¡Renacer de nuevo!
Del agua, de dentro, de lo alto, del Espíritu
Todo lo que os he dicho hasta ahora y lo que voy a deciros a continuación nace de la fe en Cristo Resucitado, y la convicción de que su presencia es activa y eficaz entre nosotros gracias al Don del Espíritu de Pentecostés. Y la posible audacia que pueda verse en las propuestas de camino que os hago no tiene otra raíz que la fe en la presencia viva de Jesús en la comunidad de quienes se han comprometido a vivir radicalmente la opción de vida por Cristo desde una entrega fiel al Reino.
Veo claro, que Él quiere que os invite a entrar en este don del Espíritu para los seguidores de Jesús, y creo que es muy importante todo lo que hagamos en este sentido. Yo siento que el Señor quiere que, como siempre, os hable con claridad y fuerza. Voy a usar el estilo coloquial de una carta personal. Que cada uno piense que se la estoy escribiendo a él.
Hermano: ¡Eres de Él! Te has comprometido a seguirlo hasta el final en fidelidad a tu vocación cristiana de seguimiento de Cristo, en el corazón del mundo en el que quieres hacer una siembra del Evangelio.
Creo que cuando acudes al encuentro con Él, en la soledad y en el silencio de tu oración, no deseas otra cosa que estar con Él, y buscar la voluntad de Dios. Ansiabas escucharle, oír su voz y su Palabra, y exponerle abiertamente tu vida a la luz de su presencia.
El camino compartido hasta ahora no ha sido un encuentro fugaz con el Señor Transfigurado. Es una experiencia de vida que se ha de plasmar en caminos nuevos que te ayuden a ser, de verdad, sacramento de esperanza en la Iglesia y en el mundo. Porque ya sabes que todo lo que haces para crecer en Él, tiene siempre una repercusión en tu propia vida y en el testimonio que encierra.
Para ello has de "volver a nacer"
Sí..., volver a nacer. Aunque tengas que confesar, como hizo el asombrado Nicodemo (Jn. 3), que es difícil volver a nacer cuando uno ya es grande.
Porque para "volver a nacer" has de morir a muchas de tus pequeñeces, y se te exige que estés dispuesto a recomenzar, cambiar de vida, cambiar de criterios, convertirte, "salir de tu tierra", abrirte a la gratuidad, a la ternura, al Amor y a lo imprevisible del Espíritu.
Para nacer de nuevo has de aceptar vivir a la intemperie vital y dejarte llevar por la fuerza del viento del Espíritu, sin poner impedimentos al crecimiento de vida que viene de Él.
Volver a nacer es reencontrarte con el deseo de ser de Él, de pertenecerle, de amarle como nunca pensaste que se podía amar, de dejarte enamorar de Él y por Él, y de permitir que resuene incesantemente en tu alma la gran palabra, entrañable: ¡Déjate amar, asumiendo la disponibilidad de María!
Sí, déjate amar y abre tu vida al amor transformante de Dios. Y acepta todo lo que ello te exija. En María tienes un testimonio vivo de esta disponibilidad explícita que la Madre del Señor vivió a lo largo de toda su vida.
Nacer de nuevo es abrir tu alma y tu vida al horizonte de la luz del Amor, y reencontrarte con lo que ha de ser el alma de tu entrega, que es el abandono incondicional en las manos del Padre, con una gran confianza, sin miedos, aceptando su voluntad para ti, hasta las últimas consecuencias.
Nacer de nuevo es ser capaz de morir a ti mismo para crear en tu vida sendas nuevas para el Amor. Para nacer de nuevo, has de dejar tus cálculos egoístas, has de abandonar tu mediocridad, también la superficialidad y decidirte a vivir a fondo.
Y, ya que lo dejas todo por Él, y quieres dar la vida por amor, dala de verdad. Abre tu vida a la invasión de su Amor. Piensa que no se te pide otra "heroicidad" que la de ser conscientemente fiel en el día a día. Huye de la instalación cómoda. Huye de la rutina. No te dejes vencer por el cansancio, ni por la decepción.
Evita siempre la crítica destructiva, la murmuración. Evita todo lo que sea contagiar posibles motivos de tristeza. Que renazca en ti tu sentido de pertenencia a la Iglesia de Jesús.
Dalo todo. Date del todo. Renueva cada día la ofrenda que un día le hiciste al Señor. Sé generoso con Dios, y con los hermanos. Y vive esta donación personal tuya con un sincero sentido oblativo: lo haces por Cristo, con Él, en Él y como Él... Cada día en la misa tendrás ocasión de renovar tu ofrenda hecha gesto de amor.
No te contentes con hacer lo que siempre se ha hecho. Busca ofrecer a los de tu alrededor, cada día, nuevos motivos de alegría y esperanza. No te limites a dejarte llevar por el devenir de la vida. Acepta con paz que Dios se vaya manifestando en el tiempo, pero no eludas la tarea que Él pone en tus manos.
Tampoco caigas en la tentación de intentar nacer de nuevo tú solo. Reconoce siempre la necesidad de "volver a nacer" en comunión con tus hermanos, aunque pueda parecerte que es más lento.
Vive, en todo caso, el día a día con renovada ilusión. Cree en la creatividad renovadora del Amor. No dejes que la rutina desvirtúe el sentido de tu vida.
Pero arriésgate a seguir en este camino de donación total por Amor. Decídete a vivir siempre abierto al don del Espíritu. Nacer de nuevo es contagiar la ilusión de vivir. Porque desde la fe en Cristo Jesús ves lo que realmente hay, pero eres capaz de reaccionar creyendo en la fuerza de su resurrección.
Has de nacer "de dentro", "del corazón"
Contempla la belleza de la flor, saborea el fruto, pero agradece al que tuvo la audacia de hundir la semilla en la tierra, y nunca olvides los largos tiempos de espera que estuvo ahí escondida antes de salir a la luz.
Nacer de dentro te exige:
Que asumas el compromiso de reconocer que tu opción cristiana por Cristo y por el Evangelio parte del misterio de amor de Dios hacia ti, lo que supone que debes ir desvelando lo que Él quiere de ti y de tu vida, respondiendo creativamente y concretamente a su amor.
Que aceptes sumergir tu vida en Dios, esconderte en Él, perderte en Él, y ser tú mismo semilla que cae en la tierra dispuesto a morir inmolándose, para germinar en vida nueva como consecuencia de tu opción por el Evangelio de Jesús.
Que seas capaz de gastarte y desgastarte en tu trabajo diario, no buscando ni reconocimientos ni gratificaciones humanas, sino sólo responder a lo que entiendes que es una exigencia de amor y de fidelidad, reconociendo que todo lo que has de hacer es responder al proyecto de amor de Dios para ti. Sabes que, como dice San Pablo: "Tu fe ha de ser activa, tu amor incansable, y constante tu esperanza en Nuestro Señor Jesucristo" (1 Tes 1, 3)
Que respetes el misterio del amor de Dios en la vida de cada uno de tus hermanos; que puedas ser para cada uno de ellos estímulo y aliento de respuesta en fidelidad. Considera que cada hermano, en el proyecto del amor de Dios, es un soplo del Espíritu. Ayuda a fomentar siempre todo lo que sea unión y amor fraternos, comunión eclesial en tu entorno, y todo lo que ayude a crear ámbitos de fidelidad compartidos.
Que reconozcas que en la bienaventurada sencillez de lo pequeño se esconden las realidades más grandes. Entre tus mismos hermanos podrás encontrar auténticas "historias de fidelidad ", escondidas muchas veces en vidas sin apariencia, o en hermanos que viven su fidelidad silenciosa en el día a día, anónimamente, sin hacerse notar. Es un testimonio que te alienta y que es bueno contrastar con las cosas negativas de la Iglesia, que suelen ser las que más se comentan.
Que creas firmemente que la fuerza del fuego del Espíritu está escondida en las cenizas de tus propias pobrezas, o en la de tus mismas infidelidades, o en la de tu falta de generosidad a la hora de seguir a Jesús. Cree sinceramente que el Señor Jesús puede darte un "corazón nuevo", pero sé consecuente y da los pasos de conversión necesarios para poder acogerlo.
Que tú, junto a tus hermanos, te comprometas sinceramente a vivir en una sincera conversión a la esperanza.
Nacer de dentro supone, finalmente que creas que puede ser verdad aquello que propone San Pablo a los cristianos de Roma: "Que El Dios de la esperanza llene vuestra fe de alegría y de paz para que viváis en la esperanza gracias a la fuerza de nuestro Señor Jesucristo" (Rm 15,13)
Has de nacer "del agua" y "de lo alto"
Para iniciar el comentario a estas palabras de Jesús a Nicodemo te recordaré un poema escrito hace poco por una orante, cuyo mensaje te invito a revivir:
- Encuentro
- No, yo no descubrí al Amor,
- fue Él QUIEN me encontró a mí,
- y me introdujo en su tienda.
- No, yo no descubrí al AMOR,
- fue Él quien me encontró a mí.
- Me perdí en aquel encuentro
- y vago rendido en su mar.
- Prohíbo a todo ser viviente:
- - que se acerque,
- - que me toque,
- - que me saque,
- - que me "salve",
- - que me despierte...
- ¡Por favor, dejadme ahogar!
Sí, hermano, pide que te dejen ahogar en el mar de Dios para así poder "nacer del agua". Sumérgete en Él y renace a la transparencia y la pureza luminosa del agua. Que todo en tu vida pueda ser luminoso y claro, y ser expuesto a la transparencia sincera de la luz del sol. Es el precio de la claridad de tu testimonio evangélico.
Renacerás, reviviendo tu compromiso vital con Cristo, que se inició en las fuentes bautismales y que, si un día fuiste llamado a seguir a Jesús de una manera más radical y significativa, todo tuvo su comienzo cuando fuiste sumergido en el agua del bautismo que te incorporó a Cristo por el misterio de su gracia.
Que sea clara como el agua tu voluntad decidida de seguir a Jesús en su pobreza y en el misterio del Amor de Dios, que está en cada uno de tus hermanos. Ha de ser clara tu opción por seguir a Jesús en pobreza. Has de buscar ser realmente pobre, pobre de alma y pobre en la vida. Que sea verdad tu opción por los pobres, es lo que el Evangelio señala como signo de la llegada del Reino: "Los pobres son evangelizados".
Para nacer del agua se tendrá que ver con claridad tu opción de seguir a Jesús en pureza de vida, que el amor de donación evangélica en el que vives te ayude a crecer como cristiana, en un sano entorno en el que puedes amar abiertamente y sentirte amado. Pero ha de ser claro... Ha de ser claro que no tienes el corazón dividido. Ha de ser claro, como el agua en la que te sumerges y de la que renaces, que "quieres ver a Dios" como te proponen las bienaventuranzas, y que para verlo estás dispuesto a mantener la transparencia de tu corazón limpio. Piensa que la pureza del corazón es testimonio de Jesús. Mientras que una pureza desvirtuada desfigura el testimonio luminoso de Jesús y viene a ser un contratestimonio que daña la tarea evangelizadora de la Iglesia. Comprométete a ser audazmente claro en todo.
Renacer "del Espíritu"
Sí, renace también del Espíritu. En este día de nuestro camino espiritual tengo que invitarte a vivir en un auténtico renacimiento del Espíritu. La experiencia espiritual y eclesial que has vivido en estos días de oración y de silencio te ha preparado para ello.
Más aún, creo que es voluntad de la Iglesia que la vida de los cristianos, que han hecho una opción sincera por Cristo y por el Evangelio, entre en una auténtica renovación espiritual y de vida. Enmarcado todo ello en Iglesia y encarnados en un mundo que espera nuestro testimonio significativo de que estamos dispuestos a "ir allá donde Cristo fue, y hacer lo que Él hizo". Esto supone un verdadero renacimiento en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
Creo que es importante que en estas etapas finales de nuestra ruta de oración os pueda indicar brevemente los horizontes hacia los que debemos caminar, para que cada uno de nosotros, desde la humildad del propio camino, aporte amor e ilusión, compromiso de vida, en este crecimiento espiritual de todos.
Las sendas y los caminos
A mi humilde entender las líneas de este camino tendrían que fijarse en los siguientes puntos:
Una experiencia viva e intensa de Dios que nazca de una atención a Él en la vida; una escucha atenta de la Palabra; una profundización en el estudio y en el conocimiento de los gozos y las esperanzas de los hombres y mujeres de nuestra tierra y de nuestro tiempo; y un encuentro con Él en la soledad y el silencio del "cara a cara", dispuesto a acoger y dejarnos arrastrar por la fuerza del viento del Espíritu.
Una vida marcada por el Evangelio como eje vertebrador que da consistencia a todo, tanto a nivel personal como eclesial, esto es, el Evangelio convertido en norma de nuestra vida cristiana y evangelizadora.
Convertir al Señor Jesús en el "TÚ" que da sentido al "yo" y al "nosotros". Y que esta experiencia compartida de Cristo nos lleve a la alegría comunitaria y al olvido de nosotros mismos en la humildad, en la ausencia del orgullo, para crear ámbitos comunitarios renovados en el amor sencillamente evangélico.
La comunidad familiar o religiosa, como espacio de comunión esencial para nuestro crecimiento humano y espiritual, y para la eficacia evangélica de nuestra misión cristiana, superando amarguras y resentimientos, porque en el amor de Jesús y en la presencia amorosa de María todo nos lleva a la alegría.
La atención al acontecimiento salvador, el grito del mundo, que nos sacudirá de nuestra instalación. Y a las "cartas" que, como decía Juan XXIII, Dios va dejando en los caminos de la historia.
El compromiso y cercanía con los más pobres, a los que la sociedad no puede ignorar, ni el "estado de bienestar" olvidar en una marginación inútil. Para todo testigo del Evangelio la presencia de los pobres es garantía de que el Reino de Dios está cerca.
La definición, en el planteamiento y en la vida, de una espiritualidad cristiana que concrete nuestra forma específica de "reproducir" testimonialmente la imagen del Señor Jesús misericordioso con aquellos a los que nos sentimos enviados a evangelizar.
El buscar explícitamente una conversión de nuestras vidas al propio carisma personal o comunitario. Un reencuentro con sus fuentes, y una disponibilidad para sumergirnos en ellas y dejarnos inundar por el agua nueva de la que hemos de renacer.
Y todo ello en el marco de una vida familiar y comunitaria que se mantiene fiel a una vida de continua búsqueda de la voluntad de Dios, desde una apertura total al viento del Espíritu, que siempre viene a nosotros en un nuevo Pentecostés renovador.
Impulso renovador del Espíritu
Es esencial que seamos capaces de dejarnos llevar por el impulso renovador que el Espíritu Santo está suscitando en la Iglesia. Yo creo que es una auténtica invitación a renacer en "el Espíritu". Y, al renacer en el Espíritu, reconocerás que hay una fuerza dentro de ti que te supera y te lleva a una entrega ilimitada al Amor.
Tu actitud: dejar que el Espíritu te lleve a "nacer de nuevo", en el corazón de la vida, en el corazón de los pobres, a los que te entregas por fidelidad a tu vocación cristiana. Piensa que los hermanos a los que anuncias el Evangelio de Jesús, son para ti quienes te ayudan a descubrir los caminos por los que tendrá que ir la donación que has hecho de tu vida al Señor y a la Iglesia.
El Señor te "consagró", el día del bautismo, con el sello del amor con el que selló tu corazón y tu frente. Marcó con él tu cuerpo y tu misma vida. Pero Él quiere que, naciendo de nuevo de su corazón, renazcas también del corazón de la vida, bien encarnado en tu tierra y en tu historia, y bien comprometido con tu misión cristiana.
Volver a nacer del Espíritu es abrir tu alma y tu vida a un horizonte sin fin: el horizonte del Amor sorprendentemente creador de Dios. Nacer, renacer del Espíritu, concretamente, te llevará a reencontrarte con estos elementos experienciales que se manifiestan en:
La mística de la cruz como culminación de toda entrega por amor. Amarás la cruz como "signo" y manifestación de tu comunión con el Señor inmolado y entregado.
La mística de la oblación total por Cristo Jesús que está presente en ti, y en todo lo que vives y en lo que haces. En la propuesta de vivirlo todo en Él, por Él, como Él y como Él, en un abandono incondicional que te llevará al ofrecimiento pleno de todo lo que tienes y lo que eres en disponibilidad de vida.
La mística de una vida de comunidad cristiana que pueda ser sacramento del amor de Jesús a todos. Una comunidad en la que se pueda vivir algo tan sencillo como necesario para la vida que es el poder amar y poderte sentir amado. Una comunidad en la que el perdón, la comprensión, la alegría y el gozo en el Espíritu no sean sólo palabras bonitas, sino palabras hechas realidad sencilla y concreta de cada día. Fomentarás la alegría y la esperanza confiada entre los hermanos, porque sólo con ellos podréis ser sacramento del amor salvador de Jesús.
La mística de la donación total por la Iglesia y en ella por la salvación de todos los hombres, por amor al testimonio vivo del Evangelio de Jesús. Harás tuyo con ello el deseo de Cristo, el Señor: Que el Padre sea conocido, que el Padre sea amado, que el Reino llegue a todos, y que la salvación en el amor del Padre sea sembrado por toda la tierra.
La mística del amor fiel a la Iglesia. Ella te marcará los caminos de la plena fidelidad al Evangelio de Jesús. Te guiarás por sus criterios y te unirás a ella en su vida y en su misión. Vivirás consciente de que la Iglesia y cada una de las comunidades eclesiales es, y ha de ser, una parte viva de este misterio de amor salvador en Cristo.
La mística del amor a María, mujer-virgen-madre, templo de la Trinidad, a la que tú buscarás imitar en su disponibilidad plena al misterio del amor que Ella vive:
La mística de un Dios Amor que te plenifica, te salva y te hace feliz,
La mística de quien, desde la fe y la esperanza, se arriesga a buscar y crear caminos nuevos que garanticen el futuro de la vida de opción por Jesús,
La mística de la santificación en la vida ordinaria,
La mística de la paciencia, la misericordia y la caridad evangélicas,
La mística de quien es capaz de ser, desde la sinceridad anónima de una vida escondida,... sí capaz de ser, para sus hermanos "sacramento de esperanza".
Cada vez me convenzo más, hermanos, de que es bien cierto lo que afirmaba hace años el gran teólogo Karl Rahner cuando dijo: "El cristiano del mañana será un místico, alguien que ha experimentado algo, o ya no tendrá nada para decir".
Está en la misma línea profética la expresión del místico poeta Saint-Exupery, el conocido autor del Principito, cuando afirmaba poniendo sus palabras en boca del Señor: "Que estos pobres hijos vean como van las cosas y crean que mañana pueden ir mejor. Éste sí que es un auténtico milagro de la gracia".
Sí, hermanos, en estos días de oración y de silencio he vivido como un suspiro de la gracia. Uno de los últimos consejos que quiero dejaros escrito es: ¡Creed, sí... creed, por favor, creed que es posible este milagro de la gracia!
"Reconoced en vuestros corazones a Cristo como Señor, estad siempre disponibles para dar una respuesta a todo aquel que os pregunte por la razón de vuestra esperanza" (1 Pe 3,15)