Pedro Finkler

La oración contemplativa

 

RESPUESTA A UNA CARTA-CONSULTA

Apreciado Señor: Considero la oración contemplativa y la contemplación propiamente dicha como lo más avanzado de una auténtica vida de oración. Si el Papa no estuviese interesado en que los fieles aspiren a la contemplación, creo que deberíamos pensar que el jefe de la Iglesia poco o nada conoce de lo que es oración. Tengo pruebas de que Juan Pablo II es un verdadero contemplativo. Precisamente por eso es lo que es personalmente y lo que él significa para la Iglesia actual, por la gracia de Dios.

Lo que usted hace en su parroquia para iniciar a los fieles en los misterios de la oración contemplativa es seguramente lo mejor de su esfuerzo apostólico con sus hijos espirituales.

Con respecto al mecanismo psicológico que interviene en la contemplación, puedo explicarle lo siguiente:

Ante todo, es necesario considerar que la contemplación puede ser contemplación de Dios o contemplación de otras cosas, como, por ejemplo, las cosas bellas y grandiosas de la creación, una obra de arte, una música, etc. Hay contemplación cuando la toma de conciencia de esas cosas despierta en el sujeto sentimientos de maravilla, de entusiasmo, de sorpresa, de asombro... A mi modo de ver, en ambos casos contemplación de Dios o de realidades espirituales y contemplación de otras cosas el mecanismo psicológico que se mueve dentro de nosotros es el mismo.

Como Dios es una realidad sobrenatural y trascendental, no puede ser apreciado o contemplado sin la fe. Esta es un don ciertamente ofrecido a todos nosotros. Pero un don gratuito, ofrecido a todos por Dios, puede no ser acogido por algunos o por muchos. Por eso el contemplativo es fundamentalmente un hombre de fe profunda y radical.

La inteligencia como tal no es la capacidad principal para poder contemplar. Al contrario, la contemplación depende no tanto de la inteligencia como del amor. Personas excesivamente intelectuales tienden, muchas veces, a reflexionar y a raciocinar acerca de Dios y de sus atributos. La actividad de pensar, de meditar y de raciocinar acerca de cosas santas es, ciertamente, algo muy bueno y santo. Pero eso no es contemplar. Es estudiar.

Para el ejercicio de la actividad intelectual entran en acción unos centros nerviosos del cerebro que no son los mismos que los que permiten contemplar a Dios, las cosas santas o, simplemente, las cosas humanas.

En la verdadera contemplación son estimulados ciertos centros nerviosos que producen alegría, euforia, admiración, entusiasmo, maravilla, u otros sentimientos como de pena, de compasión, de tristeza... Aquí no hay lógica. Hay únicamente experiencia interior, experiencia de vida, de amor... Se trata de una reacción humana muy próxima a la sensación de naturaleza hedónica, placentera, gozosa... Pero, al contrario de lo que sucede con el placer puramente fisiológico, en la contemplación la experiencia placentera es percibida a nivel espiritual o del alma. Implica una expansión del estado anímico que, en psicología moderna, llamamos de experiencia culminante. Ésta lleva al sujeto a desear ardientemente que no termine jamás. "Señor, ¿quieres que levantemos aquí tres tiendas" (Tabor).

Tanto en el sentido estricto de "oración" como en un sentido más amplio psicológico, únicamente el hombre puede contemplar. Ningún animal irracional puede experimentar esa vivencia. También los niños y las personas simples pueden contemplar en sentido natural. Pero la contemplación de Dios es sólo prerrogativa de las personas que viven una fe muy simple, muy humilde, muy auténtica y muy sincera.

En mis libros describo algunas técnicas apropiadas para crear un estado físico y mental el estado alfa favorable al ejercicio de la contemplación natural para el reposo y para el gozo interno de un sentimiento artístico. Para el ejercicio experimental de la contemplación sugiero las mismas técnicas que para la preparación de un estado exterior e interior favorable a la oración profunda. Personas habituadas a contemplar entran espontáneamente en el "estado alfa", fuera del cual, a mi modo de ver, no existe verdadera contemplación ya sea natural ya sea espiritual.

En la contemplación-oración los hechos psicológicos son muy semejantes a los que se dan en la contemplación natural: poesía, música, vivencia de sentimientos artísticos en general. Mas los efectos son de naturaleza espiritual. La gran diferencia entre los efectos de la contemplación natural y los de la contemplación-oración está en el objeto contemplado. En la contemplación natural el objeto de la misma son cosas percibidas a nivel de los sentidos externos. En la contemplación-oración, el objeto Dios es percibido únicamente por los sentidos internos: la fe, la intuición, el amor, la imaginación, la fantasía, la impresión, la representación, la iluminación interna, etc.

Usted me pregunta: "¿Cómo explicar el hecho de poder entrar voluntariamente en contemplación siempre que se quiera, si la contemplación es infusa, gratuita, dada por Dios cuando él quiere?"

Aquí debemos distinguir entre ejercicio de contemplación o estado contemplativo. Por el contexto de su carta, supongo que usted ya es una persona contemplativa. Vea, señor, que orar es lo mismo que amar. El que ama verdaderamente, ama siempre, incluso cuando trabaja o cuando duerme. La palabra amar expresa el estado del alma de quien vive estrechamente unido a otra persona en un nivel afectivo. El estado interior tiende a ser permanente. El ejercicio de contemplación es el encuentro concreto entre las dos personas que se aman. Son unos momentos de intimidad en los que ambos no hacen otra cosa que ponerse enteramente a disposición mutua.

Por parte del Señor, los momentos de encuentro explícito con él son siempre de su libre elección. Dios no obliga jamás a nada. Él está siempre a nuestra espera y nos llama, pero respeta siempre nuestra libertad. Por eso, para contemplar, basta con que nos recojamos junto al Señor, con que tratemos de verlo con los ojos de la fe, con que lo escuchemos con atención en lo más profundo e íntimo de nuestra conciencia y con que nos dispongamos a permanecer enteramente a su disposición. Nada más.

El verdadero contemplativo está ya acostumbrado a hacer eso, ya descubrió el camino. Por eso es capaz de entrar en estado de contemplación cuando quiere.

Quiero explicar también que existen dos tipos de contemplación: la contemplación infusa y la contemplación aprendida. La primera viene dada gratuitamente. El feliz agraciado sabe contemplar sin tener que aprender a hacerlo. Mas todos los que lo deseen pueden aprender a contemplar.

Muchos tienen dificultad para aprenderlo sin el auxilio eficaz de un director espiritual especializado. Hoy sabemos que la contemplación no es privilegio reservado a unos pocos. Al contrario, todos los cristianos están llamados a una vida de oración contemplativa. Creo que una persona profundamente cristiana y, más aún, un religioso consagrado, no pueden sentirse realizados plenamente en tanto no alcancen un cierto grado, al menos, de profundidad en la oración contemplativa.

Con un fraternal saludo en J. M. J. y en unión de oraciones,

PEDRO FINKLER