DE LA DESESPERACION A LA ESPERANZA

Familia y Toxicodependencia

Pontificio Consejo para la Familia


 

INTRODUCCION

I
EL FENOMENO DE LA TOXICODEPENDENCIA

II
TAREA ESPECIFICA DE LA IGLESIA

III
PRESENCIA EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA

CONCLUSION

SIGLAS

* * * * *

INTRODUCCION

La dependencia de la droga ha sido considerada, en diversas ocasiones por el Santo Padre, en su solicitud pastoral. La asignación del fenómeno de la droga, como competencia específica, al Pontificio Consejo para la Familia, subraya la atención con la cual la Iglesia mira tales problemáticas y a sus funestas y dramáticas consecuencias para la vida de la familia y para el crecimiento de los jóvenes.

En el amplio y complejo fenómeno de la droga y de la toxicodependencia, no son pocos los temas sobre los cuales se puede reflexionar. Hemos elegido uno de particular importancia: la relación entre Familia y Toxicodependencia[1].

El tema de la toxicodependencia preocupa y atrae el interés de varias instancias sociales y pastorales. Del 21 al 23 de noviembre de 1991, por ejemplo, el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, convocó en Roma una Conferencia Internacional con el título específico de "Contra spem in spem: droga y alcohol contra la vida", donde no faltaron contributos de gran realce de las diversas facetas del fenómeno de la droga y de la familia[2].

La reflexión que ahora nos disponemos a presentar es fruto del encuentro de trabajo realizado durante los días 20, 21 y 22 de junio de 1991. Fueron examinados documentos, investigaciones y material diverso sobre este argumento. El encuentro ha sido llamado "en el vértice" tanto por el número restringido de los participantes, como por el hecho de que se trata de personas casi todas empeñadas en el contacto directo con los toxicodependientes.

No es nuestra intención suministrar un tratado exhaustivo del problema droga (existen numerosos y serios estudios al respecto). Queremos solamente poner en evidencia algunos aspectos concernientes a nuestra misión educativo-pastoral y participar, además, a la opinión pública, una preocupación largamente condividida y una esperanza que anima a todos, agregando algunas consideraciones sobre la intervención de cuantos, en nombre de la Iglesia, trabajan activamente en el ámbito de la toxicodependencia.

Fuimos convocados como expertos en cuanto que, a través de nuestras diversas actividades y profesiones, acompañamos de hecho, en una experiencia cotidiana y de cercanía continua, las víctimas de un grave flagelo, del cual el recurso a la droga es sólo signo y síntoma.

Hemos podido constatar en tantos casos, que es la esperanza valiente de una real liberación a empujarnos, como creyentes y miembros de la Iglesia, a sacar adelante, no obstante las dificultades, este servicio en favor de los hermanos necesitados de solidaridad, de comprensión, de confianza y de ayuda.

Durante nuestro encuentro tuvimos la alegría de saludar al Santo Padre Juan Pablo II, paternalmente cercano a nuestra acción pastoral, y de recibir su bendición apostólica. El Sucesor de Pedro nos ha hablado: ha definido este servicio eclesial como un camino "de la desesperación a la esperanza". No hubiéramos podido encontrar una expresión mejor! Por esto la hemos tomado como título, realista y alentador, de nuestro trabajo.

I
EL FENOMENO DE LA TOXICODEPENDENCIA

a) La persona
b) La familia
c) La sociedad

Indicamos algunos aspectos de un fenómeno complejo y preocupante. En concreto, queremos referirnos ahora a los siguientes puntos: la persona, la familia, la sociedad.

a) La persona

La droga no es el problema principal del toxicodependiente. El consumo de droga es sólo una respuesta falaz a la falta de sentido positivo de la vida. Al centro de la toxicodependencia se encuentra el hombre, sujeto único e irrepetible, con su interioridad y específica personalidad, objeto del amor del Padre que, en su plan salvífico, llama a cada uno a la sublime vocación de hijo en el Hijo. Sin embargo, la realización de tal vocación es -junto a la felicidad en este mundo- gravemente comprometida por el uso de la droga, porque ella, en la persona humana, imagen de Dios (cfr. Gen. 1, 27), influye en modo deletéreo sobre la sensibilidad y sobre el recto ejercicio del intelecto y de la voluntad.

Un gran número de cuantos hacen uso de la droga está constituido por jóvenes, y la edad de acercarse al problema desciende siempre más. Hay, sin embargo, hoy también numerosos adultos (35-44 años) entre los consumidores de droga y esto constituye un cambio importante en este campo. Existen además toxicodependientes fuertemente dependientes de las sustancias estupefacientes y otros que hacen uso esporádico; personas marginadas, y otras aparentemente bien integradas en la sociedad. Como es fácil deducir, se está ante un conjunto complejo de un fenómeno diferenciado y articulado.

Los episodios de violencia, que se registran entre los toxicodependientes, indican que no nos encontramos de frente al engañoso e ilusorio "viaje pacífico" de una vez, promovido por la manipulación de masa de la cultura juvenil en los años sesenta, sino de frente a una realidad violenta y a la caída del carácter moral como efecto del uso de la droga.

Los motivos personales al origen de la toma de sustancias estupefacientes, son tantos. Pero, en todos los toxicodependientes, prescindiendo de la edad y de la frecuencia con que las usan, se constata un motivo constante y fundamental: la ausencia de valores morales y una falta de armonía interior de la persona. En todo toxicodependiente pueden verificarse diversas combinaciones de acuerdo con las fragilidades personales que lo hacen incapaz de vivir una vida normal. Se crea en él un estado de ánimo "inmotivado" e "indiferente" que desencadena un desequilibrio interior moral y espiritual del cual resulta un carácter inmaduro y débil que empuja la persona a asumir comportamientos inestables de frente a las propias responsabilidades.

De hecho, la droga no entra en la vida de una persona como un rayo con el cielo sereno, sino que como la semilla echa raíces en un terreno por largo tiempo preparado.

La mujer toxicodependiente, a diferencia del hombre, es herida más profundamente en su identidad y dignidad de mujer, sobre todo si es madre y por esto las consecuencias negativas pueden ser peores.

Quien hace uso de la droga vive en una condición mental equiparada a una adolescencia interminable, como es señalado por algunos especialistas. Tal estado de inmadurez tiene origen y se desarrolla en el contexto de una falta de educación. La persona inmadura proviene con frecuencia de familias que, también independientemente de la voluntad de los padres, no consiguen transmitir los valores, sea por la falta de una adecuada autoridad, sea porque viven en una sociedad "pasiva", con un estilo de vida consumístico y permisivo, secularizado y sin ideales. Fundamentalmente el toxicodependiente es un "enfermo de amor"; no ha conocido el amor; no sabe amar en el modo justo porque no ha sido amado en el modo justo.

La adolescencia interminable, característica del toxicodependiente, se manifiesta frecuentemente en el temor del futuro o en el rechazo de nuevas responsabilidades. El comportamiento de los jóvenes es con frecuencia revelador de un doloroso descontento debido a la falta de confianza y de expectativas frente a estructuras sociales en las cuales ya no se reconocen. ¿A quién atribuir la responsabilidad si muchos jóvenes parecen no desear llegar a ser adultos y rehusan crecer? ¿Les han sido ofrecidos motivos suficientes para esperar en el mañana, para invertir en el presente mirando al futuro, para mantenerse firmes sintiendo como propias las raíces del pasado? Detrás de comportamientos desconcertantes, frecuentemente aberrantes e inaceptables, se puede percibir un rayo de ideales y de esperanza.

b) La familia

Entre los factores personales y ambientales que favorecen de hecho el uso de la droga es, sin duda, el principal, la falta absoluta o relativa de la vida familiar, porque la familia es elemento clave en la formación del carácter de una persona y de sus actitudes hacia la sociedad. Detengámonos en algunos factores de mayor importancia.

El toxicodependiente viene frecuentemente de una familia que no sabe reaccionar al stress porque es inestable, incompleta o dividida. Hoy van en preocupante aumento las salidas negativas de las crisis matrimoniales y familiares: facilidad de separación y de divorcio, convivencias, incapacidad de ofrecer una educación integral para hacer frente a problemas comunes, falta de diálogo, etc. Pueden preparar una elección de la droga, el silencio, el miedo de comunicar, la competitividad, el consumismo, el stress como resultado de excesivo trabajo, el egoísmo, etc.; en síntesis, una incapacidad de impartir una educación abierta e integral. En muchos casos los hijos se sienten no comprendidos y se encuentran sin el apoyo de la familia. Además, la fe y los valores del sufrimiento, tan importante para la madurez, son presentados como antivalores. Padres no a la altura de su tarea, constituyen una verdadera laguna para la formación del carácter de los hijos.

¿Y qué decir de algunos comportamientos distorsionados o desviados en el campo sexual de ciertos núcleos familiares?

En no pocos casos las familias sufren las consecuencias de la toxidependencia de los hijos (por ejemplo, violencias, robos, etc.), pero sobre todo deben compartir las penas psicológicas o físicas. La vergüenza, las tensiones y los conflictos interpersonales, los problemas económicos y otras graves consecuencias, pesan sobre la familia, debilitando y resquebrajando la "célula fundamental" de la sociedad.

Junto a la familia de origen, ha de ser tenida en cuenta también la familia que crean los toxicodependientes. Se trata no raramente de parejas en las que ambos son drogadictos. Muchos, aun siendo todavía jóvenes, son ya separados o divorciados, o también conviven unidos de hecho. En este contexto adquieren importancia los problemas de los hijos de los toxicodependientes, sobre todo bajo el aspecto educativo, como también los problemas de los hijos de toxicodependientes ya fallecidos.

Merecen particular atención las mujeres toxicodependientes en embarazo: muchas son madres solteras o de cualquier modo abandonadas a sí mismas. Por desgracia, en vez de salir a su encuentro con una concreta solidaridad y asistencia para que puedan acoger y respetar la vida del no nacido, se les propone, como solución más oportuna, el aborto[3].

c) La sociedad

La toxicodependencia, tan ampliamente difundida, es índice del estado actual de la sociedad. Hoy la persona y la familia se encuentran en una sociedad "pasiva", es decir, sin ideales, permisiva, secularizada, donde la búsqueda de evasiones se manifiesta en tantos modos diversos, del cual uno es la fuga en la toxicodependencia.

Nuestra época exalta una libertad que "no se ve positivamente como una tensión hacia el bien... sino... como una emancipación de todos los condicionamientos que impiden a cada uno seguir su propia razón"[4]. Se exalta el utilitarismo y el hedonismo, y con ellos el individualismo y el egoísmo. La búsqueda de un bien ilusorio, bajo la marca del máximo placer, termina por privilegiar a los más fuertes, creando en la mayoría de los ciudadanos condiciones de frustración y de dependencia. Y así, la referencia a los valores morales y a Dios mismo son cancelados en la sociedad y en la relación entre los hombres.

Se ha afianzado en la sociedad actual un consumismo artificial, contrario a la salud y a la dignidad del hombre, que favorece la difusión de la droga (cfr. CA, 36). Tal consumismo, creando falsas necesidades, empuja el hombre, y en particular a los jóvenes, a buscar satisfacciones sólo en las cosas materiales, causando una dependencia de ellas. Además, una cierta explotación económica de los jóvenes se difunde fácilmente, precisamente en este contexto materialístico y consumístico. En diversas regiones, además, la desocupación de los jóvenes favorece la difusión de la toxicodependencia.

A ningún atento observador escapa que la sociedad actual favorece la promoción de un hedonismo desenfrenado y un desordenado sentido de la sexualidad. Se ha separado el ejercicio de la sexualidad de la comunión conyugal y de su intrínseca orientación procreativa, permaneciendo en un superficial gozo al cual, con frecuencia, se subordina incluso la dignidad de las personas.

En una sociedad que busca la gratificación inmediata y la propia comodidad a toda costa, en la cual se está más interesado en "tener" que en "ser", no sorprende la cultura de la muerte que considera el aborto y la eutanasia como bienes y derechos. Se ha perdido el sentido de la vida, y se vacía la persona de su dignidad, llevándola a la frustración y a la vía de la autodestrucción. En una sociedad así descrita, la droga es una fácil e inmediata, pero mentirosa, respuesta a la necesidad humana de satisfacción y de verdadero amor.

Hoy la familia comparte la tarea de la educación con tantas otras instituciones y agencias educativas, pero faltan entre estas muchas veces, la necesaria unión y coordinación. De esto resulta una falta de claridad y de coherencia entre los valores propuestos. Dicha incoherencia en la educación de los jóvenes es, en gran parte, responsable de la crisis de los valores que genera confusión. De hecho, son propuestos a los jóvenes ideales no sólo desarticulados sino contradictorios.

Los mass media ejercen un influjo con frecuencia negativo respecto de la mentalidad que favorece la difusión de la toxicodependencia, sobre todo en el mundo juvenil. Con mensajes directos e indirectos, y a través de la industria del espectáculo para los jóvenes, crean modelos, proponen ídolos y definen la "normalidad" por medio de un sistema de pseudo-valores. No conviene olvidar además, la violencia cotidianamente suministrada al público por medio de ciertos video cassettes.

Algunos de nosotros, participantes al encuentro, consideramos que existe el riesgo, por parte de los mass media, de presentar una imagen del toxicodependiente que induce solamente a criminizarlo como el único culpable. No se pueden negar los talentos, la inteligencia y otras capacidades de tantos jóvenes toxicodependientes; y conviene más bien tenerlas en cuenta para toda iniciativa de recuperación.

Ha sido además subrayada la responsabilidad del Estado en aquello que concierne la organización de los medios de comunicación, y más en general, del entero sistema legal que tutela a los ciudadanos de la amenaza proveniente de la distribución y del consumo de la droga.

Hablando de responsabilidad no conviene olvidar, dadas las implicaciones religiosas de los problemas ligados a la droga, algunos silencios, faltas e insuficiencias todavía presentes en la pastoral de la Iglesia.

El fenómeno de la droga, considerado en la persona, en la familia y en la sociedad, hace evidente la necesidad urgente de "sabiduría" para recuperar la conciencia del primado de los valores morales de la persona como tal. "Volver a comprender el sentido último de la vida y de sus valores fundamentales", afirma el Santo Padre, Juan Pablo II, "es el gran e importante cometido que se impone hoy día para la renovación de la sociedad... La educación de la conciencia moral que hace a todo hombre capaz de juzgar y de discernir los modos adecuados para realizarse según su verdad original, se convierte así en una exigencia prioritaria e irrenunciable" (FC, 8). Con la ayuda de esta sabiduría la nueva cultura emergente "no apartará a los hombres de su relación con Dios, sino que los conducirá a ella de manera más plena" (ibid., 8). Este es el auténtico "nuevo humanismo", que no puede dejar de ser "un auténtico humanismo familiar", al que pertenece una "nueva mentalidad... esencialmente positiva, inspirada en los grandes valores de la vida del hombre"[5].


[1] Otros aspectos son los problemas ligados a la producción, elaboración y comercio de la droga en un mercado internacional siempre más amplio, así como aquellos derivantes del consumo de la droga que llega a ser el estímulo para una demanda siempre creciente. Hay al respecto una orientación ética y pastoral que la Iglesia debe ofrecer y que esperamos sea posible estudiar en una próxima ocasión.

[2] A los participantes en esta Conferencia, el Santo Padre ha precisado la diferencia entre el recurso a la droga y el recurso al alcohol: "... mientras, en efecto, un uso moderado de éste (alcohol) como bebida no va contra prohibiciones morales, y es de condenar solamente el abuso, el drogarse, al contrario, es siempre ilícito, puesto que comporta una renuncia injustificada e irracional a pensar, querer y actuar como personas libres. Para lo demás, el mismo recurso bajo indicaciones médicas a sustancias psicotrópicas para mitigar, en bien determinados casos, sufrimientos físicos o psíquicos, ha de atenerse a criterios de gran prudencia, para evitar peligrosos hábitos y otras formas de dependencia" (Discurso del Santo Padre a los participantes en la VI Conferencia Internacional promovida por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, 4).

[3] Un gran número de especialistas nos dicen que no todos los niños nacidos de madres sieropositivas y que resultan, también ellos, sieropositivos, están por esto contaminados del virus HIV. En efecto, la contaminación es difícilmente diagnosticable en el momento del nacimiento puesto que no es posible distinguir entre los anticuerpos maternos y los del niño. Los anticuerpos maternos desaparecen solamente cuando el niño alcanza la edad de 12-18 meses. Del 12 al 24 por ciento de los niños nacidos de madres sieropositivas resultan tener sólo anticuerpos maternos, y por tanto no están contaminados por el virus.

[4] Intervención del Cardenal Joseph Ratzinger en el Consistorio de los cardenales sobre "Las amenazas contra la vida", 4-7 de abril de 1991.

[5] Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2, p. 348.

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