CAPITULO III 

EL TESTIMONIO DE LA COMUNIDAD PRIMITIVA

SOBRE JESÚS

 

Si el testimonio dado por Jesús sobre sí mismo acentuaba su humanidad, el testimonio de la comunidad cristiana puso todo su énfasis en la glorificación de Jesús. Todas las expresiones de Jesús muestran su preocupación por hacer comprender a los hombres de su tiempo que Dios se ha acercado a ellos; en cambio la comunidad primitiva hace ver, sobre todo, cómo aquel hombre, Jesús, era Dios y realizaba en su persona todas las prerrogativas propias de su divinidad.

 

A.- Los evangelios de la infancia (Mt 1-2; Lc 1-2).

1.- Introducción.

Solamente dos de los cuatro evangelistas refieren algo sobre el nacimiento de Jesús, ellos son Lucas y Mateo. Los exégetas llaman a los capítulos de los evangelios que hablan sobre este tema "evangelios de la infancia", y un esquema de su contenido es el siguiente:

Mateo: Lucas:

Genealogía de Jesús (1,1-17) Anuncio del nacimiento del Bau- tista (1,5-25).

Anuncio a José de la concepción virginal Anuncio del Angel a María (1,26-39).

de María (1,18-24).

Visita de María a Isabel (1,39-56).

Nacimiento del Salvador (1,25)

Nacimiento del Salvador (2,1-14).

Visita de los magos (2,1-12).

La presentación en el templo (2,21).

Vuelta a Nazaret (2,19-23).

Perdido y hallado en el templo (2,41-52).

Estos capítulos narran la prehistoria de Jesús según modelos del Antiguo Testamento; en ellos Mateo y Lucas presentan, ya desde el nacimiento de Jesús, algunos signos antici-padores de su extraordinario destino.

El evangelio de la infancia es un género literario que trata de anticipar lo que más tarde será el destino glorioso de Jesús, dejando establecido que si resucitó es porque es Hijo de Dios, y si es Hijo de Dios lo fue desde siempre, desde antes de su nacimiento. Esta anticipación de los hechos la forjan los evangelistas recurriendo a figuras teológicas del Antiguo Testamento, para que se pueda contemplar ya desde el nacimiento de Jesús su importancia y su trascendencia. No son, pues, capítulos de historia que intenten narrar con exactitud los acontecimientos del nacimiento de Jesús, sino elaboraciones teológicas que descubren desde que nace cómo será el futuro Salvador y Mesías.

 

2.- Las genealogías.

Tanto en el evangelio de Lucas como en el de Mateo se encuentra la genealogía de Jesús, pero cada uno la presenta en forma diferente: Mateo comienza con Abraham y termina con José, ocupando el centro de la lista, después de 14 antepasados, David, y 14 después de David José. Lucas por su parte comienza con José y sigue hacia atrás hasta llegar a Adán, ocupando Abraham en lugar central de su lista.

Las genealogías expresan una identidad; fueron para Israel, sobre todo después del destierro a Babilonia, el sello concreto de su pertenencia al pueblo elegido. Hay que recordar que las promesas salvíficas fueron dadas a Abraham y a su descendencia, por eso estar genea-lógicamente ligado a Abraham significaba ocupar un puesto en el destino religioso del pueblo elegido.

Mateo vincula a Jesús con Abraham, padre del pueblo de Israel, porque escribió su evangelio para lectores de raza judía, y le interesaba dejar bien claro que Jesús pertenecía por su sangre al pueblo elegido, ya que era descendiente de Abraham. También vincula a Jesús con el Mesías al poner a David en el centro de la lista entre Abraham y José, pues según la profecía de Natán narrada en 2 Sam 7 el Mesías sería un miembro de la casa de David, y Jesús llena ese requisito por haber nacido en Belén, como David, y ser descendiente suyo, pertenecer a su casa y a su familia.

Lucas, en cambio, vincula a Jesús con toda la humanidad al llevar la lista de sus ante-pasados hasta Adán. Jesús sigue perteneciendo al pueblo elegido de Israel porque está unido a Abraham, que ocupa la posición central de la lista, entre Adán y José, pero también es univer-sal porque está unido al primer hombre. De esta manera la misión de Jesús se presenta mucho más amplia: él no viene solamente para las gentes de Israel, sino para todos los hombres del mundo.

Mateo simbolizará esta universalidad de Jesús con el episodio de los Reyes Magos que vienen de Oriente a reconocerlo en Belén como el Hijo de Dios. Lucas, en cambio, no menciona a los Reyes Magos porque ya desde la genealogía ha relacionado la misión de Jesús con toda la humanidad.

 

3.- Teología de Mateo.

a).- La concepción virginal.

Mateo presenta la concepción virginal desde el punto de vista de José, mientras que Lucas lo hace desde la perspectiva de María. Mateo hace ocurrir el anuncio de la concepción virginal durante un sueño de José, para demostrar cómo en Jesús se realiza la profecía de que el Mesías sería concebido virginalmente (Is 7,14).

b).- El nacimiento.

Cuando escribe Mateo sobre el nacimiento de Jesús dice que fue concebido por obra del Espíritu Santo; al colocar al Espíritu Santo en el lugar que correspondería al varón su intención es asegurar que Jesús es Hijo de Dios, que ha sido concebido directamente por Dios sin intervención del hombre.

c).- Los Magos.

El evangelio solamente habla de tres magos; sus nombres, Melchor, Gaspar y Bal-tazar, fueron propuestos por un manuscrito itálico del siglo XIX. Se les considera reyes probablemente por una interpretación del Salmo 72,10 que dice: "Todos los reyes se postrarán ante él". La palabra griega magoi, en la lengua original del evangelio, significa tanto sacer-dotes o magos como propagandistas religiosos; en el griego bíblico empleado en la traducción de los LXX del libro de Daniel (2,2.10), magoi se refiere concretamente a astrólogos de Babilonia.

Algunos autores vinculan a estos tres personajes con los magos de Balaam, citados en Num 23,7, que bajaron de las montañas de Oriente para rendir homenaje al futuro rey mesiá-nico; entendiendo como "Oriente" la región que se inicia al Este del río Jordán, es decir que se considera que el Oriente comienza donde termina Palestina, al otro lado del Jordán.

El evangelista ha introducido esta narración de los Magos para ilustrar la universa-lidad de la misión de Jesús: Ya desde su nacimiento vienen de fuera del territorio palestino a reconocer a Jesús como Hijo de Dios; en esta forma Mateo conecta a todos los seres humanos con los Magos de Oriente, en el acto de adoración a Jesús.

 

d).- La huida a Egipto.

Las palabras pronunciadas por el ángel, que en un sueño anunciaban a José la muerte del rey Herodes, quien había provocado la huida a Egipto de la Sagrada Familia, tienen su antecedente en Ex 4,19: "Anda, vuelve de Egipto, pues han muerto los que buscaban tu muerte". Mateo presenta a Jesús, por medio de esta referencia al Exodo, como el nuevo Moisés, caudillo del pueblo de Dios.

 

4.- Teología de Lucas.

a).- Los anuncios.

Hay una estrecha relación entre el anuncio hecho a Zacarías respecto a la concepción de Isabel su esposa, que se encontraba ya en edad avanzada (1,5-25), y el anuncio hecho a María respecto a su concepción virginal (1,26-38). La atención del evangelista en estos dos casos paralelos se centra en los hijos, Juan el Bautista y Jesús, y las concepciones milagrosas de ambas mujeres hablan del destino tan especial que espera a sus hijos.

En el caso de Juan Bautista el anuncio se dirige a Zacarías, su padre. La madre, Isabel, era estéril y ambos eran de edad avanzada, por lo tanto la fecundidad de ambos era inesperada, pero sin embargo concibieron a Juan; esta milagrosa concepción indica la grandeza de la misión de su hijo. Respecto a María, es ella quien recibe el anuncio de que siendo virgen concebirá un hijo, y esta fecundidad portentosa, mucho más milagrosa que la de Isabel, habla ya de que la misión de Jesús será aún más grande que la del Bautista.

Con la presentación de estas dos concepciones milagrosas Lucas muestra su clara intención de compararlas, de hacer ver que si la de Juan fue milagrosa la de Jesús lo es en mucho mayor grado, porque su misión y su persona son mucho más trascendentes. Respecto a los antecedentes bíblicos de estas concepciones, la de Isabel es comparable con la de Sara, la esposa de Abraham, quien en edad avanzada concibió a su hijo Isaac; en cambio la concepción virginal de María no tiene ningún precedente real, únicamente se menciona como una promesa futura en Isaías 7,14.

 

b).- Los cánticos.

El evangelio de Lucas incluye tres cánticos o himnos: Cuando María visita a su prima Isabel, el llamado "Magnificat" (1,46-55); cuando se lleva a cabo la circuncisión de Juan, el "Benedictus" (1,68-79); y cuando Jesús es presentado en el Templo, el llamado "Cántico de Simeón" (2,29-32).

Estos tres cantos tienen, en el evangelio de Lucas, la función de mostrar que en la persona de Jesús alcanzaron su cumplimiento pleno las promesas hechas por Dios a Israel en el Antiguo Testamento.

 

A.5.- Conclusión.

Ambos evangelistas presentan a Jesús como Señor y como Siervo. Estos dos aspectos de su persona y de su misión se encuentran ya marcados desde su nacimiento: su dignidad y su humillación. Mateo señala también otros acontecimientos contrastantes: por un lado su naci-miento fue anunciado por una estrella, el rey Herodes se enteró de él y vinieron los Magos a adorarlo; por el otro Jesús no tiene donde nacer, es llevado por sus padres a Egipto para sal-varlo y a su regreso tienen que ocultarlo en Galilea. Lucas, por su parte, presenta a María como una mujer humilde en la cual se manifestó la gloria de Dios, pues en el nacimiento de su hijo, que ocurrió en forma precipitada y pobre, cantaron los ángeles venidos del cielo.

Los dos evangelistas hacen resaltar que ya desde el nacimiento de Jesús estuvo pre-sente la futura gloria del Hijo de Dios; pero también señalan el difícil paso que tuvo que dar para llegar a ella: hacerse Siervo.

 

B.- El bautismo de Jesús.

1.

Citan este episodio las siguientes fuentes bíblicas: Mc 1,9-11; Mt 3,13-17; Lc 3,21-22; Jn 1,32-34. También se le encuentra en los escritos apócrifos del "Evangelio compuesto en hebreo que leen los nazarenos", el "Testamento de los XII Patriarcas", el "Testamento de Levi" y el "Testamento de Judá".

 

2.- El bautismo.

El verbo griego baptisthenai corresponde al arameo qal, forma activa intransitiva del verbo tebal, que más que ser bautizado significa "tomar un baño de inmersión"; esta tra-ducción se ve confirmada en Lc 3,7, según el cual los bautizados se sumergían por sí mismos en presencia del Bautista. Se trataba, además, de un bautismo colectivo, como se desprende de Lucas 3,21: "Después de un bautismo del pueblo y de bautizarse también Jesús...".

 

3.- La apertura de los cielos.

Dios, tras un largo silencio marcado por el cierre de los cielos, luego de la expulsión de Adán, se decide finalmente a hablar. El cielo era visto como el lugar de Dios, y se utilizaba el nombre incluso para designar a Dios, como en el Reino de los Cielos, que equivale al Reino de Dios. La tierra era vista como el lugar de los hombres, por eso el hecho de que los cielos estuvieran cerrados equivalía, según el profeta Isaías, a que estuvieran interrumpidas las rela-ciones de Dios con los hombres.

 

4.- "Descendió sobre él el Espíritu".

Solamente Lucas dice en su evangelio que el Espíritu descendió sobre Jesús cuando se encontraba orando luego de haber sido bautizado (3,22); en esto muy probablemente el evan-gelista haya sido influido por el rito bautismal que practicaba la Iglesia primitiva, pues según consta en He 2,1-4, los cristianos rezaban en el momento de la efusión del Espíritu; de ser así Lucas estaría mostrando el bautismo de Jesús como prototipo del bautismo cristiano.

Cuando Marcos y Mateo dicen en sus evangelios que el Espíritu descendió como palo-ma (Mc 1,10) lo que están haciendo es una simple comparación como la que hace Lucas al escribir en 22,24: "Su sudor se hizo gotas de sangre que caían en tierra", no porque Jesús sudara sangre, sino porque las gotas de sudor eran tantas que caían a tierra como si fueran gotas de sangre. Así también en el pasaje de Marcos y Mateo lo que se trata de decir es que el Espíritu descendió sobre Jesús como descienden las palomas.

En la simbología del judaísmo antiguo la comunicación del Espíritu casi siempre tenía el sentido de una inspiración profética para quien lo recibía, por eso cuando se dice que el Espíritu descendió sobre Jesús, quiere decir que Jesús es llamado a ser mensajero de Dios, como lo fueron los profetas (Cf. Ez 36,25-27; Is 32,15; Zac 12,10).

 

5.- La proclamación: "Tú eres mi hijo amado, en tí me complazco".

Esta proclamación aparece en todas las fuentes, aunque con algunas diferencias; los sinópticos la presentan como una voz celestial; según el apócrifo "Evangelio de los Naza-renos", va dirigida a Jesús, pero según Marcos y Mateo va dirigida a todos los presentes. Lo más importante, sin embargo, es el hecho de que se trata de una cita de los cánticos del Siervo de Yahweh, o más bien de una cita mixta de éste y el Salmo 2,7: "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy", del Salmo, y del Siervo en Isaías 42,1 es: "He aquí mi siervo, a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma". En Juan, la voz que se escucha contiene solamente la parte de Isaías.

El origen del contenido de esta proclamación indica que la comunidad primitiva rela-cionaba el bautismo de Jesús con la figura del Siervo de Yahweh, pues si estas palabras estu-vieran conectadas con Is 42,1 significaría que Jesús no va a ser un Mesías Rey, sino un Mesías Siervo. De hecho Juan bautizaba para que se perdonaran los pecados, y Jesús no tuvo pecado alguno; entonces si se bautizó fue para lograr el perdón de los pecados de los demás hombres; de esta manera se ve que en el acto de su bautismo Jesús asumió la misión de ser el Siervo de Yahweh.

 

6.- Historicidad.

El bautismo de Jesús es un acontecimiento que tiene todas las garantías de ser histórico, pues siendo causa de un doble escándalo no se entendería que los evangelistas lo hubieran trasmitido sin ser cierto.

El primer motivo de escándalo ocurre porque en cierta forma Jesús quedaba sometido al Bautista al aceptar ser bautizado por él, ya que esta acción hace que Jesús aparezca como discípulo de Juan Bautista. Otro motivo de escándalo es que el ser bautizado hace suponer que Jesús tenía pecados, pues de otra forma ¿para qué habría de bautizarse?

Como estos dos planteamientos van en contra de la figura de Jesús, la comunidad pri-mitiva no pudo haber inventado un relato que fuera en deterioro de la imagen de su maestro.

 

7.- Significado teológico del bautismo de Jesús.

El bautismo de Jesús marca el inicio de su vida pública; es el principio de su misión. Desde ese momento se señala la figura del Siervo de Yahweh profetizado por el Deuteroisaías como modelo que Jesús realizará en su vida y en su muerte. Ya desde su nacimiento se pre-senta en Jesús ese aspecto de siervo, al venir al mundo sobre un pesebre.

 

C.- Las tentaciones de Jesús en el desierto.

1.- Introducción.

El relato de las tentaciones de Jesús en el desierto se encuentra en los tres evangelios sinópticos: Mt 4,1-11; Mc 1,12-13 y Lc 4,1-13. El evangelio de Marcos solamente dice que Jesús fue tentado en el desierto por Satanás, sin especificar el contenido de la tentación; en cambio Mateo y Lucas describen tres tentaciones, siendo las mismas en uno y otro evangelio pero en distinto orden: la segunda tentación en Mateo es la tercera el Lucas, y la tercera de Mateo es la segunda de Lucas. De las tres versiones, la de Marcos es la más antigua.

El los evangelios de Mateo y Lucas el diálogo de Jesús con Satanás transcurre en tres lugares distintos: la primera tentación ocurre en el desierto, la segunda en la parte más alta del Templo y la tercera en lo alto de una montaña.

 

2.- El relato de Marcos.

"A continuación, el Espíritu le impulsó al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían".

El desierto tiene en la Biblia un sentido mesiánico, ya que según el profeta Isaías del desierto vendrá el Mesías (40,3). El número cuarenta indica un tiempo pleno: 40 años era el promedio de vida de una persona; 40 días duró el diluvio (Gn 7,4); 40 años estuvo Israel deambulando por el desierto (Sal 95,10); 40 días y 40 noches ayunó Moisés (Ex 34,28); 40 días y 40 noches caminó Elías para llegar al monte Horeb (I Re 19,8), etc.

La frase "entre los animales del campo" es un motivo teológico que vincula la expe-riencia de Jesús con el Paraíso, pues así era como vivía Adán allí (Gn 2,19); también en los últimos tiempos habrá de restaurarse la paz entre el hombre y los animales (Cf Is 11,6-9): "Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, y el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y el oso pacerán juntos, juntas se acostarán sus crías; el león, como los bueyes, comerá paja". También la frase "los ángeles le servirán" tiene antecedentes en un Midrash del Génesis, donde se explica que Adán era alimentado por los ángeles. El que Jesús haya sido alimentado por ángeles significa que se ha restaurado la comunión entre Dios y el hombre.

3.- Las tentaciones, en Mateo y Lucas.

En Mateo 4,3 dice: "se acercó el tentador y le dijo a Jesús: si eres Hijo de Dios, dí...". En el bautismo Jesús había sido llamado por la voz del cielo "Mi Hijo, en quien me com-plazco", frase que como vimos está tomada de los cantos del Siervo de Yahweh; ahora el tentador intenta desviar a Jesús de su misión de Siervo proponiéndole otras formas de mesia-nismo muy distantes de la que es propia del Siervo.

Primera tentación: "Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan".

El pan es símbolo de vida en el Antiguo Testamento. Al hacer esta sugerencia, Satanás propone a Jesús una ley del Antiguo Testamento según la cual Dios premia al justo y castiga al impío, y el premio consiste en bienes temporales, los cuales en el Reino venidero se tendrán en abundancia, pues según el Salmo 72 "Habrá en la tierra abundancia de trigo, en la cima de los montes ondeará como en el Líbano al despertar sus frutos y sus flores, como la hierba de la tierra". Satanás propone, a manera de prueba, un mesianismo material que nada tiene que ver con la misión de Jesús.

Segunda tentación: "Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: a sus ánge-les te encomendará, y te llevarán sus manos, para que no tropiece tu pie con piedra alguna".

Los signos y prodigios son parte del mesianismo judío, basta leer Eclo 36,5 para notarlo: "Renueva las señales, repite las maravillas, glorifica tu mano y tu brazo derecho...", o también el pasaje de Ex 17,1-7 cuando Israel moría de sed en el desierto y pedía a Moisés que mostrara el poder de Dios haciendo un milagro. En esta tentación Satanás quiere que Jesús haga lo mismo; si Dios dijo "este es mi Hijo Amado", que demuestre Jesús que lo es con un milagro. Si de verdad es Dios, que lo compruebe.

Tercera tentación: "Todavía le lleva consigo el Diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos de la tierra y su gloria, y le dice: todo esto te daré si te postras ante mí y me adoras".

La posesión de la tierra se convirtió en una promesa para el pueblo escogido, y Jeru-salén sería la ciudad a la que se someterían todos los pueblos de la tierra (Is 60; Zac 4); pero el mesianismo del Siervo implica un Reino de servicio y no de poder. Satanás le propone aquí a Jesús invertir los papeles: que se convierta en un Mesías de poder, en un líder político.

 

4.- Historicidad.

Aunque en el judaísmo sí existía la idea de un mesianismo político, no lo hubo entre la comunidad cristiana primitiva; de aquí se deduce la garantía de que Jesús fue auténticamente tentado por Satanás en el desierto, y que el mismo Jesús informó a sus discípulos de esta prueba porque sabía que ellos también iban a encontrarse en una situación semejante.

5.- Mensaje.

La palabra griega con que en el Evangelio se nombra a las tentaciones es peirasmos, la cual no tiene tanto el sentido de relación con el pecado como el de prueba en relación con la misión. Las tentaciones van en la línea directa de proponer un mesianismo triunfalista como alternativa del mesianismo propio del Siervo de Yahweh que Jesús ha aceptado en el Bautismo.

Jesús, siendo el Siervo de Yahweh, no puede pedir a Dios el tipo de señales que Satanás le propone, pues sería desconfiar de él pedirle otra seguridad que la pura y llana fe en su palabra.

 

D.- La Transfiguración del Señor.

1.- Introducción.

El relato de la Transfiguración se encuentra en los tres evangelios sinópticos con pequeñas variaciones, sean en cuanto al contexto histórico o en cuanto a los pormenores; se le localiza en Mc 9,2-8; en Mt 17,1-8 y en Lc 9,28-36. De esta narración sin duda tiene un especial significado el "monte alto" de Mc 9,2, que nos recuerda al Sinaí sobre todo por la pre-sencia en él de Moisés y Elías, quienes habían recibido en aquel monte la revelación divina (Cf Ex 3,1-15; 19,2-20; 33,6-8; 34,2); también nos recuerda al monte Sinaí que Yahweh eligió como morada (Sal 68,16-17), y desde donde él mismo habría de enseñar a todos los pueblos su camino (Is 2,3; Mi 4,1-2) y salvar a todas las naciones (Is 25,6-10).

Simbólica es también la nube, es signo de la presencia de Dios como lo había sido en el Sinaí, en el Tabernáculo y en el Templo (Ex 24,15-18; 40,34-35; I Re 8,10-12.

La escena de la Transfiguración culmina con la voz venida del cielo que dice: "Este es mi Hijo amado, escuchadle...", expresión que como ya sabemos está tomada de los cantos del Siervo de Yahweh. Es la misma voz de lo alto que aparece ya en el bautismo de Jesús, y aunque en el caso de la Transfiguración se dirige claramente a los tres testigos de ella, a Pedro, Santiago y Juan, ambos relatos guardan cierto parecido: en vez de la apertura de los cielos y el descenso del Espíritu Santo tenemos ahora a la nube que simboliza la presencia de Dios, y en lugar de Juan el Bautista están ahora dos personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías.

2.- Transfiguración y apariciones.

No se trata en la Transfiguración de la aparición de Jesús resucitado trasladado de sitio y de tiempo, porque las apariciones subrayan la identidad de Jesús, mientras que la Transfi-guración subraya su transformación. Se trata más bien de una complementaridad teológica: con las apariciones lo que la comunidad primitiva trató de decir es que Jesús está vivo aquél mismo hombre que los apóstoles conocieron como su Maestro, y para ello se vale de detalles tales como la comida, las llagas, la fracción del pan, etc. La Transfiguración, por el contrario, intenta decir que en aquél Jesús terreno hay que saber ver a Dios, tanto como después se le vería en la persona del Jesús resucitado.

 

3.- Sentido que tiene este pasaje.

a).- Relaciones.

La Transfiguración es un acontecimiento que debe verse a la luz de su relación con el bautismo y las tentaciones de Jesús. En su bautismo, Jesús asume el mesianismo del Siervo de Yahweh; después es probado en el desierto, en el sentido de que tiene que escoger entre el mesianismo del Siervo y convertirse en un mesías-rey como le propone Satanás.

La tentación que sufrió Jesús en el desierto pasará en cierto modo a sus discípulos. Para ellos la prueba estará en saber descubrir en Jesús el hombre a Dios todopoderoso; sin embargo ellos no pudieron pasar esta prueba, ya que desconocieron a su Maestro en el último momento de su vida terrena.

La Transfiguración está precedida por los relatos del primer anuncio de la pasión y de las condiciones que se deben cumplir para seguir a Jesús, de manera que para llegar a verlo transfigurado de requiere pasar por su pasión y muerte, del mismo modo como Jesús para poder llegar a ser Mesías tuvo que aceptar la misión de Siervo de Yahweh.

 

b).- Esquema apocalíptico.

Encontramos que tanto en el relato de la Transfiguración como en los libros apocalípticos se sigue un esquema de cuatro puntos:

1o.- En Dan 8,15 y Ez 1,26-28) 1o.- "Y se transfiguró delante de ellos y

encontramos que una figura celeste sus vestidos se vieron resplandecientes,

con apariencia humana se hace pre-. muy blancos" (9,2.3)

sente con luz.

2o.- El vidente que observa a la 2o.- Pedro dice a Jesús: "Rabí, bueno es-

figura se llena de temor. tarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas,

una para tí, otra para Moisés y otra para

3o.- La figura celeste con apariencia Elías, pues no sabía que responder ya

humana toca al vidente (Dan 8,19) que estaban atemorizados.... (9,5).

4o.- Se comunica el mensaje. 3o.- "Entonces se formó una nube de los

cubrió con su sombre..." (9,7).

4o.- "Y vino una voz desde la nube: Este

es mi Hijo, escuchadle..." (9,7).

Todo este esquema apocalíptico en cuatro puntos no tiene otra función que hacer resaltar el mensaje que se da en el final del cuarto punto; ese mensaje tiene un carácter divino, por eso se presenta la figura celeste. Ahora bien, la voz y el mensaje son los mismos que se escucharon en el bautismo de Jesús, sólo que aquí sin duda está dirigido a los tres apóstoles.

 

4.- Conclusión.

La Transfiguración es un complemento de la Encarnación, como las apariciones lo son de la resurrección. En las apariciones ven los discípulos a Jesús resucitado y en la Trans-figuración lo ven como debieron haberlo visto en su vida terrena, pero no lo lograron porque no superaron la prueba. Jesús aceptó su misión de Siervo y eso le dio la glorificación, pero los discípulos no supieron ver en el Jesús terreno a Dios; al menos no supieron verlo en sus últi-mos momentos, inmediatamente antes de morir en la cruz. Al final ambas experiencias son complementarias, ya que en las apariciones se recuerdan los pequeños detalles de la vida del Maestro: comer con sus discípulos, partir el pan, pescar con ellos, etc. Finalmente los após-toles sabrán encontrar en su Maestro a Dios.

 

E.- Los títulos cristológicos.

1.- Cristo (Mesías).

a).- Introducción.

Desde los primeros años de la Iglesia el título más frecuentemente aplicado a Jesús fue el de Cristo. Según los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles la proclamación de Jesús como Mesías o Cristo era el tema fundamental del Kerigma (2,36; 3,18.20; 4,10; 5,42). La frecuencia misma de su uso condujo a que los creyentes fueran llamados "cristianos" o seguidores de Cristo (He 11,26), pero esta misma frecuencia de su uso contribuyó a que per-diese mucho de su valor como título y pasase a ser nombre propio, sobre todo combinado con el nombre de Jesús para formar el de Jesucristo; dicho de otro modo, el nombre de Cristo pasó a ser sujeto en lugar de predicado. En lugar de la fórmula que encontramos en los sinópticos "Tú eres el Cristo" (Mc 8,29 y par.), en Pablo encontramos "Jesús Cristo es el Señor" (Rom 10,9; I Cor 12,3), y es que Pablo prefiere emplear la palabra Señor para mostrar el aspecto salvífico que está contenido en el título de Cristo.

Originalmente Mesías o Cristo, en hebreo o en griego, significaba el Ungido, y este título era el calificativo común de los reyes teocráticos, los cuales eran consagrados preci-samente mediante la unción con el óleo santo para regir al pueblo de Dios fungiendo como sus representantes en la tierra. Poco a poco la indignidad de los reyes que sucedieron a David, y la ruina posterior de su dinastía, hicieron que el pueblo pusiera sus esperanzas en un Mesías que Dios enviaría en tiempos lejanos, y en quien se realizaría en forma perfecta el ideal de "Ungido de Dios".

b).- El Mesías en el Antiguo Testamento.

Tanto los evangelios como los documentos de Qumran demuestran que la esperanza de que pronto llegara ese Mesías era muy viva al comenzar sus predicaciones Juan el Bautista y Jesús, pero esos mismos escritos ponen de manifiesto que la imagen que se tenía del Mesías era confusa y daba lugar a muy diversas interpretaciones; en todo caso, se creía que el Mesías aparecería hasta el final de los tiempos y establecería en el mundo el Reino de Dios mediante la destrucción de todos los enemigos de Israel, o al menos de su sujeción, y vendría la domi-nación universal realizada por el pueblo elegido. En esta imagen del Mesías se mezclaban elementos terrenos, político-nacionalistas, militares y naturalmente también religiosos.

Después del exilio en Babilonia (año 587 a.C.) se comienza a mencionar la idea que había consolado a los deportados: los dolores de este mundo son pruebas de la fe en Yahweh, y en ocasiones de expiación y penitencia para que el día de Yahewh los encuentre purificados. En la época postexílica la cadena de penitentes y de comunidades de penitencia es continua, comenzando por los Hassidim (piadosos) del tiempo de los Macabeos (I Mac 2,29s) que se retiraban a las cavernas de Judá para hacer penitencia, o las comunidades apocalípticas de los Esenios.

A través de la oración y de la penitencia de los justos vibra en el Antiguo Testamento la firme esperanza en la pronta llegada de un gran acontecimiento; la plegaria del anciano Simeón en el Templo de Jerusalén (Lc 2,25s) es toda ella una ansiosa espera de la redención de Israel.

La psicología del pueblo judío, oprimido y ansioso de libertad, encontró el modo de consolarse en el pensamiento de un Mesías libertador que restauraría el reino de David. Por otra parte, los rollos descubiertos en Qumran han ofrecido una perspectiva completamente nueva sobre los conceptos que se tenían del Mesías en la época inmediatamente anterior y siguiente al nacimiento de Cristo.

 

c).- El Mesías en el Nuevo Testamento.

En el Nuevo Testamento Jesús es el Cristo, el Ungido, en el sentido de que está de tal manera lleno del Espíritu Santo que lo derrama sobre la humanidad (He 2,33). El poder de comunicar el Espíritu Santo pertenece a Dios, ya que en el Antiguo Testamento solamente Dios es quien derrama el Espíritu. Jesús tiene, por lo tanto, un poder divino; es verdad que ha recibido del Padre el Espíritu Santo, pero él es quien lo derrama, y al hacerlo ejerce un poder que es particular de Dios.

Durante las tentaciones del desierto Jesús rechazó la propuesta de un mesianismo materialista, nacionalista y glorificador; en su vida pública evitó el apelativo de Mesías e impuso silencio a los que querían aclamarlo como tal hacia el final de su ministerio; en priva-do, y estando a solas con sus discípulos, parecería aceptar la declaración de su mesiandad hecha por Pedro, pero aclarando inmediatamente que siendo el Mesías tenía que padecer y morir por la salvación de todos (Mc 8,29-31; Mt 16,15-51; Lc 9,20-22). Por lo anterior, el mesianismo de Jesús no puede ser el mismo esperado por Israel en el Antiguo Testamento.

Por su parte los apóstoles eliminaron el aspecto político, nacionalista y guerrero del mesianismo de Jesús dejando solamente el elemento espiritual, y esto fue hecho de varias formas, bien sea trasladando la manifestación de su mesiandad al tiempo de la Parusía, donde aparecería como juez universal y establecería el Reino de Dios para toda la eternidad (He 3,20-21), o al tiempo de la resurrección-ascención, donde se pone de manifiesto su exaltación a la derecha de Dios (He 2,36; 4,26-27); o bien dándole a su mesianismo una interpretación espiritual al afirmar que ya era Mesías en su vida pública y en su pasión, porque "Dios lo había ungido con el Espíritu Santo..." (He 10,38); o presentando a Jesús como un Mesías trascendente, según un aspecto que recalca especialmente Juan explicándolo en el contexto de Hijo de Dios (1,17.18; 11,27; 17,3; 20,31; I Jn 1,3); incluso en Jn 10,24-25, donde Jesús esquiva la pregunta sobre su mesianidad, la misma pregunta se transporta al nivel trascendente de su filiación divina.

d).- Abstención de llamarse Mesías por parte de Jesús.

Si Jesús se hubiera designado a sí mismo como el Mesías los suyos habrían creído encontrar en él la respuesta a la esperanza de un mesianismo terreno y político. Sabemos que los judíos esperaban a un libertador nacional, y que cuando la multiplicación de los panes creyeron haber encontrado en Jesús al rey que deseaban. Los mismos discípulos aspiraban a la restauración del reino de Israel, y como lo demuestra su pregunta en el momento de la ascensión, esperaron esa restauración hasta el final.

Así pues, teniendo en cuenta la disposición de sus contemporáneos, Jesús habría dado una falsa idea de sí mismo al declararse Mesías; por ejemplo, cuando Pedro profesó su fe diciendo "Tú eres el Cristo", inmediatamente después mostró no haber entendido el sentido de un mesianismo que habría de llevarse a cabo por medio de la muerte y la resurrección.

 

c).- Conclusión.

En realidad sería hasta después de la muerte y resurrección de Jesús cuando abierta-mente pudiera ser llamado el Cristo o Mesías, ya que la glorificación de su resurrección habría de borrar definitivamente cualquier duda sobre la naturaleza del poder mesiánico del Salvador; de esta manera se entiende que después de su transfiguración Jesús haya pedido a sus discípulos guardar silencio "hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos" (Mc 9,9).

 

2.- Jesús, el Señor.

a).- Introducción.

El primero de los títulos no escatológicos que han sido dados a Jesús es el de Señor, Kyrios, que en griego clásico significa la autoridad legítima de un superior sobre un inferior. Esta palabra en la versión griega de los LXX aparece como traducción del tetragrama YHWH de Yahweh, de manera que el título de Kyrios aplicado a Jesús en el Nuevo Testamento impli-ca que todo aquello que en el Antiguo se aplicaba a Yahweh ahora debe atribuirse a Jesús. Sin embargo los LXX no utilizaron el nombre de Kyrios exclusivamente para traducir el de Yahweh, sino también otro nombre de Dios, Adhonai, que más bien significa soberano o gobernador y que puede traducirse al griego como Despotes. Los LXX tradujeron como Kyrios el nombre de Adhonai también en aquellos pasajes de la Escritura hebrea en que originalmente se designa a un superior humano.

Estas dos formas de Kyrios, como traducción de Yahweh y de Adhonai, aparecen juntas en el Salmo 110,11: "El Señor dijo a mi Señor...". En hebreo el primer Señor es el tetragrama YHWH y el segundo corresponde al título de Rey (Adhonai).

Después de su propio nombre y del título de Cristo, el tratamiento de Señor es el tér-mino más frecuentemente utilizado en el Nuevo Testamento, pues muy pronto fue adoptado por la comunidad primitiva según puede constatarse en He 2,36; 5,14; 8,16; 9,1.35.42; 10,36; 11,20-24; y es que el título de Señor, a diferencia de otros que presuponen el conocimiento del Antiguo Testamento (tales como Hijo de David, Hijo del Hombre, Cristo, etc.) era más fácil de comprender para los cristianos venidos del mundo heleniza.

b).- Jesús el Señor, en los escritos de Pablo.

El título que habitualmente atribuye Pablo a Jesús es el de "Señor", lo toma de las primeras comunidades cristianas porque adopta una fórmula de fe que estaba en uso entre ellas: "Jesús es el Señor" (Rom 10,9; I Cor 12,3). Pablo da testimonio de la antigüedad de este título reproduciendo la formula de fe original en lengua aramea: Maranatha (I Cor 16,22), y la presencia de esta fórmula demuestra el origen arameo del título de Señor. Por otra parte, según los Hechos de los Apóstoles Esteban murió invocando al Señor y Pedro había llamado a Jesús Señor desde el día de Pentecostés (2,36).

La intención de atribuir a la palabra Señor el valor de un título divino se manifiesta cuando Pablo refiere a Jesús lo que había sido dicho de Dios en el Antiguo Testamento; por ejemplo la cita de Joel 3,5: "Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará".

 

c).- Jesús el Señor, en los evangelios.

Según el testimonio evangélico, en una ocasión Jesús citó el Salmo 110 en el versículo que dice "El Señor dijo a mi Señor", pero el mismo evangelio muestra la trascendencia de Jesús respecto a David, pues David no subió a los cielos (He 2,34); de esta manera el evangelio presenta a Jesús como Señor de David y no como su hijo: "Si, pues, David le llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?" (Mt 22,45). Jesús, como el Señor, tiene un poder supremo que comparte a "mi señor" David en el Salmo 110.

Con excepción de los versículos de Mc 11,3 y Mt 21,3, el evangelio de Lucas es el único de los sinópticos que da a Jesús el título de Señor, y su empleo es muchas veces redac-cional (7,19; 10,1; etc.) Lucas, al llamar Señor a Jesús en su evangelio, está reflejando la cos-tumbre de la comunidad primitiva. Cuando Lucas escribió su evangelio, influenciado por la comunidad primitiva vio a Jesús como el Señor que derrama su Espíritu. Solamente Lucas dejó escrito que Jesús se aplicó a sí mismo el oráculo de Isaías 4,18 en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor está sobre mí, para esto me ha ungido y me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva".

d).- Significado del título de Señor.

El empleo de este título en el Nuevo Testamento es un reflejo de la experiencia del poder divino de Cristo que se vivía en la Iglesia primitiva. Los apóstoles experimentaban en su misión apostólica la fuerza de Jesús resucitado, y surgía espontáneamente entre ellos el deseo de llamarlo Señor.

El título de Señor comenzó a brotar de labios de los apóstoles a partir de la resurrección, cuando María Magdalena corrió a decir a los apóstoles que había visto al Señor (Jn 20,18). El primer anuncio de la resurrección hecho por los apóstoles suena así: "El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón..." (Lc 24,24; Cf. Jn 20,20; He 9,10; 22,8; 26,15). La reacción psicológica de los que vieron a Jesús resucitado no supo expresarse de otra forma que diciendo "Es el Señor"; los que vieron a Jesús en la gloria de su resurrección no hallaron un título mejor para él que el de Señor; él es el Señor, somos de él y él es el universo entero (Cf. Mt 28,18).

Otro título cristológico, el de Hijo de Dios, invita mas bien a considerar las relaciones entre Cristo Jesús y el Padre; el título de Señor, en cambio, se refiere más directamente a las relaciones de Jesús con nosotros. Es comprensible que Pablo, consciente como ningún otro de la relación personal que le unía a Jesús, haya considerado en él sobre todo al Señor, y que haya usado este nombre con mucha mayor frecuencia que el título de Hijo: 222 veces escribe Señor y 27 veces Hijo.

e).- Abstención de usar el título de Señor, por parte de Jesús.

Jesús nunca se aplicó a sí mismo el título que con mayor frecuencia le daría la comu-nidad primitiva cristiana, porque habría significado en él una pretensión de poderío. El título de Señor habría sonado totalmente inadecuado en labios de Jesús porque él siempre insistió en que era Siervo y había venido a servir. En el evangelio de Juan encontramos el contraste que hay entre el título de Señor y la actitud humilde de Jesús al lavar los pies de sus discípulos: "Vosotros me llamáis Maestro y Señor..." (13,13)

 

3.- Jesús, el Hijo de Dios.

a).- La expresión "Hijo de Dios" en el Antiguo Testamento.

El Antiguo Testamento utiliza el nombre de hijo para designar al pueblo de Israel (Ex 4,22; Os 11,1), al rey como representante del pueblo (Sal 2,7), o al justo y al hombre pío en el judaísmo tardío (Eclo 4,10). El título de "Hijo de Dios" o simplemente "Hijo", en el Antiguo Testamento, solamente puede comprenderse en el marco de la fe en la elección divina, y por tanto dentro de los esquemas teocráticos en los cuales se expresa; de esta manera la filiación no resulta como consecuencia de una derivación física, sino que se produce por medio de una elección libre y gratuita por parte de Dios.

Tomando en cuenta lo anterior, inmediatamente queda claro que la filiación divina de Jesús, tal como aparece en el Nuevo Testamento, fue algo completamente novedoso para el pueblo judío. Jesús habló y actuó como lo haría en mismo Dios, y vivió en una comunión muy singular con su Padre; tales pretensiones representan algo excepcional en la historia de las reli-giones, algo totalmente distinto de lo que podría entrar en el esquema de la concepción teoló-gica del judaísmo, o en la visión esencialista propia del helenismo.

 

b).- El Hijo de Dios, en la doctrina de san Pablo.

Pablo prefirió el nombre de Señor a cualquier otro para referirse a Jesús, pero también en algunas ocasiones le llama Hijo de Dios (2 Cor 1,19; Gal 2,20; Ef 4,13) o simplemente el Hijo, en sentido absoluto (I Cor 15,28), aunque en mayor número de veces habla de las relaciones de Dios con su Hijo, por ejemplo en Gal 4,4 dice "Envió Dios a su Hijo...", o en Rom 8,29: "nos ha destinado a ser conforme a la imagen de su Hijo".

El apóstol concibe la filiación divina de Jesús no tanto como adoptiva o adquirida, sino preexistente a su vida humana; esta preexistencia se encuentra implícita en la afirmación de que Dios ha enviado a su Hijo: "Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne" (Rom 8,3), y también: "Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Gal 4,4).

 

c).- El Hijo de Dios, en el evangelio de san Juan.

Juan considera la filiación divina de Jesús como algo que es esencial de la fe, y al respecto escribe en su evangelio "...a fin de que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (20,31).

En la primera carta de Juan encontramos la fórmula siguiente: "Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios" (4,15), , afirmación que es diferente a la fórmula paulina de "Jesús es el Señor", que es una atribución genérica de la divinidad. Juan prefiere decir que Jesús es el Hijo de Dios porque ve con mayor claridad la posición de Jesús en el seno de Dios, y porque resuelve también el problema de la relación con Dios Unico, fundamento de la fe profesada por el judaísmo. Juan ha comprendido que para afirmar la divinidad de Jesús era preciso especificar que es el Hijo de Dios.

 

d).- Abstención del uso de la expresión "Hijo de Dios" por Jesús.

Jesús evitó autonombrarse Hijo de Dios, aunque a Dios siempre le llamaba Padre; incluso cuando durante su proceso tuvo que responder a la pregunta solemne hecha por el Sumo Sacerdote sobre su personalidad, contestó en forma afirmativa pero no mencionó el nombre; y es que este título, teniendo muchas aplicaciones en el Antiguo Testamento, no habría podido expresar con claridad la condición única y nunca antes conocida de la divinidad de Jesús.

En el Antiguo Testamento el nombre de Hijo de Dios servía para designar a los ángeles (Sal 29,1), al pueblo de Israel (Ex 4,22), a los israelitas en general (Os 2,1), a los príncipes y a los jueces (Sal 82,6) y al rey (2 Sam 7,14). Jesús mismo aplicó esta expresión a otros, como cuando llamó hijos de Dios a los que trabajan por la paz (Mt 5,9) y a los que aman a sus enemigos (Mt 5,45). Es que resulta más fácil aplicar el calificativo de hijos de Dios a otros que a Jesús, pues conocido el misterio de la Santísima Trinidad no era sencillo explicar cómo siendo Jesús Hijo de Dios no era al mismo tiempo Hijo del Padre, Hijo del Hijo, e Hijo del Espíritu Santo; sería hasta tiempo después cuando la comunidad cristiana primitiva compren-diera que Jesús es el Hijo de Dios Padre, y que es Dios Hijo frente al Padre.

 

e).- El nombre de Dios, reservado al Padre.

Aún concibiendo la filiación divina de Jesús como trascendente y preexistente en muy rara ocasión el apóstol Pablo y los evangelistas afirman explícitamente que Cristo sea Dios, y es porque el nombre de Dios lo reservan al Padre. Este modo de expresarse es intencionado; Pablo recoge la afirmación monoteísta del Antiguo Testamento que dice "Yahweh es nuestro Dios, Yahweh es único" (Dt 6,4) y la aplica al Padre: "No hay más que un único Dios... Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (I Cor 8,4-6).

Si Jesús se hubiera declarado Dios, habría parecido que se identificaba con Yahweh, a quien en el Antiguo Testamento el pueblo de Israel había aprendido a considerar como Padre; por eso simplemente el hecho de presentarse como Dios habría aportado una falsa claridad a su identidad, y suscitado reacciones hostiles de todos ante una pretensión que era absolutamente inaceptable para cualquier creyente judío.