C R I S T
O L O G IA
INTRODUCCIÓN GENERAL
Cristo nos comunica con Dios; nos habla de Dios
por medio de la revelación y nos da a Dios por medio de la salvación. La
revelación y la salvación de Dios tienen en Cristo su máximo alcance, porque él
es Dios hecho hombre. Gesto y palabra, hecho y significado, conforman el
dinamismo profundo de la historia de nuestra salvación. El gesto o el hecho de
la salvación es la acción de Dios en la historia humana; el significado o la
revelación es la explicación de esta acción divina en la historia del hombre.
Cristo, siendo Dios humanizado, con su
encarnación se convierte en punto de refe-rencia para cualquier experiencia que
el hombre pueda tener de Dios; y al ser el hombre hecho Dios, con su
resurrección se convierte en fundamento de la esperanza para todo lo que tenga
que ver con el hombre.
1.- Cristo es la plenitud de la
salvación.
Cristo nos comparte la salvación de Dios
Padre, porque "El es imagen de Dios invi-sible, primogénito de toda creación,
porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las
visibles y las invisibles; los tronos, las dominaciones, los principados y las
potestades; todo fue creado por él y para él; él existe con anterioridad a todo,
y todo tiene en él su consistencia. El es también la cabeza del cuerpo de la
Iglesia. El es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que él
sea el primero en todo, pues Dios tuvo a bien residir en él toda su plenitud, y
reconciliar por él y para él, pacificando mediante la sangre de su cruz lo que
hay en la tierra y en los cielos" (Col 1,15-20).
En este himno de la Carta a los Colosenses,
san Pablo nos presenta a Cristo como el centro de la creación, al decir que todo
fue hecho por él (dia = por medio de). En él la crea-ción entera tiene su
consistencia —permanece en la existencia—, y Cristo da la plenitud a todo cuanto
existe (pros = hacia, tiende a).
Por otra parte san Pablo nos hace ver que
Cristo es "imagen de Dios invisible", es decir, es la imagen visible de Dios que
de no ser por Cristo no podríamos conocer. Solamente Cristo hace clara la imagen
y semejanza de Dios que todos llevamos desde nuestro nacimiento (Gen 1,26). Esta
imagen y semejanza de Dios que somos, impresa en nuestro ser y envuelta en la
fragilidad de nuestra condición humana, se vuelve clara y trasparente por medio
de Cristo.
Por Cristo tenemos acceso a la creación
entera, pero sobre todo tenemos acceso a Dios Padre. Sin Cristo esta creación en
la que vivimos se volvería en contra de nosotros para perdernos en su inmensidad
y en su grandeza; pero Cristo nos da la clave de la integración dentro del
cosmos, y también la clave de integración con Dios.
La salvación es la comunión o la cercanía
del hombre hacia Dios; pues bien, en Cristo se nos da el máximo de la salvación,
porque él es la máxima cercanía que el hombre puede tener hacia Dios ya que
Cristo es Dios hecho hombre, es Dios encarnado. No podemos entonces esperar una
salvación mejor que la que nos da Cristo, ni tampoco una revelación divina fuera
de la que él nos ha entregado.
"El es también la cabeza del cuerpo de la
iglesia", y como bautizados podemos llegar a la plenitud de la salvación
precisamente porque el bautismo nos une a Cristo, pues el hecho de haber nacido
a imagen y semejanza de Dios es insuficiente para alcanzar la salvación, ya que
esa imagen quedó empañada por la desobediencia de Adán. Solamente el bautismo
nos da la gracia y la vida de Cristo, y por medio de los demás sacramentos —que
nos siguen alimen-tando con esa gracia— es como podemos llegar a conocer a Dios
y a su creación entera a través de Cristo Jesús.
Podemos decir que en esta vida se dan tres
grados de acercamiento a Cristo; el primero, en el momento de nacer, por la
imagen y semejanza de Dios con las que fuimos creados; luego con el bautismo y
los demás sacramentos, porque con ellos recibimos la gracia de Cristo. El
acercamiento final lo obtendremos al crecer en esta vida por nuestro propio
esfuerzo y dedica-ción, al cultivar esa gracia que recibimos con los sacramentos
hasta llegar a alcanzar con ella la santidad.
El mundo nos ofrece el ser hechos a imagen
y semejanza de Dios; la Iglesia nos da la gracia de Dios que perfeccionará y
clarificará esa imagen que fue empañada por Adán, y nuestro propio esfuerzo por
conquistar el bien nos llevará a gozar de Dios ya en esta misma vida, y de una
manera consciente y experimental.
Somos, en primer lugar y por el puro hecho
de nacer, imagen y semejanza de Dios. Esto significa que todo ser humano lleva
en sí la presencia de Dios, aunque en forma de ger-men; pero ese germen no puede
crecer sin la ayuda de Cristo. En ese caso de imposibilidad se encuentran muchas
personas que nunca llegan a conocer a Cristo y por tanto no pueden gozar de su
salvación y de su redención; por eso su semejanza con Dios no llega a crecer.
Al recibir el bautismo y los demás
sacramentos nos unimos a Cristo, y entonces él nos da su gracia como si fuera la
semilla de mostaza o la levadura de que habla el Evangelio. Por medio del
bautismo Cristo se hace presente en nosotros, pero lo hace de una manera que no
somos capaces de sentir.
Contar con la presencia de Cristo es como
estar parado sobre un tesoro fabuloso, pero sin saberlo por estar oculto bajo la
tierra. Será necesario dedicar todo nuestro esfuerzo para conocer a Cristo y
compartir con él su cruz, y así poder percatarnos de su presencia. Cuando
estemos conscientes de la presencia de Cristo en nosotros será porque habremos
alcanzado un grado de la santidad, ya que la santidad no es otra cosa que el
actuar de Dios a través de nosotros, estando nosotros concientes de ello. Cuando
trabajemos la semilla, el germen, el grado de mostaza o la pequeña porción de
lavadura que hemos recibido, comenzaremos a dar frutos en abundancia y a la vez
a darnos cuenta de que esos frutos no son propios de nosotros, sino de Cristo
que está actuando a través de nuestra vida y de nuestra persona.
Una cosa es la santidad y otra la
salvación. Una persona puede llegar a salvarse des-pués de morir, sin haber
estado nunca consciente de que Dios actuaba a través de ella y sin haber
experimentado siquiera su presencia; este es el caso de muchos enfermos que
reciben el sacramento de la unción hacia el final de sus vidas, y que
ciertamente se salvarán por él con la misma salvación que un santo, pero con la
diferencia de que el santo ayudó a muchos otros con su ejemplo para que también
pudieran salvarse.
Podemos decir que la santidad es la
participación de la redención de Cristo durante nuestra vida terrena. La
salvación es una misma participación de la redención de Cristo, pero de manera
inconsciente; la diferencia en cuanto a uno mismo no la hay, pues es la misma
calidad de salvación la que recibe un santo que la que obtiene una persona que
se haya confesado o recibido la unción antes de morir; lo que hace la diferencia
es que el santo estará consciente ya en vida de su propia salvación y por lo
mismo se convertiráen guía de muchas personas que lo ven actuar; en cambio el
que se ha salvado después de morir se salva solo, sin haber sido luz de la
tierra y sal de las gentes.
Cristo, pues, nos da la salvación de Dios
Padre. Recibiendo a Cristo recibimos a Dios mismo, a su vida misma; entrando en
comunión con Cristo lo hacemos también con el Padre y con el Espíritu Santo.
2.- Cristo nos da a conocer a Dios Padre
(revelación).
Cristo no solamente es la plenitud de la
salvación, sino que también es la plenitud de la revelación de Dios hecha al
hombre (Dei Verbum 7, C. Vaticano II).
"Ahora me alegro por los padecimientos que
soporto, y completo en mi carne lo que falta por las tribulaciones de Cristo en
favor de su cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro,
conforme a la misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar
cumplimiento a la palabra de Dios, al misterio escondido desde siglos y
generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a
conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que
es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria al cual nosotros anunciamos,
amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de
presentarlos a todos perfectos en Cristo" (Col 1,24-29).
San Pablo enseña en este fragmento de la
Carta a los Colosenses que Cristo nos revela el misterio que Dios había tenido
escondido por siglos. El misterio de que habla san Pablo es el plan de Dios para
salvar al hombre, plan que se fue manifestando poco a poco hasta llegar a su
máxima revelación en Cristo Jesús. Como dice la Carta a los Hebreos, "Muchas
veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de
los profetas, en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo"
(1,1-2).
Dios nos ha facilitado enormemente las
cosas al hacerse hombre en Jesucristo; ahora nosotros debemos acercarnos a
Jesucristo, pues haciéndolo estaremos acercándonos y cono-ciendo mejor a Dios
mismo, y al recibir a Cristo Jesús en los sacramentos estaremos reci-biendo con
él a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo, ya que la persona de Cristo no puede
comprenderse sin su divinidad.
Si con una actitud de búsqueda vemos hacia
el cielo infinito o hacia el mar profundo; si contempláramos pueblos cercanos o
lejanos, si analizámos nuestra sociedad más próxima o nuestros problemas más
sentidos, y en ese bastísimo panorama preguntáramos por donde comenzar o quién
podría hacernos comprender todo, la respuesta es una: Cristo Jesús, el Hijo de
Dios vivo.
El estudio de la revelación referente a la
salvación nos indica que esta se alcanza por grados. En un primer grado
participamos de ella en nuestra vida terrena, es decir, durante los años que
tengamos de vida; en un segundo momento participaremos de la salvación de un
modo más completo al morir, y en un tercero en su plenitud total al final de los
tiempos. Así pues, aunque la salvación es una, el grado de participación en ella
va cambiando, porque cuando una persona muere quedan en el mundo muchos otros
bautizados que con su oración y sus buenas obras acrecientan la participación
del finado en la salvación; esto tiene su funda-mento en el hecho de que Cristo
está presente entre quienes ya murieron, y está presente tam-bién entre los
vivos por medio de los sacramentos. De esta manera Cristo es puente de unión
entre vivos y muertos.
El segundo grado de participación en la
salvación, que ocurre con la muerte de cada individuo, y el tercero que ocurre
con la muerte del último de los bautizados, son estudiados por la Escatología o
tratado de las últimas cosas, que también es llamado tratado de la salva-ción
plena en Jesucristo.
El primer grado de participación en la
salvación de Cristo es estudiado por la Cristo-logía, en cuanto que esta ciencia
nos muestra el significado de la presencia de Dios en Cristo (Encarnación) y la
presencia salvífica del ser humano en Dios (Resurrección). En Jesucristo tenemos
tanto a Dios que se hace hombre como al hombre que es resucitado y glorificado.
De Cristo aprendemos cómo descubrir a Dios
en nuestras vidas, lo cual viene a ser lo mismo que encontrarnos con Jesús
resucitado; y por otra parte aprendemos también cómo el hombre es transformado,
salvado y glorificado por Dios, o cómo Cristo resucitado transforma al ser
humano.
Este primer grado de participación del
cristiano en la salvación también es estudiado por la Espiritualidad, en cuanto
que nos hace conocer los grados de perfección que pueden alcanzarse, los
obstáculos que encontraremos en este crecimiento y las normas para evitarlos,
así como las leyes de la vida espiritual.
El primer grado de participación en la
salvación se logra practicando las virtudes teolo-gales de la Fe, la Esperanza y
la Caridad, porque al vivirlas comparimos la salvación y la redención de
Jesucristo.
El primer grado de la salvación se inicia
con el bautismo, que es el sacramento por medio del cual nos incorporamos al
cuerpo de Cristo; este sacramento nos borra el pecado ori-ginal y nos comunica
el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús resucitado. La presencia de Dios en el
bautizado es inconsciente, no nos percatamos de ella; la fe y la Iglesia nos la
enseñan y por eso sabemos a ciencia cierta que llevamos en nosotros la vida de
Dios, la gracia de Cristo, la salvación incipiente. Los demás sacramentos
fortalecen y acrecientan en nosotros la presen-cia de Cristo resucitado.
Cuando una persona bautizada pone a tabajar
la gracia que ha recibido en el sacra-mento; es decir, cuando se convierte,
cuando se esfuerza por hacer el bien, por cumplir los mandamientos, por
practicar las virtudes, entonces es que comienza su camino hacia la santi-dad.
El bautizado alcanza la santidad cuando después de seguir este camino de
perfecciona-miento de su vida cristiana comienza Cristo a actuar a través de él,
y él así lo percibe; en ese momento comienza la persona a ser santa, aun cuando
la Iglesia no le reconozca a nadie tal calidad, por muy evidente que sea, sino
hasta después de haber muerto. Santidad, entonces, es la participación en la
salvación de Cristo, pero realizada ya en la vida terrena y de una manera
consciente.
La gracia salvífica la recibimos con el
bautismo y la podemos acrecentar por medio de los demás sacramentos a lo largo
de la vida, pero si no hay una conversión personal de por medio esa gracia
salvífica solamente se hará eficaz hasta el momento de nuestra muerte.
El participar de Cristo nos va haciendo
participar de la creación entera, pues como lo enseña san Pablo, todo fue hecho
por Cristo, en Cristo y hacia Cristo; de manera que entre más profundamente esté
Cristo en nosotros más capaces seremos de comprender y tomar posesión de todo lo
que nos rodea.
3.- La Cristología, ciencia o tratado
sobre Cristo.
La Cristología es la ciencia que estudia la
figura y la obra de nuestro Señor Jesucristo; este estudio lo realiza a través
del análisis de las fuentes (escritos) donde fueron quedando plasmadas las
huellas humanas de Jesús de Nazaret. La primera de estas fuentes es la Sagrada
Escritura, y en forma particular los evangelios; es la fuente que con mayor
autoridad nos habla de la persona y de la obra de Jesucristo, ya que los
evangelios —según la tradición— fueron elaborados por dos de sus propios
discípulos, Mateo y Juan, y por dos de los discípulos de los apóstoles: Marcos y
Lucas.
La otra fuente de la Cristología es la
Tradición de la Iglesia, simplemente conocida como la Tradición y contenida
básicamente en los documentos de los concilios ecuménicos en los que se ha ido
formulando el dogma de fe sobre Jesucristo. Estos concilios son fundamen-talmente
cuatro: Nicea, celebrado el año 325; Primero de Constantinopla, del año 380;
Efeso, del año 431, y Calcedonia en el año 451, en el que se llegó a la
formulación humana más precisa sobre la persona de Jesucristo.
Sabemos que Cristo se encuentra en la
totalidad de la creación; sin embargo no pode-mos partir de la creación para el
estudio de la Cristología, porque ésta es iluminada solamente a partir de la
Encarnación de Dios hecho hombre. El único punto de partida para el estudio de
Cristo es precisamente el acto de la Encarnación, porque cuando Dios se hizo
hombre hubo ya alguien con nuestra misma naturaleza humana que al mismo tiempo
era Dios. Nadie mejor que Cristo para hablarnos de Dios, porque él es Dios y
porque es también hombre igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Por otra
parte, nadie mejor que los apóstoles para hablarnos del hombre Jesús que fue
glorificado en su resurrección, porque ellos lo conocieron, convivieron con él,
y luego de haber resucitado se les apareció y lo pudieron ver. Ambas
experiencias, la de la encarnación y la de la resurrección, están registradas en
la Sagrada Escritura; por eso para nosotros es imprescindible partir de ella
para conocer la figura y la obra de Cristo Jesús.
La Tradición es una formulación, una
explicación, una forma humanamente compren-sible de expresar la experiencia de
Cristo trasmitida por los apóstoles, según lo enseña el magisterio de la
Iglesia.
Cristo está presente en la creación entera,
pero nosotros veremos en este curso la parte donde la presencia de Cristo se
vuelve conciencia, es decir, la que se manifiesta a partir de la Encarnación de
Dios. La presencia de Cristo sobre la tierra ha dejado huellas en la conciencia
de los hombres; la Cristología estudia la huella que ha marcado en la conciencia
humana la presencia del Verbo Eterno hecho hombre.
CRISTOLOGIA
PRIMERA PARTE: LA PRESENTACION DE JESUS EL CRISTO,
ELHIJO DE DIOS EN LA SAGRADA ESCRITURA