Algunos
ejercicios de piedad recomendados
Fuente:
www.vatican.va
Autor: Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos
192. No es
cuestión de hacer aquí un elenco de todos los ejercicios de piedad
recomendados por el Magisterio. Sin embargo, se recuerdan algunos que merecen
especial atención, para ofrecer algunas indicaciones sobre su desarrollo y
sugerir, si fuera preciso, alguna corrección.
Escucha orante de la Palabra de Dios
193. La indicación conciliar de promover la "sagrada celebración de la palabra
de Dios" en algunos momentos significativos del Año litúrgico puede encontrar,
también, una aplicación válida en las manifestaciones de culto en honor de la
Madre del Verbo encarnado. Esto se corresponde perfectamente con la tendencia
general de la piedad cristiana, y refleja la convicción de que actuar como
ella ante la Palabra de Dios es ya un obsequio excelente a la Virgen (cfr. Lc
2,19.51). Del mismo modo que en las celebraciones litúrgicas, también en los
ejercicios de piedad los fieles deben escuchar con fe la Palabra, debe
acogerla con amor y conservarla en el corazón; meditarla en su espíritu y
proclamarla con sus labios; ponerla en práctica fielmente y conformar con ella
toda su vida.
194. "Las celebraciones de la Palabra, por las posibilidades temáticas y
estructurales que permiten, ofrecen múltiples elementos para encuentros de
culto que sean a la vez expresiones de auténtica piedad y momento adecuado
para desarrollar una catequesis sistemática sobre la Virgen. Sin embargo, la
experiencia nos enseña que las celebraciones de la Palabra no pueden tener un
carácter predominantemente intelectual o exclusivamente didáctico; por el
contrario, deben dar lugar – en los cantos, en los textos de oración, en el
modo de participar de los fieles – a formas de expresión sencillas y
familiares, de la piedad popular, que hablan de modo inmediato al corazón del
hombre".
El "Ángelus Domini"
195. El Ángelus Domini es la oración tradicional con que los fieles, tres
veces al día, esto es, al alba, a mediodía y a la puesta del sol, conmemoran
el anuncio del ángel Gabriel a María. El Ángelus es, pues, un recuerdo del
acontecimiento salvífico por el que, según el designio del Padre, el Verbo,
por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre en las entrañas de la Virgen
María.
La recitación del Ángelus está profundamente arraigada en la piedad del pueblo
cristiano y es alentada por el ejemplo de los Romanos Pontífices. En algunos
ambientes, las nuevas condiciones de nuestros días no favorecen la recitación
del Ángelus, pero en otros muchos las dificultades son menores, por lo cual se
debe procurar por todos los medios que se mantenga viva y se difunda esta
devota costumbre, sugiriendo al menos la recitación de tres avemarías. La
oración del Ángelus, por "su sencilla estructura, su carácter bíblico,... su
ritmo casi litúrgico, que santifica diversos momentos de la jornada, su
apertura al misterio pascual,... a través de los siglos conserva intacto su
valor y su frescura".
"Incluso es deseable que, en algunas ocasiones, sobre todo en las comunidades
religiosas, en los santuarios dedicados a la Virgen, durante la celebración de
algunos encuentros, el Ángelus Domini... sea solemnizado, por ejemplo,
mediante el canto del Avemaría, la proclamación del Evangelio de la
Anunciación" y el toque de campanas.
El "Regina caeli"
196. Durante el tiempo pascual, por disposición del Papa Benedicto XIV (20 de
Abril de 1742), en lugar del Ángelus Domini se recita la célebre antífona
Regina caeli. Esta antífona, que se remonta probablemente al siglo X-XI,
asocia de una manera feliz el misterio de la encarnación del Verbo (el Señor,
a quien has merecido llevar) con el acontecimiento pascual (resucitó, según su
palabra), mientras que la "invitación a la alegría" (Alégrate) que la
comunidad eclesial dirige a la Madre por la resurrección del Hijo, remite y
depende de la "invitación a la alegría" ("Alégrate, llena de gracia": Lc 1,28)
que Gabriel dirigió a la humilde Sierva del Señor, llamada a ser la madre del
Mesías salvador.
Como se ha sugerido para el Ángelus, será conveniente a veces solemnizar el
Regina caeli, además de con el canto de la antífona, mediante la proclamación
del evangelio de la Resurrección.
El Rosario
197. El Rosario o Salterio de la Virgen es una de las oraciones más excelsas a
la Madre del Señor. Por eso, "los Sumos Pontífices han exhortado repetidamente
a los fieles a la recitación frecuente del santo Rosario, oración de impronta
bíblica, centrada en la contemplación de los acontecimientos salvíficos de la
vida de Cristo, a quien estuvo asociada estrechamente la Virgen Madre. Son
numerosos los testimonios de los Pastores y de hombres de vida santa sobre el
valor y eficacia de esta oración".
El Rosario es una oración esencialmente contemplativa, cuya recitación "exige
un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezcan, en quien ora, la
meditación de los misterios de la vida del Señor". Está expresamente
recomendado en la formación y en la vida espiritual de los clérigos y de los
religiosos.
198. La Iglesia muestra su estima por la oración del santo Rosario al proponer
un rito para la Bendición de los rosarios. Este rito subraya el carácter
comunitario de la oración del rosario; la bendición de los rosarios se
acompaña de la bendición a los que meditan los misterios de la vida, muerte y
resurrección del Señor, para que "puedan establecer una armonía perfecta entre
la oración y la vida".
Por otra parte, sería recomendable realizar la bendición de los rosarios, tal
como sugiere el Bendicional, "con la participación del pueblo", durante las
peregrinaciones a santuarios marianos, en las fiestas de la Virgen María, en
especial la del Rosario, o al final del mes de Octubre.
199. A continuación se presentan algunas sugerencias que, conservando la
naturaleza propia del Rosario, pueden hacer que su recitación sea más
provechosa.
En algunas ocasiones la recitación de Rosario podría adquirir un tono
celebrativo: "mediante la proclamación de lecturas bíblicas referidas a cada
misterio, con el canto de algunas partes, mediante una distribución prudente
de las diferentes funciones, con la solemnización de los momentos de inicio y
conclusión de la oración".
200. Para los que recitan una tercera parte del Rosario, la costumbre
distribuye los misterios según los días de la semana: gozosos (lunes y
jueves), dolorosos (martes y viernes), gloriosos (miércoles, sábado y
domingo).
Esta distribución, si se mantiene con demasiada rigidez, puede dar lugar a una
oposición entre el contenido de los misterios y el contenido litúrgico del
día: se pueden pensar, por ejemplo, en la recitación de los misterios
dolorosos en el día de Navidad, cuando sea viernes. En estos casos se puede
mantener que "la característica litúrgica de un determinado día debe
prevalecer sobre su situación en la semana; pues no resulta ajeno a la
naturaleza del Rosario realizar, según los días del Año litúrgico, oportunas
sustituciones de los misterios, que permitan armonizar ulteriormente el
ejercicio de piedad con el tiempo litúrgico". Así, por ejemplo, actúan
correctamente los fieles que el 6 de Enero, solemnidad de la Epifanía, recitan
los misterios gozosos y como "quinto misterio" contemplan la adoración de los
Magos, en lugar del episodio de Jesús perdido y hallado en el templo de
Jerusalén. Obviamente, este tipo de sustituciones se debe realizar con
ponderación, fidelidad a la Escritura y corrección litúrgica
201. Para favorecer la contemplación y para que la mente concuerde con la voz,
los Pastores y los estudiosos han sugerido en muchas ocasiones restaurar el
uso de la cláusula, una antigua estructura del Rosario que sin embargo nunca
desapareció del todo.
La cláusula, que se adapta bien a la naturaleza repetitiva y meditativa del
Rosario, consiste en una oración de relativo que sigue al nombre de Jesús y
que recuerda el misterio enunciado. Una cláusula correcta, fija para cada
decena, breve en su enunciado, fiel a la Escritura y a la Liturgia, puede
resultar una valiosa ayuda para la recitación meditativa del santo Rosario.
202. "Al ilustrar a los fieles sobre el valor y belleza del Rosario se deben
evitar expresiones que rebajen otras formas de piedad también excelentes o no
tengan en cuenta la existencia de otras coronas marianas, también aprobadas
por la Iglesia", o que puedan crear un sentimiento de culpa en quien no lo
recita habitualmente: "el Rosario es una oración excelente, pero el fiel debe
sentirse libre, atraído a rezarlo, en serena tranquilidad, por la intrínseca
belleza del mismo".
Las Letanías de la Virgen
203. Entre las formas de oración a la Virgen, recomendadas por el Magisterio,
están las Letanías. Consisten en una prolongada serie de invocaciones
dirigidas a la Virgen, que, al sucederse una a otra de manera uniforme, crean
un flujo de oración caracterizado por una insistente alabanza-súplica. Las
invocaciones, generalmente muy breves, constan de dos partes: la primera de
alabanza ("Virgo Clemens"), la segunda de súplica ("ora pro nobis").
En los libros litúrgicos del Rito Romano hay dos formularios de letanías: Las
Letanías lauretanas, por las que los Romanos Pontífices han mostrado siempre
su estima; las Letanías para el rito de coronación de una imagen de la Virgen
María, que en algunas ocasiones pueden constituir una alternativa válida al
formulario lauretano.
No sería útil, desde el punto de vista pastoral, una proliferación de
formularios de letanías; por otra parte, una limitación excesiva no tendría
suficientemente en cuenta las riquezas de algunas Iglesias locales o familias
religiosas. Por ello, la Congregación para el Culto Divino ha exhortado a
"tomar en consideración otros formularios antiguos o nuevos en uso en las
Iglesias locales o Institutos religiosos, que resulten notables por su solidez
estructural y la belleza de sus invocaciones". Esta exhortación se refiere,
evidentemente, a ámbitos locales o comunitarios bien precisos.
Como consecuencia de la prescripción del Papa León XIII de concluir, durante
el mes de Octubre, la recitación del Rosario con el canto de las Letanías
lauretanas, se creó en muchos fieles la convicción errónea de que las Letanías
eran como una especie de apéndice del Rosario. En realidad, las Letanías son
un acto de culto por sí mismas: pueden ser el elemento fundamental de un
homenaje a la Virgen, pueden ser un canto procesional, formar parte de una
celebración de la Palabra de Dios o de otras estructuras cultuales.
La consagración-entrega a María
204. A lo largo de la historia de la piedad aparecen diversas experiencias,
personales y colectivas, de "consagración-entrega-dedicación a la Virgen" (oblatio,
servitus, commendatio, dedicatio). Estas fórmulas aparecen en los
devocionarios y en los estatutos de asociaciones marianas, en los cuales
encontramos fórmulas de "consagración" y oraciones para la misma o en recuerdo
de ella.
Respecto a la práctica piadosa de la "consagración a María" no son
infrecuentes las expresiones de aprecio de los Romanos Pontífices y son
conocidas las fórmulas que ellos han recitado públicamente.
Un conocido maestro de la espiritualidad que presenta dicha práctica es san
Luis María Grignion de Montfort, "el cual proponía a los cristianos la
consagración a Cristo por manos de María, como medio eficaz para vivir
fielmente el compromiso del bautismo".
A la luz del testamento de Cristo (cfr. Jn 19,25-27), el acto de
"consagración" es el reconocimiento consciente del puesto singular que ocupa
María de Nazaret en el Misterio de Cristo y de la Iglesia, del valor ejemplar
y universal de su testimonio evangélico, de la confianza en su intercesión y
la eficacia de su patrocinio, de la multiforme función materna que desempeña,
como verdadera madre en el orden de la gracia, a favor de todos y de cada uno
de sus hijos.
Hay que notar, sin embargo, que el término "consagración" se usa con cierta
amplitud e impropiedad: "se dice, por ejemplo "consagrar los niños a la
Virgen", cuando en realidad sólo se pretende poner a los pequeños bajo la
protección de la Virgen y pedir para ellos su bendición maternal". Se entiende
así la sugerencia de bastantes, de sustituir el término "consagración" por
otros, como "entrega", "donación". De hecho, en nuestros días, los avances de
la teología litúrgica y la exigencia consiguiente de un uso riguroso de los
términos, sugieren que se reserve el término consagración a la ofrenda de uno
mismo que tiene como término a Dios, como características la totalidad y la
perpetuidad, como garantía la intervención de la Iglesia, como fundamento los
sacramentos del Bautismo y de la Confirmación.
En cualquier caso, con respecto a esta práctica es necesario instruir a los
fieles sobre su naturaleza. Aunque tenga las características de una ofrenda
total y perenne: es sólo analógica respecto a la "consagración a Dios"; debe
ser fruto no de una emoción pasajera, sino una decisión personal, libre,
madurada en el ámbito de una visión precisa del dinamismo de la gracia; se
debe expresar de modo correcto, en una línea, por así decir, litúrgica: al
Padre por Cristo en el Espíritu Santo, implorando la intercesión gloriosa de
María, a la cual se confía totalmente, para guardar con fidelidad los
compromisos bautismales y vivir en una actitud filial con respecto a ella; se
debe realizar fuera del Sacrificio eucarístico, pues se trata de un acto de
devoción que no se puede asimilar a la Liturgia: la entrega a María se
distingue sustancialmente de otras formas de consagración litúrgica.
El escapulario del Carmen y otros escapularios
205. En la historia de la piedad mariana aparece la "devoción" a diversos
escapularios, entre los que destaca el de la Virgen del Carmen. Su difusión es
verdaderamente universal y sin duda se le aplican las palabras conciliares
sobre las prácticas y ejercicios de piedad "recomendados a lo largo de los
siglos por el Magisterio".
El escapulario del Carmen es una forma reducida del hábito religioso de la
Orden de Hermanos de la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo: se ha
convertido en una devoción muy extendida e incluso más allá de la vinculación
a la vida y espiritualidad de la familia carmelitana, el escapulario conserva
una especie de sintonía con la misma.
El escapulario es un signo exterior de la relación especial, filial y
confiada, que se establece entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y los
devotos que se confían a ella con total entrega y recurren con toda confianza
a su intercesión maternal; recuerda la primacía de la vida espiritual y la
necesidad de la oración.
El escapulario se impone con un rito particular de la Iglesia, en el que se
declara que "recuerda el propósito bautismal de revestirse de Cristo, con la
ayuda de la Virgen Madre, solícita de nuestra conformación con el Verbo hecho
hombre, para alabanza de la Trinidad, para que llevando el vestido nupcial,
lleguemos a la patria del cielo".
La imposición del escapulario del Carmen, como la de otros escapularios, "se
debe reconducir a la seriedad de sus orígenes: no debe ser un acto más o menos
improvisado, sino el momento final de una cuidadosa preparación, en la que el
fiel se hace consciente de la naturaleza y de los objetivos de la asociación a
la que se adhiere y de los compromisos de vida que asume".
Las medallas marianas
206. A los fieles les gusta llevar colgadas del cuello, casi siempre, medallas
con la imagen de la Virgen María. Son testimonio de fe, signo de veneración a
la Santa Madre del Señor, expresiones de confianza en su protección maternal.
La Iglesia bendice estos objetos de piedad mariana, recordando que "sirven
para rememorar el amor de Dios y para aumentar la confianza en la Virgen
María", pero les advierte que no deben olvidar que la devoción a la Madre de
Jesús exige sobre todo "un testimonio coherente de vida".
Entre las medallas marianas destaca, por su extraordinaria difusión, la
denominada "medalla milagrosa". Tuvo su origen en las apariciones de la Virgen
María, en 1830, a una humilde novicia de las Hijas de la Caridad, la futura
santa Catalina Labouré. La medalla, acuñada conforme a las indicaciones de la
Virgen a la Santa, ha sido llamada "microcosmos mariano" a causa de su rico
simbolismo: recuerda el misterio de la Redención, el amor del Corazón de
Cristo y del Corazón doloroso de Maria, la función mediadora de la Virgen, el
misterio de la Iglesia, la relación entre la tierra y el cielo, entre la vida
temporal y la vida eterna.
Un nuevo impulso para la difusión de la "medalla milagrosa" vino de san
Maximiliano María Kolbe (+1941) y de los movimientos que inició o que se
inspiraron en él. En 1917 adoptó la "medalla milagrosa" como distintivo de la
Pía Unión de la Milicia de la Inmaculada, fundada por él en Roma, cuando era
un joven religioso de los Hermanos Menores Conventuales.
La "medalla milagrosa", como el resto de las medallas de la Virgen y otros
objetos de culto, no es un talismán ni debe conducir a una vana credulidad. La
promesa de la Virgen, según la cual "los que la lleven recibirán grandes
gracias", exige de los fieles una adhesión humilde y tenaz al mensaje
cristiano, una oración perseverante y confiada, una conducta coherente.
El himno "Akathistos"
207. El venerable himno a la Madre de Dios, denominado Akathistos – esto es,
cantado de pie –, representa una de las más altas y célebres expresiones de
piedad mariana en la tradición bizantina. Obra de arte de la literatura y de
la teología, contiene en forma orante todo cuanto la Iglesia de los primeros
siglos ha creído sobre María, con el consenso universal. Las fuentes que
inspiran este himno son la sagrada Escritura, la doctrina definida en los
Concilios ecuménicos de Nicea (325), de Éfeso (431) y de Calcedonia (451), y
la reflexión de los Padres orientales de los siglos IV y V. Se celebra
solemnemente en el Año litúrgico oriental, el quinto sábado de Cuaresma; el
himno Akathistos se canta también en otras muchas ocasiones, y se recomienda a
la piedad del clero, de los monjes y de los fieles.
En los últimos años este himno se ha difundido mucho, también en las
comunidades de fieles de rito latino. Especialmente han contribuido a su
conocimiento algunas solemnes celebraciones marianas que tuvieron lugar en
Roma, con la asistencia del Santo Padre y con amplia resonancia eclesial. Este
himno antiquísimo, que constituye el fruto maduro de la más antigua tradición
de la Iglesia indivisa en honor de María, es una llamada e invocación a la
unidad de los cristianos bajo la guía de la Madre del Señor: "Tanta riqueza de
alabanzas, acumulada por las diversas manifestaciones de la gran tradición de
la Iglesia, podría ayudarnos a que ésta vuelva a respirar plenamente con sus
"dos pulmones", Oriente y Occidente".