CAPITULO I

LOS ACONTECIMIENTOS.

 

Veamos ahora lo sucedido con Jesús y sus discípulos durante los últimos días de la vida terrena del Maestro, para ello seguiremos los pasos que nos narran los evangelios, buscando la razón de ser de esos pasos; después nos acercaremos a la experiencia personal de Jesús internamente, tratando de ver cuales fueron sus sentimientos poco antes de morir, todo esto hecho con el fin de valorar la muerte de Jesús en su significado teológico.

 

A.- Los últimos días de Jesús sobre la tierra.

La última etapa de la vida de Jesús comienza cuando llega con sus discípulos a Jerusalén para celebrar la Pascua Judía (Cf. Mc 11.1-11 y paralelos). Jesús es el Rabí (Maestro) de un grupo de discípulos a los ha venido enseñando su doctrina y conviviendo con ellos desde hace dos o tres años; ahora han llegado juntos a Jerusalén para la celebración que se aproxima. Los discípulos han aprendido durante esos años a entender las acciones de su Maestro y a escuchar su doctrina. En Israel era frecuente encontrar grupos de maestros y discípulos como este.

Jesús ha tenido la intención de fundar su propia Iglesia, por eso es que llamó a sus discípulos y los enseñó con su comportamiento y su palabra. Esta misión de fundar la Iglesia la fue descu-briendo por ser Hijo de Dios; al final .después de su muerte. resultaría hecha realidad, pero en esos días de su pasión Jesús como hombre debió sufrir enormemente la sensación de no haber cumplido su misión, la cual habría ido descubriendo poco a poco y de la cual estaría ya plenamente seguro, tal como se lo había demostrado a sus discípulos.

Los judíos celebran cada año la Pascua para conmemorar la intervención de Dios que los salvó de la esclavitud en Egipto. Esta había sido la mayor intervención de Dios en toda la historia del pueblo de Israel, y por eso los judíos festejaban cada año en Jerusalén, donde se encontraba el Templo, el recuerdo de la maravilla que Dios había obrado con su pueblo. Jesús y sus doce discí-pulos llegaron a Jerusalén para celebrar la Pascua y regresar a Galilea donde continuaría su pre-dicación y su enseñanza, pero todo habría de cambiar en unas cuantas horas; los acontecimientos se desenvolvieron de tal manera y con tal rapidez que todos quedaron desconcertados.

1.- Semana judía y semana actual.

Veamos ahora en un cuadro los pasos seguidos por Jesús en Jerusalén, considerando un des-fase entre los días de la semana judía y la cristiana, pues en aquel tiempo los judíos contaban la duración de los días a partir de una puesta del sol, y su terminación hasta la siguiente.

La primera columna de la tabla siguiente nos indica el día judío; en la segunda aparece el mismo día, pero dividido en dos partes, inicio y fin, con el propósito de compararlo con las partes de nuestro día actual. En la tercer columna se indican los días de nuestra semana actual divididos también en dos partes: día, que comprende desde el amanecer hasta que oscurece, y noche hasta un nuevo amanecer, ubicando en ellos los últimos acontecimientos de la vida de Jesús en la parte que les corresponde.

Semana Judía: Semana Cristiana: Suceso:

Jueves Inicio: noche del miércoles.

Fin: atardecer del jueves: Por la tarde: La Ultima Cena. Oración en el Huerto de los Olivos.

Viernes Inicio: jueves en la noche: Por la noche: Arresto de Jesús y

Fin: viernes al anochecer: juicio ante el Sanedrín I.

(Lc 22,54; Jn 18,13-24).

Por la mañana: Juicio Sanedrín II

(Mt 26,57-66; Lc 22,66-71). Jesús ante Pilato I (Lc 23,2-7) Jesús ante Herodes (Lc 23,13-24)

Jesús ante Pilato II (Lc 23,13-24). Muerte en la cruz hacia las 3 PM.

Sepultura, antes de del anochecer.

Sábado Inicio: viernes en la noche. Jesús está en el sepulcro, sus dis- Fin: sábado al atardecer. cípulos se encuentran escondidos.

Domingo Inicio: sábado por la noche. Jesús RESUCITA.

Fin: domingo al anochecer.

 

Antes de analizar los diversos pasajes bíblicos que nos hablan de la resurrección, nos detendremos a estudiar los últimos días de la vida de Jesús para poder comprender en donde está el valor de su muerte, y así entender por qué Dios lo resucitó de entre los muertos.

2.- La Ultima Cena.

En la tarde de nuestro jueves se reunió Jesús con sus discípulos en Jerusalén para cenar, sería la última vez que lo hiciera. Para entonces ya se había dado cuenta de que el Sanedrín lo buscaba.

El Sanedrín era la máxima autoridad religiosa y civil de Israel; estaba formado por el Sumo Sacerdote, un grupo de saduceos, un grupo de fariseos y algunos ancianos de la aristocracia laica. Como autoridad máxima judía, el Sanedrín se vio obligado a intervenir por las manifestaciones pro-vocadas al llegar Jesús a la ciudad, y luego al presentarse en el Templo. No lo hizo de inmediato porque sus miembros tenían miedo a la reacción del pueblo sobre el cual Jesús ciertamente ejercía influencia (Cf. Mt 21,14ss; Lc 19,47-48; Jn 12,19), pero una vez decidido a intervenir tenía que hacerlo antes de que comenzara el sábado en que se celebraba la Pascua, pues no hubiera sido po-sible hacerlo durante la fiesta, por motivos religiosos. Entonces convinieron los miembros del Sane-drín con Judas Iscariote su traición y la entrega de su Maestro en un lugar apartado.

3.- En el Huerto de los Olivos.

Después de cenar, Jesús y sus discípulos se dirigieron al Huerto de los Olivos para orar, porque Jesús sentía preocupación y angustia (Mc 14,33), tanto que llegó a exclamar en su oración "Padre, todo es posible para tí, aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mc 14,36).

Los discípulos no comprendían lo que iba a suceder y se quedaron dormidos; llegó entonces la gente armada que había enviado el Sanedrín a prender a Jesús, y Judas lo entregó con un beso (Mc14,44-45). Jesús quedó hecho prisionero y sus discípulos huyeron (Mc 14,50). Después de esto Jesús tendría que caminar solo hacia la cruz.

Es importante darse cuenta de la traición de Judas, de la reacción de los discípulos y de las posteriores negaciones de Pedro. En la reacción de los discípulos se constata que todo lo que Jesús había enseñado y hecho no fue suficiente para confirmarles la fe en que él era el Hijo de Dios. Apa-rentemente, al menos por esos días, no estaban convencidos de la divinidad de Jesús, y es que ella no era nada sencillo de entender.

El pueblo de Israel había sido depositario de la revelación de Dios por más de mil años, y estaba firmemente convencido de ser su pueblo elegido (Ex 6,6ss), pero según la revelación con-tenida en el Antiguo Testamento Dios era un ser trascendente, omnipotente, eterno, y por lo mismo extraño y lejano para el mundo y para el hombre, al grado de que los israelitas ni siquiera se atrevían a pronunciar su nombre. Es cierto que Yahweh, Dios, se manifestó en varias ocasiones al pueblo de Israel, pero nunca descendió en lo personal al mundo, sino que se comunicaba con el pueblo a través de la nube, de los ángeles, del sueño, etc. Ahora Jesús, con sus treinta años de edad, se presenta en medio del pueblo predicando que es el Hijo de Dios, y dirigiéndose a él como un niño se dirigiría a su padre, diciéndole Abbá, hablándole con una de las palabras más familiares que los niños peque-ños aprendían a pronunciar. El que Jesús llamara a Dios Abbá era una verdadera blasfemia, una locura y un escándalo, y el que un hombre se considerara Hijo de Dios, y así lo predicara, era algo sencillamente insoportable para los dirigentes religiosos del pueblo judío.

Por otra parte Israel esperaba, y espera todavía, un Mesías, si, pero de una personalidad totalmente opuesta a la de Jesús; esperaba un Mesías fuerte, a un hombre con poderes divinos que fuera capaz de llevar al pueblo hacia su libertad independizándolo del dominio romano; que le uniera política y religiosamente, que le diera prosperidad y bienestar; y Jesús fue todo lo contrario. Esto explica la razón que tenía el Sanedrín para tratar de acabar con la vida de Jesús, ya que encon-traba que su predicación y su persona se apartaban radicalmente de sus expectativas religiosas.

Jesús rompía con todos los moldes, su mensaje no tenía cabida en el Antiguo Testamento. Sería demasiado pedir que el Sanedrín pudiera comprender lo que estaba sucediendo con Jesús; sus propios discípulos, que lo conocieron y convivieron con él, y que le vieron hacer tantos milagros, no lo comprendieron: Judas lo traicionó, Pedro lo negó, y los demás lo abandonaron, ¿qué otra cosa iba a hacer el Sanedrín?

Jesús se quedó solo prácticamente desde el Huerto de los Olivos, incomprendido por los apóstoles y por los judíos tendría que caminar solo hacia la cruz y la muerte; desde ahora con-templamos el paso tan difícil que debió dar Jesús.

A lo largo de la historia de la salvación Dios había pedido cosas difíciles: a Moisés le pidió que liberara a todo un pueblo del poder del Faraón, a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac, a María que aceptara ser la madre del Hijo de Dios, etc., pero a todos ellos Dios los protegió; a Jesús no, a Jesús nadie le acompañó hasta su muerte, y fue una muerte horrible.

En el capítulo siguiente, al tratar sobre la actitud interna de Jesús en los últimos días, veremos el significado de la traición de Judas, de las negaciones de Pedro y de la cobardía de los demás discípulos.

4.- Arresto de Jesús.

"Todavía estaba hablando, cuando de pronto llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que le iba a entregar les había dado esta contraseña: Aquel a quien yo dé un beso, ése es, prendedle y llevadle con cautela. Nada más llegar, se acerca a él y le dice: Rabbí, y le dio un beso. Ellos le echaron mano y le prendieron" (Mc 14,34-46).

El pueblo judío había sido conquistado por el imperio romano desde el año 63 a.C.; con él, al igual que con todas sus colonias, la forma de dominio seguida fue de un gran respeto hacia sus instituciones políticas y religiosas, y en general hacia sus valores culturales, militares, etc. La táctica romana de dominio consistía en tener un representante en el país, llamado Procurador, y varias legiones de soldados encargados de imponer y conservar la paz, tanto militar como diplomática-mente, para que el pueblo pudiera trabajar y pagar sus tributos al Emperador. Por eso el Sanedrín, como máxima autoridad civil y religiosa de Israel, tenía cierta libertad de acción; contaba incluso con un pequeño ejército con el cual podía imponer el orden entre los judíos, pero que era insu-ficiente en número para enfrentarse a las legiones romanas.

Junto con sus soldados, el Sanedrín envió a un grupo de personas encargadas de hacer apare-cer el arresto de Jesús como consecuencia de una pequeña revuelta callejera.

5.- Sanedrín I.

"Los que prendieron a Jesús le llevaron ante el Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos... Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestidos y dijo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué os parece? Respondieron ellos diciendo: Es reo de muerte" (Mt 26,57 y 65-66).

"Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo" (Jn 18,14).

Jesús fue llevado ante el Sanedrín por primera vez el mismo jueves en la noche; a partir de entonces el procedimiento seguido para juzgarlo fue totalmente ilegal. La legislación judía pres-cribía que los delitos mayores, los merecedores de la pena capital, se examinaran solamente de día, nunca en tiempo de fiestas y nunca en el transcurso de solo día. Además, los judíos estaban auto-rizados para dar muerte ellos mismos a un reo por blasfemia mediante el procedimiento de lapidación (He 7,55s); sin embargo lo entregaron a Poncio Pilato para ser crucificado, lo cual indica que la intención del Sanedrín era otra que simplemente la de ejecutar a un blasfemo, y es que Jesús había adquirido tal renombre que los judíos tenían miedo de echarse al pueblo encima en caso de ordenar ellos que fuera lapidado, por eso les era más conveniente hacer que lo condenaran los roma-nos por motivos aparentemente políticos.

El mismo jueves por la noche el Sanedrín declaró a Jesús reo de muerte, como lo comenta el evangelio de Mateo, y sus miembros discutieron acerca de la acusación. La sentencia que reporta el evangelio de Juan en 18,14 nos da la clave del resultado: "...convenía que muriera un solo hombre por el pueblo".

Las acusaciones presentadas contra Jesús fueron muchas: Considerarse Hijo de Dios, consi-derarse el Mesías, correr a los vendedores y cambistas del Templo, predecir la destrucción de su edificio, llamar Abbá a Dios, pretender tener poder de perdonar los pecados, etc. La verdad es que Jesús con su actuación ponía en tela de juicio toda la religión judía, y esto resultaba intolerable para el Sanedrín, de allí la frase del Sumo Sacerdote, era mejor que muriera Jesús y no que todo el pueblo se viera afectado en la base misma de su religión.

La primera reunión con Jesús esa noche fue para declararlo reo de muerte, pero el Sanedrín quiso que muriera crucificado por los romanos y no lapidado por los judíos.

6.- Sanedrín II.

"Llegada la mañana, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejo contra Jesús para darle muerte. Y después de atarle le llevaron y le entregaron al Procurador Pilato" (Mt 27,1-2).

El viernes por la mañana se reunió por segunda vez el Sanedrín para preparar la estrategia que seguirían para acusar a Jesús ante Poncio Pilato. En esta segunda reunión las acusaciones cambiaron totalmente respecto a las que se habían presentado la noche anterior: Acusarían a Jesús de no querer pagar los impuestos y de proclamarse Rey de los judíos, en oposición al Emperador romano; incurriría entonces en el grave delito de rebelión contra la autoridad imperial y merecería el castigo de morir en la cruz (Cf. Lc 23,2-3).

7.- Poncio Pilato I.

"Comenzaron a acusarle diciendo: Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey. Pilato le preguntó: ¿Eres tú el Rey de los judíos? El le respondió: Si, tu lo dices. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: Ningún delito encuentro en este hombre. Pero ellos insistían diciendo: Solivianta al pueblo, ense-ñando por toda Judea, desde Galilea, donde comenzó, hasta aquí. Al oír esto, Pilato preguntó si aquel hombre era galileo. Y, al saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que por aquellos días estaba también en Jerusalén" (Lc 23,2-7).

El evangelio de Lucas nos informa de una primer comparecencia de Jesús ante Pilato, quien lo encuentra inocente pero lo envía ante Herodes por ser originario de Galilea; a su vez, Herodes no quiere juzgarlo y lo regresa al Procurador Pilato. Los otros tres evangelistas condensan estos hechos en una sola presentación ante Pilato, sin mencionar la visita a Herodes.

La actitud y las palabras de Pilato nos muestran que él no encuentra culpa en Jesús y que se ha dado cuenta de su inocencia desde el primer momento que lo vio, sin embargo como Procurador romano debe buscar la paz en su territorio, y un punto clave para ello es conservar las buenas relaciones con el Sanedrín; de allí su táctica evasiva de enviar a Jesús con Herodes, y luego de dar al pueblo a escoger entre la libertad de Jesús y la de Barrabás. Desde su posición como funcionario romano Pilato no cree que Jesús se haya rebelado contra el imperio, pero sí capta lo importante que es para el Sanedrín condenar a Jesús, por eso al final terminará lavándose las manos en señal de que el castigo impuesto ha sido por complacer a los judíos y no por las acusaciones hechas a Jesús.

8.- Herodes.

"Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues hacía largo tiempo que deseaba verle por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna señal que él hiciera. Le preguntó con mucha palabrería, pero él no respondió nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándole con insistencia. Pero Herodes, con su guardia, después de despreciarle y burlarse de él, le puso un espléndido vestido y le remitió a Pilato" (Lc 23,8-11).

A la muerte de Herodes el Grande, en el año 4 a.C., el Emperador Augusto hizo que se cum-plieran sus disposiciones testamentarias y dividió el reino entre sus hijos, dando la zona nor-occidental a Herodes Filipo, la Galilea a Herodes Antipas, y Samaria y Judea a Arquelao. En el año 6 d.C., ante la incapacidad de Arquelao como gobernante, se añadieron Judea y Samaria a la pro-vincia de Siria y quedaron bajo el mando del Procurador de Siria; es por eso que cuando ocurrió la pasión de Jesús el sur de Palestina estaba gobernado por Poncio Pilato, mientras que Galilea lo era por Herodes Antipas, aunque éste también estaba sometido al Imperio Romano; todo esto nos lo confirma Lucas en 3,1: "En el año quince del imperio de Tiberio César siendo Poncio Pilato Procurador de Judea, y Herodes Tetrarca de Galilea...".

Poncio Pilato, al saber que Jesús era de Galilea, y en un intento por disuadir al Sanedrín de sus acusaciones, envió al prisionero ante Herodes Antipas aprovechando que éste, como él mismo, se encontraba en Jerusalén con motivo de la fiesta de Pascua. Por su parte Herodes también se dio cuenta de la responsabilidad que le pasaba Pilato; él tenía poder para mandar lapidar a Jesús, pero en conciencia no podía hacerse cargo de ejecutar el plan del Sanedrín, por lo que decidió regresarlo al Procurador.

9.- Pilato II.

"Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo y les dijo: Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo lo he interrogado delante de vosotros y no he hallado en este hombre ninguno de los delitos de que lo acusáis. Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le castigaré y le soltaré. Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: ¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás! Este había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato. Pilato les habló de nuevo, intentando liberar a Jesús, pero ellos seguían gritando: ¡Crucifícale, crucifícale..." (Lc 23,13-21).

En este pasaje vemos cómo Pilato, en su intento por no ejecutar a Jesús, recurre a la cos-tumbre de dejar en libertad a un prisionero como regalo romano a los judíos por la celebración de la Pascua, pues Pilato sigue convencido de la inocencia de Jesús. Ante esta actitud, el Sanedrín se encarga de difundir entre el pueblo instrucciones para que se grite pidiendo la libertad de Barrabás y la condenación de Jesús; entonces, cuando Pilato pregunta a la muchedumbre cuál de los dos prisio-neros debe ser puesto en libertad, todos responden en favor de Barrabás. Tal vez en otras circuns-tancias los judíos no habrían aceptado la liberación de un asesino, sin embargo el Sanedrín veía en Jesús un peligro mucho mayor que el que ofrecía Barrabás, ya que Jesús con su doctrina cuestionaba todo el fundamento de la religión judía, según la entendían los maestros de la Ley.

Pilato, habiendo agotado todos sus recursos, viendo la insistencia del Sanedrín y teniendo como prioridad el salvaguardar la paz en la región a su cargo, en un último intento preguntó: "Y ¿qué voy a hacer con el que llamáis Rey de los judíos?".

10.- La crucifixión.

"Pilato entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado" (Mc 15,15).

La crucifixión era el castigo que los romanos daban por los delitos más graves, como la rebelión o el asesinato; lo aplicaban para hacer desistir a la población de cometer esos delitos, y para ello los reos eran puestos en el suplicio en sitios donde pudieran ser vistos por mucha gente. Era común que antes de la crucifixión se diera a los condenados un trago de vino con alguna droga que adormecería sus conciencias y atenuaría su sufrimiento, pero Jesús lo rechazó; también era una tradición que los soldados encargados de la ejecución se repartieran las ropas de los condenados, como sucedió con Jesús. Estos dos hechos adquirieron, vistos a la luz de las profecías de los Salmos del Dolor (22,19 y 69,22), una especial importancia para los evangelistas que vieron en ellos su cabal cumplimiento.

También era costumbre colocar sobre el crucificado un letrero en el que se indicaba la causa de su condena. San Juan en 19,19 recuerda que la tabla de la acusación de Jesús contenía una inscripción el hebreo, griego y latín que decía: "Jesús Nazareno, el Rey de los Judíos".

Los signos extraordinarios que según los evangelios acompañaron a la muerte de Cristo quieren ser testimonio de que una nueva era ha comenzado: Las tinieblas que se extendieron por todo el país y la ruptura de la cortina del Templo que cubría al Sancta Sanctorum, lugar santísimo donde solamente el Sumo Sacerdote podía entrar para ofrecer el sacrificio expiatorio. Estas señales son expresión y símbolo de que la Antigua Alianza había terminado y comenzaba un nuevo orden divino (Cf. Heb 8,6-13). También es testimonio de ello la confesión del centurión romano al pie de la cruz: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15,39); en ella vemos que en el momento en que el pueblo judío dejaba que su Mesías muriera en manos de los romanos, surgió la confesión de que Jesús es el Hijo de Dios en labios de uno sus verdugos.

11.- La sepultura.

Por lo general la muerte de los crucificados ocurría después de largas horas, cuando que-daban exhaustos. Normalmente eran sepultados en fosas comunes ubicadas en sitios apartados, pero la valiente intervención de José de Arimatea evitó que a Jesús le fuera dada esa clase de sepultura: él fue donde Poncio Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús para sepultarlo en una tumba de su propiedad, excavada en la roca (Cf. Mc 15,42s).

La relación que escribieron los evangelistas sobre la sepultura de Jesús es sobria, concisa y objetiva, pero precisamente es así como la sepultura se convierte en la confirmación oficial de su muerte. La sepultura es una consecuencia de la muerte, es la muerte llevada a su consumación per-ceptible para los sobrevivientes; el entierro manifiesta en forma visible la partida del hombre de este mundo, su separación definitiva de la sociedad humana; el entierro es la última despedida que los sobrevivientes harán al difunto. Se trata de una separación definitiva que fue vista por San Pablo como la ruptura final del hombre con el pecado del mundo.

 

B.- Valor teológico de la muerte de Jesús.

1.- Introducción.

Analizamos en las páginas anteriores los últimos momentos de la vida terrena de Jesús con-templados desde un punto de vista externo, es decir desde el proceso seguido contra Jesús por el Sanedrín y por Poncio Pilato, y las razones que los judíos y romanos tuvieron para condenarlo a morir en la cruz. En esta sección se tratará de ver cómo sufrió Jesús su muerte y qué experiencia humana le significó; de esta manera podremos comprender, por una parte, la generosidad de Dios, y por la otra el valor insustituible que tuvo la muerte de Jesús en la cruz para la salvación de los hombres. Para descubrir esta experiencia interna de Jesús hemos de recurrir a la figura del Siervo de Yahweh presentada en el Antiguo Testamento.

2.- El Siervo de Yahweh.

a).- Los cuatro himnos del Siervo.

La figura del Siervo de Yahweh se encuentra escrita en el libro del profeta Isaías, en la forma de cuatro himnos o cantos: Is 42,1-4; 49,1-6; 50,4-9; 52,13 a 53,12; de estos cuatro himnos es el cuarto el que está más lleno de dramatismo y el que mejor delinea la figura del Siervo, dice:

"He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Así como se asombraron de él muchos, pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre ni su apariencia era humana, otro tanto se admirarán muchas naciones; ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó verán, y lo que nunca oyeron reconocerán ¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahweh ¿a quién se le reveló? Creció como un retoño delante de él, como la raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; y no tenía aspecto que pudiéramos estimar".

"Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta".

"Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino y Yahweh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca".

"Tras el arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahweh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahweh se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá la luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará.

Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes".

Este cuarto himno, así como los tres que le preceden, fueron escritos en una de las épocas más difíciles de la relación que vivió el pueblo de Israel con Dios. Yahweh había prometido a su pueblo darle una numerosa descendencia, una tierra propia para que la habitara, un Rey, una Ley y un Templo:

Promesa de descendencia numerosa: 1600 a.C. A Abraham.

Promesa de un territorio propio: 1200 a.C. A Moisés y Josué.

Promesa de una Ley: 1170 a.C. A Moisés.

Promesa de una gran dinastía: 1000 a.C. A David.

Promesa de un Templo: 950 a.C. A Salomón.

Todas estas promesas le había cumplido Dios a Israel como pueblo, sin embargo él no supo corresponder a esa generosidad, no cumplió la parte que le correspondía, fue infiel a su Dios (Cf. Ez 16,23s). Por esa falta de correspondencia Yahweh quitó a Israel todas las promesas que le había cumplido; esto sucedió históricamente en el año 586 a.C., fecha en la que Babilonia conquistó a Israel, destruyó el Templo de Jerusalén, deportó a su Rey y a la mayor parte del pueblo apro-piándose su territorio, le suprimió la Ley que había recibido Moisés y le obligó a seguir la propia de Babilonia; finalmente hizo que los israelitas tuvieran que casarse con babilonios, perdiendo así la pureza de su raza. Fue en la amargura de este exilio cuando un profeta escribió los cantos del Siervo de Yahweh.

El profeta Isaías expresa en estos cantos la experiencia dolorosa de un pueblo que se ve abandonado por su Dios (Is 40-55). Los sufrimientos y las calamidades del Siervo reflejan la situación que afronta el pueblo de Israel al tener que vivir la amarga experiencia de su exilio en Babilonia, la cual acepta como un castigo por su infidelidad. En ese momento de dolor, abandono y sufrimiento, Dios la da a su pueblo una esperanza que el Deutero-Isaías recoge en la figura del Siervo de Yahweh.

b).- Contenido doctrinal de los cantos del Siervo de Yahweh.

El Siervo de Yahweh:

1.- Es inocente, no tiene culpa (53,9).

2.- Carga con las culpas de los demás (53,7): "Yahweh descargó sobre él las culpas de todos nosotros".

3.- No reclama (42,2): "No vociferará ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz".

(50,6): "Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban y mis mejillas a los que mesaban mi barba"

4.- Dios mismo le infringió este sufrimiento (53,6): "Yahweh descargó sobre él la culpa de todos nosotros", (53,10): "Mas plugo a Yahweh quebrantarle con dolencias".

5.- Lo abandonaron los suyos (49,7): "Aquel cuya vida es despreciada y es abominado de las gentes".

6.- Dios mismo lo abandonó (49,4): "Pues yo decía: Por poco me he fatigado, en vano e inú-tilmente mi vigor he gastado ¿De veras Yahweh se ocupa de mi causa, y mi Dios de mi trabajo?

7.- Y Dios le había encomendado una misión (42,3s): "Lealmente hará justicia; no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho, y su instrucción atenderán las islas. Así dice Dios..."

8.- Su vida termina en el más completo abandono, sin haber podido descubrir para qué lo había llamado Dios. Ya muerto es enterrado entre los malhechores (53,9): "Y se puso su sepultura entre los malvados".

c).- Valor salvífico del sufrimiento del Siervo.

El sufrimiento del Siervo se convierte en causa de salvación para los demás, y al padecer en favor de los otros lo hace también en favor suyo; al cargar con la culpa, la anula; queda así puesta la condición necesaria para la salvación designada metafóricamente como una curación: "El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados" (53,5).

La salvación que da el Siervo de Yahweh consiste en un estado de seguridad, que resulta del apaciguamiento ((shalom = paz) instaurado en todos los ámbitos de la vida humana y que, como lo muestran sobre todo las descripciones bíblicas del estado original y de la salvación escatológica, se debe en último término a la paz con Dios; y la paz, para la Biblia, es un estado de armonía de todas las relaciones del hombre con Dios, con los demás seres humanos y con la naturaleza.

La obra y la salvación del Siervo tendrán un éxito perdurable. Esta idea del éxito final luego de pasar por todas las dificultades se encuentra en los poemas del Siervo (42,2; 49,4; 50,7s) y culmina con la proclamación de Yahweh en el Canto cuarto; en él, el Siervo obtendrá un éxito inaudito e inesperado, para maravilla de los pueblos y reyes "subirá y crecerá mucho" (52,13s). Este éxito se ilustra mediante dos series de imágenes típicamente bíblicas: una pertenece al ámbito militar por tratarse de una victoria en batalla, "le dará una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre"; la otra está tomada del ámbito forense y se refiere a la victoria de su causa ante el tribunal, cuando finalmente el Siervo sea reconocido como justo (53,11).

La exaltación, victoria o justificación del Siervo consiste en que "verá la luz" (53,11). En el lenguaje de la Biblia y del Oriente antiguo esto significa que vivirá y "prolongará sus años" (53,10); el Siervo podrá incluso trasmitir la vida después de la muerte: "Verá su descendencia" (53,10); así el Siervo vuelto a la vida transmitirá esa vida , y siendo justo justificará a Israel. En cuanto sea exaltado, ejercerá la misión de mediador entre Dios y los hombres.

3.- La muerte de Jesús y la figura del Siervo.

La muerte de Jesús nos hace ver que su misión no es otra que la descrita para el Siervo de Yahweh, ya que él hizo realidad aquello que en el libro del profeta Isaías era solamente una promesa. Jesús es el Siervo de Yahweh, y su figura como tal ejerció un influjo notable en la Cristología del Nuevo Testamento (Cf Mc 1,11; 10,45; Lc 22,37; 24,25-26; He 3,13-18; 8,26-36; I Cor 15,3; 2 Cor 5,21; Fil 2,7; Heb 9,28).

Jesús, al igual que el Siervo, es inocente; por eso Pilato se lava las manos. Jesús carga con las culpas de los demás: "Cristo murió por nuestros pecados" (I Cor 15,3). Jesús no reclama: "pero no sea lo que yo quiero, sino lo que tu quieras" (Mc 14,36). Dios mismo le infringe este sufrimiento: "¡Abba, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa...". Lo abandonaron los suyos, Pedro no negó (Mc 14,66-72), Judas lo traicionó, sus demás discípulos se escondieron (Mc 14,50), Dios mismo parece haberlo abandonado: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".

La muerte de Jesús tiene valor por haberse cumplido en ella la profecía del Siervo de Yahweh y no por el sufrimiento físico que implicó, pues muchos otros también sufrieron el dolor tremendo de ser crucificados, y otras personas han padecido enfermedades muy dolorosas por un tiempo más largo que el que duraba el tormento de la crucifixión. La vida y la muerte de Jesús tienen un enorme valor por la confianza que durante ellas demostró en su Padre Dios, una confianza sin límites llevada hasta el extremo.

Tratemos ahora de comprender lo que pasaba en el interior de Jesús durante sus últimos días.

Jesús, a medida que iba creciendo y desarrollándose, descubría su divinidad. Este descubri-miento no debe haberle sido sencillo de aceptar, porque como ser humano era igual a nosotros y por lo tanto tenía nuestra misma anatomía y nuestra misma forma de pensar, de tal manera que para poder juzgar algo necesitaba contar con elementos; su juicio era limitado pues como humano no podía adivinar el futuro, ni predecirlo, ni conocer lo que las personas sentían y pensaban. Era de nuestra misma condición en todo, menos en el pecado. Como Dios, en cambio, lo sabía todo, podía comprender las cosas presentes, las pasadas y las futuras; era omnisciente y omnipotente.

Cuando Jesús comenzó a descubrirse como Dios, cuando comenzó a notar que Dios estaba presente en él, tuvo que ir poco a poco aprendiendo a traducir su divinidad a términos de su huma-nidad; es como el caso de un místico que tenga una experiencia muy fuerte de Dios, que tiene que aprender a expresarla con la lógica y dentro de las categorías humanas para que sea comprensible a los demás.

Jesús siempre fue Dios, desde su nacimiento hasta su muerte, desde antes de encarnarse hasta después de ser glorificado en la Resurrección, pero como hombre verdadero tuvo que pasar por un proceso humano para comprender su divinidad; podríamos decir que a medida que iba cre-ciendo, humanamente hablando, aprendía a comprender a Dios y a convivir con él.

El conocimiento pleno de su misión en el mundo fue manifestado por Jesús en la sinagoga de Nazaret, en una ocasión que ha sido recordada por Lucas en 4,16-21: "Vino Jesús a Nazaret, donde se había criado, y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías, y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado para proclamar la liberación a los cautivos y dar la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor'. Enrollado el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó a decirles: 'Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy" A continuación Jesús manifestó a los presentes que en él se cumplía todo aquello que el profeta Isaías había escrito muchos años antes. Se trata este texto de una profecía de carácter mesiánico, y si Jesús se la aplicó es porque tenía la certeza de ser el Mesías, el Salvador de los hombres.

Tomando el cuenta que Jesús se había descubierto como el Hijo de Dios, a quien llamaba Abba, el haberse identificado en la sinagoga como el Mesías y Salvador profetizado por Isaías no puede reducirse a un momento de emoción religiosa, sino a una realidad comprendida que también es aceptada por Pedro en Mc 8,27-29 cuando Jesús pregunta "¿Quién dicen los hombres que soy yo?. Ellos le dijeron, unos, que Juan el Bautista; otros que Elías; otros que uno de los profetas. Y él les preguntaba: y vosotros ¿quién decís que soy yo?. Pedro le contesta: 'Tú eres el Cristo..."

A lo largo de su vida Jesús se ha descubierto ser el Hijo de Dios y se ha percatado de su misión como Mesías, sin embargo en el momento en que se encuentre próximo a morir todo habrá de cuestionarlo, pues se verá traicionado por Judas, negado por Pedro y abandonado por todos los suyos. Ya desde su oración en el huerto de Getsemaní Jesús comienza a sentir una terrible angustia humana, y se dirige al Padre: "Abba, todo es posible para tí; aparta de mí esta copa..." (Mc 14,36). El hecho de que estas palabras hayan sido conservadas en arameo es prueba de que se trasmiten tal como fueron dichas por Jesús; en ellas manifiesta el horror tremendo que experimenta al ver que su existencia terminará en la cruz, y lo que es peor, sentir que allí fracasará su misión. Luego, en sus últimos momentos, apelará al Padre pensando que también El le ha abandonado: "Eloi, Eloi, ¿lema sabactani?", Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, palabras que el evangelista Marcos conservó también en arameo, la lengua madre de Jesús.

La muerte de Jesús es una tremenda desilusión porque implica que todo aquello que había experimentado como Hijo de Dios venía a convertirse en una mera ilusión; su muerte en la cruz implicaba que había fracasado en el cumplimiento de su misión, que ni era el Hijo de Dios, ni el Mesías, ni el Salvador. Esta desilusión es la que sentía Jesús, el hombre, aquel viernes en que era sentenciado a muerte por Poncio Pilato; pero sería el hecho de continuar hasta la cruz a pesar del abandono de los suyos, de obedecer ciegamente a Dios a pesar de su aparente abandono, lo que lo convertirá en el Salvador de los hombres, en el Mesías, porque Hijo de Dios nunca dejó de serlo.

La cruz nos da una gran luz sobre el significado teológico de la vida y la muerte de Jesús: Si Jesús pudo llegar hasta ella es porque durante su vida pudo sentir su filiación divina y la cercanía de Dios. Fue para él tan única la experiencia de descubrir a Dios en su propia persona como lo fue única su muerte en la más completa soledad y abandono. Ciertamente él sintió el abandono de Dios poco antes de morir, pero sabía en el fondo de su ser que era verdad todo aquello que descubrió en su vida, que era auténtica su filiación divina, que Dios se la demostró permitiéndole hacer nu-merosos prodigios, y por eso creyó contra toda esperanza.

La muerte en cruz de Jesús nos muestra el inmenso amor de Dios que se hizo hombre en Jesús. Solamente por esta tan especial presencia de Dios en sí mismo pudo llegar Jesús con fidelidad hasta su último momento.

4.- La muerte de Jesús y la actitud de sus discípulos.

La actitud de los apóstoles habla también de lo difícil que fue para Jesús terminar su vida terrena en la cruz.

Aquella trágica semana de su muerte los discípulos habían llegado a Jerusalén con su Maestro para celebrar la Pascua, pero repentinamente los acontecimientos hicieron que cambiara por completo el curso de la vida de Jesús al ser apresado. Si Jesús pudo continuar solo después de su captura fue porque había sido en su propia persona testigo de la más grande manifestación de Dios: su Encarnación. Los discípulos de Jesús, en cambio, no pudieron seguirlo.

a).- La traición de Judas.

"Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: ¿Qué queréis darme y yo os lo entregaré? Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando la oportunidad para entregarle" (Mt 26,14-16).

Todos los datos que nos proporcionan los Evangelios sobre Judas se entienden mejor si pensamos que entregó a su Maestro, más que por cualquier otra razón, para poner a prueba su divinidad; por eso al ver que Jesús no hacía nada por salvarse se asustó, fue a regresar las monedas que había recibido y se ahorcó. Judas quería convencerse de que Jesús era el Hijo de Dios, el Mesías, y con su lógica muy personal pensó que entregándolo al Sanedrín lo obligaría a manifestar su poder para liberarse; cuando Judas se dio cuenta de que no sucedía así, y que Jesús sería crucificado, cayó en una profunda crisis de arrepentimiento por la magnitud de la traición que había realizado. Judas nunca quiso que su Maestro muriera, él lo que quería era que demostrara su poder divino.

"Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: 'Pequé entregando sangre inocente'. Ellos dijeron: 'A nosotros, ¿qué? Tú verás'. El tiró las monedas en el Sanedrín; después se retiró y fue y se ahorcó" (Mt 27,3-5). Como se deduce de este pasaje de Mateo, la verdadera intención de Judas no era cobrar el dinero por su traición sino ade-lantar las cosas; quiso obligar a Jesús a que manifestara su divinidad y por eso lo entregó.

b).- Las negaciones de Pedro.

"Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y se reúnen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. También Pedro le siguió de lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote, y estaba sentado con los criados, calentándose al fuego... Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las criadas del Sumo Sacerdote y al ver a Pedro calentándose, le mira atentamente y le dice: 'También tu estabas con Jesús de Nazaret'. Pero él lo negó: 'Ni se ni en-tiendo qué dices', y salió fuera, al portal, y cantó un gallo. Le vio la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí 'Este es uno de ellos'. Pero él lo negaba de nuevo. Poco después, los que estaban allí volvieron a decir a Pedro: 'Ciertamente eres uno de ellos pues además eres galileo'. Pero él, se puso a echar imprecaciones y a jurar ¡Yo no conozco a ese hombre de quien habláis! (Mc 14,53-54; 66-71).

Pedro es el discípulo que más tiempo sigue a Jesús, le sigue hasta el momento en que le llevan ante el Sanedrín por primera vez. Pedro quiere hasta el último momento creer en su Maestro , se hace el valiente y le acompaña, pero cuando ve que a él lo identifican como uno de sus discípulos siente miedo de ser también condenado y niega a Jesús, públicamente lo desconoce; pero los demás discípulos ni siquiera intentaron seguirlo, corrieron a esconderse en cuanto lo prendieron.

 

C.- Conclusión.

Una cosa está clara entre todos estos sucesos de la pasión y muerte de Jesús: nada de lo que él les enseñó a sus discípulos, nada de las actividades que con ellos había realizado, ni siquiera sus numerosos milagros, bastaron para convencerlos de la divinidad, del mesianismo y de la salvación contenidos en su Maestro. A pesar de todo lo dicho y hecho por Jesús sus discípulos lo abandonaron porque en los últimos momentos de su vida dudaron de él.

Esto es muy importante para la Cristología, porque significa que la verdadera confirmación de todas las pretensiones de Jesús está en su resurrección. Sin el misterio de la resurrección la divinidad de Jesús y su mesianismo seguirían siendo una realidad, pero sólo para Jesús mismo, porque nadie más hubiera creído que era el Hijo de Dios, el Mesías y el Salvador.

La resurrección viene a ser el acontecimiento pleno, definitivo y escatológico que muestra el amor generosísimo del Padre para con el hombre. La vida terrena de Jesús tiene también una gran importancia: era verdaderamente tan imprescindible como se verá luego en el tema de la Encar-nación, ya que sin la experiencia personal de los discípulos que convivieron con él nadie hubiera podido identificar a Jesús resucitado, nadie hubiera podido ser testigo de este acontecimiento fundamental de la Historia de la Salvación.

 

D.- Nota bibliográfica sobre la pasión y muerte de Jesús.

Para una mayor información sobre los temas tratados en este capítulo se recomienda la lectura de las siguientes obras:

Bornkamm G., "Jesús de Nazaret", en especial las páginas 23 a 54 del capítulo 'Tiempo y ambiente'; también las páginas 174 a 192 del capítulo 'El viaje de Jesús a Jerusalén'. Turín, 1968.

AA. VV., "Textos de la época del exilio: El Siervo de Dios". Tomo I, páginas 167 a 190.

H. Urs von Balthasar, "Camino de la cruz". Tomo II, páginas 195 a 233.