nuestro sueño, porque ahora nuestra sal­vación está más cerca que cuando empe­zamos a creer

La noche está avanzada y el día se echa encima: dejemos las activi­dades de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz
".  Así, estaremos prepa­rados para su venida escatológica, la venida del Hijo del Hombre, que será "el árbitro de las naciones, el juez de los pueblos numerosos, nos decía el profeta Isaías.  Porque no lo olvidemos: que al fin de la jornada de la vida: aquel que se salva sabe  y el que no, no sabe nada"

         "Hoy sabréis que viene el Señor", en la Navidad y mañana", es decir, al final de tu vida te­rrena, veréis su gloria", que puede ser la tuya, tu gloria, tu alegría, tu triunfo, si hoy te  revistes del Señor Jesús", si hoy te "revistes con las armas de la luz" y dejas de lado "las actividades de las tinieblas: glotonerías, borracheras.  Desenfrenos, riñas y peleas. Malos deseos".

          Para ello no hay que dormirse, tenemos que salir de nuestra pereza e indiferencia; hay que vigilar: "Estad. en vela, en vela, porque no sabéis que día vendrá vuestro señor" Sabe­mos el día de Navidad, su venida histórica: sobre un 25 de diciembre, pero no sabemos el día de su venida escatológica.  Hoy, este Señor, con su gracia, es compañero de camino, que te ilumina con su verdad y con su presencia eucarística y con su vida. 

Un ma­ñana, cercano o lejano, no lo sabemos, como "no sabemos cuando viene el ladrón para asaltarnos", vendrá como Juez para premiarte por tus obras de luz y de amor, con las que estás agradeciendo tu salvación gratuita, don de Dios, a no ser que te presentes con las manos solo llenas de obras de tinieblas. 

Tu tienes hoy la pala­bra en este adviento. No dejes, pues,  abrir un boquete en tu casa  Él, mañana, tendrá la sentencia, que tu has merecido y que tu te has labrado.  Hoy es tiempo de conversión, es tiempo de oración esperanzada para abrir tu corazón y que Dios enamorado de ti, se encarne en tu vida, como el alimento de la Eucaristía, que ahora nos disponemos a celebrar, se hará carne de tu carne.                                 

                                                          AMEN

 

                                          Eduardo Martínez Abad, esculapio

 

IDEAS CLAVE

 1.- Contento y alegre. Con gozo, porque estreno año

 2.- Cuidado: no estropear este año a estrenar

 3.- Paz en tu corazón. Y no habrá guerras

 4.- “VAYAMOS. CAMINEMOS A LA LUZ DEL SEÑOR”

 5.- Obras de la Luz. Obras de las Tinieblas


29.-

INTRODUCCIÓN AL CICLO A

 Mateo será el evangelista que nos acompañará en este ciclo A. El evangelio de Mateo, aunque no fue el primero en escribirse, sin embargo, es el más completo y comentado y el que ha más influido en la teología eclesial.

¿Qué notas podemos sacar de este evangelio de Mateo?

Primero, en este evangelio abundan más las palabras que los hechos. Segundo, todo el evangelio de Mateo está como enmarcado por dos grandes afirmaciones o confesiones cristológicas: Él es “el Dios con nosotros” (1, 23), y “Yo estoy con vosotros”, una vez resucitado (28, 20). Tercero, Mateo abunda en citas del Antiguo Testamento, pues quiere demostrar que Jesús cumple las promesas del Antiguo Testamento, como el Mesías anunciado por los profetas. Cuarto, Mateo habla de la Iglesia más que ningún otro evangelista, como el nuevo Israel, el nuevo pueblo de Dios, ese Reino que Cristo ha inaugurado en la Iglesia y se consumará en el cielo. Y finalmente, Mateo tiene unos pasajes muy propios: la genealogía de Jesús, los relatos de la infancia, algunas parábolas, el primado de Pedro, la escenificación del juicio final.

Resumamos este tiempo litúrgico del Adviento. Preparación de nuestra alma y de nuestra comunidad parroquial y familiar para la venida de Cristo en su triple dimensión. Para conmemorar, sí, la venida histórica de Cristo en Belén y así ganar de nuevo los frutos que el Señor nos trajo hace 21 siglos. Pero también para prepararnos para la segunda venida gloriosa al final de los tiempos. Y sin olvidarnos la otra venida diaria a través de la Eucaristía, de los demás sacramentos y de mis hermanos, especialmente los pobres.

Adviento, pues, tiempo de gracia. Nos ayudarán a vivir este tiempo el profeta Isaías, Juan Bautista, Zacarías, Isabel, José y, sobre todo, María.

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Ciclo A

Textos: Isaías 2, 1-5; Romanos 13, 11-14; Mateo 24, 37-44

Idea principal: Despertaos y caminad… se acerca la luz de nuestra salvación, Cristo.

Síntesis del mensaje: El Adviento es como un gran despertador de Dios que la Iglesia nos pone en nuestra mesilla de noche para quienes están medio adormilados, anestesiados por las mil preocupaciones y ocupaciones de cada día. Con Cristo tendremos la tan anhelada paz que el profeta Isaías profetó y por eso estamos alegres (1ª lectura y salmo). Debemos espabilarnos y estar en vela, pues ya apunta el día del Sol sin ocaso, y tenemos que revestirnos de Cristo (2ª lectura y evangelio).

 Aspectos de este idea:

En primer lugar, no es fácil despertar de tanto letargo y modorra. El mundo nos invita a sestear en la pereza, en la tibieza o en los gustos y caprichos: preocupaciones en la familia, en el trabajo, las mil tentaciones del mundo. Despertemos y caminemos con los pies del alma (San Agustín) hacia Cristo que nos espera de nuevo en Navidad trayéndonos la salvación (evangelio y 2ª lectura). Es un camino hacia arriba: subamos con dignidad al monte del Señor (1ª lectura). Quien no sube, inevitablemente desciende. ¿Qué me impide subir al monte del Señor: pies atados, corazón apegado, voluntad desmotivada? Hay que estar preparados. Con la casa en orden. Con aceite en las lámparas.

En segundo lugar, una vez que despertemos y caminemos con alegría al encuentro de Cristo, estemos con el corazón vigilante pues en el camino hay ladrones que nos quieren robar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra decencia (evangelio y segunda lectura). ¿Qué ladrones de ordinario me acechan en mi vida cristiana: ladrones internos, ladrones externos? Ahí nos esperan en la vuelta de la esquina: silbidos de sirenas, carruseles de fiestas, orgías en francachelas.

Finalmente, después de hacer la experiencia de Cristo en la oración y en los sacramentos, experimentaremos los frutos de este encuentro con Cristo: estaremos revestidos de Cristo (2ª lectura) y cosecharemos frutos suculentos (1ª y 2ª lectura): seremos hombres de luz, de paz y de moral en nuestra casa, en nuestros ambientes. ¿Qué frutos estoy ofreciendo de mi experiencia de Cristo?

Para reflexionar: pongamos las pilas de la gracia a nuestro despertador, en el caso de que estén gastadas, y marquemos bien la hora de levantarnos temprano para subir cada día al monte de la oración y progresemos en las virtudes durante el día. Que en la Navidad, Cristo nos encuentre preparados con la lámpara de la fe encendida y en paz con todos. Encomendémonos a la Virgen del Adviento que es también la Virgen de las Vigilias para que nos ayude a preparar el corazón para recibir a su Hijo Jesús.

Para rezar: cantemos la famosa canción: “Ven, ven, Señor no tardes, ven, ven que te esperamos; ven, ven, Señor, no tardes, ven pronto, Señor. El mundo muere de frío, el alma perdió el calor, los hombres no son hermanos, al mundo le faltas tú. Ven, ven, Señor, no tardes, ven, ven que te esperamos, ven, ven, Señor, no tardes, ven pronto Señor”.