Buscar humildemente...
el lugar del corazón
El corazón, manantial de vida
Hablar de la experiencia interior de Jesús y del seguimiento desde el corazón, después de haber descubierto "ese lugar entrañable en el que nacen todas las cosas importantes de tu vida"..., se siente la necesidad de preguntarse, cómo encontrar el lugar del corazón. ¿Es posible? ¿Cabe intentar un aprendizaje?...
Mi respuesta es un fuerte "SÍ" a estas tres preguntas, desde la convicción de que "lo decisivo no es morir: lo definitivo es vivir conscientemente en el camino". Porque, en realidad, proponerte buscar humildemente el lugar del corazón es entrar en un camino sin fin. Todavía resonarán en tus oídos aquellas palabras tantas veces pronunciadas: Has de vivir desde la convicción de que Jesús es siempre para ti un "sacramento de esperanza" y, desde tu experiencia interior de Jesús, has de sembrar semillas de ilusión de vivir, has de contagiar el amor que te da la vida en Él.
Pero ahora has de vivir una tarea humilde y escondida. Será también la que menos brilla, pero la más necesaria: buscar el lugar del propio corazón, hasta poder encontrar en él estas semillas de vida. Te propongo una ruta sencilla a seguir.
Humildemente te invito a entrar en un camino interior, espiritual, de silencio y de paz serena. Ya verás cómo, poco a poco, todo te irá ayudando a entrar dentro de ti mismo. Y en este camino interior encontrarás el sentido profundo de tu vida y de tu opción por Jesús y por el Reino.
Te pido confíes en mi palabra y en mi acompañamiento. Déjate llevar. Porque este camino interior te ha de llevar al corazón de Dios que será para ti fuente de gracia y de vida. En él aprenderás a amar, y a dejarte amar. Es la comunión de amor con la Trinidad que te habita.
El camino hacia tu propio corazón te guiará también hacia el corazón de la vida. Allí escucharás el clamor profundo de tus propios hermanos. El camino del corazón nunca te aísla, te conduce, por el contrario, a ser más sensible y vulnerable a la constante invitación de amar.
Escucharás resonar dentro de ti el grito de la mirada de quien, desde su experiencia de limitación y quizás de desconcierto, llama a tu puerta para que tú acojas su misterio, escuches la palabra de su vida, y le ofrezcas tu mano amiga para compartir su lucha y su camino.
Reconocerás también que tú no buscarías el rostro de Cristo en la oración, si no hubieras sentido ya su mirada posarse en ti, y no lo hubieras descubierto a Él mismo presente y vivo en tu propia casa. Te sabrás habitado por Él. Y verás que con Él han entrado en tu casa todos aquellos que están hambrientos de amor.
El secreto está en no pretender ser selectivo: abre de par en par las puertas de tu corazón a Cristo, y a los que Él acerque a las puertas de tu casa. Sé sensible y vulnerable al amor. Vive con las puertas abiertas..., y si hace falta olvídate de las puertas. Vale más que aceptes sufrir por el amor que te lleva a hacer tuyos los sufrimientos de los hermanos, a permanecer cómodamente instalado en tu vida. Él viene a ti con la mano tendida de quien espera tu amor. Éste es el primer paso para encontrar el lugar del corazón: abrir sus puertas sin límites.
Hazlo en silencio y desde el amor sincero de tu vida. Él estará siempre presente en ti. Y en la medida en la que tú seas vulnerable a esta presencia de amor irás descubriendo que tienes corazón..., y que has de habitar en él
Desde esta presencia en tu interior podrás reconocer su presencia en la vida, en el camino de los hermanos a los que sirves, con los que te sentirás especialmente solidario, en una solidaridad fraterna que nace del amor.
El camino interior te ha de llevar a encontrar en tu misma alma "esa habitación más íntima " de la que habla Jesús en Mateo 6,6. Hacia esta ermita del corazón te guiará su luz y su verdad. Porque es el lugar de su monte santo. Es su morada (Sal 42). Has de buscarla, y cuando la halles reconocerás que, para ti, es la tienda del encuentro. En esta carpa del encuentro de reencontrarás con la vida.
Es el ámbito donde tú puedes ser siempre tú, porque Él te acoge en tu "ser" y tú vives en la humilde hospitalidad de tu corazón abierto al "otro". Es el "arca" de tu misterio. Es el refugio inviolable a las miradas superficiales o curiosas.
Es aquí donde oyes su voz, y escuchas el eco de su Presencia. Es aquí donde te vivirás disponible a asumir tu misión de servicio para tus hermanos.
Cuando Dios Padre Creador te pregunte: ¿Dónde estás? (Gn 3,9), podrá encontrarte en "tu lugar": porque verá que llegaste a Él recorriendo este camino de dentro. Es la tierra en la que escuchas que ahora "es el tiempo del amor".
Es el final del camino de todo lo que haces cuando te propones vivir "hacia dentro". Es el comienzo de la ruta por la que tú te abres al hermano y te comunicas con él con una mirada, una palabra y un gesto que nacen de dentro.
¿Cómo encontrar esta "habitación" más íntima?
Te podrás hacer este pregunta porque normalmente te es difícil entrar en el silencio. Y más en el silencio interior del pensamiento, del corazón, del alma. Vive callando a ti mismo y a los recuerdos que te perturban, en este momento de nuestro proceso espiritual ya podrás decir que vas consiguiendo entrar en el silencio.
Ésta es la primera manera de entrar en el silencio: Aprende a callar. Renuncia a las prisas precipitadas. Asume dentro de ti todo lo que sientes, todo lo que sufres y lo que te alegra: todo lo que te ofrece la vida. Descubre la necesidad de dejarte mecer por su oleaje, comprende que para vivir sólo necesitas amar, dar, darte, ofrecer a Dios y al hermano lo mejor de ti mismo.
Y esto sólo lo puedes encontrar en las "paredes" luminosas de esta "habitación más íntima". Busca espacios de silencio..., aprende a "guardar la Palabra" en tu corazón, como María. Ella te enseñará también a "guardar" palabras, miradas, gestos y hechos que vienen de la vida y que te lastiman o te re-crean, te llenan de gozo y de paz, o te oprimen. Verás que, si todo lo vives sinceramente desde dentro, encontrarás en esa habitación más íntima del corazón un lugar para la libertad, para ser tú mismo, para "salir" siempre hacia la vida, desde la paz y la seguridad que te da el saber que ofreces y das lo mejor de ti mismo. Mientras siembras semillas de confianza entre tus hermanos y en tu entorno. Pronto descubrirás que la armonía, la unificación interior y la paz que vives en tu alma se contagian en tu entorno.
Aquí en esta habitación interior vives siempre en la escuela del silencio. En ella te preparas intensamente para vivir el proceso sosegado del aprendizaje de la oración interior que te lleva a mirar, admirar, escuchar, contemplar, adorar. Encontrarás ésta, tu casa, cuando sigas el consejo de Clara de Asís:
- "Mírate cada día en el espejo de la pobreza,
- la humildad y la caridad de Cristo,
- y observa en él tu rostro ".
Piensa, sin embargo, que no has de buscar en este "lugar del corazón" ni una manera de huir, ni un refugio donde esconderte. Que cuando Dios Creador y Padre te pregunte: ¿Dónde está tu hermano? (Gn. 4,9), nunca tengas que responderle que no lo sabes, porque lo olvidaste. O te acostumbraste a vivir en una prescindencia de los que te rodean. Piensa que tu casa de dentro, esta casa en la que Él quiere habitar, ha de ser un espacio para el amor y la comunión entre todos tus hermanos.
Y una tierra de paso, también de "punto de encuentro". Es una tierra donde se cruzan y se encuentran los caminos. Es aquel lugar a "mitad de camino" en el que sabes que está Aquel a quien amas. Es un lugar para la comunión, donde se crea y re-crea el amor.
Es una fuente de amor, porque es ahí, dentro de ti, donde vive el Amor. Allí se perdona todo, se comprende todo, se espera todo y se supera todo (1 Cor 13). Es la casa en la que la confianza lo ilumina todo.
Es el "corazón" de tu alma, allí nace el manantial que te da vida. Allí vive Él, tu luz, tu verdad, tu vida. Lo encontraste ya en la lucha y en el camino de la tierra.
Incluso lo llegaste a "ver" en uno de estos días duros en los que escuchas la "noche". Porque la tienes como única compañera de camino. Él salió a tu encuentro en la Palabra. Lo reconoces presente en los hermanos, especialmente en los más pequeños y pobres, en los excluidos y, quizás, olvidados. En los del "montón", donde Él también está.
Lo has adorado presente en la liturgia y en la eucaristía: vivificando la Iglesia. Lo "ves" también en la asamblea de los hermanos en la que "dos o tres reunidos en su nombre" (Mt 18,20), lo invocan después de haberlo escuchado en su Palabra. Lo has reconocido al final del camino de Emaús, cuando sentados a la mesa le has visto partir el pan con sus manos marcadas aún con la herida luminosa de los clavos que lo ataron a la cruz. Lo has visto dando fuerza a quienes entregan el amor y la vida comprometidos en la lucha y en la ayuda por los que más sufren.
Y ahora lo reconoces vivo y presente en ti, haciéndote escuchar el susurro suave de su voz, como Elías (1Re 19,12), en este lugar íntimo de tu alma y de tu vida. Y en ti, es amor y entrega, lucha y paz. Porque Él es tu paz. Esa paz que te hace fuerte, no agresiva, para la lucha.
Lo ves en ti como la fuente de tu serenidad y de tu amor. Es tu seguridad y tu confianza. Él sosiega tu alma. Y sabes que Él siempre está, nunca se ausenta, nunca te deja: es el siempre fiel.
Cuando experimentas su fidelidad, y la vives en este rincón de tu alma en el que tú eres más tú, y Él puede ser más Él en ti. Cuando te apoyas en esa fidelidad verás que ya nada ni nadie te podrá perturbar. Si lo encuentras aquí, dentro de ti, ya no lo podrás perder, ni te podrás perder.
Él es en ti como el paisaje interior sereno, de bosque denso, o de prado interminable lleno de verdor que te invita a respirar. Te recrea y renueva tu fe en la vida. Él es en ti como la sima que acoge el oleaje estruendoso del mar para abrazarlo y remansarlo en la gruta del silencio.
Él es en ti como el atardecer de tonos enrojecidos de fuego en el cielo, que purifica el día que acaba, a la espera del amanecer suave en luz de la vida que comienza.
Él es en ti el aire fresco que reconforta tu fe en la vida y tu ánimo disponible para volver caminar, para amar con un vigor renovado.
Él es para ti invitación a entrar y a salir, sin dejar de ser "tú", sin alejarte olvidadizo o prescindente de "tu casa". Él es susurro suave en palabras nacidas del silencio que te animan a entrar para "encontrarte" y a salir para "ser encuentro".
Entra dentro de ti. Sí, entra en tu "habitación más íntima". Vive en Él, renueva tu capacidad de amar. Verás que es posible "dejarte amar", porque el arte de "dejarte amar" es tan bueno como el pan de cada día. Porque en este lugar íntimo de tu corazón todo se da y se vive en una gratuidad total.
Es todo tan sencillo como el sonreir, tan exigente como el llorar, tan plenificante como el reconocer que eres capaz de amar, tan comprometedor como la exigencia de amar en verdad, desde dentro.
Ten la paciencia y la constancia de mantenerte en el paso transformante y decidido del silencio. Te conducirá al corazón de tu alma. Allí donde siempre es posible el amor.
Pequeñas palabras
- "¿Por qué gastar la vida en broncas tempestades,
- si está la Brisa pasando siempre ante la entrada de mi tienda?" (I. Guerra)
Sigue, hermano, en el aprendizaje del silencio. Serenamente, a los pies de Jesús, como María en Betania, con la calma que te da el largo tiempo de oración, y la posibilidad de culminarlo todo en la adoración compartida con tus hermanos, vete buscando humildemente el camino del corazón.
Pero te sugiero que te dispongas a vivir en actitud de escucha. No pretendas crear ilusiones fabricadas por tu imaginación. Sabes que Él nunca viene a ti con palabras a tu medida. En todo caso, siempre sale a tu encuentro para decirte que en Él todo, y siempre, es un don.
Me limitaré a decirte, en mi misión de compañero de ruta, las palabras que siento que Él pronuncia en mí. Sé que quiere que las comparta porque, probablemente, también quiere decírtelas a ti. Escucha, escucha..., ésta es mi palabra para el camino de esta meditación: ¡escucha!
Hijo mío, mis palabras nunca aprisionan, ni limitan. Siempre liberan. Certeramente señalan el camino del corazón del Padre. Acoge mi mensaje con humilde silencio, y paciente espera. ¡Abandonándote!... Mi mano te abraza y no te suelta, pero no la interpretes coactiva. La mantengo con firmeza sobre ti, porque necesito que tú entiendas y aceptes el alma de mi mensaje.
Ábreme tu puerta. Ofréceme el don de tu confianza, acoge el don de la mía. Ofréceme sencillamente lo que eres y lo que tienes, no puedes renunciar a ser tú, ni a tus condiciones de ser humano, por mucho que te esfuerces en mantenerte en tu deseo de ser "de Dios". ¡Tu fragilidad aparecerá siempre!
Descarga en mí el peso de tu vida, desde las "huellas" de tu infancia. Vente conmigo con "lo puesto", nada más. Acompáñame a peregrinar hacia el cumplimiento pleno de la voluntad del Padre. Ofrécete con tu pobreza, muéstrame tus heridas, quiero tener yo tu pecado.
No tengas miedo, y no caigas en la tentación de creer que mi Evangelio es un objetivo lejano o inalcanzable. Atrévete a nacer de nuevo, a nacer de lo alto. Nace de dentro. Abandónate y vive dispuesto a nacer del Espíritu (Jn 3,8).
Emprende el camino del seguimiento total, dentro de tu carisma, consciente de tus límites. Reconoce que, en mí, todo es un don. Deja en mis manos tu debilidad.
Abre tu corazón a la luminosidad de mi rostro que siempre te acompañará. Yo siempre estaré contigo: incluso cuando tú me olvides y creas que tienes suficientes fuerzas para caminar.
Recuerda las esperanzas que yo puse en ti al llamarte. Tu infidelidad nunca supone para mí una decepción, si tú, sincero, abres tu vida a mi misericordia. Vive en la alegría de saberte siempre amado. Pase lo que pase, yo nunca te dejaré, ni dejaré de creer en ti. Hagas lo que hagas, nunca dejaré de esperar tu retorno al camino fiel.
Ven conmigo a la patria del silencio. Te hablaré al corazón. Te recordaré el amor primero. Yo mismo te haré el don del amor que necesitas para seguirme hasta el final. Yo caminaré contigo aunque tú no me veas.
El camino en el Espíritu, que te invito a recorrer, supone que tú vivas en una apertura plena al Espíritu y en el silencio fecundo que te conduce a convertir a Cristo en el corazón de tu existencia, esto es, en el sentido que da unidad y armonía a todo lo que vives y a todo lo que haces, a todo lo que das y a todo lo que recibes, a todo lo que buscas y a cuanto esperas. Para ello buscas vivir en el corazón del silencio, porque esperas alcanzar el silencio del corazón: es el silencio lleno del Amor ante quien callas.
Y siempre quedan aquellas preguntas en el aire. Más que responderlas ya, te invito a escucharlas:
¿Estoy dispuesto a entregarme por algo y por Alguien, hasta el final, en el lugar en que Dios me ha puesto en la vida?...
¿Estoy decidido a convertir este momento de mi vida en una respuesta fundante al Amor?...
¿Quiero vivir a fondo?..
¿Deseo que en mi todo nazca de dentro?...
Lee, finalmente, el relato de la vocación de Samuel, en el Primer Libro de Samuel, capítulo 3. Verás que por tres veces llama el Señor al joven discípulo de Elías. Y lo llama haciéndole oír la voz interior del corazón... Hasta que Yavéh se hace presente..., y entonces escucha la llamada con todo su ser.
Será para ti el texto de la Palabra que iluminará tu camino. Y no te olvides de dejarte envolver por la paz y el silencio. Siento sinceramente que son como el abrazo de Dios que rodea nuestra oración.